Vínculos Prohibidos
Una vida con una pareja no aceptada por el sistema...
Vínculos Prohibidos
(Un Domingo en nuestras vidas)
Amanecía perezosamente el nuevo día, era Domingo, el día semanal de descanso por excelencia, en el jardín interior de la casa, los pájaros que se posaban en algunos de los arbustos florales, comenzaban ya a hacer sus reclamos. No había ningún otro sonido, todo estaba tranquilo. El día anterior, Sábado, habíamos ido al cine a ver una película, una comedia. La idea había sido quitarnos el estrés de la semana. Luego nos venimos hasta mi casa, conversamos unos momentos sobre diversos asuntos y posteriormente decidimos irnos a la cama. Ahora el nuevo día despuntaba, y con él venían a mi mente algunas preguntas: ¿Qué vamos a hacer este día? ¿Podemos hacer esto o bien lo otro? ¿O será mejor quedarnos en la cama haraganeando hasta que ésta nos hastíe para luego tener necesariamente que levantarnos? Estuve así, pensando bastante rato, luego el sueño volvió a ganarme la partida y me quedé dormido. Desperté nuevamente cuando eran ya las ocho de la mañana. Tuve la intención de hablarle a Giselle pero me detuve, pensé que estaba bien que descansara, que se repusiera un poco del trajín agotador de la semana. Me levanté, con mi remera blanca y los shorts que utilizaba para dormir, bajé a la primera planta, a la cocina, a servirme algo para comer. No encontré nada que me apeteciera aunque, a decir verdad, no sé que era lo que esperaba encontrar. Al final acabé tomando un vaso con jugo de naranja y me dirigí a la mesa de vidrio del comedor. Allí sobre la mesa estaba aquel libro que hablaba sobre el cosmos, con unas fotos en colores, muy detalladas y vistosas; fotos de galaxias, nebulosas, estrellas; y unas cuantas de la tierra tomadas desde un satélite. Mientras me deleitaba viendo las imágenes de aquel libro una vez más, Giselle bajó, descalza, vistiendo aquella minúscula pijama que dejaba siempre en mi casa precisamente para utilizarla cuando se quedaba a dormir, lo cual solía ocurrir con bastante frecuencia. Se acercó a mí, me estampó un beso de buenos días en la boca, y se fue a la cocina para ver qué encontraba y así poder acompañarme a la mesa donde estaba entregado a la lectura.
Aún cuando estaba recién levantado, el ver a Giselle así, como soñando, entre distraída y soñolienta, me causaba cierta inquietud sensual, y el deseo de querer disfrutar con ella un momento de agradable placer sexual me exacerbaba, me inquietaba.
Giselle comprendió que yo me estaba excitando, me tomó de la mano y me dijo que luego nos iríamos a la cama nuevamente para que le hiciera lo que yo quisiera.
Regresamos de nuevo a la recámara, abrazándonos y besándonos mientras subíamos las gradas que nos conducían a la segunda planta. Una vez en la recámara, después de quedarse desnuda, se subió a la cama, se colocó de rodillas, dándome la espalda, luego se agachó hasta apoyar su cabeza en la almohada, dejando sus nalgas levantadas, mostrándome la cuevecita de su ano y sus testículos, colgando insinuantemente junto con su verga. Era un cuadro delicioso; aquello era una oferta tentadora que no se podía despreciar. Me desnudé, mi pene comenzó a ponerse erecto, me acerqué hasta ella, con mi mano comencé a acariciarle suavemente los testículos, noté que su verga se iba poniendo también rígida. Mi mano dejó sus testículos y se dirigió hasta su verga, la atrapé, y sentí el enorme placer de tener en mi mano aquella tibia rigidez, comencé a masturbarla mientras con la otra mano acariciaba el agujerito de su ano, pude darme cuenta de que aquello le gustaba, pues su verga se puso aún mas dura, más rígida. Estaba muy excitada y yo también lo estaba. Aquella cuevecilla que me mostraba tan ansiosamente despertó en mí el deseo de lamerla de besarla. Y así hice. Lamí con fruición aquel delicioso agujero tuyo buscando darte placer. Al mismo tiempo me masturbaba ansiosamente. De pronto sentí que ya no podía más, dejé tu agujerito y te pedí que te dieras vuelta para que quedaras bocarriba. En aquel momento ya no me fue posible aguantarme más y caí sobre ti. Con mi boca busqué desesperadamente tu pene para mamarlo, saborearlo, disfrutarlo y darte todo el placer que te merecías. Lo lamí rápido al principio, luego despacio, rítmicamente, saboreándolo, sintiendo su rigidez dentro de mi boca hasta que por fin hizo erupción, emitiendo todo aquel torrente de blanca lava caliente. Quedaste agotada, tu pene perdió rigidez y cerraste los ojos durante algunos minutos. Luego los abriste, tenías en tu rostro de niña la expresión de una gran satisfacción, me abrazaste y nos besamos en la boca. Entonces me dijiste que querías ser mía, querías que te penetrara, que te metiera mi verga en el agujero de tu ano. Te diste vuelta, levantaste tus nalgas y, nuevamente quedó ante mí aquella deliciosa cueva de placer. Te la lubriqué metiéndote mi dedo con crema, lo cual repetí varias veces pues cada vez que lo hacía gemías suavemente de goce. Me acomodé detrás de ti, tomé mi verga con mi mano derecha mientras con la izquierda hacía presión en tu ano para facilitar la entrada de mi miembro. Al principio te dolió un poco pero después se fue deslizando suavemente, luego comencé a moverme rítmicamente, acompasadamente, sin parar. Sintiendo la tibia calidez de tu oquedad en mi verga, aquello era simplemente delicioso, gozoso. Llegó el momento, no me era posible continuar deteniéndome, expulsé todo mi vigor dentro de ti entre gemidos de placer de ambos. Fue algo bello, hermoso, ¡Qué placer tan maravilloso!
El resto de aquel día domingo fue de completa placidez, fuimos a tomar el almuerzo a un restaurante en una zona apartada de la ciudad. Por la tarde rentamos dos películas nos fuimos a mi casa, nos acomodamos frente al televisor y continuamos haciéndonos algunos cariños mientras el tiempo fluía apaciblemente
Giselle, te agradezco que hayas aceptado que contara la experiencia de uno de nuestros fines de semana
Los que critican este tipo de vínculo simplemente no saben lo que esto significa. Hay cosas de las cuales no se puede opinar si jamás se han vivido.