Vida cuartelera 7

- Tiene buen cuerpo, mi sargento, muy buen cuerpo. - ¿Te gustaría probarlo, soldado?. Contesta sin trabas, estamos solos. El soldado hizo algo que me pilló desprevenido. Tomó mi cara entre sus manos y me besó en la boca. Fue un beso rápido, robado. Pero me gustó. Rápidamente me soltó. - Lo siento, mi sargento- replicó y se puso en posición de firmes.

Vida cuartelera  7

Benedé

A las diez en punto me personé ante el sargento Reboiro. Intuí que estaba recién salido de la ducha pues solo llevaba puesta una toalla alrededor de su cintura. Me turbó verlo así. Lucía  buen cuerpo a pesar de tener ya... ¿casi los cuarenta?. Pectorales definidos; vientre plano, marcando bien los abdominales, piernas robustas. ¿Cómo sería su culo?, me pregunté. El verlo así hizo que mi polla respingara y comenzase a ponerse dura. Se estaba secando los cabellos, frotando enérgicamente su cabeza con otra toalla más pequeña, lo que me facilitó fijarme en sus brazos, fuertes, vigorosos. Con axilas casi sin pelos. Apenas tenía vello, algunos pelillos rodeaban sus tetillas y algunos otros conformaban un reguerito desde el huesito del esternón hasta poco más abajo del ombligo que es hasta donde me alcanzaba la vista por impedírmelo la toalla.

Acabó de secarse la cabeza, luego se encaminó a la habitación contigua que supuse era el dormitorio y se  dirigió a un armario; abrió sus puertas y las mantuvo abiertas. Dejó caer la toalla al suelo quedando totalmente desnudo ante mí. "¡Dios, Dios! ¿por qué me atormenta así este hombre?" , me preguntaba. En las duchas comunitarias del cuartel yo había visto de soslayo bastantes tíos en pelota,  pero este hombre  le ganaba a todos ellos. Verlo como su madre lo trajo al mundo me enervaba; sus anchas espaldas sin vellos, nalgas casi lampiñas con un hoyito en cada cachete, y unos gemelos poderosos  propiciaban que mi verga se endureciera cada vez más. De uno de sus cajones sacó unos calzoncillos de color caqui reglamentario.

¡Joder, joder, joder!. Ahora, al inclinarse para ponerse el short que había colocado a ras del suelo ante sus pies, y entre sus piernas medio abiertas, vislumbré colgándole unos hermosos huevos y una polla que sobresalía como dos dedos de largo por delante de ellos. ¡Esto es martirizante!, pensé yo. Comenzó a subirse los calzoncillos balanceando las nalgas. Cuando los tuvo puestos,  tomó una camiseta de manguita corta también en  color caqui, se volvió y encaminó hacia donde yo estaba, preguntando:

  • ¿Qué ...?

Sargento Reboiro

Al llegar a mis habitaciones de la compañía, tomé una ducha. Me venía bien tras una noche de guardia. Aunque había sido tranquila y haber podido dormir, esa ducha me vendría bien para afrontar el día. Normalmente tras salir de servicio, me iba a mi apartamento fuera del cuartel, pero había citado a un soldado ya que un comentario suyo con el cabo de guardia había despertado mi curiosidad aunque no le di prioridad para dilucidarlo en ese mismo momento en el "cuerpo de guardia".

