Viernes, noche de lavandería
Un pequeño crespón vertical coronaba su monte de Venus. Los labios mayores eran hermosos, abultados y apretados, delineándose entre ellos una fina línea, que brillaba tímidamente a causa de sus fluidos.
Lo siguiente ocurrió mientras terminaba mis estudios universitarios y me alojaba en una residencia universitaria. Podría hablar de los fiestones, las novatadas, y mil una anécdotas, pero esto sucedió durante un puente en el cual la residencia se quedó prácticamente vacía. Un par de empollones, un par de individuos de poco poder adquisitivo, algún pardillo al que los planes se le torcieron a última hora y el conserje era la poca fauna que quedó en la residencia aquellos días. Yo decidí aprovechar la ausencia de gente para ponerme al día en electrónica y adecentar la habitación. La noche del viernes, tocaba colaba.
En la residencia había unas cuantas lavadoras y secadoras en el sótano, a disposición de los estudiantes. En realidad se quedaban cortas para la demanda, y no era raro que fallaran de vez en cuando, siendo especialmente propensas a averiarse cuando más gente se quedaba simultáneamente sin ropa interior limpia, por lo que salía más a cuenta acudir a alguna otra lavandería de la ciudad y gastarse unas monedillas allí en lugar de en la cafetería de la facultad. Sin embargo, en esta ocasión, ante la notable ausencia de residentes, bien valía la pena probar suerte. En efecto, la sala estaba prácticamente vacía. Solo dos lavadoras estaban funcionando.
Al entrar en la estancia me fijé en que había una chica sentada en uno de los sillones, leyendo un libro. Apenas levantó la vista e hizo un escueto gesto a modo de saludo. No recordaba haberla visto antes, y considerando que estaba de bastante buen ver, eso casi aseguraba que no la había visto nunca. Me acerqué a una de las lavadoras con el cesto de la ropa sucia y volqué el contenido de forma despreocupada. Eché una pastilla de detergente y puse en funcionamiento la lavadora. Al ser las lavadoras de carga superior, ya no era posible recurrir al hipnótico contemplar de la ropa dando vueltas en el tambor. Una lástima, aunque por otro lado, eso permitía una mejor gestión del tiempo, y aprovecha los minutos que dura la colada para leer algo interesante. Yo tenía una revista de coches y mujeres ligeras de ropa. Una combinación altamente intelectual.
En la estancia se habían colocado dos sofás de tres plazas para hacer más agradable la espera. Su estado no era precisamente ideal, y es más que probable que alguna especie de insecto ya tuviera sus nidos por ahí campantes, pero desde cuándo se preocupa un estudiante por ese tipo de cosas? Me acomodé en el sillón que quedaba libre y volví a echarle una amplia mirada a la chica. Aunque se veía que era morena por las raíces de su largo pelo, tenía mechas de distintas tonalidades rubias y pelirrojas. Sus ojos era de un color verde claro pero intenso, y se movían con rapidez como si estuvieran devorando la lectura con inusitada pasión. Estaba ligeramente reclinada, y entre la postura y el libro, no conseguía definir los límites de su figura, pero sus pechos se me antojaban firmes y apetitosos, de un tamaño bastante generoso. Poco más podía intuir de sus piernas, pues las tenía recogidas sobre el sofá. Me fijé en el título del libro, lo cual me sorprendió gratamente. Se trataba de una novela de Henry Miller, Trópico de Capricornio, la cual había leído hacía tiempo, que contenía algunas escenas de contenido sexual realmente muy descriptivo. Casi sin quererlo, le pregunté acerca de su lectura:
- Es el primer libro que lees de Miller?
Levantó la mirada, y clavó sus ojos verdes en mí. El sonido que surgió de sus delicados labios rosados me enamoró al instante, caracterizado por una mezcla de dulzura y entereza, con un ligero deje sensual.
- No, la verdad es que no... Lo descubrí hace un par de meses y es ya el tercero.
- Escribe bien, eh? Un poco rayante a veces, pero... sabe escribir.
La expresión de su cara era claramente receptiva. Dejó momentáneamente aparcada su lectura y entablamos conversación acerca de las novelas de Miller. Según avanzaba la charla, más y más detalles de su cuerpo me llegaban sazonados por su voz, lo cual contribuía a erotizarme progresivamente, en combinación con el ligero tono picante de la conversación, algo inevitable considerando el detonante de la misma. Comprobé que llevaba dos piercing. El primero, en la lengua, el cual advertí al poco de intercambiar unas pocas frases. El segundo, en el ombligo, el cual descubrí después de que se cambiara su posición en el sillón. Se llamaba Luna y aquel era su primer año en la residencia y en la facultad, lo que explicaba que no la hubiera visto antes. Vestía un top de tirantes negro que, aunque mostraba un sugerente escote, dificultaba la interpretación de sus curvas pectorales y, en su caso, de los pezones, si bien parecía claro que no llevaba sujetador. La escasa ropa que llevaba encima la completaban unos pantalones cortos de algodón de color gris, terriblemente ajustados, pero en los que tampoco pude indagar mucho más pues el dichoso libro se interponía en mi camino. No obstante, el consuelo de su voz, sus labios y sus encantadores ojitos me satisfacía enteramente, al menos por el momento.
