Víctor, el nuevo compañero en la oficina

Hay un nuevo compañero en la oficina, Víctor no es alto ni muy musculoso pero tiene un aura de seguridad que roza la arrogancia. Esto traerá de cabeza a Sandra, ¿De qué está tan orgulloso? ¿Porqué actúa así? Es el primer capítulo de una serie. Capítulo 1: Sandra.

Capítulo 1 Sandra

Como cada mañana, Sandra se levantó de la cama, apagó la alarma del móvil, puso su lista de reproducción y se dirigió a la cocina para prepararse el desayuno. Mientas, revisaba su Instagram y contestaba a un par de mensajes que le ha habían dejado la noche anterior.

Después de desayunar se dirigió a darse una ducha para acabar de despertarse, fuera sólo se escuchaba el sonido de la lluvia. Abrió el grifo, y mientras esperaba, se fue desnudando poco a poco, observándose en el espejo.

Se observo en el espejo de arriba abajo, empezando por su largo pelo rubio, sus pechos pequeños pero firmes, su cadera ancha y su más que desarrollado trasero. Estaba a gusto con su cuerpo y orgullosa de su culo, se puso de lado para observarlo con una sonrisa pícara. Cuando estuvo dentro de la ducha y el agua caliente empezó a relajar sus músculos, le vino a la mente Víctor, lo relajada que estuvo con él en su casa y todo lo que la hizo gozar la noche del jueves.

Víctor no es el tipo de chico en el que se fijaría Sandra, pero había algo en su forma de hablar. La manera en la que la hacía sentir… Era irresistible. Se preguntó si sería la forma tan detallada y precisa en la que parecía conocerla. O quizá fuera el tamaño de su entrepierna, algo que no se le iba de la cabeza. De repente se descubrió así misma sonriendo, pensando en el tamaño de Víctor. Era notablemente más grande que todos los hombres con los que había estado.

Una vez salió de la ducha, se vistió y se secó el pelo con prisa. Se le estaba echando la hora encima. Cogió su maletín, el paraguas y se dispuso a empezar otro día más en la oficina.

Una vez que llego a los ascensores, se observó en el espejo. Había corrido para llegar a tiempo, y el paraguas no la había protegido de la lluvia todo lo que debiera. Estaba mojada y acalorada como si acabara echar un polvazo salvaje. Se repasó un poco el maquillaje alrededor de los ojos, ya tenía las mejillas coloradas. Era atractiva, lo sabia y le gustaba sentirse observada por los hombres de la oficina, sobre todo Víctor. No hacía ni dos meses que estaba en la oficina y aun así habían cogido mucha confianza. Y más a partir de que él la invitara a su casa a tomar algo… La cita había acabado en la cama. Dejémoslo en que fue todo un descubrimiento…

Salió del ascensor con el paraguas todavía mojado colgando de su muñeca, se dirigió a su mesa, se quitó el abrigo y se desembarazó de todos los bártulos que llevaba. Se sentó delante de la pantalla de su ordenador. Se sentaba enfrente de Víctor, y sólo le bastaba con mover la cabeza para encontrarse con su mirada. Eso la hacía sentir nerviosa: No quería mirar, bueno, mejor dicho, no quería que la pillase mirándole.

Recordaba aquella larga noche, cómo la cita había ido subiendo de intensidad, poco a poco. Al principio como si hablara con una amiga sobre lo que le gustaba hacer en la cama, casi de manera inocente. Hasta que él puso su mirada de cazador. Sólo rememorarla fue suficiente para ruborizarla aún más. Comenzó a sentirse húmeda, no sólo por el sudor y la lluvia. Sus ojos decían que él sabía cómo hacerla gozar, retorcerse de placer, que tenía los recursos de sobra para hacerlo y debía ser ella la que le convenciese a él. Fue algo que la sacó de sus casillas en aquel momento, pero acabó sometiéndose a su magnetismo.

Ensimismada en sus pensamientos no se dio cuenta que el ordenador ya estaba encendido y esperando que iniciara sesión en la web del trabajo. Una voz grave le habló desde más allá de su monitor:

-Espabila Sandrita, mona. Tráeme un café, y cógete otro para ti, que lo necesitas. – Dijo Víctor lanzándole un beso justo antes de sentarse en su silla.

