Viene Rosita

Un hombre con su cuñada hacen fiesta un fin de semana.

Ese fin de semana pintaba ser un poco pasivo y hasta aburridor, entre otras cosas porque no tenía mucho dinero para salir a algún sitio a divertirme con mi mujer o con amigos. Era el último fin de semana de mis veinte días de vacaciones, pues el lunes siguiente debía reincorporarme a las actividades laborales. Pensaba entonces invitar a algunos de ellos a mi casa para ver el fútbol en la tele y tomar algunas cervezas. Me levanté ese sábado temprano y mientras regaba el jardín mi esposa se alistaba para ir al trabajo por cierto algo esclavizante. Preparó el desayuno y me llamó a la mesa. Me dijo entonces una noticia que aunque agradable, no me gustaba del todo porque dañaría los planes ya trazados.

  • “Mi hermana viene hoy y creo que se va a quedar hasta mañana” -“¿Y a que se debe esa sorpresa?” -“Viene a la ciudad para asistir a un seminario que empieza hoy, es hasta las tres de la tarde y  quiere de paso visitarnos. Del seminario pasará por acá.”

Rosa, mi cuñada y hermana menor de mi mujer vive en un pueblo algo lejano en donde trabaja de enfermera en el hospital local. Soltera y madre de un niño vive aún con sus padres y aunque ha intentado establecerse sentimentalmente con alguien, las cosas desafortunadamente no le han resultado.

Con ella siempre me he entendido bastante, y hemos sido muy amigos desde hace mucho tiempo, de hecho a través suyo fue que conocí a mi esposa. Debo reconocer que en un principio me gustaba y hasta intenté ennoviarme con ella, pero las cosas no se dieron así. No obstante siempre nos hemos tenido bastante cariño y confianza.

Mi esposa me pidió ese sábado que la atendiera hasta por la nochecita mientras ella llegaba del trabajo y yo mas resignado que gustoso acepté sin reparos renunciando a la posibilidad de invitar a mis amigos a mirar tele y beber algunas cervezas.

A las tres y veinte llegó Rosita con su uniforme blanco de falda corta  que acentuaba su elegancia y aunque nos habíamos visto hacía dos meses, la encontré tan cambiada. Se había arreglado el cabello negro que lo mantenía ahora un tanto mas largo y sus cejas que siempre se depilaba las había dejado al natural: lucían más bellas en una mujer que es velluda por naturaleza. La falda blanca y algo corta de pulcritud a ultranza que llevan las enfermeras, ha constituido para mí una fantasía en los más escondidos rincones de mi mente.

Cuando llegó su elegancia traspasó las paredes de mi casa chica como una luz celestial y yo pronto me sentí anonadado como en los tiempos de recién conocernos. Iluminó su rostro con esa sonrisa perfecta. Su estatura es alta y su figura algo delgada a pesar de ser madre, Tiene un rostro más sensual que bonito y unos senos de talla ideal. Su culo se resuelve en una curva sinuosa muy precisa. Es linda y hasta un poco más que su hermana menor.

Pero no solo vino cambiada en su físico, sino en su manera tan resuelta y fácil de manejarse. La noté tan flotante y fresca como una ola. Eso me encantaba. Lo que no perdía era su picardía y buen humor sacando partido de todo para hacer chistes, bromas y hacer reír a los demás. Tal vez en eso siempre coincidimos.

-“Entonces me toca remplazar a mi hermanita hasta la noche” – me dijo en tono bromista después de haberme hecho comentarios sobre el seminario que le había parecido interesante.

-“Así es cuñadita, así que no respondo si…bueno tu sables jajajaja” – le dije a manera de chiste insinuando cosas calientes

-“Bueno si tu no respondes yo tampoco, al fin de cuentas soy un reemplazo, y un reemplazo es un reemplazo ¿cierto? Cuando estoy en el hospital y me toca reemplazar a una compañera por un rato o un día, pues me toca hacer todo lo que ella hace jajajjaja”  -

Me respondió con voz pícara y gracia de sobra mientras me guiñaba el ojo y me hacía un ademán enseñando su cuerpo esbelto.

