Vicio en el invernadero III
Tras haber sido follado por dos moros, a Alonso se le pasa de todo por la cabeza. Trata de idear un plan, pero no sale como él espera.
¡Lo que le faltaba! Cortarse la mano para no poder trabajar. Como lo vea Jacinto seguro que no lo coge. Se la venda, pero el color blanco de la gasa es demasiado llamativo. Tiene la esperanza de que la herida no sea tan grande como aparentaba y que una simple tirita le baste para el día siguiente. Pero no, cuando se levanta se resiente por los nudillos y al quitarse la venda aprecia que se ha hecho un buen tajo. La opción que le queda es llevarla oculta en el bolsillo. Ya en la puerta de la oficina del INEM ve llegar la furgoneta de Jacinto, pero conducida por el Cañizo. Ha madrugado más de lo que lo suele hacer su jefe, porque Alonso acaba de llegar no dándole tiempo a buscar a Ahmed entre la multitud de hombres dispuestos a recoger melones por cincuenta cochinos euros. Alonso se esconde para no ser visto por el capataz, pero sí que consigue encontrar al moro violador justo al lado de la furgoneta con la intención de ser escogido antes que el murciano. El Cañizo se fija en él, pero no le elige. Va escogiendo a los que ya conoce y que trabajan bien, pero parece que necesita encontrar a alguien en particular. Da un par de vueltas y desiste, así que finalmente Ahmed entra en la furgoneta. Alonso se ríe de él adelantando su decepción cuando llegue a la finca, no vea al dueño y no se lleve el dinero extra. Espera entonces a Fulgencio, pero el otro empresario más joven y atractivo llega antes. El zagal se encandila por su pelo largo y ese aspecto menos rudo, aunque masculino a su parecer. Se pone nervioso y se adentra entre los extranjeros para hacerse ver. Consigue su objetivo porque el agricultor se fija en él.
-¿Eres de aquí? -le pregunta.
-Sí.
-¿Qué edad tienes? ¿Has trabajado antes?
-Diecinueve. Y sí, con Fulgencio y Jacinto.
-¿Han pasado ya?
-No sé, acabo de llegar -miente.
-A ver, enséñame las manos.
-¿Y eso? -Alonso cree que la ha cagado y ya no hay posibilidad.
-¿Y esa venda? Bueno, cuando te cures me buscas.
-No, si no es nada.
Insiste, pero el otro ya le ha ignorado yéndose en busca de otros.
-Me hace falta el dinero -se pone en su camino de nuevo.
-Lo siento, muchacho.
Maldice su suerte, pero espera a que al menos llegue Fulgencio o algún otro, pero pasa un buen rato y no viene nadie más. Desesperado y furioso, Alonso no sabe qué hacer, pero sí es consciente de que su padre le volverá a dar otra hostia por aparecer sin dinero. Lo evitaría si el cabrón de su hermano no le hubiese robado sus ahorros. Decide entonces ir en su búsqueda para recuperarlos. Chema es de los pocos veinteañeros que decidieron quedarse en el pueblo. Según él, lo hizo por Alonso, por no dejarle solo con el borracho de su padre. Aunque trabajó en los invernaderos como ahora hace él, decidió prepararse unas oposiciones para Correos, aprovechando que su tío es el dueño de la oficina del pueblo. Consiguió entrar de cartero, así que Alonso le encontraría en alguna calle cercana. Su llamativo carrito amarillo se veía desde la distancia.
-¿Qué haces aquí?
-Vengo a que me des mi dinero.
-Sito -así le llamaba cariñosamente-, no lo tengo. Luego te explico. ¿Qué te ha pasado en la mano?
-Nada -le resta importancia-. Chema, necesito el dinero para esta tarde.
-¿Y lo de ayer?
-Me lo robaron -admitió por pura necesidad de desahogarse.
-¿Quién?
-Un puto moro.
-Cago en la puta. Oye, espérame un rato en la plaza, que dentro de media hora es mi parada para el desayuno.
Alonso le obedeció pese a seguir enfadado, aunque esperaba que su hermano tuviera un buen motivo para haberle quitado el dinero.
-Cuéntame -habla tras pedir dos cafés y dos tostadas de tomate con aceite-. ¿Qué moro? ¿Le conoces?