Cuando se quiso dar cuenta ya estaba de camino hacia la máquina de los cafés. Pero no a la de su planta, sino la de abajo, que tenía el café que a él le gustaba. Se enfadó consigo misma por ser tan servicial. No sabía porque le obedecía en cada una de sus órdenes, pero era algo que no podía resistir. Él ordenaba, ella obedecía. En algún recoveco de su mente quería “sumar puntos” para que él la correspondiera ofreciéndole otra noche como aquella… Se estaba comenzando a obsesionar con él, con la dureza de su falo. Y su tamaño. “Es que cómo folla el cabrón, parece un puto ariete” miró hacia todos lados, no sabía si lo había pensado o dicho en voz alta. Ese pensamiento tan chabacano no era propio de ella, mucho menos de la imagen que proyectaba en la oficina: Ella era la chica mona. desvalida e inocente por la que sus compañeros competían por ayudar. Deseando que nadie la hubiera oído, volvió a su planta para llevar los cafés. Lo dejó en su mesa:

-Aquí tienes, capullo. -Le sacó la lengua con gesto infantil.

-Una gran parte de mí sí lo es. Y lo sabes. – Sonrió sin mirarla.

A media mañana decidió ir al baño a despejarse. Mientras recorría el pasillo, empezó a pensar en las cosas que tenía que hacer una vez fuese libre. Iba tan centrada en sus pensamientos, que chocó con alguien en el pasillo. Al girarse, muerta de vergüenza, vio esa mirada y se acaloró al instante. Percibió su colonia, toques de canela y vainilla. Recordó haberla olido mientras penetraba en ella, llenándola; mezclada con olor a almizcle del sexo. Cayó en la cuenta. Recordaba que era el sabor de su glande, del poco líquido preseminal que ella fue capaz de robarle contra su voluntad durante la interminable felación. Una idea descabellada le pasó por la cabeza…

-Oye Capullito, ¿Qué colonia usas?

-No uso ninguna, huelo así de bien siempre. – Continuó su camino sin aminorar su paso. Sin perder en ningún momento su media sonrisa.

¿Podía ser que fuera ese su olor y sabor natural? Había oído la expresión “Le sabe el pito a canela” pero aquello era ridículo… Se sorprendió divagando sobre aquello en medio del pasillo, atrayendo miradas de compañeros que iban y venían.

Al llegar a casa, Sandra comprobó el buzón vacío, subió las escaleras hasta su puerta y se encontró a su compañera de piso tumbada en el sofá, viendo algo en la tale. Se dirigió a la cocina abrió la nevera y sacó un refresco. Llevaba todo el día ensimismada con su imaginación disparada. Puso a calentar la comida mientas hablaba con Víctor por WhatsApp. La conversación pronto empezó a subir de tono. Empezó con pequeños insultos cariñosos, él la llamaba mona acompañado del Emoji de mono, ella le llamaba Capullito, intentándose meter con su pequeño tamaño corporal. Ella podía imaginársele sonriendo. Habiendo roto el hielo, ella quiso satisfacer su curiosidad:

  • ¿Y has estado con muchas mujeres o soy la única?

  • ¿Qué clase de pregunta es esa para una dama? ¿Dónde están sus modales, señorita? jajaja

Había esquivado la pregunta, ahora ella debía venderle la idea que ella era una “señorita de bien”. Cosa harta difícil sabiendo la forma en la que había gritado mientras él la llenaba con su gran herramienta… Está claro que es arrogante. A pesar de no estar fuerte, ni ser grande o voluminoso, sí se le marcaban los músculos. Era de cuerpo pequeño, de ahí el mote capullito, pero lejos de que le molestara, él lo llevaba con orgullo. Su baja estatura hacía su polla aún más grande en proporción a su cuerpo. No sabía explicar qué le gustaba de él, pero le volvía loca el aura de seguridad, quizá relacionado con sus atributos masculinos.

Cuando acabo de comer, fue a su habitación, cerró la puerta para tener intimidad, se tumbó en la cama. Estuvo un rato con el teléfono, miró donde se había puesto Víctor aquella noche, de pie mirando su propio móvil. Había estado balanceando su pelvis de lado a lado, jugando con su polla fláccida como si fuera un péndulo. Recordaba el sonido que hacía al chocar con la parte interior de su muslo para volver a hacer el recorrido de vuelta hacia la otra pierna. Él la miró, su cara iluminada por la luz azul de la pantalla: “Sé lo que piensas: te gusta mi polla” decía con los ojos. La punta de su glande aún brillaba húmeda de la saliva de ella, fue todo un reto chupársela pues al final tenía la mandíbula y los carrillos doloridos. Él no se había corrido, al menos en el sentido habitual del término, practicaba sexo tántrico y era capaz de tener orgasmos sin eyacular. Sandra no sabía qué le parecía. Por un lado, había disfrutado toda la noche de un sexo espectacular, pero por otro estaba dolorida por las piernas apenas la tenían, la boca casi desencajada y su pequeño coñito estaba dilatado y enrojecido. Se descubrió a sí misma jugando debajo de su pantalón, dándose placer recordando toda la escena, su pequeña “gominola del amor” estaba hinchada y húmeda. Recorrió sus bajos buscando el placer de aquella noche, pero no consiguió emularlo. “Que cabrón, qué bien folla’’ de repente de le entraron ganas de ver a Víctor otra vez y abrió la conversación con él.

