Vida y milagros de santa Honorata, I

Traducción y edición de un texto anónimo bizantino del s. IX

Vida y milagros de santa Honorata: El joven emperador

NOTA DEL EDITOR: Se presenta aquí la primera traducción al castellano de una de las fuentes más complejas y desconocidas de la producción hagiográfica bizantina altomedieval. Se trata de la obra conocida como ‘Vida y milagros de santa Honorata’, un texto compuesto por narraciones breves que cuentan diversos episodios de la vida de un personaje cuya existencia es puesta en duda por numerosos especialistas. El grueso del texto parece que fue compuesto en Constantinopla en torno al siglo IX, aunque hay numerosas adiciones posteriores.

La protagonista de estas narraciones, la tal Honorata, parece ser una santa oriental cercana al poder imperial que realiza milagros y ayuda a los gobernantes bizantinos a triunfar en batallas, imparte justicia, hace de mediadora en conflictos… Existe consenso en descartar que se trate de santa Honorata virgen, hermana de san Epifanio, por tratarse la protagonista de este relato de un personaje claramente oriental. Sorprende, en todo caso, la etimología del nombre, pues “Honorata” es un nombre latino que resulta extraño en el contexto de la cristiandad oriental.

De haber existido tal personaje o uno o varios que sirvieran de base para la narración, algunas referencias históricas nos invitan a situarlo a grandes rasgos entre los siglos VI y VII, pero no podemos considerar esta obra en ningún caso como histórica, pues la narración no siempre se corresponde con hechos concretos, y cuando lo hace, estos parecen muy alterados.

Dada la vastedad de este corpus hagiográfico, pues los relatos sobre esta presunta santa son innumerables, ofreceremos selecciones de los pasajes más relevantes por entregas. El que presentamos en esta ocasión puede servir de presentación para el personaje y será el primero de muchos. Como suele ocurrir en las narraciones sobre santa Honorata, parece tomar como base los hechos históricos, en este caso parte de la narración recuerda a los hechos que siguieron a la muerte del emperador bizantino Constante II, sin embargo, tanto la presencia de la santa Honorata como muchos de los detalles no se corresponden en absoluto con lo que conocemos a través de fuentes mucho más fiables. Por tanto, insistimos en que los relatos de santa Honorata, si bien tienen un indudable valor como testimonio literario de su época, no deben leerse en ningún caso como fuente histórica.


Estando Honorata camino de Calcedonia, le sorprendió la noticia de la muerte del emperador Constante, de quien había sido la más leal servidora. Por ello se dirigió de inmediato a la corte imperial, para tratar de servir con la misma lealtad a su hijo y heredero. El joven emperador Constantino era todavía solo un muchacho, pero mostraba gran fortaleza y determinación, lo cual impresionó a Honorata, que lo bendijo y le dio sabios consejos. El deber más acuciante era en aquel momento contener la rebelión que había estallado en Siracusa y durante la cual había muerto el emperador, lejos de la corte.

El joven Constantino reunió la flota y se puso en marcha de camino a Siracusa para castigar a los asesinos de su padre, acompañado por la santa Honorata, que rezó pidiendo el triunfo de su joven señor y Dios se lo concedió. Las tropas del joven emperador desembarcaron en Siracusa y penetraron las murallas de la ciudad de forma tan rápida que todos pensaron que había sido un milagro y Constantino se inclinó ante Honorata y juntos rezaron dando gracias por la victoria. La rebelión fue aplastada y los patricios de la ciudad que la habían instigado fueron ejecutados y sus cabezas clavadas en picas, castigando así la muerte del emperador Constante.

El hijo de uno de aquellos patricios era un joven llamado Germano. Su padre había sido un hombre de gran prestigio en la ciudad y uno de los principales instigadores de la revuelta, cuya cabeza decoraba ahora las calles de Siracusa junto con las de tantos otros traidores. Este Germano era un joven ya en edad viril y era también muy respetado pues era apuesto, tenía gran oratoria y acababa de desposar a la hija de uno de los hombres más ricos de Siracusa, que aún conservaba intacta su vida y su propiedad por ser de los pocos que se mantuvieron fieles al emperador. Germano deploró la ejecución de su padre y de tantos otros nobles, y salió a las calles de Siracusa y con gran dureza habló en contra del joven Constantino, diciendo que solo era un niño imberbe y no era digno de ocupar el trono y que además tenía malos consejeros que lo habían hecho cometer aquella masacre y lo habían convertido en un tirano sangriento.

