Viendo a mi novia follada por su hijo
Vendados sus ojos, ¿sabría Justina que aquel era su hijo y no yo?, ¿lo sabría y aún así seguía follando porque deseaba hacerlo con él?.
VIENDO A MI NOVIA FOLLADA POR SU HIJO
Ojalá supiera por donde empezar a contar, aunque como siempre se dice en estos casos, hay que empezar por el principio, y el principio tiene nombre de mujer: Justina. Era su mote, claro, su nombre era bastante más largo que eso, pero todos la llamaban de esa manera. Os la describiré para que entendáis de lo que estoy hablando: era como Liz Taylor en su juventud, y que conste que lo digo literal. Pelo azabache como el de Liz, de facciones muy finas, sublimes en su sencillez, de rasgo delicado. Labios no grandes, y sí carnosos y sensuales, sonrosados. Sus ojos no eran violetas como los de Liz, más bien eran como verde azulados, dependía de la luz. Eran ojos honestos, de mirada serena, si bien podían clavarte al suelo y dejarte petrificado. Las piernas eran inacabables, largas y torneadas, sin rastro de celulitis ni varices ni nada de eso, y su pecho...firme, redondo, exuberante, colocado en su sitio...ya sé que parece que describo a una diosa más que a una mujer, pero es que no puedo ser imparcial, con ella no. Es imposible.
Me enamoré perdidamente de ella la primera vez que la vi, fue amor a primera vista, y eso que yo nunca había creído en esas cosas. Era una dama. Los que lean esto y sean hombres entenderán de qué hablo. Hay chicas, hay señoras...y luego hay damas. Esas mujeres mujeres, con mayúsculas, que se saben vestir, que saben comportarse en todo lugar, momento y situación, que son femeninas sin por ello ser tontitas, o sumisas de los caprichos de su pareja. ¿Os habéis fijado como las chicas de ahora se ponen lo primero que pillan y salen así sin más (y algunas dando la impresión de andar pidiendo a gritos uno o varios hombres desesperadamente)?. Ella era diferente, siempre lo fue ya de joven. ¡Oh sí!, olvidaba decirlo: cuando conocí a Justina yo era muy joven, ella me llevaba varios años...de hecho, tenía un hijo de más o menos mi edad, claro que por ese entonces yo no lo sabía.
La primera vez que la vi fue en la plaza del mercado, un sitio atestado de gente y de lo más anodino el 90% de las veces. Iba a rebufo con mi madre, que me había hecho acompañarla para ayudarla con las compras, cuando me la encontré en un puesto donde vendían fruta y verdura. Fue la visión más maravillosa que jamás vi. Vestía de manera impecable, muy femenino sin parecer un putón ni ser tampoco una monja. Caminaba de manera firme, con mucho porte, segura de sí misma. Dada mi edad entonces era normal que me fijase en cualquier tía buena que se me pusiese a tiro, pero aquello superó con creces cualquiera de mis expectativas. No me había encontrado jamás con algo parecido ni por asomo. Ella era esa promesa del mejor sexo que jamás un hombre podría llegar a tener con una mujer, el mejor amor, la mejor vida. Lo supe nada más verla. La amaba.
Quiso la desgracia que no pudiera seguirla para averiguar donde vivía o donde trabajaba, no pude librarme de la correa de mi madre, así que me quedé con las ganas de saber más de Justina, pero mi descontento no iba a durar mucho tiempo. Apenas un mes después de aquel primer encuentro, resultó que volví a dar con ella en una tienda de ropa de una conocida marca, que estaba en un centro comercial de las afueras. No me lo podía creer. El verla allí me hizo entender (parte de) su elegancia y sus maneras finas y delicadas, a fin de cuentas era su oficio de cara al público, pero tenía la sensación que no solo era trabajo, que ella era así. El vestido de trabajo la hacía muy elegante, y decidí hacer un poco de trampa, de manera que me acerqué a ella fingiendo que buscaba algo de ropa para mi madre por ser su cumpleaños. El tiempo que pasé mirando vestidos y complementos me sirvió para entablar una conversación con ella de lo más amena. La chica tenía la cabeza bien amueblada, un rasgo poco frecuente o que, particularmente, pocas veces lo he encontrado en mi vida.
