Vida cuartelera capítulo 6. Benedé
El contemplar los juegos amatorios dentro y fuera de los vehículos era motivo más que suficiente para que la polla del soldado de turno se pusiera dura como el mango de un martillo y propiciara que su dueño se aliviara haciéndose una paja monumental.
Vida cuartelera capítulo 6. Benedé
Unos minutos pasaban de las cuatro de la madrugada cuando el pelotón de guardia nocturna comandado por el cabo furrier Armenteros, del que yo formaba parte, se detuvo a la señal de "alto" dada por éste. - Soldado Benedé - ordenó - ocupe su puesto.
Salí de la formación y mi posición fue ocupada por el vigilante que nos estaba esperando a la puerta de la torre situada a poniente en los muros del perímetro que circundaba el cuartel. Inmediatamente, el pelotón continuó la marcha para seguir haciendo los relevos oportunos.
Entré a la planta baja de la torre, desprovista de luz. No necesitaba de ella pues han sido varias las guardias que he realizado en esta dependencia. Además, esta noche era mi segunda visita aquí. Podría deambular por ella con los ojos cerrados sin miedo a tropezarme con obstáculo alguno pues no había muebles salvo un arcón arrimado a la pared y que servía para almacenar víveres y municiones en caso de tener que estar mucho tiempo continuado de guardia. Unas escaleras cerca de él, ascendían hacia las plantas superiores. Comencé a subirlas y, sin otra cosa que hacer, rememoré el comienzo de la guardia de esta noche:
<< El cabo furrier Armenteros cumplió el ritual de siempre para la asignación de puesto y turno de guardia: Nos formó en una fila en el patio, ante el Sargento de Guardia, -el temido sargento Reboiro-a los dieciséis soldados que teníamos servicio de guardia esta noche. La guardia duraba desde las 10:00 hasta las 08:00 del día siguiente repartida en cinco franjas de dos horas cada una. Tras recibir la autorización de éste, nos fue asignando a cada uno tanto el puesto de guardia como el turno para ejercerla según los resultados de sorteo que ellos dos, el sargento y el cabo, habían realizado con anterioridad.
A mí me había tocado el segundo turno - de 00:00 a 02:00 a.m. y de 04:00 a 06:00 a.m. - y cubrir la guardia en la torre del costado de poniente del cuartel. No pude por menos que sonreír por mi buena suerte. Me gustaban tanto el turno como el puesto a vigilar. El turno de guardia, porque tenía que hacer solo dos visitas al puesto en vez de las tres de los otros soldados hasta completar la jornada de guardia. >>
Este puesto era el que más apreciaba porque tenía vistas a la playa. Ello servía de entretenimiento a todo el soldado que hacía guardia allí. Contemplar el navegar de los barcos cuando el mar estaba embravecido o sereno, como esta noche de luna llena, solía ser el motivo principal de entretenimiento del guardián de turno para no aburrirse. Una otra forma de pasar el tiempo de vigilancia era observar la llegada de coches cerca de la playa. Entre las diez de la noche y la una de la madrugada, la playa se convertía en un "picadero". Jóvenes y no tan jóvenes, parejas heterosexuales y homosexuales, se daban cita para dar rienda suelta a sus instintos sexuales. El contemplar los juegos amatorios dentro y fuera de los vehículos era motivo más que suficiente para que la polla del soldado de turno se pusiera dura como el mango de un martillo y propiciara que su dueño se aliviara haciéndose una paja monumental.
Esa práctica la había tenido yo en el turno anterior, nada más llegar a este sitio a las doce de la noche.
Hice como ahora, subir la planta primera y única accesible. La torre tiene otra superior pero está clausurada por derrumbe debido a la falta de presupuesto para su mantenimiento. Desde allí, con los brazos apoyados en el alféizar de la ventana abierta a la playa y sin ser visto, podía observar esos trajines de las parejas que he comentado antes.
Esta noche en particular, también rondaba mi cabeza lo vivido la tarde anterior: Armenteros, sobre su cama, haciendo ostentación de su larga polla y sus huevos gordos. La verdad es que me fascinó la largura de ella. Lo que no me gustó fue la invitación a manosear los huevos de Laguna y Armenteros para comprobar quien los tenía más gordos.
