Vida nueva (1)

Tras un desengaño, hay que abrir el corazón al amor, y descubrir el sexo con personas nuevas...

Me presento un poco para que me conozcáis. Me llamaré Edén (o Eden, como prefiráis). Os diré que soy español, gay casi del todo, 20 años... Moreno de piel, con pelo rizado hasta los hombros, ojos marrones... 1’80 metros, delgado pero no fibrado... Estudio y trabajo. Y no sé, si queréis saber más al final va mi dirección.

Mi vida cambió mucho desde que Alex me dejó. Quizás por ser una relación tan seria con sólo 18 años, quizás porque le entregué todo mi ser y me hice 100% dependiente; la razón no la sé, pero cuando tras más de 4 años de relación decidió que ya era bastante, me dejó hecho mierda.

Tuve que replantearme mi vida desde todos sus ángulos. ¿Quería seguir estudiando medicina? ¿Seguir viviendo en aquella ciudad, donde podía encontrármelo cualquier día? Pensaba tantas alternativas que no había día que no me doliera la cabeza. El suicidio, al principio. El extranjero, después. Quién sabe qué. Aquellos que habéis vivido esta terrible experiencia, sabéis lo difícil que es empezar nuevamente de cero. Pero así es el amor: si no te das todo, no es amor; pero si te das todo, corres este riesgo...

Hubo unos cuántos días en los que no fui a clase: me quedaba en casa, a menudo en la cama, o viendo estúpidos programas de la tele... Nunca lloré, eso dejé de hacerlo con Fabián, pero esa es otra historia. Sin embargo, al cabo de, no sé, una semana, decidí que tampoco podía paralizar mi vida: aunque ésta no tuviera sentido, estaba ahí, y quisiera o no tenía que seguir viviéndola. De modo que volví a la facultad, donde estoy a mitad de la licenciatura.

Los primeros meses fueron horribles. El tiempo se hacía eterno, los amigos insufribles, sin ganas de nada. Volvía el calor y todos se ponían pesados con que saliera con ellos a la playa, o de fiesta... En alguna ocasión lo hice, pero tan sólo para acabar llorando tras una buena tajada.

Bueno, perdón si me pongo pesado, pero realmente fue muy duro para mí ir superando aquello, aprender de nuevo a vivir.

El caso es que el tiempo no pasa en balde, y el hombre no sólo requiere de amor, sino también de sexo, y yo que me había acostumbrado a hacerlo una o dos veces diarias, no tardé mucho más en comenzar a sentir un cosquilleo del estómago hacia abajo...

Tengo que aclarar que en lo que a chicos se refiere no soy precisamente "selectivo" o "escogido". Por alguna razón, gran parte de los chicos que veo me gustan, me parecen físicamente atractivo, así que es fácil que me den calentones en cualquier parte.

Poco a poco me empecé a fijar de nuevo en los chicos, y como no en los de la facultad. Los hay de todas las clases, altos, bajos, rubios, morenos, agradables, malosos (sí, con ese punto de desprecio que te hace volverte un poco sumiso...). Yo tenía fichados a todos los que me gustaban, lo que no es poco. A pesar de todo, siempre aparecía algún chico de paso, de intercambio o algo.

Realmente había chicos tan guapos y reunidos en tampoco espacio, que al tiempo me encontré que no había un solo día en el que no me masturbara varias veces, con mil fantasías con todos aquellos chicos. Llegué a masturbarme en los baños de la facultad, excitado ante la idea de que alguno de aquellos chicos entrara repentinamente, y ante la amenaza de airear públicamente mis pajas en el servicio, me obligara a satisfacer sus más oscuros deseos sexuales. Allí me imaginaba yo, apoyado sobre la pared con las nalgas bien abiertas y uno de aquellos chulos desgarrándome el ano... Y así pasaba el tiempo.

