Victoria y Melbourne: Altar o Mortaja (1)
Un relato dramático y romántico sobre una historia de amor entre los personajes históricos de Lord Melbourne y la Reina Victoria, pero basado libremente en la versión ficticia que se ofrece en la serie de televisión Victoria (2016); en éste primer capítulo un hecho trágico pondrá a prueba su amor.
Capítulo 1: La Parca visita Buckingham.
…”Cuando Victoria comenzó a salir de su aturdimiento, en medio del sonido de gritos y el escándalo que había en la habitación, sintió que algo la aplastaba, y para su sorpresa era el cuerpo de Lord Melbourne que estaba encima de ella, pero no de la forma en que ella había imaginado en sus sueños o en sus más osadas y pecaminosas fantasías… pero casi de inmediato se dio cuenta de que no era como en sus sueños, pues Melbourne estaba desplomado, como un peso muerto, y ella vio en la cara de él, rozando con la suya, un rictus extraño y sus ojos cerrados… y entonces ella sintió algo húmedo en su mano derecha, y al alzarla, para su horror vio que estaba cubierta de sangre…”
El día que lo cambió todo, Lord Melbourne llegó puntual a su cita con la Reina Victoria en el Palacio de Buckingham; las citas con Victoria siempre solían ser los momentos más felices en la solitaria vida de Melbourne desde que la joven, casi adolescente, se había convertido en la monarca de Gran Bretaña. Pero después de su doloroso encuentro en la residencia campestre de Melbourne, Brocket Hall, las cosas habían cambiado; era el resultado de haber dejado que las cosas llegaran demasiado lejos…
Victoria le declaró su amor y prácticamente le propuso matrimonio, que él fuera su compañero de vida; y él, sintiendo que se le rompía el corazón, tuvo que rechazarla… Dios sabía que él no quería hacerlo, que por dentro solo quería abrazarla y besarla, y aceptar encantado su propuesta… pero no podía, por el bien de ella y del país.
Victoria era la Reina de Gran Bretaña e Irlanda, la monarca del Imperio Británico, la Jefa del Estado de la nación británica; él era su Primer Ministro, el Jefe de Gobierno de aquella monarquía constitucional parlamentaria, el auténtico gobernante de aquella incipiente democracia. Un matrimonio entre los dos sería un escándalo, crearía una crisis política, incluso una crisis constitucional que haría tambalear las bases del reinado de Victoria y de la propia monarquía británica…
Aunque Melbourne renunciara al cargo de Primer Ministro y a la posición de líder de su partido, y se retirara de la política, de todas maneras, se diría que su matrimonio con la joven reina pondría en peligro la neutralidad que debía guardar la Corona en política; porque se diría que la reina sería un títere de su veterano marido, que sería el verdadero poder detrás del trono. El Partido Conservador pondría el grito en el cielo, y el propio partido de Melbourne, el Partido Whig, seguramente se dividiría y muchos whigs estarían en contra de aquella inoportuna boda. No, el Parlamento nunca daría su aprobación a aquella boda…
Por otro lado, las razones de Estado y los principios de la monarquía dictaban que la Reina debería casarse con un miembro de la realeza, con un príncipe de una dinastía reinante; él era un “simple” Vizconde, un miembro de la nobleza menor, por lo tanto, sería un matrimonio bastante desigual. Por último, estaba la cuestión de la diferencia de edad, pues él era mucho mayor que ella, y ella perfectamente podía ser su hija; pero éste último problema era lo de menos, pues en su época era muy común que hombres mayores se casaran con mujeres mucho más jóvenes, especialmente en la aristocracia, aunque generalmente eran matrimonios por interés y no por amor.
