Vida cuartelera capítulo 8

Fui bajando deslizando hacia abajo y lentamente mis dedos por ambas espaldas, serpenteando por ellas. Los dos soldados parecían uno mismo pues tenían las mismas reacciones, se movían cual si tuvieran tics nerviosos aunque permanecían como clavados al pavimento. Notaba cómo los vellos de sus antebrazos se erizaban. Me recreé en acariciar sus cinturas. - ¡Ufff, mi sargento! , - . ¡Hummm, mi sargento! escuché susurrar a Laguna y Ramírez casi al unísono.

Vida cuartelera capítulo 8

Sargento Reboiro

Cuando el soldado Benedé salió en la búsqueda del cabo, inicié una traslación alrededor de Laguna y Ramírez. Mantenían la posición de firme y ya se les notaba el cansancio que esa postura causa en cualquier cuerpo cuando se mantiene por mucho tiempo.

  • ¡Descanso!  -  ordené con voz un tono más bajo de lo habitual cuando la daba en la instrucción que daba frecuente mente a los soldados del cuartel. Ellos obedecieron de buena gana pues se lo noté en sus caras que pasaron de estar tensas a más relajadas. - Bueno, bueno, bueno.  De modo que os habéis pasado la noche en unas instalaciones y sin tener asignada ninguna tarea específica  ordenada por un superior... Os habéis quedado en pelotas y, como no teníais algo mejor que hacer... os habéis hartado de follar. ¿No es así?. - Como tardaban en contestar, repetí: - ¿No es así?.

  • Verá, mi sargento...- comenzó a hablar Laguna, pero le interrumpí.

  • Bien, muchacho. Si tanto repites "verá...", veré. Como soy de Jaén y dicen de ellos que "Los de Jaén, hasta que no tocan no ven", voy a cumplir tu deseo y,  para "ver" bien, : ¡Desnudaos!. ¡Los dos!.  - Ellos dudaron unos instantes, cohibidos,  pero ante  mi mirada imperativa, todo su azoramiento desapareció lo mismo que toda su ropa que pronto quedó a un lado de sus desnudos cuerpos.

Me situé tras ellos. Laguna quedaba a mi izquierda y Ramírez a mi derecha Posé mi mano las yemas de los dedos de mi mano izquierda en el nacimiento de la espalda de Laguna e hice lo propio con mi mano derecha en  Ramírez.  Ambos tuvieron casi la misma reacción de ponerse rígidos al contacto de  mis dedos sobre sus cuerpos: tiesos como palos;  elevaron sus espaldas,  s a la par que apretaron sus culos cerrando sus esfínteres adelantaron las pelvis. Me satisfizo su reacción, por otro lado, muy natural.

Fui bajando deslizando hacia abajo y lentamente mis dedos por ambas espaldas, serpenteando por ellas. Los dos soldados parecían uno mismo pues tenían las mismas reacciones, se movían cual si tuvieran tics nerviosos aunque permanecían como clavados al pavimento. Notaba cómo los vellos de sus antebrazos se erizaban.

Me recreé en acariciar sus cinturas. - ¡Ufff, mi sargento! , - . ¡Hummm, mi sargento! escuché susurrar a Laguna y Ramírez casi al unísono.

  • ¿Os gusta cómo os veo?.

  • Verá, mi sargento...

  • Sí, seguiré viendo, seguiré viendo. No os preocupéis. -  Me arrodillé y fui descendiendo más mis manos acariciantes. Ahora se posaron sobre sus glúteos. Estaban duros debido a las horas de instrucción y gimnasia que los soldados practicaban casi a diario. Amasé los cachetes. Aproximé mi boca a la raja de Laguna y soplé ligeramente moviendo mi cabeza arriba y abajo en toda su longitud. El estallido de Laguna no se hizo esperar.

  • ¡Dios, mi sargento... como siga haciendo eso, no sé cómo voy a terminar...

No le hice caso y ahora fue en Ramírez en quien me centré.  Fui dándole ligeros besitos en el  final de su columna y fui bajando mis labios hasta el principio de su raja. Ésta era algo peluda, pero sin llegar a ser la de un oso. Separé sus cachetes  dejando al descubierto el anillo sonrosado de su ojete. Allí deposité otro beso pero esta vez con un poco más de duración.

  • Mi sargentooooo! - oí cómo exclamaba el besado. Me estoy poniendo burroooo.

Solté una carcajada al tiempo que me levantaba y me colocaba delante de los. -¡Esto es la prueba que yo esperaba!.  Seguro que anoche, mientras hacíais el trabajo encomendado por el cabo, empezaríais a dar rienda suelta a vuestra imaginación, las pollas se os pusieron tan tiesas como las tenéis ahora y acabasteis como me ha dicho Benedé: follando como conejos.

