Vida animal (2)
Aventuras de las esclavas de una isla particular. Venta, humillación, ponigirl. La aventura continua. Guarra es vendida a un repartidor de piensos.
Se aconseja leer mi relato VIDA ANIMAL, publicado aquí. No obstante para el que no quiera hacerlo, o para recordar y situarnos en el ambiente, Resumen de Vida Animal:
Estamos en una isla situada en una prospera zona cerca del caribe. En ella sus habitantes pagan gustosos sus impuestos para financiar sanidad, obras publicas, fuerzas de seguridad, etc, etc. Cada cuatro años eligen democráticamente a su presidente, que lleva en el cargo casi 32. Solo unos pequeños detalles, distinguen a este país del resto. Los visitantes de la isla tienen restringida su estancia y solo pueden transitar, vivir y visitar una zona muy acotada de la capital. Solo se les permite acceder al resto si antes no han sido analizados por expertos miembros del gobierno, que decidirán si son o no aptos para la libre circulación por todo el país, y antes no han firmado ciertos documentos, aportado otros, y se ha pagado una bonita cifra de Euros- Esta es la moneda del país, curiosamente. En estas tareas de control sus fuerzas de seguridad son inclusos apoyadas y asesoradas por miembros internacionales de otros países. La lucha contra el terrorismo no tiene fronteras. Pero no es el terrorismo precisamente el motivo de estas restricciones, sino su particular forma de vida. Nadie, insisto, nadie, quiere renunciar a un nivel de vida altísimo, y a una forma muy peculiar de entender la vida. En esta isla existe la esclavitud, y todos son conscientes que este hecho ha de preservarse como una idiosincrasia propia de su tradición.
En este contexto, la historia es la de un hombre que prospera, compra tierras y esclavos, pero desgraciadamente, viene a la ruina y ha de vender todas sus propiedades. A raíz de aquí contaremos las aventuras de todas sus esclavas, y cual fue su destino.
Sigue la historia de D. Andrés, rico terrateniente y empresario:
Finalmente D. Andrés consiguió el crédito de su amigo, y pudo pagar su deuda. No le embargaron su hacienda ni sus bienes. Sin embargo todo fue un espejismo temporal. Su mujer siguió abusando de gastos inalcanzables, y en los pocos negocios que entro, su decadencia fue en aumento. Cuando poco después de un año volvió a visitar a su amigo, este sencillamente no le recibió.
Había pasado de ser un hombre importante y conocido en la isla, a no ser nadie. De pronto no le recibían los directores de los bancos, en los restaurantes no tenían reserva para el, y conocía gente que se hacían los despistados en las calles para no saludarlo. Una tarde desesperada, en la que su mujer misma tuvo que servir el café- aquel medio día habían despedido a la ultima cocinera que podían mantener- la situación llego a ser tan tensa que incluso llegaron a plantearse dejar la isla y buscar fortuna en otro lugar.
Ambos sabían que aquello era imposible; primero porque no tenían dinero- la finca era su única propiedad y ya estaba hipotecada- y segundo, y tal vez más importante, cuando alguien se acostumbra al estilo de vida y costumbres de aquel lugar tan especial, ya no es capaz de dejarlo nunca.
Fue muy dolorosa la mañana que se levanto casi nada mas rozar el alba para hacer algo que el sabia le resultaría además de desagradable, humillante. La tarde anterior había estado hablando con el director de la casa de doma y alquiler. Le habían asegurado que estaban dispuestos a recomprar la esclava que todavía no hacia un año había sido vendida. En cuanto al precio, todo dependía del estado en que se encontrara la pieza. También la tarde anterior, y casi por casualidad- se había confundido al marcar el numero- había estado charlando con su antiguo capataz. De la charla había sacado en conclusión que a este hombre le iba bastante bien en su nuevo negocio, y que pasaría al día siguiente por la finca para una charla más profunda con su antiguo jefe. Estaba en condiciones de quedarse con alguno de los animales que todavía le quedaban.
No ha podido pegar ojo, y no puede esperar ya más. Decidido, aunque todavía no es de día, se dirige al dormitorio de su mujer. Esta se hace la dormida cuando entra y coge la llave que hay en su mesita de noche. Con ella abre la pequeña jaula de 1 metro cúbico que hay a los pies de su cama. Sigue buscando, intentando hacer el menor ruido, pero es evidente que no consigue encontrar nada tras abrir barios cajones. El enfado de su mujer es evidente cuando le habla.
-¿Se puede saber que mierdas buscas a estas oras, entupido? Estaba dormido.
-No te hagas la tonta conmigo. Ya sabes lo que tengo que hacer hoy perfectamente. Y no encuentro las llaves para sacar a Guarra de la jaula.
-Eres un hijo de puta.
Mientras lanza este improperio a su marido, se descuelga una llave de una gruesa cadena de oro que lleva en su cuello.
Con esta llave D. Andrés desata el candado que mantenía el collar de su esclava unido al techo de la jaula. Encuentra a los pies de la cama una pequeña cadena dorada, que engancha al collar para poder entonces tirar y que salga por fin su esclava. Esta se levanta, no sin cierta dificultad. Seguramente lleva en una misma postura toda la noche, y no es fácil acostumbrar a los músculos de pronto a una nueva posición. Un pequeño traspiés cuando salen del dormitorio hace a D. Andrés volver la vista, y una vez más su admiración por aquel ejemplar le resulta desconcertante. Allí esta, completamente desnuda, sin haber recuperado del todo la verticalidad, con unos altísimos tacones que su mujer no ha tenido la delicadeza de quitarle la noche anterior, con un peinado perfecto, y un maquillaje que seguramente oculta el cansancio, la falta de sueño, incluso el agotamiento.
