Vicky

A veces las personas llevan adelante las relaciones de las formas más inesperadas. Bueno es aprender de lo que cuenta nuestro protagonista en esa tormentosa unión con una extraña mujer.

Lo que narro a continuación son hechos ciertos, expuestos en la forma en que lo recuerdo, ocurrieron hace ya veinte años y mi memoria, mis fantasías y nuevas experiencias pueden influir en pequeñas variaciones no intencionales.

Corría el mes de mayo del año 83, llevaba separado de mi esposa poco más de un mes y mi mundo estaba hecho trizas. Yo, viviendo completamente solo en el apartamento alquilado un año atrás, salía de casa para mi trabajo, me encerraba en la realización de mis labores, de tal manera que no había otro mundo, al salir del trabajo volvía directamente a el apartamento y de inmediato comenzaba a lavar mi ropa, limpiar una parte del mismo, preparar mi cena, comerla viendo las noticias, fregar y recoger los trastos para caer rendido del sueño sin darme un minuto para pensar en absolutamente cualquier cosa.

Yo trabajaba en una empresa de servicios de telecomunicaciones, sólo éramos siete personas, el Gerente General (administrador y vendedor); La secretaria general (archivista y telefonista); el asistente de administración (encargado de la documentación bancaria, legal y contable; atender a los clientes en ausencia del administrador y otras); el ingeniero (en electrónica) encargado de la parte técnica del negocio; los dos instaladores y yo, ostentaba el cargo de Gerente de Cobranzas, no tenía personal a mi cargo por lo que debía encargarme de todo el proceso y documentación correspondiente, además, siendo que al salir a cobrar, me sobraba tiempo y, me desplazaba en una motocicleta; siempre me han fascinado las motos, me apasionan; me encargaba de todas las diligencias propias de un mensajero (con la autoridad y el poder de tomar decisiones propias de un empleado de confianza de alto nivel)

Ocurrió un día que la secretaria notificó que por razones de salud debería ausentarse por uno o dos meses, el Gerente General le ordenó que consiguiese a alguien que la sustituyera por ese tiempo y le enseñase todo lo que fuere relevante para evitar una situación traumática en las operaciones.

Lucy, que así se llamaba la secretaria, contactó a una empresa especializada en suministrar personal temporal y al día siguiente llegó la hermosa dama que, junto a mí, el villano, protagoniza esta historia.

Era una mujer suramericana, su piel era aceitunada y tersa, la piel de una autentica india, su rostro, hermoso, la delataba inmediatamente como descendiente de andinos, su cabello, bien cortado y largo hasta los hombros, pintado cuidadosamente de un color oro como el sol que contrastaba divinamente con lo aceitunado de su piel, no era muy alta, yo diría que 1, 65 m poco más o menos, vestía una chaqueta de color oscuro, creo que era de cuero, una blusa blanca estampada con unas figuras en diversos tonos de rojo, bastante traslúcida, no transparente, una falda bastante corta sin llegar a ser indecorosa que hacía juego con la chaqueta, medias nylon del mismo color de su piel y unos elegantes zapatos de tacón alto.

Comenzando apenas las labores del día, como a eso de las 8:30 a.m. mientras me servía una taza de café, observé que alguien se acercaba a la oficina por el estacionamiento, era una presencia angelical que avanzaba decidida y directamente hacia mí. Al entrar por la puerta me encontró solo en el área de recepción y preguntó por Lucy, inmediatamente la invité a tomar asiento y le pedí que esperara un momento, toqué a la puerta en la oficina de Roberth, el Gerente y avisé a Lucy que una dama la buscaba.

Alrededor de las 10:30 a.m., luego de hacer varias llamadas, ordenar algunos papeles en mi escritorio, llenar un montón de planillas y formas, con diversos fines, planificar mi recorrido de visitas de cobranza y operaciones bancarias, llamé a Francisco, el asistente, para informarle que me encontraba listo para salir, el me informó que debía esperar ya que Roberth se encontraba en una reunión, había dado instrucciones de que no me ausentase sin hablar con él y solicitó no ser interrumpido, más tarde supe que la reunión era con Lucy y Vicky, mi ángel.

Ya cerca de las 12:00 m. me encontraba completamente desesperado, tenía más de una hora perdida, sin nada que hacer para distraerme al menos y mis planes se habían escoñetado.

Se abre la puerta de la oficina de la Gerencia, Lucy sale atravesando la oficina de Francisco, se acerca a su escritorio, y tras pedir permiso, toma el teléfono y comienza a discar, enseguida escucho repiquetear mi teléfono por lo que me levanto a la carrera para ir a toda velocidad desde recepción a mi oficina y descubrir que era Lucy quien me llamaba. Yo me encontraba a 2 ó 3 metros de ella y tuve que correr casi 20 para contestar el teléfono, en fin.

En realidad ella, encerrada en su trajín no se había percatado de mi presencia, me informó que Roberth me esperaba en su oficina, de inmediato.

No más entrar, Roberth y Vicky se pusieron de pie, él hizo las presentaciones de rigor, le pidió a Lucy que la llevase a conocer a todo el personal y que cerrara la puerta al salir, acto seguido sacó un dinero de una de las gavetas de su escritorio y me dijo: - Aquí tienes mil quinientos bolívares (USA $ 300 en aquella época), normalmente yo me encargo de dar la bienvenida a los nuevos empleados pero; hoy lamentablemente, no me es posible, por favor, llévala a comer a un bonito lugar, procura no excederte en los gastos y recuerda que deben estar en sus labores antes de las 3:00 p.m., aprovecha para hablarle un poco de quiénes somos, lo que hacemos, que ella vaya entendiendo de qué se trata el negocio, ahora vete y no me hagas quedar mal.

