Víctima de un depravado (1)
Hassan había atraído a Helena a su pequeño país amenazándola con ejecutar a su padre, preso en las mazmorras del palacio hacía más de un mes.
Cuando llamaron a su puerta autorizó el paso a sus lujosas dependencias y un hombre uniformado condujo a Helena frente a él para salir de la estancia después. Aquél era un momento esperado y Hassan pensaba deleitarse al máximo.
Ocupaba el centro de una cama inmensa con dosel y le flanqueaban dos mujeres muy jóvenes con marcados rasgos orientales. Los tres parecían desnudos bajo la ligera sábana de seda con el escudo de su linaje bordado en ella. Helena quedó inmóvil frente a ellos y un temblor espinal le sacudió todo el cuerpo, se preguntó si sería capaz de aguantar de pie un sólo minuto más, vestía una holgada americana y aun así sentía que un sudor frío atizaba su cuerpo. Hassan incorporó medio torso mostrando su pecho desnudo y le habló en inglés.
—Vaya querida, te he visto en más inspirados momentos, estás horrible.
Helena se retiró el pelo de la frente sin dejar de temblar y permaneció en silencio, observándolo fijamente pero sin poder encubrir cierto terror en su mirada.
— ¿Sabes? próximamente me erigiré emperador de Shandar ¿qué te parece?
Lo miró fijamente e hizo acopio de valor.
—Deja que mi padre y yo nos marchemos Hassan, no interferiremos en tus planes— su voz era trémula.
—Querida, querida, querida…— adoptó una expresión frívola — ¿eso deseas?, verás yo tengo otros planes para ti.
— ¿Qué quieres?— pronunció aquello con la máxima desidia.
— ¡Vaya! parece que entramos en razón, ¿sabes?, tu vida y la de tu padre está en mis manos, quiero oír de tu boca que harás todo aquello que te ordene.
—Escucha Hassan— su voz emitía cierto temblor que le obligaba a espaciar las palabras, —yo tengo mi vida y tú la tuya, dejémoslo así, te lo ruego.
— ¿Recuerdas lo altiva que te mostraste cuándo te dije que algún día serías mía? Repítelo.
Bajó la mirada y repitió aquella frase. Fue casi un susurro —antes muerta.
—No es por tu vida por la que tienes que temer ahora, sino por la de tu padre. Podría ordenar que lo mataran ahora mismo y a ti entregarte como carnaza a mis soldados, ¿sabes lo que les puede estimular una monjil occidental?
A Helena le faltó el aire unos instantes y creyó que se derrumbaba, Hassan levantó la voz.
—Di que harás cuánto desee.
Vaciló.
—Haré…— su voz delataba nerviosismo y entrecortaba las frases —haré lo que me pidas, pero libera a mi padre.
—Vaya, la princesita pone condiciones— se dirigió a sus acompañantes en indonesio, ¿qué os parece?
Las dos mujeres dibujaron una sonrisa trémula en sus labios, a pesar de no entender nada de aquella conversación.
— ¿Serías capaz de convencerme?
Helena repitió aquella frase, —haré lo que me pidas.
—Bien, eso es mucho más razonable, ahora dime querida ¿has estado alguna vez con otra mujer?
Helena pareció azorada y Hassan levantó la voz de nuevo.
—Responde
La tensión hacía incomprensibles sus palabras
—No.
—Que pérdida de tiempo, ¿te gustaría?
—No.
Hassan agitó el brazo desplazando la sábana y la arrojó al suelo mostrando la más impúdica desnudez de los cuerpos de los tres. Estaba excitado.
—Dime querida, ¿cuál de estos cuerpos te parece más atractivo?, sin contar el mío naturalmente
Helena ocultó su rostro con las manos.
—Eres un maldito enfermo Hassan.
El futuro sultán se levantó y fue hacia ella sin que su propia desnudez le causara el mínimo pudor y le abofeteó el rostro.
— ¡Maldita hipócrita!, te he preguntado cuál de las dos te gusta más, ¿no me has oído?
Hassan la asió por muñeca retorciéndosela en la espalda y Helena se cubrió el rostro con el antebrazo izquierdo.
