Violación 2

Magda queda en un hotel. Quiere que le hagan daño. "Sin piedad" le había dicho. Y es lo que él va a hacer.

Estaba más que nerviosa cuando llegó al tercer piso del hotel, recorrió el pasillo de un extremo a otro, dudando. Le temblaba el pulso y realmente no paraba de repetirse que estaba loca, que iba a arrepentirse en cuanto él le pusiera las manos encima.

Solía darle morbo, era una fantasía dura, prohibida. Le excitaba pensar en el dolor, pero sabía que no era lo mismo pensarlo en casa que hacerla realidad.

Miró el letrero de la puerta, observando el número mientras tomaba valor para atreverse a llamar. Estaba ojerosa y se sentía débil porque no había podido dormir en toda la noche.  Sin embargo por la mañana estaba tan excitada que se había tenido que cambiar de ropa interior tres veces. Había pensado que le haría bien en el hotel y se había masturbado, una y otra vez, sin llegar al orgasmo. Aún así, en ese momento estaba completamente seca, no le hacía falta tocarse para saberlo.

Tan seca como se suponía que debía estar. Él era la única persona que había accedido a llevar a cabo su fantasía.

Llamó, golpeando la madera con timidez. Se arrepintió nada más verle. Era alto, corpulento. No era exactamente la definición de alguien guapo, más bien una persona normal, de esas que ves por la calle y en las que apenas te fijas. Parecía que se había duchado hacia poco. Le sonrió y se apartó a un lado, guardando una distancia cortés con ella. Era la primera vez que se veían.

No podía parar quieta. Dejó el bolso sobre la mesa, sin fijarse apenas en los muebles de la habitación y comenzó a dar vueltas como un león enjaulado. Estaba frenética, sentía miedo. Terror. Le iba a doler, le iba  a doler mucho. ¿Y si no disfrutaba ni un poco? ¿Y si decía la palabra de seguridad y él la ignoraba? ¿Y si se propasaba?

Cambiaron unas palabras. Él le ofreció bajar a por un café, pero rechazó la invitación. Se miraron  a los ojos y entonces él se acercó.

Se estremeció y trató de alejarse de él. Se hizo pequeña, acorralada contra la pared.

Él le alzó la barbilla y le mordió el cuello. Le quitó la camisa, sin esperar a que le diera permiso, y la agarró con firmeza del brazo, empujándola hacia la cama.

El estómago le dio un vuelco. Sentía pánico y se agachó, como cuando era una niña y quería resistirse a sus padres, casi tirándose al suelo para oponerse al agarre de su mano.

Tartamudeaba. Él la ignoró, y tirando, aparentemente sin esfuerzo, la echó sobre el colchón.

-Pararás, ¿verdad? Si lo digo pararás, ¿no? Pararás …

Asintió. Estaba excitado. Magda trató de escapar, no confiaba en él. Sin embargo tenía más fuerza que ella, mucha más. Se sentó sobre ella. Le sujetaba las muñecas con una mano y las piernas con el cuerpo. Apenas se podía mover.

Le quitó la falda, se entretuvo, mordiendo sus piernas. Ella temblaba. Tenía la piel blanda, fresca y suave. Trémula. Él estaba duro, se notaba su erección a través de los vaqueros.

Le arrancó las bragas de un tirón y ella chilló, le había hecho daño. Entonces él se bajó los pantalones. Tenía una mirada penetrante, casi inhumana.

“ Sé cómo hacerlo” Le había dicho. “Sé cómo hacer para que no se quede trabada, si es lo que de verdad quieres.”

Ella se retorcía. Sabía lo que venía. No estaba excitada, sólo muy nerviosa. Tenía mucho miedo.

Él metió un dedo en su sexo. Estaba estrecho, cerrado y seco. Le miró a los ojos.

-Esto te va a doler. Justo como querías. – Se acercó a su oído, con calma.- Espero que llores.

Tenía la voz ronca. Ella no era consciente de que lloriqueaba y se retorcía, sólo de que él estaba empalmado e iba a hacerlo. Iba a hacerlo.

La sujetó inmóvil sólo con el peso de su cuerpo y sus manos. Le hacía daño. Y entonces acercó la punta de su polla a su vagina. Sus ojos brillaban de la excitación. Empujó.

Ella gritó de dolor. Y eso que aún no había entrado ni la punta. Sólo sentía dolor, una quemazón insoportable, como si estuvieran estirando su carne hasta desgarrarla.

Empujó. Empujó otra vez con brusquedad. A veces gemía, él también notaba la estrechez, la sequedad que le apretaba la polla. Empujó, venciendo cualquier resistencia, más y más duro de oírla chillar. Le ponía que ella rogara y no pudiera escapar de su fuerza.

Volvió a empujar.

Era tan estrecha. Seca. Perfecta. Empujó

Y otra vez. Empujó.

Ella empezó a llorar. Le chillaba, histérica que le hacía daño, que esperara que parara que tuviera piedad. Pero no decía la palabra clave.

Empujó.

Sabía que debía de dolerle mucho, y eso le excitaba aún más. Le gustaba causar dolor, usar a las mujeres como si no fueran nada, como si no le importara lo que sintieran, como si sólo existieran para que él pudiera gozar.

Empujó. Y sí. Estaba dentro.

Cuando empezó a salir de ella fue aún peor. A Magda todo el sexo le quemaba, nunca había imaginado que sería así. No había un solo resquicio para el placer. Sólo dolor. Y era como si arrastrara su carne hacia afuera ahora que salía de ella. Se debatía, sin éxito. Casi no le importó cuando le mordió, casi ni se dio cuenta de la marca de dientes que le dejaría en el pecho.

Él se movía, disfrutando. Aquella forma de tener sexo tenía el contrapunto justo, esa mezcla de dolor y placer que le llevaría a tener un orgasmo intenso.

Le estiró del pelo con violencia, mordiéndola y besándola. Olía bien, a hembra. Y cada penetración se le hacía más fácil. Ella aún se debatía, pero estaba seguro de que era el tipo de mujer que volvería  a por más. Estaba seguro de que acabaría dilatándola, incluso teniendo una sesión de sado con ella. Lo había sabido desde que la miró a los ojos.

Volvió a empujar, con violencia, aguantando el orgasmo hasta que no pudo más y se corrió en su vagina seca, dolorida e hinchada. Estaba roja, la vio cuando sacó el pene flácido de allá adentro.

Se la metió en la boca.

-Limpia.- Le dijo. Tenía el rímel corrido por las lágrimas, pero ya no rechistaba. Le lamió su polla, quitando todo rastro de semen.

Entonces, aún sujetándole las manos se echó  a su lado, mirándola a los ojos. Y fue en ese momento cuando ella empezó a excitarse.