Yo no podía creerlo, cuando se inventaron esto de la bienvenida ya yo tenía más de año y medio en la empresa, Francisco se había encargado de dar la bienvenida a uno de los instaladores y le dieron 400 bolívares, lo llevó a comer parrilla en un tarantín, se tomaron varias cervezas en otro y no gastaron ni la mitad, me estaban dando a mí esta responsabilidad, con este presupuesto y nada menos que mi deslumbrante invitada.

Durante el almuerzo me enteré que ella se encontraba en Venezuela estudiando otra carrera y un post grado, tenía una licenciatura en su patria y estaba arreglando los documentos para ejercer aquí, su padre era un industrial muy adinerado y bien relacionado en el mundo político de su tierra, así como con otros industriales suramericanos, ella trabajaba ocasionalmente como secretaria para aumentar su presupuesto sin tener que dar explicaciones, tenía carro, compartía un apartamento con una amiga compatriota en una zona residencial exclusiva y recién había cumplido 32 años, sólo 9 añitos más que yo, una pendejada, y la verdad es que para ser tan vieja, estaba verdaderamente buena, tenía unas piernas espectaculares y como quien dice, un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar.

También hablamos un poco de nuestros gustos y aficiones, ella confesó que era la primera vez que se montaba en una moto y que le había encantado, sólo habíamos recorrido dos manzanas desde la empresa al restaurant, uno especializado en comida china que en ese entonces era muy bueno, hoy en día, por cierto, es mucho mejor.

En nuestra charla pude enterarme de que a ella le encantaba ir a la playa, que en su patria solía acampar en compañía de una o varias amigas, que después de comprar su carro, había adquirido lo necesario para hacer camping pero tenía mucho temor de acampar en las playas cercanas a Caracas por los cuentos que había escuchado acerca de ladrones y violadores, inmediatamente me ofrecí a acompañarla cuando quisiese a lo que ella se negó en el acto, - si no sé quién eres-, me dijo, - ¿Cómo puedes pensar que iría a la playa con un hombre a quien no conozco?.

Pasados pocos días, Vicky me pidió la esperara un momento a la hora de la salida, que tenía algo que hablar conmigo, así que, a las 5:00 p.m. llegué a la oficina y la esperé, lo normal era que yo al terminar mis labores me fuera directamente a casa y no regresara hasta el día siguiente, ella salió al patio de estacionamiento y me dijo - Puedes llevarme, hoy no traje mi carro, así hablamos por el camino, ¡Ah!, pero no vayas a correr que ya me he enterado que te la pasas por ahí corriendo en esa moto como un endemoniado.

Naturalmente que acepté, ella subió a la moto y salimos paseando lentamente rumbo a su casa, me abrazaba fuertemente por la cintura por temor a caerse y no cesaba de recordarme que debía ir despacio, que tenía miedo, que nunca había paseado en una motocicleta; y así, rodando, un poco lento para mi gusto, entre risas y sugerencias, al tiempo en que ella me comentaba que había pensado en mi invitación a la playa y que quería conversar al respecto para tomar una decisión, yo me iba creciendo de orgullo y satisfacción, todo el mundo me veía pasar (así lo sentía) en mi moto acompañado de aquella hembra espectacular, poco a poco el rodar lentamente dejó de molestarme mientras iba inflándome de satisfacción imaginando la envidia que causaba, me pavoneaba divinamente, como lo haría cualquier carajito de 23 años en una situación parecida.

En fin, ella me preguntó que si yo era un caballero y que si sabía comportarme como tal, me dijo que si yo le prometía no propasarme con ella, entonces, aceptaba ir a pasar un fin de semana a la playa conmigo.

El sábado siguiente, a las 6:00 a.m. llegué a su casa, tal como acordamos, paré mi moto en el estacionamiento y subí hasta su piso, toqué a la puerta y ¡Zas!, ella abre con un bebé en brazos y me dice, - No sabes cuánto lo siento, anoche vino fulana, una amiga mía, (no recuerdo su nombre), y trajo al bebé, tuvo que viajar urgentemente al interior y me pidió que lo cuidara, espero que no te importe.

Por supuesto que me importaba, no pensaba perderme ese fin de semana por cualquier tontería, así que la convencí de ir a la playa con el niño, poco después de las 7:00 a.m. estábamos rodando en su carro hacia Osma, pequeño pueblo costanero que se encuentra a unos 10 Km. de Los Caracas.

Al llegar, instalamos la carpa a unos 20 m. de la playa, justo delante del carro, preparamos las cosas que traíamos para comer, ella le dio un tetero al nene y nos dispusimos a comer, nuestros bañadores los teníamos puestos desde que salimos, por lo que sólo nos quitamos la ropa y ya nos encontrábamos listos para un fin de semana playero, si esta mujer me había impresionado con sus falditas, sus chaquetas, los diversos pantalones ajustados que había utilizado en los pocos días de conocernos, ahora era necesario utilizar un gato hidráulico para cerrarme la boca al verla en aquel mínimo (para la época) bikini inmaculadamente blanco que contrastaba con el color canela de su piel y resaltaba su escultural figura, aunque yo había prometido comportarme como un buen amigo, casi como un hermano, mantener la distancia y no intentar tocarla o propasarme, y tenía la firme intención de cumplir con mi palabra, nadie tenía por qué saberlo, para cualquiera que nos viera, esa hembra se encontraba aquí conmigo y como si fuera poco, teníamos un bebe, yo en lo personal de vaina si encajaba en las dimensiones de mi propio cuerpo.

El día transcurrió como cualquier día de playa, ora un chapuzón aquí, otro allá, echarse, tomar el sol, zambullirse uno solo, chapotear acompañado, ora con el niño, ora sin él, hasta que comenzó a oscurecer, entonces, encendí la lámpara de gas y una fogata, nos sentamos junto al fuego, compartimos un trago de ron, hablamos de las estrellas y de nosotros hasta que finalmente nos acostamos a dormir, ella en un extremo de la carpa, yo en el otro y el bebé al medio.