  • Ey Capullito, qué haces?

  • Pues pensaba en ti con ambas manos, ya sabes 😉 … Vente

La contestación creo en Sandra una avalancha de sentimientos, le gustaba ese descaro y esa libertad que tiene para hablar de sexo y de su enorme polla. Pero también hizo que se sintiera minusvalorada por la rotundidad del mensaje y el poco tacto con el que se lo había dicho.

-Ya eres mayorcito para ocuparte tu solo de tu polla ¿no?

  • Si claro, pero un par de manos más nunca vienen mal (ubicación recibida)

“Pero de que va este tío”, pensó Sandra. Ese descaro de mandarle la ubicación de su casa, cuando ella la sabia de sobra… Esa invitación tan poco sutil fue lo que hizo que Sandra se quedase en casa. Quería ir pero no podía dar a entender que estaba a su merced. No jugaría con ella como lo hace con las demás.

  • Qué flipado, Capullito. Eres un chico grandecito, seguro que solito te apañas :P . O mejor puedes llamar a alguna de tus amiguitas.

  • Tienes toda la razón! Hablamos mañana, Sandrita mona (Emoji mono)

Y con esto acabó la conversación. Sandra se dijo que era un farol, seguro que acababa pajeándose con cualquier vídeo… Pero le surgieron celos de aquella chica a la que él iba a llamar “Qué poco amor propio, acabar siendo la putita del capullo este”. Decidió apartarse del móvil y se puso a ver algo en su portátil. Cuando se quiso dar cuanta ya se había hecho tarde y había conseguido olvidarse de Víctor durante un rato.

Fue a la cocina a preparase algo de cenar y se dirigió al salón para hablar con Sofia, su compañera de piso, una chica francesa, que había venido de intercambio, pero había decidido quedarse.

Sofia era bajita, pelirroja, de tez muy pálida y con un reguero de pecas por la cara que la hacía parecer mucho más joven de lo que era. Sandra no podía evitar compararse con ella y sobre todo en los pechos. Envidiaba esos pechos, tan voluminosos, mucho más grandes que los suyos. Además, solía ir sin sujetador por la casa… Pero su autoestima subía cuando comparaba su culo, pues era el punto fuerte de Sandra. “Mis sentadillas me ha costado”. Todos los chicos con los que había estado lo habían comentado, salvo Víctor que sólo lo azotó y mordió. Sofía la miró extrañada, se lo estaba tocando, rememorando el dolor del mordisco de él.

Empezaron a contarse el día, mientras de fondo la tele estaba encendida, solo para hacer ruido. Sandra decidió mantener en secreto a Víctor, ya que había sido un gilipollas. Pero Sofía sospechaba que no lo contaba todo. Intuición femenina.

Una vez que acabaron de cenar: platos, cubiertos y vasos se amontonaron en el fregadero. Ambas estaban en la mesa de la cocina hablando de sus planes de futuro, mientras la habitación se llenaba del humo denso de los cigarros. Sofia le dijo la fecha en la que se volvía a Francia, para estar con su familia por las fiestas. Sandra pensó en el tiempo que iba a tener la casa para ella sola, lo agradecería, aunque echaría de menos a Sofia.

Una vez que la conversación y los cigarros se consumieron, Sandra decidió irse a dormir. se puso el pijama y se metió en la cama. Desbloqueó el móvil y miró distraída las publicaciones de sus familiares y amigos hasta que cayó rendida.

Al día siguiente, al llegar al trabajo coincidió con Víctor en el ascensor.

  • Ayer me partiste el corazón al no venir a mi casa, estoy desolado.

  • Sabía que te las apañarías bien tú solito.

  • Si acabo unos asuntos pronto te puedes pasar después del trabajo y hablamos un rato.

Sandra sabía en que se convertiría ese “hablamos un rato”, por lo que aceptó. Le apetecía hablar un rato con Víctor, quizás indagar sobre qué hizo anoche. Cuando se separaron para ir cada uno a sus puestos, Sandra se enfadó consigo misma al darse cuenta de la forma que tenía Víctor de dejarla sin argumentos. Al final hacía lo que él quería. Parecía convertirse en una niña de instituto cuando Víctor estaba cerca.

Así que Sandra tuvo otro motivo para estar todo el día distraída, pensando en él y en sus atributos, en el vestido que se pondría para ir a casa de Víctor y en como acabaría la charla.