Es mejor no pensar, decide D. Andrés, y con delicadeza, sigue tirando de la cadena para dirigirse al coche. Lo que ignora D. Andrés, y si no lo sabe es porque no quiere, es que todas las noches su mujer se encarga personalmente de asear, peinar, maquillar, y emperifollar a su gusto, hasta la que este momento era su esclava personal. Después decidía si se metía en la cama con ella. Cuando esto ocurría, y ocurría casi siempre, todo dependía del comportamiento de la esclava. Si el ama quedaba satisfecha, su esclava dormía en la esterilla a los pies de su cama, sin mas restricciones que la cadena del cuello enganchada a una de las patas de dicha cama- aparte por supuesto de las cadenas que unían sus manos a la espalda y sus grilletes, que eran remachados y no se podían quitar- sin embargo en algunas ocasiones el ama no quedaba satisfecha, o simplemente le apetecía, y entonces la esclava tenia que entrar en su jaula, donde su collar era enganchado al techo de dicha jaula, con lo cual se veía obligada a permanecer de rodillas y con la cabeza inclinada hacia delante, sin poder moverse prácticamente. Por supuesto esto suponía no poder ya no dormir, sino ni siquiera descansar. En más de una ocasión la dejaba en esa postura un día entero, y era una tortura terrible.
Con el tiempo, llevaba casi un año de esclava particular, había aprendido que cosas le gustaban, y cuales no, a su ama. Sabia por ejemplo que utilizar la lengua en su clítoris la volvía loca, sin embargo estaba totalmente prohibido en su boca. Que le lamiera los pies y los zapatos también le encantaba. Cuando decidía que sus sexos se rozaran, era el ama la que tenía que dirigir los movimientos, y por supuesto prohibido correrse sin su permiso. Ella decidía como y cuando. Sabia que no podía hablar ni mirar a los ojos a su ama, de manera que el bozal que tenia encima de la mesita solo lo utilizo alguna vez por puro placer, no como castigo. Realmente se había terminado acostumbrado a aquella vida. Sabia que vivía por y para dar placer a su ama, y en ello dedicaba todo su esfuerzo. Toda su vida dependía de dos cosas, la primera la decisión que tomara su ama por la mañana, y la otra la que tomara por las noches. De las decisiones de la mañana dependía de cómo pasaría el resto de día. Podían ocurrir dos cosas, que estuviese contenta, en cuyo caso se limitaba a dejarla enganchada con el collar a la cama, y tenia la libertad de movimiento que le permitía el largo de la cadena-un metro- estos días se aburría tremendamente. Si el ama no amanecía contenta, el castigo que siempre le aplicaba era sencillo, la metía en su jaula, le trababa el cuello, y en esta postura podían pasar oras, hasta días. Lo que mas le dolía era la espalda, el cuello, y no poder hacer sus necesidades.
Pero lo peor de todo era la abstinencia sexual casi absoluta en la que se encontraba casi siempre. Tenía una cámara instalada en el dormitorio enfocándola permanentemente, lo que impedía siquiera que se rozara. Se pasaba las horas, los días enteros, esperando que llegara su ama. Materialmente se abalanzaba sobre ella, lamiéndole los pies, rogándole que le permitiese un poco de goce. Con el tiempo había aprendido algunos trucos, por ejemplo que le gustaba que llevara siempre los zapatos puesto, así que se acostumbro y no se los quitaba nunca, o que e encantaba que le lamiera primero el recto y después el clítoris, o que siempre estuviera callada y solo emitiera pequeños ronroneos suplicantes. Las noches que su ama conseguía el primer orgasmo temprano y no estaba muy cansada, solía dejarla fuera de la jaula y la llamaba otro par de veces en la noche, y alguna vez en esas ocasiones, le permitía que se corriera si era ella misma la que le lamía. Llego a estar tan obsesionada con el sexo por su ama que solo vivía para eso.
Su mundo se vino abajo cuando los dos discutieron la noche anterior en el dormitorio y comprendió que a la mañana siguiente seria de nuevo vendida.
Nada bueno podía esperarle después de aquello. Temía la incertidumbre de un nuevo amo. Y con razón.
Cuando el viejo y pequeño camión que utilizaron para desplazarse a la casa de alquiler y venta llego a las puertas de esta, casi las encuentran cerradas. El empleado que acababa de desatrancar las cerrojos y correr la puerta metálica se quedo sorprendido al ver aparecer tan temprano a un cliente, en un viejo y destartalado vehículo, y en el remolque, sentada en el suelo y con la cadena enganchada a un lateral, a un hermoso ejemplar. El flamante todo terreno hacia meses que había sido ya embargado.
Por supuesto no le recibió el director del establecimiento, sino un simple empleado. Desde luego fue muy considerado y cortes en todo momento.
-Lo siento mucho D. Andrés. El director no podrá recibirle hoy. De todas formas yo estoy plenamente autorizado a realizar cualquier gestión en su nombre, y no desconozco que es usted un gran cliente.
D. Andrés mira al suelo resignado cuando se dirige al portón trasero de su viejo camión, desengancha a su animal, y tirando de la cadena la hace bajar. Las piernas le tiemblan.
El empleado se acerca solicito hacia su cliente. Es sin embargo D. Andrés el que le habla decidido.
-Como podrá comprobar les traigo el ejemplar que no hace ni un año les compre. Me veo obligado, por circunstancias personales, a venderlo de nuevo. Podría hacerlo a cualquier particular, sin embargo soy consciente de su seriedad y consideración. Espero ese mismo trato y consideración por su parte.
-No le quepa la menor duda D. Andrés. Por supuesto goza usted de nuestra absoluta confianza, pero ¿Me permitiría echar un vistazo a la mercancía antes de compararla?
- Por supuesto.
Cuando suelta la cadena y se hecha aun lado sabe que ya no volverá a ver más a aquel animal como propio. Tampoco le sorprende la pulcritud y profesionalidad de aquel empleado. Parece un hombre acostumbrado a su trabajo. Observa primero de lejos el aspecto general del animal, después va comprobando minuciosamente cualquier detalle. Marcas de látigo o torturas, inserciones o aditamentos externos como pircing o aros en lengua, orejas, pezones o clítoris. etc., etc.