A raíz de ese primer día logré conseguir una suerte de amistad con ella, aunque no podía evitar cierto sentimiento agridulce porque mis deseos excedían con mucho una simple amistad. Tenía que morderme el puño de rabia teniendo tan cerca el objeto de mi deseo y no poder satisfacer mis necesidades, pero no soy de los que se rinden, y soy la clase de hombre que se crece ante los desafíos. Sabía que me costaría mucho seducir a un ángel de tan magna perfección, pero sabía que el premio sería lo bastante grande que merecía la pena todo esfuerzo realizado para tenerla entre mis brazos. Tuve que soportar dolorosas charlas sobre los novios que con el tiempo fue teniendo, y como todos hacían de ella una desgraciada al mirar siempre a sus intereses y no atender los suyos. Yo no lo entendía; ¿pero es que tan torpes nos hemos vueltos los hombres que somos incapaces de satisfacer los deseos de una mujer, que ni siquiera sabemos escucharla o darle lo que pide?.
La experiencia me enseñó que desde los ojos de una mujer, solo hay 4 tipos de hombres en función de su uso: “amigo”, “novio/esposo”, “amante” y “confidente”. Éste último es precisamente lo más peligroso de todo: el confidente está condenado a saber la vida sexual de la otra persona...sin poder participar. El amigo, si sabe jugar sus cartas, podrá jugar la opción del derecho a roce, pero el confidente no...y eso es lo que estaba empezando a pasarme a mí. Si Justina solo me veía como ese hombro amigo en el cual aliviar sus penas, perdería toda opción de enamorarla. En ese sentido, las chicas son un tanto egoístas: el confidente es un amigo, consejero amoroso, revelador de intimidades sexuales, confesor de secretos y paño de lágrimas todo en uno, y es intocable. Es al que jamás tocarán ni del que se enamorarán porque de hacerlo lo perderían, y ninguna está dispuesta a perder algo así.
¿Cómo logré evitar caer en esa trampa?. Con tiempo, paciencia...y esfuerzo, el suficiente para A) tragarme mi orgullo cuando ella me hablaba de sus novios y como no la sabían satisfacer en la cama, B) ponerme manos a la obra para, una vez acabada mi carrera y todos mis estudios, encontrar un buen empleo para que C) ella no viese en mí a un confidente, si no a un amigo. En la posición de amigo podía avanzar hacia novio y de allí hacia marido (suponiendo que se llegase a ese punto y en un acto de locura, ella y yo nos llegásemos a casar). No me costó meses, si no años, el estar con ella y revelarle mis sentimientos. El día que me declaré fue el día más difícil de mi vida, puse toda la carne en el asador y le juré que buscaría el mejor trabajo que encontrase para darle todo lo que ella merecía y que haría lo que fuese por ella. Incluso me arrodillé para decirle que sin ella mi vida era insulsa y vacía y que no tenía sentido.
Fue difícil para ella decirme que sí, no porque no me quisiera, si no por la edad entre nosotros, nos separaba casi una generación, quizá generación y media (nunca he sabido muy bien cuantos años son una generación). Ya se sabe: si un hombre de cierta edad se liga a una jovencita, es un machote, pero si es la mujer la que liga a un jovencito la tachan de lo que la tachan (a pesar de ser hombre, odio ese cinismo). En fin, prosigo: Justina me aceptó, y todavía recuerdo aquellas palabras como si me lo acabase de decir ahora mismo: “Solo necesito un hombre que sepa cuidarme y quererme”. Juré y perjuré que yo sería ese hombre, que sería todo cuanto ella necesitase, que hacerla feliz era mi único objetivo en la vida...aunque la vida, propiamente dicho, me deparó otro objetivo de forma inesperada.
