Vicio en el invernadero II

Alonso descubrió lo que se cocía en esa finca, pero otro morito entra en acción fuera de ella.

Alonso fue a la oficina del INEM al día siguiente aguardando la esperanza de que Jacinto necesitara una cuadrilla. La furgoneta del Fulgencio apareció primero, y aunque se acercó para hacer el paripé y no levantar sospechas, se cuidó de no ser escogido. Tras él llegó otro agricultor en el que nunca había reparado, pues hubiese recordado lo atractivo que en ese instante le pareció, además de ser considerablemente más joven que el resto. Su mirada se cruzó con la de Ahmed, el moro que le folló sin piedad el día anterior, resultándole amenazante tras la advertencia que le hizo de que no volviera a la finca de Jacinto. Alonso no se dejaría amedrentar, así que se apartó para no ser elegido tampoco por el segundo empresario. Se fija en que éste sí que escoge a Ahmed, pero le rechaza. “Tú pagar poco”, escucha decirle. La furgoneta de Jacinto se deja ver al principio de la calle. Alonso se alegra alejándose del grupo para ser visto por aquél. No duda en aceptarle y es el primero en montarse. Al momento le acompañan otros siete, pero Ahmed no está entre ellos.

Al llegar a la finca sucede lo mismo que la jornada anterior. El capataz le indica su puesto y Alonso se pone a trabajar deseando que la hora de comer llegue rápido. El claxon de la furgoneta avisa de que Jacinto viene con el almuerzo. Los currantes se sientan al cobijo de una sombra y Alonso no quita ojo al jefe, que se mete en la casa con el Cañizo. Al rato sale el capataz anunciando que el descanso ha terminado. El chaval comienza a andar hacia su puesto, pero el capataz le detiene.

-El jefe dice que vayas -señala a la casa.

Alonso oculta su sonrisa. Llama a la puerta y entra sin esperar que el otro le responda.

-¿Quería verme?

-¿Tú qué crees?

-Pues aquí estoy.

-Ya veo, ya. ¿Vas a decir algo que no sea evidente?

-Usted dirá.

-¡Pues claro que yo diré! ¿O acaso has olvidado quién manda aquí?

-No, señor.

-¿Cómo llevas la recogida? ¿Te ha cundido?

-Sí.

-Espero que más que ayer, que ya sé que hiciste otro descanso tras marcharte de aquí.

Alonso enrojece curioso por saber cómo se había enterado.

-Yo no quería… -se atreve a decir.

-¡Si vi cómo te corrías!

-Ya, pero el moro me forzó.

-Y tú te dejaste.

-Estaba empalmao y me quedé con ganas de… ya sabe.

-De machacártela, claro. Si es que estás hecho un mariconazo. Debes de tener el culo hoy como la bandera de Japón.

-Un poco sí que me duele.

-Nenaza. ¿Y la boca te duele?

-No, señor.

-Pues venga, ya sabes lo que toca.

Alonso se queda quieto esperando más instrucciones mientras Jacinto se va desvistiendo.

-¿Qué haces ahí parado?

-Lo que usted me diga.

-Acho, pues desnúdate.

El zagal le obedece, quitándose la ropa más rápido que su jefe y mostrando su cuerpo casi de adolescente totalmente desnudo y con la polla ya medio tiesa.

-Veo que vienes con ganas -aprecia el agricultor-. Ven que te huela.

El ritual parece el mismo que el día anterior. Alonso se acerca a su amo y se gira ofreciéndole el culo. Jacinto se agacha, le aparta las nalgas y lo olisquea. El chaval no mentía porque se fija en que el ano está algo irritado y enrojecido.

-El morito calza una buena verga, te debió de doler.

-Es que además estuvo un montón de tiempo.

-Ya, ya. Bueno, hoy puedo pasar sin follarte si me la comes hasta que me corra.

-Gracias.

-No me las des. Lo haremos así porque estás hecho todo un mamador y sabes muy bien cómo jalarte un cimbrel .

