Vieja Culiá (1: el intruso)
Relato largo, que pasa por distintos temas: dominación, infidelidad, sexo con maduras y otros. Una mujer madura se ve acosada sin saber por quién y decide averiguarlo, sin esperar el resultado de su búsqueda.
PARTE I: el intruso
Día 1
Sin sacar las llaves del cerrojo de la puerta, Julia se quedó quieta y en silencio mirando hacia adentro. Como una corazonada, su subconsciente le indicaba que ahí había algo que no andaba bien. Pero todavía no notaba qué. Así que se quedó por un minuto entero en el mismo lugar esperando oír un sonido o ver algo que le ratificara lo que su corazonada le indicaba.
Como no pudo ver nada que le confirmara su turbación, se decidió a entrar sin más en la casa. No se caracterizaba por acobardarse por nada. Pero tampoco dejaría su preocupación hasta revisar que todo estuviera bien.
No era una casa muy grande. Suficiente para una pareja adulta sola, sin hijos. Un espacioso living, cocina y baño cómodos, el estudio privado del marido y la habitación matrimonial donde encontró la razón de su preocupación.
Echó una rápida mirada al resto de la habitación, la única que podía ver notoriamente anormal a su cotidianeidad. Había manchas de barro en el piso y en el blanco cubrecama; es más, una de esas manchas formaba perfectamente visible, la suela de una zapatilla hasta pudo notar la talla: 38. La ventana, que daba hacia el patio trasero, se encontraba abierta y la ventana descorrida.
Rápidamente, se asomó a mirar, pero no vio nada más que le resultase sospechoso, a excepción de las esperables marcas de pisadas, que provenían de una de las altas murallas que dan hacia la calle y una última marca de barro seco, justo en el marco de la ventana, que le ensució un poco su blusa blanca, al asomarse a mirar.
Volvió sobre su cama, sobre un detalle al que en la primera mirada no le prestó demasiada atención: una fotografía, de unos 10x16 cms., manchada con algún líquido viscoso, según notó al tomarla. Era una fotografía suya tomada algo más de 10 años atrás, en la que se la veía con un blanco camisón transparente y un velo enrollado al cuello, como bufanda, más una tanga blanca de encaje que dejaba insinuar los negros pelos de su coño y sus grandes tetas, no tan caídas entonces como ahora, libres y blancas por las contrastadas marcas del sostén del bikini.
Se la veía sentada derecha en una cama, no muy feliz, mirando fijo al lente de la cámara, con sus manos apoyadas a los lados.
Aquella foto estaba guardada en el velador del lado de su marido en la cama, al menos eso recordaba ella. Entonces qué hacía ahí?
Súbitamente, se le ocurrió tomarle el olor al líquido. Semen!.
Si bien, Julia no era una mojigata, por lo que no lanzó la foto lejos, tampoco dejó de sentir algo de repulsión por su descubrimiento. Limpió su mano y foto con un pañuelo desechable y luego fue al baño a lavarse las manos. Todo, mientras meditaba sobre el cómo y porqué de su descubrimiento. Su esposo salía una hora antes que ella de la casa, por lo que evidentemente alguien había entrado pero no pareciera haber robado nada en el velador con el cajón abierto (que usualmente se encontraba así), no parecía faltar nada y a juzgar por las manchas de barro, tampoco habría recorrido más de su casa.
El carácter de Julia, le permitía mantenerse en control de si misma ante casi cualquier situación y nunca permitiría que una situación que no implicase un peligro inmediato como aquella, la amedrentase como para no proseguir con su vida diaria.
Así que aseguró bien la ventana abierta, volvió a guardar la ahora limpia foto y se fue a almorzar, que era el motivo por el que había vuelto a casa.
En el barrio donde vivía, Julia se había caracterizado una seria señora de 45 años, poco sociable, quien incluso había llegado a tener algunos duros roces con sus vecinos y, sobre todo, con los hijos de aquellos, quienes le habían dedicado toda clase de epítetos y sobrenombres. Cosa que ella no le preocupaba ni lo más mínimo. Independiente en su casi completo sentido del término, Julia jamás había sido dada a los niños, no tenía hijos ni los quería, por lo que se mostraba poco paciente con aquellos mocosos que encontraba insoportables aunque completa culpa de sus padres, tan bobos como sus hijos.
