Viernes de una sumisa cualquiera
Solía acostumbrar a esperarle desnuda en el suelo a que él llegase del trabajo, de rodillas, con la cabeza apoyada en el frío mármol y las manos extendidas delante de mí.
Solía acostumbrar a esperarle desnuda en el suelo a que él llegase del trabajo, de rodillas, con la cabeza apoyada en el frío mármol y las manos extendidas delante de mí. A veces, cuando él abría la puerta, pasaba de largo sin hacerme caso, esas veces me podía llegar a quedar horas en la posición de espera, otras comenzaba a follarme sin decir una palabra y sin permitir que yo me moviese o dijese nada, otras me ordenaba alguna que otra tarea que yo realizaba siempre desnuda y con la mirada baja. Era su esclava, había decidido llevar ese tipo de relación y aunque a veces era duro, me gustaba complacer a mi dueño.
Sólo nos veíamos los fines de semana, yo estaba en el 3er año de universidad (20 años) y él tenía 43. Entre semana yo iba a clases y él al trabajo, y teníamos una vida totalmente “normal”, nadie podría decir que los fines de semana yo llegaba a su casa antes que él, abría la puerta, me desnudaba, limpiaba la casa, me duchaba y me colocaba sobre el suelo esperando a que él llegase. En el momento en que se abría la puerta, su vida y la mía entraban en un rol totalmente diferente. En un rol de amo y esclava.
Aquel viernes, de hace ya más de un año, tenía la frente contra el suelo y el culo enfrente de la puerta esperando a que él llegase. Sin saberlo, ese fin de semana se convertiría en uno de los más humillantes de mi vida.
Cuando entró por la puerta, mi cuerpo se tensó, algo que siempre ocurría, pero intenté que mi respiración volviese a la normalidad mientras él cerraba la puerta con llave.
Cuando la cerró se acercó a mi culo, poniéndose de rodillas, y sin saludarme si quiera, lo abrió con sus manos: perfectamente depilado, suave… Pasó sus dedos por mi ano. En ese momento recordé que no me había puesto el lubricante, que estaría seco, y que quizá aquello le enfadaría.
“Mierda”, pensé.
Seguí sin moverme mientras le oí resoplar al darse cuenta de mi fallo, le oí levantarse ir a buscar algo. Volvió a penas un minuto más tarde, se volvió a poner de rodillas delante de mi culo, lo volvió a abrir con sus manos y a los segundos sentí cómo introducía un plug en él. No usó lubricante y yo apreté la mandíbula para no gritar.
Era enorme y no entraba bien, pero a él parecía no importarle y lo seguía empujando para que mi culo se lo tragase por completo: me quemaba, sentía que me estaba abriendo en dos y que no aguantaría sin quejarme y suplicarle que pusiese lubricante. En vez de eso seguí apretando la mandíbula y cerrando los ojos con fuerza mientras sentía que mi culo se abría y que cada vez estaba más separado. Cuando terminó de colocarlo, escupió sobre la entrada de mi culo, ahora totalmente abierto y dolorido ante él.
-Ya me lo agradecerás, puta.
Me quedé en la misma posición, con los brazos extendidos ante mí, la espalda arqueada y el culo en pompa mirando hacia la puerta, no quería mover ningún músculo.
No sé si habéis sentido alguna vez lo que es tener el culo abierto en dos, lo que es sentir que hay algo que no te pertenece llenado tu cuerpo, algo gordo, incómodo, algo que quieres sacarte porque no es tuyo, que es frío pero que a la vez te está quemando, algo que te está haciendo daño y que no sabes cuánto tiempo vas a tener puesto, y que a partir de los 5 minutos, sin lubricante, juro que se hace imposible. No sé si alguna vez habéis estado de rodillas ante alguien, el tiempo máximo recomendado son 20 minutos para no sufrir daños, pero a los 5-10 ya te quieres tirar al suelo de desesperación, quieres suplicar levantarte, se te hace eterno cada segundo que pasas de rodillas, te duele y tiembla todo el cuerpo.