Amaneció el domingo, me levanté y fui a buscar café mientras ella y el niño aún dormían, luego de tomar un café negro aguarapao, ordené otros dos, pagué y me dirigí de nuevo a la carpa, la encontré despierta y jugueteando con el niño.

Daba pues así comienzo a nuestro segundo día de playa. Nos preparábamos para ir a zambullirnos cuando ella me informó que tenía un percance y que lamentablemente deberíamos recoger nuestras cosas y marcharnos, cosa que no entendí, así que tras una pequeña conversación, por fin se atrevió a darme a entender que le había llegado el período y además de haber manchado su traje de baño, el único que había traído, tampoco tenía toallas sanitarias; yo la convencí de que usara un bañador unisex que yo tenía y en el cual no se podría notar cualquier mancha, entonces me fui al pueblo a buscar una farmacia, así que nos quedamos.

Nos zambullimos, nadamos, jugamos y nos divertimos hasta que una enorme ola la levantó y arrojó contra una piedra, ella tardaba en salir del agua por lo que yo, bastante angustiado, comencé a buscarla hasta que la encontré atontada siendo arrastrada por el oleaje, la saqué del agua y la llevé a la orilla, un sujeto del pueblo se acercó corriendo y me ayudó a levantarla al tiempo que una muchacha cargaba al bebé, juntos nos dirigimos a nuestra carpa donde la recosté y metí al niño, otra persona del pueblo se me acercó con un frasco lleno de un linimento marrón con un fuerte olor a mentol y me dijo que la frotara de inmediato antes de que se le hinchase el cuerpo como consecuencia de los golpes que se había dado contra las piedras.

Ella se recostó boca abajo dentro de la carpa y me pidió le frotase el linimento por la espalda, al darse cuenta de que los tirantes de la parte superior de su bikini eran un estorbo, me pidió darme vuelta, se lo quitó y volvió a recostarse indicándome que siguiera, poco a poco me indicaba dónde frotar y me pedía lo hiciera más o menos fuerte, yo, viendo su espalda desnuda y frotando aquella crema por todo su cuerpo fui excitándome más y más, ella recogió su cabello mostrándome un cuello perfecto, deliciosamente delineado, ambos comenzamos a excitarnos, era más que evidente, yo, dejé de aplicar el menjurje y me paré con la intención de salir de la carpa, ella me pidió que siguiese dándole el masaje, traté de explicarle que no podía continuar y ella insistía en que continuara, así que metí mis dedos en el pote de linimento, embadurné dos de ellos, lo apliqué sobre su espalda, retorné a aplicarlo nuevamente y antes de darme cuanta me arrojé sobre ella y comencé a besarla lentamente por el cuello, a lamer sus orejas, a mordisquearlas, ella se dio vuelta buscando con sus labios los míos, nos abrazamos y nos besamos con locura por un momento que pareció una eternidad, de repente me pidió que parara diciendo:

  • Esto no puede ser, no debe ser, debemos irnos ya, vámonos.

Yo intenté besarla de nuevo, más ella colocó dulcemente su índice sobre mis labios diciendo:

  • No. No, lo prometiste, además, el niño, está con nosotros y no es correcto, por favor, vámonos.

Nos vestimos y salimos de inmediato para Caracas, el viaje duró poco más de tres horas en las cuales hablamos nada acerca de lo ocurrido, disfrutamos del paisaje, escuchamos la música de la radio, canturreamos una que otra canción, los dos estábamos incómodos, cortados.

Al entrar a la ciudad me pidió buscar un teléfono público, llamó a la madre del bebé y a su casa, volvió al auto y dijo:

  • Ella ya llegó y debemos llevar el niño, por otra parte en mi casa no hay agua, puedo ducharme luego en la tuya para quitarme la sal. - Por supuesto, contesté.

Inmediatamente me dirigí a Cumbres de Curumo, a casa de su amiga a llevar al bebé, luego de las presentaciones de rigor, los comentarios acerca de lo bien que la pasamos, cómo se comportó el niño, que si nos dio problemas, - que no, que no fue ningún problema, que lo pasamos de maravilla con el niño, etc., etc., tomamos rumbo a mi departamento en La Candelaria, durante el camino, perdí la cuenta de las veces que Vicky me recordó mi compromiso de comportarme como un caballero, de no abusar y bla, bla, bla....

De hecho, tanto hablar del tema ya me venía encabronando, pues me ladilla sobremanera sentirme regañado por anticipado, es decir que me reclamen o me hagan sentir culpable de lo que pueda ser que pase, más no pasará si depende de mí que así sea. Yo ya había prometido mantener la distancia y para mí eso era más que suficiente, lo que había pasado en la playa era algo que traté de evitar pero se escapó de mi control y no tenía la más mínima intención de repetirlo, menos aún después de todo aquel largo monólogo acerca de si estaba mal, de que no debió haber ocurrido, de que recordara mi palabra y ..., en fin.

Lo cierto del caso es que llegamos a La Candelaria, aparcamos, subimos al departamento, le indiqué a ella dónde estaba mi habitación y el baño, la dejé sola y me fui al salón, coloqué un disco, me serví un trago y me acosté en la alfombra a escuchar la música y campanear el trago, me encontraba más bien molesto ya que tanto discurso me hacía sentir culpable y yo sabía que no era culpable de nada porque no había pasado nada, cuando la besé en la playa había intentado retirarme y ella había insistido en que siguiera con lo de la crema y el masaje, estando así, medio desnuda, y ahora, ..., ahora, estaba en mi habitación y yo estaba aquí en la sala como un zoquete escuchando música sin hacer nada que faltara a mi palabra y ella estaba dentro de mi cabeza dedicándose a recordarme que debía dejarla en paz.

