VIDA DOMÉSTICA (memorias de una zorra)

Iba a ser un día más, pero mi marido y su cliente lo evitaron, y ¡de qué manera!

  1. I.Las tareas del hogar.

Aquel día tenía toda la pinta de convertirse en uno de los más apasionantes de mi vida; comencé a primera hora bajando  de incógnito la basura podrida del día anterior, para sumergirme poco después en el planchado de montones de ropa y sobre las 11 me zambullí con verdadero desagrado en el baño, bayeta en mano y disgusto en el cuerpo, dispuesta a dejarlo todo reluciente por primera vez desde hacía mucho tiempo. Es lo que un ama de casa debe de hacer.

Los sanitarios no se me resistieron, pero el jodido espejo del cuarto de baño estaba salpicoteado en toda su superficie por una miríada de gotitas de yo  qué sé qué coño que no salían ni pa´dios. Más de diez minutos llevaba entregada con fruición a la tarea de restregar y restregar cuando el espejo captó mi cara; no, fue mi cara la que se reflejó, digamos, por primera vez en el espejo y más concretamente, fueron mis ojos, los que, de forma autónoma, decidieron desenfocar a la jodida gotita, abriendo el objetivo y captando la imagen de mi rostro de mujer cuarentona, madre y esposa; un rostro cansado, agrisado pero sobre todo, aburrido, joder, qué aburrido. Resoplé. Odié las bolsas de debajo de mis ojos, los pliegues alrededor de mi boca y los pelos fuera de lugar de las cejas que hacía tanto tiempo que no me arreglaba; total, para qué?. No me gustaba lo que veía y todavía me daba más miedo mirar más abajo, donde se encontraban esas tetas flácidas, esas tetas de matrona amamantadoras de niños y usurpadoras de juventud, y más abajo aún, el vientre descolgado, las caderas extremas, el culo, ese culo ajeno que por blando no parecía el mío…Decidí mirar y descubrí que tenía los pezones duros, si, aparecían tiesos y orgullosos debajo de mi bata de fregantina profesional. Debo reconocer que tal descubrimiento me sorprendió y agradó a la par. Decidí investigar y llevé mis manos a esas tetas olvidadas y su tacto me puso cachonda enseguida; las noté firmes, duras, pidiendo más presión ¡pobres hijas pródigas, tanto tiempo olvidadas ¡ Comencé a sobármelas respondiendo a sus demandas, enrojeciéndolas, habría querido chuparlas, pero ante la imposibilidad física, reaccioné acodándome sobre  el lavabo y llevando una de mis manos a mi coño, desde atrás. Noté, ya sin sorpresa, que estaba muy mojada, me palpitaba. Mi coño también quería ser protagonista así que decidí darle una escena para él solo. Primero me acaricié la vulva, aun con las bragas deshilachadas puestas. Con cada roce de mi dedo, notaba como crecía y se hacía esponjoso, húmedo. Rápidamente requirió más atenciones y fueron dos los dedos que introduje sin contemplaciones, hasta el fondo. A un coño hay que darle lo que pide. Mis dedos empezaron a hurgar, cada vez más rápido, con violencia incluso, me estaba violando y me estaba encantando. La otra mano, que no había dejado de tirar de unos de mis pezones, corrió desesperada a mi boca, que se reflejaba en el espejo abierta, hambrienta. Mi lengua lamía y mordía mis dedos mientras mi coño se volvía loco con cada embestida, ahora de tres dedos. De pronto mi cara no me pareció tan aburrida; los ojos ardían de deseo y los labios se habían coloreado como melocotones maduros. Acerqué la lengua al espejo y lamí aquel rostro, imaginando que era otro el que lo hacía, otro el que veía aquella cara de puta que de repente era la mía. Los tres dedos de repente no fueron suficientes y sin voluntad, porque no era yo la que decidía, era aquel coño de zorra el que dictaba el transcurso de los acontecimientos, agarré un bote de crema de forma atractivamente fálica y poniéndome a cuatro patas sobre el suelo, aún sucio del baño, lo introduje en el agujero ávido. El frescor del plástico y su grosor me volvió loca. Entraba y salía cada vez con más fuerza, me estaba follando bien, las rodillas me temblaban, la baba se caía de mi boca y de repente el orgasmo me arqueó la espalda, electrizando toda mi piel. El placer me inundó, me desbordó y cegó mis ojos por unos segundos. Fue algo tan violento que tardé unos minutos en superar el aturdimiento.

**II

Los invitados**

Conseguí erguirme pasado un rato; me miré de soslayo, casi con la vergüenza de los trece años cuando el cura te preguntaba en el confesionario si habías cometido actos impuros. Sí, lo había hecho y no me arrepentía, dándome igual que no hubiera absolución. A la mierda los curas. Me encantó mi nueva cara de pecadora, de depositaria de secretos. Era una cara rejuvenecida, de labios sorprendentemente apetitosos, carnales.

