Vino y rusas

Un comercial de vinos español marcha a Rusia en viaje de negocios. Allí acabará haciendo amigos en la mafia y participando en sus fiestas y orgías.

Entrar en el despacho de Casas con malos números es muy jodido. Te aprieta la corbata, te desaparece la saliva de la boca, empiezas a sudar. Esta vez ni siquiera me pide que me siente y me espeta:

Tus ventas de este mes son una porquería. ¿Qué te ha pasado?

Para salir del paso le cuento lo de mi novia. Que hemos cortado después de cuatro años, que todavía lo llevo un poco mal. Casas me sonríe.

¿Cuántos años tienes, chaval?

Veintiocho, jefe.

Tranquilo. Eres joven y hay muchas mujeres. Lo que necesitas es desconectar; precisamente tengo un viaje a Rusia que no sabía a quien encargárselo. Función comercial, ya sabes: conocer clientes, venderles la moto.

Me parece bien. Normalmente, los viajes internacionales los hace Casas personalmente, especialmente a los países que le molan: Rusia, Holanda, Estados Unidos. Por algo será.

En Moscú te encontrarás con Viktor. Es nuestro traductor, nuestro hombre de confianza y el que te va a presentar a los clientes. Recuerda: para camelar a esta gente, para metértelos en el bote, tienes que intentar beber a su ritmo y no conseguirlo. A ellos les encanta eso de que el afeminado occidental no les aguante bebiendo. Ah, y una cosa más: mucho cuidado con las rusas.

Esto último me lo dice guiñándome un ojo, el muy viejo salido.

Cuando lo pienso luego, me doy cuenta de que no le tenía que haber contado mis problemas al Casas; he estado cobarde. Él es mi jefe y yo su empleado, allí acaba nuestra relación. Su paternalismo, señor Casas, se lo puede meter por el culo.

Trabajo de comercial de vinos. No hace falta saber mucho, sólo tener labia y don de gentes. Al parecer, el problema que ha surgido en Rusia es que teníamos un pedido muy grande y nos ha fallado el cliente; además, está a punto de llegar la siguiente remesa. Allí hay de todo: Rioja, Ribera, Reserva, Gran Reserva... aquello vale una pasta y hay que venderlo ya.

Viktor resulta ser una persona excepcional: tiene treinta años y cara de ruso, pero habla español como si hubiera nacido en Castilla. Me pregunta de donde soy:

De Teruel. Seguramente no lo conozcas.

Sí, Teruel, en Aragón.- me sorprende. Sabe más de España que algunos españoles.

Mis padres son de un pueblo de por allí.

¿Hablas catalán?

No, ¿por qué?

He oído que en algunos pueblos de Teruel se habla catalán. Ahora estoy aprendiendo catalán-valenciano.

¿Pero tú cuantos idiomas hablas?

Bien, ruso, inglés, alemán, español, francés, polaco, turco y armenio. Ahora estoy empezando con el catalán y con el japonés.

¿Has vivido en alguno de estos países?

Una vez estuve en Alemania dos meses. No he salido más de lo que era la Unión Soviética.

Un licenciado en Traducción e Interpretación no habla más de cuatro idiomas. Este hombre es un portento.

Cuando llegas a Rusia te llaman la atención dos cosas: la primera, la belleza de las mujeres. También las hay feas, como en todas partes, pero cada dos minutos te topas con una tía que podría trabajar de modelo perfectamente. La segunda es el contraste entre la exquisita educación de los trabajadores (camareros, empleados del hotel) y la grosería y zafiedad de los empresarios, politicastros y demás con los que me trato y a los que tengo que vender mis vinos. Me invitan a sus cenas "de negocios", que consisten básicamente en embriagarse hasta caer inconscientes y despilfarrar la mayor cantidad de dinero posible. A ellos no les interesa que el vino sea bueno, les interesa que sea caro: es el mundo de la ostentación. De hecho, si les vendiera Don Simón a 1.000 euros la botella me lo comprarían encantados. A las cenas suelen acudir también mafiosos; se les distingue porque van acompañados de una fulana mucho más joven que ellos y por un grupito de guardaespaldas repeinados y con gafas de sol, que probablemente van armados. Muchas veces los empresarios "legales" y los políticos también llevan gorilas y fulanas, así que cuesta distinguirlos. Hay un imbécil que me resulta especialmente repulsivo; se trata de Ruslov, un calvorota con bigote que tiene por costumbre prender un billete de cien dólares en las velas de la mesa para encenderse el puro. Viktor me adiverte sobre él:

En una cena en la mansión de Ruslov en la que estuve con el señor Casas, un borracho, antiguo socio de Ruslov, empezó a gritarle y a reprocharle que le había estafado y que era un traidor. Ruslov sacó su pistola y lo mató allí mismo. Los criados se llevaron el cadáver, limpiaron la sangre y siguió la fiesta como si nada.

Serán unos hijos de puta, pero son buenos clientes; en dos cenas he vendido todo el vino y estoy pidiendo que me traigan más de Madrid. También recibo algunas ofertas para corromperme: exportar por mi cuenta el vino a Rusia sin contar con la empresa, espiar a tal mafioso por cuenta de tal otro... digo a todo que no, creo que no he nacido para eso.

Le he caído bien a Golovko, un amiguete de Ruslov. Físicamente está cortado por el mismo patrón, pero más pequeñín y con algo más de pelo. Al maricón le gusta mucho el vino, pero se lo bebe a grandes tragos, como si fuera agua, sin degustarlo. Una noche Golovko y Ruslov, completamente borrachos, nos invitan a Viktor y a mí a una fiesta en una ciudad minera de los Urales, de la que ambos proceden. Le pregunto a Viktor en español que le parece:

  • Es una buena ocasión para hacer negocios, pero puede ser peligroso. Los empresarios mineros son los más soberbios de todos los ricachones rusos, y en su feudo son la ley. La policía les obedece.

Me quedan tres días de estar en Rusia y me apetece verlo todo. Finalmente aceptamos.

