Viernes
El mejor día de la semana, el de cogernos...
Es viernes, mi cuerpo lo anuncia alborotando la sangre, descargando adrenalina, ardiendo en el esófago, alzando mi pija endurecida. Es viernes. Es deseo.
Las horas transcurren lentas, mi ansiedad retarda el reloj. No puedo concentrarme, solo existe para mi el momento del encuentro.
Llamo a mi esposa y le anuncio, no vuelvo a cenar. Ya lo sabe, ella también sabe que es viernes, y después de tantos años de acompañarnos ha dejado de preguntar. La felicidad no tiene moldes.
A las seis de la tarde dejo todo como está, incompleto y desprolijo, me acomodo el nudo de la corbata, me perfumo y salgo. A las siete estoy abriendo la puerta de su departamento.
Es increíblemente joven para mis cincuenta, es extraordinariamente dulce para mi parquedad, es arrolladoramente salvaje para mi sobriedad. Su belleza le duele a mis ojos, tal vez sea por eso que los cierro y dejo que me desnude, que me revuelva el pelo, que recorra mi cuerpo con su lengua, que me haga perder la compostura y terminemos en el suelo como dos perros, olfateándonos los sexos, revisando los agujeros, cruzando las lamidas.
No doy más, no damos más. Lo monto y le hundo mi pija de un solo empujón, siento en mi mano como su pija late, y sin dudar busco en la profundidad la plenitud de su goce. Lo encontré, lo siento en sus manos que arañan la alfombra, en su jadeo incesante, en su pedido insistente, no pares, no pares. Y qué voy a parar si ya no lo soporto, si tanta leche retenida me duele en los huevos que se hamacan al vaivén golpeando los suyos. Y serrucho, y lo pajeo, y lo cojo y alcanzamos la gloria gritando. Es viernes. Estoy con él. Por fin.