Jacinto se acomoda en una butaca de tela raída y descolorida haciendo una señal al chico para que se acerque. Alonso se arrodilla buscando un hueco entre las peludas y robustas piernas del agricultor. Percibe de nuevo el olor que no ha sido capaz de quitarse de la cabeza desde el día anterior. Se excita por él y ante la estampa de la gorda polla de Jacinto esperándole arrugada confundiéndose con sus oscuros y apetecibles cojones. Verla en ese estado le resulta extremadamente atrayente, imaginando cómo iría tomando forma dentro de su boca. La agarra sin más y saborea con delicadeza el glande deleitándose por ese regusto casi rancio de polla de macho y sudor masculino. Jacinto da un respingo al sentir la lengua del chaval estimulándole el capullo, lo que le lleva a relajarse aún más y dejarse hacer decretando no dar órdenes esta vez. Alonso comienza a tragársela estrujándola contra su paladar y acariciándola con los labios. Le gusta la sensación de notarla blandita dentro de él y de ser capaz de estimularla al compás de los jadeos de su jefe, al que mira viéndole totalmente entregado.

Sigue con un mete y saca lento ayudado de su mano hasta que el cipote cobra vida sobrando entonces la necesidad de ser guiado con sus dedos. Aprovecha que ya puede chuparla sin más para acariciarle los cojones inundándose la mano con ese aroma intenso demasiado apetecible como para ignorarlo. Aparta el rabo para tratar de meter la boca por debajo de él y tener así un mejor acceso hasta los huevos. La lengua los alcanza provocando otro cosquilleo en el agricultor. Los lame primero distinguiendo la característica textura de la piel en esa zona, así como el duro vello que los envuelve. Desliza ahora la lengua desde ellos hasta el capullo, repasando con suavidad todo el grosor del cipote en el trayecto. Vuelve a descender para repetir el movimiento varias veces. Aprovecha que Jacinto se recoloca para centrarse en la polla nuevamente. Recuerda lo que hizo el jefe el día anterior y decide complacerle metiéndosela entera hasta que su nariz choca con el vello. La aguanta unos segundos mientras menea la cabeza hacia los lados hasta que le falta el aire. Cuando se libera mira a Jacinto en busca de una señal de aprobación.

-Mmm, te gusta tragártela, ¿a que sí?

-Sí.

-¿Quieres más?

-Sí.

-Pídemelo.

-Quiero más.

-¿Más qué?

-Más de su polla. Quiero comérmela hasta que se corra.

-Me voy a correr en tu cara de nenaza.

-Sí.

-Y después te vas a tragar mi leche, ¿verdad?

-Sí, señor.

-Pues venga, come.

La engulló dispuesto a complacer a su jefe, pero disfrutando él mismo del trozo de carne todo lo que pudiera, jugando con el hinchado glande chupándolo con movimientos cortos como si fuera un helado de cucurucho. Y si no, se comía la polla entera hasta la base haciendo estremecer a su jefe y provocándose arcadas a sí mismo. Pero le gustaba tenerla dentro y sentirla vibrante en su totalidad para luego sacarla despacio arrastrando su propia saliva.

-Voy a correrme -avisó Jacinto.

Sin moverse de su cómodo sitio descargó varios trallazos de leche que fueron a parar a la cara del muchacho, centrándose sobre todo en los labios. Cuando se la sacudió un par de veces el momento de probarla había llegado. Alonso abrió la boca y atrapó con su lengua los restos más accesibles mientras el jefe le miraba casi alucinado y él no apartaba la vista. Después le acercó con un dedo el líquido que quedaba más lejos para que el chaval se lo chupara. Así hasta no dejarle rastro de lefa. Para culminar la faena Alonso exprimió el capullo chupándolo de nuevo provocando un sonoro alarido en Jacinto. Extasiado, éste no se dio cuenta al principio de que Alonso había empezado a pajearse para no quedarse con las ganas como el día anterior, pero temeroso de que al jefe no le gustase y se lo impidiese cuando se diera cuenta. Pero al verle le dedicó una sonrisa pícara de medio aprobación porque él mismo salía bien parado, pues se la seguía chupando a pesar de haber desfallecido ya. El chico descargó en su propia mano para no ensuciar el suelo y con la intención de lavársela en el fregadero. Cuando estaba levantándose Jacinto le habló:

-¿No pruebas la tuya? -la cara de Alonso evocaba cierta repulsión, por lo que negó con la cabeza-. No era una pregunta, sino una orden. Vamos, trágate tu leche.