2

Nos plantamos en la ciudad de Ruslov, de nombre impronunciable, con el tiempo justo para llegar a la fiesta. Vengo sudando por el ajetreo del viaje, un poco precipitado, pero cuando bajo del avión me recibe una temperatura de 10 grados bajo cero que me deja tieso. La ciudad es gris, el ambiente helado y hay una neblina estilo londinense, sin duda producto de la contaminación. Llegamos tarde a la fiesta; menos mal que Viktor se ofrece amablemente a llevar las maletas al hotel, mientras yo me peleo con el taxista para explicarle el nombre de la sala de fiestas a la que debe llevarme. El tío da mil vueltas antes de llegar; seguro que me ha timado, pero al cambio que está el rublo este tipo de cosas me la sudan. Por fin aterrizo en el local; en los 20 metros que recorro desde el taxi hasta la puerta me quedo helado, pero dentro se está calentito. La sala es grande, un poco cutre, pero la gente va muy arreglada; ellos con traje y corbata y ellas con vestido largo. No veo a Golovko, ni a Ruslov ni a nadie conocido. En el centro han montado un escenario donde hay un espectáculo de camisetas mojadas. Cuando llego hay una rusa altísima paseándose, vestida con camiseta, minifalda y tacones. Un panel luminoso, situado encima del estrado, anuncia en caracteres cirílicos "4. Irina". De cuatro surtidores situados en las esquinas salen de vez en cuando chorros de agua caliente, que la chica esquiva soltando grititos con mucha gracia. Pero la pobre Irina cada vez está más mojada y se le pega la camiseta al cuerpo, que es de lo que se trata, dejando entrever unas tetas preciosas, no muy grandes, con pezones marcados que aparentan ser duros como escarpias. El show acaba con los cuatro surtidores soltando agua a la vez y la rusa dejándose mojar mientras se ríe y se atusa el pelo.

Entre chica y chica sube al escenario un cretino vestido con pajarita que dice unas cuantas tonterías; supongo que son tonterías por cómo se ríe la gente, porque no me entero de nada. Por fin aparece Viktor, que me explica la mecánica del concurso: Irán subiendo al escenario una serie de chicas en camiseta, las mojarán a todas y el público elegirá a la mejor votando con unas tarjetitas que te dan por cada copa que te tomas. Decido que el voto de mi primer whisky irá para Irina.

La número 5, Yulia, está mucho más buena. Es una morena de ojos verdes, con tetas perfectas posiblemente operadas. Cuando ya está totalmente empapada hace unos bailes de stripper profesional, pero no se quita la camiseta, sólo se la ata por debajo del pecho, enseñándonos su ombligo adornado por un piercing.

La fiesta sigue y al rato nos encontramos con Golovko, acompañado por dos de sus matones. El tío va totalmente cocido, me agarra de los hombros y me suelta una brasa en ruso; yo no entiendo nada, claro, excepto algunas palabras que intercala en inglés o en español: "Spanish wine" "Russian women" o "Ribera de Duero". El aliento le apesta alcohol; al rato yo ya no le escucho y me distraigo mirando la monada que acaba de subir al escenario. Joder, es una cría; no tendrá más de 18 años. Rubita, cara de ángel, piel rosada, pero unas tetas bien grandes, redondas y firmes. Al contrario que las demás concursantes, que parecían divertidas, esta está muy seria, con cara de circunstancias. Pienso que tal vez la hayan obligado a subir y me da mucha pena. Golovko empieza a darme abrazos, interrumpiendo mis pensamientos: que puto pesado. Por fin conseguimos librarnos de él, pero Viktor me informa.

A la una vienen a recogernos unos coches para llevarnos a la fiesta de Golovko.

Ah, pero la fiesta no es esto?

Yo que sé.

Han subido unas tías tan buenas y con unas tetas tan ricas que me tengo que tomar un montón de whiskys para votar por todas. Viktor, más sensato, no ha bebido ni la mitad. Ahora el speaker sube y dice algo, creo que está buscando voluntarias entre el público para dejarse mojar. A nuestro lado hay una pareja joven y, por lo que parece, ella le está pidiendo a él permiso para subir a hacer el numerito. Finalmente, la chica se acerca al escenario, pasa por detrás y a los dos minutos sale a escena vestida sólo con bragas y camiseta. Su novio aplaude como el que más. Lo de siempre: la mojan con los chorros, suelta unos grititos, se le pega la camiseta a los pechos y se le marcan los pezones. Y el tío, tan contento.

Como no hay más voluntarias, se procede a nombrar a la ganadora. Para entregar el premio sube al estrado nuestro amigo Ruslov, al que no habíamos visto en toda la noche. Unos sicarios suyos cuentan los votos mientras el mafioso dirige unas palabras al público. La gente le aplaude, se ve que es un tío muy querido en su pueblo; o tal vez muy odiado, pero hay que aparentar.

Ruslov lee los nombres de la Miss y las dos damas: tercera ha quedado la cría rubita y primera la número 5, Yulia. A la segunda no la había visto, pero también tiene un polvo. Las premiadas suben al estrado, todavía mojadas, y Ruslov les pone una banda y les estampa tres besos lascivos a cada una. Se entretiene especialmente en hablar con la ganadora. Viktor me traduce:

Le está pidiendo que se quite la camiseta.

El público jalea la idea de Ruslov, y finalmente Yulia accede; se quita la camiseta mostrando un par de senos tan perfectos (grandes, alzados, esféricos) que forzosamente tienen que ser operados. La chica, coqueta, intenta taparse con la banda, aunque es imposible; me parece que no ha habido que rogarle mucho para que enseñe las tetas.

La fiesta parece tocar a su fin; Viktor y yo salimos y nos encontramos un montón de cochazos oscuros aparcados en la puerta. Al parecer, se están llevando a los VIPs a seguir la fiesta en otro sitio. Por suerte nos encontramos con nuestro amigo Golovko, que nos invita a subir en su coche.