Visto así, es fácil pensar que no pasaría mucho tiempo sin que mi sed de sexo (que ya pasaba a ser avidez y ardor) fuera saciada por alguno de estos futuros doctores; que aquellos jóvenes eran como Ganímedes y yo sería el Zeus que los raptara encandilado por su belleza; que no me sería difícil tirarme a media facultad o encontrar un nuevo novio, según me apeteciera.

Pero claro, nadie sabía nada de mi condición de gay en la facultad, y en una ciudad de ideología tan anticuada tampoco me pareció nunca apropiado. Ni mis más íntimos supieron nunca ni de mi orientación sexual, ni de mi suplicio tras la ruptura con Alex, ni de mi necesidad de encontrar alguien que me quisiera y, como no, con quien hacer el amor. Todo yo era un amasijo de secretos en aquel edificio gris al que acudía cada mañana.

Creo, si la memoria no me falla, que era un día de finales de Abril. Había llovido bastante, y yo estaba empapado, haciendo tiempo para mi clase de Anatomía General, asignatura que llevaba arrastrando varios cursos (¿será que nunca tuve un buen profesor?). No me gustaba la situación. Ahí sentado, con la bata blanca, mientras toda esa gente que no conocía pasaba frente a mí. Juraría que me miraban...

Entonces pasó por delante de mí. Me extrañó no haberme fijado antes en él. Mentiría si dijera que era guapo, pero ciertamente era atractivo. Más bajo que yo (como 1’70) y un cuerpo bastante moldeado.

Lo que más me llamó la atención fue su sonrisa. Tras ponerse la bata, apartó su cabello negro con la mano y sonrió. Siempre me ha dado mucho morbo el aparato de los dientes, y el no tuvo pudor en mostrarlo con una amplia sonrisa. Y como nunca (ironía), mis ojos se deslizaron disimuladamente a su paquete, que no parecía estar mal, y a su culo: ¡Vaya culo! Pequeñito, algo respingón... ¡Era perfecto!

Finalmente se dio la vuelta y quedó hablando con unos amigos. Y yo volví a mis paranoias mentales.

Cuál fue mi sorpresa al entrar en la clase de anatomía, al ver al chico del aparato dental en mi grupo... Por algún motivo se tuvo que cambiar, nos pidió permiso. Me parece que fui demasiado rápido en decirle que sí. Me pasé la clase concentrado, pero no en los músculos laríngeos, sino en los de este fabuloso efebo. Cada vez que su mirada se alejaba me detenía a deleitarme en la perfección de sus rasgos proporcionados, el encanto de sus gestos, el brillo de sus preciosos ojos verdes.

Era un atractivo objeto de seducción enviado por el diablo para tentarme. No tomé un solo apunte en mi hoja en toda la hora. Cuando mi mirada se escurría hacia su entrepierna, un escalofrío especial me recorría la espalda, desde el cuello hasta el ano... algo que no me pasaba desde que lo de Alex terminó.

Si en algún momento se me ocurrió decirle algo, como para tantear si jugaba en mi campo (este campo nuestro tan complicado a veces), enseguida lo deseché. Era un riesgo doble: a descubrirme ante un desconocido y puede que ante toda la facultad y a recibir un rechazo. Ninguna de las dos cosas me atraía.

Pero mientras guardaba mi bata en la taquilla, sentí un toque en el hombro. Me quedé con la respiración cortada cuando le vi frente a mí, sonriendo, esos labios a escasos 10 centímetros de los míos.

à Perdona que te moleste... pero como falté una semana me faltan todos los apuntes de la semana pasada, los de la faringe y eso. Pensé que tú podrías prestármelos...

à (¿Yo? ¿Por qué me los pedía a mí si no nos conocíamos de nada? ¿Por qué no a alguno de sus amigos?) Por supuesto... – puse la voz más tonta que jamás me he oído –. Pero no los tengo aquí, te los puedo traer mañana.

à ¿Y no podrías traérmelos esta tarde? Es que no quiero retrasarme demasiado... – y puso los labios en pucheros.

