Vida animal (3)

Primer dia de la nueva vida de la esclava vendida a un repartidor. Anecdotas y suplicios de una esclava tirando un carro.

El corsé es de nuevo ajustado hasta casi no dejarla respirar. Las tetas parecen entonces intentar escapar. Se agrandan y levantan espectacularmente. Mientras su culo, subido en aquellos grandes tacones, aumenta de volumen y deja ver unos turgentes y apretados gluteos. El carro es enganchado al corsé.

Tiene la sensación que pesa menos que la tarde anterior. Cuando su amo sube al carro se da cuenta que sus apreciaciones de antemano son erróneas.

Esta expectante porque es consciente que ha de intuir el momento justo de empezar a andar. Si lo hace demasiado pronto, puede enfadar seriamente al amo, y si lo hace tarde, bueno si lo hace tarde un latigazo de esos que le dejan los ojos en blanco será la respuesta. Cuando siente un restallido en el aire comprende perfectamente que ese es el momento. A sonado a advertencia, y de hecho ella lo entiende así. Esta vez el látigo no le ha dado, pero a poco que se descuide, seguro que lo probara.

La primera parada la hacen apenas 5 minutos más tarde de empezar, y solo unas calles más abajo. Sin embargo cuando llegan le falta el resuello. El bozal la impide respirar por la boca, y su nariz se agita compulsivamente intentando dejar pasar el mayor volumen de aire posible. Sus tetas suben y bajan sobre el corsé a gran velocidad, y sus pies intentan mantenerse firmes sobre el empedrado de la calle. Han caminado a un ritmo bastante vivo, sin apenas ser interrumpidos por los peatones, que se apartaban, unos curiosos, otros divertidos, algunos asombrados, cuando el tintineo de las campanillas colgando del clítoris del animal anunciaban su paso.

El repartidor se baja, y con un gesto de satisfacción, da una pequeña palmada en las nalgas de su animal, cogiendo entonces la cadena que cuelga del collar, y tirando de ella, la hace acercarse asta una pared, donde una voluminosa y gastada argolla metálica cuelga al nivel de la cabeza.

Coge entonces dos sacos del carro, y entra en un local todavía con las persianas metálicas cerradas, pero con una pequeña puerta lateral abierta de par en par. Se trata de un bar, y seguramente esta a punto de abrir.

Pasa el tiempo muy lentamente. Primero siente una tremenda vergüenza que la hace mirar solo al suelo. No quiere ver las caras de la gente que pasa por la calle y la ven amarrada a una pared, completamente desnuda, encadenada a un carro como si fuera un vulgar animal. Sigue pasando el tiempo, y el nerviosismo aumenta. Por lo menos cuando va tirando del carro esta concentrada en el esfuerzo, pero aquí, parada, siendo el centro de atención y tema de los comentarios de los peatones es mucho peor.

Las persianas del bar se abren, y un tremendo olor a café recién hecho le hace recordar que todavía no ha comido nada desde ayer. Y lo que es peor, unas ganas acuciantes de orinar y vaciar sus intestinos.

Cuando 20 minutos más tarde su amo sale con la última porra de churros en la mano, ella intenta juntando las piernas, y con gestos evidentes, hacerle comprender que no puede soportar más, que necesita orinar sea como sea.

El la mira con gesto sorprendido y sin parecer entender desengancha la cadena, y tirando de ella vuelven al centro de la calle. Allí deja la cadena colgada por encima del hombro de su animal, y tranquilamente sube al carro. Un nuevo chasquido al aire, y no es necesario más. El animal se pone rápidamente a caminar al ritmo anterior.

Son ya pasadas las 11 cuando llegan a las puertas de un nuevo bar. Misma rutina que a lo largo de toda la mañana. El amo se baja, tira de su animal hasta la pared, donde lo engancha a la argolla o la reja que encuentra.

Coge tres sacos y entra.

Su animal queda ya en un estado prácticamente de desesperación. Ya no solo tiene necesidad de orinar, sino que la sed le ha secado la garganta, y las fuerzas empezaran a faltarle si no como algo pronto. En esta ocasión el amo sale rápido del bar, y trae con el una especie de cubo metálico lleno de agua.