No llevaba una vida feliz y se le notaba en la cara parecía mantener un constante gesto de desagrado en la boca, si en algo se le notaba la edad, era en las arrugas que se le formaban en la comisura de su boca y perpetuaban aquel agrio gesto. Con su esposo llevaba una relación cordial pero fría y distante. Ella sabía perfectamente bien que él creía engañarla (quien se sabe víctima de infidelidad, no se "engaña", era su razonamiento) desde el comienzo de su relación. Pero el matrimonio no era para ella sino una sociedad económica.
Sin embargo, Julia no era fea, ni mucho menos. En su juventud, como en su trabajo, había sabido sacar provecho de sus contundentes pechos y sus gruesas caderas provecho que ya no podía aprovechar de igual modo ahora con sus años y kilos de más, que aún no la tenían gorda, pero sí "carnosa". Tenía una estatura "normal", algo más baja que su marido y el promedio de los hombres, el cabello negro y ojos algo rasgados, como asiáticos que tendían a perderse en los rasgos más duros que en los años había adquirido su rostro.
Ahora volvía a su trabajo como ejecutiva de recursos humanos, pensando en lo ocurrido, pero sin dejar que su mente se perdiera en ella. Tenía un trabajo que hacer bien y ella había sido bien reconocida y apreciada por ello, dondequiera que hubiese trabajado antes.
Día 2
Antes de salir de casa, Julia se había preocupado de dejar todo en su lugar, las ventanas cerradas y la casa ordenada, como siempre, pero ahora con especial cuidado pensando en el día anterior. Por lo mismo, su inquietud se acentuó al volver a encontrar la ventana de su habitación abierta, las nuevas marcas de barro y nuevamente la foto cubierta de semen nada más, como antes, había sido afectado.
No se trataba de un ladrón, lo que podía ser un alivio pero podía ser alguna clase de depravado lo que tampoco la convencía del todo. Ella nunca era víctima de acoso, excepto de personas que no tratasen directamente con ella algún piropo de alguna construcción había recibido o en la calle, a lo lejos. Pero su carácter y su famoso rictus, no invitaban a más. Sabía de uno que otro hombre que pareciera notar los encantos que ella no exhibía (aunque tampoco ocultaba), pero nunca parecieron de cuidado.
Quienquiera fuera el intruso, tampoco hacía intento alguno por ocultar sus actos es más, parecía querer hacerlos lo más evidente posible. Las manchas de barro eran más que las del día anterior y el semen también.
Mientras divagaba, como de manera natural, pasó los dedos por la manchada foto, recogiendo parte de la muestra dejada por el intruso jugó un poco con ella entre los dedos, lo olió y hasta se los llevó a la lengua, a una pequeña probada hasta darse cuenta de lo que hacía. Entonces retomó el control de si misma y procedió al mismo operar del día anterior. Limpió la foto y sus manos y se lavó con cuidado no sin una sombra de inquietud en su cabeza.
Como el día anterior, cerró su casa y se dirigió devuelta al trabajo, mirando a cada chico que se encontrara por el camino, buscando un gesto delator que no encontró. Segura de que el detalle que no se le había escapado entre todo, era lo que la llevaría con el responsable una zapatilla talla 38 no correspondería sino a un chico del barrio.
Algo que la mantuvo en sus reflexiones más tiempo fue que aquello no volvió a suceder por el resto de la semana. Nada distinto había hecho ella, excepto cambiar de lugar la foto (del cajón del velador de su marido, al fondo del cajón de ropa de ella). Por supuesto no llegó a comentar nada de esto con su esposo, quien acostumbraba llegar tarde, hablar superficialmente con ella y acostarse temprano mirando hacia la muralla durante los días de semana.
Así que, sin mayores distractores (sus amistades, eran amistades del trabajo, a veces salían después de éste a charlar por un rato, pero no solía encontrárselas fuera de ese marco), continuó sus reflexiones.
De todo, había algo que en realidad la turbaba. Su propio comportamiento. Se notó a si misma decepcionada porque no hubiesen novedades el resto de la semana. Llegó a mirar el suelo del patio, por marcas de algún frustrado intento de invasión pero, al parecer el intruso no había vuelto a tener interés en ello. Tampoco iba a dejar pasar su propio comportamiento el segundo día su curiosidad por lo que ella ya había reconocido como semen ni tampoco dejaba pasar tanto interés más por saber sobre el posible depravado que por hacerlo detener o denunciarlo.