Nos llevan a la otra punta de la ciudad, a lo que parece ser un edificio público. A mí me parece el Ayuntamiento del lugar, pero me parece muy fuerte que los jerifaltes locales monten sus juergas en un sitio como ese. Subimos a la primera planta, donde hay unas mesas largas con velas, todo tipo de bebidas, algo para picar y lo que es peor: vino. Golovko me obliga a beberme una botella de Ribera con él mientras me cuenta sus penas en ruso. Esta fiesta es más exclusiva: los tíos parecen ser personajes importantes, aunque no lo deben ser tanto porque pelotean a Ruslov. Las chicas del concurso de camisetas mojadas están también invitadas, aunque ahora llevan vestidos de noche. Sospecho que en su mayoría son fulanas a sueldo de los mafiosos locales, que son los organizadores del espectáculo.

La combinación de whisky con vino le sienta mal a mi cerebro. Me entran ganas de tirarle los tejos a alguna; a fin de cuentas, Viktor y yo somos más jóvenes y más guapos que la cohorte de politicuchos y mafiosillos cincuentones y gordos que nos rodean. Los únicos que podrían hacernos la competencia son los armarios trajeados y con gafas de sol que también pululan por la fiesta; aunque esos no tienen pinta de haber venido a ligar. Me deshago educadamente de Golovko y le comento a Viktor:

Ven conmigo y tradúceme.

Me acerco a Yulia, la ganadora del concurso. Lleva un vestido rojo sin hombreras, a juego con las mechas de su pelo. Los pechos, aprisionados, amenazan con salirse por el escote. Un baboso bajito y repeinado la tiene cogida por la cintura y le está contando chistes que ella ríe.

Viktor, dile que la felicito por el premio.

Viktor traduce. Yulia me dice "gracias" en inglés y me estampa tres besos en las mejillas.

Dile que la felicito también por lo guapa que está. Y por sus pechos, que son preciosos.

Viktor traduce. Yulia parece divertida, pero el baboso empieza a ponerse nervioso.

Dile que me gustaría tocárselos.

¿Qué?

Diselo.

Viktor traga saliva y traduce. Miss Camiseta Mojada ríe, pero como no me dice ni que sí ni que no, empiezo a acariciarle las tetas por encima del vestido. Son muy duras; nunca tuve en mis manos unas operadas, si es verdad que estas lo son. El tío que la tiene cogida por la cintura pone cara de odio y hace un gesto como de llevarse la mano al interior de la chaqueta, donde supuestamente esta gente guarda el arma. Me mira y le sostengo la mirada. No sé en que habría acabado la cosa si Viktor no me coge del brazo y me arrastra literalmente a otra parte de la sala.

Estás loco. Loco.

El incidente, en vez de acobardarme, me anima. A fin de cuentas, le he tocado las tetas a la Miss en su cara y el tío ha tenido que tragar. Sirvo dos whiskys con hielo, uno para mí y otro para Viktor, y volvemos a intentarlo.

Intento entablar conversación con las participantes en el concurso, pero la mayoría no hablan inglés ni, por supuesto, español. Viktor me sirve de poca ayuda porque se ha animado y hace la guerra por su cuenta. Una morena de ojos azules y vestido azul sí habla inglés, y me pego a ella. Me llama "espaniolito"; no sé si conocía esta palabra o se la ha enseñado Viktor, que ha estado hablando con ella previamente. Se llama Anna, y no recuerdo haberla visto en el concurso. No es de las más guapas, pero tiene buen cuerpo. Sin embargo, al darse ella la vuelta, me fijo que tiene unas cicatrices extrañas en la espalda; parecen cortes de navaja.

La charla se anima, pero no la veo con ganas de enrollarse conmigo. En ese momento se acerca Ruslov con la cría rubita cogida por la cintura. La chica está muy seria, y pienso que mejor estaría en el instituto que zorreando con un mafioso que le lleva casi 40 años. Lleva una falda escocesa muy corta que acrecenta su aspecto de lolita. Ruslov me empieza a hablar en ruso; yo asiento sin enterarme de nada. Creo que me está hablando de su amiguita, a la que besa lascivamente en la mejilla.

¿Hablas inglés?- le pregunto a la niña.

Sí. ¿Tu eres el español?

Sí. Dime, ¿qué haces aquí? ¿qué edad tienes?

Diecinueve.

Podría ser verdad. Pero también podría tener dieciséis y estarme engañando.

¿Saben tus padres que vienes a este tipo de fiestas?

Prefiero no hablar de mi familia.

¿No deberías estar estudiando?

Soy demasiado guapa para estudiar o trabajar.

Lo dice muy seria, no está bromeando.

¿Entonces que te gustaría ser? ¿Modelo?

Para ser modelo tendría que ser mucho más alta. Creo que quiero ser puta.

¿¡Quéeee!?

Puta. ¿Que tiene de malo?

Intento buscar en su respuesta un atisbo de ironía, pero no lo encuentro. Tengo ante mí a una preciosa rubita adolescente cuyo objetivo en la vida es convertirse en puta. La cabeza me da vueltas y no es solo por el alcohol.

También... también hay otros trabajos para los que te puede servir tu belleza sin tener que... que vender tu cuerpo. Yo que sé... bailariana, actriz.

He pensado en ser actriz. Actriz porno.

Miro alrededor. Ruslov está entretenido hablando con unos tipejos. Anna nos observa, expectante. Entonces la niña me coge de la mano y me susurra:

Llévame a España contigo y hazme tu puta.

No... no puede ser.

Estoy harta de esto. Llévame, soy buena. Ganaré para los dos.

Entonces descubro la mirada extraviada de Ruslov clavada en mí. Hace el mismo gesto que el tío de antes, de llevarse la mano dentro de la chaqueta. Me suelto de la mano de la niña, me excuso, y trato de escapar de la escena precipitadamente.

Me interrumpe Anna:

¿Qué pasa, "espaniolito"? ¿Con el calvo de mierda no te haces el valiente?

Comprendo que odia a Ruslov, aunque desconozco las razones. Siento defraudarla, pero no soy un proxeneta ni un suicida. Ni mucho menos un héroe. Me zafo de ella y huyo en busca de Viktor.