Por fin salió de la ducha y me dijo que podía pasar al baño, entré, cerré la puerta, ella se había retirado a mi habitación, llené la tina, me sumergí y me hice un tremendo pajaso (me masturbé), me duché, me envolví en una toalla ya que ella se había llevado mi bata de baño y salí hacia mi habitación, me imaginaba que ella debía estar ya en la sala.

Al abrir la puerta de mi habitación la encontré sentada en mi cama, cubierta con mi bata de baño y secando su cabello con una toalla, yo, parado en la puerta, cubierto sólo de la cintura para abajo con otra, no podía ocultar mi erección, ella me vio y la expresión de su rostro fue la cosa más divinamente indescriptible que he visto en mi vida, era una mezcla entre asombro y ansia, apetito, placer, lujuria e ingenuidad, sus ojos parecían saltar fuera de sus órbitas su boca se mantenía abierta en un mudo ¡Oh!, caminé decidido hacia ella al tiempo que dejaba caer la toalla, ella soltaba la que tenía en las manos, la tomé por los cabellos y acerqué mi miembro a su cara, ella lo tomó entre las manos y lo introdujo en su boca, me dio una de las mamadas de güebo más divinas que me han dado en mi vida, lo estrujaba, lo lamía, lo engullía, sus manos subían y bajaban, apretaban mis bolas, acariciaban mi entrepierna, coño, qué mamada tan sabrosa, yo comencé a decirle cualquier clase de cosas, improperios, barbaridades, ella se excitaba más y más, comencé a tocar sus senos, duros como piedras, lisos como el mármol y suaves como la más fina seda.

Cuando sentí que iba a correrme me aparté de ella, me agaché un poco para buscar sus labios con los míos y comencé a besarla apasionadamente, le solté el cinturón a la bata, la abrí, la empujé suavemente para que se recostara en la cama, lamí sus tetas y acaricié su cuchara, tibia y húmeda a más no poder, lamí su vientre, su ombligo, su entrepierna, sus rodillas, sus piernas, besé, lamí y chupé cada uno de aquellos diez hermosos dedos de sus pies y volví a lamer de nuevo hacia arriba, apenas jugueteé un poco con mi lengua entre su vello vaginal y seguí subiendo para mamar cada uno de sus pezones, mis manos no paraban de acariciar aquel cuerpo divino, lo hacía a su antojo, por cualquier parte que estuviera a su alcance, mi lengua no dejó de degustar ni un solo trozo de aquella enorme extensión de suave y deliciosa piel morena, cada parte que pude introducir en mi boca fue ahí introducida y rodeada por mi lengua que la atacaba entonces desde cualquier dirección, por todos los ángulos, mamé sus orejas, ambas, la punta de su nariz, sus labios, todos y cada uno de sus dedos, sus pezones, todo fue deleitado una y otra vez, mientras su cuquita esperaba desesperada recibir la misma atención, pero cada vez que mi boca se aceraba a ella, se limitaba a dar unas pequeñas pinceladas de lengua entre sus pelitos para luego brincar a otra parte que era atendida con esmero y dedicación, al tiempo ella me acariciaba por donde podía, sus manos intentaban permanecer lo más cerca posible de mi miembro, sin embargo me acariciaban cualquier parte del cuerpo que hallaban a su alcance, en dos o tres oportunidades ella logró meterlo en su boca, mas era tanto lo que yo me movía saboreando aquel cuerpo que a duras penas podía besarlo más de un momento, cuando ya mi hambre de piel había sido saciada, cuando ya casi no me quedaba lengua, me acerqué lentamente, jugueteando por su vientre hasta aquel dulce y chorreante coñito, una vez allí, mi lengua bajó la velocidad, mi respiración cambió de ritmo, mis labios se fundieron con sus labios vaginales en un beso apasionado, mi lengua daba lentos y largos derroteros en torno a su endurecido clítoris para luego hurgar en las oscuras profundidades de su intimidad, mis brazos pasaban bajo sus piernas y nalgas para, finalmente asirme a su cintura, mi cabeza danzaba al ritmo de sus caderas y los extremos de mis dedos, como podían acariciaban cada parte de ella que encontraban a su alcance, ella por su parte a ratos tiraba de mis cabellos hacia su cuerpo como intentando introducirme en él, otras me empujaba, procurando que dejara de comerla, a ratos simplemente caían abandonados y sin fuerza entre uno y otro orgasmo, finalmente quedó rendida, inconsciente, totalmente ausente, se había desmayado.

Al darme cuenta, se me pusieron las bolas de corbata, parecía que no respiraba, no se movía, no respondía a mis llamados, estaba completamente apagada, yo, bajaba y subía de la cama, corrí al baño y busqué con desesperación alguna cosa de olor fuerte que la hiciera reaccionar, mientras lo hacía, ella tosió, volví al cuarto y ella, medio atontada me veía con una cara en la que se mezclaban expresiones de aturdimiento y picardía, era divinamente tentadora, me acerqué a ella y le pregunté si se sentía bien, ella por toda respuesta tomó entre sus manos mi pene y comenzó de nuevo a comerlo con frenesí.

Repentinamente lo sacó de su boca y se incorporó, me obligó, asiendo mi verga, a dar una vuelta en redondo y me empujó suavemente contra la cama, de modo que caí en ella y quedé acostado, así comenzó ella a repetir paso a paso, como si hubiese sido una lección, cada uno de mis movimientos, me besó, lamió, mamó y chupó todas y cada una de las partes de mi ser, apenas, una que otra vez sus labios osaron acercarse lo suficiente a mi miembro como para permitirme sentir el calor de su respiración, inmediatamente se alejaban para ir a degustar otra parte de mi ser, tras una eternidad bañada de dulces caricias puso su cabeza entre mis piernas y sus brazos bajo mis nalgas, tomándome por la cintura engulló aquel falo hinchado a punto de hacer explosión y comenzó a saborearlo poco a poco, no sé cuanto tardé en acabar, de hecho tampoco se cuántas veces acabé ya que ella tragaba y seguía lamiendo y chupando, aquello duró hasta que, extenuados, nos rendimos.