Alonso duda si contarle la verdad. Ya se ha hecho un experto de la mentira por lo que no le resultaría difícil inventarse alguna excusa.
-Es el puto de Jacinto, y como me escogió a mí el otro día…
-Vale, no me digas más. A mí me ocurrió algo parecido, pero me defendí. No entiendo cómo no lo impediste.
-Porque ayer eran dos.
-Qué cabrones.
-Y además… -se interrumpe.
-¿Además, qué?
-Nada, nada.
-¿Tiene algo que ver con el puño? ¿Por qué no vas al médico?
-No, esto es por tu culpa -el rostro de Chema entristece-. ¿Y el dinero?
-Quería que fuese una sorpresa.
-¿El qué? -El camarero llega con los desayunos-. Venga, dime.
-He conseguido plaza en Murcia -anuncia.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-¿No te das cuenta, Sito? Eso significa que tú y yo nos vamos de este maldito pueblo lejos del malnacido de tu padre.
-Sigo sin ver la relación.
-Vaya entusiasmo; pensé que te alegrarías -el pequeño sigue impaciente-. Vale, vale. Pues resulta que ayer encontré un piso justo al lado de mi nueva oficina y tenía que dar dos meses de fianza. Era muy buena oportunidad, de verdad, pero no tenía suficiente para reservarlo. En cuanto cobre te lo devuelvo.
-¿Y lo haces sin consultarme? ¿Y si yo no quiero marcharme?
-¿Cómo que no? Ya lo habíamos hablado.
-Ya, pero así de repente… Y ahora que yo gano dinero…
-Sí, vamos, cien euros porque te peten el ojete. ¿Eso es lo que quieres?
-Cien euros al día durante una temporada nos vendría muy bien.
-Primero, no me gusta que Jacinto te haga eso. Ya no hay necesidad, Sito. Y segundo, ¿quién te dice a ti que mañana no llegue otro que le mole más y te aparte como ha hecho con el moro ese?
-Eso no va a ocurrir.
-¿Cómo estás tan seguro?
-Porque le gusto.
-Claro, eso te dirá hasta que encuentre alguno que se la chupe. Eso me pasó a mí con un panchito maricón. Cuando le vi en la furgo me temí lo peor porque Jacinto no les suele coger, pero éste tenía algo y no me equivoqué. Al día siguiente de mí ya ni se acordaba. Contigo hará lo mismo, digas lo que digas.
Chema le pidió al dueño del bar que le apuntara la cuenta para el día siguiente.
-Estoy tieso, Sito.
-¿Y qué hago yo esta tarde con padre?
-¿Sabes dónde encontrar al moro ese?
-Se ha ido con el Cañizo.
-Pues genial. Esta tarde le esperamos en la plaza. Se lo digo al Chuso, que ese impone.
-No, entre los dos podemos, si es un esmirriao .
Alonso tuvo que ocultarse hasta la hora en que supuestamente llegaba la cuadrilla. No podía ir a su casa para no ser descubierto por su padre. Como con su tío se llevaba bien, optó por ir a su casa contándole por encima el porqué.
-Sabes que puedes venir cuando quieras.
-Gracias, tito.
Se reunió con Chema a la hora pactada y esperaron en los soportales del ayuntamiento a que la cuadrilla llegara. Ahmed bajó solo de la furgoneta y comenzó a andar. En cuanto dobló la esquina los dos hermanos fueron tras él. Se cuidaron de que no les viera conscientes de que para llegar a su barrio tenía que pasar por la calle de la fuente, el sitio que creyeron ideal para abordarle. Una vez en ella, Chema aceleró el ritmo para ponerse a su lado porque si le veía a él solo no sospecharía. Lo consiguió justo al pasar a la altura de la fuente, así que le empujó y se lo llevó detrás de ella. Alonso apareció al momento y Chema lo tenía ya inmovilizado.
-Regístrale los bolsillos -dijo el mayor.
-Tú marica no tocarme a mí.
-Cállate -increpó Chema.
Ahmed trató de resistirse cuando Alonso encontró el bolsillo, pero éste no se alegró. Su decepción fue mayúscula al ver que tenía dos billetes de cincuenta, así que dedujo que Jacinto sí había estado ese día. Se enfureció por no haber ido y porque el moro se saliese con la suya otra vez. En un ataque de ira, le agarró para girarle dejándole frente a la pared de la fuente, y le bajó los pantalones.
