Viciosa de sexo
Desde mi más tierna juventud supe que sería una adicta al sexo, que mi cuerpo era y será un devorador incansable e insaciable de penes.....
Me mantuve virgen hasta los veinticinco años de edad. No sé si fue por fuerza de voluntad o simplemente por falta de ocasión. En todo caso, mi mente perdió su virginidad mucho antes. Fui la segunda de seis hermanas, pelo negro, piel morena, sangre ardiente, ya a los once años tuve mi primera menstruación. Me sentí entonces toda una mujer, mi cuerpo adquirió una asombrosa sensibilidad a mis caricias, y al cumplir los catorce años, comenzó a desarrollar la que sería su parte más sensible, mis senos, los que al alcanzar su plenitud, a mis dieciocho medían 95 cm y estaban coronados por dos oscuros pezones de más de un cm. Entre los quince y los dieciocho, durante mis noches calientes, acostada desnuda en mi lecho, mis manos descubrieron todos los centros de placer de mi cuerpo, y vigorosos machos creados por mi ardiente imaginación violaron mi cuerpo virgen en cientos de ocasiones. Mis sueños eróticos eran tema de cada noche y el amanecer de la mañana siguiente, me encontraba sin los calzones de mi baby doll y mi sexo totalmente mojado. En cierta ocasión, tal vez influida por la lectura de un capítulo de “Las mil noches y una noche” en el que una mujer es cogida por un mono, soñé que, desnuda, me entregaba a un gorila dotado de un tremendo órgano viril.
En casa se recibía a todos los muchachos con que salíamos. Algunas mañanas, mientras ellos nos aguardaban para salir, mis hermanas y yo, vestidas solo con nuestras batas de levantar transparentes, pasábamos frente al salón donde ellos estaban. Apostábamos a quien realizaba la mayor exhibición. Siempre era yo la ganadora. De hecho sabía que el muchacho que vivía al lado de mi casa, había confeccionado una especie de periscopio, con el cual miraba hacia mi ventana, mientras yo me desnudaba para acostarme con las luces encendidas y las cortinas abiertas. Me excitaba el efecto que mi desnudez causaba en los varones.
Vestía faldas cortas y blusas con escotes que dejaban poco a la imaginación. Durante el trayecto desde mi casa hasta el lugar donde tomaba la movilización para asistir a mi trabajo, los corros de muchachos reunidos para conversar, me llenaban de piropos, algunos de ellos de tono bastante subido, que elevaban no sólo mi ego sino que también mis pezones. En más de una ocasión tuve que evitar agarrones dirigidos a mi trasero o a mis senos. Si bien algunos de estos hechos me causaban molestia, debo reconocer que al hacer un balance al final del día la mayoría de ellos hacía que mi cuerpo se encendiera hasta el punto de desear ser finalmente manoseada.
Tenía veinte años, cuando tuve mi primer novio oficial. Un muchacho dos años mayor que yo, fue el primero que tocó mis senos por encima de mi blusa, palpó mi trasero por encima de mi falda y también el primero que me hizo sentir el tamaño y la dureza de un pene en mi pubis. Todo ello me agradaba y excitaba, pero mi cuerpo pedía algo más. Después de estar con él, mis noches se hacían más largas y más calientes, desnuda me revolcaba en mi cama, me amarraba los pezones hasta hacerme daño, para dormirme con el deseo vivo. Un día en el verano, con el fin de provocarlo, usé un delgado y corto vestido blanco abotonado desde el escote hasta el ruedo de la falda y, para no dejar dudas de mis intenciones no me puse el sostén y solo un muy pequeño calzoncito transparente. Mientras estábamos en casa, sentada frente a él, no dejé de mover mis piernas para mostrarle mi entrepierna apenas cubierta por la delgada tela de mi ropa interior. Debe haberle gustado lo que vió, pues cuando lo fui a despedir a la puerta, me abrazó para besarme y me hizo sentir como nunca su virilidad. No tardó en notar mis senos libres bajo mi vestido, solté los dos botones superiores lo que le permitió cubrir con sus manos ambos senos, su contacto hizo endurecer mis pezones, era la primera vez que ellos eran tocados por manos diferentes a las mías. Mientras me acariciaba, sentía como mi sexo palpitaba y como el interior de mis muslos era bañado por mis jugos vaginales. Su boca se apoderó de mis pezones y sus besos me hicieron llegar al paraíso. Abrí totalmente mi vestido y le pedí que me sacara los calzoncitos que estaban totalmente empapados. El aroma de mi sexo hizo que su pene se endureciera aún más, al abrir su pantalón saltó como impulsado por un resorte. Mi mano se llenó con el e instintivamente comencé a masturbarlo. Afortunadamente, la oscuridad en la puerta de mi casa era total. Mientras chupaba mis senos, sus manos bajaron hasta mi cintura, rodearon mi trasero, sus dedos recorrieron mi rajita, y un dedo penetró mi hoyito trasero. Supe lo delicioso que era ser mamada con un dedo ensartado en el culo. Sentí la necesidad de llegar hasta el final. Le pedí a mi novio que fuese hasta la parte de atrás de mi casa y entrara a mi dormitorio por la ventana que yo le abriría. Arreglé mi vestido y entré a casa dirigiéndome directamente a mi dormitorio, cerré su puerta con llave y abrí la ventana para permitir la entrada de mi novio. Me despojé de mi vestido y le ayudé a desnudarse, todos mis preciados sueños se hicieron realidad, primero chupé su pene, dejé que el lamiera mi sexo y mi rajita, hice todo lo que había leído en libros eróticos, cuando finalmente penetró mi sexo virgen no sentí ningún dolor, tan dilatado y mojado estaba que prácticamente su pene resbaló a mi interior. Lo que sí dolió al comienzo fue cuando penetró mi culito, pero cuando este se adaptó a su pene, tuve que ahogar mis bramidos de placer. Hicimos el amor hasta quedarnos dormidos, cuando desperté mi cuerpo ya estaba listo para continuar. Esa primera vez marcaría mi vida para siempre, como una mujer caliente e insaciable, viciosa del sexo y todo lo relacionado con el.