Cuando el soldado llegó y se identificó como ordenaba el reglamento:  "Se presenta el soldado Benedé, mi sargento, ¡a sus órdenes, mi sargento!" yo estaba secándome. Noté al soldado algo azorado. Posiblemente por ver casi desnudo a un superior en vez de verlo vestido con el uniforme reglamentario. Pero, algo en su forma de mirarme, me sacó del error. Ésto y ver cómo su entrepierna se iba engrosando aunque no de forma aparatosa. El chico no estaba mal, ni guapo ni feo, del montón, follable lo calificaría yo. Sin cambiar mi rictus, fui a dormitorio a vestirme. Mantuve la puerta abierta para que el soldado siguiera contemplándome. Parsimoniosamente dejé caer la toalla que me cubría de cintura para abajo y me recreé poniéndome los calzoncillos. Los dejé caer al suelo ante mis pies, me incliné hacia ellos abriendo mis piernas para mostrarle al chico mis atributos de los que me sentía verdaderamente orgulloso. Yo nunca me los he visto así, pero desde la perspectiva del soldado debían de ofrecer una vista magnífica. Contoneándome  y recreándome en ello terminé de subirme los bóxer. Tomé una camiseta (de una talla inferior a la que necesitaba y que provocaba que se marcasen más mis bíceps y pectorales)  y me volví hacia el soldado, preguntando:

  • ¿Qué... - " viste en el palomar la noche pasada"  le iba a preguntar, pero, observando su semblante como de estar en éxtasis y  que su entrepierna estaba más grande a como lo estaba unos instantes anteriores, cambié mi pregunta. - ¿Qué...  te gusta lo que ves? - inquirí con voz susurrante muy próximo a su cara.

  • Yo, no...-

  • Ah, ¿no?. Pues tu entrepierna no opina lo mismo - continué hablándole muy quedo a junto a su oído derecho y posando mi mano derecha sobre ella. Benedé reaccionó dando un respingo y echando hacia atrás su pelvis, pero yo mantuve mi mando bien pegada a su bulto. - Bien, bien, soldado. No tienes que avergonzarte de tus instintos. Que te guste ver a un hombre desnudo no es malo. Suele ocurrir más veces de las que te imaginas. Contesta, ¿te gusto?.

  • Tiene buen cuerpo, mi sargento, muy buen cuerpo.

  • ¿Te gustaría probarlo, soldado?.  Contesta sin trabas, estamos solos.

El soldado hizo algo que me pilló desprevenido. Tomó mi cara entre sus manos y me besó en la boca. Fue un beso rápido, robado. Pero me gustó. Rápidamente me soltó. - Lo siento, mi sargento- replicó y se puso en posición de firmes.

  • ¡Bien, bien soldado!. No esperaba esta respuesta, pero me ha complacido. Ya hablaremos de esto más adelante... Ahora, dime...: ¿qué viste anoche en el palomar?

  • A los soldados Ramírez y Laguna.... -

  • El que Laguna estuviera allí, no me extraña ya que es uno de los responsables de esa instalación y posiblemente tendría alguna tarea encomendada, pero ¿qué hacía  Ramírez allí y a esas horas?

  • Follando, mi sargento. Follando como posesos.

La respuesta de Benedé me dejó boquiabierto. Por ello, le di la orden de buscar a ambos y que los tres se personaran en mi despacho. Tendría que aclarar esa situación.

Ramírez

Era domingo y ni Emilio ni yo teníamos ninguna tarea asignada. Como el sargento Reboiro nos había arrestado a los dos junto con el cabo Armenteros días atrás al habernos sorprendido pajeándonos. No podíamos salir del cuartel como los soldados libres de servicio que lo desearan. Allí estábamos, en la cantina del cuartel,  tomando un refresco.

  • ¿En qué piensas, Antonio? - me preguntó mi compañero de mesa.

No le contesté de inmediato.  Le miré a los ojos, esbocé una sonrisa y disimulando, como que jugaba con el cenicero de la mesa, acaricié con el dorso de mi mano la mano que él tenía reposada sobre la mesa.

  • Que estás muy guapo. Más que anoche a la luz de la luna. Y que desearía que ya hubiera terminado esta puta mili, para irme a vivir contigo por el resto de mi vida.

Ahora el que estaba sonriente era Emilio. Una sonrisa amplia me permitió ver sus dientes como perlas en su boca perfilada por sus labios carnosos, que yo había besado con pasión la noche anterior. Se removió en su asiento de tal forma que rozó una  pierna mía con la suya. De nuevo nació el deseo de acariciarlo, besarlo, comerme su polla, pero no podíamos tocarnos públicamente más que de esa manera.