Yo había visto películas porno pero siempre había sido entre parejas heterosexuales, pero el ver a tíos pajeándose y sobándose los cojones cerca de mí, no me había sucedido nunca. Lo que tampoco me había ocurrido es que, el verlos, hiciera que mi polla comenzara a ponerse a tono, levantándose en su encierro. Yo no soy gay, pero un cierto agrado hacia lo que estaba viento afloró en mí e hizo que mi verga se empinase. No terminé de ver en qué quedaba el juego. Junto con otro compañero mirón me fui a los aseos y encerrado en un retrete, (nunca me he pajeado a la vista de otra persona) me la pelé hasta vaciar mis huevos de toda la leche acumulada de varios días. Cierto es que sentía envidia de Armenteros y Laguna. Las proporciones de mis atributos sexuales son de lo más normalito, más bien tirando a valores inferiores de la media, al menos de lo que veía en las pelis porno, pues mi poya en estado erecto no llegaba a los 14 cm y mis huevos eran, muy a mi pesar, como los de codorniz; éstos sí los había comparado con los que venden en los supermercados.
Los recuerdos de esa tarde, junto con el movimiento de parejas en la playa, motivaron que mi polla se pusiera de nuevo tiesa como mástil de bandera. Sin nadie que me observara, la saqué de su encierro y de pie, junto a la ventana me pajeé de nuevo expulsando gran cantidad de semen que fue a parar a la pared bajo la ventana, junto a otros muchos chorreones que sin duda alguna eran de lefa seca provenientes de las corridas debidas a las pajas que otros soldados animados por el espectáculo del "picadero" se debían de hacer.
Eso ocurrió en mi turno anterior. Ahora, asomado a la ventana, no divisaba ningún coche en la arena. Sólo se distinguían a lo lejos las luces de un buque mercante y de varios barcos pesqueros. Me decidí a subir a la planta superior aún a riesgo de sufrir algún percance y provocar además un arresto por incumplir la orden de no traspasar la barrera (una cinta de plástico blanca con la leyenda " PELIGRO - NO TRASPASAR" escrita en rojo).
Iba provisto de unos binoculares de visión nocturna. No había impedimento alguno para su uso, así es que, cada vez que iba de guardia los llevaba "para mejor cumplir con mi trabajo" decía al cabo y sargento de guardia si me preguntaban a cerca de ellos.
No hice caso al aviso de peligro y pasé por debajo de esa banda de plástico y tras subir con mucha precaución los escalones que separaban ambas plantas, pronto me encontré en la superior.
No habían paredes alguna. Sólo estaban en pie los pilares de tres de las cuatro esquinas que sostenían de forma precaria, debido a su deterioro, el tejado a cuatro vertientes.
La vista era magnífica. Con los binoculares adosados a mis ojos todo se divisaba nítidamente. Se podía ver en derredor girando los 360º sin impedimento alguno: la playa, las luces de todo el paseo marítimo hasta la punta del espigón. Me detuve a contemplar todo el cuartel: la puerta de entrada, con su soldado de guardia dentro de la garita; el patio de armas, con el mástil de la bandera desnudo en el centro; las oficinas, el comedor, los barracones, las demás torres de vigilancia, la enfermería, el palomar.
Iba a seguir mirando las distintas dependencias del cuartel cuando me pareció ver un destello de luz por el ventanuco de la planta baja del palomar. Fue un instante solamente pues se apagó de inmediato. Puse mi atención en ese edificio. Su puerta de entrada, cerrada. El ventanuco, apenas abierto, En la azotea, con sólo dos paredes altas, una que albergaba los distintos nidos de palomas y la otra donde estaba la puerta de acceso también cerrada, todo era tranquilidad. Observé la superficie en acero inoxidable pulido que rodeaba interiormente el resto de la azotea. ¡Nada ni nadie! Posiblemente y, debido a la luz de la luna que estaba en pleno apogeo, hubiera confundido el reflejo de ella en esa superficie con la luz de una lámpara. Pero... ¡Un momento! La puerta de acceso se abrió y un cuerpo desnudo apareció entre sus jambas. Accioné el zoom de los prismáticos y reconocí la cara de Ramírez.
¿¡Qué diablos estaba haciendo Ramírez en el palomar, a estas horas de la madrugada... y completamente desnudo!?.
¡Desnudo! . No sé qué motivo me impulsó a seguir observándolo con detenimiento. Bajo la luna llena, su cuerpo se presentaba magnífico. Su cabello rubio refulgía con la luz que la diosa Selene esparcía por todo el recinto. Estaba realmente bello. En mi interior se libraba una gran batalla: si yo me consideraba heterosexual, ¿cómo es que estaba deleitándome con el desnudo de Ramírez?. Más aún, ¿cómo es posible que mi pene comenzara a ponérseme duro contemplando el cuerpo desnudo de un hombre?.