Lo encuentro bien acompañado por dos de las concursantes. Una es Irina, la rubia alta que llevaba el número cuatro en el concurso. La otra es morena, bajita y tiene rasgos orientales, aunque habla ruso. Probablemente sea originaria de una de esas repúblicas asiáticas nuevas que acaban en "istán". Lleva implantados en los pechos dos balones de silicona que apenas tapa el escote del vestido corto negro que lleva puesto. Esto, unido al maquillaje excesivo en los labios y alrededor de los ojos, le da un aspecto de putón de película porno barata que en lugar de desagradarme hace que me ponga cachondo. La rubia va vestida con más clase, con faldita y top. Normalmente sería un poco más alta que yo; con los taconazos que lleva, me saca la cabeza.

Viktor me las presenta como Irina y Masha. Les doy tres besos a cada una, siguiendo la costumbre local. Apenas hablan inglés, pero parecen receptivas y no están rodeadas de moscones como las demás. Al poco ya tengo a Irina cogida por las caderas, y ella se deja hacer.

Le pregunto a Masha si sus pechos son naturales, y me contesta que sí. Le digo entonces que si me deja tocarlos. "Yes, of course", contesta con acento raro. Le palpo entonces las tetas primero por encima del vestido y luego por debajo del sujetador. Son enormes, una monstruosidad, pero me encantan. La asiática se ríe, Viktor se ríe y yo noto que estoy empalmado, lo que es un problema cuando vas vestido con traje porque das el espectáculo. Pego mi cuerpo contra los muslos de Irina para disimular mi erección. Irina me mira con ojos borrachos y extraviados; no parece celosa de que le haya tocado las tetas a su amiga, pero por si acaso empiezo a tocárselas también a ella, primero por encima de la ropa y luego por dentro. Al sacar mi mano uno de sus senos queda al descubierto, pero ella, indiferente, no se tapa, sino que va acercando cada vez más su cabeza a la mía. Está preciosa, con la mirada perdida por el alcohol y un pecho fuera; me fijo en la erección de sus pezones. Es entonces cuando la beso. Noto su lengua y su saliva cálida en mi boca. Restriego mi pene erecto contra sus muslos mientras meto mi mano izquierda bajo su faldita y empiezo a palparle las nalgas. Tras unos minutos de besuqueo me giro y veo a Viktor comiéndole la boca a la asiática.

Vamos- le digo y, le hago un gesto.

Busco desesperadamente un cuarto donde podamos meternos a follar. La primera puerta que abro es un despacho, donde ya hay una pareja montándoselo; se ve que la fiesta se ha desmadrado y no somos los únicos que hemos tenido esa idea. Las chicas piden disculpas en ruso y cerramos la puerta.

La siguiente puerta da a un salón de plenos, o algo parecido; hay una mesa larga con un montón de sillas alrededor y la sala está ricamente decorada con lámparas, cortinas, alfombras y tapices. Pasamos los cuatro y cierro con cerrojo. Seguidamente me abalanzo sobre Irina y le como la boca. Mientras siento el gusto de su lengua enredándose con la mía, aprovecho para magrearla a conciencia: sus ricos pechos, sus muslos, sus nalgas. También le acaricio el sexo por encima del tanga. Lo que más deseo es comerme esas tetas ahora que puedo; intento arrancarle el top, pero me aparta y se lo quita ella. Cuando se quita el sujetador, hundo mi cabeza entre sus pechos, besándolos, lamiéndolos, mordisqueando los pezones; son pequeños y están realmente duros. Luego es ella la que me desnuda a mí; me quita la corbata y luego los botones de la camisa, uno a uno. Me besa el pecho, los pezones, jugando con su lengua sobre mi vello, poco a poco baja resbalando su lengua por mi barriga y mi vientre hasta que se topa con mi cinturón. No puedo más y me bajo los pantalones y el slip, mostrándole mi erección. Ella se arrodilla. Con gran parsimonia me la coge, se aparta el pelo de la cara con un estudiado gesto de putón y se lleva la lleva a la boca. En vez de mamármela recorre mi glande moviendo la lengua como si fuera un gatito; eso me pone cachondísimo. Me mira con sus ojazos verdes y la sonrío; ella me guiña un ojo sin abandonar la tarea. De vez en cuando se la mete en la boca y succiona un poco, pero luego la saca para volver a lamer. De esta manera me recorre con la lengua toda la polla y los testículos, mientras me pajea con gran suavidad. Sus dedos son muy finos y hacen que mi polla parezca más grande. Desde mi posición puedo ver como Viktor se folla a la asiática; ella está desnuda, con las manos apoyadas en la mesa de plenos y Viktor la penetra desde atrás. Masha gime y pone cara de salida, mientras sus pechos siliconados se balancean.

Decido que ha llegado el momento de follarme a Irina. La cojo en brazos y la tumbo en la mesa; ella se deja hacer. Le quito el tanga, dejándole puesta la faldita, y se lo tiro a la cara; ella ríe mi ocurrencia. Mi pene está empapado de saliva de Irina y lo aproximo a su sexo, que está empapado en flujos de Irina. Recorro un rato la entrada de su coño, jugando con mi glande en su clítoris, y repentinamente la penetro; entra casi entera; ella suelta un largo suspiro y empiezo a bombear.

Yo estoy de pie y ella tumbada sobre la mesa, así que me pone sus larguísimas piernas en los hombros para facilitar la penetración. Irina ha empezado a gemir; hasta entonces no me había dado cuenta de que tiene una voz preciosa. Sus grititos hacen coro con los chillidos de la uzbeka, que está siendo duramente penetrada por Viktor. Cada vez me la follo más deprisa y me doy cuenta de que pronto me correré; entonces todo habrá acabado; tal vez no les hayamos sacado todo el partido que merecen estas dos zorritas. Algo habrá que inventar.

Viktor, ¿nos las cambiamos? – mi voz suena clara por encima del coro de gemidos.

Por mí, perfecto – responde el español de Moscú.

Se la saco a Irina y me aparto de ella. Ella se levanta, sorprendida y, aparentemente, desilusionada. Le señalo a Viktor y no parece entender. Le doy un cachete en el culo y por fin echa a andar hacia él. Mientras, Masha se acerca a mí despacio, cautelosamente. La cojo de la mano.

Eres muy guapa chinita... una verdadera monada. – le digo en español mientras le acaricio sucesivamente el pelo, la cara, los pechos y el coño. La coloco de rodillas en la alfombra y pongo su mano en mi pene. A ver que hace.

