Vida cuartelera capítulo 3 Cabo Armenteros
Cuando terminó de correrse el sargento abrió los ojos. Fue entonces cuando se dio cuenta de mi presencia y, lejos de sentirse molesto, me ordenó: - ¡Cabo, firme!. ¿Cómo irrumpe así en mis habitaciones sin pedir permiso?
Vida cuartelera capítulo 3 Cabo Armenteros
El sargento Reboiro me había ordenado presentarme en su despacho tras haberme sorprendido pajeándome con otros dos soldados. Para no perder tiempo, me vestí con el atuendo de gimnasia en vez de con el uniforme reglamentario y me encaminé a sus dependencias. Llamé a la puerta, esperé unos instantes y repetí la llamada. Al no tener contestación, manipulé la maneta y comprobé que la puerta no estaba cerrada por dentro. Franqueé la entrada del cuarto a la par que me anunciaba: - A sus órdenes, mi sargento. Se presenta el cabo Armenteros tal y como me ordenó.- El cuarto estaba vacío. No obstante, tras otra puerta que había en la habitación, oí un ruido de cosas caer al suelo y movimiento de muebles así como jadeos y gritos. Pensé que algo le ocurría al sargento por lo que abrí esa puerta con ánimo de auxiliarlo.
Las imágenes que vi, me dejaron muy sorprendido. El sargento estaba extasiado follándose con un consolador y, por la expresión de su cara, por sus ojos cerrados, por la lengua relamiendo sus labios y por los gemidos que daba, no tuve duda de que estaba disfrutando mucho. Tras unos instantes de intenso subibaja por su consolador, su polla empezó a echar chorros de lefa que llegaron a alcanzarme desde la cara a casi todo mi cuerpo pues me encontraba justo delante del sargento.
Cuando terminó de correrse el sargento abrió los ojos. Fue entonces cuando se dio cuenta de mi presencia y, lejos de sentirse molesto, me ordenó: - ¡Cabo, firme!. ¿Cómo irrumpe así en mis habitaciones sin pedir permiso? -
Yo me cuadré en posición de "firme" ante él y le expuse los motivos por los cuales me encontraba allí. Se acercó a mí, tanto, que su polla rozó mi mano derecha. Yo retiré mi mano instintivamente por lo que nuevamente el sargento me recriminó que no me mantuviera firme y que debía de continuar en esa posición pasara lo que pasara. - ¿Entendido, cabo?- me volvió a preguntar con una voz
autoritaria.
-Sí, mi sargento- , le respondí, poniéndome en posición lo más marcial que pude.
- Bien, cabo, voy a comprobar si es cierto que cumple la orden de mantenerse firme...- Se dirigió al armario y regresó con una bayoneta de las que se inserten el los fusiles en la mano, un cuchillo con un filo romo y el otro muy afilado.
El sargento se movió lentamente hacia mi espalda; noté cómo el filo romo de la bayoneta rozaba mi baja espalda y era movido hacia arriba a la par que escuchaba cómo la camiseta se iba rasgando al roce del otro filo. Pronto mi camiseta se abrió totalmente por mi espalda y quedó solamente cubriendo mi pecho y hombros. El sargento pegó su cuerpo al mío. Noté su aliento en mi nuca y el contacto de sus labios en mi cuello. Ello propició que yo diera un leve respingo de sorpresa. ¡Al sargento le gustaban los tíos!. ¡Su enculada con el dildo no era por un calentón pasajero si no que se había excitado viéndonos!.
-¡Permanezca firme, cabo! -me ordenó nuevamente.
- A la orden, mi sargento, pero....!
-¿Por qué cree que le he hecho venir, cabo? ¿Para castigarle por su exhibición ante sus compañeros?, está muy equivocado...- sentí las yemas de sus dedos recorrer mis costados, llegó a los hombros e hizo deslizar la camiseta por ellos hasta que la hizo caer. El sargento prosiguió con sus caricias por mi espalda y volvió a prodigarme más besos en mi nuca. Una especie de sacudida eléctrica recorrió todo mi espalda y un gemido mezcla de estupor y placer salió de mi garganta:
Mi sargento, por favor... - le supliqué.
Silencio, cabo, ¿no le gustan los besos en el cuello? - me susurró con una voz sensual al oído.
- ¿No le ha besado nadie el cuello, o prefiere en los labios? - Entonces, se acercó y juntó los suyos a los míos a la par que movía su lengua para separármelos.
Yo aguanté estoicamente ese intento de beso. Cierto es que hacía mucho tiempo que no sentía unos labios junto a los míos. Tanto como tiempo llevaba en el ejército pues, la última persona que me besó, fue mi novia cuando nos despedimos al venirme al cuartel.
- ¿Qué pasa, mi cabo? ¿también rehúsa los besos en la boca?... ¿Tiene novia, mi cabo?-
Algo en mi cerebro me dio la voz de alarma: la voz del sargento sonaba menos autoritaria y había pasado a nombrarme "mi cabo".