Esa broma de entrada marcó la pauta a seguir durante el resto de la tarde. Nos sentamos en la mesa para que ella comiera y no paramos de hablar y reírnos de todas las bobadas que se nos ocurrían siempre en torno a cosas calientes. Ni pensé que me fuera a divertir tanto con Rosa.

  • “Me voy a bañar, tengo calor” – me anunció
  • “¿Te puedo acompañar? – le dije en tono bromista a lo que ella replicó sonriente
  • “No creo que eso esté en el papel como reemplazo de mi hermana”

Tomó un baño y yo la fisgoneé a través de una diminuta gruta que hay entre el marco y la hoja de la puerta desgastada del baño. Solo alcanzaba a contemplar su rostro y sus pechos bien parados cuando se volteaba, pero desde la panza hacia abajo era imposible vislumbrar algo. Era bien hermosa mi cuñada y sus pechos jugosos y de mediano tamaño los encontraba cada vez más provocadores. En una visita anterior ya se los había conocido aprovechando un descuido de mi mujer mientras aquella se bañaba.

Mi cuñada Rosa cantaba una vieja tonada mientras se enjabonaba y mi retina hacía su mayor esfuerzo por detallar esa porción de su cuerpo blanco y terso. Me saqué la verga y pegado a la puerta con cierta incomodidad me la acaricié oyéndola cantar y viéndola enjuagar esas tetas de ensueño.

Cerró la llave, se envolvió en una toalla y yo me despegué para irme a la sala. Estaba bien excitado como para soportarlo. Mirar a mi cuñada desnuda me había calentado mucho y mi erección era incontenible. Vi cuando se dirigía en toalla corta a la alcoba que usamos como de huésped en donde ella se quedaría y entonces le grité:

  • “Oye, eres un mal reemplazo porque tu hermana no se viste en esa alcoba. Tienes que vestirte en la mía a la cual tengo derecho a entrar por casualidad”

  • “Bueno, si tu lo dices” – comentó con provocación

Entró a la alcoba de huéspedes y tomó la ropa que se iba a colocar para luego dirigirse a mi cuarto. Se había tomado en serio la broma o simplemente la seguía a manera de juego. Cuando entró en la alcoba matrimonial yo conté hasta veinte para bajar mi calentura cuando oí su voz gritar:

  • “ajá! ¿no que ibas a entrar por casualidad?”
  • “Ah, claro que si”

Me levanté aún con la pinga delatándose por encima de mi pantalón corto de fines de semana y abrí la puerta de mi alcoba. Mi cuñada estaba como Dios la trajo al mundo sentada al borde de la cama en la que hago el amor con su hermana menor. No di crédito a mis ojos y no supe por un momento que hacer. Su vulva era tan peludita como un muñequito de felpa y sus piernas tan blancas como la nieve. Era hermosa mi cuñada. Se levantó sin dejarme conocer su culo y rápidamente se colocó un calzoncito crema más sensual que atrevido  y un vestido corto, rojo, enterizo, ligero y algo claro que dejaba entrever sus pezones. Sonrió ante mi todavía atontada mirada y me dijo:

  • “¿Contento?, ¿Qué te parece el reemplazo?”
  • “Excelente”  - le respondí con el deseo en mi voz quebrada.

Salimos de la alcoba y yo no me reponía de lo sucedido. Mi cuñada había llegado ya muy lejos con sus bromas calientes. Me había provocado y eso me hacía sentir con derecho a seducirla sin temor a que fuera a tomar eso como una falta de respeto.