-¿Qué haces? -preguntó Chema atónito.
-¿Así que hoy has tenido paga extra, no? -Alonso estaba fuera de sí tratando torpemente de bajarse la bragueta.
-Sito, ¿qué haces?
-Vamos a romperle el culo a este maricón de mierda.
-Anda ya. Guárdate el dinero y larguémonos.
-Que no -su verga estaba ya rozando el culo del moro.
-Sito, que puedes pillar cualquier cosa. Venga, vámonos.
La advertencia de su hermano le hizo desistir. Cabreado, se apartó del moro y le escupió con desprecio.
-Tú estar muerto -el moro no se achanta pese a la presencia del hermano.
Éste le susurra al oído mientras le agarra por la pechera:
-Sé dónde vives, así que vuelve a acercarte a mi hermano y yo mismo te romperé el culo con un bate de beisbol, ¿entendido? Además él se va pronto, así que tendrás al Jacinto para ti solo y tu culo de moro marica.
-Él marica. Yo follar a él.
-¿A que te reviento? -Chema no se detiene a analizar el comentario.
Le suelta y se marchan.
-¿Qué ha sido eso? -pregunta a Alonso.
-¿El qué?
-Eso de desnudarle y querer follarle. ¿En qué estabas pensando?
El chico no dice nada y ambos se marchan a casa satisfechos por un lado por haber conseguido el dinero, pero inquietos por otro por si el moro decidiera vengarse. Su padre les espera con impaciencia recriminando su tardanza. Su nerviosismo le lleva a zarandear al chaval mientras éste saca el dinero, pero Chema se interpone y el progenitor se marcha renegando. Cada uno se retira a su cuarto, pero el mayor no puede evitar darle vueltas a la cabeza creyendo que algo no le cuadra al reconstruir los comentarios del moro y la actitud de Sito. Decide ir a hablar con él.
-Sito -entra sin llamar-, ¿tú no serás marica, no?
-¿A qué viene eso? Déjame tranquilo un rato.
-Eso de sacarte la pija y querer follarte al moro…
-Quería vengarme de él.
-Ya, pero me parece algo muy drástico por cincuenta euros de mierda.
-Me dio mucha rabia que me robara. Y además vi que tenía cien euros, así que el Jacinto le habrá dado paga extra hoy y yo me he quedado sin nada.
Chema piensa en el dinero, y de nuevo algo le descuadra.
-Sito.
-¿Qué?
-Me dijiste el primer día que te había dado cien euros, pero encontré ciento cincuenta. ¿No le robarías tú al moro antes?
Alonso se extraña de la deducción de su hermano, la cual podría usar de excusa en vez de confesarle la verdad o tener que urdir algo nuevo, pero entonces su venganza no resultaría creíble.
-Me los dio Jacinto.
-¿Por qué?
-Yo qué sé.
-¿Y por qué me mentiste?
-Para que no me hicieras preguntas.
-No entiendo nada, Sito.
-Da igual, ¿no has quedado con la Yoli? -trata de echarle de su cuarto.
-Si fueras marica nunca se lo digas a padre, ¿entendido?
-¡Quieres dejar de decir eso!
-Bueno, bueno, no te cabrees.
La primera furgoneta que aparece al día siguiente es la de Fulgencio, la cual ignora. Poco después llega la del Cañizo. Alonso piensa en el otro empresario atractivo al no ver a Jacinto, pero duda de que pueda venir o cogerle, pues su mano sigue vendada. Se percata de la presencia de Ahmed, quien le regala una mirada desafiante. El Cañizo se fija en el moro y en que éste está mirando a alguien. Descubre pues a Alonso, que es elegido en detrimento de Ahmed. El murciano quiere burlarse y provocarle, pero lo deja estar porque hasta ahora la suerte no ha corrido de su lado. Se sienta delante y cuando el capataz se monta le pregunta si el jefe estará ese día. Asiente y se van en silencio. Una vez en la finca una cara le resulta familiar. La sonrisa estúpida del colega / hermano de Ahmed, al cual ha bautizado como Ahmed II pese a ser más mayor que aquél, confirma que sí es. Alonso aprieta el puño y enrojece de ira. Tras un rato recolectando siente la necesidad de ir a hablar con él.
-¡Eh, tú! -se arma de valor y aparenta seguridad.