Masha me pajea un rato con fuerza y luego se la mete en la boca. Su estilo de chupar es muy diferente al de su amiga; se mete mi rabo en la boca aproximadamente hasta la mitad y succiona con fuerza; luego se la mete y se la saca de la boca, sin utilizar las manos. De hecho, las tiene apoyadas en mis nalgas mientras, milímetro a milímetro, se introduce mi pene cada vez más adentro de su boca. Está claro que quiere hacerme un "garganta profunda", quiere tragársela entera, pero creo que no va a poder; mi polla es demasiado larga. Por si acaso la ayudo empujando su cabeza hacia a mí. Se atraganta. Se retira un momento, tose un poco y lo vuelve a intentar. Apenas cuatro centímetros de mi polla quedan fuera de su boca; esa es la distancia que la separa de su objetivo. Aprieto con fuerza su cabeza contra mí; los sonidos guturales que emite me resultan casi tan excitantes como los gemidos de Irina que escucho: Viktor se la debe estar follando a conciencia. Masha se atraganta de nuevo y saca mi polla de su boca. A la pobre se le saltan las lágrimas y se le corre el maquillaje, pero está empeñada en hacérmelo y yo empeñado en que me lo haga. Así que vuelve a intentarlo. Noto mi glande chocar contra su garganta y me parece imposible llegar más adentro; pero ella, tenazmente, consigue avanzar milímetro a milímetro hasta que por fin mi pene desaparece completamente en sus "fauces". Entonces mueve la cabeza hacia los lados, tal vez en señal de victoria, y noto el cosquilleo de su naricilla en mi vello púbico. ¡Qué sensación!. Se la saco de la boca antes de que ahogue. Me mira sonriente, a pesar de los lagrimones que le resbalan por las mejillas y de los hilos de saliva que unen las comisuras de sus labios con mi pene. Parece feliz, satisfecha del deber cumplido. Orgullosa de ser una buena chupona. Antes de dos segundos se la ha vuelto a meter al completo en la boca. Ahora ya no le cuesta tanto, así que apoyo mis manos en su cabeza dirigiendo el ritmo de la mamada. Cada poco tiempo se la meto al completo en la boca y retengo su cabeza unos segundos en esa posición, escuchando como se ahoga. Luego la suelto y observo su carita roja mientras respira entrecortadamente.

Podría pasarme horas haciendo esto, pero también quiero follarmela. Me siento en una silla y ella se sienta encima de mí, introduciéndose mi pene en el coño lentamente, con suaves movimientos pélvicos. Sus pechos siliconados quedan a la altura de mi cara y no puedo evitar lamerlos. Cuando ya se ha ensartado por entero en mi polla empieza a botar, y sus pechos también botan. Me coge la cabeza y la aprieta contra sus tetas; están duras y me golpean al subir y bajar, pero a pesar de ello se las como y le mordisqueo los pezones. Masha bota cada vez más deprisa y siento que me puedo correr en cualquier momento; decido meterle un dedo en el ano. Ella parece entender y empieza a moverse mucho más lentamente, disfrutando de la doble penetración que le estoy haciendo. Sus ubres se mueven ahora suaves delante de mí; me gustaría que me hiciera una cubana, pero no sé como voy a pedírselo.

La levanto y la tumbo en el suelo, sobre la alfombra. Ella no sabe lo que voy a pedirle, pero parece ansiosa por cumplir mis deseos. Me coloco sobre ella e introduzco mi pene en su canalillo; Masha comprende y se aprieta los pechos, aprisionándo mi polla; yo empiezo a follarlos a toda velocidad, buscando el orgasmo. Por fin noto que me llega, me incorporo y empiezo a pajearme delante de su cara. Ella también se incorpora un poco, sujetándose los pechos, ofreciéndomelos para que me corra en ellos; pero esa no era mi idea. El primer chorro de semen la sorprende impactándole en el lado izquierdo de su cara, desde la mejilla hasta el pelo pasando por el ojo. Los siguientes chorros tienen menos fuerza, pero procuro dirigirlos para embadurnarle a conciencia la boca, los dos ojos, la naricilla y la frente. Nunca había tenido una corrida tan abundante, pero la verdad es que llevaba un rato largo aguantándome. Masha intenta limpiarse, pero le sujeto las manos para que no lo haga; en cierto modo, su cara embadurnada en mi semen es mi "obra", y deseo contemplarla más tiempo.

Irina – llamo.

Irina se acerca, completamente desnuda pero subida a sus zapatos de tacón. Tiene un brillo extraño en los ojos y las mejillas; probablemente se haya corrido follándose a Viktor. Señalo mi pene. Irina se arrodilla y se lo mente en la boca, dejándolo limpio de restos de semen. Seguidamente le señalo el rostro de su amiga. Se acerca a ella y empieza a lamerle la cara como un gatito, limpiándola de esperma. Se atreve incluso con las gotas de semen del pelo. En un momento ha lamido (y tragado) toda la corrida esparcida en la cara de la uzbeka. Las dos amigas se quedan arrodilladas en el suelo, abrazadas, mirándome sonrientes. Parecen expectantes, por si voy a pedirles algo más. Pero a mí no me quedan fuerzas.


Viktor y yo nos vestimos a toda prisa, un poco avergonzados, en silencio. Pero las chicas lo hacen con total naturalidad, parloteando sin cesar entre ellas. Masha intenta arreglarse el maquillaje con un espejito, pero es imposible. Parece que para ellas montarse este tipo de fiestas sea lo más normal del mundo. Por un momento he temido que nos fueran a pedir dinero.

Cuando salimos fuera, alguien ha apagado las luces de la sala; sólo una luz tenue, rojiza, ilumina una de las mesas, donde hay unas chicas desnudas bailando. La gente ha formado un corro alrededor para ver el espectáculo; está visto que a los rusos les encantan los numeritos eróticos. Sirvo dos copas de whisky, una para Viktor y otra para mí. Agradecería que Viktor mostrase más camaradería conmigo, que comentase lo que acaba de ocurrirnos como dos amiguetes, pero no lo hace. No parece feliz ni entusiasmado con la idea de que acabemos de tirarnos a dos tías buenas; aunque, extrañamente, yo tampoco lo estoy.