De debajo del carro desengancha una lata vieja y abierta por uno de su bordes, y en ella hecha agua que mezcla con un una especie de pienso blanquecino de uno de los sacos que transportan. Parece resistirse la mezcla, pero utilizando las manos, y con un poco mas de agua, al final consigue preparar una papilla, que deposita en el suelo junto al cubo de agua. Se acerca parsimoniosamente al animal y desengancha el bozal. A continuación desengancha también el carro del arnés, y rápidamente tira de la cadena del cuello hacia abajo, obligando a la esclava a inclinar la cabeza y la espalda. De su bolsillo saca un candado, y con el une la cadena por su mitad a las anillas del clítoris. Ella queda tan sorprendida que no sabe como reaccionar, y solo se le ocurre quedarse quieta cuando su amo entra sonriendo de nuevo al bar.

Cuando se da cuenta de su situación es al escuchar los insultantes y humillantes comentarios de la gente.

Cuando intenta moverse comprende la sonrisa socarrona de su amo al entrar al bar. El sabía perfectamente que no podría moverse mucho. De hecho lo único que puede hacer es ponerse en cuclillas, o de rodillas, pero nada más, porque es muy hábil el hombre, y ha enganchado el extremo de la cadena al carro con otro candado. A duras pena se pone en cuclillas, y las horribles ganas de orinar la hacen desistir. Intenta incorporarse entonces, pero un tirón de la cadena que unen su cuello y el clítoris, la devuelven a su posición original. Con un escandaloso repiqueteo de las campanillas, consigue a duras penas, y con la atenta mirada de todos los transeúntes, ponerse de rodillas. Comprende por fin que esta es la única manera en que podrá acercarse al cubo e intentar saciar su sed. Bebe de forma compulsiva, empapándose la boca, los labios, toda la cara. Ve de reojo la mirada expectante y divertida de la gente, y comprende de pronto la situación tan crítica que se le avecina. Es inevitable, todavía no ha terminado de beber, cuando un chorro húmedo y caliente empapa sus piernas y hace un reguero en la acera. El murmullo la hace comprender en la situación que se encuentra, y sabe que aquello será una de las situaciones más humillantes que le pueden pasar. La comida es la misma de la noche anterior, y será la misma el resto de su vida, ya que es una dieta única que prepara su amo para los animales, compuesta principalmente de cereales, carne, verdura, complejos energéticos y vitaminas. Todo ello mezclado, triturado y preparado en su fábrica. Y no es fácil introducirse en el mercado, y sobre todo convencer a la gente de que aquello es más beneficioso para sus animales que dejarles los restos de las comidas, o las sobras de los restaurantes basura. No tiene mal sabor, o mejor dicho no tiene ningún sabor. Y lo come sabiendo que ha de mantenerse fuerte, más que por hambre, que de hecho no tiene ninguna. Menos mal que el espectáculo parece haberles divertido ya bastante y el pequeño coro que se había formado ya se ha disuelto, y los transeúntes se limitan a mirar cuando pasan. Cuando a terminado todo el contenido de la lata intenta levantarse, pero un fuerte dolor en el vientre se lo impide. Aquello puede ser ya demasiado. Si ha resultado lo más humillante del mundo tener que orinar en publico, no quiere pensar lo que seria tener que defecar a la vista de la gente. Cierra los ojos, se concentra, y piensa en el castigo que se llevara si hace sus necesidades en medio de la calle y pone en vergüenza a su amo.

Peor, se siente mucho peor, y el miedo hace que lo inevitable ocurra. Cierra los ojos, intentando ocultar las lagrimas, y deja que inevitablemente la naturaleza sigua su curso. Afortunadamente las heces son duras y no llaman mucho la atención. Los comentarios insultantes de la gente le duelen tanto como los latigazos que sin duda le dará su amo. En aquellas circunstancias prefiere ponerse a duras penas de pie y esperarlo con la cintura doblada y mirando avergonzada al suelo.