No, sería una locura, un disparate; a Melbourne también le mortificaba que pensaran que era un “arribista”, que por codicia ponía a su país al borde del precipicio, y que era capaz de seducir a una inocente jovencita. Pero más le mortificaba lo que pensarían de Victoria, que era una chica de moral dudosa, que se dejaba seducir por un hombre maduro del que debería mantener la distancia, y quien sabe sí hasta lo había metido en su cama…
Pero, aunque sabía que era su deber, aunque hacía lo mejor para ella, eso no evitaba el dolor; Melbourne la amaba, la amaba como no había amado a nadie en su vida. Antes de ella había tenido romances con muchas mujeres, y había amado a otra… a su difunta esposa, a la que también amó con pasión, pero ella le fue infiel, lo abandonó por otro y lo humilló ante toda la sociedad, además dejando en evidencia su demencia, y aunque formalmente se reconciliaron, su matrimonio quedó destruido, hasta el día que ella murió. Melbourne pensó que no volvería a amar a otra mujer, pero Victoria lo cautivó; era incorrecto, peligroso, insano, pero la amaba y la deseaba… y lo que era peor es que ella lo amaba a él, hasta el punto de proponerle matrimonio…
Y ahora los dos sufrían; Victoria lo sorprendió con su propuesta y él tuvo que rechazarla diciendo tonterías sobre la monogamia en los cuervos y su difunta esposa… pero después, no pudo dominar su tristeza y le confesó durante un baile de disfraces que correspondía a sus sentimientos, aunque su unión fuera imposible. Ahora trataban de recuperar la “normalidad” en su relación, trataban de volver a ser simplemente buenos amigos (aparte de Reina y Primer Ministro, lógicamente) y a disfrutar el tiempo juntos, pero la tristeza se había instalado entre ellos, la pena por lo que no podía ser, por su amor imposible…
Ese día Melbourne se había propuesto usar su buen humor y sus refinados chistes para levantarle el ánimo a Victoria; pero la veía algo triste y decaída, notaba su mirada de desamor fija sobre él, y entendió pronto que la presión a la que la sometían su madre y su tío para casarse pronto con su primo solo empeoraba el despecho que sentía por el rechazo de su querido Melbourne. Y eso también entristeció a Melbourne, que sabía que cuando Victoria se casara la perdería para siempre, y se angustiaba pensando en que ese día estaba cada vez más cerca. Intentó concentrar la conversación en los asuntos de Estado, del gobierno, para distraer a Victoria y a él mismo. Y pareció lograrlo, pues ella comenzó a interesarse más, y luego de un rato cedió a su encanto y empezó a sonreír con esa maravillosa sonrisa por la que él era capaz de descender al infierno. Por su parte Victoria despejó su mente de pensamientos oscuros y tristes, y comenzó a deleitarse en la visión de los varoniles y elegantes rasgos de su Primer Ministro, esos que la hacían soñar despierta…
Melbourne se animaba cada vez más y no quitaba los ojos del bello rostro angelical de su Reina, ese que deseaba acariciar y besar; admiraba sus labios y no podía evitar imaginar lo que sería besarlos. Estaba tan absorto que casi no lo vio…
Todo sucedió muy rápido… de repente levantó la vista y vio a aquel extraño hombre, siniestro y vestido de negro, de pie en la puerta de la estancia, a unos cuantos pasos por detrás del sillón donde estaba la Reina Victoria, que no podía darse cuenta pues estaba hablando animadamente y viendo a Melbourne que estaba sentado frente a ella. Melbourne no tuvo tiempo de interpelarlo pues se dio cuenta que el hombre empuñaba una pistola y la estaba levantando para apuntar a Victoria…
Melbourne reaccionó rápido como un rayo; su mente fue ágil y no cometió el error de tratar de lanzarse sobre el hombre, pues hubiera sido menos posible que hubiera llegado a él antes de que pudiera dispararle a Victoria… en lugar de eso se levantó como impulsado por un resorte y se lanzó sobre Victoria, que abrió la boca con un gesto de sorpresa en su cara, que en otra ocasión hubiera sido divertido, e instintivamente levantó los brazos para contener al cuerpo de Melbourne que se arrojaba sobre ella. Melbourne cayó sobre ella, y con su altura y su peso, muy superiores a los de Victoria, la empujó violentamente hacia atrás y ambos hicieron caer el sillón de espaldas; Melbourne abrazó fuerte a Victoria y su abrazo amortiguó el golpe para ella, pero ambos cayeron al suelo…
- ¡Viva la Revolución, Muerte a la Reina! – gritó el hombre y disparó la pistola sobre el bulto que formaban los cuerpos entrelazados del Primer Ministro y la Reina.
