Viernes por la noche

Yo estaba en la gloria. Mi verga estaba toda adentro. Ya no, por favor, dijo Andrés. Volví a mecerme con suavidad, y esta vez sentí que me venía. Volví a hundirme en Andrés, aferrando sus costados, clavando hasta mis uñas en su piel, y sentí como arribaba él también a un orgasmo increíble.

VIERNES EN EL D.F.

Viernes por la noche, México, D. F. Noche de machos tomándose un trago en una cantina, contando chistes sexuales, hablando de fútbol, riéndonos de las ocurrencias del otro. Noche de machos viviendo al filo de la navaja, viviendo acaloradas fantasías avivadas por el alcohol. El trabajo había terminado temprano, y como todos los viernes, nos juntábamos desde hacía dos meses unos cinco compañeros de trabajo para "festejar" el fin de semana. Unos tomaban tequila, otros cerveza, uno brandy, y yo in ron con refresco de cola malísimo. Un mesero chaparro y bigotón iba y venía por entre las mesas, contestando a todos los chascarrillos de doble sentido.

Andrés era el más joven, de apenas 19 años, conserje de la oficina, con un rostro de niño y un cuerpo delgado. Celebraba ruidosamente los chistes que cualquiera contaba, y me daba golpes en el hombro cada vez que se reía. A Al otro lado, Augusto, casi tan joven como él, bebía un trago tras otro y ya daba muestras de haber bebido más de la cuenta. Ya llevábamos más de cuatro horas allí, y pasaban de las doce cuando decidimos marcharnos. Salimos afuera y Luis y Rodrigo decidieron tomar un taxi. Andrés y Augusto, como ya no había metro a esa hora, decidieron caminar conmigo hacia su colonia, a unas cuadras de donde yo vivía. Echamos a andar, pero la caminata pronto resultó demasiado para Augusto. A dos cuadras ya venía agarrándose de las paredes. Andrés me pidió que los dejara dormir en mi departamento esa noche, y yo acepté.

Al pie del edificio de departamentos., Andrés avisó por teléfono a sus familiares, y enseguida subimos.

Entre Andrés y yo acostamos a Augusto en un catre de campaña, en la sala, le quitamos los zapatos, la camisa y le aflojamos el pantalón, y luego los dos nos metimos a la recámara. Andrés pidió permiso para darse un baño, y le presté una toalla y saqué de la despensa un cepillo dental nuevo. Se quitó la camisa, tomó la toalla y se fue al baño. Cuando regresó, venía apenas con un calzón tipo bikini, de seda estampada, y aún traía la espalda húmeda, empapada con gotas de agua. Su blanca piel destacaba a la luz de la lámpara y su rostro de niño estaba brillante. Sus tetillas estaban erguidas por el efecto del agua fría.

Qué, ¿no te vas a bañar? Preguntó. Yo asentí, y saqué otra toalla y me dirigí al baño. Regresé, vestido con un boxer negro algo flojo, con el pelo todavía mojado. Andrés ya había apagado la luz y encendido la televisión de la recámara, colocando el sonido en un tono muy bajo para procurar que Augusto no se despertara. Estaban dando una película porno y Andrés estaba sobre la cama, con la verga parada levantando la tela de su bikini. La visión de su cuerpo joven y excitado me sacudió, pero no dije nada. Me sequé el cabello y me acosté, tratando de que no se notara la incipiente erección que ya traía. El boxer flojo me ayudaba a disimular un poco. Pero Andrés estaba superexitazo. ¡Míra como se la mete! Decía, ¡Qué vergón tiene ese wey! Yo asentía en silencio.

