Vigilando a la familia, cap.3

Las sorpresas sobre su familia siguen sobrecogiendo a Ana María

Me miraba a mi misma y no me veía. La situación era surrealista, era yo quien estaba en esta circunstancia pero no me reconocía, me observaba como si fuera otra persona. ¿Cómo había estado tan ajena a todo?, ¿Cómo había vivido mi vida tan monacal, tan recatada, tan reprimida (esa era la palabra) sin descubrir los placeres? Y por último, ¿qué sabía de mi familia, de mi amiga Chari, de todo?.

Ahora mismo, era un ejemplo de ese “viaje astral”. Estaba en casa de Chari, las dos sentadas en el sofá. Yo estaba roja como la grana contándole lo que había visto en casa, entre mi hijo Luis y Carmen, la señora mayor que se encargaba de la limpieza y de la casa. Le contaba como la había tratado, como ella no sólo aguantaba sino que parecía disfrutar inmensamente. Como yo misma estaba escondida en la galería del primer piso mirando, tocándome, sufriendo y gozando. Pero, al mismo tiempo, Chari se había levantado la falda, había metido su mano bajo las bragas y se estaba tocando, descarada, mirándome. Yo hablaba y veía su mano moverse, tocar, su cara de placer. Y me notaba…

-          Entonces, ¿no te quedaste a ver como la follaba?

-          No pude, no me atreví. Aprovechando que él se echó en el sofá y ella se fue a la cocina me escapé en silencio y me vine.

-          Seguro que caliente como una perra. Te perdiste ver a tu Luis follándosela.

-          Bueno, ya se corrió en su boca, no sé yo si luego…

-          Jajaja, que poco conoces a tu Luis. Seguro que en media hora la estaba llamando, o la buscaba en la oficina. Como si lo viera, la habrá apoyado en la encimera, le habrá bajado las bragas, le habrá calentado bien el culo con su mano o con algo mientras la perra de Carmen se corre y gime. Luego le habrá puesto la polla en su culo y la habrá penetrado sin más. Así le gusta a ella...

-          Pero, Chari, ¿tú lo imaginas? ¿Cómo sabes tú eso, como lo hace Luis, como es Carmen?

-          Pero que inocente eres, hija, anda ven, cómemelo.

La miré con ojos muy abiertos, se había abierto más de piernas, se había apartado las bragas y me pedía que yo…

-          ¿Qué? Tengo que hacerte como a Carmen, ¿tengo que azotarte para que obedezcas?

-          Chari, por favor, yo nunca…

-          Sí, ya se, nunca te has comido un coño. Ni nunca te habías corrido en mis dedos, ni habías visto mamarla a tu nena, ni a tu Luis ser tan cabrón como es. Pero todo eso lo has hecho ya y te queda mucho por ver. Ahora ven y chupa, que mira como lo tengo.

Yo miraba como hipnotizada. Estaba muy depilado, labios no muy grandes, sonrosados, clítoris salidito, se veía muy mojada. Nunca había mirado un coño así. Ni el mío. Me acerqué poco a poco y cuando estaba casi entre sus muslos me cogió por la nuca y me acercó, suave pero firme. El olor me embriagó. Ese olor sí lo conocía, parecido al que yo tenía ahora casi siempre, el que tenían mis bragas. No pude resistirlo y le pasé mi lengua por sus labios entreabiertos.

-Ummmmmm, cabrona, que bien lo vas a hacer. Lo llevas en la sangre. Solo necesitas liberarte. Así lámelo, adóralo, mete la lengua. Ahora el clítoris, rodéalo con la lengua. Como te gustaría que te lo hicieran a ti, cómeme.

Yo me iba atreviendo a más, lamía con ganas, con hambre, ardiendo. Me notaba muy mojada. Ella me cambió en el sofá para poder tocarme por detrás. Levantó mi falda y metió sus dedos, llegando a mi rajita por detrás. ¡Uff! Chapoteaba, estaba a mil.

-          ¡cómo estás de caliente, eres una putilla!