De repente desperté y la encontré dormida sobre mí, es decir, su cabeza reposaba sobre mi miembro, parte de ella estaba sobre mi pierna izquierda y la habitación olía a sexo, intenté ver la hora en el despertador de la mesa de noche, las 4:30 a.m., ella se despertó al sentir que me movía, vio mi rostro en el espejo de la peinadora y me dijo.

-¿Qué paso, qué me hiciste..., qué hora es?. - Las cuatro y media, le dije. - Ay tú estás loco, yo tengo que amanecer en mi casa, rápido, debes llevarme a mi casa, estás loco, estás loco, ¿Qué fue lo que me hiciste? y comenzó a llorar.

Honestamente, yo la verdad no entendía un coño, traté de tranquilizarla y consolarla, por un momento pretendí defenderme de aquella pregunta capciosa e incriminante.

-¿Cómo que qué te hice?, mas lo único que conseguí fue que llorara aún más, así que opté por tranquilizarla, decirle que tomara rápidamente una ducha y se arreglara para llevarla a su casa, finalmente tomamos la ducha juntos a la carrera, nos vestimos apresuradamente y salimos velozmente rumbo a su casa, ella guardó el carro mientras yo retiraba mi moto, nos despedimos y salí como alma que lleva el diablo por la autopista, atravesaba la ciudad a toda máquina y ora gritaba un ¡Yupi! que me salía del alma, ora me preguntaba que significaba todo ese llanto y esa pregunta de ¿Qué me hiciste?, para entonces comenzaba a despuntar el sol de la mañana y no tenía ningunas ganas de dormir, así que tomé rumbo a la casa de mi madre, quedaba bastante cerca de mi oficina, donde preparé, silenciosamente, un delicioso desayuno para cuatro, mi mamá, mis hermanos, Damián, número 3 y Donald, el número 5, y un servidor, el número 1. Numero 2, Ronald y número 4, Reinaldo, se encontraban prestando servicio militar en diferentes partes del país.

Llegué a mi trabajo cerca de las 7:30 a.m. y comencé a poner en orden mis papeles, poco antes de las 8:00 a.m. nos encontrábamos todos en la oficina, incluso ella, que por cierto estaba más bella que nunca, nos saludamos como si nada, todos sabían que habíamos pasado el fin de semana juntos, no era ningún secreto, nadie hacía preguntas o comentarios, ni directos ni indirectas picantes, conducta inusual entre nosotros, ella se dedicaba eficientemente a sus labores y nos dirigía la palabra, a todos, sólo lo estrictamente necesario, mas, en el momento en que avisé a Francisco que estaba listo para salir, me dijo, no sin un dejo de sorna y picardía.

  • Coño e` tu madre, la carajita esta, ¡Que está buenota, no!, quiere que hables con ella antes de irte, que necesita que le hagas no sé que cosa, ¡Sinvergüenzón!, te la comiste ¿no?, coño e´madre , callaito que te lo tenías..., riendo quedo, colgué el teléfono.

Tomé mis papeles y los acomodé en mi portafolio, la relación de actividades a realizar, original y copia y, de inmediato, me acerqué a la oficina de Francisco, le entregué la relación, que revisó y firmó, al tiempo que le solicité me diera cincuenta bolívares para mis gastos, me devolvió mi copia y me entregó los reales junto con el vale de caja, me miraba por encima de los lentes con una sonrisa maliciosa cargada de complicidad.

Me fui entonces a su encuentro y le dije:

-¿Tienes algo para mí? - Sí, dijo ella, necesito que hagas en el banco estas diligencias del ingeniero y además, ¿Quería saber si puedes llevarme esta tarde ya que hoy no traje el carro? - Claro, con gusto, paso por ti en lo que termine y a las cinco nos vamos, si quieres podemos ir a alguna parte, nos tomamos algo, no sé, lo que tú quieras... - Bien, a las cinco, bien.

Terminé mis labores temprano, pero pensé, si llego temprano a la oficina creerán que siempre me sobra el tiempo y comenzarán a pedirme que pase por la oficina antes de ir a casa, así que desde las 3:15 p.m. me dediqué a pasear por las colinas que rodean el Valle de Caracas, ya cerca de las cinco, faltaban como veinte minutos, busqué un teléfono público y llamé a la oficina, confirmé que iría a buscarla pero que debería esperar un poco ya que estaba terminando una diligencia y me encontraba muy lejos, realmente me encontraba lejos, pero yo conocía todos los recovecos de la ciudad, el tráfico, conducía una moto, las cuales no conocen el tráfico y yo siempre corría a todo lo que era posible hacerlo, antes de las cinco me detuve en un café, como a cien metros de nuestra oficina y esperé a que fuesen las cinco y cuarto, entonces llegué tocando corneta, sin ninguna intención de aparcar o de entrar a la oficina, entonces la vi salir, en lugar de su elegante ropa, es decir, falda cortita, blusa vaporosa, pañoleta, larga y grande, traslúcida, hacía juego con la blusa, chaqueta de corte elegante, vestía ahora un traje, es decir, una braga de cuero, negra con detalles cromados, botones, adornos y cremallera, una cremallera que propiamente llegaba hasta el cuello de la braga pero que ella mantenía abierta desde el cuello hasta su escote y luego se estiraba hasta la cruz de los pantalones, brillante, larga y brillante, botas altas, también de cuero, con tacón alto y fino, un cintillo ajustado en el cabello, no se que más decir, era la aparición perfecta del sueño más loco de mis sueños hecha carne, ¡Coño, qué bolas!, en este momento lo recuerdo y se me hace agua la boca.

