Vida en familia
De como descubrimos mi padre y yo un secreto familiar.
VIDA EN FAMILIA
Mis padres se casaron muy jóvenes (él a los 19 años, y mi madre a los 18), y a los 3 años de casados, vine yo al mundo.
Cuando se cumplían 7 años de matrimonio, mi madre falleció de una cruel enfermedad, dejándonos solos a mi padre y a mi. Mi padre, fue, pues, padre y madre para mí, dándome toda la atención que un hijo puede necesitar. Se volcó en mi, y siempre estaba en casa a la hora de recogerme del colegio, sacarme a pasear, jugar conmigo, darme de merendar o cenar, y contarme un cuento antes de acostarme. Supongo que él, siendo un hombre joven cuando se quedó solo, tendría sus necesidades, pero nunca protestó por dedicarme su atención. Para que os hagáis una idea, estamos hablando de un hombre de 175 cm, de pelo castaño, ojos verdes, de unos 72 kg, y con un aspecto absolutamente varonil, emanando masculinidad por todos sus poros.
Según me fui haciendo mayor, y teniendo preguntas, él me las iba respondiendo sin tabúes, pero adaptándolas a mi nivel de comprensión del tema. Como ejemplo, recuerdo la primera vez que me corrí: de pronto, durante la noche, noto que tengo todo el cuerpo mojado, así como mi slip y el pijama, y parte de la sábana. Avergonzado y confuso, pues no parecía ser pis, fui corriendo a su cama y le desperté llorando, contándole lo que me pasaba. Se levantó, fue a verlo, me bajó la ropa y se rió. Luego, con todo cariño, me dijo que eso no tenía importancia, y que lo único que pasaba es que ya era todo un hombre, y podía dejar embarazada a una mujer. Que a todos los hombres les ha pasado lo mismo algún dia, y que, por no hacer la cama de nuevo, me cambiara de pijama y slips, y me acostara con el, y ya mañana se cambiaria mi cama. Después de todo ello, me sentí más tranquilo.
A partir de ese día, mi padre amplió todo lo que pudo la información sobre sexualidad y medidas de precaución, y desde entonces, en mi mesilla, siempre tenía condones a mano, aunque yo los usaba a esas edades, sobre todo, para hacerme pajas sin manchar mi cama. También es verdad que, a partir de ese momento, tuve un poco más difícil meterme en su cama, como hacía muchas veces cuando tenía miedo, o quería hablar antes de dormirme. Dormir a su lado, oyendo su respiración, sintiendo ese cuerpo varonil a mi lado, me daba una tranquilidad que me hacía dormir relajado y tranquilo. Me dijo que ya era un hombre, y que tenía que empezar a superar sin ayuda ciertos miedos. Gracias a él, superé esos miedos, y me ayudó a convertirme en una persona segura de sí misma.
Como es natural, al ser dos hombres conviviendo, y al hacerme yo mayor, llegó un momento en que la ropa interior la teníamos en común, y en verano lo más natural del mundo era que ambos fuéramos por casa solamente con un calzoncillo. Y no sería la primera vez que nos intercambiáramos la ropa interior, o que, le lleváramos al otro unos calzoncillos limpios a la ducha. Pero, para mí, mi padre no era un hombre: era mi padre, nada mas y nada menos. Y ya se sabe que, para los hijos, los padres no tienen sexo.
Sin embargo, recuerdo una vez, a mis 18 años, en que mi padre me pidió que le acercara la toalla y el slip, y le ayudara a secarse la espalda: cuando entré en la ducha y le acerqué la toalla, vi salir del baño, de pronto, no a mi padre, si no a un hombre magnífico, con un cuerpo estupendo, con un culo duro y una verga y unos testículos que parecían enormes, y me quedé extasiado mirando. Al verme así, me dijo:
- Hijo, ¿te pasa algo?
- No, papá, es que es la primera vez que me doy cuenta en que tienes un cuerpo espléndido. Siempre te he mirado como mi padre, pero nunca como hombre, y como hombre tienes un cuerpazo, papi
Mi padre me mira a los ojos, se ruboriza, y me dice:
- Gracias, hijo. Es la primera vez que un hombre me dice un piropo, y me gusta. Y que me lo digas tú, precisamente, tiene para mí mucho valor. Pues aunque eres mi hijo, también tienes un cuerpazo, y me enorgullezco de haberlo engendrado. Pues lo que tengo enfrente lo quisiera para sí cualquiera: un macho joven y guapo, con un culito duro y redondo, unas piernas fuertes y largas, unos huevos que parecen naranjas, y una polla que te llega al ombligo cuando la tienes tiesa, como ahora y que encima le gusto, y aún mejor, que eso tan perfecto ha salido de mis huevos y de mi polla pues me pone cachondo, la verdad.
A todo esto, cuando le miré el paquete, él tenía una fuerte erección, que le había llegado su polla casi al ombligo, y mi short estaba a punto de explosión, pues mi polla se había puesto potente al ver a ese macho estupendo, en bolas, enfrente de mí. Sin poderlo evitar, me acerqué a él y empecé a chuparle la polla con toda la pasión que se merecía. El intentó evitarlo, pero sucumbió ante mi insistencia, y dejamos hacer a la naturaleza.
