Vieja Culiá (5: error)

Lo que había empezado bien días atrás, podría torcerse sin saber cómo.

Primero, quiero disculparme por tener pausadas tanto tiempo mis series. No es que no sepa cómo continuarlas (lo tengo a grandes rasgos en mi cabeza, hasta sus finales), sino que ha sido inconstancia y falta de tiempo. No puedo asegurar que ahora las continúe de manera más frecuente, pero les aseguro que no las he olvidado. Es más, tengo "en carpeta" otro relato (más corto) sobre una jovencita que disfruta ser dominada por un librero

Hasta entonces, paciencia y gracias por leer. Sus comentarios y votaciones son apreciadas y los anteriores relatos están todos publicados en su debido orden, para quienes lo estén leyendo por primera vez y les guste.

Día 14

Aún cuando Ricardo venía de una generación mucho más liberal (y exhibicionista) en lo sexual, aún cuando ya le habían hecho un par de mamadas con anterioridad y se había corrido en la boca de una chica coreana de su mismo liceo, para Ricardo, perder la virginidad también estaba significando un quiebre importante en su vida. Un quiebre que lo tenía inquieto, que no le había permitido dormir en casi toda la noche ante la promesa de repetirlo. No sólo había dejado la virginidad atrás, sino que lo había hecho con una mujer que triplicaba su edad; la mujer más maciza del barrio; quien había sido una fantasía y una molestia, quien lo había humillado alguna vez y ahora parecía estar dispuesta a humillarse ante él.

Si su madre lo hubiese visto en la mañana, habría notado inmediatamente que algo pasaba en su cabeza. Pero ella había llegado a las 4 a.m. (él la había escuchado llegar) y ahora dormía producto del cansancio, alcohol y droga la noche anterior había consumido. La ansiedad lo mantenía tenso, la falta de sueño y la adrenalina que mantenía sus ojos abiertos, habían dibujado en su rostro la expresión del deseo a la espera de ser satisfecho. En su cabeza repetía de manera continua todos los mejores momentos del día anterior, en sus oídos, la voz de Julia gemía, se quejaba y ronroneaba parando sólo para decir "te estaré esperando", lo que disparaba la imaginación del chico y endurecía su verga, pasando instantáneas frente a sus pupilas, imaginándose cómo lo esperaría Julia: con las piernas abiertas, arrodillada, en cuatro patas, sacudiendo las tetas, gimiendo, transpirando, aullando una corrida… y volvía sobre las escenas del día anterior.

Casi no desayunó, sólo sed sentía. Ni se duchó, ni se preocupó por fingir ir al liceo. Impaciente, ya ni quería estar en casa un segundo más. Y mucho más temprano de lo habitual, salió de casa.

Tras escuchar el golpe de la puerta de entrada, cerrada por su marido al marcharse, Julia tuvo un momento de incertidumbre. "Y si no viene hoy?", se preguntaba. No había gran cosa que le pudiera indicar que así fuese. Tan sólo la decepción inicial del día anterior en el rostro de Ricardo cuando ella le recordó la hora, indicándole que sería prudente que huyera antes de que alguien le viera salir de la casa.

Tan pronto se quedó sola, dejó todo lo que estaba haciendo, víctima de la incertidumbre no podía concentrarse siquiera en fingir normalidad y le había costado mucho hacerlo hasta que se fuese su marido…. Ahora que ya no estaba, fue corriendo a su habitación a descorrer las cortinas y abrir las ventanas. Y Ricardo estaba ahí cuando ella las abrió.

De un salto de sorpresa retrocedió reprimiendo un grito que quedó en gemido. Y Ricardo aprovechó para pasar una y otra pierna por la ventana y ocupar el espacio dejado por la señora, que con una mano sobre su pecho, aún tenía la impresión grabada en sus ojos.

Sin perder tiempo, el chico se deshizo de sus pantalones quedando en pura camisa, dejando asomar entre la abertura de ésta su erección apuntando a Julia.

Ésta parecía haber olvidado su inquietud de hace unos minutos, ahora sólo quería preguntar "hace cuánto que estabas ahí?".