En los meses que siguieron, tenía sexo a diario con mi novio. Casi siempre lo hacíamos en su casa, donde normalmente estaba solo. Allí podía dar rienda suelta a mis manifestaciones de gozo, en cada encuentro no dejaba de alcanzar cinco o más ruidosos orgasmos. Cada vez mis cuerpo me pedía más sexo, creo que eso acabo por aburrir a mi pareja. Nuestros encuentros sexuales se fueron distanciando. Primero fueron a lo más tres veces a la semana, luego una sola vez a la semana y finalmente un par de veces al mes. Yo suplía la falta de sexo, masturbándome casi a diario. Comencé a vestirme en forma provocativa, para mostrar que estaba disponible para ser abordada pero la mayoría de los que se me acercaban no llenaban mi gusto. Hasta que una noche, mientras bebía un trago en el bar de un hotel, conocí a dos muchachos guatemaltecos, por casi dos horas sostuvimos una agradable conversación, se mostraron asombrados de que una mujer según ellos tan atractiva no tuviese un novio, les contesté que lo tenía pero que últimamente lo veía muy poco. Comentaron que tenía que ser muy tonto para no darse cuenta que corría el riesgo de perderme. En mi interior me dije que ya me había perdido. Me preguntaron si me agradaría cenar con ellos a lo que accedí gustosamente. Me enteré de que eran funcionarios de una organización internacional y que estaban de visita por un par de días. Nuestra conversación se prolongó hasta bien avanzada la noche. Cuando quisimos tomar el bajativo en el bar, encontramos que este ya había cerrado. Me insinuaron beberlo en su habitación, argumenté que no creía que ello fuese correcto. Se disculparon diciéndome que la invitación había sido hecha con mucho respeto. Pensé porque no aceptar si estaba tan agradada. Ya en su suite, abrieron una botella de champagne que les había si ofrecida por la gerencia del hotel. Luego de un par de copas, me sentí totalmente deshinibida de tal forma que cuando me ofrecieron probar un excelente ron de su país, no puse ninguna objeción. Eso sí les mencioné mi preocupación por lo que ellos pensarían de mi por aceptar su invitación a subir a su suite. Me respondieron que pensaban que era una mujer valiente, decidida y de gran personalidad. Sus palabras sumadas a los pícaros grados de alcohol, hicieron sentirme tan a mis anchas, que no me negué cuando uno de ellos me invitó a bailar siguiendo la suave música ambiente de la suite. Antes de terminar la pieza se nos unió su compañero, quien a mis espaldas rodeó mi cintura con sus brazos, obligando a quien tenía al frente a bajar sus manos hasta mi cadera. Al compás de la música, mi cuerpo apenas se podía mover prisionero entre dos musculosos cuerpos que lo rodeaban. A medida que el cerco se estrechaba comencé a sentir en mi bajo vientre y en mis nalgas la dureza de sus miembros, mientras uno besaba mi boca el otro besaba mi nuca haciendo recorrer un escalofrío a través de mi cuerpo. Rendida, dejé que sus manos coparan mis senos y pellizcaran mis pezones, no objeté cuando uno de ellos sacó mi falda y el otro mi blusa dejando ver mi cuerpo solo cubierto por mis medias, sujetas por mi portaligas, y mis diminutos sostén y calzoncitos. Luego de despojarse de sus pantalones y camisas, le tocó el turno a mi sostén. Nuestro baile continuó esta vez con un contacto más íntimo de nuestros cuerpos, yo, sintiéndome una reina, me movía entre ellos besando alternativamente sus bocas, mientras ellos chupaban mis senos, y yo palpaba sus erectos penes por sobre sus calzoncillos. No tardé en quedarme con solo el portaligas, mis medias negras y mis zapatos de tacones altos. Y ellos totalmente desnudos, mostrando sus regios penes erectos. Después de semanas abstención, me di un festín chupando sus penes hasta casi hacerlos acabar. Luego ellos besaron y chuparon mis senos, mi clítoris y mi ano, haciéndome gritar de gozo. Faltaba lo mejor, uno de ellos se acostó en la cama con su pene erecto como el mástil de barco, y yo lo monté ensartándome cm a cm ese grueso pedazo de carne hasta sentir sus testículos en mi rajita. Mi culito parado fue entonces motivo de atención del otro varón, quien primero con su dedo untado en mis jugos vaginales, hizo relajar mi hoyito posterior, para luego reemplazar el dedo por la callampa de su largo pene. Paso a paso cuidadosamente lo introdujo totalmente en mis entrañas. El dolor inicial dio paso al placer y cuando ambos en forma