Cuando media hora después el amo sale y mira a su alrededor, un escalofrió recorre la piel desnuda de la esclava.

-Puñetero animal. Se va a acordar. Yo le enseñare a no cagarse en medio la calle.

Con bastante mal humor y cara de muy pocos amigos coge un saco vacío y con un periódico viejo recoge las heces del suelo. Cuando las tira a la papelera y vuelve, no se anda con miramientos. De un tirón desengancha la cadena, y cuando pone el bozal al animal lo aprieta hasta su extremo. Una vez enganchada de nuevo al carro no ha de esperar mucho para recibir el primer y contundente latigazo del día. Le cae sobre la espalda, y deja una línea roja brillante. El animal intenta hacerlo bien, da todo cuanto tiene, se entrega hasta la extenuación, pero es imposible contentar a su amo. En las próximas 2 horas, además de tener que aguantar el sol asfixiante, los trotes, las paradas, las esperas, etc., etc., tiene que aguantar la visita del látigo a su culo, espalda, vientre y tetas. Cada latigazo es como si le abriesen la carne con un soplete ardiente. Son las 2 de la tarde, el carro esta casi vacío, y la espalda y el culo del animal brillan enrojecidos al sol cuando el sudor se mezcla con los chasquidos del látigo y la agitación de su cuerpo. Media hora más tarde han terminado, y se dirigen por una desierta acera del centro, de regreso a la fábrica. El tintineo de las campanillas al trote ligero, monótono, y el abrasador e insoportable sol hacen que el amo se amodorre en su asiento y deje de hacer sonar el látigo. El animal se sorprende cuando deja de escuchar, y entiende que lo esta haciendo por fin al gusto de su amo, así que mantiene a pesar de su agotamiento el trote ligero. Ya esta integrada con el andar incomodo, casi insoportable al principio, de los tacones; asimismo empieza a acostumbrase a respirar solo por la nariz, si bien cuando llega a un punto de agitación esto le cuesta bastante.

Pensando y divagando sobre estas cosas, de pronto un sonido diferente la hace levantar la cabeza. Aquel tintineo no es el de sus campanillas. Ve acercarse de frente a un hombre un poco mas joven que su amo, con gesto de agotamiento, y limpiándose el sudor de la frente con un viejo pañuelo que lleva en una mano. Con la otra tira de las riendas enganchas a un burro. Las campanillas que ha escuchado la esclava son las que lleva el burro adornándole las alforjas que porta sobre el lomo.

Los dos hombres se saludan.

-Buenas tarde Joaquín.

-Buenas. ¿Cómo te van las cosas, Jaime?

-Seguramente no tan bien como a ti. Ya veo que progresas, te has comprado un nuevo animal, y por lo que veo no tiene que ser muy dócil.

-Lo dices por lo verdugones? No. Sencillamente es que me ha cabreado tener un animal por el que he pagado un dineral, y el primer día hace sus necesidades en medio de la calle, como si fuera un vulgar perro.

-¿Y donde quieres que las haga?

-Coño donde yo le diga.

-Si hombre, a ver si tu te crees que mi Lucero- acaricia suavemente la alargada frente del burro- lo hace cuando yo se lo digo. A ver lucero, meate aquí.

El burro mira su amo y este sonreí a Joaquín.

-Los animales hacen sus necesidades donde les pílla. Y tu potrilla no va ser diferente al resto.

-Seguramente tienes razón. Pero me ha cabreado, verla hay en medio de la gente mirando mientras ella se meaba y se cagaba encima.

-No te entiendo. Por cierto la que esta cayendo nos va a matar si seguimos aquí a pleno sol ¿Te apetece una cerveza fresca?

-No te diré que no. De paso quiero convencerte para que cambies tus viejos burros por potrillas jóvenes, y por supuesto que me compres a mí el pienso.

-Ni son viejos mis burros, ni un labrador puede permitirse estos lujos. Ahórrate la cerveza si quieres porque no me vas a convencer.

  • No pero si las cervezas las vas a pagar tu.