Diciendo esto, saco los dedos y me dio dos azotes, fuertes, me dolieron, no los esperaba, pero más me calentaron y con más ganas chupé, quería darle placer, que llegara, que me llenara...  Y ella empezó a hablar, interrumpiéndose con los gemidos.

-          ¿sabes?  Tu hijo Luis me folla desde hace dos años. De vez en cuando, cuando él quiere. Es un poco dominante, pero lo hace como nadie, tiene una potencia increíble y se recupera con facilidad.

-          ¡Pero si Luis tiene sólo…!

-          Ya, ya sé la edad que tiene y la que tenía hace dos años, pero me da un gusto tremendo. Y le gusta dar. A mí me hizo una vez lo del cinturón que viste con Carmen. Me dejó señalada, pero me puso a mil. Y por el culo es genial, lo hace divino. ¿tú lo has probado?

-          No nunca  –dije mientras me separaba un poco de su rica rajita.

-          Ya tendrás que probarlo. Esa mezcla de dolorcito y placer es única, cuando pruebes no pasaras sin que te lo hagan. Si tienes suerte y quien te lo hace por primera vez sabe hacerlo, ya te enganchas. ¡Hostia! No pares, que me corro….

Tras decir eso, empezó a temblar y mover sus caderas. Yo aceleré el ritmo, me movía a su ritmo, sin parar. De pronto, sus jugos me llenaron la boca, la cara. ¡Dios, que sensación! No me corrí yo, pero casi. Fue brutal me dejó satisfecha, feliz, ser capaz de dar placer…. Ella suspiró con deleite y me miró con ojos muy brillantes. Yo la miraba, esperando su aprobación.

-          Anda, ven – me refugié en sus brazos, como una niña-

Su mano hábil empezó a tocarme los muslos, subiendo hacía mis braguitas, que estaban encharcadas. Yo gemía como una gatita, mis caderas se movían, buscaban, querían.

-          ¡Cuánto vamos a disfrutar! Y lo que te queda por saber y experimentar. Y gozar. Eres una maquina de placer, solo hay que pulirte. Y de tu familia, te queda todo por descubrir.

Yo me estremecí. ¿Más? ¿Qué me queda por descubrir? Mi pequeña, mi Luis...

-          ¿Sabes? Tu marido es el peor y será el siguiente que espiemos. Ya verás.

¿Mi marido? Yo siempre había imaginado que tenía sus rollos con enfermeras o médicas compañeras del hospital. Su falta de atención conmigo la compensaría fuera. O quizás, la frialdad, el conservadurismo que yo misma tenía. ¿Qué me depararía ese “espionaje”? ¿Lo vería con otra, hacerlo en el coche, tendría un piso?

Mientras pensaba todo eso, sus dedos no paraban, habían jugado con mi clítoris, entrado en mi vagina, jugado dentro, pero ahora no paraba. Su dedo empapado bajaba y lo notaba en la entrada de mi ano. Di un respingo y la miré asustada. Ella me cogió del pelo, fuerte y aprovechó para entrar más de medio dedo en mi culito. Entró fácil, estaba mojado de mis flujos. Lo sentí entrar, me molestaba, pero ella no paraba. Poco a poco empecé a gemir, ya no molestaba, me gustaba, me estaba poniendo a mil. O a más, que sé yo.

-          Anda, perra, que no te gusta nada, ¡eh!

Su dedo ya estaba todo dentro y lo sacaba para empujar con dos. Yo no podía más, todo mi cuerpo estaba sensibilizado, mis pechos me dolían, se aproximaba el estallido. Y estallé. ¡Vaya si estallé! Ahora entendía lo que decían de ver  estrellitas. Constelaciones veía yo en ese momento. Cuando pude abrir los ojos, me estaba mirando, muy contenta.

-          ¡Cómo gozas, Ana María! Pasa a secarte, que hueles a zorra. Ya te avisaré cuando vamos a ver a tu maridito.

Tres días después, a medio día, sonó el móvil. Era Chari.

-          Ana Mari, ¿tu marido está de tarde, verdad?

-          Sí, empieza hoy el turno de tarde en urgencias. Sale a las diez.

-          Vale. Te recojo a las nueve y media. Lleva pantalón y que todo sea oscuro.

