Víctima de un pervertido (y4)
Incesto forzado. Culmina la corrupción.
Patricia abrazaba a su hermano, temblorosa, con la mirada perdida; su rubia melena se deslizaba por sus hombros y sus ojos, de un azul intenso y transparente parecían divagar el infinito. A Helena le dio la sensación de que estaba protegiendo a ambos, y sin embargo, revivió la última amenaza de Hassan. ¿Qué estaba haciendo?, ¿prostituía a dos jóvenes inocentes cuya consanguinidad convertía todo aquello en un drama familiar e incestuoso, a la par de incurrir en el delito de pedofilia, o se negaba a secundar a aquel monstruo profanando sus más férreas creencias?
Observo Héctor, el roce de los incipientes pechos de su hermana acariciando su espalda le había excitado de nuevo, su pene erecto delataba su estado y le sumía en una ardua inseguridad, intentando vanamente ocultar aquella erección delatora con los brazos. Helena lo miró fijamente y asió sus muñecas con dulzura para retirar sus brazos hacía atrás. Ahora las manos de su hermana reposaban en su vientre a escasos centímetros de su pene y Helena condujo hasta él el brazo de la chica que cuyo roce hizo estremecer a ambos para deleite de un expectante Hassan. Muy lentamente hizo que los dedos de Patricia rodearan el falo del chico y, mano sobre mano, inicio un acompasado vaivén. Más allá de cualquier repulsa el joven pareció entrar en éxtasis y Patricia sintió una extraña desazón, pero no hizo nada por frenar aquello. Helena retiró su mano y se separó de ellos expectante y la chica volteó su torso para situarse frente a el sin cesar aquella sutil masturbación. Jamás había visto un pene y su mirada denotaba curiosidad, era como si aquello consiguiese evadirla de la cruda realidad, aislarla de algún modo. Aceleró la cadencia mientras pasaba su otro brazo sobre el hombro de su hermano y acercó su pómulo al de el hasta rozarlo. Helena observó como sus inexistentes pezones se transformaban por momentos pasando de una pigmentación rosada a pequeñas y punzantes aureolas oscuras. Héctor también percibió aquello y poso su mano sobre uno de ellos para acariciarlo dulcemente mientras besaba los labios de su estremecida hermana. Helena se situó tras Patricia y abrazó su espalda para deslizar su brazo por el vientre y acariciar el púber sexo de la chica y está dejo que lo hiciera sin oposición alguna.
Ahora ambos hermanos se fundían en un beso pueril, sus labios se rozaban sin entreabrirse y sus gestos eran torpes, Héctor buscó la mirada de Helena acechando su aquiescencia y está abrazo a Patricia por los hombros desde atrás. Héctor observaba a su hermana expectante frente a ella y a sugerencia de Helena lamió tenuemente uno de sus pezones mientras dirigía su brazo a su entrepierna. Sintió el suave tacto de la piel del sexo de su hermana y con gesto tembloroso entreabrió sus labios vaginales con los dedos hasta percibir como una bolsita de piel rosada se deslizaba entre ellos. El himen de Patricia despertó en el chico una curiosidad morbosa y se afanó en tantearlo con dulzura mientras ella contorneaba su cintura y cerraba los ojos apoyando su nuca en el hombro desnudo de Helena. Por primera vez sintió como una descarga de desconocido placer arrebataba sus sentidos y pareció abandonarse a aquella situación. Héctor deslizo su cabeza entre las piernas de la chica y lamió su himen provocando que este adquiriese una tersura que le subyugó por completo. Su pene estaba enhiesto y Helena condujo la mano de Patricia a él asiendo su muñeca. Cuando lo hubo hecho se separó de ellos y Hassan le ordenó que se sentara junto a él.
Sólo unos minutos después ambos hermanos copulaban con inusitada pasión ante ellos sin el mínimo rubor. Héctor penetró a su hermana y la ruptura de su himen provoco en ella una punzada de dolor que se atenúo en un instante para dar paso a jadeos entrecortados que evidenciaban su placer.
Hassan había ordenado a Helena que le masturbase mientras visionaba aquella escena y ella se había entregado a ello con evidente repugnancia, pero la escena le excitaba sobremanera y su desidia se trunco en aceptación, deseaba que Hassan la penetrase, que la hiciese suya, y observó a este con mirada rogativa. Ya no afloraban las lágrimas por sus pómulos y sus facciones habían adquirido un deje obsceno. Casi involuntariamente, como si aquello no se lo ordenara su cerebro dirigió su rostro al de Hassan para besarle en los labios con la máxima sociedad y aceleró la cadencia de aquella masturbación hasta que el hombre eyaculó profusa e inevitablemente.
—Si dejas marchar a los niños dejaré que hagas conmigo lo que quieras.
Hassan la observó perplejo. Tenía la mirada ofuscada por el placer.
—Quiero profanar tu ano…—Vaciló indeciso —quiero…
La mirada de Helena era inquietante y sopeso aquellas palabras con cautela
—Harás conmigo lo quieras…
Hassan pareció consternado pero aquella perspectiva le excitaba como jamás le había ocurrido. Ordenó a todos que se fueran y sólo unos segundos después ambos estaban desnudos frente a frente. Helena condujo a Hassan hasta la cama en la que sólo hacía un instante retozaban de placer dos hermanos despechados y adoptó la posición canina para separar sus glúteos y dejar a la vista de Hassan el pequeño círculo que coronaba su ano.
—No me hagas daño.
—No lo haré, haré que sientas un placer desconocido.
Su tono sonaba a depravación y lujuria y sin embargo Helena le creyó. Muy dentro de sí deseaba aquello. Hassan introdujo su cara entre los glúteos de Helena y lamió su ano a fin de lubricarlo, introdujo su lengua en su esfínter con asombrosa profusión y Helena sintió como una oleada de placer inundaba sus mermados sentidos. Cuando la penetró le produjo un dolor insoportable y sus facciones se contrajeron, pero la maestría de Hassan hizo que tras varias embestidas, sutiles al principio y casi salvajes, unos segundos después, le produjeran un placer desconocido hasta entonces muy distinto del que obtenía con la copulación vaginal. Su rostro compungido rezumaba gotas de sudor. Hassan sobaba sus pechos con contenida violencia retorciendo sus pezones hasta hacer que sus aureolas enrojeciesen irritadas, pellizcaba sus pezones haciéndola gritar y sin embargo, gemía excitada como una perra en celo. A Helena le pareció increíble que aquel hombre pudiese arrancar sus mas obscenos instintos, pero lo estaba haciendo y sentía la necesidad de ser su esclava, de obedecer ciegamente sus deseos, por muy obscenos e irracionales que fueran. Sintió como aquel falo erecto inundaba su esfínter por completo entre gemidos de incontenible placer y notó como su sexo rezumaba en una persistente y placentera humedad que la inundaba. Entonces supo que estaba a su merced para siempre jamás.