¿Pudiera ser que mi repulsa a huir de la compañía de otros chicos cuando se hacían pajas en comunidad se debiera a que realmente me gustaría hacérsela a alguno, o comerme alguna polla, incluso pedir que algún voluntario me partiera el culo con su verga?. No lo sé. El caso es que estaba disfrutando con la contemplación del cuerpo de Ramírez. Si estaba hermoso ahora, ¿cómo estaría a plena luz del día!. Sería cuestión de prestarle más atención en las duchas de la compañía.
Pude apreciar que estaba buscando algo... o a alguien, pues no paraba de mover la cabeza a un lado y a otro. Al fin, me pareció comprender que había tenido éxito en su búsqueda.
¡Joder! me volví a sorprender, pues de entre los muebles que ocupaba una pared baja, surgió otra persona ¡y también estaba desnuda!.
La situación me intrigó y procuré no perder detalle de lo que estaba sucediendo en la terraza. Al diablo con el resto de dependencias y alrededores.
Dirigí mis binoculares hacia el rostro del recién aparecido para descubrir de quién se trataba. ¡Coño, si es Laguna! Tenía en la mano una manguera que soltó casi de inmediato. Desconozco qué uso estaría haciendo de ella, pues las cuatro de la mañana no es hora muy corriente de ponerse a limpiar el suelo del palomar por muy responsable que fuera de esas instalaciones . Los vi cambiar unas frases y acto seguido ¡cómo Laguna besaba en la boca a Ramírez y, que éste, lejos de rechazarlo respondía a ese beso!
Mi pene se irguió aún más bajo mi ropa, señal inequívoca de que me gustaba el ver a dos tíos besándose. Claro que, por tanto tiempo transcurrido sin ver hembra alguna desde que entrara al cuartel, hacía que cualquier muestra de relaciones sexuales me excitaba sobremanera.
Mantuve en mi mano izquierda los prismáticos apuntando hacia la pareja y mi derecha bajó a mi entrepierna. Empecé a sobarme el paquete que había tomado grandes proporciones. ¡Dios, estaba bien duro, tanto que apretaba fuerte la bragueta de mis pantalones!.
Cuando los dos soldados dejaron de besarse y, ya creí que iban a abandonar la azotea, Ramírez señaló la torre donde me encontraba espiándolos. Por un momento temí que me hubieran descubierto y, en un acto casi reflejo, me dejé caer tras el pequeño muro de la pared. Pasados unos segundos, me erguí, mirando ahora sin ayuda de los prismáticos, por encima de ese muro. Sin estos sólo veía sus cuerpos que, aunque bien iluminados por la luna llena, no llegaba a distinguir quién era quién. Vi que de nuevo se enlazaron en un beso por lo que presumí había abandonado el temor de que alguien pudiera observarlos.
Yo también me dejé llevar por ese mismo pensamiento y de nuevo me puse a observarlos a través de mis prismáticos. En esta planta había un cajón de madera similar al de la planta baja, me senté sobre él y seguí espiando a la pareja de amantes.
Ellos seguían dándose placer. Vi que se alternaban en estar uno erguido y el otro desaparecer de mi campo de visión, como si se arrodillara delante del que estaba en pie. ¡Dios, le estaría comiendo la polla!
Ya no pude aguantar más tiempo. Me desabroché el pantalón y abrí la cremallera, bajándomelo hasta los tobillos. Comencé a sobarme el paquete sobre los calzoncillos. Notaba mi pija tan hinchada y dura que hasta podría trazar con los dedos las venas que el tronco tenía. Ll tela del calzoncillo estaba pringosa donde la punta del bálano se remarcaba del precum que salía por su ojo.
Continuaba mirando al palomar. La ráfaga de luz que periódicamente barría el faro, me ayudó a identificar vívidamente a Laguna echado de bruces sobe un mueble de la terraza y Ramírez tras de él y muy pegado a su cuerpo. Éste se movía rítmicamente hacia delante y atrás. ¡Se lo estaba follando!. ¡Ramírez estaba taladrando el culo de Laguna!. El verlos follar hizo que sacara de su encierro a mi verga. Ayudado por mis talones, me deshice de las botas y pantalón. Me quité el slip y dejé al aire libre mi pija y huevos. Ésta miraba al cielo desafiante. Desistí de seguir usando los prismáticos para continuar observando a los amantes, los dejé sobre el cajón y me concentré en darme placer.