Me senté en el sofá frente a la tele mientras ella se retocaba en su alcoba y miré el reloj de enfrente. Faltaba tal vez media hora para que llegara mi mujer y yo estaba que hervía de la excitación. Quería culear con mi cuñada y sentía que de alguna manera ella me estaba dando paso hacia eso. Mi verga bien dura se evidenciaba con descaro a manera de bulto. Rosita, luego de unos minutos vino a sentarse a mi lado con su sonrisa de niña traviesa y esa expresión en esos ojos negros grandes que Dios le regaló. Me vio el bulto. Se sentó y colocó su mano delicada sobre él.

  • “Pobrecito como está. Me imagino que como reemplazo que soy, tengo permiso para tocar lo que yo quiera ¿cierto?”

Por toda respuesta le di un sí con un ademán seductor de mis cejas. Entonces con sus manos expertas de enfermera me bajó lentamente la bragueta, hurgó habilidosamente por debajo de mi calzón flojo y como pudo sacó mi vara enhiesta sin tener que desnudarme. Los ojos le brillaron de lujuria. Apagó la tele, se arrodilló frente a mí con actitud decidida y posó delicadamente su lengua en la cabecita roja y palpitante de mi picha. Inició entonces unas lamidas suaves por el tallo con una lentitud desesperante mirando siempre a mis ojos con perversidad. Su lengua rosadita humectaba mi falo de arriba abajo y de abajo arriba. Después de recorrerlo por enésima vez se concentró solo en la cabeza, calentándome al máximo. Agitaba esa lengua serpentina con habilidad de puta vieja. Sabía bien que me exasperaba. Sus ojos negros siempre miraban como hablándome de sexo y de lo atrevida que era. Mi palo palpitaba a punto de estallar y ella sabía bien manejar los tiempos. Se detuvo y me dio un respiro prolongado hasta que mis humos se bajaron un poco de tono.

Me masturbó hablándome con una voz sensual en monólogo como si estuviéramos en una escena de teatro:

  • “Se que te gusta mucho. A mi también. Tienes un palo sabroso. Recuerda que esto es un secretito de cuñados” – todo me lo decía con prolongadas pausas mientras con mucha ternura y lentitud me acariciaba el sexo.

Luego cerró sus ojos y por fin metió la verga en su boca de labios delgados y largos. Empezó a darme una mamada de padre y señor nuestro de esas que mi esposa ya no me regala desde los tiempos de la luna de miel.

Rosa contorneaba su cuerpo y sacudía violentamente su cabeza entregada a mamar con sus más silvestres ímpetus de deseos prohibidos. Lo hizo sin descanso y sin contemplaciones ante mis gemidos cada vez más inconados y llenos de sorpresa e incredulidad. Se metía y se sacaba la verga como un bombón de chocolate en su boca caliente. Al rato sintió entonces que mi verga se contrajo entre sus labios apretados y adivinó que era el instante de la estampida. Se la sacó de repente y la sostuvo apretada con su mano contra su mejilla izquierda blanca y suave de pequeñas y escasas pecas esparcidas. Mi palo escupió con fuerza la sustancia blancuzca y espesa que tanto le gusta. Su rostro se tornó engomado hasta en la frente. No soltó mi palo hasta que éste no dejó de latir contra su rostro y vaciar totalmente el contenido de mis huevas.

Después del estallido y cuando volvió todo a la calma, Rosita volvió a mamar suavemente. Limpió con su boca los restos de semen que habían quedado en el tallo de mi verga mientras la leche restante resbalaba por su rostro amenazando con ensuciar su vestido y el sofá. Me electrizaba cada vez que lamía puesto que mi pene estaba muy sensible después de haber eyaculado. Se satisfizo y se levantó corriendo hacia el lavamanos. Allí enjuagó su rostro mientras yo resuelto y exhausto trataba de poner orden en mi mente todos los acontecimientos ocurridos. Mi cuñada me la había mamado y eso aún era increíble.

-“¿Te gustó?” -“Muchísimo” – le dije aún con la verga medio erecta entre mis manos.