Melbourne sintió un golpe y un calor en una parte de su espalda, y fue consciente de que el disparó lo había alcanzado; pero solo sentía miedo por Victoria, y presionó su cuerpo sobre el pequeño cuerpo de ella, y trató de cubrir la cabeza de ella con sus brazos y escondiéndola bajo su pecho, mientras sentía como ella se agitaba tratando de zafarse pues la estaba sofocando.
- ¡Ayuda, quieren matar a la Reina! – gritó a todo pulmón Melbourne.
Fuera de la habitación, en un pasillo cercano, Lord Alfred Paget, el fiel colaborador y amigo de Melbourne, escuchó el disparo y el grito, y salió corriendo hacia la estancia; llegó justo en el momento en que el atacante arrojaba al suelo la primera pistola que había usado, y desenfundaba otra pistola que traía preparada, la amartillaba y se disponía a disparar… Lord Alfred, levantó su bastón y golpeó en la cabeza al hombre, pero a pesar del golpe el atacante disparó, aunque la trayectoria del disparo se desvió e impactó a Melbourne en la cadera.
El atacante intentó sacar un cuchillo y Lord Alfred arremetió a bastonazos contra él; en ese momento se sumó a la lucha el jefe de los sirvientes Penge, que había oído el escándalo y se arrojó sobre el agresor golpeándolo en la cabeza con un candelabro, y luego empujándolo haciéndolo caer al suelo, momento que aprovechó Lord Alfred para tirarse encima de él. El joven sirviente Brodie apareció en ese momento…
- ¡Corre, llama a los guardias! – gritó Penge mientras ayudaba a Lord Alfred a dominar al atacante.
Melbourne contemplaba la escena y trató de levantarse para ayudar en la lucha, pero de repente sintió que su cuerpo le fallaba; no tenía fuerzas para levantarse y su vista comenzó a nublarse. Sintió humedad en sus ropas, y con su mano se tocó la espalda, y cuando la vio, estaba roja… mojada con su sangre. Sintió que sus parpados se ponían pesados y que estaba a punto de desmayarse…
- ¡Majestad… Victoria…! – susurró casi sin fuerzas y perdió el conocimiento.
Victoria estaba aturdida, casi había perdido el conocimiento, por la accidentada situación; le faltaba el aire y solo cuando el cuerpo de Melbourne se deslizó a un lado un poco y ella pudo respirar mejor, pudo empezar a volver en si. Cuando Victoria comenzó a salir de su aturdimiento, en medio del sonido de gritos y el escándalo que había en la habitación, sintió que algo la aplastaba, y para su sorpresa era el cuerpo de Lord Melbourne que estaba encima de ella, pero no de la forma en que ella había imaginado en sus sueños o en sus más osadas y pecaminosas fantasías… pero casi de inmediato se dio cuenta de que no era como en sus sueños, pues Melbourne estaba desplomado, como un peso muerto, y ella vio en la cara de él, rozando con la suya, un rictus extraño y sus ojos cerrados… y entonces ella sintió algo húmedo en su mano derecha, y al alzarla, para su horror vio que estaba cubierta de sangre.
- ¡Lord M, Lord M! – decía Victoria asustada, sacudiendo el cuerpo de Melbourne
- ¡Dios mío, ¡Lord M, ayuda…ayuda! – empezó a gritar desesperada Victoria.
Lord Alfred y Penge habían dejado inconsciente al agresor a golpes, y entonces Lord Alfred se dirigió a Melbourne y despacio lo hizo rodar quitándoselo de encima a Victoria, viendo con preocupación a ambos…
¡Majestad… ¿está usted bien?! ¿No está herida? – preguntó viendo con angustia la sangre sobre el vestido de ella y poniendo su mano sobre el hombro de ella.
¡Lord M… ¿qué ha pasado?! – exclamaba asustada con la mirada clavada en el rostro de Lord Melbourne y con una mano sobre el pecho de su Primer Ministro.
¡Señora, le han disparado! Lord Melbourne ha debido protegerla… debemos sacarla de aquí, debemos ponerla a salvo – dijo Lord Alfred mientras volteaba a ver al atacante, que seguía en el suelo, mientras Penge levantaba el candelabro dispuesto a darle otro golpe sí daba signos de moverse.