-Es evidente, D. Andrés, que este ejemplar no ha realizado labores de campo. También es evidente que no ha sido desgastado en exceso. Su estado general es bueno, su salud también parece buena, en fin, que creo que llegaremos a un acuerdo satisfactorio.
- Usted dirá.
-Para no tener que estar con regateos y perdiendo el tiempo, se lo voy a decir de una vez y esta va a ser mi única oferta. Usted nos pago por ella 35.000 . Bien, teniendo en cuenta el tiempo trascurrido, y la depreciación de la mercancía, nosotros le ofrecemos 30.000 .
-Estoy de acuerdo.
El empleado mete la mano en su bolsillo delantero y saca un fajo de billetes.
-Va exactamente la cantidad acordada.
No hay que decir ninguna palabra más. D. Andrés sube en su camión y abandona el establecimiento. Cuando sale tiene la sensación que nunca volverá.
El empleado sonríe ligeramente cuando ve alejarse a su cliente. Sabe que su trato es totalmente ventajoso. La pieza esta igual o en mejores condiciones si cabe que hace un año. Y no se equivoca en absoluto. Aquella misma mañana, casi a la hora de comer un señor aparece andando y se presenta en medio del patio, mirando a todos lados. Lo extraño es que llegue sin ningún vehículo, y el aspecto rural que presenta.
Cuando ve acercarse al empleado no le espera y es el quien anda los pasos y habla primero.
-Necesito un animal bueno y resistente.
-¿Lo quiere de alquiler o para comparar?
-¿Como dice usted?
-Dígame lo que necesita y yo le aconsejare.
-Pues mire usted, yo soy repartidor de piensos, y necesito un animal que me haga el trabajo duro.
-¿De cuanto dinero dispone usted?
-¿Qué? Del que haga falta.
-Bien, le voy a enseñar un ejemplar que acabamos de recibir hoy mismo. Y por ser usted cliente nuevo, se lo dejo baratísimo.
Cuando el cliente ve aparecer a guarra, no lo duda y se acerca con decisión a ella. La inspecciona con detenimiento, palpando glúteos, tetas, vientre y clítoris.
-Esta me vale. ¿Cuanto cuesta?
-Ya le dije antes, una ganga. 50.000
-Le doy 55.000 si la tiene lista para esta tarde a las 17.00. Y quiero algunas modificaciones. Lo primero es un buen bozal. No me gusta que los animales se metan a la boca lo primero que encuentren por hay. El collar es estrecho. Quiero uno grande y de acero rustico. Sin apertura y con una buena cadena de metro y medio acompañándolo. Necesito una anilla en la nariz para poder trabarla. La quiero de un tamaño mediano, ni muy grande, ni demasiado pequeña. En la lengua quiero otra anilla, no es el primer animal que he tenido que hacérselo yo mismo. En el clítoris necesito dos pequeñas anillas y dos campanillas, póngale las más ruidosas que tenga. No quiero atropellos. Tampoco me gustan las cadenas de las patas traseras y delanteras. Son ridículas. Las patas delanteras las quiero bien pegadas, juntas, a la espalda, y los codos también lo mas juntos posible. En cuanto a las patas traseras con una cadena de 40 Cm. Es suficiente. Lo quiero todo bien cerrado y remachado. No se los quitaran ya nunca, así que quiero material de primera calidad.
El empleado asentía con la cabeza y la boca abierta. Por una vez se había equivocado, era desde luego un hombre rustico, pero desde luego también con mucho dinero y con bastante sabiduría sobre animales. Sabía perfectamente lo que quería.
-En cuanto a los zapatos los veo muy finos. Tendrá que andar mucho y con carga, quiero un zapato de tacón alto, pero más resistente. En cuanto al pelo, lo quiero corto, que no halla que peinarlo todos los días, y por supuesto solo en la cabeza, en ningún sitio más.
-Perfectamente entendido. A las 17.00 tendrá usted su animal listo para llevar. Por cierto, ¿Venia usted andando?
-No hombre, tengo hay fuera la furgoneta, es que no sabia si era este el sitio.
-Necesitaremos como usted comprenderá una señal, para poder ponernos a.......
-Que Señal ni señal. Aquí tiene.
El hombre saca de entre los pantalones y la ropa interior una cartera con una funda. De ella coge un buen montón de billetes de los que va contando al mismo tiempo que entrega al cada vez más sorprendido- si cabe- empleado, que termina cogiendo los 60.000.
Cuando el hombre sale por el portón, el empleado no puede dejar su entupida sonrisa ni cerrar del todo su asombrada boca, y a su lado a la esclava le tiemblan las piernas primero, después se le nubla la vista y a continuación la angustia y el temor casi la hacen caerse si no es porque el empleado se da cuenta a tiempo y la coge.
-Ya puedes estar asustada si. Yo en tu lugar lo estaría. Dios, que putada, me parece que nos hemos quedado sin almuerzo si queremos acabar el trabajo a tiempo.
Cuando la esclava recupera la compostura y la verticalidad, el empleado la coge de la correa del cuello y mientras se dirigen al interior de uno de los cobertizos, va llamando con gritos a más compañeros.
-¡¡Necesito al herrero, al veterinario, al carpintero!! Os necesito a todos, y os necesito ya. Si no os dais prisa alguien se va a quedar hoy además de sin almuerzo, sin trabajo.
Primero son solo tres hombres, el empleado, el veterinario y el herrero, pero terminan siendo cinco, el carpintero y el conserje se les unen en la labor alrededor de la esclava. Rápidamente es descalzada y tumbada boca abajo sobre una mesa. Aquí es sujetada para que no se pueda mover lo más mínimo. Cuatro hombres la sujetan fuertemente mientras el herrero intenta cortar el collar con una sierra. No puede haber error, el más mínimo fallo y la pieza no será vendida. Imposible. Prueban de una manera, de otra, y de otra. Por detrás, por delante. No se le puede quitar el collar. ¿Y un soplete? No, le quemaría el cuello. Pero solo si le toca el metal. Al final, entre el carpintero y el conserje fabrican un artilugio para que el metal no toque el cuello cuando sea quebrado por el soplete. Con mucho cuidado le instalan las piezas de madera y los trapos húmedos alrededor del cuello, y el herrero consigue arrancar el puñetero collar. Con las patas traseras y delanteras tiene menos problemas. Con la sierra, los hombres agarrando fuertemente a la horrorizada esclava, y un poco de paciencia y maestría salen los grilletes de las extremidades. Bien, incorporan por fin a la esclava, que por supuesto del terror no se sostiene sola, y satisfechos se sonríen unos a otros. Por fin le han conseguido quitar todos los hierros.