Mi mano derecha fue acariciando arriba y abajo el tronco de mi dura polla. Ya dije antes que no era de gran tamaño, pero obtenía gran placer cuando me pajeaba. Mi mano izquierda mientras tanto desabotonó mi camisa, luego la dirigí a mi pecho y comencé a acariciarme y pellizcarme los pezones que estaban erectos, bajando poco a poco hasta el pubis. Tenía bastante vello en él, nos obstante lo recortaba con asiduidad. Esta mano izquierda formó un hueco aproximando los dedos, cual si de un capuchón se tratara, y lo apliqué a la punta de mi nabo que estaba muy lubricado. Inicié un movimiento giratorio de muñeca como sacando brillo al glande y al trozo de polla que el puño de mi mano derecha dejaba libre. ¡Ostias, qué gusto me producía el roce de la palma de mi mano con mi capullo "descamisado".! Abandoné mi asiento. Uní los dedos de ese capuchón al anillo que formaban mis dedos pulgar e índice de mi mano derecha e inicié un movimiento de caderas adelante y atrás como follando el conjunto de mis manos. Así estuve un buen rato ¡Hummm! , el placer que sentía provocaba que tuviera que arquear mi espalda de tanto gusto como estaba sintiendo, aunque este frotamiento provocó que pronto se secara el precum que servía de lubricante, así es que dejé caer entre mis dedos un salivazo, me senté de nuevo en el cajón y ahora eran mis manos las que frotaban con frenesí todo el tronco de mi polla.
No quería correrme pronto. Continué meneándomela solo con la mano izquierda (dicen que así parece que es otra persona quien te masturba) y con mi mano derecha me sobaba los huevos. Seguía escupiendo sobre mi mano pajillera, proporcionando lubricación al tronco de mi polla. Recordé entonces cómo la tarde pasada, Armenteros chupaba su propia polla. Quise yo emularle, pero...¡qué cojones!, por mucho que arqueara mi espalda para acercar mi boca a mi polla, no llegaba ni a aproximarla a dos palmos, y eso con riesgo de quedarme con la columna lisiada para toda la vida. Desistí de hacer más pruebas. El tamaño de mi polla no era el más apropiado para auto chupármela. Bastante placer me daba meneándomela como el común de los mortales.
Los intentos fallidos de auto felación hicieron que mi polla abandonara su máxima erección así es que volví a jalármela como siempre había hecho. Tomé de nuevo los prismáticos y los enfoqué a los amantes. Ramírez seguía enculando a Laguna; éste torció su torso hacia su compañero y se fundían de nuevo en un beso. ¡Dios, lo que daría yo por ocupar el lugar de cualquiera de ellos. Mi polla recobró de nuevo el estado de rigidez y plena erección. Comencé un frotamiento rápido con mis dos manos abarcando su tronco. Mi respiración se convirtió en cortas y convulsas aspiraciones y exhalaciones y la punta de mi capullo comenzó a escupir borbotones de leche espesa, caliente. Recogí la leche que puede entre mis dedos y los llevé a mi boca. Siempre me ha gustado hacer eso. Paladear mi lefa tras la corrida. Un sabor que me recuerda el de las chirimoyas muy maduras, aunque más caliente y menos dulce.
Tras la corrida, tomé de nuevo la labor de espionaje a la pareja. Los enfoqué otra vez. Se habían separado. Intuí que habían terminado de follar. Laguna de espaldas a la torre y frente a él, Ramírez. La posición de éste, propiciaba que observara su cara. Estaba radiante, tranquila, sosegada, como queda el campo después de una tormenta. Noté cómo su semblante cambió de repente y pasó al de alerta. Vi cómo llamaba la atención de su compañero y que ambos dirigían sus miradas hacia la torre donde me encontraba, posteriormente ambos se escondieron tras los muebles bajos de la azotea. Ya no los volví a ver hasta que se escabulleron por la puerta.
Me vestí y bajé a la planta baja. Mi mente era un verdadero torbellino donde se mezclaban imágenes, pensamientos, dudas, respuestas que quería recibir y preguntas que debía formular: "Compañeros alrededor de una litera masturbándose uno y sobándose otros. Dos soldados follando a la luz de la luna. Besar, acariciar, penetrar a algún macho y sentir en mi cuerpo esas mismas acciones. Dudas acerca de mi sexualidad. ¿me gustaban realmente los hombres o sólo era un pensamiento pasajero que desaparecería cuando dejara de estar rodeado de tanto chico con la testosterona revolucionada" Mi subconsciente me repetía una y otra vez "eres hetero, eres hetero", pero por otro lado se imponía la realidad. ¿cuántas pajas me había hecho a lo largo de mi vida pensando en chicas?. Respuesta: ninguna. ¿cuántas pajas habían sido consecuencia de contemplar a chicos?. Varias, solamente desde la tarde de ayer, habían sido tres.