coordinada comenzaron un mete y saca que se iba acelerando, alcancé un largo orgasmo entre ruidosos bramidos que temo se hicieron oir en todo el hotel. Los violentos movimientos de mi pelvis al alcanzar mi orgasmo hicieron que ambos llenaran mi vagina y mis entrañas con su semen caliente. Cuando me recuperé, me dediqué a limpiar con mi boca sus lindos penes, por un largo rato estuve mamando esos deliciosos pedazos de carne, mi dedicación tuvo su recompensa, pronto ambos estaban listos de nuevo para perforarme. Acostada encima de ellos, restregué con sus ahora duras vergas mis erectos pezones, algo que me causó un placer inmenso. Mi cuerpo calenturiento y vicioso lo único que quería era ser llenado de nuevo por sus miembros. Durante el resto de la noche fui penetrada una infinidad de veces y en todas las posiciones posibles. Si bien los orgasmos que alcanzaba satisfacían mi cuerpo, pasado un breve momento, estaba yo ansiosa de recibir más. Supe entonces que era una mujer multiorgásmica y que necesitaba más de un hombre para apagar el fuego de mi interior.
Cerca del mediodía abandoné el hotel rumbo a mi casa, antes de partir me pidieron que regresara esa noche pues querían despedirse de mi antes de regresar a su país al día siguiente. No les aseguré que vendría ya que esa día cumplía veintiún años. Mayor razón para celebrarlos juntos, me respondieron.
Esa tarde dije en casa que mis compañeros de oficina me habían preparado una fiesta de cumpleaños y así pude salir con un buen motivo. Llegué al hotel cerca de las ocho y uno de ellos me esperaba en el lobby. Dijo que me tenían preparada una sorpresa. Al abrir la puerta de la suite, noté que esta estaba completamente oscura. De pronto encendieron las luces, y oh sorpresa me encontré frente a cinco apuestos varones que acompañaban al segundo guatemalteco. Lo que más me sorprendió, de una manera agradable, era que todos ellos estaban desnudos. No tardaron en rodearme y abrazarme deseándome un feliz cumpleaños. Me encantó ver que entre ellos había dos hombres de color, una de mis fantasías había sido tener sexo con uno de ellos, si eran dos tanto mejor. Uno de los guatemaltecos, luego de besarme en la boca, me dijo que en la noche anterior se habían dado cuenta de que yo era una mujer que necesitaba más de un hombre para quedar satisfecha y que aprovechando mi cumpleaños habían decidido que el mejor regalo que me podían dar era lo que estaban a punto de entregarme. Respondí que estaba lista para recibir mi presente y que no demoraran más la entrega. En un santiamén me desnudé e inmediatamente seis pares de manos se apoderaron de mi cuerpo y mis manos ni cortas ni perezosas agarraron los penes de los hombres de color. Hincada en el suelo comencé a chupar alternativamente los seis penes que como lanzas de guerra apuntaban a mi cuerpo desnudo. Luego fui levantada en vilo con mis piernas abiertas y cada uno de ellos chupo mi sexo y lamió mi rajita y mi ano, haciéndome retorcer de placer. Sentía como mi sexo palpitaba pidiendo ser penetrado, recordaba la noche anterior y lo que había gozado por la doble penetración y me imaginaba cuanto más gozaría al ser penetrada por esos dos penes negros. Uno de ellos medía a lo menos 22 cm y el otro no tenía nada que envidiarle. Monté a uno de los dos y mi lubricado sexo prácticamente engulló su pene, mientras rotaba mi pelvis, pedí al otro hombre de color que penetrara mi ano, al tiempo que el de abajo me mamaba los senos. No le costó mucho a mi hoyito posterior acostumbrarse a este nuevo tamaño, ya la noche anterior había recibido una buena ración de penes. El pequeño dolor inicial dió paso al éxtasis cuando ambas vergas estuvieron totalmente dentro de mí. Sentí como en mi entrañas ambos miembros se rozaban tocando partes de mi interior nunca antes alcanzadas. Acabé varias veces gritando de placer. Mi último orgasmo fue causado por el simultaneo derrame de leche caliente en mi vagina y mis intestinos. El resto de los varones no me dio tiempo a reponerme, excitados por la acción que habían presenciado comenzaron a besar mis senos, en minutos mis dos agujeros eran nuevamente penetrados y mi boca era llenada por dos vergas. Caliente como estaba no tardé en tener un nuevo orgasmo, al momento que mi boca era llenada de delicioso semen. Esa noche tuve mi mejor fiesta de cumpleaños y el mejor de los regalos, un festín de panes de todos los tamaños.