Obedeció como siempre y se pasó la lengua por la palma de su mano.

-Muy bien, muchacho. ¿Te gusta?

-Sí.

-Pues sigue, quiero ver tu mano bien limpita.

Su semen le supo diferente al de Jacinto, quizá menos amargo, pero con un matiz menos apetecible. Aquello le llevaba a desear aún más que llegara el momento de volver a mamársela al jefe para catar de nuevo su jugo. Sin hablar, se limpiaron un poco y se vistieron.

-Toma -le ofreció un billete de cincuenta euros-. Te lo doy ahora por si luego alguno se fija en que te pago más.

-Pero si ayer me dio doscientos.

-Te dije que era por lo del morito.

-Pero… Esto… cincuenta me parece poco. Usted mismo dijo que ningún otro se la chupa, y eso debería valer más.

-Anda ya mariconazo, si tú lo disfrutas tanto o más que yo.

Jacinto tenía razón, pero Alonso no se marchó convencido. El resto de la tarde transcurrió con normalidad hasta que llegó la hora de irse. El empresario les iba pagando al entrar en la furgoneta, incluido al murcianico . Ya no hablaron más. Les dejó en la plaza como era habitual y Alonso echó a andar en dirección a su casa. Nada más coger la primera calle tuvo la sensación de que alguien le seguía. Al doblar la segunda esquina estaba ya convencido. Miró hacia atrás y vio a Ahmed caminando hacia él. Alonso echó a correr y el moro le siguió. Tuvo que cambiar de dirección porque no quería que supiese dónde vivía y evitar así problemas o tener que dar explicaciones. Tomó la calle que llevaba al barrio de los gitanos creyendo que aquello persuadiría a su perseguidor, pero se equivocó. Tras el descampado donde aparcaban todas las furgonetas para los mercadillos cogió un camino que conocía bien y que conducía de nuevo al centro del pueblo. Por él, las chanclas que se había fijado llevaba Ahmed, le impedirían seguirle el ritmo. De nuevo se equivocó, y en una de las que miró hacia atrás el morito le cogió.

-Acho, ¿qué quieres?

-Yo disirte que tú no ir más con Don Jacinto.

-Y yo decirte que necesito el dinero.

-Tú marica. Darme los cien euros.

-¡Y una mierda! -forcejearon-. Además sólo llevo cincuenta.

-¡Mentira! -increpa Ahmed.

-Hoy no he estado con Jacinto.

-Tú mentir otra vez.

Alonso había tenido la precaución de esconder el primer billete en otro lado por temor a que su padre se lo encontrara. Metió la mano en el bolsillo y lo sacó:

-¿Ves? Sólo los cincuenta de los melones.

-Yo no creer.

Ahmed trata de buscar en los otros bolsillos. Alonso se resiste, pero en un descuido el moro le arrebata el billete.

-¡Devuélvemelo!

El marroquí le empuja y Alonso cae al suelo mientras ve que el otro se aleja con su dinero. En un impulso, busca algo que arrojarle. Encuentra una piedra y se la tira, pero le da de refilón. Coge otra que acierta en la espalda. Ahmed se gira y le mira con tanta furia que el muchacho se asusta. Enrabietado le deja ir. Al llegar a casa su padre le reprocha que haya tardado tanto. Le da sin más los cincuenta euros y va hacia el baño. Su hermano le pregunta, pero le miente aduciendo que ese día no ha habido sexo. El día siguiente se presenta parecido. Jacinto le elige, se lo lleva al invernadero con otros tantos, recoge hortalizas hasta la hora de comer… Pero tras el descanso, el capataz no le habla.

