Vida Nueva 5

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Aquella noche fue para mí un duerme-vela constante. No me llegué a dormir profundamente, creo. De continuo me despertaba, casi siempre abrazada a Paco. Estábamos desnudos. El dormía de costado, yo me unía a él por su espalda y como digo pasaba mi brazo por su cintura. Subía y bajaba la mano a veces por su tripa, llegaba a tocar su miembro flácido y en descanso. Luego me volvía a dormir, pero no profundamente. Así pasé la noche.

Con las primeras luces del alba, ya despierta, me levanté de la cama. Cerré bien la persiana para que la luz no molestara el sueño de Paco. Me puse una bata, nada más. Y antes de salir de la habitación me giré para contemplar como mi hijo descansaba. Ahora había movido su cuerpo y estaba boca abajo, un brazo sobresalía de la cama colgando hacia el suelo, el otro agarraba la almohada (tal vez pensando que era yo?).

Me dirigí a la cocina y me preparé un café, bastante cargado. A penas vertí una nube de leche. Necesitaba despejarme de una manera total. Los acontecimientos del día anterior habían sido muchos, profundos y marcaban un punto de inflexión en nuestras vidas. Me sentía cansada, posiblemente por no haber dormido bien. No estaba acostumbrada ya a dormir al lado de nadie. Hacía unos meses que no lo hacía. También había perdido la costumbre de encuentros sexuales tan intensos como los que tuve el día de ayer con mi hijo, y aunque era una mujer de orgasmo fácil, la sucesión de corridas me había dejado ciertamente con una flojera sustancial.

Me senté en una silla de la cocina para tomarme el café que me había preparado. Mientras movía con una cucharilla el azúcar y lo unía con el café, mi mente divagaba en todo lo acontecido. No eran remordimientos lo que venían a mi cabeza. Remordimientos, no. Era algo más. Era saber, como le dije a Paco la noche anterior, si debíamos de continuar con esa relación que nacía, y, por tanto, tirar hacia adelante con todas las consecuencias, o de otra forma sacar a relucir mi capacidad de raciocinio de mujer adulta, casi madura, y cortar la situación.

Era un dilema. Un duro y crudo dilema. No llegaba a ninguna conclusión. Al menos, a ninguna conclusión determinante y de la que estuviera completamente convencida. Si antes amaba a Paco como madre, ahora tan bien le deseaba como mujer. Es cierto que se mostraba algo inexperto, natural para su edad, pero aprendía de forma rápida y eficaz. La comida de coño  que me regaló ña noche anterior, no tenía nada que envidiar a la mejor comida que me hubiera podido ofrecer en años mi marido, y, os doy mi palabra, en la cama era muy bueno y me hacía disfrutar enormemente.

Mi relación con mi hijo iba más allá de la propia relación sexual. No había sido una mujer desatendida o a falta de buen sexo. Lo había tenido y del bueno, del mejor. No podía decir en ningún caso “necesito un tío que me folle y al que tengo más cerca es a mi hijo, voy a aprovecharme de esto”. Sentía por él un amor que traspasaba barreras y encima me volvía loca en la cama. Como añadido tenía un miembro que sabía ofrecerme los placeres que como mujer necesitaba. Así de claro. Así de concreto. Así de contundente.

Tras apurar la taza de café, me fui al baño. Cerré la puerta. Me quité la bate. Mi miré en el enorme espejo que estaba situado arriba del lavabo. Casi podía contemplar todo mi cuerpo. Tenía 35 años, casi 36. Mi cuerpo desnudo se reflejó en el espejo. Me vi desnuda frente al espejo. No soy muy alta, quiero decir comparada con Paco que me sacaba unos cuantos centímetros, pero mi 1,68 tampoco esta mal para una mujer. Me coloqué mi pelo largo y castaño con una pinza, en forma de moño. Mis tetas, aún no siendo excesivamente grandes, tienen, o tenían en aquella época, un tamaño considerable. Aún estaban tersas, firmes. Siempre he estado muy satisfecha de mis tetas y siempre me han dado placer, por su sensibidad. Mis areolas grandes y morenas, acompañaban a unos pezones que en momentos de excitación se ponían duros como piedras. A Paco le habían gustado mis tetas. Había disfrutado con ellas. Y lo mejor, había sabido trabajarlas.

