Villa Imaxinación II

Bertu y Bras son dos hermanos gemelos con una madre de una imaginación desbordada, habitan una villa alejada de la civilización donde pueden dar rienda suelta a sus instintos. Continuación del icónico relato de Gambito Danés.

NOTA: Este relato es una continuación de: https://www.todorelatos.com/relato/147526/ Recomiendo totalmente la previa lectura de ese para la comprensión del presente. Al final hay muchas notas.

  • Tienes razón, Brass.

Dijo Bertu, y la frase instauró un silencio sepulcral por varios minutos. Su hermano no había abierto la boca durante toda la comida. Padre, madre, abuelo, instituriz y sirvienta estaban en la habitación consternados. No lo habían dicho nunca, pero todos temían en mayor o menor medida que la condición de la madre se heredara a los hijos. Nada más lejos de la realidad. Los hermanos habían comenzado ese juego de fingir que podían escuchar los pensamientos del otro y comunicarse sin palabras. Pero sólo lo hacían para mortificar.

  • Si nosotros tuviéramos un corazón puro, también podríamos oírlo. Expresó con infinita congoja Julia, madre de ambos.

Hanna hizo una mueca de desaprobación que pasó inadvertida para los comensales. Era domingo, pronto Eusebio y Efrén regresarían a la ciudad y su esposo, Pedro, tendría que llevarlos en auto. Sabía que era innecesario el acompañamiento, pero seguramente lo hacía para escapar del destierro en que vivían, quién sabe, quizá hasta se iba de putas y por eso siempre regresaba el lunes a medio día.

Habían pasado 2 semanas de la felación que Ana le realizó a Bertú y del asalto que había sufrido la señorita Hanna por parte de Brass, ambas temían ardorosamente que el avance de ambos muchachos supusiera el inicio de una época de acoso innimaginable por parte de los jóvenes, pero nada de eso ocurrió, al contrario, parecían totalmente satisfechos y se limitaban a restregarse ocasionalmente contra ellas cuando la situación se prestaba, pero no exigían más. Si ellas hubieran forjado una alianza y establecido un frente común, habrían llegado a la conclusión lógica de que ambos se desahogaban con alguien más, pero no lo hicieron y sencillamente agradecieron la tregua.

Por su parte, Julia no había repetido la sesión de sexo intensivo desde aquella vez. No se mostraba reticente a masturbar y dejarse tocar libremente por los gemelos; sin embargo, cuando ambos intentaron penetrarla nuevamente, ella dijo con voz dulce y suave:

  • Los anemoi observan, amores míos.

Era cierto que un fuerte sentimiento de respeto (y muy en menor medida, culpa) limitaba la conducta de los hermanos. No obstante, el haber experimentado ese episodio de amor y sexo con su madre les había abierto los ojos: había un mundo completo de posibilidades que podían explorar con Ana y Hanna, si jugaban correctamente. Por eso habían cesado (y reprimido) todo ataque frontal, al menos de momento. Sin jamás mencionar el placer que Julia había regalado a ambos, platicaron noches enteras cómo podían establecer un sistema en el cual saciaran y disfrutaran plenamente en su pequeño mundo a voluntad.

Después de un mes de pulir detalles y calcular movimientos, todo estaba previsto. La estrategía parecía trazada por el mismísimo Raúl Capablanca*. Primero, la disposcisión de los efectivos: los dos gustaban de ambas presas, pero no con la misma intesidad. Bertu sentía una fascinación exhuberante por Ana y Brass, por Hanna; entonces, para evitar que sus pasiones obnubilaran sus acciones (lo cual pondría en riesgo toda la operación), ambos decidieron intercambiar objetivos. Claro, para la efectividad del ataque no sólo no era un impedimento, sino que favorecía que ninguna de las dos presas supiera con exactitud quién era su atacante. Ahora bien, la táctica: con Ana, un asedio lento, pero constante, sin sofocar (siempre se le dabe dar margen a la víctima para que no pueda calcular cuándo caerá precisamente en la trampa). Con la maestra convenía más ataques frontales, intensos pero más esporádicos.

