Vida Gay (1)

Mis primeros pasos en la vida gay. Relato algo extenso.

Vida Gay (I)

La historia comenzó así, cuando tenía 13 años con mis padres y hermana debimos mudarnos a otra ciudad (Córdoba) donde no tenía amigos, ni conocidos. Al poco tiempo comencé el colegio donde por timidez y por ser el nuevo casi todos se burlaban de mí. Por ejemplo, cuando el segundo día fui al baño a orinar, dos grandotes me tomaron de los brazos y me obligaron a mostrarles mi pito que, pese a ser pequeño y sin vellos, por la vergüenza pareció achicarse más aún provocando las risotadas de aquellos malditos. Me caían las lágrimas de la bronca, salí corriendo de los baños, prometiéndome no volver nunca más allí.

Durante la semana comenzaron las clases de gimnasia, en horas de la siesta, y la cuestión se puso peor porque el estar en short permitía ver mis piernas casi lampiñas. Un compañero mayor comenzó a burlarse nuevamente diciendo que era una marica, juntando valor le contesté con un insulto y se me vino encima como para pegarme. El profesor ni siquiera intervino porque tenía el pensamiento machista de que peleando nos haríamos hombres. Pero se interpuso otro compañero, Eduardo, a quien considero el mejor amigo que he tenido. No sólo hice detener a quien pretendía atacarme, sino que –con su vozarrón- les hizo saber a los demás que quien me molestara debía vérselas con él. Sentí el inmenso placer de la venganza porque me habían hecho la vida imposible.

A la salida, me acerqué para agradecerle. Respondió que no era nada, que nadie iba a meterse conmigo porque le temían, y que lo había hecho porque yo le caía bien. Seguidamente, me preguntó si tenía ganas de ir a su casa, para ver tele o jugar a algo. Me sorprendió la invitación pero me llenó de alegría porque era el primer amigo que tenía en la nueva ciudad. A manera de reparo le pregunté si sus padres no se molestarían, pero dijo que sólo vivía con su madre que como era directora de escuela recién volvía al anochecer.

Llegamos a su casa y mientras servía gaseosa se quitó la remera y pude darme cuenta que estaba mucho más desarrollado que yo, era más alto, más musculoso e incluso tenía algunos vellos en el pecho y abdomen. Por eso cuando me invitó a ponerme cómodo, preferí quedarme con la remera puesta.

Comencé a contarle cómo había sido mi vida en la ciudad dónde vivíamos antes y lo mal que me había sentido al llegar a la actual, principalmente en el colegio. Incluso le conté aquel episodio en los baños donde me obligaron a mostrar mi pito. El me preguntó porqué me había avergonzado, bajando la mirada le expliqué que era muy pequeño y sin pelos. Me pidió que se lo muestre, que no me estaba obligando, que me lo pedía como amigo. Le estaba muy agradecido, no veía nada malo en su pedido, pero a la vez sentía que me moría de vergüenza. Tratando de eludir la cosa le expuse que –aunque no era el horario- podía regresar su madre. Rápidamente respondió que fuéramos a su habitación y estaríamos tranquilos.

Lo seguí y una vez allí cerró la puerta con pasador y volvió a pedirme que se lo mostrara. Sin valor para resistirme y sin mirarlo a Eduardo bajé lo menos que pude mi short y calzoncillos dejando a la vista mi cosita. Durante segundos que parecían interminables sentí que me observaba, pese a que tenía mis ojos casi cerrados. Por fin, dijo que no era tan pequeño, que ya crecería y que también tendría pelos cuando me desarrollara más. Mientras pensaba qué responder o cómo salir de esa situación incómoda, el tomó mi pene produciéndome un escalofrío en todo el cuerpo. Le pregunté que estaba haciendo, pero en lugar de costestarme jaló de un tirón el prepucio hacia atrás, provocándome dolor. Angustiado lo miré y él me explicó que no me había crecido lo suficiente porque "el cuerito" lo impedía, que ahora comprobaría como iba a aumentar de tamaño.

Subí mis pantaloncitos y me quedé sin saber qué decir o hacer, pero sentía mi frente transpirada y una especie de irritación en el pene. Eduardo se acercó a mí y dijo que necesitaba confesarme algo. Le pregunté qué, con el hilo de voz que me salía. Respondió que yo le gustaba. Le contesté que también él me caía bien. Dijo que no lo había comprendido, que quiso expresar que durante la clase de gimnasia me había estado observando y que yo le resultaba atractivo. No supe qué decir y sólo atiné a bajar mi cabeza, apoyando la barbilla contra el pecho. El se acercó, tomó mis mejillas con sus grandes manos haciéndome levantar la mirada y besó mis labios.