-Sois entupidos o que. ¿Habéis visto la hora que es? Nos quedan dos horas y media para terminar. Venga, seguimos.
De nuevo es tumbada boca abajo sobre la misma mesa mientras el herrero busca con desesperación lo que le ha pedido su jefe.
-No tenemos. De ese tamaño no tenemos collares. ¿Qué hacemos?
-Tu seguir. Y tu acércate como si dependiera tu vida de ello al pueblo-se esta dirigiendo al conserje-y le dices al ferretero que abra la tienda. Ya sabes donde vive. Si te pone pegas le dices que vas de mi parte, y si te sigue poniendo pegas, le ofreces 1.000 por un collar. Asegúrate bien de que sea un collar de acero, o de hierro, me da igual, pero que sea muy ancho, con una cadena de metro y media unida a el y de cierre definitivo.
Mientras el conserje se va con el coche a toda prisa al pueblo más cercano al establecimiento, los demás ayudan al herrero. Mientras buscaba el collar a encontrado lo que necesitaba para las extremidades. Primero inserta unos pesados grilletes que juntan las muñecas. El cierre es con un remache que solo necesita unos fuertes golpes de martillo y mucha habilidad. El cliente a pedido también que encadenen los codos, perfecto, tiene unos viejos y gastados grilletes a los que solo tiene que quitar algunos dientes de la cadena. Le ha quedado un poco corta, pero con la ayuda de sus compañeros consiguen que al final los omoplatos se junten y los codos casi se toquen. No había encontrado nada para las patas traseras, pero en el fondo de un baúl guardaba las trabas de una caballo que por lo visto tuvieron alguna vez. Estaban viejas, desgastadas, y pesaban una barbaridad. No, eran demasiado grandes. El jefe dijo que no importaba, que le quitara algunos enganches y le dejara exactamente 40 Ctm. Así lo hizo y seguía habiendo un problema. No tenían remache, eran de candado.
-Es igual, utilizaremos el artilugio de madera y trapos de antes y los soldaras.
Dio resultado, la esclava tenía ahora unos enormes y pesados grilletes en sus tobillos que no podría quitarse nunca y que una vez pertenecieron a un caballo.
-¿Cuánto nos queda? Una hora y media, bueno vamos con.......coño.....los zapatos. ¡¡Joder!! Tu mismo-se dirige al carpintero-coge otro coche, el que sea, y te acercas al pueblo. ¿Sabes donde vive el dueño de la tienda de zapatos? Bien, ya sabes lo que tienes que hacer pero no vengas sin zapatos. Quiero unos de mucho tacón, fuertes y lo mas rustico que veas. Seguro que aciertas. Que sean del 40.
Cuando sale por la puerta se cruza con su compañero que llega soltando polvo y dando un brusco frenazo. El empleado lo mira expectante y se desespera cuando lo ve bajar con las manos vacías. En unos segundos su mirada cambia cuando el conserje abre el maletero y saca con las dos manos- tiene que pesar una barbaridad, por el esfuerzo que hace- un enorme y viejo collar al que va unida una enorme cadena de por lo menos 4 metros.
-Herrero. Corta la cadena. Tiene que quedar un metro y medio.
El especialista mide y corta en un instante con el soplete la cadena. Entrega el collar al encargado. Este lo sopesa, sigue siendo pesadísimo, mira a la esclava tumbada boca abajo sobre la mesa, y calcula que mas o menos le ira bien.
Solo tiene un inconveniente, que ya no lo es tanto, puesto que conoce la técnica. De nuevo ponen el ingenio de madera y trapos en el cuello de la esclava y de nuevo el soplete hace su trabajo. La verdad es que ha quedado un poco, bueno bastante, ajustada. Pero a entrado.
-Veterinario. Te toca a ti. Vamos a ver. Empieza con el aro de la nariz. Algún problema con el aro herrero? No. Perfecto
En un segundo y con un certero golpe el tabique de la nariz es rápidamente traspasado y por el es insertado un aro de unos 14 Cm. De diámetro, y puesta su correspondiente crema cicatrizadora. La lengua es cogida por unas pinzas y también con un certero golpe es traspasada por un aro de 5 cm. de diámetro. Con los pezones no hay problema, tiene los agujeros hechos, y en el clítoris tampoco ningún problema, los aros están ya colocados de la ultima vez que paso por las instalaciones. Solo falta colocarle el cencerro. No encuentra ninguna que le guste. Se desespera, en los detalles más nimios están perdiendo el tiempo, y solo faltan 30 minutos.
-¿Qué te parecen estos jefe?
El herrero le enseña lo que en realidad no es un cencerro sino un pequeña cadena de 12 Cm. a la que van unidas al final varias campanillas pequeñas.
-Déjame que lo vea.
Lo coge, lo sopesa, y sobre todo las hace sonar.
-Bueno. No es esto lo que yo quería, pero suenan bastante.
El herrero sin dudar coge las campanillas y a través de la cadena las engancha a los aros del clítoris, remachando el final con un certero golpe.
-Nos faltan los zapatos y el pelo. ¿Alguno de vosotros sabe algo de peluquería de animales?
Todos callan y se miran unos a otros.
-Me lo imaginaba. Joder, y la cuidadora de vacaciones.
Un nuevo empleado sale de la casa principal y se acerca al grupo. Es un hombre joven y amenazado.