à Ok –, le dije con una risa –. después de las clases de la tarde te los dejo.

à Gracias, eres un tío –. y dándome un golpe ¿cariñoso? en el brazo, se fue.

Creo que no hace falta que diga que ni siquiera comí. Siempre que me pasa algo, le doy mil vueltas en la cabeza, y esta vez más aún. Mi sangre corría por mis venas a toda velocidad, sin decidir si hacía más falta en mi cabeza, en mi corazón dado vuelco, o entre mis piernas.

Quizás alguien le había dicho que mis apuntes eran buenos, la verdad es que la gente me conoce en la facultad por mi buena letra... pero no quería acabar de rehusar la idea de que algo más querría. Finalmente decidí ser práctico. Después de lo de Alexander, no necesitaba justamente un mal rato sólo por hacerme estúpidas ilusiones. ¿No piensas madurar, Eden?

Para que algo de sangre me volviera al cerebro, me encerré en el baño antes de salir y me desahogué con una paja tremenda. Obviamente estuve pensando en él. ¿Cómo sería su pecho, tendría vello? ¿Y en sus nalgas prietas? ¿La tendría grande, a pesar de no ser muy alto? Acabé corriéndome sobre mí, mientras imaginaba su cara de placer mientras le chupaba la polla.

Dejé los apuntes que le llevaba en la taquilla, y me fui a las clases. Esa tarde tampoco pude atender nada, así que finalmente volví a mi viejo habito de dibujar. La gente insiste en que lo hago bien, yo por lo menos no me aburro.

Tras las clases, fui a las taquillas, donde implícitamente habíamos quedado. Saqué sus apuntes para revisarlos mientras esperaba por ver si llegaba. Pasaron diez minutos... sí, no es mucho, pero siempre me pongo muy nervioso esperando a la gente. Digo, pasaron diez minutos, y me levanté hacia la taquilla para guardarlos y dárselos al día siguiente.

Ya acababa de pelear con la cerradura, cuando sentí que alguien me agarraba por la cintura. Intenté girarme, pero me taparon los ojos. Comencé a ponerme nervioso.

à Quienquiera que seas, ya valió con la bromita...

Sólo oí una risa bajita. Me soltaron, y allí estaba él: riendo ahora en voz alta.

à Lo siento, no quería molestar –. pero aún seguía riendo. Le di los apuntes –. Gracias por molestarte. Por cierto, que no sé cómo te llamas...

à Me llaman Eden –, lo cierto es que seguía nervioso, con el pulso a mil –. y no es molestia. Cualquier ayuda que necesites me tienes. (Juro que lo dije sin segundas.)

à Pues es un alivio, porque necesitaba que alguien me ayudara con esta parte. ¿Estás libre ahora?

Pensaba decir que no, pero mientras solamente balbuceaba sílabas, él me cogió del codo, y con su sonrisa siempre en la cara, me tiró hasta un banco que había cerca, justo frente los baños. Por el camino me dijo que se llamaba Tomás, pero que todos le llamaban Tomy. Me fijé como se humedecía los labios secos, y ver el movimiento de su lengua hizo que la erección fuera inevitable.

Empezamos a revisar. Yo no me concentraba, no recordaba haber estado tan nervioso en la vida (al menos no desde que empecé con Alex). En una de éstas, cuando llevábamos unos quince minutos, sacó una chocolatina. Me pasó una, ni siquiera ofreció, así que hice el esfuerzo en comerla, aunque mi estómago estaba bailando de puro nervio. Se me quedó mirando, yo no le miraba, pero él siguió así. Finalmente levanté la cabeza y vi sus ojos muy cerca de los míos. Me iba a besar. Sabía que me iba a besar.

à Te has manchado –. me dijo. Me limpió con la mano y siguió con las notas de clase.

Yo me quedé atónito, pensando "soy un tonto", casi hasta me río. Como que los nervios se me pasaron un poco. Entonces, posó su mano en mi muslo, como si nada; a mí me dio un escalofrío.