Los dos hombres sonríen mientras se dirigen al bar que esta al lado, en la esquina de la calle. Allí enganchan sus dos animales a los garfios de la pared y entran al local refrigerado. Son las 2.30 de la tarde y un sol que quema solo de pensarlo pega de pleno sobre las espaldas de los dos animales amarrados a la puerta de aquel bar. Cuando una hora más tarde los hombres salen y se disponen a recoger sus bestias, se sorprenden al ver como suda el animal de Joaquín. Su piel esta muy colorada y apenas puede ya sostener el carro apoyado en el arnés de su cintura. Respira nerviosa y compulsiva.

Sin embargo un par de golpes y sonoros latigazos al aire obran su milagro, y el animal parece revivir de pronto.

Cuando llegan a las puertas de la fabrica son ya casi las cuatro, y el hermano de Joaquín le espera nervioso en la puerta.

-¿qué te a pasado? Son caso las cuatro, si no me doy prisa no término los pedidos de esta tarde.

-Tranquilo hombre. Deja que descanse un poco el animal.

Entran los dos y al instante sale Joaquín. En una mano lleva un cubo lleno de agua y en otro un extraño artefacto. Joaquín llama a su hermano, que no tarda en salir. En la puerta de la fábrica ya da la sombra, pero el calor sigue siendo asfixiante.

Desengancha el carro del arnés, y rápidamente coge la cadena unida al collar tirando de ella hacia abajo, donde la engancha a una argolla clavada en el suelo. Cuando quita el bozal al animal, este mira suplicante a su amo, que no se hace de rogar.

-Bebe.

Materialmente mete la cabeza en el cubo y con ansia infinita intenta tragar toda el agua que le es posible.

-Este puto animal me ha dejado esta mañana en ridículo, y no lo vamos a consentir. Mientras no se enseñe llevara esto. Por lo menos evitaremos que haga sus necesidades en medio de la calle. Yo no tengo necesidad de ir por hay recogiendo mierda.

Mientras habla, y aprovechando la postura de rodillas y echada hacia delante del animal, le inserta en el culo una especie de bolo enorme del que sobresale en forma de adorno una cola de caballo. A costado que entrara, porque el animal a dejado de beber y dos enormes lagrimas se la han escapado- si bien a tenido mucho cuidado en no resistirse- pero seguramente costara más cuando se lo saquen.

Media hora más tarde el carro esta cargado y de nuevo están en camino. El hermano es un poco menos pesado que el amo Joaquín, y la carga es también más pequeña que esta mañana, pero el cansancio, el calor, y sobre todo la tremenda sensación de dolor primero, de escozor después, y de casi placer al final, de aquel artefacto que le han metido en el culo, hace de aquella tarde un suplicio contado minuto a minuto.

Cuando son las 9.30 de la noche y por fin llegan a la fábrica, las fuerzas la han abandonado por completo. A terminado la tarde con solo dos o tres latigazos y más por instinto que por ganas. Ya están las luces de las farolas encendidas y solo un pequeño resquicio de luz natural se vislumbra en el ambiente, cuando Guarra es introducida dentro de la nave. Joaquín les espera. Tras charlas un rato con su hermano y comentarle las incidencias del día y las previsiones para mañana, se dirige a su animal. La desengancha del carro y cojiendola de la cadena se dirigen al establo. Cuando entran amarra la cadena a la pared como la noche anterior y le quita el bozal, las campanillas y el bolo del culo. Es sencillamente horrible. Se convulsiona del dolor cuando sale el enorme bolo, pero no se atreve a moverse. No espera recibir ningún latigazo mas esta noche. Por ultimo le quita los zapatos y atranca el cerrojo del establo. Con avidez se lanza sobre el cubo con agua y después devora el sucio cuenco donde le han dejado la papilla. Tiene tanta hambre y tal debilidad que le parece hasta apetecible. Cuando se acuesta sobre la raída y carrasposa manta, y antes de cerrar los ojos mira al suelo lleno de paja y comprende por fin que allí es donde ha de hacer sus necesidades.

La noche parece que va a darle un respiro. Sin embargo los ruidos de fondo en la fábrica y los gritos y risas de los empleados le deparan nuevas sorpresas.