Alzó su vestido y me mostró su calzoncito oscurecido por el pelaje de fondo y mojado de sus efluvios vaginales. Lo dejó caer como telón de teatro y me dijo que era una lástima que ya su hermana estuviera por llegar, porque apenas la fiesta empezaba y se sentía muy excitada. Me dijo que tenía una deuda grande para con ella.

-“A veces los domingos va un rato en la mañana a la oficina” – le dije dándonos esperanza

A los pocos minutos llegó mi mujer emocionada de ver a su hermana mayor sin sospechar ni por asomo lo ocurrido. Salimos luego a comer algo afuera y entre la conversa ella anunció que iría un par de horas a la oficina por la mañana para terminar unas cosas para luego venir y salir juntos los tres. Rosita y yo nos miramos brevemente a los ojos iluminados y alegres: supimos que continuaría la fiesta.

La noche la pasé pensando en el momento en que mi esposa cerrara la puerta par irse al trabajo. Sentí que el tiempo transcurría muy lentamente y hasta conté las numerosas erecciones que tuve durante la madrugada por estar pensando en los encantos de la mujer prohibida que dormía en la alcoba contigua. Por fin de dormí no se a que horas hasta que la luz tenue de las seis de la mañana y el ruido de mi mujer al levantarse me despertaron y me indicaron que había llegado el momento esperado.

Me levanté y preparé el desayuno. Mi esposa desayunó corriendo y justo antes de marcharse Rosita se levantó. Nos dio los buenos días, se despidió de su hermana y se metió al baño. Un pálpito suave se produjo en mi glande. Mi mujer cerró la puerta y el silencio reinó de pronto. Estábamos solitos por fin.

Rosita se bañó mientras yo serví su desayuno. Cuando ella salió envuelta en toalla me guiñó el ojo con picardía y entró a la alcoba a vestirse. Luego yo me fui al baño al baño y me duché con calma tratando de controlar mi calentura, preparándome sicológicamente para lo que se venía. Estaba ansioso por tener sexo con Rosita y hasta entonces fui consciente de que hacía mucho tiempo no me había sentido así de ansioso como un jovencito por tener sexo.

Salí del baño descaradamente en calzones solamente. Rosita estaba ya desayunando y  me hallé con la sorpresa de que estaba con el tenedor en la mano devorando un pedazo de papaya con parsimonia y desnuda sentada a la mesa del comedor. Nos sonreímos y me hizo un gesto seductor la su boca mordiendo con sus dientes superiores su labio inferior. Me acerqué muy excitado y a cada paso que daba mi pene se acrecentaba. Me senté frente a ella diametralmente opuesto a su silla. Miré a través del cristal redondo que constituye la mesa y me di entonces cuenta de que solo tenía puesta una tanga delgada de color azul cielo. La miré devorarse la papaya pedazo a pedazo sin musitar palabra alguna mientras las ansias me consumían. Por fin acabó y se levantó para cepillar sus dientes. Pude contemplar por vez primera su espalda desnuda de una blancura preciosa con puntitos negros como si fuera un negativo del universo nocturno. La tanguita era diminuta y sencilla consistente en una tiranta delgada que se ampliaba lentamente hasta triangularse para ocultar apenas una porcioncita menor de esas nalgas de fantasía.

Me fui a la alcoba y me acosté en mi litera matrimonial para esperarla. Por fin entró relajada y contenta. Intenté levantarme, pero ella me detuvo con un gesto de su mano blanca. Se fue metiendo como en mi cama como si fuera un felino y me beso mi panza en descenso hasta juguetear con el bultito. Me despojó entonces lentamente de mi única prenda como si ésta fuera la envoltura de una barra de maní. Mi pene apuntando a los cielos pronto fue devorado por su boca en sube y baja mientras empezaba yo a ver estrellitas en el techo de mi calurosa alcoba. Cuando empezaba a gozar de lo lindo se detuvo de pronto y me dijo que era mi turno porque tenía una deuda desde ayer con ella.