  • Es que nos queremos mucho, mi sargento. Y allí, solos, sin tener nada que hacer pues nos empujó a "hacer algo" - dijo Ramírez sin siquiera pedir permiso para hablar.

  • Y ahora ¿os seguís queriendo mucho ?

  • Claro, mi sargento - respondió Laguna. -El querer recién empezado, no se acaba de un día para otro.

  • Ya lo veo, ya. - les dije mientras cogía sus pollas entre mis manos y las acariciaba a lo largo de su tronco replegando y plegando la piel de su prepucio.

  • ¡Joder, mi sargento!, no siga haciendo esto. - dijeron los dos a un tiempo.

  • Vale, vale, me quedo quieto. Pero vosotros... ¿dónde vais a ir ahora, con esta calentura que tenéis encima y sin sitio para poder "demostraros cuánto os queréis"? - les pregunté con un deje de sorna en mi voz.

Esta vez fue Laguna el que me contestó. -No lo sé, mi sargento. Posiblemente a las letrinas a desfogarnos haciéndonos un pajote. -

  • Claro, no podemos aventurarnos a que alguien nos vez follando a plena luz del día. Bastante tenemos con que nos haya visto Benedé.

  • Ya, ya, claro. Donde se ponga un buen polvo, que se quite una paja, ¿no?

  • Hombre, mi sargento - dijo Ramírez con un ápice de picardía en su voz - es que no hay ni punto de comparación.

  • Vale, pues "visto" que os queréis mucho,  os dejo mi dormitorio para que os sigáis demostrando vuestro cariño. Eso sí, cerrar la puerta no sea que alguien entre y vea el espectáculo que deis o, que yo no me resista a entrar y participar en vuestros juegos amatorios.

  • A sus órdenes, mi sargento - respondieron los dos y, como alma que se lleva el diablo entraron en mi dormitorio cerrando la puerta tras de sí.

" Esta juventud, no piensa más que en follar "dije para mi interior. "Claro que es propio de la edad, 23 años. ¿No me sucede a mí lo mismo y ya tengo 35?"

Unos golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos.

Armenteros

  • Adelante -  Es voz es la que escuché cuando, junto al golpear de mis nudillos en la puerta pregunté ? - ¿Da su permiso, mi sargento?.

Cuando entramos Benedé y yo al despacho, esbocé una sonrisa al ver el atuendo del sargento. Al menos esta vez no estaba como la última vez que asistí a este cuarto, con un consolador en el culo y soltando lefa por doquier. Ahora estaba más decente aunque no llevara puesto el uniforme.

De su atuendo, una mancha oscura en el calzoncillo llamó poderosamente mi atención. "Ya ha estado haciendo otra vez de las suyas", pensé. También me sorprendió ver un batiburrillo de ropa en el suelo. Eran uniformes de soldados. ¿Qué estaba haciendo el sargento hasta que llegamos?

  • A sus órdenes, mi sargento. ¿Me ha mandado llamar? pregunté mientras mantenía la posición reglamentaria de "firme" ante él.

  • Sí.  Soldado - dijo, dirigiéndose a Benedé - márchese.  El asunto que tengo que tratar, atañe solamente directamente al cabo.-

Benedé inició rápidamente el camino de retirada tras el saludo reglamentario pero, antes de atravesar la puerta de salida, el sargento le ordenó: - No, espere, mejor quédese. Así, aprenderá que no es nada recomendable ocultar nada al sargento Reboiro.

  • A sus órdenes, mi sargento - respondió Benedé y permaneció en un rincón junto a la puerta.

  • Bien, mi cabo. Este soldado aquí presente, me ha informado de algo que usted debería haberme comunicado esta mañana y que no ha hecho.

  • Verá, mi sargento....-

  • ¡Vaya, otro con el "verá" - interrumpió el sargento mi explicación.

  • No entiendo, mi sargento.

  • No, nada, nada, cabo. Prosiga.

  • Bien, pues verá.... - el sargento me miró de nuevo, pero esta vez no dijo nada. - Es que ayer, quise gastar una broma a Laguna y Ramírez y les mandé al palomar con una instrucción falsa. Debían de permanecer allí toda la noche esperando un envío de huevos de paloma que debían cuidar por si eclosionaban. Naturalmente era una broma y...

  • Ya sabe que no soy amigo de bromas, cabo -  Reboiro sea cercó a mí diciéndome estas palabras muy quedas al oído.

  • Sí, lo sé, mi sargento. - contesté, tragando saliva.

  • Y sabe también que por ello, le puedo meter un paquete, ¿no? - y lamió el lóbulo de mi oreja derecha.

  • Sí, mi sargento, soy consciente de ello. -  volví a asentir.

De repente, oí como unos gemidos que provenían del dormitorio adyacente al despacho donde estábamos. Miré a Benedé, luego al sargento, pero no vi en sus caras nada que denotara que ellos hubieran escuchado lo que yo, o al menos, no lo demostraron.