Cuando Justina me aceptó como su novio pensé que estaba alucinando. Parecía irreal que después de tanto tiempo de sufrimiento y frustración hubiese tocado a su fin. Sus charlas, sus novios y los líos que tenía con ellos...todo había quedado atrás, y ahora era yo el hombre de su vida. Recuerdo que fui a abrazarla y darle ese primer beso no ya de amigos, si no de novios. Y ese primer beso, cuyo recuerdo me sigue quemando la memoria, no fue nada comparado al placer de hacerle el amor por primera vez. Dios de mi vida, que ardor, que mujer, que pasión desbocada...verla desnuda acercándose a la cama, la sensualidad de su cuerpo desnudo a la penumbra, sus ojos devorándome con una voracidad brutal...la forma en que se apoderó de mi cuerpo, de mi verga, la manera en que jugó con ella a su antojo, dominándome por completo...el tacto de su cuerpo tan pegado al mío, sus labios carnosos besándome, nuestras lenguas pugnando furiosas en nuestras bocas...Justina no solo era una mujer en la vida: en la cama era una fiera.
Pero no solo de sexo vive el hombre (¿en serio?), y Justina y yo tuvimos muchos problemas para defender nuestra relación frente a todo el mundo, desde nuestros amigos a los inevitables y tocapelotas de los parientes, el primero de ellos, Rufo (o Rufino), el hijo de Justina. Más que padrastro parecía su hermanastro, pues él y yo éramos casi de la misma edad, y que de pronto apareciese en la vida de su madre un chico como yo le puso a la defensiva. De pronto mi felicidad se vio truncada porque Rufino nos hacía la vida imposible a ambos, no nos dejaba estar juntos ni a sol ni a sombra, y si ella y yo estábamos juntos él conseguía meterse por el medio. No estaba dispuesto a tolerarle ese comportamiento, y aunque sabía que no debía montar el pollo (a fin de cuentas era su hijo y entre un novio y un hijo, el novio
siempre
pierde), decidí que no le permitiría que arruinase lo que tanto tiempo me llevó conseguir.
Esperé a que su madre no estuviera cerca y allí pude arrinconarle para hablar con él a solas. Fue una conversación muy acalorada y no tiene sentido decirla palabra por palabra, si no que se puede resumir en que Rufino me detestaba porque no le gustaba la idea de un chico de su edad de novio de su madre, que ya había visto a muchos hombres aprovecharse de ella de mala manera solo por tener buen cuerpo y no quería otro más que la hiciera sufrir. Si con Justina me costó, con Rufino me costó el doble o el triple convencerle de que mis intenciones eran honestas y que no estaba con ella por el sexo, si no porque la quería de verdad. Fue entonces, cuando me espetó en la cara que era su madre y que la protegería contra viento y marea para que no volviese a su sufrir, que en su tono de voz percibí algo que iba más allá del clásico amor hijo-madre.
Y no me equivoqué. La actitud sobreprotectora de Rufino hacia su madre no era debida a su posición de hijo (aparte), si no que había algo más por en medio, y sí supe reconocerlo fue precisamente porque de pronto me vi reflejado en él. La edad, la forma de hablar de ella, sus ojos cuando lo hacía...reconozco que tardé en darme cuenta, pero finalmente deduje que Rufino amaba a su madre, pero de verdad. Estaba enamorado de ella. Más que enfadado, quedé sorprendido. Sabía que Justina, por físico y maneras, era una mujer que levantaba pasiones entre los hombres, triunfaba como la pana allá donde fuera...pero jamás imaginé que su poder de seducción fuese tan grande como para que su propio hijo, la niña de sus ojos, cayese víctima de su embrujo. Comprendí entonces sus celos hacia las parejas de su madre: Rufino la deseaba, la quería para él, y con toda probabilidad, sentiría unos deseos tremendos de hacerle el amor, algo que, precisamente por ser su hijo, no estaba a su alcance, lo que provocaría en él una enorme frustración.