Mi vientre era liso, sin señales de estrías a pesar de haber cobijado a mi niño unos años atrás. La verdad es que siempre he intentado cuidarme, al menos relativamente, o, dicho de otro modo, he intentado siempre no descuidarme. Mi cuerpo, sin ser escultural, sin resultar el de una jovencita de la edad de Paco, habiendo perdido parte de su poder, se veía bien, muy bien.

Nunca me ha gustado depilarme los pelos del sexo, pero sí los he recortado convenientemente. No se trata creo yo de llevar una mata salvaje. A mi marido le gustaban las mujeres sin depilar ahí abajo. Y me decía a menudo que le gustaba como me “arreglaba el coño”. Eso me ponía contenta, siempre he sido muy coqueta o muy femenina, como queráis decirlo.

Pasé mis manos por mis piernas, como si me masajeara los muslos, donde no ví (a Dios gracias) ninguna muestra de celulitis o piel de naranja. Me volvía mirar en el espejo, volvía contemplar mi desnudez frente a el y un pensamiento broto en mi mente: “si es que estoy buena, qué coño!”. Sonreí ante esta idea.

Me metí en la ducha y dejé correr el agua. La puse a la temperatura perfecta para darme una ducha rápida que higienizara mi cuerpo que aún estaba pegajoso en algunas zonas ante la tremenda irrigación de Paco la noche anterior.

Cuando salí de la ducha me sequé. Extendí crema hidratante por mi cuerpo y volví a contemplarme en el espejoo. Me puse de nuevo la bata y salí del baño. Entré en mi habitación donde Paco seguía en la misma posición que le había dejado. No se había movido ni un ápice. Abrí con cuidado un cajón de la cómoda, donde guardo mi ropa interior, y cogí unas bragas y un sujetador. Eran blancos, a juego. Me gusta la ropa interior blanca, también la negra, y salvo excepciones casi todas mis bragas y sujetadores son del mismo color.

Me vestí con un chándal que no era tal. Me explico: me puse unos pantalones de chándal que acostumbro a llevar en casa y una sudadera. Ambas prendas de un color azul añil. Salí de la habitación con el mismo cuidado como había entrado, para no despertar a mi hijo. Miré el reloj carillón del salón. Las 7,30. Era temprano. Muy temprano. Pasé por la habitación de Paco. Su cama estaba sin deshacer, encima de ella había algo de ropa del día anterior, la que había llevado el día anterior para salir a la calle. Entre y la ordené un poco.

Me fui de nuevo a la cocina a preparar el desayuno de mi hijo, para cuando se levantara. Era día de clase y solía levantarse sobre las 8.00, para desayunar, vestirse y marcharse al Instituto. En ello estaba cuando noté que unas manos se posaban en mi cintura y una boca depositaba un tierno beso en mi cuelo.

–                    Buenos días

–                    buenos dias, cariño (le dije yo)

–                    hace mucho que te has levantado?

–                    hace un ratito, no mucho, lo que he tardado en tomar un café y ducharme

–                    y que tal has dormido?

–                    pues no muy bien, la verdad, por lo menos no tan bien como te he visto a ti, que parecías una marmota, hijo

–                    es que me agotaste....

No me dio tiempo a responderle. Su boca había pasado de mi cuello a mi oreja y su lengua jugaba con mi oído, pasando la lengua, mordiendo el lóbulo.

–                    no empieces, que tienes que ir al Instituto

–                    y si no voy hoy?

–                    de eso, nada, tú vas a clases como todos los días, faltaría más

–                    jo, pero un día es un día....

–                    y seis media docena (contesté yo)

–                    tampoco pasaría nada porque faltar un día y es que me apetece quedarme contigo

–                    sí pasaría y conmigo puedes estar no solo hoy, si no siempre... o es que te vas a cambiar de casa?