- ¿Ha follado alguna vez con ella ? - me preguntó tras pasar su lengua por la punta de mi nariz. - Puede hablar, mi cabo. ¿habéis echado algún polvo?. Contesta.
El sargento también había pasado a tutearme. Eso me dio pie a afirmarme la idea de que yo le gustaba e incluso que no era el único que lo excitaba.
Sí, mi sargento,... es decir, que sí, que tengo novia. Me gustan sus besos y sus caricias y...- No me dejó terminar mi explicación.
Así que te gustan las caricias, - afirmó más que preguntó, entonces, metió la bayoneta por la pernera derecha del pantalón y la sacó por la izquierda. Yo tragué saliva, fijé mis ojos abiertos de pánico en los ojos del sargento que a su vez tenía los suyos, serenos, fijos en los míos. ¿Seríacapaz este hombre de cortarme la polla y los huevos?. Empecé a sudar copiosamente lo que hizoque el sargento sonriera malévolamente. Entonces, con un tajo limpio, cortó la parte baja del pantaloncito de deporte haciendo que éste se convirtiera en una especie de faldita.
Tranquilo, mi cabo, - prosiguió hablando el sargento, - no pienso hacerte ningún daño, sopena que incumplas mis órdenes; es más, espero que consiga hacerte olvidar a tu novia. Contesta, ¿habéis follado? - me preguntaba mientras lamía mis tetillas y bajaba la lengua hasta mi ombligo. La saliva se iba enfriando por todo mi pecho y eso hacía que se me erizara el vello del cogote a la par que notaba cómo mi polla iba enderezándose dentro de mis calzoncillos. Eso lo notó el sargento pues puso una mano sobre mi verga.
¡Ah, el "pajarito" se está despertando, ¡bien, eso me gusta!. Pero respóndeme, ¿te la has follado?
Mi sargento, yo... bueno, mi novia y yo...pues...Sí y no.
¿Cómo es eso, sí, no...? Explícate.-
Bueno, pues que hemos follado, alguna vez por el coño, pero casi siempre se la he metido por el culo, para evitar embarazos. -
El sargento se arrodilló ante mí. Alzó levemente la faldita en la que se había convertido mi pantalón y arrimó su nariz a la entrepierna. - Hummmm, ¿sabes?, me gusta cómo huelen tus huevos y tu polla, - y comenzó a darme unos fugaces besos en las ingles alternándolos con preguntas. Esos besos hicieron que volvieran a darme las sacudidas eléctricas por todo mi cuerpo. Ello ocasionaba que mis contestaciones al sargento fueran a trompicones.
Ah, así es que no has follado como Dios manda... ¿Y mamadas, te la ha mamado tu novia u otra persona alguna vez? -
Bueno... una vez le pedí a mi novia que me la chupara... pero ella no quiso.
Entonces, ¿desconoces el placer que se siente cuando alguien se mete tu polla en la boca y te la come?
No, no, nunca he tenido ese gusto aunque, y a riesgo de romperme la espalda, he conseguido chupármela yo solo.
Así es que este nabo ...- y empezó a sobarme por encima de la faldita, lo que hizo que mi verga, ya bastante tiesa, se endureciera todavía más - está acostumbrado a entrar en tu boca... Bien, muy bien...- Entonces, el sargento, de un tajo cortó la cintura de la faldita que cayó a mis pies y empezó a recorrer primero con los labios entreabiertos y luego con la lengua el bulto cada vez más grande que había bajo mis calzoncillos.
Notaba cómo la lengua recorría todo el tronco de mi verga hasta el capullo que estaba ya soltando babilla y había generado una mancha en el calzoncillo. El sargento se detuvo un momento lamiéndola. - Me gusta el sabor de tu leche, es hora de que la pruebe sin tela de por medio.-Entonces, dejó la bayoneta en el suelo lo que significó un alivio para mí y, de un tirón, me bajó los calzoncillos a los tobillos. Esto provocó que mi polla saltara como un resorte y golpeara en la cara del sargento. - ¡Vaya, te ha salido una verga peleona! -comentó el sargento a ese golpe y asiéndola con una mano por el tronco empezó a lamer el capullo.
Yo notaba los lengüetazos del sargento en la punta de mi nabo y me retorcía de placer, pero eso no había acabado todavía pues noté cómo la boca del sargento se cerraba en torno a mi ariete y comenzaba a meterlo y sacarlo de él.
Arggg, mi sargento... Dios... ¡qué gustooooo! - exclamaba yo, lo que hacía que el sargento apretara más los labios sobre mi polla. - Solicito permiso para moverme, mi sargento, ¡arggg! - apenas podía articular palabra tal era el placer que estaba recibiendo.
Concedido, mi cabo,- contestó él, y pasó de chupar mi verga a irla lamiendo por todo el tronco.