No me lo pude callar, y se lo solté en plena cara. Me tachó de loco, de pervertido y de un montón de cosas más, pero no desistí y le dije que su secreto estaría a salvo conmigo, que yo jamás le revelaría a Justina su secreto y que entendía que él se hubiese enamorado de su madre, que no me viese como una amenaza si no como un camarada, un confidente, un amigo...y en cierto sentido, como un padre (que Rufino nunca tuvo, pues murió siendo él muy pequeño). Le vi banquetear ante mi franqueza, no sabía a que carta quedarse, pero yo le ofrecí una mano amiga porqué ahora entendía lo que pasaba y mejor que estar enfrentados era estar unidos. Gracias a mi inesperado hallazgo, Rufino encontró alivio a su pena y Justina se quedó sorprendida de ver como de pronto él y yo pasamos de estar a la gresca a ser “amigos para siempre”. Le dijimos (muy por alto) que habíamos hablado y que ahora las cosas serían diferentes, que ya no habría problemas de ninguna clase...Justina era pura felicidad de ver como todo se arreglaba.
Me encantaba ver a Justina feliz, y hacerla feliz más aún...pero descubrir lo que Rufino ocultaba en su corazón comenzó a cambiar el mío. Aunque enamorado hasta las trancas de Justina, no era (ni soy) un santo, y antes que ella he tenido novias, amantes y un sinfín de ligoteos de un simple polvo y “si te he visto no me acuerdo”, con las que me lo pasé en grande haciendo toda clase de posturas y perversiones (he probado casi de todo). El sexo con Justina era...bueno, algo fantástico, en la cama era una diablesa y lo pasábamos en grande, pero en mi retorcida mente, la idea de ver a Rufino tomando a su madre por amante comenzó a dar vueltas como una peonza. Cuando él y yo hablábamos a solas él quería saber con pelos y señales lo que su madre y yo hacíamos (a cambio él me contaba lo que hacía con sus ligues, que tenía unos cuantos), las posturas con las que hacíamos el amor, si ella gozaba, que cosas le gustaban...lo quería saber todo...
Cada vez que lo veía escuchar mis historias con Justina me reafirmaba en mis locos desvaríos de que madre e hijo hicieron el amor apasionadamente, pero sabía que Justina no estaría por la labor. Tras la trágica pérdida de su marido (el padre de Rufino) por enfermedad hace años, y volcada totalmente en cuidar y amar a su hijo, ella jamás podría dar opción a que ese amor se trasladase al terreno de lo físico, de manera que no me quedaba otra opción que recurrir a mi experiencia y a mis perversiones para dar con la manera de que él viese colmada su fantasía (y yo la mía, para que engañarnos). Ya sé que puede parecer un poco increíble que después de tanto tiempo y tanto esfuerzo por enamorar a Justina y hacerla mi novia lo arriesgase todo por una perversión surgida de mi cabeza...¿pero no es la vida una locura arriesgada tras otra?...
Rufino, encantado de la vida con mis historias, estaba cada vez más deseoso de tener a su madre por amante. Yo aplacaba sus deseos (o los encendía, más bien) no solo contándole las intimidades de qué cosas hacíamos y como las hacíamos, si no aceptando sus sugerencias de las cosas que él quería hacerle pero no podía, encargándome a mí que se las hiciera. De esta manera, comenzó una vida sexual alternativa entre Justina y yo: por un lado teníamos el clásico sexo convencional, pero por otro lado se inició una carrera de perversiones que aliviaban la tensión de la rutina y que daban un poco de aire fresco a nuestras relaciones sexuales. Aunque algo reacia al principio, Justina se unió gustosamente siempre y cuando no haríamos nada peligroso ni denigrante para con su persona. Y dentro de esos límites...nos lo hemos pasado bomba.