-Yo ahora trabajar -dice el otro.
“No, si se pensará que vengo a que me folle”, se dice Alonso a sí mismo.
-Dame el dinero que me robaste el otro día.
-¿Qué dise?
-Mi dinero.
-Yo no dinero tuyo. Yo sólo querer follar culo primera vez a ti.
-No te creo.
-Tú ir ahora. Yo trabajar. Tú querer luego follar.
-¿Por qué no aprendéis español de un puta vez?
Entre la cara de gilipollas y las dificultades con el idioma, a Alonso se le quitaron las ganas de seguir con la absurda conversación, así que se volvió a su rincón a seguir recogiendo hortalizas. “¿Ha querido el moro quedar conmigo para follar?”, se pregunta. Sin embargo, su conclusión es que Ahmed y él habían planeado quedar en la plaza cuando volviesen para robarle y petarle el culo como hicieron dos días antes. Alonso tendría que pensar en algo para evitarlo. Muchas ideas le iban viviendo a la cabeza, por lo que la mañana pasó relativamente rápido. Tras la comida, el capataz le avisó de que Jacinto le esperaba.
-Acho, ¿qué te ha pasado en la mano? ¿No irás a denunciarme o algo?
-No, me lo hice en casa.
-¿Y puedes trabajar bien?
-Claro, ¿quiere ir a comprobar cuántos calabacines he cogido? -le reta ofendido.
-Vale, vale. Cómo venimos hoy.
Alonso se fija en el vino que hay encima de la mesa y le da un trago sin pedir permiso.
-¿Para el dolor?
-¿Esto? -se mira la mano-. Esto no duele ná .
-¿Y hay alguna otra parte que te siga doliendo? -Jacinto señala con los ojos el trasero del chico dispuesto a follárselo de nuevo.
El zagal capta la indirecta y comienza a desnudarse pese a que en realidad aún siente cierta molestia en su trasero. Por ello, decide centrarse más en comerle la polla a su jefe provocándole tal placer que finalmente se la mama hasta que se corre.
Pasó el resto de la tarde urdiendo algún plan, pero a todos les encontraba pegas. Estaba convencido de que Ahmed le esperaría en la plaza, puede que compinchado con Ahmed II o incluso algún otro. Nada más bajarse de la furgoneta en la plaza, no le quitó ojo al moro, pero éste desmontó sus planes y le habló:
-¿Tú querer ir a camino?
Alonso se sorprendió ante la franqueza del otro, dudando pues que hubiera acordado con Ahmed tenderle esa trampa, pero a la vez pensaba que lo mismo no era tan listo como su amigo y no era capaz de intimidarle de otra manera. Ver a Ahmed en los soportales del ayuntamiento le desconcertó, creyendo que cualquier cosa que decidiera acabaría con el moro persiguiéndole. Desde luego no quería que le robasen, pero la idea de dejarse follar por un par de grandes pollas podría serle tentadora.
-¿Crees que soy tonto? -le dijo al moro-. Ahmed está allí.
-Yo no saber. Yo querer ir contigo.
El marroquí hizo unos gestos a su colega recriminándole que estuviera allí al tiempo que le hablaba en su lengua, por lo que el murciano no entendía nada. Estimó que quizá éste podía serle de ayuda y le defendería ante el otro abusón. Estaba hecho un lío.
-Yo mejor ir ahora. Verte a ti en campo después.
-No te entiendo.
-Yo y tú solos después. Ahmed querer robar a ti. Hakim entretener él.
Al menos había sacado en claro su nombre. Hakim se fue en dirección a donde estaba Ahmed y Alonso caminó a su casa, no sin mirar hacia atrás en cada esquina. Llegó sin incidencias, le dio el dinero al padre y se fue en busca de su hermano, pero Chema no estaba. Se dio una ducha y le vio al salir.
-¿Dónde estabas?
-Esperándote en la plaza.
-¿Cómo?
-No me fiaba del moro, así que el Chuso y yo hemos ido por si te seguía o algo.
-Ya has visto que no; me sé defender solito.
-¿Quién era el otro con el que hablabas?
-Uno de la cuadrilla.
-¿Y qué quería?
-No lo sé porque no le entendía.
-Pero conocía al Ahmed ese.
-Sí.
-¿Entonces?
