Vicky y el fin de mi fimosis

Soy Ángel y os quiero contar el primer "encuentro" que tuve con mi compañera de piso Vicky después de un momento... digamos que algo delicado...

Mi nombre es Ángel, según dicen soy bastante delgado (a mí no me lo parece...), tengo una barbita bien cuidada y nada de vello por el cuerpo. A mis 19 años me he independizado y me he venido a vivir a Madrid para estudiar Comunicación Audiovisual. Comparto piso con dos personas: Luis, gay y con pareja, y Victoria, Vicky para los amigos. Ella está terminando de estudiar Enfermería (es unos 3 o 4 años mayor que yo) y es una tía de puta madre. Una morena de escándalo, su pelo fue lo que más me gustó cuando la vi por primera vez; con unos pechos tremendos (debe gastar una 100 por lo menos). El caso es que desde el principio congeniamos muy bien e hicimos muy buena amistad. Tanto que fue gracias a ella que me decidí a operarme de fimosis. Durante las semanas que estuve recuperándome de la operación ella me ayudó a cuidar y limpiar. Me tomó como su "conejillo de Indias" me decía. Fue difícil y doloroso el intentar no ponerme cachondo teniendo una jaca como ella trasteándome los bajos...

En fin, la historia que os quiero contar coincide con la vuelta de la última revisión después de la circuncisión. El doctor me había recomendado volver a las prácticas sexuales (como si fuera tan fácil...) y me aconsejó que comenzara masturbándome. Pues con todo mi calentón acumulado volví a casa dispuesto a cascármela como un mono. Al pasar por el cuarto de Vicky vi que la puerta no estaba bien cerrada y desde dentro se escuchaba un sonido raro para mí. No sabía muy bien cómo definirlo hasta  que la vista se me fue directamente al reflejo del espejo frente a la cama de mi compañera: era ella tal y como su madre la trajo al mundo. Con su mano izquierda se masajeaba uno de sus voluminosos pechos, mientras que con la derecha se daba placer con un consolador rosa (¡era eso lo que sonaba!). Estaba tumbada y totalmente abierta de piernas, los ojos cerrados y una expresión de puro placer en su cara. Mentiría como un bellaco si dijera que no me puse cachondo (sí, más) al ver aquella imagen. Con material suficiente para la primera paja del día me dirigí a mi cuarto, pero debí hacer más ruido del que esperaba hacer...

  • ¿Ángel? – preguntó – ¡Coño, niño, ven cantando o algo!

  • Sí, Vicky, ya estoy por aquí – contesté temblándome la voz y metiéndome en mi cuarto con la puerta bien cerrada.

No tardó ni medio minuto en tocar a mi puerta y entrar sin que me diera tiempo a contestar. No le había dado tiempo a vestirse mucho y vino con la larga camiseta blanca de letras verdes que usa para dormir. Sus pezones erectos debajo de la camiseta era casi lo único que podía mirar.

  • Bueno, ¿qué te han dicho? – me dijo.

  • Pues nada – contesté nervioso, sabía que me había pillado – que está todo muy bien y que empiece a hacer vida normal...

  • Anda, déjame ver cómo ha quedado – dijo sonriendo de oreja a oreja.

No pude negarme ni decir media palabra cuando ya la tenía enfrente mío desabrochándome el cinturón y el vaquero. Cuando me quise dar cuenta tenía todo lo que llevaba en la parte de abajo por las rodillas. Ella agarró mi polla casi erecta y comenzó a masturbarme lentamente.

  • Vicky, por favor... – le dije

  • Pues ha quedado muy, pero que muy bien – dijo haciendo caso omiso mientras la miraba atentamente y seguía machacándomela.

  • Vicky, para, por favor... – pero era mentira. No quería que parara. El que ella para era lo último que quería en aquel momento.

Ella seguía, gracias al cielo, sin hacerme caso. Dejo de mirarme la polla y pasó a mirarme a los ojos.

  • ¿Se siente distinto o qué?

  • Dios... Vicky... que llevo mucho sin... puffff

No me dejó terminar. Comenzó a darle con más velocidad. Me tenía totalmente controlado y a punto de soltar un chorrazo de campeonato.

  • Vicky, que me corro – dije entre jadeos.

  • Dale – me contestó con un susurro.

Y fue casi instantáneo, el final de su susurro y mi corrida. Mi acumulación de semen le puso perdida la larga camiseta blanca de letras verdes que usa para dormir.

  • Diooooossss – fue lo único que atiné a decir mientras me tiraba a la cama con las piernas temblándome. Fue, ha sido y será la mejor paja de mi vida.

La compañera se quitó la camiseta, quedando como me había imaginado completamente desnuda, y la tiró al suelo diciendo:

  • Primero: esto lo vas a lavar tú. Y segundo: esto solo acaba de empezar.

Se abalanzó sobre mí y comenzamos a besarnos.

Continuará...