Se arrimó a ella y la agarró fuerte por la cintura, apretándola contra sí y haciéndola sentir su palpitante pene sobre su falda gris. Julia no participaba, sólo lo miraba sorprendida, viéndolo intentando alcanzar sus labios con su boca abierta y su lengua asomándose, asiéndola fuerte entre las caderas y su trasero, hasta que una de sus manos subió y afirmó su nuca para que, con fuerza, los labios del chico presionaran y abrieran los suyos, y la jugosa lengua del joven la penetrara y le arrancara ahogados gemidos… fue todo lo que quedó de la pregunta.

Ahora comían mutuamente sus bocas, traspasaban saliva, gemidos y aliento; se peleaban por introducir la propia lengua en la boca del otro, por atrapar a la invasora. Ricardo no perdía oportunidad de sobar a antojo, de agarrarla fuerte por la nuca, de cerrar la mano aprisionando y jalando sus cabellos como para devorar su cara; de pasear su derecha, por el amplio culo de la vieja, de agarrar con fuerza esa carne y de presionarla contra sí, para refregar el pico en su vientre, empujando la blusa fuera de la falda, mojando la tela con sus secreciones.

Julia no se quedaba atrás, levantaba la camisa del chico para poder meter sus manos debajo de ella y acariciar su espalda, y sobaba hasta sus nalgas apretándolas contra sí, sintiendo su tersura y firmeza, enamorándose de ellas, así como también lo tomaba por los costados, sintiendo los huesos de su cadera, le gustaba sentir su cuerpo desnudo, estaba descubriendo el placer táctil de la carne joven, de su firmeza y su fibra, de los vellos jóvenes, del olor masculino, de la barba inmadura rasguñando su cara

También estaba descubriendo el gusto por las otras "caricias" del muchacho, de sus jalones de cabello, de sus dientes, en sus labios, de sus pellizcos, apretones y rasguños en su trasero y sus carnes más sueltas, de la fuerza excesiva (pues ella no pretendería jamás ir a ningún otro lado)… Pero lo que aprendió a apreciar más de él, era su capacidad para dejarse llevar por completo por la calentura y actuar de manera animal.

Después de estar unos cuántos minutos devorándose mutuamente, soltando saliva por sus barbillas, Ricardo la tomó con ambas manos por el cabello sobre sus orejas y dejó de besarla para lamer su rostro mordiéndola azarosamente, en una mejilla, un pómulo, a la altura de la pera… y ensalivándole la cara casi por completo, pasando su jugosa lengua desde su boca, por la nariz hasta la frente, como si fuese un perro… no alcanzó siquiera a sorprenderse. Sólo se dejó llevar por esa nueva sensación de una lengua tan desenfadada. Sintiendo su porosidad, su humedad y luego, el olor con el que la cubría.

Mantenía los ojos cerrados y la boca abierta dejando escapar gemidos menos contenidos que el anterior día y dejando salir su lengua para ir al encuentro de la de su joven amante cuando éste pasaba cerca.

"oooohhhhhhhhhnnnn"…. "nnnnnnhhhhhhhhhaaaaaa"… "aaaaahhhhhhhhhhh", era todo el repertorio que Ricardo obtenía de ella.

Y agarraba la camisa del chico, para mantenerlo apegado a ella y animarlo a mantener sus movimientos pélvicos. El olor de su sexo aumentaba así y llenaba la habitación y a la vieja, cuya humedad ya no podía soportar mucho más

  • Culéame!,

Dijo guturalmente, con la boca abierta y los ojos cerrados, mientras Ricardo saboreaba su cuello.

No hizo necesario que dijese mucho más, sólo faltó que presionase más al chico contra sí, a la vez que separaba las piernas y levantaba una intentando rodear su cintura… hasta que perdieron el equilibrio y cayeron en la cama, él sobre ella, casi sin detenerse en sus caricias.