-Jefe. La cocinera dice que yo les ha avisado 3 veces, que se tiene que ir, y que siente mucho si el almuerzo se lo comen hoy frío.
El empleado mira al recién llegado con cara de pocos amigos.
-Me cago en el almuerzo, me cago en la cocinera, y me cago en todos los maricones de este mundo. ¡¡Dile a la cocinera que venga aquí ahora mismo!! Coño con la cocinera. Si perdemos esta venta estamos todos en la puta calle, y me viene esta con que el almuerzo se esta enfriando. Me cago en mi suerte.
Cuando sale la cocinera de la casa acompañada por una chica joven, un coche entra a toda velocidad en el patio central.
-¿Quería usted verme? Ya le he dicho a Fede que la comida ya estará...
-¿Esta quien es?
-Mi hija, hoy no tenía peluquería y se ha venido conmigo ¿Algún problema?
-¿Su hija estudia peluquería?
-Este año termina ya en la academia.
-Creo que vamos a tener hasta suerte y todo. Escúchame chica. Si eres capaz de cortarle el pelo a este animal en menos de 15 minutos, te vas a ganar 100 . ¿Qué te parece?
La chica mira primero a la esclava, después al dependiente, y finalmente sonríe.
-¿Cómo quiere el peinado?
-Es una exigencia de un cliente. No quiere a su animal rapado, pero tampoco le apetece tener que estar cuidándolo todos los días. Así que un pelo suelto y corto estará bien. Tu sabrás hacerlo. Tienes 15 minutos. A ver Juanjo- se dirige al herrero, tráele a la joven los aperos del cuidado de las bestias.
Mientras el herrero entra a toda prisa a otro cobertizo, el carpintero llega corriendo con tres cajas de zapatos debajo del brazo.
-No quería vendérmelos. Sobre todo porque lo he despertado de la siesta. Le he dicho que usted se los pagara al precio que quiera. Cuando me los ha enseñado tampoco he sido capaz de decidirme, así que me he traído estos tres y usted decide. Todos son feos, pasados de moda, y seguramente incómodos. Al final se decide por una especie de plataformas no muy altas, con gran tacón tampoco demasiado fino, y completamente cerrados. Son de cuero rustico en marrón muy oscuro, casi negro. Son seguramente también los más resistentes.
De un tirón de la cadena tira de la esclava, que seguía tumbada en la mesa, e intenta ponerle los zapatos. Son un poco grandes y se le salen.
-Carpintero, búscate unos taquitos de madera que se los vamos a poner en las puntas. Estos zapatos le tienen que servir por cojones.
Cuando llega la hija de la cocinera son las 16.48 horas. Tranquilamente pide una silla al conserje, y mira sonriendo al empleado.
No se preocupe, término en cinco minutos.
Y efectivamente, lo que hasta ese momento había sido una medio melena cuidada y cepillada casi a diario por su ama, se ha convertido en un momento en un peinado corto, con un estilo casual, y bastante atractivo a la vista. Se ha esmerado especialmente en el flequillo, y en la parte trasera, para que quede suelta, pero armoniosa al mismo tiempo.
-Nos falta el bozo. Y no tengo ni idea de lo que quiere este cliente. Buscarme el más grande, o el más aparatoso, o el más gordo que tengamos.
Todos se dirigieron a los cobertizos, y en 4 minitos, el empleado observaba bozos y dientes de todos los tamaños y formas. Finalmente se decidió por uno que, podría decirse, era mixto. Consistía en un bozal de rejilla que cubría la nariz y la boca haciendo el dibujo de ambos, y dentro llevaba un enorme bolo que podía ser acoplado o desacoplado a voluntad. El enganche eran dos tiras de cuero finas cogidas a la cabeza y otra al cuello. El bozo entro bien, pero el bolo casi desencaja la mandíbula del animal. Con un tirón final entró.
-Señores. Casi hemos terminado. Necesito un cubo con agua y jabón, aceite de untar y un perfume.
Rápidamente el mismo empleado coge la esponja y al jabón y se aplica a lavar al animal, sobre todos las partes sudadas, que es casi todo el cuerpos. Sin perder un segundo con una toalla seca y aplica un aceite que además de lubricar y suavizar, da un brillo excepcional a la piel. Cuando termina de un frasco con extrae un bote que contiene perfume. Deja unas gotitas estratégicas en orejas, axilas, tetas y glúteos.
Con una gran sonrisa de satisfacción coge a la esclava de la cadena y con pasos lentos, recreándose, se dirige al centro del patio, y en el poste central engancha la cadena.
Son las 17.04 y cuando mira su reloj da un suspiro de alivio. Han sido casi cuatro horas de mucha tensión. Todos los empleados están expectantes cuando vuelve del centro del patio su jefe. No han dicho nada, casi ni se han movido. Allí esta el herrero, el carpintero, el veterinario, el conserje, la camarera, su ayudante, la hija.
-Bueno- el hombre les habla relajadamente, casi con agrado- relajaros, que me parece lo hemos conseguido. Para vuestra información os diré que este era un pedido de urgencia que no podíamos perder con lo que se ha pagado por el. Si fracasamos estamos todos en la calle. Pero como no ha sido así, y me parece que el cliente quedara satisfecho, estoy autorizado a decido que tenéis un día de paga extra por el trabajo de hoy. Podéis marcharos.
Todos abandonan la explanada contentos y satisfechos.