Tenía tal oratoria que logró enardecer el corazón de muchos siracusanos, que veían con espanto cómo tantos y tan buenos ciudadanos habían perdido la vida en aquella jornada. Por ello la ciudad entera, alentada por el joven Germano, se alzó contra Constantino, que tuvo que refugiarse en uno de los palacios de la ciudad junto a Honorata. Y en verdad el césar niño temió por su vida, pero confiaba en la santa Honorata y sabía que, junto a ella, Dios permanecería de su lado. Y así fue que, porque Honorata rezó y la tierra tembló y algunos de los grandes palacios se derrumbaron, pero aquel en el que estaban la santa y el joven emperador se mantuvo intacto, y la multitud se asustó tanto que se rindió de inmediato. Siguiendo los consejos de la santa, Constantino salió entonces a hablar a la multitud y prometió que no habría represalias salvo sobre aquel que había vuelto contra él a los siracusanos. Y pronto supo el emperador niño que se trataba del joven Germano y lo mandó arrestar y llevar ante él.

Aquel joven orgulloso y de aspecto imponente, temiendo por su vida, se arrepintió de sus actos, motivados por su dolorosa pérdida, y se humilló ante el emperador niño rogando clemencia. Pero esta no era una de las virtudes que adornaban a Constantino. El emperador consideró necesario aplicar un castigo ejemplas sobre aquel alborotador y pronunció una sentencia tan terrible que heló la sangre de cuando estaban allí, incluyendo la del propio Germano, que suplicó al pequeño soberano de rostro imberbe que se apiadara de él. Pero los ojos y el corazón de Constantino eran fríos y duros, a pesar de su corta edad, y no tenía intención de mostrar piedad ante quien le había difamado y puesto a su pueblo contra él. Constantino tenía previsto castigar a Germano con todos los tormentos imaginables, desollando su cuerpo, arrancando sus miembros y quemándolo después, y todo esto pretendía hacerlo públicamente y ante todo la ciudad. Cuando la noticia se extendió por Siracusa, las gentes se horrorizaron de aquella condena tan cruel y el descontento hacia Constantino fue en aumento. La joven esposa de Germano, llamada Valeria, al enterarse del cruel destino reservado a su esposo, fue a ver en persona al emperador y caminó descalza hasta el palacio, lo que impresionó a todos los siracusanos, y al llegar ante su presencia se humilló ante él y lloró en presencia suya.

Constantino, que estaba en la edad en que los niños comienzan a ser hombres, quedó impresionado con la belleza de aquella joven y con la fidelidad y respeto que tanto ella como su padre habían demostrado hacia el trono, independientemente de las acciones de su esposo. Allí postrada frente a su señor, Valeria se agachó y besó los nobles pies de Constantino y le juró ante Dios y los santos que, si evitaba tal suplicio a su esposo, ella le abandonaría y se ofrecería a ser esclava del emperador como muestra de eterna gratitud. Santa Honorata que siempre era prudente y tenía consejos sabios, habló con el soberano en presencia de la hermosa Valeria, y le hizo saber que, si bien era grave la falta cometida por el joven Germano y merecía un castigo, este había mostrado arrepentimiento y no era conveniente para un soberano parecer inclemente ante su pueblo y que debía ganarse los corazones de los Siracusanos.