-¿No le ha dicho nada Jacinto? -el zagal se muestra impaciente.

-No. Ve a trabajar.

-¿Está seguro?

-Hoy no, muchacho. Sigue con lo tuyo.

Alonso se cabrea porque se queda sin sexo y sin paga extra. Desconoce el motivo, lo que le intriga tanto que le impide concentrarse en el trabajo. Decide ir a la casa del jefe para averiguarlo, pero la puerta está cerrada. El Cañizo le pilla.

-¿Qué haces aquí?

-Quería ver a Jacinto.

-No está, ya te lo he dicho.

-Pero es que yo…

-A ver, chaval, que no todos los días son fiesta -el comentario confirma que el capataz es consciente de lo que su jefe hace a la hora de la siesta-. Hoy no puede ser.

Frustrado y furioso sigue faenando hasta el fin de la jornada. Al marcharse no ve a Jacinto. El capataz les paga y él mismo conduce la furgoneta hasta la plaza. Allí Alonso echa un vistazo por si Ahmed también le espera ese día. No le ve, así que comienza a andar por un sitio diferente por si acaso. Atraviesa la plaza y le descubre. Le ve con otro compatriota por lo que duda que vaya a seguirle. Se equivoca de nuevo porque los dos salen tras él. Aún le dura el cabreo por el robo y por la desaparición de su jefe. Decide no dejarse amedrentar queriéndose enfrentar a los moros. Pasa por delante de la comisaría deteniéndose casi en la puerta. Espera a ver si los otros se le acercan. Pero no, también se paran a una distancia prudencial. Alonso les enseña el dedo corazón y se burla. Sigue andando y ellos hacen lo mismo hasta que vuelve a pararse. Por fin se le acercan. El acompañante es mayor que Ahmed, diría que su hermano mayor porque se parecen. En realidad cree que la mayoría de moros se parecen o es que él los ve iguales. Al tenerles cerca también piensa en que todos huelen de la misma manera, lo que le desagrada.

-No voy a dejar que me robes hoy también.

-Tú dar cien euros.

-¿Volvemos a la policía? -su amenaza no sirve de mucho.

-Tú marica no atrever. Yo contar verdad.

-Y yo. Les diré que me sigues porque estás celoso de que ya no te peten el culo, maricón.

El segundo moro se pone algo violento y trata de agredirle, pero Ahmed lo impide. Alonso vuelve a pensar en el barrio de los gitanos, lo cual le parece más intimidante que la policía. Para llegar a él tiene que tomar el sendero del día anterior, pero a la inversa. Se fija en que llevan chanclas y se ve capaz. Se pone a andar esperando que los otros le sigan. En el camino se topa con su tío y su primo, a los que se para a saludar olvidándose por un instante de sus perseguidores. Cuando se despide ya no les ve. Duda en si seguir por donde tenía previsto o retroceder, pero sus familiares se han vuelto a parar a hablar con otro vecino, así que volver sobre sus pasos resultaría raro. Llega entonces al camino inquieto mirando hacia atrás casi todo el tiempo. Sin embargo, Ahmed ha sido más listo que él y se le encuentra de frente. El otro aparece de la nada y le agarra de los brazos.

-¡Suéltame cabrón!

No sirve de nada. Grita y Ahmed le tapa la boca con una mano, mientras que con la otra busca el dinero. Encuentra sólo un billete de cincuenta, así que supone que el resto debe de estar escondido. Le mete la mano por debajo del calzoncillo creyendo que es el primer sitio donde él mismo lo guardaría, pero no hay nada. También lo hace en las deportivas por descarte, ya que él casi siempre lleva chanclas o babuchas que no permitirían ocultar nada llegado el caso.

-¿Dónde? -pregunta Ahmed.

-No hay más.

-Tú mentir.

-Jacinto no ha estado hoy.