Todos no. En el centro, y amarrada con su pesada cadena a uno de los postes centrales queda Guarra expuesta al sol de la tarde. Su cuerpo brilla y tiembla en este momento. Ya ha dejado casi de sentir. Han sido seguramente las 4 horas mas largas de su vida. O por lo menos las mas angustiosas. Cuando escuchaba al comprador lo que le pedía al empleado las piernas empezaron a temblarle y casi pierde el sentido. Después, tumbada sobre la mesa, y cogida por tantas manos, escuchando y viendo como el soplete acariciaba su piel, el pánico se apodero de tal modo de ella, que dejo de resistirse. En realidad no se resistió en ningún momento. Estaba más que preparada para ello, pero es que además no quería resistirse. Algo dentro de ella le pedía un cambio de vida. Ya no quería seguir dependiendo de chuparle el coño a su ama. Quería algo más. Lo que desde luego no imaginaba es que el cambio fuera tan drástico. Temía lo peor. Y lo peor es que lo que hasta ahora había sido una cómoda vida dentro de una casa, perteneciendo a un ama viciosa, se convirtiese de pronto en algo............no quería ni imaginarlo. Por lo pronto los comienzos no eran buenos. Para empezar le habían puesto el collar mas pesado e incomodo que había llevado nunca. Se lo apretaron tanto que casi no podía respirar, apenas podía mover la cabeza por lo grande que era, pesaba una burrada y además el material era rasposo y desabrido con la piel. El hueco hecho en el tabique nasal no le había dolido por el pavor que sentía en ese momento, pero el de la lengua fue horroroso. Sentía la anilla como le ardía dentro de la boca. Además tenia la lengua prácticamente metida en la garganta, pues el enorme bolo en la boca no dejaba hueco para nada más. ¿Qué le esperaría? Temía al trabajo duro, a un amo sádico y exigente, pero más que nada sentía un miedo atroz a la humillación que suponía para ella mostrarse desnuda y encadenada delante de la gente. Hacia ya más de un año que había llegado a la isla, y había tenido tiempo de arrepentirse, después de asimilarlo, después pensó en trazar un plan para escaparse, y por fin había comprendido que esto era imposible, y hasta tenia casi asumida su condición de animal, y en todo este tiempo siempre había estado desnuda, la habían expuesto varias veces en publico, incluso en un concurso. Pero seguía siendo superior a ella. No podía, sentía tal humillación e indefensión sabiendo que la gente la miraba así, desnuda, encadenada como cualquier animal, que era superior a sus fuerzas.
Estaba con estas reflexiones cuando consiguió girar un poco el cuerpo y ver aparecer un viejo furgón con remolque. De el vio bajar al que seria su nuevo amo. Vio como rápidamente salía el empleado a saludarlo efusivamente y que la charla fue corta. Inmediatamente se dirigió hacia donde ella se encontraba, desengancho el candado del poste, y cogiendo la cadena tiro de ella para separarla unos pasos de dicho poste. Dio un par de vueltas a su alrededor, comprobó collar, bozal, que celebro al empleado, cadenas de las patas trasera y delantera, y por ultimo hizo sonar con sus manos las campanillas que colgaban de su clítoris. Sonrió al empleado, volvió a coger la cadena y tirando de ella, con el sonido repiqueteante de las campanillas, se dirigieron al furgón.
El viaje no es largo, y desde el remolque la esclava puede ver que se dirigen al centro de una pequeña ciudad-seguramente no mas de 25.000 habitantes- No tiene grandes edificios, alguna que otra fuente, una avenida larga con un parque en el centro, y poquísima gente en la calle. Son las 17.30 y un calor insoportable. El viejo y ruidoso furgón aparca en una plaza, con un descuidado jardín en el centro, a las puertas de una casa de tres plantas, con un local y un letrero en el que se puede leer en un descuidado y ya mas que viejo cartel: "Piensos Joaquín Luna. Comida para animales. Servicio a domicilio".
Joaquín, que así se llama este honrado y sencillo trabajador, se dedica desde hace mas de 25 años al comercio que le dejo a el y a su hermano su padre cuando murió y el tenia entonces 20. Conoce perfectamente los gustos y necesidades de sus clientes, y ha decidido ampliar negocio. Para ello necesitaba mas personal, mas medios de transporte, y mejor calidad en sus productos. Por tanto a contratado a su hermano mayor que estaba en el paro y conoce el negocio igual que el, se ha comprado un furgón y un animal nuevo, y piensa que si su hermano se dedica al reparto del pueblo con el animal, mientras el se dedica con el furgón a las granjas, todo puede salir como el tiene previsto.
Cuando abren desde dentro el local sale un hombre no mucho mayor que Joaquín, pero que se parece físicamente bastante a el. Rudo, y bastante osco en el andar y el hablar.
-Bueno Marcial, aquí tengo la bestia. Espero que le saquemos provecho. Yo creo que es buena. ¿A ti que te parece?
Entre los dos hombres descargan a la esclava del furgón y Marcial se la queda mirándola asombrado.
-Desde luego parece un buen animal. ¿Será fuerte para llevar la carga verdad?
- No te preocupes que de animales y piensos entiendo un rato, y además más le vale ser buena. En fin. Si te parece hacemos una cosa, para que la bestia se valla acostumbrando al trabajo, yo me encargo del reparto esta tarde, y tú terminas de hacer los pedidos de mañana. Me queda la parte baja del pueblo, si empiezo ahora mismo ya creo que para las 9 o 9.30 terminare. Mira tu si puedes tener listo lo de mañana. Son.....bueno a cabeza no se te decir, pero por lo menos 30 pedidos para la parte alta del pueblo.
Cuando termina de hablar coge la cadena de su animal y se dirige al almacén. Es más grande de lo que parece, y esta lleno de sacos, pequeños compartimentos y maquinaria diversa. Al fondo del local se ven a varias personas trabajando. Joaquín se dirige directamente a una de las esquinas de la entrada y tras abrir una habitación saca de ella una especie de corsé de cuero muy duro que aprieta sin miramientos a la cintura de su esclava. Está tan ajustado que le deja la cintura muy reducida, mientras glúteos y tetas sobresalen más si esto fuera posible. Cuando a terminado de apretar y anudar en la parte de atrás el corsé la esclava piensa que en cualquier momento va a dejar de respirar. Entre el estrecho y apretado collar, el anillo de la lengua y el bolo de la boca, y ahora el corsé, no entiende como no se ahoga.