¡Lord M… despierte… despierte por favor… Lord M! – gritaba desesperada arrojándose sobre el pecho de Melbourne y agarrando su cabeza con sus pequeñas manos, y llorando angustiada.
¡Por favor señora, debemos sacarla de aquí, no es seguro! Yo me ocupo de Lord Melbourne, pero debemos… - le dijo Lord Alfred tratando de halarla por el brazo.
¡Suélteme! – exclamó Victoria zafándose de su brazo
- ¡Lord M… mi amor, no me hagas esto… no te mueras! – exclamó Victoria entre lágrimas con su rostro muy cerca del rostro de Lord Melbourne, como sí fuera a besarlo, aferrando con sus manos su pecho.
Lord Alfred se quedó boquiabierto, con la sorpresa pintada en su rostro, paralizado; luego de unos instantes volteó a ver a Penge, y vio reflejada su sorpresa en el rostro del sirviente, que parecía que hubiera visto aparecer a un fantasma… ambos se miraron y se sintieron incomodos, como sí hubieran sorprendido a una pareja haciendo el amor por accidente. De repente llegaron los guardias con sus fusiles y apartaron con violencia a Penge para agarrar al atacante…
¡Ese hombre ha tratado de matar a la Reina y al Primer Ministro! – dijo señalando al agresor - ¿Quién está al mando? – preguntó Lord Alfred.
¡Yo señor, teniente Howard! Ya he mandado a buscar al comandante de la guardia… - respondió un joven oficial.
-Muy bien, mientras tanto ordene a sus hombres que lleven a la Reina a sus aposentos y no la dejen salir de ahí hasta que estemos seguros de que no hay peligro, puede haber otros atacantes… la Reina está muy nerviosa, deberán llevarla… sin hacer caso de lo que diga… está fuera de sí misma… yo me hago responsable – dijo Lord Alfred tragando saliva, pensando que hacía eso no solo por la seguridad de la Reina, sino también para preservar su reputación.
Después de un momento de vacilación del teniente, que observaba a la Reina inclinada sobre Lord Melbourne llorando desconsolada y llamándolo casi a gritos, pareció leer el pensamiento de Lord Alfred… y llamó a dos de sus soldados y les susurró una orden al oído, que por la expresión de sus rostros debió no gustarles mucho, pero igual se dispusieron a cumplir. Cada uno agarró a Victoria de un brazo, ante la sorpresa de ella, y con cuidado, pero energía la llevaron casi en volandas fuera de la habitación.
- ¡¿Qué hacen?… suéltenme! ¡No, Lord M! ¡Lord M! ¡Suéltenme! ¡Lord M! – gritaba histérica mientras se retorcía intentando librarse de las manos de los soldados.
Lord Alfred se dio la vuelta y se arrojó sobre su amigo, Lord Melbourne…
¡Melbourne… Melbourne! – lo llamó, mientras le tomaba el pulso…
¡¿Está… muerto?! – preguntó con prudencia Penge.
¡No! Está vivo, pero su pulso es débil… por favor, ayúdenme a llevarlo a un dormitorio de huéspedes y haga venir urgentemente al médico de la Reina – respondió Lord Alfred.
-Por supuesto señor – dijo Penge agachándose para ayudar a recoger a Melbourne mientras el teniente llamaba a dos soldados más para que vinieran a ayudar.
-No debo recordarle la discreción con la que hay que actuar en estos casos – le dijo casi en susurros Lord Alfred a Penge.
-Por supuesto, señor – replicó Penge con una mirada de entendimiento.
Entre Lord Alfred, Penge y dos soldados cargaron a Lord Melbourne para llevarlo por el pasillo en dirección a un dormitorio de huéspedes.
- ¡Ve por el médico de la Reina, corre y dile que es un asunto de vida o muerte, que debe venir corriendo! – gritó Penge a Brodie, que veía horrorizado a Melbourne, y enseguida desapareció corriendo.
“Debes vivir por ti y por ella” pensaba Lord Alfred mientras veía el rostro demacrado y pálido de Melbourne, y mientras por gran parte del palacio se oían los gritos histéricos de Victoria.
- ¡Lord M, Lord M…!
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