Aquella diosa hecha mujer se acercó decididamente hacia mí, llevaba en su derecha una mochila, también de cuero, que despedía el inconfundible aroma del cuero nuevo, recién salido del taller del talabartero

  • Y bien, ¿A dónde vamos?, ¿Qué quieres hacer? - No lo sé, ¿Qué te provoca, quieres una cerveza, un trago, ir a algún sitio en particular?
  • Donde tú quieras para mí está bien, que sea abierto, ¿Sí? Ok. Súbete, ten cuidado con el escape, no vayas a quemarte - Explícame, ¿Cómo me monto? Bien, pon tu pie derecho aquí, sobre el estribo, primero pon la mochila a tu espalda para que no te incomode, permíteme, ven, date vuelta, eso es pasa un brazo por aquí, eso, así esta bien, ahora, pon tu pie derecho sobre el estribo, agárrate bien, fuerte, así, de mi cintura, ahora pasa tu pierna izquierda por encima, vamos, levántate, como si fueras a montar a caballo, bien, pásala sobre la moto, ok. bien...

Una vez sentada rodeó mi cuerpo con sus brazos y recostó su rostro sobre mi hombro, me dijo al oído,

  • Está bien así, ¿No te molesto, puedes conducir bien así?

Presioné el manillar del cloche y pisé la palanca de cambios, entró la primera con su característico clack, poco a poco fui dando vuelta al puño del acelerador y soltando el cloche, el motor ronroneaba bajo mis piernas mientras que yo, no sé cómo, veía la escena desde afuera, a un lado y me moría de la envidia de ver a ese carajo en tremenda moto con aquella hembrota detrás.

Poco a poco llegué a El León, lugar a cielo abierto frecuentado por gente joven, luego de tres o cuatro cervezas y una charla entretenida sobre puras pendejadas, veo acercarse a Mary, mi esposa, acompañada de un grupo de amigos del club, ¡La torta! pensé para mi interior, pero ellos se sentaron en una mesa, Mary incluída y con señas me saludaron cordialmente, los muchachos también hicieron señas de aprobación, por cierto que Mary los secundó haciendo señales con las manos y expresiones de complicidad, yo no tenía muy claro lo que sentía, una parte de mí se quería reír, otra vanagloriarse y otra salir corriendo, la que ganó, ya que pedí la cuenta y dije:

  • Bueno, vamos a otra parte, ¿Te gustaría..., o prefieres que te lleve a tu casa? - ¿Qué, te molesto, no estás bien conmigo que ya tan temprano me quieres llevar? - Yo no dije que quería llevarte, yo te pregunté si tú querías que te llevase, si no quieres, dices ¡No a mi casa no, quiero ir a....! y vamos a donde te provoque.

Aún hoy en día sigo cayendo en discusiones estúpidas con mujeres que afirman que he dicho lo que no he dicho, sólo que ahora, en cuanto me lo hacen, dejo de verlas. Es que las inscripciones en la escuela de ruso estaban agotadas cuando nací y visto que lo hablo muy mal, en cuanto descubro que no entienden lo que digo, opto por no estorbar, ni permitir que me joroben. En aquel entonces me enfrascaba en largas y agotadoras sesiones de intento de entendimiento y explicaciones que me revolvían la bilis, sólo para descubrir que en lugar de haber aclarado el punto inicial, ahora había muchos más puntos que desenredar, cosa que termina por dejar malos ratos y peor sabor de boca.

Naturalmente, en ese entonces, lo único que yo veía era que ella estaba requetebuena y se la quería pasar conmigo, y pa´ que más. Así que salimos de El León, nos paramos en una frutería que había por Las Mercedes, compramos un sixpack de Cardenal, una cerveza bien buena que ya no existe, y nos pusimos a pasear y tomar.

Cuando abríamos las dos últimas latas, dijo ella,

  • Vamos para tu casa y luego, luego, más tardecito me llevas para la mía.

Puse rumbo a La Candelaria, aumenté la velocidad todo lo que me pareció prudente hacerlo, no fuera a resultar tan evidente que me encontraba poco menos que desesperado por llegar, ella por su parte, comenzó por aflojar mi correa, abrir el cierre de mis pantalones y meter ambas manos dentro de ellos, sorpresa, acababa de descubrir que no llevaba ropa interior, ni contar que luego de estacionar, trancar y amarrar la moto, subir en el ascensor los quince pisos hasta el departamento fue un interminable viaje adobado por besos y manoseos desenfrenados, abrir la puerta resultó una proeza casi imposible, me faltaban manos para sujetar las llaves, ojos para ver donde meterlas y concentración para saber qué hacer con ellas, a duras penas entramos y, tras cerrar la puerta, nos dejamos caer al piso, ahí, en el pasillo de entrada, dimos ambos un festín a nuestras bocas, por segunda vez, aquello fue puro, lamer, besar, chupar, succionar, acariciar, en el pasillo, en la alfombra, en la ducha, en la cama, sólo piel con piel, boca con piel, lengua con piel hasta quedar agotados.

Me desperté recién pasadas las 5:00 a.m., acaricié su cabellera y comenzó de nuevo el mismo show de la noche anterior:

Tú estas loco, mira la hora que es, yo debo estar en mi casa al amanecer, ¿Qué fue lo que me hiciste?, eres un desconsiderado...,

Verga, la verdad que yo por segunda vez me quedé en la luna, no entendí un carajo de lo que estaba pasando. Si una vaina así llegara a pasarme hoy en día, de verdad que me pasaría solo una vez con la misma mujer, con ella me pasó durante toda esa semana, hasta que llegó el sábado.

El sábado nos fuimos de nuevo hacia Osma, mas una vez ahí, decidimos continuar hasta La Sabana, donde aparte de bañarnos, hablar, jugar, uno que otro beso y una que otra mamadita, no ocurrió nada digno de un capítulo especial. Lo arrecho fue el domingo en la noche,

  • Me voy a duchar a tu casa, ¿Te importa?

Cómo que si me importa, es que si no lo hubiera hecho me habría dado un infarto.