-          ¿Oscuro? ¿En qué lío me vas a meter? Mira que yo soy muy mala para espiar.

-          Jajaja, siempre igual. Tú déjame a mí. Nueve y media, pantalón y ropa oscura.

Mientras me vestía, temblaba. No me fiaba de Chari. Pero es verdad que hasta ahora me había hecho gozar como nunca, y descubrir cosas de mis hijos que no sospechaba, pero que empezaba a ver como naturales. El problema es que las madres nunca vemos a nuestros hijos como personas normales, siempre son nuestros pequeñines, y no es así. Crecen, se desarrollan y ¡vaya si se multiplican…! O lo practican al menos.

A la nueve y media en punto llegó Chari a la puerta. Venía otra vez en su coche pequeño, un Ford Fiesta azul, más bien antiguo, muy normal.

-¿Dónde vamos? – le dije yo.

Ella llevaba también un pantalón, negro y un suéter azul oscuro No me contestó. Arrancó y nos fuimos. Poco a poco vi que me llevaba al Parque de la Redondela, un gran parque situado en las afueras, que a esa hora estaba ya muy oscuro, con sólo unas farolas funcionando, y dónde se adivinaban coches de parejitas aquí y allá. Esa era la fama del Parque, un picadero de parejas. Se veían también grupitos de jóvenes sentados en los bancos, bebiendo, fumando. ¿Qué hacíamos allí? Ella aparcó en un sito, resguardado tras tres árboles. Se me acercó y empezó a besarme.

-          No te encojas, tonta. Es para situarnos con el ambiente, somos una parejita.

Cuando podía miraba y efectivamente, se veía en otros coches gente besándose, cabezas que subían y bajaban, también tras los árboles se veía movimientos, muy descarados.

Sobre las diez y cuarto, Chari me dijo.

-          Mira por el retrovisor, ¿es ese el coche de tu marido?

-          Sí, es ese. ¿Viene sólo?

-          Ya buscará compañía.

Estaba parado, con el motor en marcha. En esto, se le acercó a una ventanilla un chico, rubio, pelo rizado. No veía bien sus facciones, pero parecía muy joven. Demasiado joven. Estuvieron hablando un poco, y mi marido se bajó del coche. Juntos empezaron a perderse entre los árboles y arbustos, en la zona más densa

-          ¡Venga, vamos, empieza la acción! – Me dijo Chari.

Nos bajamos del coche y los seguimos, abrazadas como si fuéramos pareja (¿o lo éramos?). Nos paramos tras un árbol, ellos se había parado a unos quince metros. Él miró a los lados y, al no ver a nadie, se acercó al chico y empezó ¡¡A besarlo!! Eran besos apasionados, casi violentos, con su mano le apretaba el culo, le metía la mano por el pecho. ¡Dios mío, mi marido con un chaval! No lo podía creer, se me salían el corazón y los ojos. De buenas a primeras, lo agachó, siempre con maneras rudas, fuertes, y se bajó la bragueta.

-          Venga, come, que te voy a dar la cena – dijo en un susurro pero audible

Y le cogió la cabeza y le marcaba el ritmo. El chaval a veces se ahogaba y se salía para respirar, pero él no lo dejaba mucho y se la volvía a meter, con violencia ya.

-          ¡Así, chupa, mariquita, que te gusta, venga, dale, más!

Verlo así, con su traje y corbata, tan repeinado como iba al hospital, follándole literalmente la boca, era un choque visual. De pronto, se estiró, la metió toda dentro y le dijo.

-          ¡Ahh! Traga, tómala toda, así, mamoncita, putita, bebe, toda tuya.

Se estaba corriendo en su boca. Tras un ratito, se la sacó y suspiró.

-          ¡Uff! Cada día lo haces mejor.

El chaval sonrió y mi marido se sacó la cartera y le dio unos billetes. Luego se separaron y cada uno se fue por un lado. Mi marido hacia su coche y el chaval hacia la negrura del parque. Yo estaba casi paralizada.

-          Venga, vamos rápida, que queda lo mejor – dijo Chari, y nos fuimos hacia el coche.