El empezar a pervertir con ella no fue producto de la casualidad, si no de un plan largo y organizado a fin de llegar a cierto punto concreto en el que yo pudiese cumplir mi fantasía, y Rufino sus sueños. Comencé los juegos con algo tan simple como hacer el amor en la ducha (hasta mi llegada, Justina se había pasado la vida haciendo en la cama en misionero y nada más), o en otras partes de la casa como el sofá, viendo una película porno e imitando lo que veíamos en la película. Le enseñé a follar sentada en mi regazo de espaldas a mí, mientras tomaba posesión de sus (perfectos) pechos y los masajeaba con devoción fanática. En otra ocasión, cogimos el coche y nos largamos a un parking a altas horas de la madrugada, donde aprendió el porqué de la fama del asiento trasero de los coches (y no es por dármelas de prepotente, pero yo he tenido mucho vivido en esos asientos traseros jaajaja).
Con la idea de poder satisfacerla mejor, comencé a ir al gimnasio para ponerme en forma y mejorar mi aspecto físico. Ella me recriminaba que no hacía falta que hiciese eso por ella, que me quería por la forma en que yo sabía hacerla sentir, no por mi físico (cuantas mujeres dirán eso sin ser verdad), pero sé que en el fondo le gustaba que me cuidase y que quisiera mejorar mi aspecto físico. Sin haber mentido, el ir al gimnasio no se debía a ponerme más guapo para ella, si no coger la suficiente masa muscular para igualar a Rufino, que era un poco más corpulento que yo. Aunque no nos parecíamos de cara, de cuerpo éramos casi iguales. Casi, y eso es lo que quería eliminar. No debíamos ser “casi” iguales, si no iguales totalmente, para que cuando él y yo nos cambiásemos no se notase la diferencia
La lista de juegos eróticos fue subiendo de tono conforme el tiempo pasaba. De las cosas que hicimos, recuerdo con especial diversión cuando nos dimos un homenaje en la cima de un monte, donde acudimos a ver una lluvia de estrellas. Fue fantástico: a la escasa luz de la luna en fase de cuarto creciente, y con las estrellas fugaces cruzando el cielo como balas, Justina estaba radiante mientras me cabalgaba a horcajadas sobre la manta que habíamos tendido en el suelo, los dos allí solos amándonos furtivamente. En otra ocasión jugamos con el morbo e imitamos una escena de la película Infiel : ella fue a un bar con unas amigas y luego pasé por allí para que me echasen un rápido vistazo y se pusieran a cotillear conmigo. Justina las dejó hablar de mi cuerpo y de cómo estaba, etc, y un par de minutos después se fue al baño conmigo, allí echamos un polvo rápido y luego ella me presentó como su novio, haciéndolas ruborizar. Fue divertido.
Fue un festival de erotismo, morbo y seducción hasta que llegó el momento tan esperado. Lo estaba arriesgando todo a una sola carta y lo sabía, y eso me volvía loco de perversión. Ese día le dije a Justina de hacer el amor en la cama, con los ojos vendados, sin hablar ni gritar ni parecido (hasta orden mía), y como mucho solo debíamos gemir o jadear levemente. Nada de palabras ni de miradas, tan solo nuestras manos tocándonos por todas partes, recorriéndonos y dejándonos sentir de forma diferente. Comparado con todo lo que ya llevábamos recorrido aquello era algo de menor envergadura, y aceptó encantada mi idea. Para aquel entonces Rufino y yo éramos casi como dos gotas de agua, y estaba todo preparado para el gran momento. Me acuerdo que me hallaba muy excitado, y que de previo, Justina y yo nos pasamos todo el rato sobándonos el cuerpo, explorándonos sin mirarnos. Mi sugerencia resultó más estimulante de lo que yo mismo había pensado.
No solo nos sobamos el cuerpo, si no también la cara, tanto como para que ya no hiciera falta volver a hacerlo en adelante. Nos habíamos recorrido de parte a parte y una vez estábamos lo suficientemente excitados y deseosos (los dos echábamos humo por las orejas), superamos los (amplios) preliminares que nos dimos, echamos un verdadero polvazo de los que hacen época. Privados de la vista en todo momento, el resto de los sentidos se hacían más intensos y las sensaciones aumentaban sin parangón. Me sentía como transportado a otra dimensión, buscar los puntos sensibles de Justina sin mirar era un reto maravilloso, y pos sus gemidos sabía que lo estaba haciendo perfectamente. Ella tampoco se quedaba corta conmigo, las cosas como son. Me puso en órbita como está mandado y sus besos de tornillo casi me arrancaban el alma por la boca. Que pasión.