Aquellas palabras fueron escuchadas con gran atención por el pubescente soberano y finalmente Honorata propuso una alternativa. En vez de arrebatarle la vida de manera tan cruel a Germano, se conformase con un castigo menor como la castración, y que no se realizase en público para no avergonzar en exceso al joven. También propuso que, en lugar de su bella y fiel esposa, que fuera al propio Germano a quien se le ofreciera la posibilidad de servir por siempre al emperador, para tener ocasión de tuviera ocasión de demostrar que su arrepentimiento era sincero. Y, por último, que en efecto el matrimonio de Germano y Valeria quedara anulado y que el emperador se casara con ella como compensación por perder a su esposo y porque una joven tan noble, dispuesta a ser esclava con tal de salvar a un ser amado, era demasiado buena para estar casada con un traidor y merecía el trono imperial. Valeria se mostró encantada con la propuesta y lloró dando gracias a Honorata por ser una mujer tan compasiva y tan santa y pidió de rodillas al emperador que aceptase, jurando que sería una esposa digna de tan piadoso soberano. Constantino, que aunque casi era todavía un niño ya sentía deseo al contemplar a un mujer tan joven y tan bella como Valeria, sintió encendido su corazón ante la idea de tomarla como esposa, y también juzgó sensata y justa la propuesta de Honorata porque así se haría justicia, a la vez que se ponía a prueba el arrepentimiento de Germano y también se mostraría clemente ante el pueblo. Por todo ello aceptó, y Valeria lloró de alegría y le besó de nuevo los pies, y la noticia salió del palacio y corrió por la ciudad y hubo gran regocijo, y las gentes gritaron el nombre de Constantino y grabaron en los muros porque en verdad había resultado ser un soberano justo y misericordioso.

Germano fue liberado de su prisión, se le informó de la propuesta que había hecho la santa Honorata y se mostró ciertamente agradecido por saber que el emperador le había perdonado y en efecto aceptó la sentencia y le juró servirle humildemente mientras le fuera posible. De ese modo todos quedaron satisfechos y agradecidos con santa Honorata, y el emperador besó su mano, y Valeria besó su manto, y Germano besó sus pies, y hubo gran regocijo.

Para sellar aquel arreglo junto antes, allí mismo quedó disuelto el matrimonio de Germano y Valeria, y se dispuso un trono junto al de Constantino para que ella lo ocupase, aunque debió ser más pequeño para que la joven no superase en altura al soberano. Germano aceptó de buen grado ser castrado y estaba tan agradecido a santa Honorata por haber intercedido por él, que pidió que fuese ella misma quien lo hiciera. Ella rehusó, pero Valeria y el propio emperador insistieron, a lo que ella no se pudo negar y se mostró agradecida a su señor de que confiara en la más humilde de sus servidoras para hacer cumplir la justicia de Dios y de los hombres. Y allí, en el salón del palacio principal de Siracusa, en presencia del emperador y su futura esposa, la santa Honorata preparó ante ella y bendijo el instrumental para extirpar los testículos del joven y apuesto Germano, que sintió miedo, pero también felicidad porque aquella operación la realizara una mujer tan sabia y tan santa. Y Constantino contempló a aquel joven tendido en el suelo de mármol y pensó que algún día le gustaría tener un cuerpo tan fuerte y tan espléndido como el suyo para complacer a la bella Valeria. Y Valeria, sentada a su lado, le estrechaba la mano a su futuro esposo y miraba con felicidad a Germano, abierto de piernas mientras Honorata manipulaba con delicadeza su saco escrotal, y pensó en lo mucho que le había amado y le alegraba saber que llevaría una vida larga junto al emperador, y que, aunque ya no le podría seguir amando, porque tendría un nuevo esposo, al menos le tendría cerca en la corte. Y Valeria y Constantino se miraron, y estrecharon sus manos y luego aplaudieron cuando Honorata extrajo por fin los testículos del joven, porque lo había hecho rápido y sin causarle dolor.

Cuando Germano se hubo recuperado de la operación, abandonaron Siracusa y volvieron a la corte. Y la ciudad entera despidió al joven y clemente emperador cuando embarcó en el puerto de Siracusa. Y ya en la corte se celebró la boda de Constantino y Valeria, que desde entonces se sentó junto a él siempre en el trono imperial, mientras Germano permanecía sentado a sus pies, y él mismo insistió en llevar una cadena al cuello como signo de respeto y sumisión a su señor, lo que a Constantino le pareció un buen gesto por su parte aceptó con gusto, considerándole siempre el más leal de sus siervos. Honorata, por su parte, abandonó la corte porque siempre estaba ocupada con muchos asuntos que requrían de su sabiduría, pero juró volver cuando su señor emperador la precisase. Y tanto el emperador Constantino, como la emperatriz Valeria, como su eunuco Germano la despidieron llenos de emoción y gratitud.