Vieja Culiá (4: primera consumación)

El relato de la sesión de sexo entre la protagonista y el sujeto de su deseo.

Día 13

Julia sentía la humedad de su entrepierna refrescando al contacto al aire. Quería mantenerse por algún tiempo así, desmadejada sobre la cama, abierta de piernas, como una muñeca usada. Aún estaba medio vestida, si se le puede llamar de esa manera: su camisa medio rota con botones menos, abierta y arrugada bajo sus hombros y por detrás de su espalda, su sujetador roto, y suelto a mitad de su carnoso vientre; su falda recogida sobre su pubis y sus pantaletas tan sueltas que pensaba que ya no las podría volver a usar. Toda la ropa cubierta de humedad, sudor y otros fluidos, incluida la ropa de cama bajo de ella, que sentía enfriarse al aire de la tarde otoñal bajo su espalda.

Hace nada que Ricardo se había ido. Ya era hora que los chicos empezaban a regresar de clases y Julia había recuperado lo suficiente su conciencia como para pedirle que se fuera antes de correr cualquier riesgo innecesario. Ya habían pasado un buen rato juntos en la cama después de follar, no como un par de amantes, sino como dos personas que habían agotado sus fuerzas en el sexo aunque quisieran poder hacer más.

Ahora, Julia se sentía algo molida y sabía que mientras más tiempo pasara, esa sensación iría en aumento y las marcas de un medio día de pasión se empezarían a hacer evidente. Así que finalmente se levantó, comprobando dolores e irritaciones… pero tan relajada y liberada como no recordaba haberse sentido desde que se hizo adulta. Se podría decir que se sentía feliz, o casi, y todo aquel buen sentimiento era suficiente (y necesario) para pasar por alto todas las marcas sobre su cuerpo, las que ahora veía como orgullosas "heridas de guerra".

Sus tetas, por sobre todo su cuerpo, habían sido las más maltratadas. En el baño, miró las marcas de dientes, rasguños y los pequeños moretones que se iban notando. Mirándose al espejo, puso sus manos donde recordaba que Ricardo las había puesto; apretó y estrujó las tetas tal y como él lo había hecho, sintiendo dolor exagerado en las zonas maltratadas, pero inmediatamente dándose cuenta de que era precisamente eso lo que le había gustado tanto esta vez…. Por lo que prosiguió autoestimulándose hasta que la sensación de dolor la sobrepasó.

Mientras se duchaba, recordaba pasajes de lo vivido hace un par de horas y sacaba sus conclusiones ahora que podía pensar con frialdad.

Inmediatamente se había dado cuenta de la virginidad de Ricardo. Recordó cómo se dejó llevar a la cama cuando ella paró para pedirle que la penetrara. Cómo dejó que lo tomara por el pene ("Pico!", interrumpió sus pensamientos la voz irritada del chico, gritándole cómo debía llamar a su pene… cierto, "pico", procuraría no olvidarlo… también le excitaba ser soez y obscena…. Todo lo que nunca había sido) y que fuera dirigido a su vagina. Cómo se quedó dentro un momento, cerrando los ojos y disfrutando el momento. Ella por un lapso se enterneció con todo ello. Pero enseguida reconsideró que estaba por follar con un adolescente… que estaba por quitarle la virginidad a un chico que podría haber sido hijo suyo. Todas esas implicaciones la devolvieron a su estado de excitación necesario, porque le provocaban algo de repulsión. Era un chico poco atractivo el que tenía entre sus piernas… no era musculoso, no era poderoso… no tenía nada que a ella le hubiese interesado anteriormente y, sin embargo, ahora le atraía sexualmente como nadie lo había hecho.

Cuando volvió al cuarto y vio el desorden, sintió que el aroma a sexo, el aire cargado aún se podía sentir… incluso creía sentir en el fondo de su cabeza, que los gemidos y gruñidos del acto sexual aún retumbaban entre las paredes. Ninguno pronunció palabra alguna durante el sexo desde que Ricardo la penetró. Podían sentir el sonido de su encharcado coño con los roces de la polla de Ricardo. Y eso la llevaba a recordar la sensación de sentirse penetrada nuevamente, de cuando movía los músculos internos de su vagina para agasajar a su invitado.