à ¿Tienes frío?

à Sí –. contesté, pensando que era la excusa perfecta. Sus labios no dibujaban sonrisa alguna, se mantenían serios, y sus ojos me miraban como si quisieran verme por dentro.

à Pues yo te noto bien caliente –. y al instante subió su mano hasta la cremallera de mi pantalón vaquero.

Mi respiración se volvió entrecortada, porque alguien podía vernos, pero más aún porque no podía creer que aquel chico que tanto me hacía sentir me estuviera metiendo mano. Se levantó y tiró de mi brazo... me estaba guiando hacia el baño. Yo empecé a tener pánico.

Nos entramos en el baño, yo intenté balbucear que podía entrar alguien, y su respuesta fue un beso en toda mi boca a la vez que me iba empujando hacia uno de los reservados. Cerró la puerta con pestillo y volviéndose nuevamente hacia mí, me besó. Esta vez se entretuvo más, al fin decidí que sería mejor dejarme llevar y no pensar. Sentí su lengua sobre la mía, mi pene ya estaba a punto de estallar, al fin y al cabo llevaba meses sin sexo con otras personas...

Creo que nunca olvidaré aquel beso: se sentó sobre mí y estuvimos largo rato intercambiando saliva, yo exploraba toda su boca. La sensación del frío hierro de su aparato dental incrementaba mi deseo, un morbo increíble... Al estar sentado sobre mí y de frente, noté su miembro contra mi abdomen, también estaba duro. Tenía ganas de lanzar mi boca hacia él, pero preferí dejar que él marcara el paso. Yo estaba nervioso como un novato como para tomar la iniciativa.

En un momento que tomé aire, él descendió y beso mi cuello, lo lamió. Gemía de gusto. Levantó mi suéter y deslizó su lengua por todo mi cuello, mordisqueando mis pezones. Se detuvo un instante en mi ombligo, para pasar a lamer el vaquero que cubría una polla que jamás había llegado a ese tamaño.

Le detuve un segundo:

à Déjame ver tu cuerpo desnudo, por favor –. mi tono era lastimero, le estaba rogando –. Quiero, no, no, necesito saber si mis fantasías eran ciertas.

Él, al ver mi cara de desesperación y deseo, exhibió de nuevo su sonrisa, con un toque pícaro y lascivo. Se puso en pie, y lentamente se quitó la camiseta, y luego bajó el pantalón de su chándal hasta los tobillos. Tenía un cuerpo moreno y formado. Le examiné de arriba abajo: tenía el pecho con apenas un indicio de vello, tan solo en sus axilas, y ese camino de gloria que parte del ombligo en dirección al paraíso. Sus piernas me hicieron babear de deseo. Y aquel enorme bulto bajo sus boxers...

No pude contenerme más. Casi se los arranco de la fuerza y el ansia. Él se apoyo sobre la pared, y durante un tiempo se dejó hacer. Su rabo era menor que el mío, tendría unos 16 centímetros, pero era bien grueso y sobre todo me asombró su dureza. Sus huevos, colgaban preciosos, realmente enormes. Contemplé, olí aquel olor a macho limpio, acaricié, y finalmente lamí.

Primero recogí con la punta de la lengua su primera gotita, el primer regalo que me hacía, esperando yo que fueran muchos. Luego apretando el pene fuertemente por la base, paseé mi lengua desde abajo hasta el agujero. Me lo metí en la boca y subí con mis labios su prepucio, haciendo que le cubriera el glande, pero éste volvió solo hacia atrás. Y entonces me lancé, y comencé a mamársela enérgicamente, relamiéndome. En ocasiones miraba hacia arriba, grabando en mi memoria su gesto de placer y para que viera cuánto estaba disfrutándolo yo.