-Joer, Chema. En el campo me he acercado a pedirle que me devolviera el dinero, pero ya te digo que no le entendía. No habla nada de español. ¿No vas al gimnasio o con la Yoli? -trató de desviar el tema.
-No sé. ¿Tú estás bien?
-Claro, vete anda y déjame un rato.
Alonso meditaba acerca del encuentro con Hakim. Es verdad que resultaba raro, pero tentador a la vez. Le pudo la curiosidad y decidió ir. Se vistió una camiseta de tirantes y un bañador sin bolsillos junto con unas chanclas. Así, si la idea del otro era robarle se percataría a primera vista que no llevaba nada encima. Salió de casa mirando a ambos lados preocupado de que alguien pudiera seguirle y echó a andar hacia el camino. Creía que no sabría encontrar el punto exacto, pero se guió por la encina que sí recordaba. Apoyado en ella estaba ya Hakim, quien le sonrió al verle.
-Yo feliz tú aquí.
-¿Qué quieres? -preguntó seco-. No tengo dinero.
-Yo no querer dinero.
-¿Y Ahmed? ¿Está escondido? -Alonso miró a su alrededor.
-Ahmed no aquí. Yo querer solo.
-¿El qué?
Se agarró la polla como respuesta. Lo hizo por encima del pantalón, un vaquero corto aparentemente limpio. Su pelo también estaba mojado, por lo que Alonso dedujo que se había duchado, pero aun así percibía cierto olor característico de los marroquíes.
-¿Eres marica? -se atrevió a preguntarle.
-Yo no marica. Tú gustar.
-¿Que te gusto yo o que me gustas tú?
Hakim se encoge de hombros expresando que no ha entendido nada.
-Acho, aprende español. Me duele el culo todavía, ¿sabes?
-Sí, tú buen culo.
-Esto es imposible -masculla el murciano-. ¿Me dejarías que te la chupe? -le desafía, pero como parece no entenderle le hace el gesto con la mano y la boca.
La cara del moro se ilumina como símbolo de aprobación y directamente se saca la verga por la bragueta. Un considerable trozo de carne flácido y moreno se descuelga por ella. A Alonso le vuelve a salir la jugada al contrario de cómo esperaba. Estaba claro que no se entendía con los árabes, pero éstos siempre acababan con la pija al aire. Se arrodilla delante de él, la agarra con una mano y le mira. Hakim no es capaz de quitarse esa sonrisa estúpida de la cara, y eso que ahora sus ojos muestran cierta lascivia y deseo porque el murcianico le va a comer la polla. Su olor no le resulta tan atrayente como la de Jacinto, pero su largura la hace casi irresistible. El glande apenas se deja ver delante de la piel que lo cubre casi en su totalidad. Prueba la punta con timidez degustando un sabor intenso a pesar del agua y de que su lengua apenas hace contacto con el pellejo. Después la dirige al capullo y la posa sobre él para impregnarse de un sabor que ya le agrada más. Mordisquea la piel al tiempo que lo lengüetea y siente cómo se va hinchando por momentos. Aparta la piel y ve por fin el glande en su totalidad, de un color bastante más oscuro que el de Jacinto. Lo chupa con ganas mientras el tronco se endurece vibrante rodeado por la mano del chaval.
Duda que sea capaz de tragársela toda, así que decide comprobarlo en ese momento y trata de engullirla. Pero efectivamente, su descomunal tamaño no cabe así de primeras. El moro lanza un alarido al que le sigue un gemido algo más leve. Pero éste se interrumpe de repente:
-¡Sito! -la voz de Chema les interrumpe- ¡La puta que te pario! ¿Qué mierdas estás haciendo?
Se incorpora asustado lo más rápido que puede, pero a Hakim le da tiempo a guardarse la polla y salir corriendo.
-¿Así que eres marica? ¿Y con un puto moro? Vámonos para casa, anda.
Chema le da una colleja y le empuja. Al llegar al sendero ve a Hakim agarrado de la espalda por Chuso, el amigo de su hermano, un tío corpulento de metro noventa que impone nada más verle. Alonso no da crédito a lo que está ocurriendo. No sabe por qué su hermano le ha seguido y qué pretende.
-¿Qué hacemos con éste? -habla el gorila.
-Déjale ir -dice Alonso.
-Igual deberíamos romperle el culo a él -propone el amigo.
-Déjate de hostias -el cabreo de Chema es evidente.