Aquí, solo, en la oscuridad del puesto de vigilancia, acepté mi sexualidad. ¿Qué importaba el resto del mundo?. No hacía mal a nadie. Cuando llegué a esta conclusión, veía la vida desde otra perspectiva. Me sentía más libre, sin prejuicios. En fin, como más feliz.
Ahora, la pregunta clave era: ¿debía de informar respecto a lo que había visto durante mi guardia? Si me callaba puede que otro vigilante sí lo hubiera visto y lo reportara, quedando yo como negligente en mi guardia ya que mi punto de observación estaba más cerca de ese palomar. Sí, me dije. En cuanto estuviera a solas con el cabo de guardia, le diría todo lo que había sucedido durante mi guardia. Bueno, no todo. Me callaría el haberme pajeado viendo a Laguna y Ramírez follar. ¿O, no? ¿Recordaba cómo Armenteros se pajeaba delante nuestra la tarde pasada. ¿Y si el cabo me pedía que le mamara la verga?. ¡Hummm, debía de saber deliciosa!. Sólo este pensamiento provocó que la mía empezara levantarse en su encierro. Seguí dando rienda suelta a mis elucubraciones. ¿Y si, estando nosotros dos solos, Armenteros comenzara a sobarme el culo, preparándomelo para sodomizarme?. ¡Wowww,! Mi verga continuó poniéndose dura y, a punto estuve de soltarla de la presa de mi ropa, cuando escuché llegar al relevo.
- ¡Pelotón, alto!. ¡Benedé, a la puerta! - Escuché las órdenes del cabo Armenteros.
Me acerqué a la puerta de entrada a la torre, cuando caí en cuenta de que no sabía dónde estaba mi fusil. ¿Dónde demonios lo había dejado?. Al final, lo vislumbré entre el arcón de las municiones y la escalera de acceso a las plantas superiores.
Al final, salí fuera a reunirme con el soldado que venía a relevarme.
-¡Ocaña!, ocupe su posición - escuché ordenar a Armenteros. El nombrado, fue a ocupar mi posición a la puerta de la torre y yo ocupé el lugar que éste había dejado en la formación. Terminado el relevo, el pelotón ya conmigo integrado, continuamos haciendo el recorrido nocturno.
Ya en el "cuerpo de guardia" localicé al cabo Armenteros. - Mi cabo, - lo llamé - tengo que decirle algo que he visto desde mi puesto de guardia. En el palomar....-
El cabo, movió negativamente la cabeza, haciéndome señales de que me callara. Lo obedecí. Armenteros se me acercó y casi en un susurro musitó: -Hablaremos más tarde de ello, cuando terminemos la guardia. Ahora, mantén la boca cerrada.- y se alejó.
Permanecí unos instantes reflexionando acerca de las palabras de Armenteros, me giré para retirarme y me topé casi debruces con el sargento Reboiro.
-¿Qué ha sido lo que has visto en el palomar, soldado?.
Quedé como una estatura y estupefacto ante él. ¡Había escuchado las palabras que le dije a Armenteros! Ninguno de los dos habíamos notado su presencia, pero sin duda estaba cerca nuestra cuando conversamos.
-¡Firme, soldado!. - adopté esa posición ante la orden - ¿No me has oído?. ¿Qué has visto en el palomar?
Mi sargento... - balbuceé nervioso - Nada que consideré pusiera en peligro las instalaciones y la seguridad del cuartel, por ello no di alarma de inmediato - agregué.
Bien - repuso el sargento.- Ya me lo explicarás más tarde. Quien únicamente puede considerar o no la peligrosidad de lo que ocurre en las instalaciones, nunca es un soldado. Esto es el ejército, no una institución benéfica ni nada por el estilo. ¿Entendido, soldado?- preguntó fijando su mirada fría en mis ojos. Antes de que yo contestara, prosiguió - A las diez de esta misma mañana, y sin excusa alguna, te presentarás en mi despacho. ¿He sido claro?
-Sí, mi sargento - respondí con una voz que no me salía de la garganta.
- ¡No te he oído, soldado! -gritó más que habló alto.
-¡A sus órdenes, mi sargento.! ¡Sí, mi sargento!. ¡A las diez en su despacho, mi sargento!- contesté, con un temblor en las piernas que apenas lograba reprimir.
Está bien. Retírese.
A la orden de usted, mi sargento. - Choqué mis talones, llevé mi mano derecha a la gorra haciendo el saludo militar y, sin esperar la respuesta marcial del sargento, di media vuelta y me fui a un rincón para asumir las órdenes de recibidas.
Continuará....