  • Yo también tengo ese mismo deseo. Vivir juntos y poder amarnos sin tener que escondernos de los demás. Me gustaría poder besarte ahora mismo y...-

La llegada de Benedé rompió el momento casi idílico que estábamos.

  • Chicos, acompañadme. El sargento Reboiro nos espera en su despacho.

Tanto Emilio como yo nos miramos alarmados. ¡Si era domingo y el sargento, al estar saliente de guardia al igual que nosotros, estaba libre de servicio!.

  • ¿Qué quiere de nosotros ? - le pregunté. El respondió evasivamente que no lo sabía, que solo tenía instrucciones de que fuéramos los tres donde el sargento nos aguardaba así es que allá nos encaminamos muy apesadumbrados.

La indumentaria del sargento me sorprendió sobremanera. No tenía puesto el uniforme reglamentario. Iba vestido con camiseta y calzoncillo de colores caqui, el color sí era el que ordenaba el reglamento. Reconozco que así, sin el uniforme, estaba realmente bueno. Si acaso, le cambiaría los bóxer por unos slip para que se le resaltara más el bulto de la entrepierna.  Nos ordenó permanecer en posición de firmes, se paseó delante nuestra y espetó:

  • ¿Quién de vosotros me va a explicar lo sucedido anoche en el palomar?

Laguna

¡Un momento!. Si en el palomar solo estábamos Antonio y yo, ¿cómo es que el sargento preguntaba eso delante de Benedé?. Até cabos y la única respuesta que encontré fue que éste nos observaba desde la torre de poniente; que lo que vimos no fue un reflejo casual. ¡Claro! ¡Sus  manditos binoculares que usa cuando está de guardia fueron los que reflejaron la luz del faro.

  • ¿No respondéis? - inquirió de nuevo el sargento. De nuevo permanecimos en silencio. - Es una falta grave estar sin permiso en unas dependencias y menos a horas en que, salvo los que cumplan guardia, deben estar acostados. -

Benedé, Antonio y yo, permanecíamos los tres, con la mirada al frente, sin ánimo de replicar al sargento. Éste, suavizó su tono de voz y prosiguió su perorata. - Me es absolutamente necesario conocer lo ocurrido para poder tomar una determinación en cuanto a la sanción que me corresponda imponeros. Cuanto antes habléis, mejor será para vosotros tres  y, os recuerdo...- nos miró a Antonio y a mí - que vosotros dos ya estáis arrestados por tres meses. Se detuvo ante Benedé y le preguntó:

  • ¿Qué me has dicho que viste anoche en el palomar?

La cara de Benedé se puso roja ante la mirada inquisitiva nuestra. - ¡Chivato de mierda! -, mascullé entre dientes. - ¡Cuando te coja a solas,  verás la que te llevas!

  • Que..., que me pareció ver a.... éstos allí. - escuché la respuesta en voz baja de de Benedé.

  • !No te he oído, soldado! - gritó el sargento.

  • ¡Que vi a Laguna y Ramírez en el palomar, mi sargento! respondió ahora a viva voz el delator.

  • ¿Y eso es todo, soldado Benedé? - inquirió vivamente el sargento.

Benedé tragaba saliva, pugnando por mantener en silencio lo que habría visto. No obstante y debido a que temía más al sargento que a las posibles represalias de cualquiera de nosotros dos, o de ambos. Al cabo de unos segundos que me parecieron eternos, replicó - Estaban desnudos los dos, mi sargento.

  • ¿ Y?. Vamos, soldado, no tengo todo el día. Explícame todo lo que viste o atente a las consecuencias. -

La voz imperiosa del sargento hizo que Benedé se desinflara como globo pinchado y de corrido soltó:

  • Vi cómo follaban, mi sargento.

El sargento, que hasta ahora se había mantenido encarado a Benedé y de espaldas a nosotros, se volvió de repente encarándonos.          - Y bien, soldados ¿ tenéis algo que alegar al respecto ? - nos preguntó.