Nos acercamos a ver el espectáculo de cerca; encima de la mesa Yulia, la Miss ganadora, baila contoneándose, completamente desnuda. A ambos lados, dos tías vestidas con un escueto tanga le vierten botellas de vino por los hombros y por el cuello. El vino resbala por sus pechos, su vientre y sus piernas. El silencio respetuoso que guardan los espectadores permite oír una música tenue, oriental, que no adivino de donde sale. Por deformación profesional, me fijo en la etiqueta de las botellas; son de las mías, así que cuanto antes las gasten, antes me comprarán más. Una vez más, el plasta de Golovko me interrumpe cuando estoy pensativo; me habla en ruso y me señala a la bailarina y el vino que le chorrea por las piernas. Parece que quiere que vaya con él, así que le sigo. Golovko se acerca a la pierna derecha de Yulia y empieza a lamer el vino que resbala por su pierna y por su pie descalzo. Sin saber por qué, me acerco a su pie izquierdo y hago lo mismo. El público nos aplaude y la Miss nos deja hacer, mientras sigue contoneándose al son de la música. El vino es delicioso y el cuerpo de la chica también. Cierro los ojos y, poco a poco, siguiendo el reguero de vino, voy trepando con mi lengua por la pierna de Yulia, hasta llegar a su muslo desnudo. Entonces los abro y me incorporo . Yulia se sienta en la mesa y toma una botella de vino; lo vierte formando un "río" que lleva desde su muslo derecho, donde está la lengua de Golovko, hasta su sexo. Marcándole el camino. Luego me mira, me sonríe y me empieza a acariciar el paquete por encima del pantalón. Esta claro lo que va a pasar ahora: va a chupármela y aquello va a desembocar en una orgía, en la que probablemente participen también las dos tías en tanga y todo aquel del público que quiera animarse. Pero esto ya es demasiado para mí; una cosa es follarme a dos tías en un salón de plenos y otra participar en un número porno delante de cincuenta espectadores. Me echo hacia atrás y me refugio entre el público; pensaba que iban a abuchearme, pero otro voluntario ocupa mi lugar y el espectáculo sigue sin que a la gente parezca importarle. Me alejo de allí, bastante avergonzado.

El resto de la sala está en la penumbra. Se oye ruido de besos y gemidos; algunas parejas se lo deben estar montando allí mismo, en la semioscuridad. Veo una luz a lo lejos, en la entrada, y recuerdo que allí estaban los servicios. Me acerco pensando que un poco de agua por la cabeza me vendrá bien para aliviar el mareo que me produce el exceso de alcohol y las emociones vividas.

Me interrumpe una voz conocida, hablándome en inglés.

¿Dónde vas, "espaniolito"?

Es mi amiga Anna. Está acompañada por una mujer de cuarenta y muchos, gorda y con los dientes salidos. Lleva un vestido blanco que parece bastante caro, pero que sin duda le sentaría mejor a Anna que a ella.

Te presento a la señora Ruslova.

¿La mujer del calvo?

Sí, la mujer del calvo cabrón. – contesta Anna, con cierto resquemor en la voz.

Empezamos a hablar los tres, ellas en ruso, yo en inglés. La vieja está encantada conmigo; me coge de la cintura y me soba; en lo sobona se parece a su marido, y también en lo de contarme su vida en ruso sin que yo me entere de nada. Su aliento hiede a alcohol. Una idea maquiavélica, muy arriesgada, me empieza a cruzar la cabeza. Mi mirada se cruza con la de Anna; recuerdo que antes me reprochó que no le plantara cara a Ruslov. Pues va a ver los cojones que tengo: empiezo a besar a la Ruslova en el cuello y a acariciarle el trasero. La vieja ríe estentóreamente y se pega más a mí, mientras puedo ver un brillo extraño en los ojos de Anna. Sé que estoy corriendo un riesgo enorme, Ruslov anda por ahí y la sala está llena de sus gorilas, pero es eso precisamente lo que me pone cachondo, y no las carnes blandas de la vieja, que ahora me habla en su lengua incomprensible a pocos centímetros de mi cara. Estos mafiosos rusos son como los sicilianos; ellos se follan cientos de fulanas, pero como les toques a su legítima puede haber ensaladas de tiros.

Ahora la vieja, que no me ha soltado, parlotea sin cesar con Anna. Repite un gesto de llevarse la mano a la nariz, creo que le está pidiendo droga. Pero Anna me traduce:

Dice que con todas las chicas jóvenes que hay en la fiesta como te has fijado en ella, que es vieja y fea.

Pues es verdad. Vieja y fea. Y además gorda.

Hay un refrán en mi pueblo que dice "ninguna mujer es fea puesta a cuatro patas".

Anna traduce y la vieja empieza a carcajearse de tal manera que casi se afixia. Anna me hace un gesto de que vayamos hacia el cuarto de baño. No se qué se propone, pero no me voy a rajar. Arrastro a la Ruslova cogida de la cintura, pero para acceder a la puerta del baño tenemos que pasar entre dos gorilas, que tienen la mirada puesta en el espectáculo de Yulia. Para disimular, Anna me engancha de la cintura por el otro lado; puede que no se fijen en nosotros. Al pasar delante de ellos uno me clava la mirada durante unos segundos que parecen eternidades. El corazón me late a toda velocidad. Finalmente desvía la mirada y la vuelve a dirigir al espectáculo, fingiendo que no ha visto nada.

Nada más entrar en un lujoso baño, la Ruslova se pone a cuatro patas, me mira y se ríe. Yo también me río y empiezo a hablarle, sabiendo que no se entera de nada.

¿Qué pasa, puta? ¿Quieres rabo? ¿No te lo da el cabrón de tu marido?