El final del proceso de lavado interrumpió nuestra conversación. Luna se incorporó, se calzó las sandalias y se acercó a las lavadoras. Me fijé curioso en sus pies coquetos, con las uñas pintadas de colores alegres. Detalles absurdos en los que uno recae en ocasiones. Abrió la compuerta y comenzó a sacar la ropa húmeda, que a continuación introducía en una de las secadoras adyacentes. Si su voz me había enamorado, su perfecto culo me puso la polla dura. Los shorts se ajustaban a sus curvas de forma deliciosa, aunque quizás lujuriosa sería una definición más acertada. Las reducidas dimensiones de la prenda hacían que las nalgas sobresalieran sensualmente por la parte inferior. A medida que vaciaba la lavadora de ropa, tenía que esforzarse por llegar a lo más profundo de la misma, lo cual hacía que su culo quedara en una pose realmente seductora, ideal para llegar desde atrás y arremeter con todas las espadas en alto. La gomilla de un tanga negro sobresalía con descaro. La otra lavadora que estaba usando Luna también timbró anunciando el final del lavado, y decidí ofrecerme a ayudarla. Comencé a traspasar su ropa de la lavadora a la secadora. Pantalones, camisetas, jerseys, calcetines, tangas, ... Me llamaron la atención unas impolutas bragas blancas de algodón, al estilo más puramente clásico.
- Vaya, pensaba que ya ninguna chica llevaba esto - bromeé.
- Trae acá, imbécil - replicó entre risas.
Con la tontería, pude por fin sentir la cercanía de su cuerpo, valorar más fielmente el tamaño de su busto e incluso sentir su cálida piel. Luna depositó finalmente la prenda en la secadora después de que me la dejase arrebatar. Nos quedamos los dos de pie, uno frente al otro, escuchando el ronroneo continuo de las máquinas. En aquel sótano hacía calor, pues la caldera se encontraba en una habitación posterior y las tuberías cruzaban el techo por doquier. Sin embargo, el calor que sentíamos, o al menos el que sentía yo, en esos instantes, era de otra naturaleza. Puse mis manos en su cintura, notando la temperatura de su piel, dejando que se fundieran lentamente en un único cuerpo. No las apartó, lo cual era buena señal. Nuestras cabezas se acercaron, nuestras bocas se abrieron y nuestras lenguas hablaron por nosotros, desembocando en un tórrido beso. Al cabo de un ligero lapso de tiempo, nos separamos, y descubrí que mis manos estaban plantadas plenamente en sus nalgas. Mierda! Durante el beso había sido incapaz de sentir ningún tacto procedente de mis manos. Me maldije por ello y decidí gozar de esa sensación en ese instante. Como ya intuía, su culo era maravilloso. También me di cuenta de que ella también estaba explorando mi cuerpo, una mano en mi torso y otra en mi trasero. Consideré buena la estrategia, y una mis manos se movió hacia su pecho. Además de un hermoso escote, la textura de su teta izquierda (y presumiblemente, también la derecha, por analogía) también era la adecuada. No tardé en sacar la dichosa teta del top, para descubrir una pezón oscuro que me atrajo como un mojón atrae a una mosca. Tras sentir la dureza del inhiesto pezón, fue el momento de saborearlo. Sabría a chocolate? Ummmm. No, pero casi. Tal vez si lamía un poco más le sacara el sabor. Bueno, era cuestión de probar.
Uno de sus tirantes caía delicadamente por su brazo, y me dio la idea de quitárselo. Repetí la operación con el otro tirante, y ahora ya pude bajar sin ningún impedimento el top, liberando el par de tetas más perfecto que nunca había visto, o eso me pareció en aquel momento. Está comprobado que en plena faena es difícil imaginarse algo mejor. Mis manos se apoderaron de sus pechos y mi boca danzó de uno a otro, sin mesura alguna. Junté y separé varias veces sus pechos, valorando la posibilidad de una buena cubana. Tomé nota mental de ello. Por el momento, volví a entretenerme jugando con sus pezones, bien con la lengua, bien con los dedos, estirándolos, retorciéndolos y acariciándolos. Pasada la euforia pezonil, era momento de avanzar en nuestra relación. La apoyé contra la lavadora y volví a besarla, esta vez con toda la intención de desviar su atención mientras mis manos se introducían furtivamente en sus pantaloncitos cortos con el fin de comprobar su humedad. Tras comprobarlo, comencé a bajarle lentamente shorts y tanga, todo de a una. No ofreció resistencia.