De repente, Andrés se sacó la pija del calzón y empezó a manipularla. Me la voy a tener que jalar. Dijo, por toda explicación. Estuvo así unos segundos, y luego agregó, con una voz ya ronca por una súbita emoción: Tú, ¿no te las vas a jalar? Sus palabras aceleraron más mis palpitaciones. Para entonces, ya era evidente que yo traía una erección tan grande como el tipo de la tele, o como el propio Andrés. Me saque´el miembro por encima del elástico, y empecé suavemente a jalar la piel que cubría el glande. Andrés volvió a hablar, con esa voz ronca: ¡Qué grande la tienes! Dijo. Así estuvimos unos segundos, cada quien con su cosa entre las manos, hasta que, de repente, Andrés se acercó hasta mí y me tomó la polla, empezando a pajearme.

Con la otra mano tomó la mía y la dirigió hacia su pene. Era más chico que el mío, aunque obviamente yo era también más grande en edad. A esas alturas su vástago estaba a cien, duro y caliente, y algo húmedo. Pero el mío, advirtió él, estaba a mil. Y no era para menos. Con la palma de la mano frotaba la parte superior de la cabeza, y luego bajaba con los dedos recorriendo el duro tronco hasta llegar a perderse en el vello púbico. Acariciaba mis testículos, y desde allí subía de nuevo hasta la coronilla. Un sinnúmero de sensaciones iban y venían por mi cuerpo, y estaba ya gimiendo de placer. Mi verga había alcanzado ya toda su dimensión, y con los frotes que Andrés hacía resaltaban las venas hinchadas que lo circundaban. Esta vez el de la voz ronca de deseo fui yo, al decirle: ¿Te gusta? Andrés no dijo nada, sólo siguió manipulándome, Pero en un momento dado se movió, y yo pensé que se había disgustado, pero todo lo contrario, se acomodó sobre la cama de tal modo que mis huevos quedaron a la altura de su boca.

A continuación se introdujo mi cabeza entre sus labios, y sentí su lengua, ávida, saboreando mi líquido preseminal. Me retorcí de placer. Andrés se inclinó más sobre mí, tratando de alojar lo más que podía de mi palo en su garganta, y mis manos recorrieron su espalda, sus glúteos, y bajaron por sus costados hasta sus tetillas, y luego hasta su boca que tragaba mi polla. Qué sensación, la de la fresca humedad que dejaba su saliva en mi pene.

Introduje un dedo en su boca y lo mordió suavemente, y luego mordisqueó cada uno de mis dedos, para luego subir con su lengua recorriendo mi vientre hasta llegar al pecho. Sus nalgas quedaron a la altura de mis manos, y aferré con ansias sus blancos glúteos. Entonces, él se levantó y apagó la Tele. Una suave penumbra se apoderó de la habitación, proveniente de los reflectores de la calle. Por un momento, se paró a contemplar mi cuerpo todo desnudo, y luego, volvió a abalanzarse sobre aquel mástil que se había convertido en su objetivo. Me besó las ingles, devoró los huevos, subió por mi tronco y depositó una nueva carga de saliva en la punta del glande, que resbaló suavemente hacia abajo, mojando la base. Mi verga se estremeció entre sus manos y mis labios dejaron escapar un murmullo ante las nuevas oleadas de placer. Voltéate… le dije. Te quiero coger… El se dejó caer, de lado, vuelto de espaldas a mí, ofreciéndome su trasero. Yo dejé ir mi cuerpo sobre el suyo, volteándolo completamente. Me incorporé y busqué sus redondas nalgas, brillantes en la penumbra, y coloqué mi verga en su trasero. Al sentir la presión él empujó su cuerpo hacia atrás, y yo empujé hacia delante. In pinchazo de dolor lo sacudió, en señal de un repentino dolor. Calma, le dije. ¿Ya te habían hecho esto? Pregunté. No, me dijo. Es la primera vez. Por favor, hazlo despacio.