No sé cuánto estuve ese viernes de rodillas en el suelo, inmóvil y con el culo totalmente abierto, pero no fue menos de 1 o 2 hora. Lloré, quería decir la palabra de seguridad para que me dejase moverme, para que me dejase quitarme aquel plug de mi culo irritado, ese día quería gritarle que de qué coño iba, que tenía 20 años y me tenía en el suelo sabiendo que me estaba doliendo, que sólo había sido un fallo, que sólo se me había olvidado una vez ponerme el lubricante y que no me merecía ese desprecio. Pero no hice nada. No hice nada a parte de llorar en silencio e intentar que mi cuerpo no temblase demasiado por el dolor. Le oía prepararse la comida, yo ni siquiera tenía hambre. Seguía pasando el tiempo y le oí comer, luego encendió la tele. Creo que no me miró en ningún momento, creo que pensaba que no me merecía ni que se acordase de mí.
Perdí la noción del tiempo que había pasado cuando lo escuché de pie a mi lado:
-No se te ocurra mirarme, levántate, ve al baño y coge el lubricante. Te espero en el sillón.
Esperé a que se fuese para levantarme e hice lo que me ordenaba. Al levantarme me tambaleé y me sujeté contra la pared, me temblaban muchísimo las piernas, también una mano se fue instintivamente a la entrada de mi ano: estar de pie con el plug era horrible. Las rodillas me dolían y apenas podía caminar. Tarde varios minutos en poder llegar al baño y coger lo que me había pedido.
Cuando llegué a la habitación, con la cabeza baja, escuché:
-Túmbate en mis piernas, en posición de azote, rápido.
Me dirigí hacia el sillón y lo hice.
Un segundo después recibí el primer azote. El plug tembló dentro de mí y se introdujo más profundo. Mi culo se contrajo sin querer, lo que hizo que doliese mucho más, cerré los ojos con fuerza.
-U…uno. -dije.
Un segundo azote cayó sobre mi piel desnuda, también haciendo que mi cuerpo entero se contrajese y haciendo que dejase escapar un quejido.
-No te oigo contar, puta, sólo oigo cómo te quejas.
-Dos. -dije aguantando una lágrima
-Sabes que me molesta escucharte -dijo él mientras su mano chocaba por tercera vez contra mi cuerpo.
-Perdón Señor… Tre…tres.
Me quedé esperando el cuarto golpe, “al menos no lo está haciendo con el cinturón”, pensé. Pero el cuarto golpe no llegó, en cambio cogió con una de sus manos el plug y lo sacó de golpe.
No pude evitar gritar, no pude evitar que mis manos fuesen automáticamente hacia mi culo, el cual se sentía totalmente desgarrado.
Sentí cómo una de sus manos agarraba las dos mías y las juntaba sobre mi espalda, poniéndoles unas esposas.
-Ahora ya no vas a quejarte más, ¿verdad, pequeña?
Me introdujo el plug que antes había estado en mi culo en la boca. Sentí tanto asco que quise escupirlo, pero antes de que pudiese pensar en nada, sentí el cuarto azote en mi culo.
Perdí la cuenta de cuántos fueron, aunque nunca me he ganado más de 40. Llegó un momento en que mi cuerpo dejó de contraerse ante los golpes, en el que ya no intentaba quejarme.
Estaba allí, en sus rodillas, con las manos atadas y mi culo a su alcance, con mi boca llena de un pene de plástico que sabía fatal y totalmente entregada a la furia de mi amo. A veces pasaba, él tenía una semana mala y lo pagaba conmigo en mi más mínimo fallo, no pasa nada, estaba bien así.
Cuando terminó de azotarme, me puso crema hidratante por todo mi culo y me dejó dormir en una cama en el suelo.
El sábado ya sería otro día, ¿la verdad? bastante peor que unos simples azotes y un plug dentro de mí.
Continuará.