La esclava no es consciente de lo que esta pasando y lo que ella hace allí hasta que su nuevo amo no le acopla un carromato de madera al nuevo corsé, que lleva dos pinzas de acero a los lados para estos menesteres precisamente. Se trata de un carro de dos ruedas, de 1 metro más o menos de largo, y con un asiento en la parte delantera. Joaquín llama a uno de los empleados que había al fondo, y este mira con sorpresa la nueva adquisición de su jefe.
-Aquí tienes la nota con los pedidos de esta tarde. Quiero el carro cargado en 10 minutos.
El dependiente va cargando de una estantería de la pared diferentes tipos de sacos, hasta que ha terminado de completar su trabajo. El carro esta por la mitad.
Es todavía media tarde, el sol esta todavía quemando, y muy pocos transeúntes por la calle, cuando Joaquín coge por la cadena a su flamante animal y lo saca a la calle con su nueva carga.
Le cuesta tanto caminar, que cada paso supone un nuevo suplicio. No es la pesadez del carro, que también pesa lo suyo, sino lo incomodo de ir caminando con los pies trabados por una pequeña cadena y unos enormes e incómodos zapatos de tacón. Tampoco puede respirar bien con aquel incomodo bozal, ni el collar le permite mover la cabeza a su gusto, ni las manos a la espalda le dejan mantener un equilibrio cada vez menos inestable. Solo le empuja los tirones continuos que da su nuevo amo de la cadena. Pero lo que mas teme, y lo que sabe antes o después se producirá es encontrarse con gente en la calle.
Casi cuando descubre que su amo no debe estar muy contento, este da un ultimo tirón, se da la vuelta con cara de pocos amigos, mira a su animal de soslayo y murmura para si mismo.
-Creo que he podido equivocarme contigo. Ya he tenido suficiente paciencia, y no voy a perder toda la tarde.
Le hecha la cadena por encima del hombro y la deja caer, al tiempo que saca de debajo del carro un fino y flexible látigo, que hace restallar rápidamente al aire.
-O le pones mas ganas, o te arrancare la carne a pedazos.
Sin dudarlo sube al asiento delantero que lleva el carro y deja caer un golpe seco en la parte alta del culo del animal.
Es como su un hierro ardiendo le hubiese pasado por la piel. No es que escueza un poco, es que la piel se abrasa con aquel restallido.
No va en broma su nuevo amo. Saca fuerzas de cualquier sitio, muerde firmemente el bolo del bozal, y por fin comprende que no puede caminar teniendo los pies encadenados, sino que es más fácil ir dando saltitos, al trote.
Es una avenida larga, y ellos caminan por el carril de servicio. Ni una persona todavía. Sigue al trote, y cada vez que su amo nota que el ritmo se ralentiza, un chasquido del látigo hace su efecto mágico.
El corsé le aprieta, y el sol sin piedad la hace sudar copiosamente, pero desde luego no piensa parar el ritmo. Un tirón de la anilla en la teta izquierda, en las que van enganchadas las riendas, le indica que debe torcer por la siguiente calle que hay en esta dirección. Es una calle peatonal, bastante estrecha, en la que un numeroso grupo de mujeres, y algún que otro hombre, charlan tranquilamente. Es la puerta de un colegio, y están esperando la salida de los niños. Las charlas cesan cuando aparece por la esquina con un tintineo inconfundible Joaquín con su nueva adquisición. Todos observan, pero nadie se aparta, así que el animal no tiene más remedio que parar si no quiere atropellar a alguien. Joaquín sonríe a todos, saluda amigablemente y de nuevo hace restallar el látigo.
-Tranquilo hombre. Que prisas llevas.
-Siempre llego tarde. Disculpadme que no me pare.
-Ya se ve que te van mal los negocios.
-No me quejo, pero mi trabajo me cuesta.
-Dale recuerdos a la señora, Joaquín.
-De tu parte. Buenas tardes.
Un nuevo restallido, y su animal sigue parado. Esta vez el golpe va directamente a la parte baja del culo y acaricia ambas piernas.
El animal, absorto en su vergüenza y humillación- No solo la esta viendo la gente, sino que se para en medio de todo el mundo- parece que de pronto comprende cual es la vida real y arranca a toda prisa con el tintineo de las campanillas colgadas de su clítoris.
La tarde se pasa de un sitio a otro. En algunos lugares Joaquín descarga un saco, en otros varios, o simplemente toma nota de pedidos. También a medida que ha ido avanzando la tarde la carga se ha ido haciendo más ligera, y la esclava ha ido cogiendo confianza en su nueva tarea. No ha recibido más de cuatro azotes, y ha comprendido perfectamente las indicaciones de su amo.
También las calles han ido cogiendo vida, y guarra no ha podido evitar su sempiterno sentido de vergüenza y humillación cuando tiraba del carro.
Especialmente dolorosa era la situación en que su amo ha necesitado hacer uso del látigo y había gente delante.
Son pasadas las 22.00 cuando Joaquín abre la puerta y entran en el almacén.
Se baja del carro, coge la cadena y tirando de su animal se dirigen al centro de la nave. Desengancha el carro y abre la puerta de un compartimento con forma de establo. En realidad son tres paredes de madera pegadas a la pared y con una altura no superior a un metro y medio. Dentro, como en cualquier establo, paja por el suelo, muchos enganches en la pared, y una manta extendida en una esquina.
Una vez dentro engancha la cadena con un grueso candado a la pared, quita el bozal y los zapatos a su animal, así como las campanillas del clítoris, y de un saco que hay en otra esquina prepara una especie de papilla que mezcla con un liquido de color crema. Deja el cuenco en el suelo, al lado de la manta, y en otro recipiente hecha un poco de agua.
Antes de abandonar el establo comprueba meticulosamente las restricciones de su animal. Todos los enganches de las cadenas, los candados, etc. Y por ultimo sale y cierra con un cerrojo exterior las puertas del establo. Cuando entra por una pequeña puerta lateral que da a su vivienda situada en la parte alta del almacén, apaga las luces, y solo se ven sombras sin ruido, solo mitigadas por la tenue luz de las farolas de la calle que intentan aclarar la absoluta oscuridad de aquella nave.