Con la vieja debajo, ahora Ricardo medio cabalgaba a Julia, arrodillado con sus piernas a los lados de su cuerpo, se restregaba contra ella, como violando sus ropas y, al mismo tiempo, trepando por su cuerpo. Ahora que la tenía más a "su merced", dedicó más atención a las tetas de la vieja, metiendo las manos por entre el escote de la blusa, agarrando fuerte y a manos llenas las suaves y blandas carnes blancas, apretando, sobando, juntando, presionando, estirando… hasta hacer saltar un par de botones (y rajando la tela en sus costuras). Se afirmaba fuerte, a manos llenas, de las masas de carne de Julia y así, acercó su pico hasta situarlo entre las tetas, pasando el palo por debajo de la unión del sostén.

Julia gozó el recorrido del pico del chico por su cuerpo, lo sintió desde sobre sus caderas, pasando por su cintura, sintiendo el palo y las pelotas a continuación, él comenzó un movimiento de ir y venir cada vez más largo, apoyando las manos en la cama por los lados de la cabeza de la vieja, mecía su cadera con fuerza hacia adelante, levantando las piernas abiertas de ella y mostrándole el brilloso glande a Julia, que lo veía asomarse por sobre sus tetas.

  • dame, dame.- pedía ella, y Ricardo empezaba a disfrutar el oírla rogar por ser culeada.

  • Quieres pico?- le preguntaba divertido y ella respondía atarantada: "Sí, sí!, dame pico, dame pico...."

Sin mucho más arreglo que arrugar la falda en su cintura y mover con fuerza sus bragas a un lado, el chico comenzaba la penetración. Algo dificultosa, pero al final con éxito, enterrándole el pene hasta su base y empujando casi sin sacarlo, moviendo a Julia sobre la cama aún sin ordenar.

Por más de 10 minutos, casi no se besaban ni emitían más palabras, sólo se concentraban en culear, en dar y recibir, y en gemir. Tampoco cambiaban de posiciones, sólo variaban el ritmo, que desde un comienzo era bueno, pero se volvía salvaje a medida que la calentura los descontrolaba.

A Ricardo se le daba bien penetrar con fuerza y profundidad la concha de la vieja, a medida que agarraba fuerza y ritmo, no aceleraba sus embistes, sino que los hacía más poderosos, retrocedía hasta casi salirse de su concha y la enterraba hasta los huevos, sacándole el aire por la boca y cada vez, gemidos más y más fuertes y profundos. A 5 minutos de estar culeándola con esa intensidad, Julia solía quedar al borde de la cama y al borde del orgasmo, que terminaba por arrebatarla y quitarle fuertes e incoherentes gemidos, al tiempo que ella se abrazaba con fuerza del chico y contraía y estiraba sus piernas por sobre la espalda del chico, sin poder controlar sus músculos. Ricardo no se daba cuenta, se veía absorbido por el sexo de la vieja, en mente y cuerpo, todo lo que quería era darle más y más profundo, enterrarse entre esos carnosos y calientes labios, en esa humedad que lo refrescaba y lo incendiaba a la vez. Así que, sin prestarle mayor atención a los ruidos y movimientos de la vieja, él sólo seguía embistiendo y encadenándole orgasmos a Julia, que se retorcía debajo de él en su deliciosa tortura... hasta que Ricardo comenzaba a llegar a su orgasmo, que Julia aprendió a reconocer como un velo que caía sobre la mirada del muchacho, que parecía perderse entre sus tetas y su cuello. Entonces empezaba a bufar y a respirar más por la boca, soltando baba y gemidos entrecortados...

Cuando notaba que el chico estaba por correrse, Julia no contenía su entusiasmo y lo alentaba a acabar: "dame, dame dame!!", practicamente le gritaba y el chico, con dientes apretados, aplaudía con su cadera sobre la de la mujer, tirando sus chorros de semen dentro, asiéndola del cuello, hombros, brazos, tetas, o de lo que estuviera a su mano, apretando con fuerza tal, que las manchas violeta/verdosas no tardarían en aparecer más tarde.

Sin salirse de la vieja, Ricardo descansaba su peso en el cuerpo de ella y ella aceptaba sin problemas la incomodidad de su peso. Le gustaba quedarse así, presionada y aprisionada, sintiendo la retirada del mojado pene que la había estado taladrando, aún soltando algo de semen.