  • No, claro, por supuesto, vamos.

Y llegamos a mi casa, la introducción de lo que ocurrió ya la conocen de memoria, la variación tiene lugar cuando ya desesperado, decido que llegó la hora de metérsela, entonces comenzó un forcejeo juguetón entre ambos, ella gemía excitada, pero esquivaba una y otra vez las arremetidas de mi pene, aquella vaina me ponía más y más excitado, nuestros genitales se rozaban uno y otra vez, su sexo brillaba y babeaba, mi miembro se hinchaba y endurecía, aquello era lo máximo, hasta que..., entró, entro en aquel horno empapado y su rostro se contrajo, emitió un gemido salvaje, me tomó por las caderas y haló con fuerza hacia ella, ¡Mierda!, esa vaina no era su orgasmo, eso no era mi orgasmo, era la explosión del todo, gritamos a todo pulmón, quien no supo lo que pasaba era el sordo, gritamos, nos movimos, gemimos, nos doblamos, enderezamos, nos fundimos, derretimos, acabamos, ¡Coooooñoooooooo, qué vaina tan arrecha, coño.!, ¡COÑO!, Me perdonan si les dejo un momento, ahora vuelvo.

¡Verga!, caímos agotados uno junto al otro, nuestra respiración arrítmica y altisonante era lo único que se escuchaba, jadeos, relax, ¡Guao!, de repente, ella se incorpora y comienza a golpearme en el pecho con ambos puños al tiempo que me grita:

  • Bien, lo hiciste, desgraciado, lo hiciste, ¿Qué te parecio?, ¿Gozaste, te gustó?, ¿Te gustó?

Yo como pude esquivé aquel alud de coñazos, sujeté sus brazos y traté de calmarla, al cabo de un instante comenzó a besarme y a agarrar mi miembro entre sus manos, se arrodilló al pie de la cama y lo introdujo en su boca, jugó con él hasta que eyaculé y tan de repente como antes:

Bien, debemos irnos, tienes que llevarme a mi casa, vamos a ducharnos.

Traté de que me explicara lo que había ocurrido, ¿por qué me había golpeado?, nada, sólo cambiaba el tema y nada, jamás me dijo nada de ese momento.

Transcurrieron poco más de dos meses, durante los cuales salíamos a diario y a diario terminábamos en la cama, jamás me aburrió, nunca dejamos de sorprendernos el uno al otro, inventábamos nuevas posiciones, lo hacíamos en cualquier lado, nos besábamos y manoseábamos en público, en la moto, en el carro, en la calle, en las plazas, en los centros comerciales, no sabíamos lo que eran el pudor y el recato, si alguien nos veía y se sentía incómodo, jódase, nosotros la estábamos gozando del carajo.

Entonces hizo su aparición el tema del matrimonio, ella quería que me casara con ella tan pronto como terminara los trámites de mi divorcio, que nos fuéramos a su tierra, que en su patria, su papá me daría la gerencia de alguna empresa y yo podría terminar mis estudios de bachillerato, luego, estudiaría una carrera, cualquiera, la que yo quisiera, su papá entonces me daría el capital para hacer mi propia empresa, sólo que yo no quería casarme y menos aún que me diesen la vida así, en la boquita, servida en bandeja de plata.

Una y otra vez le dije que no tenía en mis planes casarme, al menos por el momento, que sí, que ella me daba mucha nota y no veía por qué no podría ella ser algún día mi esposa, pero no ahora, pero que eso de estudiar por cuenta de papi y gerenciar una empresa por ser su marido, nones, eso no era para mí.

Así se dio inicio a lo que llamaré el tercero y último ciclo, salvo dos días particularmente sobresalientes, aquello fue un período de dos o tres meses durante los cuales los días se sucedían más o menos de la misma forma.

Antes de que salga el sol, corro velos a llevarla a su casa, la dejo y salgo de nuevo a la mía, me baño, me visto, cruzo la ciudad para llegar a mi trabajo, la jornada laboral se desarrolla muy profesionalmente, yo en mi puesto, ella en lo suyo, todo mundo sabe que al atardecer ella y yo saldremos juntos, pero ella siempre llega por su cuenta, con o sin carro y yo siempre llego por mi cuenta, mucho más temprano que ella.

Al atardecer, salimos juntos, bien en la moto, bien en el carro, más tarde pasaremos a recoger lo que sea, vamos a pasear o a un sitio nocturno, conversamos, nos manoseamos, nos besamos, la pasamos de maravilla y ninguno recuerda que hace sólo unas pocas horas discutíamos acaloradamente acerca de casarnos y mis estudios y los negocios de papá, eso era historia, más tarde o más temprano, llegábamos a mi apartamento y nos entregábamos a satisfacer aquella pasión que nos consumía, hacíamos el amor hasta que nuestros cuerpos nos pedían tregua, de ser por ella o por mí, seguiríamos haciéndolo, nos embriagábamos de sexo y sólo queríamos más, eran estas estructuras corpóreas las que se rendían de extenuación.

Dormíamos fundidos en una masa ardiente que abrasaba cualquier cosa varios metros a la redonda, el olor a sexo que salía de mi habitación podía verse desde el balcón como una neblina que circundaba el edificio, podía palparse, cortarse, era un olor con cuerpo y personalidad, un olor que crecía y se nutria día tras día, si no nos duchásemos y no cambiásemos la cama a diario, el olor hubiera aplastado al menos una parte de la ciudad.

Al despertar, tras unas dulces palabras acerca de cómo nos sentíamos y lo bien que lo habíamos pasado, ¡plash! aparecía en recurrente tema del matrimonio, así que de nuevo, discusión, malos ratos, arrecheras, corre, vístete, llévame para mi casa, y así.