No pude evitar separarme para echar una rápida ojeada. Por un momento creí que mi verga explotaría dentro de mis bóxer a causa de tanta presión. La aupé a la lavadora, terminé de quitarle los pantalones y el tanga, y admiré aquel coño sin igual. La combinación de granitos y pelitos cortos hacía suponer que hacía apenas un par de días que se había retocado su zona íntima, la cual había dejado coronada por un pequeño crespón vertical en su monte de Venus. Los labios mayores eran bien hermosos, gordezuelos, abultados y cerrados, delineándose entre ellos una fina línea, que brillaba tímidamente con motivo de sus fluidos. Al separarlos, aparecieron sus labios inferiores, chorreantes de zumo vaginal, pero el capuchón de su clítoris captó rápidamente mi atención. Ataqué con la lengua y se derritió en mis manos. No nos engañemos, todo parecido entre la miel y los jugos que me estaba zampando es pura fantasía, y a juzgar por los sabores y olores, se diría que llevaba sin frotar jabón por ahí abajo como mínimo el par de días que hacía que se había rasurado, probablemente con algún dedete de por medio. Pero no siguen siendo deliciosos esos juguillos femeninos? Desde luego que sí. Y me di un buen atracón.
Mis dedos también quisieron jugar, y comenzaron a explorar sus pliegues y cavidades. Mientras con una mano mantenía abiertos sus labios más externos, el dedo corazón de la otra se hacía hueco dentro de aquella rajita tan caliente, al mismo tiempo que el pulgar testeaba su agujero posterior y la lengua se afanaba en volver loco aquel clítoris hipersensible. De esta guisa, y probablemente ayudado por el traqueteo del centrifugado, sentí los espasmos de Luna, acompañados de un ligero incremento de reflujo y unos gemidos que hasta aquel momento había estado ignorando, pero que entonces me parecieron escandalosos. Me separé y comprobé en primera plano la reacción orgásmica, con el dedo corazón inmóvil, aún dentro de aquel chochete tan majo. Cada contracción me fascinaba, cada gotita segregada me enardecía. Cuando todo parecía terminado, levanté la mirada y me encontré un rostro pasional y agradecido, con los ojos lacrimosos, la boca entreabierta, la lengua apareciendo tímidamente para humedecer sus labios (esta vez hablo de su lengua y su boca, quisiera aclarar). Sus pechos se elevaban y descendían al ritmo acelerado de su respiración. Y volví a empezar.
Normalmente no soy así. Lo habitual es bajarme los pantalones, sacar la polla y esperar a que me la chupen, y si la tía no está aleccionada en el noble arte de la fellatio, pues lo mismo hasta consigo aguantar para metérsela un par de veces. Sin embargo, ese coño tenía algo que me atraía de forma inusual. Mi polla estaba a punto de reventar, pero no sentía la necesidad de sacarla de mis pantalones, solo quería comer y comer, lamer y succionar, como si la vida me fuera en ello, como una droga demasiado fuerte que te hace abstraerte de todo lo demás por una dosis más. Restregué mi cara por aquel chochín adictivo, rozando mi nariz con sus pelillos. El dedo índice hizo camino en su ano, lubricado por sus propios jugos. Sus labios mayores golpeaban en mis mejillas. Mi aliento erizaba aquella piel tan sensible y mi lengua exploraba todo lo profundo que podía. Sentí su segundo orgasmo y fue reduciendo los movimientos, lametones y caricias según las oleadas de placer sacudían el cuerpo de Luna, lenta y progresivamente. Pasados los necesarios segundos de goce y disfrute personal, seguidos de un breve espacio de tiempo de recuperación, Luna comenzó a lamerme la cara. Nunca nadie me había mojado la cara tanto y nunca nadie me la había limpiado de esa manera, como la gata limpia a sus cachorros. Tampoco nunca yo me había comido un coño con esas ganas, así que el día estaba resultando un volcán de novedades, una detrás de otra.