Después de follar en misionero esa primera vez, le estampé un beso en la boca y bastante largo, haciéndole saber que quería más. No siempre, pero en alguna ocasión se había dado el echar 2 ó 3 seguidos, así que ya estábamos habituados a ese trote. Justina me abrazó diciendo que quería más, y entonces llevé sus manos a sus pechos mientras yo bajaba a su entrepierna para darle una comida de coño como le gustan. Justo en ese preciso momento en que mi cuerpo y el suyo solo se tocaban por mi boca y su coñito, la mano de Rufino en mi espalda me hizo saber que era momento del relevo. ¡Ah!, no dije un detalle: las vendas (tipo máscara) que llevábamos cubrían toda la cara excepto los agujeros de la nariz y la boca para poder respirar. De ese modo si nos volvíamos a tocar la cara, Justina no podría diferenciar entre su hijo y yo (y Rufino y yo llevábamos la misma máscara). Me aparté muy rápidamente y Rufino ocupó mi lugar. Con la venda quitada, vi a madre e hijo a punto de enzarzarse en una furiosa batalla sexual...mientras me tocaba para mantener un poco la erección que más tarde volvería a ser necesaria.
Sentado en el asiento del rincón de la habitación, presencié a Rufino disfrutando de las intimidades de su madre, posando allí su boca y su lengua para que ella gimiese y se retorciese como un animal salvaje. Rufino sabía de qué forma hacía yo las cosas y él debía imitarme en todo, porque de lo contrario quizá ella notase la diferencia entre un amante y otro. Le vi, encantadísimo de la vida, haciendo gozar a su madre con una más que estupenda comida de coño que la excitó y dejó más que preparada para un segundo asalto, no sin antes de que ella le devolviese el favor. Mi mayor miedo estaba a punto de ocurrir: ¿sabría Justina si estaba chupándome la polla a mí en lugar de a otro hombre?. En cierta ocasión Rufino y yo habíamos estado a solas haciendo apuestas tontas a ver quien se pajeaba antes viendo una peli porno (cosas de tíos). Una tontería que tenía una razón de ser: averiguar si entre él y yo había diferencia estando empalmados. Había que cuidar hasta el último detalle...y ahí no éramos del todo iguales. Era el único punto débil de toda la operación “doble de cuerpo”.
Me estaba mordiendo el dedo (las uñas hace tiempo las había carcomido todas) esperando a ver que pasaba. ¿Lo haría?, ¿nos reconocería?, ¿le reconocería a él?. Tenía un mar de dudas por resolver...y mis respuestas llegaron en forma de mamadas, porque Justina empezó a tragar rabo como una obsesa de los embutidos. Rufino le apoyaba la cabeza con las manos para que se la siguiera comiendo y se pasó largo rato dale que te pego chupando y lamiendo hasta que Rufino decidió pasar a la acción: cogiendo una de sus piernas y pasándole por encima de su hombro, Rufino apuntó con sus manos, y en un instante que parecía detenido pero que sin embargo quemará mis memorias el resto de mis puñeteros días, penetró a su madre y comenzó a follársela. Lo vi todo, me había movido de mi asiento poniéndome de pie al lado de ellos para verlo todo, y vaya que si lo vi: la tranca de Rufino fue entrando en Justina a la perfección, como hecho a medida, y una vez insertada, dio comienzo el mete-saca por el que Rufino había llorado y suspirado tanto tiempo.