De repente, sentí la necesidad de arreglarme, sólo para mí, sólo por el gusto de hacerlo, sólo por seguir sintiendo esa sensación de sensualidad que me embargaba y que era tan bienhechora. Así que me metí en la ducha, me depilé piernas, axilas y por primera vez, recorté el pubis hasta un límite que nunca hubiera imaginado, dejando únicamente una tira de pelo negro y salvaje. La visión de ese coño depilado me excitó y no pude evitar meter un dedo jabonoso en mi culo. ¡Pero mira que eres puta! me dije. El culo era un orificio estrecho y cálido. La carne se apretaba en torno a mi índice, abrazándolo y éste avanzó un poco más y otro poco. Nunca había imaginado que aquello pudiera reportar tanto placer; el agua de la ducha me corría por la cara, por todo el cuerpo, los pezones duros, las piernas abiertas y el culo lleno; Mi dedo entraba y salía y exploraba, obligando al agujero a hacerse más grande, hasta que fueron dos los invitados, los cuales, aunando esfuerzos consiguieron dilatarme hasta introducirse hasta el mismo centro de todo, haciéndome estallar en un nuevo orgasmo que me dejó jadeante. Saqué los dedos, los lavé mientras sonreía, terminé la ducha y salí.

Un rato me llevó encontrar en los rincones olvidados de los cajones unas braguitas sexis, apenas un girón de tela negra que nada dejaba a la imaginación. Cubrí mi cuerpo con un vestido ligero de verano, que casi dejaba a la vista ese culo recién follado y en contra de todas mis rutinas de ama de casa, me alcé sobre unos tacones.

**III

La visita**

Volvía mirarme y me gustó lo que vi. Una atractiva madura que acababa de correrse dos veces, con el coño recién afeitado y vestida de ama de casa guarrona, me miraba lasciva e interrogante. ¿te gustaría un poco más de esto tan rico, eh, puta?, me preguntaba. Estaba a punto de decirle que sí cuando el ruido de las llaves en la cerradura de la puerta de casa me dejó caer con violencia sobre el acerado de la realidad. Sobresaltada, miré el reloj del dormitorio: las 2.30 de la tarde, la hora en que Paco volvía del banco. Había estado tan ocupada que el tiempo había saltado por el balcón como un amante descubierto. Corrí hacia la puerta, dispuesta a recuperar una rutina  que conllevaba el consabido beso de bienvenida, cuando noté que Paco no venía sólo. Ante la puerta que estaba a punto de abrirse del todo recordé mi indumentaria; Paco alucinaría ante la visión de su mujer convertida en una zorra.

Podría haber salido corriendo hacia el dormitorio, y cambiarme de ropa y volver a mi bata y a mis bragas deshilachadas y a mis pechos desinflados, pero, no me dio la gana. Aún seguía excitada y quería ver la sorpresa de mi marido en su cara de manso.

La puerta se abrió mientras Paco gritaba:

  • Isabel, reina, vengo con un cliente, vamos, con un amigo. Te acordaste de meter cerveza en el frigo?

Y allí estaba yo, con mis tetas definidas y a la vista de todos debajo de mi vestidito, diez centímetros más alta, sintiendo el tanga aprisionado entre mis glúteos y con el coño pletórico.

Y allí estaba Paco, medio borracho, intentando reconocer en aquella tía buena a la coñazo de su mujer. No negaré que me gustó ver en su cara sorpresa pero también, cierto calentón que le subió de repente. Esas cosas una mujer las nota.

Y allí estaba también César, el cliente-amigo de mi marido, más borracho aún.

Sin darle tiempo a reaccionar, tomé las riendas de la situación, y después de las presentaciones de rigor corrí a la nevera, porque claro que me había acordado de meter cerveza en la nevera. Pero esta vez saqué tres, una también para mí, claro. Las llevé al salón donde Paco, un poco titubeante, enseñaba a Cesar su nuevo equipo de música, sin dejar de echarme miradas interrogantes. Y César, también me miraba, de manera bastante descarada, diría yo. Pegué un largo trago de la cerveza, y el alcohol, al que no estoy acostumbrada, corrió rápidamente por mi sangre, catalizando toda la cachondez que se había apoderado de mí.

Los hombres se sentaron en el sofá, y comprobé que efectivamente estaban borrachos. Paco tenía muchos clientes-amigos y a menudo sus negocios importantes acababan en el bar, de donde volvía tardísimo con la consiguiente ira por mi parte. Pero aquel día me encontraba felicísima y agradecía aquella borrachera que lo dejaba casi fuera de combate.

Yo reía y charlaba por los codos; me sentía como una adolescente de botellón. Y tanto Paco como César no me quitaban la vista de encima. De pronto Paco me preguntó

-  ¿y esos tacones, Isabelita?

  • Ahhh, esto, es que he estado probándome un vestido para la boda de tu prima y me habéis   pillado a medias.

-  Seguro que te sienta muy bien, dijo César, el vestido, digo.