–                    sabes a lo que me refiero

–                    lo sé perfectamente. Hala, a desayunar, a la ducha y al Insti

Nuevamente sacó a relucir Paco su lado obediente. Se sentó en la mesa de la cocina y estuvo desayunando. Cuando hubo acabado, se levantó y con tono serio dijo “me voy a duchar”. Salio de la cocina. Al poco, oí correr el agua. Me llamó. Pensé que podía haber quitado las toallas o que necesitaba que le acercara algo. Cuando llegué hasta el baño, Paco abrió la mampara de la ducha. Estaba empalmado. Tremendamente empalmado.

–                    qué quieres?

–                    no lo ves?

–                    si veo el qué?

Claro que lo veía. Perfectamente. Veía una temenda polla empinada, desafiante, pidiendo guerra a voz en grito.

–                    no ves como estoy?

–                    Paco, mi vida, ya lo veo, pero no podemos estar enganchados continuamente como los animales

–                    te necesito.

Esa frase de Paco me destrozó. Te necesito. Mi hijo me necesitaba. Necesitaba mis caricias. Necesitaba que le bajara la inflamación de su polla. Me acerqué a el y cogí con mi mano su palo. Estaba durísimo. Las venas se le marcaban en toda su extensión. Sopesé su miembro con mi mano. Le miré a los ojos. Le tocaba su polla y le miraba. El tenía sus ojos cerrados. Disfrutaba el momento. Mi mano ya no sopesaba, ahora meaba despacio el falo de Paco, que comenzaba a sentir los efectos del frotamiento.

–                    te gusta, eh, ladrón?

–                    me encanta

–                    no sé como puedes estar así si ayer te corriste unas cuantas veces...

Paco empezó a gemir y agarró mi cabeza para acercarla a su polla. Quería que se la chupara. Me acerqué, abrí mi boca y me introduje su miembro empezando una mamada que Paco, se veía y oía claramente, disfrutaba en toda su plenitud.

–                    joder, Marta...

Me sorprendió que me llamara por mi nombre. Paré un instante con la mamada.

–                    cómo me has llamado?

–                    Marta, te he llamado Marta... ya te dije anoche o no te acuerdas

–                    me acuerdo, cielo, me acuerdo

Mi hijo tenía intención de cumplir con lo que me dijo. Dentro de casa sería su mujer, su esposa, su novia, su amante... como se quisiera decir. Sería Marta. El lo tenía claro y lo iba a cumplir. Yo no era quién para no continuar con lo pactado. Seguí entonces con lo que estaba haciendo. Me volví a meter la polla en la boca, a la vez movia mi mano entorno a ella.

–                    quiero hacertelo yo a ti, me dijo Paco

–                    tranquilo, mi vida, disfruta tu ya habrá tiempo

Mis movimientos se hicieron mas eficaces al fin de que Paco pudiera llegar al extasis. El gemia mas abiertamente y empujaba más aún sus manos hacia su miembro. Estaba a punto de correrse. Iba a ser inmediato. Lo notaba. Me daba cuenta. Mi boca succionó. De pronto un espeso líquido, de sabor conocido, empezó a llenar mi boca. Paco se estaba corriendo. Paco se había corrido.

Concluido el trabajo me enjuague la boca en el lavabo. Paco se quedó apoyado en la pared de la ducha. Le pregunté:

–                    qué tal, machote?

–                    uufff.... fenomenal... divino

–                    pues venga, acaba de ducharte y rapidito que te tienes que ir

Salí del baño. Oia el agua correr y me pareció tambien escuchar a mi hijo tarareando alguna canción. Pasado un rato, estando yo en la cocina, llegó Paco, ya vestido y con unos libros y cuadernos en la mano.

–                    me voy, Marta.

–                    muy bien, Paco... luego nos vemos

–                    hasta luego... ah, por cierto, no se te olvide comprar eso, vale?

Paco me recordó que tenía que comprar condones. Cogí un papel y escribí “lista de la compa”. Junto con algunos alimientos y productos que necesitábamos, en primer lugar en el orden, puse con mayúsuculas: FARMACIA, COMPRAR CONDONES Y PASTILLAS.

CONTINUARA....

Nota: aprovecho que vuelvo a resubir esta parte del relato que posiblemente no se publicó por un error, para mandar mis mas afectuosos, sinceros y amigables saludos a mis amigas Mariana y Maritza, a la primera a la que empiezo a conocer y a la segunda a la que considero una entrañable amiga. Gracias a las dos.