Quedarse un rato encima de ella, hizo que Ricardo fuese perdiendo su timidez inicial (aunque nunca perdió erección ni calentura, para fortuna de Julia). Él no era más alto que Julia, quien de hecho le sobrepasaba por varios centímetros y más al andar siempre de tacos. Al tenerla penetrada, quedaba a una buena altura para bajar un poco la mirada y encontrarse sobre el más delicioso almohadón que podría desear; y, siendo que las tetas de Julia eran su obsesión, su ánimo lascivo se vio incentivado para estimularlo a iniciar los movimientos de fornicación.

Julia disfrutó cada minuto desde que el chico empezó a moverse dentro de ella, disfrutó la atención que daba a sus tetas, de cómo las agarraba a manos llenas enterrando sus yemas, rasguñándoselas, se agarraba de ellas para imprimir más fuerza a sus embistes. Mordía y lamía lo que no abarcaba con las manos… sus pezones erectos recibían los dientes del chico, los succionaba y mordía estirándolos cuando el movimiento en vaivén lo hacía recular.

Pronto –muy pronto-, los movimientos iban tomando fuerza, el sonido de las caderas chocando aumentaba su volumen, como la respiración del chico y los gemidos de Julia. Ella levantaba sus piernas por los costados del chico, quien levantaba y dejaba caer sus caderas, hundiéndola en la cama. Se apoyaba en las "acolchonadas" tetas de Julia para elevar su cuerpo y dejarse caer en la encharcada concha, aplastando a la vieja, arrancándole bocanadas de aire en el impacto, emitiendo involuntarios sonidos, vocalizaciones inconexas o siseos rítmicos: "hhaaa – hhoohhh – huhh – hfff – ahhhh". El crujido de la cama, acompañando cada embestida, se fusionaba con los gemidos de Julia, quien nunca había sido dada a hacer mucho ruido en el sexo, pero que no podía evitar que el ímpetu de Ricardo le sacase exhalaciones sonoras.

Pronto, el chico cambió de táctica y pasó del movimiento casi vertical que lo tenía brincando sobre la concha de Julia, a un movimiento más bien horizontal, procurando clavar en lo más profundo su ariete. Julia agradeció el cambio, ahora en su clítoris tenía mucho más roce, el chico la aplastaba menos con el cuerpo y se sentía más llena de polla… que era lo que más quería. Ella también cambió su postura y cruzó sus piernas sobre la cintura del chico, no se había sacado los zapatos (como nada de la ropa que llevaba puesta aunque entonces, ya toda arremangada, tironeada, rasgada y arrugada, poco estorbo representaba y hasta ofrecía una sensación distinta al tacto del cuerpo de los amantes) y Ricardo podía sentir arriba de sus nalgas, el tacto del frío cuero de los zapatos y como raspaba su espalda con cada embestida.

Ahora Ricardo embestía profundo y mantenía la presión por segundos, se afirmaba más de los hombros de la vieja y ya no ponía tanta atención en las tetas sobre las que descansaba. Su concentración estaba en llenar a la vieja, en hundirse en su concha, en taladrarla hasta cruzar al colchón, el inmenso flujo de sensaciones que emanaban de la cabeza hasta las bolas, al hundirse más y más profundo en la vieja, le nublaban la mente y la vista. Julia no perdía detalle de los gestos que ahora se tomaban la cara del muchacho, no dejaba de notar su vista nublada, mirando nada o semicerrando los ojos sin mayor control de lo que hacía, veía en ese rostro a escasos centímetros del suyo, la caracterización del placer que él y ella sentían… y eso la calentaba más.

  • Qué rico! Qué rico!... sssí… sssí.. sigue… sigue!- eran las sueltas palabras que escapaban de su boca, algo ahogadas, siseantes…. Como si toda su energía se concentrase en culear y sólo remanentes de ella utilizara para emitir sonidos.