El moro no se lo acaba de creer pese a que vio cómo el capataz condujo la furgoneta hasta la plaza. Su rostro sin embargo se relaja, pero lejos de lo que Alonso piensa, no le sueltan. Le hace una señal al otro y se lo llevan por entre los matorrales. Caminan lo suficiente para alejarse del sendero y se detienen junto a una encina. Sin decir nada, Ahmed le baja los pantalones con violencia dejando el trasero de Alonso expuesto. El zagal había llegado a imaginarse que eso podría ocurrir, pero rechazando la idea por la presencia del otro. Y otra vez se había vuelto a equivocar porque dudaba que sólo le desnudaran para ver si se había metido el billete en el culo como hacen ellos con las bolas de hachís. Pero si la intención era esa no entendía para qué la compañía, pues ya había sido capaz de inmovilizarle antes sin necesidad de un segundo. La respuesta no tardó en llegar al notar que el mayor comenzó a restregarle el paquete aún con la ropa y agarrándole de los brazos. Alonso se resistía consciente de que sería en vano.

Ahmed se bajó ligeramente el pantalón para sacarse la polla. Se la dejó colgando flácida por encima de la tela dejando ver su generoso tamaño. Ocupó el lugar de su colega (Alonso ya no creía que fuesen hermanos) y comenzó a restregar el capullo con su culo aún resentido mientras el otro todavía le retenía con los brazos, pero ahora por delante. Sintió cómo el moro colocaba su verga a la entrada de su ano, notándola todavía laxa. Ello no le impidió que tratara de meterla tras escupirse un par de veces. Que lo hiciera con suavidad no se debía a una súbita delicadeza y consideración por parte del violador, sino que esperaba que se endureciera por el roce y la fricción. Lo consiguió y entonces los movimientos se tornaron bruscos y constantes. Alonso soltó un alarido por su culo dolorido dudoso de que fuera a recibir el placer que sí sintió la otra vez que Ahmed abusó de él. Pero el dolor no siempre tiene por qué ser malo, y aunque enrabietado y furioso por el robo y por haberse salido con la suya, el murciano llegó casi a sucumbir y relajarse por su propio bien y, sobre todo, el de su trasero. Así, se excitó al ver cómo el miembro del otro había crecido delante de él aún por debajo de la tela revelando también un tamaño considerable. Pero éste no tenía aspecto de que fuera hacer algo con su erección, pues se limitaba a agarrarle mientras el otro le follaba.

Alonso pensó entonces que se turnarían para petarle el culo, y si era verdad el tamaño que intuía y tardaba tanto como lo hizo Ahmed la vez anterior su culo no iba a ser capaz de aguantarlo. Por eso en un descuido en que el otro liberó uno de sus brazos para recolocarse la verga intentó apartarse, pero era imposible que se escapara. Escucha unas palabras en árabe y al momento la agarran y le tumban boca arriba con violencia. El desconocido se sienta sobre su pecho mostrando aún su erección inmovilizándole definitivamente. Ahmed le eleva las piernas y continúa con su follada. En esta posición parece que duele menos o acaso se olvida de su culo por la presión que el otro ejerce en su pecho o por la provocación que supone tener una verga dura frente a tu boca cubierta por un maloliente pantalón.

Ahmed II debió fijarse en sus ojos golosos y dedicándole una lasciva sonrisa le acercó el paquete hasta su boca. Alonso nota el bulto duro, pero gira la cabeza rechazándolo. El moro le empuja la cara a modo de bofetada dejándola otra vez de frente a su verga. El zagal sabe que de nada sirve resistirse así que se encuentra con el paquete presionándole la cara al tiempo que Ahmed I continúa con sus embestidas en total silencio. El otro acaricia con el rabo los labios de Alonso llevándolo desde la punta hasta la base, siempre por debajo de la tela. “¿Cómo puede resistirse a sacársela?”, piensa el chaval intrigado por probar una polla moruna pese a no sentirse en absoluto atraído por el olor. Pero parece que el otro tiene suficiente con eso, o así lo muestra esa sonrisa medio pícara que le dedica, pues no lo quita ojo. Definitivamente cree que es sólo el preámbulo hasta que Ahmed acabe y follarle él. Así pasan los minutos hasta que de nuevo el moro se corre sin avisar dentro, tal como hizo la vez anterior. Su culo inundado chorrea el espeso líquido preparándose como parece para recibir más. Sin soltarle el desconocido se desliza hacia atrás situándose frente al culo. Ahmed ocupa ahora su lugar encima de su pecho, pero con la verga ya guardada. Si acaso las tenía, se quedará con las ganas de verla de cerca o probarla.