Guarra pasa unos minutos en la misma postura en que la dejo su amo, de pie, estática, mirando a la pared, a la que esta enganchad por el cuello con la cadena, totalmente incapaz de reaccionar. Esta agotada, casi al extremo de sus fuerzas, pero al mismo tiempo es imposible sentir tanta impotencia y desanimo.
Hace solo un día, ayer mismo, se podría decir que era un animal feliz. Aburrido y tediosa existencia la que llevaba, pero también cómoda y sin complicaciones. En solo unas horas todo se había vuelto amargo y humillante. Se había convertido simplemente en un animal de carga, no era más que una mula para tirar de un carro.
Al cabo de unos minutos la vista se le fue acostumbrando a la oscuridad y pudo distinguir el entorno del establo, y la manta en el suelo, y los dos cuencos con la papilla y el agua, y el estante donde su amo guardaba los adornos y restricciones de su animal- zapatos, bozales, y adornos varios que no pudo adivinar que serian, pero que imagino estaban preparados para ella- colgaban también de la pared diversas cadenas con diferente grosor y longitud, así como varios candados. Y también pudo observar, con un escalofrió que la dejo petrificada, como colgaban en una especie de armario viejo y sin puertas, una completísima colección de mas de 8 o 9 látigos. Algunos eran finos y largos, otros mas gruesos, pero uno especialmente llamo su atención. No era ni demasiado grueso ni tampoco muy largo, pero sus puntas terminaban en finísimas púas. Si algún día lo utilizara su amo, materialmente la despelleria la piel.
Cuando vuelve a mirar los cuencos situados al lado de la manta comprende que aquello es su cena. Es tanto su miedo y angustia que no tiene hambre, se siente incapaz de tragar nada. Pero también comprende que al día siguiente se le va ha exigir que entregue todo hasta la extenuación, y si no tiene fuerzas será imposible aguantar. Se arrodilla y cuando inclina el cuerpo y pega la boca al cuenco un agradable olor se desprende de el. Imagina que aquella papilla viscosa y de color indefinible es un compuesto de muchos piensos al que le han añadido algún aroma agradable. Lo prueba y no esta mal de sabor. En dos minutos el cuenco esta vació. Apura también el agua, y se deja caer de lado en la manta. Es vieja y esta rasposa por algunos lados, pero no es esto lo más incomodo. Tener las manos y los codos trabados a la espalda es lo que no la deja coger una postura cómoda. Lo intenta de un lado, de otro, se pone boca abajo. Finalmente se acomoda de un lado, y el cansancio no tarda ni 5 minutos en vencerla.
Unos ruidos en el almacén, y la claridad, la hacen comprender que ha amanecido. Ha dormido incomoda, pero estando acostumbrada a hacerlo sobre el suelo, y teniendo en cuenta su cansancio, se siente bastante recuperada. Imagina que no tardaran en venir a buscarla, así que se incorpora y se pone de pie mirando hacia la puerta. Pasa el tiempo, y sigue escuchando ruidos de las maquinas y el ajetreo de los obreros, pero nadie pasa por el establo. Ya se durmió la noche anterior con ganas, pero esta mañana las ganas de orinar y vaciar sus tripas es mucho mayor. Han pasado dos horas largisimas desde que despertó y se incorporo. Sigue sin aparecer nadie, y por más que ha mirado y remirado por el perímetro del establo, no ha encontrado nada que se asemeje a un agujero, un cubo, una palangana, algo que pueda servirle de retrete, porque materialmente ya no aguanta más. Sus tripas pueden aguantar y casi se le han ido las ganas, pero su vejiga va a reventar.
Intenta sentarse. Peor, es mucho peor. Se incorpora de nuevo, y junta sus piernas todo lo que puede. Esta absolutamente convencida que si se orina encima la castigaran duramente. Vuelve a mirar desesperadamente por los más insospechados recodos del establo. Es igual, termina por pensar, y por fin se da cuenta, que aunque hubiese algo para poder hacer sus necesidades, no podría hacerlo hasta que llegase alguien y la soltara, sencillamente porque la cadena no tiene suficiente longitud. Solo le permite acostarse y levantarse. Junta más las piernas, hasta el punto que se le escapan las lágrimas, y con ellas la orina por las piernas. Finalmente no ha podido aguantar. Ya es inútil. Deja escapar la orina con un alivio infinito, tan infinita como su angustia esperando el terrible castigo que le espera. La Paja seca extendida por todo el suelo absorbe la humedad. Decide una vez aliviada su necesidad que será mejor esperar a su amo en pie. A lo mejor se siente algo más magnánimo. En cualquier caso cuando llegue se mostrara lo más sumisa y arrepentida que pueda, y a lo mejor ablanda su corazón. Pasa casi una hora más cuando por fin llega el dueño de Guarra. Se para a la puerta del establo y mira sonriendo.
Entra silbando y cuando se acerca a su animal este se deja caer de rodillas y en un gesto que ya tiene muy bien aprendido, empieza a lamerle las botas. La sonrisa del amo se transforma en un rictus de autentica satisfacción. La deja hacer un rato, y cuando una de sus botas esta reluciente le muestra la otra. Cuando ambas botas están mas que lamidas y brillantes, en un gesto intuitivo acaricia los cortos cabellos de su animal. En un ritual lento y placentero le va poniendo primero los zapatos, a continuación las campanillas, después el bozal. Finalmente desengancha la cadena de la pared y con una mano en la cadena y la otra sobre el expositor de látigos, intenta decidir cual usara en la jornada de hoy. Su animal, que va detrás de el, se para, y para al mismo tiempo su respiración. La angustia se apodera de ella en los escasos segundos que su amo tarda en decidirse por un látigo corto y flexible. Exactamente igual que el que llevaba ayer.
Cuando salen del establo van directamente hacia la puerta de salida. Allí, esperándoles, el carro esta ya cargado y preparado para la distribución. Una nueva jornada comienza. No son más de las 9.00 de la mañana.