Él descansaba su cabeza bajo el cuello de Julia, recuperando el aliento, aún agitados por el ejercicio.

El descanso solía durar de 15 a 30 minutos, y luego alguno de los dos, retomaba las acciones, con caricias, y luego buscando la boca del otro. Invariablemente, terminaban girando el uno sobre el otro para intercambiar posiciones...

Hacia el viernes de aquella semana, ya uno sabía lo que le gustaba del otro en el sexo. Habían aprendido a reconocer señales de calentura, de excitación y de eyaculación.

Ricardo gozaba con los carnosos muslos de la vieja, de apretarlos y pellizcarlos cuando ésta lo cabalgaba y estos botaban casi tanto como esas gloriosas tetas, sobre las que el jueves se apoyó elevando su cuerpo para variar en algo la penetración, cuando estuvo sobre la vieja.

Julia gozaba con sentirlo, con sentir sus manos rasguñándola, aprisionando sus partes, clavando sus dedos en la blandura de sus tetas... e incluso, el miércoles, cuando el chico buscaba donde afirmarse ante su corrida, apretó su cuello impensadamente con una de sus manos, semi asfixiándola... y descubrió en ello un placer desconocido... así como cuando él la aplastaba con su cuerpo, luego de acabar, o manejaba su cabeza asiéndola por el cabello con fuerza. Ella apreciaba sus ansias y su calentura constante. En toda la semana, no había dado señales de cansancio ni aburrimiento, si ella no variaba, el chico bien podría haber hecho lo mismo toda la semana, pero ya desde el tercer día, ella empezó a introducir pequeñas variaciones: el miércoles, durante el 2º "round", puso sus piernas sobre los hombros del chico y tomó sus manos para que se apoyase en sus carnosas tetas y rebotase su cadera sobre ella. Ahora el chico, bien asido a las carnes de la mujer que tenía bajo sí, prácticamente saltaba sobre la vagina jugosa y abierta, clavándose más y más profundamente en ella, exprimiéndole gemidos y hasta gritos, notando cómo empezaba a descontrolarse de tanto placer que sentía.

Éste último "round", le estaba pareciendo a Julia más intenso y placentero que todo lo que habían hecho en la semana, de sus tetas llegaban a su cerebro rayos de placer de los fuertes apretones que le daba el chico y sus embestidas las sentía más profundas que nunca. Su cabeza se empezó a nublar y un cosquilleo incontrolable parecía querer salir por su boca, subiendo desde su pecho y atorándose en su garganta.

AAAAHHHH!... AHHHHH! - articular palabras era algo que le estaba costando, quería gemir, gritar y alentar al chico al mismo tiempo, pero no conseguía hacer mucho de ninguna de esas cosas.

Dame, dame, más más!...culéeeeaaameeee – gemía fuerte, sin importarle como antes el volumen de su voz. Tampoco se fijaba en lo que decía, sólo sentía la necesidad de darle forma al aire que salía por su boca.

Dale duro a esta vieja… culéame… párteme – buscaba en las orillas de su conciencia algo más con que erotizar más al chico, quería que estuviese como ella, incontrolable, que la apretase más, que la embistiese más fuerte, que la mordiera, que la lamiera… quería todo lo que él pudiera darle. Y le dijo: - dale pico a mami, dale a tu puta mami

Y las manos de Ricardo fueron garras que parecieron querer arrancarle las tetas a la fuerza, al tiempo que la golpeó con movimientos de cadera violentos y fuera de ritmo y remató con un par de fuertes bofetadas que sacudieron y aturdieron a Julia, al punto tal, que cuando se desvaneció el velo blanco sobre sus ojos y pudo recuperar algo de la conciencia sobre su cuerpo, sólo alcanzó a notar que Ricardo ya estaba fuera de la casa. Ignorando sus ardores (en mejillas y tetas) y su inicial desconcierto, corrió tras él, sólo para verlo desaparecer tras el muro de la calle y ver pasar su sombra por entre las rendijas que le daba la construcción alrededor de la casa.

Ricardo!... gritó, aunque inaudible. Y un vació creció en su pecho y la consumió en un momento.