Ahora miraba a cada chico del barrio. Ella sabía que, pasado el mediodía, el lugar era territorio de adolescentes y niños entre las jornadas escolares de la mañana y tarde. En un barrio de clase media, donde la mayoría de los padres trabajaban y sólo quedaban un par de mujeres que se mantenían como dueñas de casa y algún hombre cesante, los chicos pasaban solos la mayor parte del tiempo algo que ella consideraba del todo perjudicial y causal de las malas costumbres adolescentes que a ella tanto le molestaban.
Pero los miraba con interés. Realmente quería saber quién era el intruso y le producía un pequeño vacío de angustia pensar que ya no se atreviera a invadir su habitación nuevamente por primera vez en muchos años, algo la hacía despertar, nublaba sus pensamientos y le arrebolaba las mejillas al pensar en ello.
Día 7
Le había costado, pero se había decidido a precipitar un poco las cosas. Quizás su celo y medidas de seguridad habían hecho desistir al intruso a volver a invadir su cuarto. Así que ahora, para poder empezar a atraparlo (al menos eso se había dicho a si misma) Julia dejó la ventana de su cuarto abierta antes de salir . Aunque no movió la foto del fondo de su cajón de ropa buscaba encontrar algo que delatara las verdaderas intenciones del intruso.
Salió a su hora de colación algo más temprano de lo acostumbrado. La expectación no le permitió concentrarse durante la mañana y no quería prolongarla. Así, tampoco pudo evitar caminar más rápido hacia su casa. En el camino, pasó a un grupo de escolares, de entre 14 y 16 años todos. Los miró con tanto interés, que los chicos lo notaron y le devolvieron la mirada haciéndola avergonzarse de ello y provocando que ellos empezasen a hablar de ella o al menos eso suponía.
"no será alguno de ellos?" , era su gran interrogante. Seguida por una peor "o todos??!" . Eso es algo que no se había detenido a pensar hasta ahora aunque se tranquilizó a si misma recordando que las marcas de zapatilla siempre correspondían a la misma.
Llegó a casa con el corazón saltando, agitada y acalorada por la carrera, pero no se detuvo hasta entrar en su cuarto. Sólo entonces le entró algo de pánico al pensar que, al haberse apurado tanto, el intruso podría aún encontrarse ahí y entonces qué?.
Pero no había nadie (un nuevo rayo de decepción pasó por su cabeza)
Abrió su puerta y se encontró con un desorden mayor a los días anteriores. La cortina de la ventana completamente descorrida, manchas de barro por doquier, el cajón del velador totalmente afuera de su cajonera, algunas cosas de su cómoda removidas y su cajón (el primero del mueble) abierto y su contenido a mido vaciar.
Su foto, estaba sobre la cama, junto con algunas de sus prendas interiores y con una nueva mancha de semen, que le pareció mayor que las anteriores, que además alcanzaba a manchar el sostén sobre el que descansaba la foto. Tomó el mismo sostén y procedió a limpiar la foto y alguna otra mancha suelta que hubiese por ahí. Notaba aún su pulso acelerado y sus manos temblorosas. Luego se quitó la blusa y el sostén y se puso el sostén manchado. Que era de media copa con encajes. Sintió el frío semen sobre sus pechos como una rara sensación que le hizo entreabrir la boca para respirar y procedió a abotonarse la blusa, sin pensar que se mancharía con las gotas dispersas de semen. Tampoco le importó.
Limpió y ordenó su habitación durante la siguiente hora. Ni siquiera almorzó, la excitación mantenía su estómago apretado y su cabeza, en las nubes, trabaja a mil por hora. Se preocupó de borrar todo rastro, incluso en el patio y se fue a trabajar, alerta a todo chico, por el camino.
Día 8
Julia era una mujer de determinaciones. Ninguna turbación la inquietaba por mucho tiempo. Ella las hacía desaparecer antes. Así que la noche anterior, tomó la correspondiente al caso: descubriría al intruso.