Sentía ganas de correrme en el mismo instante en que la penetró, pero no podía, debía guardar fuerzas para lo que se avecinaba. Estaba rabiando como un perro por no poder aliviar los sobrecargados huevos pero todo “material” debía ser guardado con un especial esmero, de manera que me deleité viendo como Rufino le hacía el amor a su madre con una (intuía) épica cara de satisfacción. Rufino era un excelente amante y a Justina sabía trabajársela (para eso yo le había contado todas nuestras intimidades: para que supiera hacérselas después). Justina estaba perfecta mientras su hijo le daba adentro y fuera sin parar, no paraba de agitarse, de moverse, de querer más a cada instante. Se la veía entregadísima y yo estaba en shock presenciándolo todo, era muchísimo mejor de lo que me había imaginado. Ver a madre e hijo follando como locos era el sumun a toda una vida de perversiones, jamás volvería a presenciar nada parecido y lo sabía, por lo que le estaba sacando el máximo partido posible.
En mitad del polvo Rufino cambió la postura y dejó que su madre lo cabalgara, como a ella sabía que le gustaba cabalgarme. Justina fue moviéndose adelante y atrás, arriba y abajo, cambiando, experimentando, disfrutando, explotando de goce con cada movimiento que hacía. Empujaba con fuerza hacia abajo, presionaba sobre la verga de Rufino con mucha determinación, quería exprimirlo hasta dejarlo seco. Ya había dicho de la fiereza de Justina en la cama, pero aquello sobrepasó mis expectativas. Entonces una idea me cruzó la cabeza, una idea loquísima: ¿sabría Justina que aquel era su hijo y no yo, su novio?, ¿lo sabría y aún así seguía follando porque deseaba hacerlo con él?. Hubo un instante, cuando empezó a comérsela a él, en que Justina titubeó, pero luego siguió como si nada. ¿Sería posible que aún sabiendo que era su hijo el que se la estaba follando, ella se lo siguiera cepillando porque quería follárselo?. Nunca lo sabría, pero esa duda alentaría mis oscuras fantasías por siempre.
En una pletórica y eléctrica descarga de sensaciones, Justina y Rufino gozaron y se derrumbaron sobre la cama, abrazándose y besándose un buen rato hasta que Rufino, siguiendo el plan previsto, volvió otra vez a la entrepierna de su madre para lamerla a base de bien. Cambiados de nuevo, tomé el relevo y me dispuse a darle el tercer asalto a Justina, que esta vez no fue por delante si no por detrás. A base de duchas y de un buen entrenamiento (lo mío me costó) conseguí que Justina descubriese el sexo anal...y para sorpresa de ella misma, se encontró que no era tan desagradable ni tan asqueroso como ella había pensado. Delante de Rufino me dediqué en cuerpo y alma a encular a Justina, aunque más bien fue al revés, ya que de nuevo estaba encima de mí, clavándosela ella en el culo como una descosida. No dejaba de alucinarme la capacidad de aguante de mi amada para resistir a dos hombres a la vez (¿y las dicen “el sexo débil”?, ¡ANDA YA!), pero sí que aguantó bien el tirón, incluso después del orgasmo anal que me sirvió para embarrarla el culito de leche aún quería más.
Me hubiese gustado que Rufino fuese el primero en encularla, pero no podía, era imprescindible que yo fuese primero para dilatarla y que luego él pasase por taquilla sin problemas. Siempre con la comida de coño a modo de pasaporte, Rufino tomó el relevo y cambió la postura, que precisamente no hice porque la reservaba para él. Curvado del todo sobre Justina, y cambiando de cuando en cuando el coño por el culo (y viceversa), Rufino fue enculando a su madre a ratos hasta que decidió darle todo el rato por detrás y satisfacer una de sus muchas (y confesas) fantasías con ella. En esa postura no solo la enculaba, también se apoderó de sus tetas y las usaba como todo un experto para jugar con sus pezones (de color amarronado, algo prominentes si se empitonaban y de aureola algo ovalada, más que circular), ponerlos entre sus dedos, apretarlos contre el propio pecho y soltarlos o rozarlos con la yema de los dedos. Entre una cosa y la otra, Rufino le dio una porculizada soberbia a su madre, fantástica.