Se acerca amenazante a Hakim, pero Alonso le impide que le haga daño.
-Por favor, déjale ir.
El mayor le hace una señal a su colega y éste le suelta. Los tres esperan que salga corriendo, pero Hakim se acerca a Alonso y le habla:
-Tú bueno. Yo sentir.
Muy elocuente no era, y además de nuevo un comentario ambiguo. “¿Bueno chupándola? ¿Sentir que no acabasen follando?”. Los tres se dirigen hacia el pueblo casi en silencio. Alonso agradece que Chuso vaya con ellos a casa porque así la reprimenda será menor. O eso cree.
-Acho, Sito, ¿en qué estabas pensando?
-¿Me vas a dar la charla?
-No te pongas gallito que te suelto una jetá .
-Pues hazlo, con todas las que me da tu padre ya ni me duele.
-Te pregunté ayer mismo si eras marica.
-Gay -corrige su amigo.
-Pues sí -suelta Alonso desafiante-. Tu hermano pequeño es un comepollas, ¿algún problema?
Chema no se esperaba la confesión, y menos de esa forma.
-Ni se te ocurra decírselo a padre. Bueno, eso si no se entera por ahí.
-¿Eso es lo que te preocupa? Vete a la mierda, Chema. Si en el fondo eres como él.
El mayor hace amago de darle un puñetazo, pero se retrae. Chuso da un paso al frente para detenerle.
-Chuso, déjanos solos -le pide.
-¿Seguro?
-Sí, hostias. Y ni se te ocurra decir nada.
-Y tú no hagas nada de lo que te vayas a arrepentir. Es tu hermano.
-Qué sabrás tú.
Chuso se marcha dedicándole una sonrisa a Alonso.
-Tienes que andar con cuidado, chico -se despide.
Desde luego parece mucho menos rudo de lo que su imagen pudiera inducir. Cuando escuchan el sonido de la puerta cerrarse Chema habla de nuevo:
-¿Qué? ¿No tienes nada que decir?
-Ya te lo he dicho todo.
-Joder Sito, no te voy a engañar diciéndote que me da igual que seas marica…
-¿Ves? Eres como el viejo.
-¡No me digas eso más!
-¡Y tú deja de llamarme marica! Me alegro de que te vayas a Murcia y nos perdamos de vista. No tendrás que preocuparte más por mí.
-¡Pues claro que me preocupo! ¡Te he pillado comiéndosela a un moro en mitad del campo! ¿Y si te ve alguien?
-Nadie me ha visto. Tú porque me has seguido, cosa que no entiendo, así que déjame vivir mi vida de una puta vez.
Alonso se levanta con intención de marcharse a su cuarto.
-¿Dónde vas?
-¡Que me dejes!
- Cagoentó -va en su busca-. Sito, a ver entiéndeme.
-Entiéndeme tú y deja de pensar en ti por una vez, que esto no tiene nada que ver contigo.
-Si es que… Joder, no es que me guste o me disguste que seas mari… gay -se corrige-. Pero verte ahí de rodillas con el moro y esa cara de gilipollas disfrutando…
-Pues entiende que yo también disfrutaba. Así es tu hermano, así que acéptalo. Bueno, no. No hace falta que lo aceptes. Vete a Murcia, olvídate de mí y ya está.
-¡Cómo te voy a dejar aquí solo con padre?
-Ya me las apañaré.
Alonso dio por zanjado el tema y no salió de su habitación en todo el día. Chema le llevó un bocadillo para cenar, pero no le permitió entrar. A la mañana siguiente el plato seguía en la puerta, pero vacío, así que supuso que el padre se lo comería al volver de su rutinaria borrachera. Se vistió y se fue para la calle de la oficina del INEM a la espera de la furgoneta. Vio a Hakim subirse en la de Juan Ramón, el empresario joven que fue el primero en llegar. El Cañizo apareció y Alonso se subió en el asiento de adelante sin más. La jornada transcurrió como siempre, con la única variación que ese día se dejó follar por Jacinto porque ambos lo decidieron así.
-Pídemelo -ordenó el jefe.
-Fólleme, quiero que me folle duro.
-Así me gusta.