Con suavidad infinita, me quitó el short y la camiseta, me cogió de la mano y me llevó a la cama. Allí, juntos, me empezó a abrazar, acariciar y besar. Sus manos, fuertes y poderosas, acariciaban como la seda, y sus dedos parecían tener electricidad, pues me excitaba cualquier caricia en cualquier parte. En un momento dado, pasamos de las caricias y los besos a realizar sexo: cuando me volví a meter esa polla enorme en mi boca, y sentí esa polla de la que había salido lo que ahora era yo, tuve una erección tan enorme que hasta me dolieron los huevos. Le dije a mi padre:
- ¿Sabes, papi? Me duelen los huevos solamente de pensar que me estoy comiendo viva la polla de la que yo he salido, y me excita enormemente tenerla en mi boca, y comerme el semen que me ha engendrado. Y que tu ahora seas mío, es que está haciendo que me duelan hasta los huevos.
- Hijo mío (me responde) a mi sí que me excita aún mas que un macho joven como tú, con un cuerpazo tremendo, me esté comiendo el nabo. Y que, encima, ese macho es mi hijo, y ha salido de mis huevos, y me está haciendo feliz haciéndome el amor, es lo más de lo más, como ya te he dicho.
Después de eso, con toda la fiereza de dos machos, me comí su polla y sus huevos, le devoré los pezones y los lóbulos de las orejas, me comí los pelos de su pecho, y le solicité, le rogué, que me introdujera su polla en mi culo. Cuando sentí su enorme verga en mi culo, rozando mi próstata suavemente, no pude ya más, y tuve una corrida que mi semen me llegó hasta la cabeza, mezclado con un orgasmo enorme. A su vez, él me comió la polla y los huevos, también se tragó enterito todo mi semen, se desgastó los pezones y las orejas, y se arrancó a bocados los pelos de mi polla. Como culmen a todo ello, hicimos un 69 que ya fue la culminación a toda la sesión. Después de ser suyo, entendí perfectamente lo que pudo sentir mi madre cada vez que la penetraba.
Agotados, extasiados, relajados, desnudos, fumándonos un cigarrillo a medias en la cama, empezamos a hablar en profundidad de todo lo que nos había llevado a esa situación. Él me contó que había conocido a mi madre, que era una tía estupenda, que le amaba, le comprendía, y le daba todo el afecto que el necesitaba, y que se enamoraron como colegiales. A los dos años de casados, decidieron que querían tener un hijo en común, y se pusieron a la labor, hasta que yo llegué al mundo, y que fue el momento más feliz de sus vidas. Luego, ella enfermó y murió, y se dedicó por entero a mí.
Me dijo que siempre había sido gay, pero que el hecho de tener un hijo tan joven, y querer dedicarse a él, le hizo sublimar su sexualidad todo ese tiempo. Ya siendo yo mayorcito, había empezado a salir de vez en cuando por ahí, pero tenía el temor de mi reacción si alguna vez yo me enteraba de que él era gay, pues para él habría sido terrible que yo le rechazara. Y que lo último que él se podía imaginar era lo que había pasado.
Yo le conté que, desde niño, siempre me habían gustado los hombres, pero que nunca se lo había confesado porque nunca pensé que él también fuera, como yo, homosexual, pues para mí era el cúlmen de la masculinidad, y de que siempre había intentado parecer tan masculino como era él. Pero que nunca le había dicho nada por temor a su rechazo.
Después de sincerarnos, y de reírnos por nuestros mútuos temores de ser rechazados por el otro, visto lo visto, nos sentimos infinitamente mejor y, a partir de ese momento, ya no hubo problemas en volver a dormir juntos, como cuando yo era niño, pero con el añadido de que, además, ese cuerpo no solamente me pertenecía por ser mi padre, si no porque era mi pareja. Porque acordamos que, no solamente éramos padre e hijo (vínculo que nada ni nadie puede borrar), si no que, a partir de ese momento, seríamos pareja. Una pareja un tanto peculiar, pues salímos juntos de ligue, a ver si nos traíamos un tercero a quien follar de mutuo acuerdo de vez en cuando, pero pareja. Y no veas la sorpresa que se llevan los ligues cuando se enteran, después de ser follados, que somos padre y e hijo, y no hermanos .
Desde entonces, estamos juntos, compartiendo sexo, cama, calzoncillos y todo lo que una pareja compuesta por dos hombres, y un padre y un hijo, pueden compartir. Encima, somos la envidia de todo el barrio, pues nunca un padre y un hijo se han llevado mejor ni estamos tan compenetrados, y nos ponen las vecinas a sus maridos e hijos de cómo se deben llevar un padre y un hijo.
Tener como amante a un macho con un cuerpazo de escándalo, con un culo durísimo, unos huevos enormes y grandes, una verga que parece una columna, y un torso que parece una tabla de chocolate, y encima que es una persona excelente, dedicada, serena y segura, es ya mucho. Para mí, no hay otro macho en el mundo mejor que él. Y dormirme a su lado, abrazado a su pecho, con las piernas entrelazadas, sintiendo su respiración, su pelo y su sexo junto al mío, es mi sueño echo realidad.