El plan era quebrarlas a ambas, pero la ejecución debía ser opuesta: mientras que Ana debía ser sometida por una voluntad mayor a la suya; Hanna debía de claudicar por el propio peso de sus convicciones. Tenían incluso planeado cómo continuarían una vez que sus presas se vieran subyugadas y sometidas a todos sus caprichos y designios, pero mejor mostrarlo a adelantarlo. Y así comenzó.

Por una razón antropológica, al mismo tiempo obvia y compleja, decidieron comenzar en lunes la ejecución. Eran apenas las 8 de la mañana (en la villa, la vida comenzaba temprano) y Ana se encontraba presurosa en la labor de preparar el desayuno, cuando Brass, sigiloso y certero, la aprisionó con sus brazos joviales. El paquete del muchacho quedó obsenamente recargado contra las nalgas de la guatemalteca.

-Buenos días, querida - susurró a su oído.

Era cierto: no era la primera vez que la manoseaba alguno de los gemelos, pero sí la primera que lo hacían con tal sensualidad. Espero alarmada el siguiente movimiento sin siquiera contestar, para frenar en seco cualquier avance, pero en eso el gemelo se despegó de su cuepo y azotó fuertemente su culo a manera de despedida.

Ana ni siquiera se percató en qué momento se había quedado sola en la habitación, se detuvo un momento en sus quehaceres. Fue hacia el lavabo y se refrescó el rostro. Su corazón le taladraba el pecho. Su cuerpo se negaba a la tranquilidad, había sido invadida en igual medida por miedo y excitación, sí, eso era: se había calentado y asustado a partes iguales. Pero ¿por qué? Durante toda la mañana, el calor del azote de Brass la acompañó, no porque hubiera empleado demasiada fuerza, sino porque la había descolocado el ataque. Sin saber cómo, esa sensación la revestía de felicidad. No podía distinguir quién la había atacado en la cocina, pero quería creer desesperadamente que había sido Bertu. Incluso al servirles el desayuno, se sonrojó como una colegiala cuando les acercó los platos a los gemelos. Sin embargo, temerosa de algún otro osado avance, no permaneció mucho tiempo sola, ese día, no quería ser víctima nuevamente. Pero tampoco era el plan.

Las clases de la señoríta Böhm seguían tan monótonas como siempre. La maestra austriaca no había relajado un ápice su disciplina. Y ambos chicos hacían un excelente papel fingiendo que no notaban el hipnótico vaivén de los enormes pechos, o lo apetecible del culo enfundando en la falda de velorio. 6 horas fueron una eternidad, pero al marcar el reloj las 4. Ambos jóvenes recogieron sus cosas y salieron disparados de la diminuta aula. La lección había corrido medianamente bien, así que Hanna no vio mal dejarles la tarde libre. Ya casi se olvidaba del acontecimiento en el pasto y el joven.