Le penetró colocándole sobre la mesa hasta correrse dentro de él. Alonso no se masturbó ese día y se marchó tras limpiarse un poco. De repente, Jacinto no le resultaba tan sugerente como antes. Pensó en Hakim y en su verga, en Ahmed, en su hermano… Todo aquello le superaba y le inquietaba. Ese desasosiego se extendió hasta el final de la jornada, cuando se vio solo en la plaza del pueblo sin saber hacia dónde ir o por quién sería perseguido ese día. Creyó notar los ojos de Chema desde alguna esquina, o los de Ahmed para querer robarle. Perdió la noción del tiempo allí parado sumido en sus pensamientos hasta que un claxon le sacó del ensimismamiento.
-¿Estás bien, chico? -Juan Ramón habló a través de la ventanilla de su furgoneta blanca.
-Esto… ¿qué? Sí, sí.
-¿Cómo va esa mano?
-Bien, ya le dije que no era nada.
-Pues te veo un poco pálido.
-El calor.
Juan Ramón se baja de la furgoneta.
-¿Quieres un refresco o algo?
-No hace falta, estoy bien.
-Quién lo diría -el agricultor se va hacia el maletero y abre una pequeña nevera de playa-. Toma anda -le ofrece una botella de agua.
Alonso la acepta sin hablar.
-De nada, hombre -suena sarcástico.
-Gracias -el chico se da cuenta de su falta de educación.
-¿Mejor?
-Sí, gracias.
-Me alegro. ¿Puedo hacer algo más por ti?
-No, gracias.
-¿Me estás tomando el pelo?
-¿Por qué?
-Has pasado de ser un grosero a darme las gracias por todo.
-No, no era mi intención.
-Te creeré. Hale, hasta más ver -se despide.
-Espere -le pide el chico.
-¿Podría llevarme?
-¿A dónde?
-¿Para dónde va?
-Hacia la carretera.
-Me viene bien.
Juan Ramón percibe algo extraño en el muchacho, pero aun así le permite subir.
-¿Dónde vives?
-En la Calle Ancha.
-Si eso está hacia el otro lado.
-Ya.
-Eres un poco raro, ¿no? ¿No querrás atracarme o algo? Porque no llevo nada encima…
-No, quiero evitar que no me lo hagan a mí.
-¿El qué?
-Un moro me quita el jornal cuando llego con la cuadrilla.
-¿Pero cómo? ¿Delante de todo el mundo?
-Me sigue.
-¿Y no se lo has dicho a nadie? ¿Tus padres?
-A mi hermano, y le dimos un escarmiento, pero a lo mejor ha sido peor. Un día vino con otro, por eso me pudieron -Alonso se hace el valiente.
-¿Quieres que vayamos a la policía?
-No, no.
-¿Sabes cómo se llama?
-Ahmed.
-Eso no ayuda, la mitad de los moros se llaman así. Algo habrá que hacer, chico.
-Ya se olvidará de mí. Además sólo se lleva cincuenta, porque el otro billete me lo escondo.
-¿Cuánto te paga Jacinto?
Alonso se da cuenta de su metedura de pata.
-Me bajo ya, aquí me viene bien -anuncia impaciente agarrando el asidero de la puerta.
-Espera, hombre. Te llevo a casa.
-No hace falta.
Se baja rápido pasando por delante de la furgoneta ante la mirada extrañada de Juan Ramón. Se saludan por última vez con un movimiento de cabeza y el chico echa a correr sintiéndose seguro porque nadie le esperaría por esa improvisada ruta. Atraviesa el barrio de los latinos llegando a casa sin sobresaltos poco después. Prepara el dinero para su padre.
-Debería quedarme yo algo, ¿no cree? -se atreve a decirle-. Es mi trabajo.
-¿Y tú para qué lo quieres?
-Me vendrían bien unas zapatillas.
-¿Qué les pasa a esas? -señala las que lleva puestas.
-Están viejas.
-Cuando se te rompan que te las compre tu hermano. Habrase visto cuánto caprichito.
-Pero soy yo el que trabaja -los ojos del padre se encienden.
-¿Qué, vienes con ganas de gresca? -alza la voz y la mano.
-Venga, pégueme, que es lo único que voy a recordar de usted.
El padre se dispone a atizarle, pero Chema irrumpe en el salón atraído por los gritos.
-Déjele.
-Ya tienes al sinsorgo este defendiéndote. Vaya par de maricas.
Cuando se marcha Chema le reprocha.
