Vieja Culiá (2: la invitación)

se comienza a gestar dentro de Julia un deseo que llevaba años sin sentir y con ello serán plantadas las semillas de lo que más adelante irá a ocurrir.

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La tibia saliva descendía por la mejilla derecha de la cara de Julia, bajando por su barbilla hasta su cuello mientras Ricardo, sin correr, pero apurando el paso, cruzaba el barro devuelta a la muralla por donde había descendido al entrar. Si se hubiese dado vuelta a mirar atrás, habría visto a Julia asomándose con su saliva en la cara, con cara anhelante. Y quizás ambos se hubiesen ahorrado complicaciones.

Hubo un tiempo en el que a Julia Martínez todo le había resultado fácil: terminar sus estudios, encontrar un buen trabajo y ascender en él, encontrar un hombre con el que casarse, satisfacer sus gustos y deseos… Entre los 23 y 33 años, todo eso se le dio muy fácil. Quizás demasiado.

Aquello se entiendo fácil también, si se conocía su inteligencia, carácter y su belleza. Entendiéndola en aquel orden, uno podía presagiar que lo que ella quisiese lo tendría. Tal vez por ello su mundo se enfrió. Si éste no le ofrecía ningún reto, ningún atisbo de dificultad, entonces difícilmente podría retener su interés. Quizás se debiera haber mudado a una pecera más grande, pero aquello era algo que ya había realizado cuando se decidió a realizar sus estudios secundarios en la ciudad, alejándose de su familia (la que tampoco se le pudo oponer) casi definitivamente. Pero es de suponer que mucho no se haya demorado en entender que si no se ponía límites, se condenaría a vivir en una espiral de ambición, teniendo que moverse eternamente para encontrar otra montaña que escalar y, al final, bien sabía que lo único que podría encontrar era la desesperación. Entonces su férrea voluntad doblegó su ambición y le puso un coto. Y ahora, desde los 35 años llevaba una vida en la que su frío conformismo le había convencido de no necesitar nada más, evitó todos los cargos de poder superior, todas las responsabilidades innecesarias y las posiciones de atención pública y creyó poder vivir bien así… o así fue hasta hace unos minutos.

Ahora Julia se sentía como pensaba que nunca se había sentido… pues lo había olvidado. Se sentía confusa y angustiada, se sentía excitada e insatisfecha. Sentía miedo a la soledad y al fracaso.

No se daba cuenta, pero tenía la vulva mojada, los senos duros e hinchados y sus mejillas enrojecidas; hasta había empezado a transpirar. Sus ojos se anegaban y su nariz se había congestionado. Pero ella no notó nada de aquello hasta que, tras desaparecer Ricardo por la muralla intentó moverse y decir algo. No pudo. La mujer que había controlado por completo su vida, ahora no podía controlar su propio cuerpo, ni sus sentimientos ni deseos. Ni menos aún, sus pensamientos.

Ricardo había salido apresurado (aunque sin correr) por puro instinto.

Estaba furioso con la vieja culiá , como consigo mismo. Cómo podía haberse ella a hablarle así, como a un mocoso?!... cómo pensaba que lo podría intimidar?... cómo se había puesto al descubierto tan fácil?!!... Cómo tan hueón?!!!!!!

Se sentía estúpido y detestaba sentirse así.

Ahora no quería nada con nadie. Así que se echó a caminar en dirección a su casa antes de que volviera la puta de su madre.

Si ni siquiera se le ocurrió pensar que alguien podría haberlo visto saltar la tapia.

Julia llevaba 1 hora en su habitación desde que había recuperado el control de su cuerpo. Sentada sobre la cama, miraba su habitación desordenada, como Ricardo la había dejado: los cajones abiertos, su ropa interior esparcida, las cosas revueltas, las manchas de barro sobre el cubrecama… quería dejarlo todo así, aunque sabía que no podría. Debía arreglarlo todo antes de que llegase su marido.

No tenía apetito, tenía el estómago apretado y sentía escalofríos por el sudor frío. Pero ya estaba en control de si misma, a excepción de su sexo. Sus pezones no habían perdido rigidez y sus pantaletas estaban empapadas. Sentía su respiración anormal y en su cabeza había una sola idea alta y clara por sobre el resto: quería ser follada por Ricardo.