Un sentimiento de duda repiqueteó en mi cerebro. Si realmente era virgen, ¿cómo era posible que se comportara como si lo supiera todo? Busqué una crema para lubricar su agujero, y puse una generosa porción sobre mi verga. La sensación fría del lubricante sobre mi caliente miembro fue otra sensación inmensamente agradable. Luego, coloqué la punta de dedo en su culo y se lo metí, para lubricárselo todavía más. Tanto le gustó que dijo: métemelo ya… Dirigí mi ariete con los dedos, y empujé. Su esfínter cedió, y ambos sentimos que mi glande había logrado introducirse. Su cuerpo se tensó y el culo ejerció mayor presión sobre mi punta.

Calma, volví a repetirle, Calma, te dolerá sólo un segundo. Jugué un poco moviéndome hacia atrás y hacia delante, muy despacio, para que se acostumbrara al grosor de mi verga y ésta pudiera acomodarse mejor. En una de esas, arremetí de nuevo y me alojé hasta la mitad. El se sacudió y emitió un fuerte quejido que creí que iba a despertar a Augusto. Nos quedamos quietos varios segundos, pero los ronquidos en la otra pieza seguían escuchándose, señal de que Augusto seguía dormido. Ya enervado, empujé de nuevo mi pelvis para meterle todo lo que faltaba. Y allí me quedé, quieto unos dos o tres segundos, para que Andrés terminara de adaptarse a mi verga. Su culo palpitaba y por momentos se apretaba fuertemente contra mi tronco.

Empecé a culearlo despacio, y en cada avance mío Andrés pujaba, y cada vez que me echaba hacia atrás él también se movía, siguiendo mi cuerpo. Estábamos unidos por ese puente de carne que había irrumpido en su culo, y este se aferraba a mí tan fuerte que impedía que me saliera del todo. Su ritmo se había adaptado totalmente al mío, y sentí que había llegado el momento de darle más placer. Me dejé ir fuertemente, y mi cuerpo chocó contra el suyo; En la punta de la verga sentía los movimientos que hacía su vientre, su cuerpo tenso tenía alojado toda mi lanza hasta el tronco, sin dejar un solo centímetro fuera. Ay, Andrés, dije, ¡qué rico! Y así mantuve mi lance por varios segundos, hasta que su respiración se aflojó y su cuerpo dejó de estar tenso. Retrocedí y volví a la carga, con la intención de llegar más lejos dentro de su cuerpo, mis manos se aferraron a sus hombros y empujé y empujé, provocando que todo él temblara. Yo estaba en la gloria.

Mi verga estaba toda adentro. Ya no, por favor, dijo Andrés. Volví a mecerme con suavidad, y esta vez sentí que me venía. Volví a hundirme en Andrés, aferrando sus costados, clavando hasta mis uñas en su piel, y sentí como arribaba él también a un orgasmo increíble. Su cuerpo se retorcía tomando como eje improvisado mi verga clavada en toda su estatura. Andrés, Andrés, ya eras mío. Mi semen regaba copiosamente sus intestinos, su anillo de carne palpitaba ansiosamente alrededor de mi estaca. Cielos, yo no sabía que se podía tener semejantes sensaciones cogiéndose un hombre, pero allí estaba yo, con un placer increíble mientras el se regocijaba hasta la última pestaña. ¡Qué hermosa sensación la de terminar juntos! Salí de su culo y me acosté a su lado. Los dos cuerpos todavía temblaban a consecuencia de la emoción. Andrés se movió y se puso de lado, recostándose sobre mi brazo. Yo lo abracé suavemente, y así estuvimos varios segundos, mientras nuestros corazones volvían a la normalidad.

Unos minutos después, Andrés se levantó, buscó la toalla y se fue al baño a limpiarse. Yo lo seguí unos segundos más tarde, y ya en el baño lo ayudé a secarse. ¡Me rompiste el culo!, dijo, sonriendo. Y lo volvería a hacer, le dije, mientras sentí que mi sangre volvía a encenderse. Pero Andrés repuso: No, ya no, Ya es muy tarde y hay que dormir. Después habrá tiempo para eso, ¿No?. Y sonriendo, me dio un beso corto, se envolvió en la toalla y regresó a la habitación.