Por tercera vez nos cambiamos, y me tocó darle un cuarto polvo que ye se me empezaba a hacer cuesta arriba. En un intento por innovar, decidimos hacer lo que las mujeres practican cuando se lo montan entre ellas: la tijereta. Hay que probarlo, lo digo en serio. Justina y yo, apoyados en la cama y unidos por nuestros sexos, empujábamos furiosamente uno contra otro haciendo toda la fuerza que podíamos, moviendo nuestras pelvis y apretando los dientes resistiendo el impulso de hablar o de gritar (lo que servía para intensificar nuestras emociones: cuanto mayor retenidas, más intensas). Fue una lucha “cuerpo a cuerpo”, nunca mejor dicho, por ver quien empujaba más contra el otro, olvidándonos de nuestros egos y con el único objetivo de dar placer a la otra persona, sin tener en cuenta el goce propio (no hay mucho de eso hoy día). Total: una gozada de cuarto polvo en la que casi consumí las fuerzas que me quedaban...pero aún no había acabado aquella sesión.
El quinto polvo corrió a cargo de Rufino, el cual, tras haber hecho el amor a su madre y sodomizarla después, quiso tener un último momento de gloria no solo por otra ronda alterna de agujeros, si no por conseguir correrse en su boca y que ella lo tragase (cosa que ya había hecho en el polvo previo que le di). Imposible pero cierto, lo vi con mis propios ojos. Abriéndole un poco la boca y besándola un poco, Rufino no se cortó un pelo y le dio a chupar su verga unos segundos antes de que se le corriese dentro, y sí que dentro se corrió (de la boca, claro). Justina chupó, lamió y trago toda la lefa de su hijo, engulliendo hambrienta (y bien mirado, después de tanto tute, un poco de proteínas no le venía mal jaajajaja). Lo que le cayó por las tetas, que fue un poco, ella se lo llevó a la boca con los dedos y se dejó el cuerpo como los chorros del oro. Mi polla, fláccida de un esfuerzo tan prolongado, llegó a dolerme de la súbita erección por verla buscar a ojos cerrados el semen de Rufino para tragárselo.
Gracias a su involuntaria ayuda, logré darle un sexto (para ella) polvo en el que ella ya era una muñeca hinchable en mis manos, debido al agotamiento. Fue diferente y morboso tener a una mujer tan agotada que se le podría hacer de todo sin moral alguna que lo impidiese, pero con follarla una vez más y volver a correrme en su boca fue más que suficiente (por cierto, entre medias me hizo una buena “paja tetera”, como ella las llama; a Rufino se la hizo en el segundo polvo, justo antes de encularla). Y aún con una vertiente maligna, agotados a más no poder, le di a Justina un séptimo y último orgasmo a base de masturbarla, claro que ella me devolvió el favor por sorpresa, cogiéndomela y apretándomela tanto que me hizo una mortificante pero gloriosa paja como guinda a una sesión inolvidable y seguramente irrepetible de sexo. Jamás me había corrido con tanta dificultad debido a la presión de su mano en mi verga. Fue increíble.
Gritando “¡BASTA!” con desesperación, ella y yo nos quitamos las máscaras y nos quedamos como dos bobos mirándonos a la cara, envueltos en sudor, agotados a más no poder. Justina, intentando recuperar el aliento, se me quedó mirando sorprendida de mi aguante. ¡¡SEIS POLVOS Y UNA PAJA!!. Le contesté que tal vez fuese por ser la primera vez que lo hacíamos, y que quizá no volviese a tener tanto vigor (Rufino se había ido en cuanto terminó su último polvo con ella, desapareciendo lo más rápido que pudo). Mimosa y satisfecha como jamás lo había estado, Justina se me acercó para que la abrazase y le hiciese carantoñas, cosa que hice encantado. Pensando en hablar con Rufino y comentar viciosamente todo lo que le hicimos a Justina, me dominó el morbo de pensar que quizá ella supiese lo que pasaba, sobretodo cuando, antes de dormirse, me dijo que estaba deseando volver a repetirlo lo antes posible...