Su posición no le permite ver la polla del nuevo, que ya está desnuda dispuesta a taladrarle. Él no tiene que estimularla porque ya se había ocupado de ponerla dura, así que se la mete sin más y sin tampoco mediar palabra. De primeras no percibe diferencia de tamaño ni una forma distinta, pues igualmente las embestidas son bruscas y constantes como las de Ahmed. Éste le suelta un par de improperios poco originales como el “tú marica”, pero se olvida un poco de él mirando alrededor por si viniera alguien. Y así están hasta que el otro se corre también dentro de él, afortunadamente en menos tiempo que Ahmed I, aunque sí anunciándolo con un leve gemido. Acto seguido se levanta, le imita su amigo y se marchan tras hacerle un gesto amenazador pasando el dedo por el cuello. Totalmente vejado, Alonso recupera el sentimiento de rabia e impotencia planeando desde ese instante su venganza. Se limpia con unos hierbajos y se marcha para casa. Gracias a Dios su padre está en el baño, lo que le da tiempo para entrar en su habitación y sacar cincuenta euros de su escondite para poder dárselos, pues de otra forma hubiese tenido que buscar alguna excusa. Para su desdicha, los billetes no están donde los dejó. Revuelve un poco y piensa en su hermano, el único que sabía que guardaba dinero.

-¿Dónde está el dinero? -irrumpe en su dormitorio.

-Vaya pintas traes -aprecia.

-Déjate de mierdas. Dámelo antes de que salga padre del baño.

-¿Y lo de hoy?

-¡Que me lo des!

-¿Alonso, eres tú? -escucha desde el pasillo-. La puta que te parió, ¿cómo has tardado tanto?

Mira al hermano mayor con cara de cordero degollado implorándole que se los dé, pero el rostro de éste denota culpabilidad dando a entender que ya no los tiene. El padre aparece alargando el brazo con la palma de la mano hacia arriba.

-Padre, hoy no me han pagado -intenta aplacar los nervios.

-¿Qué mierdas dices?

-Jacinto se ha debido de poner malo o algo y el Cañizo nos ha traído al pueblo -al menos la mentira es sólo a medias.

Los ojos del progenitor se encienden de ira y sin esperarlo le suelta un guantazo al chico que casi le tira al suelo.

-Con esa pinta de maricón te engaña todo el mundo. No haber salido de allí sin los cuartos, que pareces tonto.

Alonso tiene ganas de llorar, pero lo evita por todos los medios.

-Tú, dame algo -se dirige ahora al mayor.

-No tengo, padre, no he cobrado todavía.

- Cucha vaya par de mindangos que he criado. ¡No sabéis hacer ! -se marcha farfullando.

Alonso mira a su hermano con inquina, pero el otro parece sentirse culpable por el bofetón. Se levanta y trata de acariciarle la cara.

-¿Te duele?

-Te odio, esta te la guardo -le dice con los ojos ya vidriosos.

-Alonso, espera -el zagal ha salido corriendo para encerrarse en el baño.

Trata de mitigar las lágrimas y apaciguar toda la rabia que lleva acumulada. Han sido demasiados percances como para pasarlos por alto. Se mira al espejo y le enfurece lo que ve. No puede contenerse y da un puñetazo contra él. El cristal y el lavabo se tiñen de rojo.