Con parsimonía estaba recogiendo sus cosas cuando un par de golpes en sus apetecibles nalgas la desarmaron. Por acto reflejo se dio la vuelta, sólo para toparse con el cuerpo ardiente de Bertu, quien atacó decidida y brutalmente: acercó con velocidad y furia su rostro al de la señorita Böhn mientras sujetaba sus mejilas con ambas manos. A la institutriz austriaca el avancé resultó fulminante, sólo atinaba a poner las manos en el pecho del joven e intentar mantener los labios cerrados, frente a la agresiva boca que forcejeaba. Sin embargo, el muchacho la empujó hasta tenerla pegada al escritorio, y una vez ahí, la cogió de las piernas para obligarla a subir. Hanna era un oxímoron: sus manos golpeaban pecho y rostro de su atacante, pero sus labios devolvían mordiscos y lamidas, así que sólo faltaba rematar la posición, para que en movimiento de alfil y caballo la derrota fuera inminente: Bertu levantó las rodillas de su profesora casi a la altura de sus hombros, con lo que obligó a la mujer a apoyar las manos en la mesa para no caer, ¿el resultado? ambas pelvis en contacto casi directo (el pantalón de uno y las bragas de la otra eran la barrera entre ambos sexos). Continuaron un par de minutos besandose con la rabia de dos amantes que se detestan. La señorita Böhm no tuvo tiempo de pensar al inicio del asedio, y ahora parecía que el tiempo era una vorágine de pasión, no pensaba: sentía, y lo que sentía era a un macho desbocado comiéndole la boca y una verga en crecimiento presionando contra su vagina. Si hubiera tenido un respiro, su moral se habría impuesto, pero no lo tenía, Bertu tenía claro que cualquier señal de tregua podría comprometer la misión, así que intentó mantener la calma (en la medida de lo posible) en la situación. Tenía que lograr que la señorita se entregara, lo deseara, fuera partícipe del acto. Y no era tan difícil, ya comenzaba a menear suavemente sus caderas contra su pene.

Haciendo gala de su fuerza juvenil, empujó a Hanna sobre el amplio escritorio, tirando al piso hojas y bolígrafos, y se colocó sobre de ella, separó sus labios y la miró a los ojos: declaró su victoria sobre su presa con una lapidaria consigna: Eres mía.

Hanna Böhm nunca había oído esas palabras en su vida, pero sin saberlo había fantaseado con ellas, con entregarse totalmente a un hombre que la poseyera porque podía darle todo lo que necesitara. Bertu sujetó sus mejillas con fuerza, provocándole un embriagador dolor y obligándola a abrir la boca, escupió dentro y comenzó a morderle el cuello. Hanna disfrutó mucho el maltrato y el buen trato que su cuerpo estaba teniendo, con sus manos acariciaba, intentaba arañar la espalda del gemelo, pero la camisa se lo impedía, así que comenzó a subirsela, quería romperla, desbaratar toda la ropa del chico y lamerlo desde la punta del pie hasta las cejas. Bertu se despojó de la camisa, bajó del escritorio y de un tirón le sacó la falda a su maestra: era por lo menos una talla mayor de la que debía usar. Como la paciencia no premia en estos casos, la suerte de las bragas no fue la misma y terminaron rasgadas en el piso. Con la prisa de un condenado también se despojó del pantalón (calzoncillos no traía, por si algún despistado lector no lo había notado) y volvió a subirse sobre su maestra, quien durante la pausa había aprovechado para desprenderse del resto de sus prendas y se encontraba totalmente desnuda. El joven apuntó su verga a una muy mojada vagina y empujó, idealmente quería penetrarla de un golpe, pero apenas el glande ingresó, un gemido desgarrador, piernas y manos (ahora sí) lo detuviéron. Hanna no había sido penetrada en mucho tiempo y a su coño le costaba acostumbrarse al nuevo invitado a pesar de la excesiva lubricación.

-Espera, despacio... Jadeó (¡rezó?) la maestra.

-Pídamelo por mi nombre

Hanna sólo tuvo que pensárselo medio segundo para estar completa y llanamente segura de su respuesta: Brass, despacio

Bertu sonrió irónicamente, el plan había sido perfecto en planeación y ejecución, y eso lo excitaba casi tanto como la disposcición de su maestra.

-¿eres mía?

-Sí, Brass, soy toda tuya... respondió ahogadamente mientras los labios reanudaban su batalla.

el bombeo fue quizá un poco más agresivo de lo necesario, Bertu penetraba a Hanna un poco, retrocedía y trataba de ganar terreno. La sensación era magnífica para ambos, la estrechez parecía masajear y estimular brutalmente al joven y la resistencia natural de la mujer la hacía sentirse completamente llena por esa polla que poco a poco la invadía.