Me empujó hacia el sofá, donde me hizo sentarme, no sin antes dejarme en pelota picada, con mi aparatejo mirando al techo, reclamando un poco de atención. Se puso de rodillas en el suelo y tomó mi verga entre sus manos. Me pajeó levemente y me acarició las pelotas, por las que a continuación empezó a lamer. No, no soy metrosexual, pero sí, me afeito los cojones, por dos razones: porque sin pelo mi polla parece más grandes (y no me viene mal ese efecto), y porque acabé harto de la pasta que se forma con todos los pelos si me corro encima cuando me hago una paja. Adicionalmente, parece que a algunas mujeres les gusta no tener que sacarse pelos de entre los dientes después de una mamada, así que todos salimos ganando. Se cebó con mis huevos y continuó dándole lustre al tronco. Una gruesa capa de saliva pronto recubría mi verga por completo. Al minuto siguiente, ni saliva ni verga, todo había desaparecido dentro de su boca. Tuve que dejar de mirar, cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás mientras Luna me demostraba lo bien que sabía chupar. Desde luego, tiene las agallas, la aptitud y la capacidad necesarias para sacarse la carrera sin necesidad de estudiar ni una sola asignatura. En serio, una mamada tan espectacular evidencia una gran inteligencia.
El "profundo" me enloquecía, pero los cabeceos eran divinos, y su lengua con la bolita metálica no era para menos. Mezcla todo eso, agítalo un buen rato, añádele un masaje de huevos y me tienes al borde del abismo. Abrí los ojos, temeroso, y me encontré frente a frente con sus brillantes ojos verdes. Se sacó la verga de la boca con un sonoro "Pop!" y dejando que un reguero de saliva conectara su barbilla con mi capullo lustroso. Se lamió los labios sensualmente y adelantó su cuerpo, poniendo mi polla entre sus tetas. Durante el breve instante que dejó mirarme, aproveché para cerrar otra vez los ojos. Mi aparato se deslizaba suavemente por la superficie de su pecho. El canalillo ofrecía el rozamiento adecuado, ni más ni menos. Arriba y abajo, arriba y abajo. Una mano me agarra las pelotas. Estoy a punto de nieve. Noto que algo se está gestando y la mano que tiene el futuro de mis hijos en su poder aprieta un poco más. No siento dolor, solo un placer latente, que parece retroceder pero que sigo notando ahí, agazapado, como una reminiscencia. Se afloja la presión, y lo repite un par de veces, demostrando que me tiene bajo control. A continuacio, mi verga vuelve a surcar el valle formado por sus tetas, y esta vez ya no importa la concentración ni las oraciones ni pensar en el culo gordo de la profesora de Química Industrial. Sé que mis bichitos se están alineando, están ultimando la estrategia, creyendo que van a asediar un óvulo de buen ver y mejor catar. Ilusos. Me corro.
He sufrido a muchas imbéciles con la absurda idea de que mientras te alcanza el orgasmo, hay que acelerar el ritmo, cuando en realidad eso no hace más que destrozar el clímax, ese período casi espiritual que hace que subas hasta el cielo. Es como si te cortaran las alas. Luna no lo hizo. De algún modo, era capaz de acompasarse a mi orgasmo, frotándome lo justo en el momento adecuado, y zas, otro lecherazo. Otro poquito de fricción, y zas, otro disparo. Una pizca de presión, y las tímidas unidades rezagadas de esperma aparecen en la puta de mi rabo. Abro los ojos a tiempo de verla desaparecer tras un lametón de Luna. Su cara era digna de una foto. Un aura especial la rodeaba... o no, lo mismo era solo mi leche, que había alcanzado su pelo (arggg, no, pegostrón al canto; bueno, no es mi pelo), caía por su frente hacia el tabique nasal y se amontonaba en la cavidad de su ojo izquierdo.
Saca la lengua y se relame, recogiendo grumos de esperma. Con un dedo, recoge el semen que se agolpa en su ojo, mete el mismo en su boca y lo saca limpio, como nuevo. Suena el timbre de la secadora; Luna ya ha terminado su sesión de colada. Me doy cuenta de que mi lavadora ha terminado el lavado hace rato, pero como para darse cuenta e interrumpir esa felación endiablada. Luna recoge sus pantalones del suelo y termina de limpiarse la leche con el tanga negro, aunque realmente no queda demasiada, y considerando la poca tela del tanga, era lo mejor. Descubre con sus dedos que mi esperma ha alcanzado su cabello, y se lo quita en la medida de lo posible. Se acomoda las tetas dentro del top y se pone el short de color gris. Empieza a sacar la ropa de la secadora y la pone en el cesto de su ropa. Cuando termina, se da la vuelta, me mira y se acerca a mí. Se sube encima, con las piernas a los lados y los brazos rodeándome la nuca. Sonríe.
- No creerás que te vas a librar tan fácilmente, verdad?
La miro ensimismado. Mi polla se está poniendo morcillona otra vez, es algo que no puedo remediar cuando una tía se me pone en plan guarrona.
- Espero que tengas suficientes condones, porque si follas la mitad de bien que comes el potorro, no vas a salir de mi habitación en muchos días.
Y lo peor es que lo cumplió. Jodida pesada, me tuvo recluido todo el puto fin de semana. Que un polvete para desfogar vale, pero que aquellos días perdí por lo menos 5 kilos, so zorra.