Mis piernas temblaban, sentía que podía desmayarme y sólo se me ocurría huir corriendo de aquella casa, pero mi cuerpo no se movía. El me abrazó y comenzó a besar mi cuello, recorriendo con besos mi cara hasta las sienes. Sentí lo grande que era respecto a mí y que no podía, pero tampoco quería apartarme de él. Cerré los ojos y lo dejé seguir. Suavemente, me quitó la remera, me besó el pecho y lamió mis pezoncitos poniéndome en un estado como de trance. Luego se puso atrás mío, me besó la espalda y me lamió la nuca y el cuello. Traté de decir algo para detenerlo, pero de mi garganta no salió una sola palabra. Mientras me besaba comenzó a acariciar mi cola y, esta vez, llevé mi mano atrás para frenarlo, pero él –hábilmente- desvió mi mano hacia su pija haciendo que se la sobara. Cada tanto musitaba "tranquilo, tranquilo, somos amigos".

No me pareció tan malo acariciar su pito, puesto que él lo había hecho con el mío, era como un caño duro y rugoso, calculé que el doble de grueso que el mío. El introdujo una mano por debajo de mi short y calzoncillo y directamente comenzó a acariciar mi cola. Sentí un fuerte estremecimiento y una especie de vértigo en la boca del estómago, pero que eran placenteros, así que lo dejé continuar. Como no había resistencia de mi parte el comenzó a deslizar mis pantaloncitos y calzoncillo hacia abajo dejando mis nalgas expuestas.

Seré sincero: lo que me estaba haciendo me daba mucho miedo, pero también mucho placer, así que me abandoné a la situación. Sin el obstáculo de mi ropa, también se quitó la suya y suavemente hizo que me sentara en una de las camas de la habitación, mientras se quedaba parado frente a mí. Me pidió que abriera las ojos y al hacerlo pude ver una pija que se me antojó gigante pue sólo podía compararla con la mía. Me preguntó si quería tocársela o –mejor aún- besársela, sólo asentí con la cabeza, se la tomé con una mano y le dí dos o tres besos rápidos en el glande, que noté húmedo. Me dijo que seguramente me gustaría chupársela un poquito y que –por favor- lo intentara. A esa altura, con lo que había pasado, ya no podía resistirme a nada, pero antes le hice jurar que jamás se lo diría a nadie porque sería como matarme. Me metí la cabeza en la boca y comencé a lamerla sintiendo un sabor apenas salado de su líquido. El me acariciaba con mucho cariño el cabello.

Tras unos pocos minutos, me indicó que dejara su pija y que me recostara en la cama. Me hizo poner boca abajo y me sentí frustrado e impotente por no poder resistirme a lo que era inminente. Me acarició la espalda, las nalgas y hasta deslizó un dedo a mi ano donde lo deslizó en círculos provocándome sensaciones más intensas. Me acomodó poniendo una almohada en mi bajo vientre, tomó algo del cajón de su mesa de luz que rápidamente advertí era una crema que desparramó en mi ano, al que presionaba hacia adentro primero con un dedo, luego con dos, logrando cierta dilatación.

Aunque yo estaba boca abajo y con los ojos cerrados (por vergüenza) noté que untaba su pene con la misma crema. Luego se colocó arriba mío, separó mis nalgas y apoyó la punta de su pija en el centro de mi culo. Sólo atiné a decir –con media voz- "despacito, por favor". El primer empujón no me hizo sentir dolor, sólo comencé a padecerlo cuando siguió presionando para vencer la resistencia de mi esfínter. Sentía como pinchazos en el borde del ano, pero la dolorosa sensación cesó cuando la cabeza de su pito logró pasar aquella primer barrera. Le pedí que se detuviera porque una especie de sudor frío corría desde mi frente y temía que volviera a dolerme.

En ese momento, aunque el dolor paró sentía molestia con su pito apenas en la entrada, entonces le dije que siguiera pero lentamente. Así lo hizo, comenzó a meterla más profundo y aunque no era doloroso, me provocaba tensión sentir cómo se dilataba mi cola, por eso, para no quejarme, mordí fuertemente la sábana donde yacía hasta que sentí el calor de sus bolas rozando mis nalgas. Hasta ese momento, por ignorancia, tenía entendido que coger era simplemente que te penetraran, no tenía ni idea que seguía después. Por eso me sorprendió cuando Eduardo retiró un par de centímetros el pene de mi interior y volvió a empujar hacia el fondo y repitió dos o tres veces el mismo movimiento. Iba a pedirle que se detenga, pero advertí que con cada nueva estocada el dolor se iba transformando en placer, cada vez más intenso.