Al poco vi que el momento de su orgasmo se aproximaba. Me disponía a tomar su leche cuando bruscamente me tomó y me sentó en el inodoro. Tiró de mis vaqueros hacia abajo, rompiendo el botón, y sacó mi verga de mis slips. Al ver sus dimensiones (18 de largo y bastante gruesa) me miró con sorpresa, pero enseguida se lanzó a tragársela entera. Ninguna de mis anteriores parejas lo había conseguido, así que apenas la tercera vez que mi glande rozó su garganta, eyaculé varios chorros de leche, esforzándome por no gritar.

Él siguió chupándola, y mi polla no perdió ni un centímetro. Levantó mis piernas, y deslizó su sabrosa lengua hacia atrás, llegando a mi ano. Me abrió las nalgas con su mano libre, e introdujo su lengua todo lo profundo que pudo... yo casi me corría de nuevo.

Se puso en pie y empezó a introducir un dedo. Luego dos. Me dolía ligeramente, pues a pesar de que ya me han cogido muchas veces, llevaba meses sin meter nada en mi culito. (Aclaro que me gusta tanto dar como tomar, no me gusta que uno sea el pasivo y el otro el activo). Cuando vi que intentaba meter el tercero, susurré que no. Él no me hizo caso, y como traté de insistir me besó, callándome.

Echó varios escupitajos en su mano para humedecer al máximo su polla, que no aguantaba de placer por como palpitaba. Aquello me calentó muchísimo. Me volvió a besar, y en esta posición la punta de su cabeza quedaba a la entrada de mi ano, que ya estaba totalmente mojado y dilatado. Y sin avisar, y lamiéndome toda la cara, me metió la mitad. No me dio tiempo a darle el condón que siempre llevo encima. Yo gemí, no sé si de dolor o de placer, y él enseguida metió lo que quedaba. Comenzó a follarme (o a hacerme el amor, eso no lo sabía), con todas sus fuerzas.

A la vez me decía "Sí, que gusto... cómo me gustas, cómo me gusta tu cuerpo" o "Que bien que al final puedo metértela bien, hasta el fondo" o "Cuánto tiempo llevaba deseándote". No llevaba ni dos minutos, cuando la sacó entera y la metió de una vez hasta el fondo, corriéndose... a mí nunca me habían llenado el culo de leche, me asusté un poco, pero me dio tanto gusto, que cuando él cogió mi polla y la meneó un poco me corrí de nuevo... Dos veces seguidas, casi increíble.

Esperó unos minutos a que se le bajara la erección, y como aquello no ocurrió, la sacó de un golpe, generándome bastante dolor. Comenzó a pajearse sobre mí, hasta que nuevamente echó su leche sobre mi pecho y mi abdomen.

Cogió un poco de papel higiénico y me lo dio para que me limpiara. Me besó larga y tiernamente. Me puse en pie para limpiarme, y cuando iba a decirle algo, estaba saliendo por la puerta. Yo le llamé:

à ¡Espera, Tomy! ¡Tomás!

Pero él ya no estaba. Acabé de limpiarme y salí. Me apresuré a coger los apuntes y salir de la facultad, pues estaban ya cerrando y no quería quedarme dentro. Llegué a casa, y volví a pensar con la cabeza (y no con la polla, por culpa de aquel niño con cuerpo de dios). Empecé a pensar qué querría él de mí: ¿habría tenido bastante con quitarse el calentón? ¿Querría volver a hacer algo conmigo? ¿Realmente llevaba tiempo deseándome? ¿Querría algo más serio conmigo? ¿Quería yo?

Y lo peor de lo peor... ¿me estaba enamorando?

Ordenando mis apuntes encontré que al salir del baño había escrito en la última página: "Gracias, fue genial". Bastante escueto. Decidí que al día siguiente (si es que reunía fuerzas suficientes), trataría de aclarar algo con él.

Y finalmente (de nuevo, sin cenar), intenté dormir. Y digo bien, intenté...

CONTINUARÁ.....

Todos los comentarios, críticas y sugerencias (tengo varios finales en mente) enviádmelos a Storm_night@hotmail.com . Prometo responder a tod@s.