Ella se levanta el vestido, mostrándonos sus nalgas, orondas, blanquecinas, enmarcadas en un tanga blanco de hilo talla XL. Tiene el culo de una mujer de casi cincuenta que no ha hecho deporte en su vida. Le doy una sonora palmada, más parecida a la que se suele dar a una yegua que a la que se daría a una mujer. Anna me mira nerviosa; parece que haya tenido que aguantar muchas humillaciones por parte de la familia Ruslov, y quiere que yo sea el instrumento de su venganza. Deja el bolso en el suelo, al lado de la vieja, y empieza a buscar algo; mientras, ésta se ha bajado también el tanga y me muestra su coño babeante mientras me mira sonriente. Estoy empalmado y con ganas de follármela, me bajo los pantalones mientras veo lo que se propone Anna: ha preparado una raya de cocaína en el suelo de baño, y ofrece a la Ruslova un billete enrollado para que se la meta. El suelo está lleno de agua sucia, pero a la vieja parece no importarle y se mete el tiro, emitiendo un sonido nasal. Es el momento que elijo para penetrarla. Ella se gira, me mira con los ojos brillantes por la droga y se ríe a carcajadas. Anna también me mira con ojos brillantes, en su caso por la sensación de ver a la mujer del gran capo mafioso puesta a cuatro patas en un servicio mugriento y penetrada por un don nadie. Empieza a insultar a la vieja en ruso y en inglés; le dice de todo: puta, borracha, drogadicta, asesina y un montón de cosas más que no entiendo. Pero la otra sigue riéndose a carcajadas, con su risa estentórea y bobalicona. Entonces Anna empieza a abofetearla. Sigo agarrado a las nalgas de la Ruslova, follándole el coño a gran velocidad, mientras los tortazos suenan cada vez más fuertes:

¡Plas! ¡Plas!

La vieja empieza a sangrar por la nariz, no sé si por la raya que acaba de meterse o por los bofetones de Anna. La verdad es que la chica tiene los dedos llenos de anillos y le estaría haciendo bastante daño, si no fuera por lo borracha y drogada que va. Yo estoy excitadísimo, y siento cercano el orgasmo. Esta siendo uno de los mejores polvos de mi vida, y no es el cuerpo fofo de la Ruslova lo que me excita. Tampoco la satisfacción de ver a Anna tomándose su particular venganza. Es el hecho de joder a Ruslov, de deshonrar a ese pretencioso asesino violaniñas, me imagino la cara de ese tiparraco con su sonrisilla autosuficiente y cómo poco a poco le brotan dos cuernos de la calvorota, el tío sigue sonriendo y prendiendo cien dólares en las velas de la mesa para encenderse el puro, y sin que se dé cuenta le han salido dos astas de toro de la calva, ¡jódete, Ruslov, que me estoy follando a tu mujer!, ¡jódete, calvo de mierda, que mañana te torean en las Ventas!. ¡Podrás tener todo el dinero que quieras, podrás follarte a todas las fulanas que quieras, incluso a las adolescentes, pero siempre serás un cornudo, cuando quiera volveré a Rusia a follarme otra vez a tu mujer!. Pensando en estas cosas, repentinamente, me viene el orgasmo y descargo mi esperma dentro del cuerpo de la Ruslova. Me temo que ya no está en edad de procrear, pero cuánto me gustaría hacerle un hijo a la tía esta y que Ruslov tuviera que cargar con él, que tuviera que criar al fruto de sus cuernos.

Me relajo un poco y, ayudado por Anna, vestimos a la vieja e intentamos ponerla de pie. Apenas se sostiene, pero se sigue riendo; intenta besarme pero aparto la cabeza a tiempo. La sangre que le brota de la nariz como un torrente le mancha el vestido blanco. Anna y yo nos miramos: ha llegado el momento de desaparecer de allí antes de que la cosa se complique.

3

En la calle, está amaneciendo y la temperatura ha bajado; estaremos por los quince bajo cero. Mi avión sale dentro de cinco horas y no tengo ni idea de donde está el hotel. Tampoco sé donde está Viktor, que teóricamente debería acompañarme.. No pasa ni un taxi, ni un coche, ni un alma a quien preguntar. Por fin veo una silueta femenina, que rápidamente me resulta familiar: es la cría rubita que acompañaba a Ruslov. Lleva un abrigo de piel cortito, pero la minifalda es más corta todavía y no se ve, dando el aspecto de que va en bragas. Camina con paso vacilante, sin duda por culpa del alcohol. Me da un poco de pena, a esta hora, sola por la calle, cualquiera podría violarla. Aunque probablemente la hayan violado ya en la fiesta.

Me acerco a ella.

Perdona, ¿puedes ayudarme? – le digo en inglés.

La pobre está tiritando, los labios le tiemblan de frío.

¿Qué, te lo has pensado mejor?

¿Qué?

Lo de llevarme a España y hacerme puta. – me dice con una sonrisa.

Su respuesta es una bofetada, pero por lo menos me ha sonreído. No sé por que esta chica siempre está tan seria, con la sonrisa tan bonita que tiene.

No, quería pedirte que me ayudaras a encontrar mi hotel – le entrego una nota con el nombre. - ¿sabes llegar?

Sí – responde escuetamente.

Echamos a andar por las calles desiertas y heladas, uno al lado del otro. Casi no hablamos.

¿Tu dónde vas? ¿Te pilla de camino?

A tu hotel.

Parece que hayamos acordado tácitamente que nos vamos a acostar juntos. Me siento como una escoria: he criticado, he odiado a Ruslov y a los demás mafiosos por aprovecharse de jovencitas y yo voy a hacer lo mismo a la primera oportunidad que se me presenta. Miro a la chica de refilón según caminamos: lleva el pelo un poco revuelto; los ojos cansados por el sueño y el alcohol; la boca, temblorosa, porque está muerta de frío, porque va vestida como una zorrita y su abrigo poco puede hacer contra el clima gélido de los Urales; pero a pesar de todo, tiene algo, un aire de dignidad, de estar por encima del mundo de fiestas, droga y corrupción en el que se mueve. De ser la dueña de su destino.

¿Por qué me miras? ¿Te gusto? ¿Te parezco bonita?

¿A qué viene eso?

Dime, ¿te gusto?

No contesto.

Yo creo que sí, que te gusto.

Tiene razón. Ahora me doy cuenta de que me gusta desde el primer momento que la he visto. Por eso me tortura la idea de que sea una fulana al servicio del mafioso de turno. Cuánto me hubiera gustado conocerla en otro lugar y en otras circunstancias. Pero la vida es así, yo me voy dentro de unas horas de esta tierra para siempre y no me la voy a llevar aunque se empeñe.

