Vino. 4
- Puedes pedirle ayuda económica a tu padre.- Clara sonrió con la mirada baja, para sí misma, como si le hubiera venido a la mente un secreto que nadie más conocía.
- Puedes pedirle ayuda económica a tu padre.- Clara sonrió con la mirada baja, para sí misma, como si le hubiera venido a la mente un secreto que nadie más conocía. - Mi padre no es tan generoso con su dinero. Además sus inquietudes no son precisamente culturales. Digamos que prefiere invertir en habanos. Una botella de vino casi vacía junto al ambiente que comenzaba a calde
arse y enrarecerse por la cantidad de gente fueron suficiente motivación para decidir dar un paseo hasta la costa a tomar el aire fresco de la noche. Se escabulleron entre las mesas con manteles de hule pasados de moda y un “adiós mi niña, recuerdos a tu padre y la próxima les sirvo unas garbanzas” de la dueña del guachinche sonando de fondo. Subieron en la moto y se alejaron de aquel lugar recorriendo un pequeño trecho de autopista hasta alcanzar de nuevo la carretera, sinuosa en algunos tramos, siempre en suave descenso. En cada aceleración, Julia sentía el corazón de su pasajera latir desbocado en su espalda.
Le gustaba esa sensación. Habría alargado la carretera sobre el mar para seguir sintiendo sus latidos mezclados con el aire y su perfume. Rebasaron la última curva y tomaron un desvío que las condujo por una calle asfaltada hasta concurrir en un camino de tierra, algo descuidado desde las últimas lluvias, que desembocaba en la costa pedregosa. Detuvieron la moto más allá del faro que se alzaba imponente, blanco, desafiante entre tanta llanura y oscura roca y se adentraron entre los pequeños charcos que reverberaban bajo la luz de la luna. Julia se aventuró a sentarse en una de las rocas que sobresalía desafiando a los minúsculos cangrejos que aparecían y desaparecían entre los microscópicos orificios que adornaban la piedra moteada por un tono verdoso. Clara la imitó, con algo más de reparo, buscando con sumo cuidado el lugar apropiado para sentarse, sin agujero alguno. Permanecieron en silencio, disfrutando del batir de las olas, perdidas en sus pensamientos, sin sensación de incomodidad, sin prisa, hasta que Clara empezó a hablar en voz baja, como si lo hiciera para sí misma, con la vista perdida en los destellos que la luz del faro desprendía en el mar: A veces echo de menos todo esto, el mar, las puestas de sol, las montañas que nos guardan las espaldas.