-  Pues no sé, yo creo que me hace un poco gorda.

-  No lo creo, Isabel, ¿verdad Paco que le tiene que quedar cojonudo?

A estas alturas de la conversación César me tenía bruta. La masturbación había estado muy bien, pero ahora notaba que mi cuerpo tenía ganas de rabo y a Cesar el pantalón se le marcaba de forma sospechosa en cierta parte. Un gran bulto se adivinaba debajo de la buena y ligera tela de su traje ejecutivo. Decidí arriesgarme.

  • Pues no sé, igual necesitaría de vuestro asesoramiento. Me pongo el vestidito y me decís ¿qué os parece?

César miró inquisitivo a mi marido y Paco me sonrió. Comprendí.

Corrí al dormitorio, busqué atropelladamente un vestido negro ajustadísimo que no me ponía desde hacía años y me introduje en él. Por favor que les guste, por favor.

Un pequeño conato de temor me invadió pero lo eliminé pintándome los labios de un rojo furioso. Volví al salón con mi cerveza en la mano.

Ambos me miraron. César silbó admirativamente y Paco me espetó un: qué buena estás hoy, nena. Y al pasar por su lado, me regaló un cachete en el culo que me supo a gloria. Me senté en el sofá, sin olvidarme de cruzar bien las piernas. Toda mujer quiere sentirse Sharon Stone por una vez en su vida.

Paco se levantó y acercándose al mueble bar dijo:

  • Creo que ya llevamos bastantes cervezas en el cuerpo. Que os parecería tomar un licor, uno especial que tengo para las ocasiones especiales.

César, que había venido a sentarse a mi lado estuvo de acuerdo y yo también. Los primeros chupitos fueron degustados como personas casi civilizadas, pero después del tercero, nos convertimos en animales. Paco se sentó al otro lado del sofá, dejándome a mí en medio, y alargó una mano a mis tetas, palpándolas con gusto, a la vez que me metía la lengua hasta la garganta.

César miraba, aguardando, tocándose el paquete delicadamente, esperando permiso. Cuando Paco cogió su mano y se la puso en el otro pecho, César supo que era su momento.

Tenía a dos hombres sobándome las tetas, y eso, estaba bien, pero yo necesitaba más. Abrí las piernas y el vestido se subió hacia arriba dejando al descubierto mis bragas y mi coño rapado. Ambos entendieron mi demanda y se lanzaron como lobos; dos hombres entre mis piernas, dos lenguas en mi coño, lamiendo como perros. Ni que decir tiene que yo también estaba como una perra salida. No pude aguantarme por más tiempo y me puso de rodillas sobre el sofá: folladme, perros, les dije.

Los hombres empezaron a jadear, no se podían creer que tuvieran delante a una tía tan puta. Paco fue el primero en sacarse la polla y me sorprendió ver lo tiesa que la tenía. César también sacó su verga del pantalón, y era más grande que la de Paco, lo cual me encantó. Fue César, por ser el invitado el primero que me penetró, sin contemplaciones, hasta el fondo. Un dolor sordo fue sustituido por un placer inmenso. Comenzaron las embestidas, de macho en celo. Mis tetas se apretaban contra el respaldo del sofá con cada atacada, mientras Paco no dejaba de masturbarse y de mirarme embelesado. No pudo aguantarse más y quitó de un tirón a Cesar de encima de mí; él también quería su trozo de zorra; su polla era más pequeña pero estaba más tiesa, parecía un palo y cuando me la metió, no podía creer que aquella fuera la polla de mi marido. De nuevo, embestidas brutales, y mi coño que se deshacía de gusto y mi garganta que gritaba a duras penas porque tenía la polla de César dentro de la boca; que gusto ser follada con un rabo entre los dientes. Paco salió de mí y con violencia me tiró en el suelo, abriéndome las piernas:

  • Fóllatela,  amigo mío.

César comenzó a follarme como un adolescente, sin que la erección bajara en ningún momento. Me mordía los pezones y Paco susurraba obscenidades en mi oído que me ponían muy cachonda. Me sentía muy sucia y me encantaba. De pronto César, con un grito, salió de mí y se corrió en mi cara; lefa caliente en mi cara de zorra. Paco se reía mientras reclamaba su turno.

  • Creo que estás preparada para esto.

Y dándome la vuelta, metió dos dedos en mi culo, que se alegró y abrió como una flor. Mojó con saliva el agujero y sin más, me metió su polla tiesa. El dolor era casi insoportable, pero el placer lo era más. Mi cuerpo se movía la ritmo que le marcaba su polla y en un momento, estallé. Un nuevo orgasmo volvió a brotar dentro de mí mientras agarraba mis tetas y entonces Paco me agarró del pelo, obligándome a girar la cara y metiendo su polla en mi boca, se derramó entero, obligándome a tragar hasta la última gota, mientras sonreía. César sonreía también.

Y es que yo siempre he sido una gran anfitriona.

FÍN