Cuando ambas pelvis se tocaron, por fin, Hanna no pudo reprimir un jadeo profundo, que era placer, que era felicidad, que era la vida misma entrando por su vagina y el movimiento del joven estimulando su clítoris como nunca había pasado (esa zona estaba prohibida), y era la fuerza con que la penetraba el joven. Pero la felicidad y el dolor y el placer (y la vida misma) no pueden ser eternos. Bertu eyaculó con abundacia sin avisar dentro del coño de la señorita Böhm, y esta al sentir la simiente joven y tibia de su amante estalló en un orgasmo escandaloso. Ambos gimieron, se mordieron y trataron de respirar nuevamente después del climas.

Pasaron unos minutos más, uno sobre la otra, besándose, acariciándose, entregándose a las delicidas de la relajación post-coito. Hasta que Bertu sacó su pene de la vagina que con tanta hospitalidad lo había recibido, escaló la posición hasta poner sus rodillas a rodeando la cabeza de su maestra, y empujó su pene contra unos labios dubitativos.

El sabor y el olor eran demasiado fuertes para Hanna Böhm, pero eso mismo la excitaba de una manera imprevista, lamio y chupó con un ímpetu inucitado, con las manos sujetaba las nalgas del joven impidiendo que fuera a retirar de su boca el regalo que le hacía. Fue tal el entusiasmo demostrado que Bertu descargó una segunda vez, Hanna Böhm hizo lo que pudo para evitar ahogarse y tragarse todo el semen del joven, pero inevitablemente un poco se escapó por la comisura de sus labios. Cuando Bertu decidió que estaba satisfecho con la labor mamatoria de la maestra se levantó y comenzó a vestirse. Ella quedó unos segundos más acostada, en un estado casi de shock tratando de asimilar lo ocurrido. Acababa de conocer a otro Hanna Böhm, que no le desagradaba del todo, pero que la aterraba.

Cuando el joven terminó de recomponer sus ropas, ella apenas estaba enfundándose la mortuoria falda. Anonadada. Bertu la tomó (con suavidad, por esta ocasión) de la barbilla y la besó con ternura a modo de despedida. Salió del salón.


*José Raúl Capablanca: ajedrecista cubano, que era un verdadero crack, durante 8 años nadie pudo ganarle una partida de ajedrez.

Qué tal, buenas tardes. He vuelto para sorpresa de todos, pero principalmente para sorpresa mía. Si no me conocen, os invito a leer mi serie anterior (inconclusa, btw) que me parece bastante decente. He estado en contacto con Gambito Danés y me autorizó escribir secuelas de algunos de sus relatos. No es que legalmente requiriera el permiso, pero la educación va primero caballeros. Así que éste será el primero de una serie de relatos en donde continuo o concluyo capítulos de uno de mis escritores favoritos.

Gambito fue sumamente comprensivo y considerado, y sólo me ha impuesto una condición que, a decir verdad, me ha sorprendido: no puedo mostrarle los borradores de mis relatos hasta haberlos publicado. Apartir de la publicación de este relato, la publicación en mi perfil será frecuente, así que también les invito a seguirme, me pueden escribir a mi correo, ahí está para eso. He de decir que siempre recibí muchísimas muestras de apoyo y afecto (y algunos correos ciertamente perturbadores, pero qué se le va a hacer, es internet).

Por último, quiero aprovechar esta pausa publicitaria para reconocer aquí la huella que Gambito Danés, Nokomi, Escritor de invierno y Talibos han dejado en mí, y que ellos 4 me han impulsado y forjado para publicar en este sitio.

Dicho lo cual, me retiro. Pronto más relatos, lo prometo. Déjenme en comentarios qué les parece la iniciativa y si ustedes consideran que hay alguna serie inconclusa por acá que les gustaría terminar y quizá pueda llegar a un acuerdo con el autor (eh, que no se vale mencionar mi propia serie, que esa la terminaré en algun momento yo solo jaja). Saludos!