Llamó por la mañana, excusándose de ir a trabajar y preparó su "trampa". Dejó nuevamente la ventana de su habitación abierta y la pieza ordenada, como el resto de su casa. Ella, entró al estudio de su marido y cerró la puerta sin cerrojo, con la foto en su mano (que con la manipulación y el semen, empezaba ya a deteriorase notoriamente) y esperó al momento para atrapar a su "admirador".
El problema es que no tenía la menor idea de a qué hora se producía la invasión a su cuarto y la paciencia nunca había sido una de sus cualidades. Al rato le ganó el sueño, del que salió de un sobresalto al sentir ruidos en la habitación contigua, su habitación.
Mierda!- musitó, enojándose consigo misma por verse sorprendida de esa forma.
Sentía que desde el sueño venía escuchando ruidos, correspondientes a cajones siendo movidos y sordos golpes en las murallas (se imaginaba su ropa volando por los aires víctimas de la molestia del intruso por no encontrar la fotografía).
Y pronto los ruidos pasaron a ser pasos por el pasillo en dirección al estudio. Un repentino pánico la invadió. Hasta ahora, no había podido comprobar malas intenciones del intruso, pero tampoco podía desmentirlas y se incorporó a ponerle llave a la puerta, arrepentida de su absurdo plan. Pero llegó tarde, a un paso de la puerta, ésta se abrió intempestivamente y tanto Julia como el intruso quedaron paralizados por su descubrimiento.
Julia tenía frente a si a un desgarbado chico no más alto que ella, de unos 15 años. Ricardo. Lo reconoció en seguida, ella misma lo había descrito como un "proyecto de criminal" hace años, cuando le pidió una pelota que había caído en su patio y ella se negó, siendo insultada por el chico mientras se retiraba.
Sin venir de una mala familia, la despreocupación de sus padres y las malas juntas, lo habían moldeado como un chico rebelde e irrespetuoso, conocido por sus constantes líos y travesuras.
Si bien, la sorpresa la tenían paralizada, la curiosidad alimentada por una semana y la determinación adoptada (y que difícilmente soltaría), la empujaron a actuar. Controlando sus nervios, se adelantó un paso más y planto en la cara del muchacho la foto con un maquinal movimiento.
- Es esto lo que buscas?
Ricardo no se esperaba nada de esto. Perplejo, guardó silencio y hasta se inclinó hacia atrás ante el avance de Julia.
- Responde!. Esto quieres?- esta clase de trato no era usual para Ricardo, quien ante la insistencia de Julia fue ganando rabia y perdiendo la parálisis de la sorpresa.
Julia se adelantó otro paso más y, bajando un poco la foto, sentía que iba tomando el control de la situación.
- Si tanto la quieres, pequeño pervertido, tómala, no me importa. Vete a hacer todas las pajas del mundo si eso quieres.
Eso fue suficiente para Ricardo.
Lanzó un contundente escupitajo sobre la foto. Tanto, que mojó la mano de Julia y la foto, hasta salpicar su muñeca.
Ningún adulto vendría a tratarlo así. Había recuperado su innata irreverencia de mano de la rabia por la mofa de Julia.
Ahora era ella la que estaba de una pieza. Había esperado que se comportase como cualquier niñato sorprendido en una travesura, con vergüenza y amilanado. Pero era ella quien había terminado sin saber qué hacer.
Ricardo se dio un segundo para mirarla. La señora estaba congelada en su sitio, se miraba la mano y lo miraba a él alternadamente, pareciendo buscar algo que decir. Vio luego sus arreboladas mejillas, producto de la turbación, su pelo ligeramente desordenado por la ligera siesta, al igual que sus ropas: un suéter café escotado, que dejaba ver el canal de sus tetas y que se ajustaba bien al contorno de su cuerpo (aunque sin exagerar), su falda oscura hasta las rodillas aunque para él más bien todo se traducía "un buen par de tetas y un culo gordo".
Sabía que la turbación de ella pasaría en cualquier momento, por lo que se decidió a una última acción. Cerró la distancia entre ambos y con fuerza y decisión hundió su mano derecha al interior del escote de Julia, para tomar una teta a mano llena y sobarla con fruición. Y en su cara, le gruñó en su forma arrastrada de hablar (casi sin mover los labios):
Vieja Culiá!
Le dio un apretón en la teta que la hizo saltar, le escupió en la cara y se devolvió por donde había entrado.