Un día, decidí acabar con esta situación, cuando el señor matrimonio hizo su entrada en escena, me levanté de la cama y dije:

  • ¡Mierda, Coño!, hasta cuándo vamos a seguir con esta güebonada, coño, que no chica, es que tú no entiendes, mira vale, mejor dejamos esta vaina hasta aquí y ya, se acabó coño, se acabó, ésta es la última vez que nos vemos, te dejo en tu casa, nos vemos en el trabajo y chao, tú pa tu casa y yo pa la mía.
  • Pero no, todos los días se las arreglaba para ponerme en el compromiso de tener que salir con ella, lo hacía de tal forma que yo sólo encontraba dos salidas, o hacía lo que ella quería o me comportaba como un grosero degenerado, desconsiderado y algunas veces era a riesgo de quedar mal en público, si ya en privado me incomodaba hacer algo que desdijera de mí, bueno, en público mucho menos, así que una vez tras otra ella se salía con la suya.

Un día en particular, ella me pidió que la llevara a su casa al terminar el día laboral, cosa a la que no pude negarme, pasé a recogerla por la oficina bien pasadas las 6:00 p.m. y tan pronto se subió a la moto arranqué a toda máquina para su casa, ella me dijo que deseaba invitarme a tomar una copa, yo me negué y sin pararle bolas a su cháchara llegué a su casa, la dejé y me fui para la mía.

Tenía poco más de veinte minutos de estar en casa cuando sonó el timbre, yo deambulaba siempre desnudo por mi casa y tenía tras la puerta una toalla guindando, la tomé, me envolví en ella y abrí, ahí estaba ella, con unos exquisitos zapatos negros de tacón alto, sus dulces dedos desnudos, apenas cubiertos por dos tiritas mínimas, una chaqueta de cuero negra que llegaba apenas un poco más abajo de sus caderas, el cabello suelto:

  • ¿Qué, no piensas invitarme a pasar?

Palabras que dijo al tiempo que soltaba el grueso cinturón que sujetaba la chaqueta y me permitía ver que se encontraba completamente desnuda, abrí la reja exterior lo más rápido que pude:

  • ¡Coño chica!, pero es que tu estas loca, que bolas tienes, no te das cuenta que los vecinos...,

Ella me llenó la boca de lengua y puso punto final a la discusión en ese momento.

¡Verga! esa noche hicimos el amor mejor que nunca, tiramos como salvajes, ¡coño de la madre!, qué noche tan deliciosa, tan espectacular, todo para venir a dañarla en la madrugada, se acabó la magia en el preciso instante en que entró por la puerta del cuarto el consabido señor matrimonio, continúa el ciclo, me volvió a atrapar.

Esta vaina, saber desde que me levanto lo que me espera en el día, ya me tenía ladillado, sobre todo la partecita esa de la pelea, sabía que invariablemente, sin importar lo bien que la pasáramos terminaríamos peleando por el mismo asunto, no encontraba forma de zafarme.

Un día, rodando hacia la oficina, tras dejarla en su casa, decidí poner punto final a ésta tortura, esa noche cuando salimos, le dije mil barbaridades horribles, cosas que jamás debí haber dicho, fui grosero, fui vulgar, soez, asqueroso, desconsiderado, ofensivo y lo logré, ella entre lagrimas me rogó que la llevara a su casa, mientras íbamos hacia allá, me pidió que le hiciera el amor como despedida, yo me negué, ella lloraba desconsolada y yo, queriendo consolarla y sintiéndome muy mal, hacía el papel de duro, mantenía mi distancia y me esforzaba por no demostrar mi perturbación, era una roca.

Finalmente, al llegar a su casa, mientras movía la moto para meter el carro, me convenció de subir a su apartamento y de hacer el amor, subí, lo hicimos, lo hicimos varias veces y finalmente me duché y me despedí, la dejé desnuda llorando, suplicándome que no me fuera, yo la verdad no sé cómo le hice para ser tan duro, sólo sé que tenía que hacerlo, que si no era así no acabaría nunca.

Así como apareció, desapareció de mi vida, no recuerdo haber vuelto a saber de ella más que una o dos veces de forma casual, sin embargo, hoy en día, desde 1998, está más presente que nunca en mi vida, su recuerdo me asalta una y otra vez.

No recuerdo, ni quiero recordar, todas aquellas cosas que le dije en su carro esa última noche, sólo sé que su recuerdo me asalta una y otra vez, que la recuerdo con cariño, con pasión, con lujuria y con vergüenza, todo en un mismo instante, es ella la persona a la que he tratado con mayor crueldad en toda mi vida y es precisamente la persona que jamás hizo algo que mereciera un trato tan cruel, sólo me deseó cosas buenas, sólo me dio vida, placer, alegría goce, y unos malos ratos que no valen el alto precio que le hice pagar.

Tuve que haber vivido mi vida, hubo de transcurrir más de quince años y unas cuantas toneladas de las más diversas vivencias para que, descubrir sorprendido que eras virgen, resultara una de las cosas más asombrosas de mi vida.

El descubrir por la razón, revisando sólo los recuerdos, el hecho de tu virginidad, me ha enseñado lo necio y ciegos que podemos ser las personas, me ha permitido revisar mi vida, me enseñó a detenerme, a recapitular, a mirar detenidamente, y utilizando todo mi saber de hoy, cada detalle importante de mi pasado, a poner cada cosa en su lugar, a entender por qué mi vida la viví así y no de otra forma, de alguna manera, tu recuerdo me enseñó la importancia de ser humilde, cosa que debo aprender a ser.

Esta narración la pongo aquí, públicamente, con la remota esperanza de que ella lo lea y se reconozca, los hechos son ciertos, los nombres y algunas de las locaciones no, si se diera el caso de que lo lees y te reconoces, entonces quiero que sepas dos cosas, primero que te agradezco que hayas transitado por mi vida, la segunda es que lo lamento, de todo corazón, lo siento. Esa noche no debió haber ocurrido nunca de esa manera.