  • Pues esta broma que ha gastado a sus amigos, es motivo más que suficiente para que le meta un paquete. -  me dijo e introdujo sus mano derecha bajo mi camisa y comenzó a acariciar mis tetillas.

Benedé se dio cuenta de la maniobra del sargento y abrió los ojos como platos. ¡Seguro que no sabía que al sargento le gustaban los tíos! Yo empecé a seguirle el juego al sargento.

  • Mi sargento, estoy dispuesto para asumir el castigo que me imponga. Soy consciente de que lo merezco así es que... proceda según le plazca. - entonces, le tomé la cara entre mis manos y le besé apasionadamente en la boca.

El sargento respondió a mi beso abriendo sus jugosos labios. Mi lengua buscó la suya y ambas se fundieron en un juego frenético de persecución la una hacia la otra. Saqué la mía  y la moví imitando a las serpientes, usándola como ellas, fui recorriendo toda la cara del sargento, sus ojos  aletas de la nariz, labio superior, barbilla, ahora un lóbulo, ahora el otro. Su cuello.  Yo mantenía mi vientre pegado al suyo por lo cual notaba cómo su polla iba creciendo en sus calzoncillos y ello hacía que la mía se fuera poniendo cada vez más dura.

El sargento no paraba de jadear ante las caricias de mi lengua. - "Sigue, cabo, sigue, no te detengas" - me repetía éste sin cesar, aunque le costaba hablar por mis besos y mordisquitos en su barbilla. Él también notaba el calibre que estaba tomando mi polla y no dejaba de restregar su paquete con el mío. Tomé su camiseta por la parte baja y la subí haciendo que elevara sus brazos. Ahí me detuve, lo tenía a mi merced, con los brazos y la cabeza cubiertos por la tela. Besé su boca por encima de ella. Luego pasé a lamerle las axilas, casi desprovistas de vello, las tetillas, y fui bajando por medio del plexo solar hasta su ombligo, siguiendo el reguero de pelos.

A mi nariz llegaba el delicioso aroma de sus huevos y polla. Por encima del calzoncillo se veía la protuberancia de su paquete y, en la punta de ella, un mancha oscura en la tela caqui, marcaba el bálano de su cipote. El precum que estaba soltando resaltaba perfectamente la punta de su capullo. Allá llevé mi boca, y comencé a chuparlo lo que hizo que el sargento comenzara a proferir pequeños gemidos. Se desembarazó de la camiseta y llevó sus manos a mi cabeza. -Sí, así,  cómeme la polla, pónmela a dura para que cuando  te la meta grites de puro gusto.-

Le bajé el short hasta los tobillos y él se los quitó con un par de patadas. Sus atributos quedaron ante mis ojos en todo su esplendor. Desde mi posición de arrodillado frente a ese cuerpo elevé mi mirada que se tropezó con la suya. Sus ojos tenían un brillo especial de lujuria resaltando sus palabras anteriores. No me hice repetir la orden y abrí mi boca engullendo el glande sonrosado. Me recreé en él, cerrando mis labios y succionándolo cual si me estuviera comiendo una fresa. Mi lengua no cesaba de lamer suavemente todo el frenillo. Gotas de presemen asomaban por el ojo del capullo que yo me apresuré a lamer.

El sargento no pudo aguantar más. Me levantó casi en volandas. Desabotonó mi camisa con movimientos ágiles y su boca ávida me comió la mía. Eso me puso a mil por hora.

  • Eso es, mi sargento - le decía mientras me quitaba las botas  y él me despojaba de mis pantalones y calzoncillos.- Fóllame. Te prometí que me desflorarías - le dije volteándome ante él abriendo mis cachetes y ofreciéndole mi ojete. -¡Párteme el culo con tu dura polla! Quiero que me preñes con tu leche!.

El sargento se pegó a mí. Fue empujándome hasta que chocamos con la mesa que había en el despacho. Entonces reparé en Benedé que, estupefacto,  asistía al espectáculo que estábamos ofreciendo. Le guiñé un ojo, le lancé un beso y me eché de bruces sobre la mesa.

  • Así me gusta, maricón - bramaba más que decía el sargento mientras su polla recorría en toda su extensión la raja entre mis cachetes. - Verás cómo te gusta mi verga. - De un cajón de la mesa sacó un bote de lubricante. Me embadurnó el ojete y también la punta de su nabo. Lo acercó a  mi orificio y de un solo golpe me metió todo su capullo.

Me quedé sin respiración y mi esfínter se contrajo ante tal embestida - ¡Mi sargentoooo! ¡Diosssss!, -aullé de dolor.

Reboiro se detuvo. - No temas, mi niño, - me decía quedamente a mi oído izquierdo - Estás muy cerrado. Deja que tu culo se acostumbre a mi polla, relájate.