El ir y venir de la cama de dos plazas se iba intensificando, todo en la habitación (sonido y movimiento) iba in crescendo , anunciando el inminente clímax que estaba por venir. La dispar pareja se sentía ir y venir junto con todo, catre, colchón y ropas, y Julia en particular notaba como Ricardo, en sus movimientos de embiste horizontal, la tenía ya casi topando la muralla con la cabeza.

Tres empellones violentos y profundos sorprendieron a Julia, arrancándole gritos de placer: "AHH!... AAYY!... AAAHHHHH!". A lo que Ricardo respondió con animales gruñidos. Dejando su verga en lo profundo de la concha de Julia, terminó de eyacular con potencia, chorros directos al útero de la vieja, quien, al sentirlos llenándola, saliendo del palpitante y duro pico que la tenía ensartada, tuvo el aliciente necesario para empezar a correrse, ajustando y tensando las piernas que cruzaban la también tensa espalda del chico, como exprimiéndolo para que soltase todos sus jugos al interior de su cueva. Su orgasmo llegó como un temblor que nacía bajo el ombligo y se esparcía tanto hacia arriba como hacia abajo. Julia temblaba, se convulsionaba afirmándose del chico con fuerza, que luego de su orgasmo, se veía perdido en las carnes de la vieja, sentía sus uñas clavándose por detrás de sus costillas, rasguñándole la espalda hacia los glúteos. Ricardo involuntariamente mantenía la presión sobre la concha de la vieja, mantenía su verga tan adentro como podía, afirmándose de los hombros de la señora, sentía escalofríos, su cabeza dar vueltas, sus piernas insensibles, temblaba y tenía poco control fino sobre sus movimientos. Abriendo la boca, hundió sus dientes sobre la teta más cercana y, chupando y saboreando la blanda carne, soportó que pasaran sus espasmos y los de la vieja.

Ni Julia ni Ricardo tardaron mucho en recuperar fuerzas y ganas y retomar la acción donde la habían dejado. Se habían quedado tal y como el orgasmo los había dejado por todo el tiempo que tardaron en recuperarse; sin mirarse, sólo respirando y sintiendo la respiración del otro, la del chico sobre las tetas de la vieja y la de ésta soplando el pelo del chico.

Tan paulatinamente que ni lo notaron, la verga del chico volvió a endurecerse dentro de la concha de Julia y del mismo modo, él reinició las embestidas, aumentando gradualmente la intensidad.

En ésta segunda ocasión, el sexo no tuvo la misma intensidad salvaje que la primera vez, Ricardo no se ensaño con las tetas de Julia, ahora sí, las acarició y ensalivó con lamidas y chupetones, disfrutó su textura y contempló su vaivén con la culeada. Con un ritmo mejor mantenido en el tiempo y sin el ímpetu inicial, ahora disfrutaba de su posición, de estar entre las piernas de una soberbia mujer y dejarse llevar por su instinto innato. Todo era puro sexo para él, no había sentimientos involucrados, Julia era puro tetas y concha, no tenía rostro ni voz, no lo necesitaba. Se satisfacía con lo que tenía al alcance de su verga y manos.

Julia, por su parte, ahora encontraba en las embestidas del chico sensaciones mucho más intensas que las del primer round. Con su vagina hiper sensible después de la acabada del chico, cada roce de su verga transmitía explosiones de placer directo a su cerebro que creía poder ver detrás de sus párpados al mantener cerrados los ojos.

Mantenía sus manos acariciando la cabeza de Ricardo sobre su nuca, sintiéndolo saborear sus tetas. Las marcas de las primeras y rudas caricias que ahora remitían algún grado de molestia o dolor retardado, se conjugaban con sus deliciosas caricias que ahora le prodigaba, aumentando la sinfonía de sensaciones que llegaban a su cabeza.

Julia se perdía en los embistes del chico, dejaba salir y entrar la saliva y el aire por su boca, sus gemidos interminables aunque poco escandalosos. Podría haber estado así por siempre. El tiempo se iba en el constante vaivén de Ricardo, que aumentaba sin que ella lo notara, a pesar que el volumen de sus propios gemidos la pudo haber advertido.