En los siguientes minutos, sus movimientos se hacían más enérgicos porque la sacaba casi toda y desde ahí volvía a empujar con fuerza mientras besaba mis hombros y mi cuello, al tiempo que resoplaba. La siguiente vez que comenzó a sacarla, antes de que volviera a invadirme, fui yo quien levanté mi cola logrando una penetración profunda. En ese compás, que me gustaba, seguimos unos minutos más hasta que noté que su respiración se aceleraba y que lo sacudían unos espasmos. Su pija se puso durísima dentro de mi culo y noté una extrañas sacudidas. Aunque no sabía que era semen, noté que mi interior estaba colmado por algo, así que le pedí que saliera. El lo sacó despacio, pero volví a sentir pinchazos en el ano cuando salió totalmente.

Corrí con urgencia al baño, me senté y de mi ano comenzó a caer –en cantidad- un líquido blanquecino, aún espeso, matizado por pequeños hilillos de sangre. Aunque la tensión física se alivió, al pasarme el papel higiénico por la cola ví que quedaba más de aquel líquido. Me acerqué a Eduardo y le pregunté que era eso, con toda naturalidad respondió "es leche", explicándome que cuando los hombres disfrutaban mucho les venía eso desde los huevos y que derramarla era muy placentero.

Fue el entonces quien se dirigió al baño, y aunque no lo veía noté que se estaba lavando. Mientras me vestía, aparte de sentir que me dolía bastante el culo, la angustia comenzó a ganarme, casi hasta el extremo del llanto. Eduardo me preguntó que me pasaba y venciendo –como pude- mi cobardía le pregunté si "esa leche" no era la que se empleaba para hacer bebés. El se sonrió, pero con toda amabilidad me dijo que un hombre no podía quedar embarazado, que por eso es lindo hacerlo entre hombres, porque se disfruta más y sin riesgos. Insistí, preguntándole si estaba seguro y me hizo ver todo claro: acaso conoces a algún hombre que haya quedado embarazado?. Aunque tenía razón, pensé que no todos se dejaban coger, como yo había permitido.

Volvimos a la cocina, ya vestidos y más frescos. Lo había pasado bien, es cierto, pero seguía apesadumbrado. Al verme así me preguntó si me había gustado lo que habíamos hecho, sin responderle le interrogué cómo se había sentido él. Me dijo que superbien, le dije eso es suficiente para mí. Preguntó que quería decir? y respondí que cada vez que me necesitara podía contar conmigo.

En ese momento llegó su madre, Eduardo me presentó, apenas la saludé y dije que debía marcharme ya. En realidad tenía temor que hubiera algo en mí que dejara ver lo que había pasado. Lo mismo sentí en mi casa, apenas saludé a mis padres y entré a bañarme. Mientras lo hacía buscaba en mi cuerpo la presencia de algún signo delator que solo encontré en la irritación de mi ano. Por suerte esa noche jugaba el seleccionado de fútbol y mi padre casi no dejaba que se hable, así que comí un poco, fingí tener sueño y fui a acostarme.

Ya en la cama, me costaba dormir, pensando que quizás el día siguiente en el colegio fuera atroz si a Eduardo se le ocurría hablar, sin poder imaginar qué diría en tal caso o que haría si se enteraban mis padres. Cuando el sueño me ganó, tuve otra pesadilla aún peor: me veía embarazado, esperando el bebé que Euardo había depositado en mí.

Lógicamente, las consecuencias de la mala noche se veían en mi rostro totalmente demacrado. Aunque hubiera preferido faltar fui al colegio. Para mi sorpresa, la actitud de mis compañeros era totalmente distinta, al verme así ojeroso comenzaron a hacer bromas sobre la cantidad de pajas que me habría hecho. Eran bromas, ya no eran más burlas y de algún modo me estaban dando la bienvenida al club de adolescentes pajeros del que formaban parte. En el recreo, volví a encontrarlos en el baño y cada uno relataba cuántas veces y de que modo se masturbaba. Cuando llegó mi turno, dije que lo hacía dos o tres veces por noche siempre pensando en las mujeres que me cojería (mentiras).

Agradecí ese cambio a Eduardo, quien además en otro de los recreos se acercó a mí. Debo aclarar que tenía 16 años e iba a tres cursos arriba del mío (yo en primero, él en cuarto). Me preguntó cómo estaba y le conté que aunque había estado preocupado a la noche ahora me sentía feliz al ser aceptado por mis compañeros. Se puso contento e hizo la pregunta que no supe responder y que dará paso a la segunda parte de esta historia.

Gracias por su paciencia.