— ¿Quieres que tu padre viva un día más?
Gritaba y parecía fuera de sí. Helena tragó saliva, le dolía el brazo y le temblaban las piernas, tenía gran dificultad en articular las palabras, pero pensó en su padre.
—Aquella—, señaló a una de las jóvenes y, de nuevo, dos lágrimas surcaron por sus pómulos. Ignoraba si lo que más le humillaba de todo aquello era la propia situación o que él la viera llorar. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano libre y Hassan la soltó volviendo a la cama para dirigirse a la joven en su idioma.
—Bueno Baasima, creo que a la “princesita” le gustas más tú, ¿qué te parece?
La joven evocó una sonrisa forzada y él la besó lascivamente en los labios. Helena intentaba mirar hacia otro lado y sintió nauseas.
—Deberías ir hasta ella y explicarle lo que sientes, como has hecho con tu hermana hace un momento.
Helena sintió una arcada y se acurrucó sobre sí misma abrazando sus rodillas con los brazos. Se había agazapado en una esquina haciendo un ovillo con su cuerpo y sentía verdadero terror. Hassan se dirigió de nuevo a ella.
—Levántate— hubo un silencio —levántate— elevó la voz más de lo que lo había hecho hasta ahora, —quiero que te laves, que te pongas atractiva para mí y que vuelvas de inmediato, tienes un minuto.
Entró en el baño con paso oscilante y allí se frotó la cara con agua helada; eso devolvió parcialmente la pigmentación a su rostro. Por un instante se sintió aliviada, pero sólo fue una sensación esporádica que se diluyó de inmediato, observó la lujosa sala de aseo y peinó su cabello con gesto nervioso, mientras lo hacía entre gestos temblorosos, percibió la voz de Hassan reclamando su presencia y otro escalofrío recorrió su espina dorsal, la joven oriental aguardaba de pie en la más absoluta desnudez. Se situó frente a la cama y Baasima se acercó a ella. Sus pechos eran pequeños y firmes y parecía asustada, la abrazó sutilmente y le susurró al oído de forma que fuera imperceptible para Hassan.
—Haga lo que le diga señorita, está loco— le habló en su idioma natal.
Helena permanecía erguida, con los brazos inertes cayendo por sus caderas, incapaz de responder a estímulo alguno. Hassan intervino desde la lejanía.
—No lo estás haciendo muy bien, creo que tu padre no verá amanecer.
Para ella fue una punzada de dolor que le atravesó el alma, Baasima insistía inútilmente en provocar cierta reacción en aquel trozo de hielo, acariciaba sus pechos sobre la tela y asía sus glúteos, mientras la besaba en el cuello, pero Helena era incapaz de reaccionar aun proponiéndoselo, Hassan se dirigió a Baasima y le habló en su idioma.
—Pequeña, pareces incapaz de despertar el mínimo interés en mi invitada, creo que ya no me sirves ¿sabes lo que hago con las prostitutas frígidas?
Baasima le susurró de nuevo en el oído.
—Por favor haga algo o me matará.
Helena se giró hacía el hombre.
—Escúchame Hassan, haré lo que me pides, pero has de jurarme que no me pondrás la mano encima, que no te acercarás a mí y que respetarás la vida de mi padre, si lo haces — vaciló— me verás amar a esa chica—. Se sorprendió así misma por aquel ataque de valor inesperado.
—Está bien, si me satisfaces, te irás de esta habitación sin que te toque y no acabaré con nadie, pero me tienes que jurar que la noche de mi proclamación serás mía, si accedes concederé la libertad a tu padre y os dejaré marchar— Hassan era víctima de su propia excitación. —Ahora adelante princesa, muéstranos lo que eres capaz de hacer con una mujer hermosa.
Helena intentó un último quiebro que le evitase aquella situación.
—Si te lo juro, ¿por qué quieres verme con esta chica ahora?
Hassan sonrió.
—Buen intento querida, se trata de tu propia humillación, el precio que tienes que pagar por salvar la vida de tu padre.
Continuará.