2, 3 profundas estocadas profundas y Ricardo se quedó quieto manteniendo presión sobre la concha de Julia, hundiendo su cara entre las tetas, bufando. Julia creía poder sentir como se derramaba en su interior, como la regaba libremente. Si ella no se hubiese preparado tomando la píldora, no hubiese podido disfrutar con relajo el momento.

Se volvieron a quedar así por un tiempo. Julia, en un estado de sopor que no reconocía, movió inconscientemente su cabeza a un lado, para ver en el reloj del despertador que ya iban a ser las 4. Las horas habían pasado volando, le decepcionaba sentir como si recién hubiesen comenzado. A pesar de lo flojo que sentía todo su cuerpo, quería más guerra, quería hacer más cosas. El sexo no había sido nunca una mamada y un misionero para ella desde que se consideró una mujer experimentada. Pero ahora se tendría que conformar con eso y, peor aún, tenía que echar a su amante. La hora del regreso a casa de la mayoría de los chicos que podían sospechar de ver a Ricardo salir de su casa se aproximaba.

Levantándolo por los hombros y, sin mucha emoción en su voz, le dijo: "tienes que irte ahora, antes de que alguien te vea". Era la primera oración completa que se mencionaba en la habitación desde que Julia y Ricardo habían empezado a follar. Sin atinar a nada, el chico sólo la miraba esperando una confirmación de lo que acababa de oír.

  • Van a ser las 4- fue lo que obtuvo de Julia.

Sin ocultar su molestia, ni siquiera se preocupó de asearse un poco siquiera. Se levantó de la cama, subió sus pantalones, aseguró su cinturón y fue a por su bolso, que estaba tirado bajo la ventana por la que entró.

Sus acciones rápidas y su expresión molesta, asustaron a Julia. Le hizo pensar que no volvería y hasta sintió la necesidad de expresar alguna clase de disculpa, como si lo que estuviera haciendo mal fuera el despedirlo:

  • Pero, por favor, vuelve mañana! Te estaré esperando… por favor.

El chico se quedó frente a la ventana por un momento, mirando a la madura mujer que le rogaba que volviese al día siguiente. En su cabeza se creaba una nueva postal de ella, sudada, desarmada y con expresión de desamparo. Sus piernas abiertas y su peluda concha en exhibición. Su enrojecida piel, sus sabrosas carnes.

Y supo que volvería al día siguiente.

Nadie lo vio salir de casa de Julia. Ricardo caminaba en dirección a su casa "saboreando" en la humedad de su pico su primera conquista carnal. Se sentía aún como en estado de shock. Había perdido todo control sobre si mismo desde que puso un pie dentro de la habitación de la vieja Martínez, y sólo su advertencia lo había despertado del piloto automático en el que se había abandonado. Su líbido no se había saciado. Y ahora que la muy puta le había rogado que volviera, difícilmente descansaría hasta el día siguiente.

Julia, por su parte, se pasó el resto de la tarde, arreglando la habitación. Sacudiendo el olor a sexo, cambiando las sábanas, tratando de adivinar cualquier rastro delator que pudiera haber quedado y que su marido llegase a ver… aunque confiaba en que aún si dejaba el amante mismo en la pieza, el muy imbécil no lo notaría. Tan poco le prestaba atención.

Continuará

nota del autor:

he tenido un lapso de tiempo en que no he podido escribir como quisiese (en cantidad y calidad), así que me decidí a subir lo que tengo mientras lo saco, para no alargar la espera y se piense que no continuaré con la saga. Ésta entrega no salió como quisiera, pero les puedo prometer que mejorará en los siguientes números. Lamentablemente, frecuencia no puedo asegurar. Eso sí, ahora me tengo que concentrar en la saga paralela que mantengo.

Agradezco todos sus comentarios acá mismo, y, sobre todo, sus críticas. Que leeré y responderé como es debido (en la misma sección de comentarios)