Yo me adelanté a responder -Verá, mi sargento...-

El sargento interrumpió mis palabras.   - Veré... veré... es posible que vea. Continúa, soldado Laguna . ¿Qué tiene que decir en su defensa?

  • Pues... - tragué saliva para aclarar mis garganta y , de corrido, solté la parrafada- : que quiero a Antonio, mi sargento... y... que él también me quiere y, que sí, que en el palomar nos hemos demostrado nuestro amor. - ¡Ufff, que a gusto me quedé.

La cara de Antonio era todo un poema. Mostraba alegría, nerviosismo. No paraba de mirarme y de mirar al sargento esperando su reacción.

También la cara de Benedé expresaba sorpresa ante la noticia. Lejos de mirarnos como bichos raros, sus ojos iban de la cara de Antonio a la mía, mostrándonos su afecto y apoyo.

  • Ya - dijo el sargento tras unos segundo. - No tengo autoridad para sancionar vuestro "amor", pero... ¿con qué permiso estábais en el palomar a esas horas.?

Ahora fue Antonio el que, no dejó que yo me expresara. - Verá, mi sargento ... el cabo Armenteros que sabe lo nuestro... - Se calló de repente comprendiendo que había metido la pata delatando al cabo.

  • Sí veré, veré, os lo prometo.- comentó el sargento. - De manera que el cabo... -

El sargento Reboiro se calló de inmediato. Miró a Benedé y, como si a un perro le diera la orden, le dijo -¡ Busca al cabo, de inmediato!.

Armenteros

El comentario que Fernando Benedé me hizo cuando salió de guardia me llenó de preocupación durante el resto de ella. ¿Cómo había descubierto a Laguna y Ramírez en el palomar? ¡Vaya par de idiotas imprudentes que se han dejado ver! Veremos cómo terminaría todo esto. Más tarde me propuse hablar de ello con Fernando para convencerle de que no comentara con nadie lo sucedido.

Por más que lo busqué recién acabado el servicio, no lo encontré. Era como si se lo hubiera tragado la tierra.

Estaba en la lavandería cuando Benedé se apareció. Traía la respiración alterada, como de haber venido corriendo. Nada más verme, me soltó : "El sargento Reboiro quiere verte de inmediato".

Recordé que éste había sido el Sargento de Guardia de la noche anterior. Pensé que querría tratar conmigo. Alguna que otra vez que habíamos coincidido en la guardia, al día siguiente me llamaba para ultimar el acta correspondiente, pero nunca había enviado a nadir a buscarme, había esperado a estar los dos en la compañía.

  • ¿Qué es lo que viste en el palomar anoche, Benedé? - pregunté mientras recogía la colada. - Te fuiste tan rápido tras la guardia que no he tenido oportunidad de preguntarte.

  • Pues que anoche vi que Laguna y Ramírez se hartaron de follar.

  • ¿Cómo?

  • Pues, eso, que estando de guardia en la planta alta de la torre, vi follando a Laguna y a Ramírez. Bueno, más bien el que penetraba era Ramírez. Laguna recibía y, aunque no los oía, adivinaba que los dos estaban disfrutando de lo lindo. Tanto que me tuve que hacer un palote de lo burro que me puse y...

  • Calla, calla - le interrumpí - vas a hacer que me ponga palote yo también.

  • Bueno, pero seguro que la hinchazón de la entrepierna se te baje cuando te diga que el sargento Reboiro ¡que el diablo se lo lleve!, me escuchó decirte lo del palomar y ese es por lo que me ha mandado en tu busca. Laguna y Ramírez están ahora con él. Seguro que a todos nos va a meter un buen paquete.-

La erección incipiente que ya tenía mi polla se acentuó al imaginar qué estaría pasando ahora en el despacho del sargento y recordar lo  que él y yo habíamos hecho días anteriores. Por eso le dije a Benedé:

  • No tengas miedo. No sé si a vosotros os meterá un paquete, pero seguro que al que se lo mete es a mí.