Por cien dólares me lo puedes hacer por detrás. Soy virgen por ahí.

Trago saliva ante este nuevo ofrecimiento, pero no digo que no.

¿No me lo entregarías gratis?

Gratis te entregaría mi corazón. Por lo otro tienes que pagar.

Ya en la habitación, me doy cuenta de que no he preguntado al recepcionista por Viktor. Me siento incómodo allí con la niña. Doy los grifos del baño con intención de ducharme, pero el agua sale templada y no me animo. En cambio a ella no parece importarle. Mientras se ducha, pongo la tele y echo un vistazo sin muchas ganas a los canales internacionales; aquí son las ocho de la mañana, pero en España y en Europa Occidental todavía es noche profunda.

Entonces la veo llegar. Descalza. Cubierta sólo con una toalla enrollada a la altura de sus pechos, que muestras sus piernas pálidas pero bellas hasta casi la altura de su sexo. El pelo mojado, la expresión seria como siempre, la mirada inocente. Parece un ángel bajado del cielo, pero yo se bien que en realidad es una prostituta.

Se sienta el la cama a mi lado, sin dejar de mirarme. Le acaricio el rostro, nos besamos. Recorro con mis manos sus formas, sus pechos, su trasero. La toalla se ha caído y aprovecho para recorrer a besos su cuerpo hasta que llego a su coñito. Se lo como un rato y ella se deja hacer, pero tampoco gime ni hace ningún signo de que le esté gustando, por lo que desisto. Entonces me levanto, me termino de desnudar y le muestro mi pene erecto. Ella lo coge, se lo mete en la boca y empieza a hacerme una mamada muy profesional, mientras con la mano me acaricia los huevos.

Look at me (mírame)- le pido.

Ella obedece. Sus ojos son marrones, un poco rasgados. Un poco felinos. La dejo hacer un rato, pero luego la cojo y la arrojo sobre la cama. Me tumbo sobre ella y la penetro. El tacto de su piel, su calor, su aliento, todas las sensaciones que me llegan de su cuerpo son deliciosas. No puedo evitar besarla compulsivamente el rostro y los labios mientras follamos. Ahora sí, ella ha empezado a gemir, se abraza a mí, me araña en la espalda. No sé si es que le está gustando o si hace lo mismo con todos, y me da mucha rabia no saberlo.

Cuando creo que es suficiente, me levanto. Ella parece entender que ha llegado la parte del "trato" y se da la vuelta, arrodillada sobre la cama, con el culo en pompa. Ofreciéndome su agujero trasero. Me quedo un rato pensando "lo hago o no lo hago". Ella me mira muy seria desde su posición. Empieza a acariciarse el sexo y luego pasa a acariciarse el ano. Se introduce un dedo sin demasiada dificultad. Trago saliva y acerco lentamente mi miembro a su culo; ella me mira y me sonríe, por segunda vez en toda la noche. La penetro por detrás suavemente; coloco mis manos en sus caderas y empiezo el movimiento con mucha delicadeza. Su esfínter ofrece bastante resistencia, pero no me creo que sea virgen por detrás. Ella se acaricia el coñito, se masturba el clítoris mientras la sodomizo. Poco a poco voy cogiendo más velocidad y llegando más profundo, ella me pide más, me grita, está extasiada, se frota el clítoris con fuerza y hunde la cabeza en la almohada. Sus gritos me excitan y la penetro cada vez más fuerte, sintiendo las gotas de sudor resbalarme por la frente. Entonces noto como todo su cuerpo se estremece y escucho sus gritos ahogados por la almohada. Acaba de correrse. Pero yo todavía no, así que sigo follándomela; la cojo del pelo y le giro la cabeza: ella se pasa los labios por la lengua y se los muerde; todo muy profesional, pero su orgasmo ha sido verdadero. Sigue masturbándose aceleradamente y gritándome y yo sigo penetrándola, siento que me falta poco, me caigo encima de ella y la muerdo en el hombro, entonces noto que me corro, ella también, estallamos los dos en un orgasmo simultáneo acompañado por la banda sonora de sus gemidos y caemos exhaustos sobre la cama.

Quedamos un rato en esa posición, ella tumbada de espaldas a mí y yo abrazado a ella. Me tomo la molestia de cubrir con las sábanas nuestros cuerpos desnudos. Empiezo a hablarle al oído en inglés, casi en un susurro. Le pido disculpas, no sé bien por qué, mi discurso es inconexo y me siento un poco ridículo. Pero al rato me doy cuenta de que es inútil; se ha quedado dormida.

Me levanto y miro el reloj. Queda apenas una hora para que salga mi vuelo; el tiempo justo para vestirme y llamar a un taxi. En unas horas estaré en Moscú y pasado mañana en Madrid, y no volveré a ver a esta chiquilla. Probablemente se olvide pronto de mí, pero, ¿me olvidaré yo de ella?. Dormida, con los ojos cerrados y la respiración pausada, parece todavía más niña. Me siento como una basura cuando dejo 200 dólares en la mesilla de noche, 100 por los servicios prestados y 100 de propina. A veces la prostitución es más degradante para el que compra que para el que se vende. Antes de marcharme, se me ocurre fisgar en su bolso y buscar su documento de identidad. Lo encuentro; tiene 17 años recién cumplidos.

Acabo de tirarme a un bombón de 17 años y siento que las lágrimas me vienen a los ojos, pero las contengo. Desearía despertarla y pedirle que deje esa vida, que se apunte a la Universidad o que busque un trabajo, que se busque un novio de su edad, o que se venga a España conmigo pero a trabajar, no a prostituirse, a vivir juntos y ser felices. Pero creo que no sería justo; mi jefe se cree mi padre y me molesto, ¿quién soy yo para creerme el padre de esta chica?. Mañana ella estará con el Ruslov de turno y yo seguiré vendiéndole vinos a imbéciles que se creen que tienen clase por poner un Ribera en su mesa. Daría la vida porque no fuera así, pero me temo que para ella no he sido más que eso: otro cliente.