¿Lo mejor? Pero, ¿había algo más? ¿No era suficiente? Había visto a mi marido con un menor (o al menos lo parecía) y portándose como un salvaje. Con lo que él largaba de “los maricones”, como les llamaba. Mi marido entró en el coche y se quedó allí. Chari arrancó el coche y empezó a marchar lentamente.

-          Espero no equivocarme, me dijo.

Llegamos a una especie de rotonda, muy poco iluminada, donde había unos chavales en un banco, sentados en el respaldo con los pies en el asiento. Chari se desvió y se metió por un camino, en lo más negro, y paró. Desde allí se veía la rotonda pero no nos veían. Éramos otra parejita más, y ella no desaprovechó para magrearme los pechos. Es que no paraba, que viciosa. Aunque a mí me encantaba, me gustaba cada vez más.

Pronto vimos venir el coche de mi marido, muy lento, y se paró lejos del banco de los chavales. Oímos como algunos se reían y le decían a uno de ellos:

-          ¡Ahí tienes a tu doctorcito!, y empezaron a reírse.

Éste se separó del grupo y se fue hacia el coche. Era un macarra, unos veinticinco años, mal afeitado, andares de chulo, parecía tener un aro de pendiente, vaqueros negros muy ajustados. Se puso en la ventanilla y empezó a hablar con mi marido, parecían pelear, al menos él estaba como muy enfadado. De pronto, metió la mano y lo cogió del cuello. Me asusté, pero Chari me hizo señales de que no me moviera. Luego, pareció tranquilizarse. Mi marido se bajó del coche, se sacó la cartera y le dio unos billetes. El los miró, se dio la vuelta y empezó a andar hacia la negrura, cerca de nosotros, aunque luego se desvió hacia unos árboles muy juntos. Mi marido lo seguía. Al llegar a los árboles, apoyó la espalda en uno y encendió un cigarrillo. Cuando mi marido llegó, se fue para él e intentó besarlo. Le dio un manotazo.

-          ¿Qué haces, puta? ¿quién te ha dicho que puedes besarme?

-          Juan, por favor, no me trates así.

-          ¿Qué no? –le dijo agarrándole la cara- Me sale de los huevos tratarte como quiera

Y le cogió la cara y le plantó un beso. Eso era lo que llamaban tornillo. Le apretaba fuerte... De pronto lo separó y lo puso contra el árbol. Mi marido se agarró al árbol.

-          No seas bestia, Juan.

-          Calla putona, como si no te conociera, le dijo mientras le daba buenos azotes en su culo. Anda, bájate el pantalón.

Cuando lo obedeció, me sorprendí aún más. No llevaba su típico bóxer. ¡¡¡Eran unas bragas mías¡¡¡¡. El chulo le dio más golpes en su culo, mientras se bajaba también su pantalón, sacándosela. Tal y como lo tenía contra el árbol, se metió dedos en su boca y empezó a metérselos a mi marido por el culo. Éste gemía como una perra. Cuando le pareció, le puso la polla en su culo y se la metió de un golpe. Dio un gritito.

-          Anda, que no te gusta nada. Mira como te entra, lo tienes como el túnel del metro. Seguro que te has metido algo.

-          ¡Sí, dame, mi Juan, dame fuerte! Cómo solo tú sabes, así, rómpeme.

-          ¡Qué puta eres! Dímelo tu

-          Sí, soy tu puta tu perra. No pares

-          Me gustan las bragas de tu mujer. Debe ser una guarra también. Me la vas a traer un día para que os de por el culo a los dos.

-          Lo que tu digas Juan, así, dame más

De pronto, Juan dio un fuerte empujón. Se notaba que se estaba corriendo. Poco después, se la sacó y le dio la vuelta.

-          Límpiala, limpia a tu amo, guarrilla.

Mi marido se agachó y la chupó, hasta que lo retiró. Empezó a reírse, se subió los pantalones y se fue hacia los amigos. Mi marido se fue para su coche y nosotras al nuestro, muy disimuladas.

¡Mi Dios! ¿Cómo proceso yo esto? ¿Qué hago ahora?

Continuará