Los últimos años de ausencia de sexo, amor y, aún más, de libido se derrumbaron por completo con un solo escupitajo y el manoseo de una teta… y ahora le caían encima. Masturbarse no estaba contemplado en su carácter. Sólo el muchacho repulsivo era el causante y quién le podría satisfacer. O eso, o la desesperación.

Ordenó y limpió su habitación, arregló el patio, borrando las pisadas en el barro. E incluso revisó la muralla desde afuera por si en la huida, Ricardo había dejado algún indicio de su visita. Todo sin arreglarse la camisa ni el desacomodado sostén. Y sin lavarse la cara que, aunque la saliva ya había secado hace mucho, aún podía sentir en ella la saliva… y la quería allí.

Todo lo hizo bajo la tranquilidad que le daba el saber que Ricardo se la follaría.

Día 12.

Pero en los tres días siguientes al encuentro, Ricardo ni se apareció. Y Julia le empezaba a temer a la angustia desconocida que sentía.

Ricardo, de vuelta de clases (y de ida, también) no podía evitar mirar la muralla, y hasta había hecho un amago de treparla. Pero no, se resistía y obligaba a ir a casa, aún cuando no quería ni acostumbraba. No quería reconocerlo, pero tenía miedo. Llegado el fin de semana, temía que la "cara de perra" se apareciese buscando a su madre para contarle todo el asunto. Sabía que ella era así, que tenía fama de dura e inflexible con las faltas aún de los niños pequeños, desde antes que él se mudara a aquel barrio. No sabía, en cambio, que al día siguiente del encuentro, la misma "vieja culiá" le había esperado por horas y que, con sólo verlo, se habría abierto de piernas. O que el resto de la semana, su foto le había esperado para recibir su esperma, sobre la cama lista para ser ensuciada.

Así que aquel sábado, solo en su casa, en que intentaba distraerse con la tele, cuando vio aparecer a la vieja Martínez frente a su puerta y tocar el timbre, no dejó de sentir un pinchazo de temor. Afortunadamente, su puta madre andaba en algún otro lado, lo que le daba tiempo para pensar en algo.

Abrió la puerta y se mirando a la vieja Martínez. No dijo "hola", tampoco "qué quiere?", como había pensado decirle. Sólo la miraba y le encontraba algo raro, pero no sabía qué. Vestía casi igual que todos los días: blusa blanca y falda oscura ajustada por sobre las rodillas. Pero ahora veía el canal de sus tetas y sus pezones a través de la tela.

Julia sonreía. Tal vez Ricardo nunca la había visto sonreír. Pero ahora no lo notaba.

  • Está tu madre?- preguntó Julia, luego del momento de silencio que esperó para escucharlo hablar. Lo dijo perfectamente claro para cualquier vecino entrometido. Lo dijo sabiendo la respuesta:

  • No… no está.

Balbuceada como de costumbre.

  • Oh, pásale esto. El cartero se volvió a equivocar- Le pasó dos sobres y sonriente, se dio media vuelta para volver a casa moviendo bien el trasero.

Sí había vecinos entrometidos que comentaban cómo le debía haber dado duro el sr. Martínez la noche anterior para tenerla así de contenta. Y la vieron pasarle al odioso chico uno de aquellos grandes sobres de cuentas por pagar. Pero no pudieron ver el sobre que iba debajo de aquel.

Ricardo no reparó en la invitación que la sra. Martínez le hacía con sus cimbreantes caderas. Su sonrisa le había vuelto a irritar y a intimidar un poco también. Notó inmediatamente el 2º sobre bajo el de la cuenta del teléfono. Un sobre más chico y liso. Y se apresuró en cerrar la puerta para revisarlo.

  • Así que te crees ganadora, puta culiá?!- se dijo sintiendo el temor desvanecerse en sus manos. Ahora podía evitar (o retrasar) los problemas.

El sobre no tenía marca alguna, sólo estaba sellado y parecía contener alguna cartulina o algo más duro que el papel.

Con urgencia rompió el papel y con sorpresa encontró la foto de la vieja Martínez. Aquella que ya conocía bien y sobre la que se había pajeado unas cuantas veces: sentada en una cama, con su bata transparente abierta, mostrando sus tetazas y sus calzones donde se adivinaban los negros pelos de su concha.

  • Qué significa esto?- se preguntó.

Atrás estaba la respuesta:

"Ven a escupirme cuando quieras"

tu "vieja culeada"