Mi respiración se fue sosegando, notaba el bálano palpitante y caliente en mi recto. Ya, más relajado yo mismo empujé hacia atrás mi pelvis para que la polla del sargento, dura como un bate de béisbol fuera entrando poco a poco.

  • Eso es, deja que entre suavecito, mariconcito mío. Verás cómo te gusta.- no paraba de decirme Reboiro mientras que sus dedos pellizcaban mis duros pezones.

Yo comencé a mover mis piernas hacia atrás y adelante, por lo que mi orto masajeaba la pija del sargento que bufaba ante el placer que estaba recibiendo. - Así, así, qué bien me lo haces. - Mi polla, también estaba dura como piedra. Ella y mis huevos se bamboleaban con cada movimiento. El sargento cogió mi verga en su mano derecha lo que propició que con mis mismos movimientos de pelvis me la meneara. - Te gusta, ¿eh, cabo? Te voy a ordeñar hasta que no te quede gota de leche en tus huevos, cabrón.

Benedé

No podía creer lo que estaba viendo desde el rincón donde me encontraba: ¡Al cabo ,al igual que al  sargento, también le  iban los tíos!. ¡Vaya panda de maricones estábamos en la compañía. Cuando los vi enzarzarse en un magreo mutuo primero, y  cómo más tarde  el cabo le ofrecía el culo al sargento yo ya estaba con la polla a punto de reventar.  El gesto que me llevó al culmen de la excitación fue el beso que Armenteros me lanzó. Entonces, no pude aguantar más. Apoyé mi culo en un lateral de la misma mesa en que ellos estaban follando y me saqué mi dura verga. Me la empecé a pelar. Ya poco importaba que los dos folladores me vieran. Al fin y al cabo, ellos estaban a lo suyo y no repararían en lo que yo estaba haciendo así es que imprimí a mi mano un ritmo rápido pues era mucha la excitación que tenía.

Estaba muy abstraído con mi paja que no noté cuando el sargento rodeaba mi nuca con una mano y pegaba sus labios a los míos. Cuando fui consciente de su sabor, abrí la boca para recibir en ella su lengua que empezó a jugar con la mía.

  • Venga, soldado, te invito a la fiesta - me dijo el sargento. - Tú, cabo, túmbate  de espaldas en la mesa -

No dudé ni un instante. Me desnudé completamente y me subí a la mesa, mis pies uno a cada lado de las caderas del cabo y dándole la cara. Mi culo quedó a la altura de la cabeza del sargento y éste empezó a dar lametones en mi raja.

El sargento  entonces abrió las  piernas de Armenteros y de un solo golpe le enterró su pija en el culo comenzando una cabalgada rápida. Con un gesto de cabeza me indicó que me sentara en la polla de Armenteros y eso hice. Me situé en cuclillas mirando al cabo, me embadurnó el ojete de lubricante y Armenteros apuntó su verga en mi culo. Yo no tenía experiencia en se enculado y me dejé caer sobre la larga polla del cabo. - ¡Ahhhh! ¡Diooooossss! , ¡qué dolor!- grité mientras las lágrimas se me saltaron. Me quedé sentado, sin moverme. El sargento, soltó las piernas del cabo para éste las pusiera alrededor de sus caderas mientras seguía bombeando el culo del cabo. Mi espalda, pegada al pecho del sargento  hacía que mi cuerpo se moviera con el mismo ritmo de la follada. Mi ano se adaptó a tener la larga polla de Armenteros en su interior. Poco a poco me recuperé del dolor y empecé a moverme despacio arriba y abajo sobre la polla del cabo. Las manos del sargento no dejaban de acariciarme. Reparé que en la pared cercana a la mesa había amarrada una cuerda de nudos de las que están en los gimnasios y que pendía del techo. La desaté y, asido a ella, facilité la cabalgada sobre la verga del cabo. El dolor había desaparecido y ahora era placer todo lo que mi culo sentía.

El sargento aceleró el ritmo de su mete y saca y anunció - ¿Me corroooo. ! Cabrón, toma mi lecheeeee! ¡Arggg. Arggg! Al cabo de unos instantes, sacó su polla del culo de Armenteros  y se puso junto a mí en el lateral de la mesa. Su polla se empezaba a desinflar, pero de su capullo no dejaba de salir babilla que goteaba hacia el suelo.

Yo continuaba follándome a Armenteros, ¿o era él quien me follaba? No lo sé. El caso es que yo estaba disfrutando y veía en su cara que él también gozaba. El sargento, acercó su boca a mi polla y la engulló de  golpe.

Entonces vi que  la puerta del dormitorio del sargento se abría. En ella se encontraban Laguna y Ramírez. No sé por qué, pero sus caras no manifestaban asombro ninguno por lo que estaban viendo.