Tomé entre mis manos la cabeza del sargento y le incrusté mi nabo en la boca; empujé hasta sentir que la punta del capullo atravesaba limpiamente su garganta. Ésta, lejos de atragantarse, se amoldó a la largura de mi miembro y así empecé a follarle la boca. El sargento emitía gemidos de placer cada vez que mi polla entraba y salía de su garganta.
- ¿Te gusta mi polla, mi sargento? - pregunté.- pues, traga, traga, traga- a cada palabra imprimía nuevo empuje a mi polla en su boca acelerando las embestidas cada vez más. Temiendo que el sargento se asfixiara de tanto aguantar la respiración mientras le follaba la boca retiré su cabeza de mi verga. Mientras él aspiraba grandes bocanadas de aire tomé la iniciativa, lo alcé y posé mis labios sobre los suyos. Era tal el estado de excitación en que me encontraba que me daba lo mismo besar los labios de una mujer que los de un hombre. El sargento abrió su boca y metí mi lengua dentro de ella. Nuestras lenguas juguetearon un rato mientras nuestros cuerpos se apretaban el uno contra el otro en un abrazo fuerte. Notaba la caliente e hinchada verga del sargento rozando la mía, la tomé con mi mano; era una verga bastante más corta que la mía, por supuesto, pero una poco más gorda, moví mi mano arriba y abajo de su tronco lo que originó que el sargento exhalara gemidos de placer - ¡qué gusto, mi cabo, sigue, sigue!.- No quería masturbar esa polla, prefería meterla en mi boca así que, me desembaracé de mis calzoncillos y empecé a caminar hasta el dormitorio siempre acarreando al sargento con su polla asida en mi mano.
Hice que el sargento se sentara en un lateral de la cama y me arrodillé ante él, abrí mi boca y engullí su polla. ¡Era aún mejor que mamarme mi propia verga!. Lamí su tronco pasando mi lengua por él a lo largo de la gruesa vena que lo recorría desde los huevos hasta su capullo. Me detuve en su frenillo y fui lamiendo éste. -¡Joder, mi cabo!, que bien me lo haces ! - gemía y gritaba el sargento presa de gran excitación. Yo también seguía muy excitado y deseaba que el sargento me siguiera comiendo el nabo así es que lo tumbé en la cama y puse mi polla al alcance de su boca. No hizo falta que dijera nada. El sargento abrió sus labios y de nuevo comenzó a mamarme la polla. Estuvimos un rato así, chupándonos las pollas como posesos. Noté cómo el cuerpo del sargento empezó a casi convulsionar e imaginé que pronto se correría. No me saqué su polla de la boca, quise recibir toda su leche así es que la mantuve en ella y pronto noté cómo se me llenaba de lefa, caliente, espesa, de un sabor agridulce parecido a la mía. El recibir esa leche aceleró que yo también me corriera dentro de la boca del sargento echando en ella gran cantidad de semen.
Volvimos a besarnos esta vez con el aliciente de mezclar las leches que aún manteníamos dentro de nuestras bocas.
- ¡Dios, qué gusto, mi cabo!, no me imaginaba que la chuparas tan bien-
oí decir al sargento.
Es la primera verga, distinta a la mía, que mamo - repliqué, - pero mis propias mamadas me han dado experiencia.
Los dos comenzamos a reír. Nos acomodamos uno al lado del otro en la cama, recuperándonos de la excitación vivida unos momentos antes. Luego, el sargento, se volteó hacia mí. Tomó mi cara con una mano y aproximó su boca a la mía. No tuvo que pedirme nada más. Entreabrí mis labios y nos besamos largamente. Nuestras lenguas juguetearon por largo tiempo. Ello supuso que nuevamente nuestras pollas comenzaran a levantarse. Empezamos a restregar nuestros cuerpos presa de la excitación creciente. Parecíamos perros en celo dispuestos a seguir follando y, al menos a mí, se me hacía muy extraño y a la vez placentero recuperarme tan pronto de una reciente corrida.
De pronto, me levanté de la cama presa de un gran desasosiego. - ¡Mi sargento, tengo que irme, se nos ha hecho muy tarde y debo preparar el listado para el toque de revista para previa a la cena! -
¡Lástima, mi cabo! Me hubiera gustado ensartar ese culito tan apetitoso que tienes.
Este culo está virgen todavía, mi sargento - exclamé - ¡ A tu entera disposición.- Me acerqué a él y le di un beso largo, nuestras lenguas volvieron a juguetear un largo tiempo y luego, inicié el camino para salir del cuarto.
¡Eh, cabo !
me llamó el sargento. Cuando me volví hacia él, unas prendas de ropa golpearon mi cara - Anda, toma, no pretenderás salir en pelotas de mi habitación. No quiero que, al verte así, los demás se rifaran el estar contigo y sólo te quiero para mí.
Tranquilo, mi sargento que este culito lo estrenarás tú.- Me vestí apresuradamente y lo besé de nuevo aunque más rápido que anteriormente y abandoné sus dependencias. De seguro que cumpliría mi palabra de que fuera el sargento quien me desvirgara.