Se acostó a mi lado boca arriba. Yo me encimé sobre su cuerpo y la besé como si mi esposa fuera. Fui descendiendo por su cuello lentamente hasta toparme con ese par de montañas de blanca y cálida carnosidad. Devoré uno a uno y con toda la paciencia del mundo esos pechos hermosos. Los pezones erguidos fueron el fruto rosadito con el que mi lengua se deleitó. Luego descendí por su abdomen hasta maravillarme con su ombliguito para seguir cuesta abajo a la gloria.

El azul de esa seda la hacía ver tan inocente y bonita que ni quería quitárselo, pero el deseo no lo permitió. Sin embargo resbalé mi lengua por su vulva sin quitarlo. Cuando la puse ansiosa lo retiré y lentamente se me fue develando un hermoso pelaje tupido de vellos ensortijados en abundancia que formaban un precioso triangulo espeso. No se distinguían ni los labios mayores. Solo cuando ella medio abrió sus piernas pude divisar el rosado de los pliegues carnosos de su sexo. Entonces mi lengua hecha agua probó su fruta. El clítoris agrandado y esos labios mojados y cálidos fueron el deleite hasta cansarme mientras mis oídos escuchaban la música de su voz gimiendo profundamente y mi nariz inhalaba hasta la misma embriaguez los aromas de ese sexo prohibido.

Me tomó con fuerza por mis cabellos como si arrancarlos quisiera para subirme encima de ella y que por fin la penetrara. No la hice esperar. Me abalancé encima de su cuerpo hirviendo y en un suspiro hundí con suavidad mi pene duro y latiendo. El calor de ese sexo y el sabor de su cuerpo en mi boca me llevaron pronto a la cúspide del placer y no tardé mucho en sentir esa sensación irreversible de la eyaculación. Ella no quiso que se la sacara y dejé que mi verga vomitara mi elixir dentro en su chocha peluda. Me quedé quieto gozando mis espasmos corpóreos hasta sentirme otra vez con algo de fuerza para embestirle con furia. Lo hice estimulando mucho el clítoris con el roce de mi palo cada vez que entraba y salía. Rosa sonreía con lujuria en sus ojos entreabiertos.

Nos dimos un vuelco quedando yo boca abajo. Ella empezó a cabalgarme con intensidad delicada que poco a poco se fue tornando violenta hasta hacer crujir el colchón sobre el tendido de la litera. Me deleité mucho contemplando mi palo devorado por esa selva espesa y carnosa. Sus senos bamboleaban como gelatinas al ritmo de su danza. Le pedí entonces que se girara. Lo hizo sin desclavarse de mi verga. Al voltearse su culo era mi escenario. Lo contemplaba apachurrarse encima de mi pelvis. Sus nalgas blancas con pequitas me embelesaban y su espalda preciosa me fascinaba cuando se contorneaba. Rosa tenía más ímpetus que su hermana definitivamente.

Se desensartó de golpe y sin avisar y se marchó a la sala. Me dijo que la siguiera. Cuando me levanté la hallé apoyada con los codos sobre el asiento del sofá. Estaba de espaladas y con su culo respingado realzándolo y con sus rodillas en la alfombra. Quería que la cogiera por atrás. Mi verga medio aguada y sucia de jugos se hundió suave y con facilidad en su ano sorprendentemente relajado. El calor de se hoyo oscuro y estrecho me llevó a los celos tornándome violento. Golpeaba mi pelvis agrestemente contra sus nalgas ensartando hasta el fondo mi verga exigida. Ella gemía de placer pidiendo más tiempo y más fuerza. La agarré por sus tetas aferrándome a su persona para poder aumentar mis ansias. Me la estaba culeando con ganas exacerbadas que hacía tiempo no sentía.

Me llegué por vez segunda dentro en su cuerpo, allá  en el fondo de su culo y ella me lo agradeció. Luego de recuperarnos del sexo nos bañamos y nos vestimos hasta que su hermana llegó para salir a divertirnos un rato en un kiosco frente a la playa.