-¿A qué ha venido eso?
-No me des la chapa otra vez.
-Sito, no me hables así.
-Pues déjame.
-¿Por qué te has ido con Juan Ramón?
-¿Me has seguido?
-Te estaba esperando en la plaza por si te seguía el moro.
-Seguro. Lo que no querías es que me fuese con el otro.
-Eso tampoco, pero me preocupaba el Ahmed ese.
-Pues si tan preocupado estabas no sé por qué no has venido a ayudarme, que he estado a punto de desmayarme. Si no llega a ser por Juan Ramón…
-Pensé que estabas parado haciendo tiempo a que apareciera.
-Claro, claro. Te avergüenzas de que te vean con tu hermano marica.
-¿Qué mierdas dices? ¿Quién va a saberlo?
-Me la suda.
-No hables así.
-Hablo como me da la gana. Entre tú y el cabrón de tu padre me tenéis harto.
-¿Y qué ganas enfrentándote a él? ¿Una hostia?
-Ya te dije ayer que me dan igual sus guantazos.
-Sito, aguanta un poco, que para el mes que viene nos vamos.
-No me voy a ir contigo. Al menos tu padre viene de frente y se conforma con los cuartos para irse al bar. Pero tú, ¿qué querrás tú cuando estemos en Murcia? ¿Amargarme la vida?
-No piensas lo que dices. Te dejo que te relajes.
Alonso siguió despotricando, pero Chema no se detuvo a escucharlo y se marchó. A la mañana siguiente Juan Ramón llegó el primero llevado por la curiosidad de saber acerca del chico por lo raro que le pareció todo. Aparcó para buscarle, y aunque Alonso trató de esconderse, el empresario le encontró.
-¿Todo bien ayer?
-Sí.
-¿Quieres venirte conmigo?
-¿Cuánto pagas?
-¿Cuánto te paga Jacinto?
-Cincuenta.
-Pero ayer dijiste que te daba dos billetes…
-Me confundí -contestó tajante desviando la mirada.
-Bueno, pues te doy sesenta.
-No, gracias, prefiero irme con Jacinto.
-Pero yo te pago más.
-Él nos da de comer.
-Toma y yo, que la esclavitud acabó hace años.
-¿Ya no le importa mi mano?
-Si Jacinto te coge es porque debes trabajar bien a pesar de la herida.
Alonso contempló la cara de Juan Ramón, encandilándose por su atractivo e inquieto ante su insistencia. También proyectó la imagen de Jacinto y su posible inapetencia a ser follado por él. Pero los cien euros tentaban, al igual que la idea de que se los llevara Ahmed en su lugar. Sopesó todo y finalmente le rechazó.
-Créame que se lo agradezco.
-Otra vez será.
Se quedó pensando en si su decisión había sido la correcta olvidándose de los moros e ignorando la furgoneta de Fulgencio, que apareció poco después. Finalmente se marchó con el Cañizo a pasar otra jornada predecible, pero lucrativa al menos. Ya en la finca, Jacinto comentó que ese día prefería mamada. Alonso confirmó su repentina inapetencia por comerle la verga, si bien lo hizo lo mejor que pudo, como siempre.
-¿No te pajeas?
-No.
-¿Y eso? ¿Ya no te excita jalarte mi polla?
El zagal se la metió en la boca para no tener que contestar y el jefe se olvidó del tema. Tras correrse en su cara y tragarse su leche, se levantó para limpiarse. La escena se repitió al día siguiente sin que nada hubiera ocurrido con su hermano, su padre o los moros. Jacinto le folló esta vez, y Alonso se dejó hacer sin más apoyándose con pasividad en la mesa camilla sin hacer ningún movimiento hasta que sintió su culo inundado de leche.
-Toma -Jacinto le ofreció un billete de cien euros.
-¿Y esto?
-Porque parece que necesitas incentivarte; a ver si mañana te esfuerzas más.
Y lo hizo cuando decidieron que tocaba mamada, pero evocando en su cabeza al atractivo Juan Ramón o el pollón de Hakim, en quien no había parado de pensar a pesar de todo, turbado por lo ocurrido y curioso por saber hasta dónde hubieran llegado de no haber sido interrumpidos.
-Muy bien, muchacho. Hoy has estado mejor, pero no te acostumbres al incentivo, que no soy una fábrica de billetes.