Vicio en el invernadero: Anexo

En ese pueblo hay demasiado mariconeo como para pasarlo por alto, ya sea fuera o dentro de los invernaderos.

El Cañizo había sido capataz de Jacinto durante años, y en ese tiempo fue cómplice de las aventuras de su jefe. ¿El motivo? Que éste le pilló una vez follándose a un ecuatoriano en uno de los invernaderos, y en vez de despedirle, se aprovechó de una posible amenaza de contarlo a alguien si él mismo le guardaba el secreto, así que le hizo compinche de sus andanzas. Pero como siempre existen jerarquías, cada vez que el empleado creía tener una oportunidad de taladrar un ojete, el jefe se apoderaba del “afortunado” pagándole por ello, y contra eso su sueldo de capataz no podía competir. Así, por su caseta vio pasar jóvenes del pueblo de diferentes razas y etnias que se dejaban petar el culo por una ínfima cantidad de dinero. La mayoría únicamente ponían el ojete, si bien alguno iba más allá y se la chupaba. Jacinto jamás probó una polla y mucho menos se dejó follar. En definitiva, en vez de irse de putas como los de su edad, recibía a chiquillos en su finca.

Para captarlos se servía del capataz, quien tenía buen ojo y mucha labia para insinuarse y convencerles. Los que aceptaban sabían que tendrían una paga extra cada vez que había recolecta. El resto del tiempo el empresario atravesaba un periodo de abstinencia porque prefería contratar para la jornada completa a moros o negros que se conformaban con un sueldo más bajo, pero éstos no estaban dispuestos a que su nómina incluyera el rato de sexo. Tuvieron una suerte relativa cuando un ruso de apenas veinte años se interesó en el puesto. Era relativa porque el chaval no era muy rápido o eficiente recogiendo hortalizas, pero sí chupando pollas o poniendo el culo. Y además, no le importaba que los dos lo hicieran, incluso el mismo día, dando a entender que obviamente prefería esos ratos a estar pasando calor en un invernadero. Su jornada era bastante rutinaria: cuando por las mañanas Jacinto se iba a hacer recados el capataz le buscaba y en mitad del campo se lo follaba. Y a la hora de la siesta entraba en casa con Jacinto y hacía lo mismo, aunque con el empresario iba más allá porque Vladi era un hacha mamando, y además no le importaba tragarse la leche permitiéndole correrse dentro de su boca. Eso compensaba su ineptitud para el campo, así que los dos hombres rezaban a San Fulgencio para que el muchacho no se marchara.

Su pérdida la notó más el capataz, porque el jefe al menos podía pagar para tener sexo. Pero un día se atrevió a quedarse mirando por la ventana cuando Jacinto se encerró con un zagal bastante atractivo. Contempló su ritual, quien adoptaba un rol dominante ordenando al chico de manera casi brusca. Le exigía que se desnudara poco a poco, que se rozara la polla por debajo de la ropa interior, que se agachara… Todos sus movimientos eran controlados por el empresario. También fue descubriendo que a éste le encantaba olisquearle el culo, así que le ponía contra la mesa para agacharse él y meter el hocico entre las nalgas. El Cañizo se dio cuenta de que aquel rollo voyeur le excitaba, por lo que comenzó a pajearse expectante a lo que ocurría allí dentro. A veces se cabreaba porque no le daba tiempo y tenía que quedarse a medias, ya que Jacinto le echaba nada más correrse. Optó entonces por ir tocándose desde el principio para que el punto culminante fuera el momento de la follada. Así, a él podía descargar, limpiarse y volver al trabajo sin ser visto.

Sin embargo, cuando Alonso entró en escena, el Cañizo sintió demasiada curiosidad porque hacía tiempo que no trabajaban chavales de la zona, y tentado por ver hasta dónde llegaría un día optó por quedarse hasta el final y verle tragarse la leche de su jefe que él mismo le acercaba a los labios con su polla o con el dedo para luego lamerlo. Aquella cara de satisfacción regodeándose con el blanquecino líquido le hizo plantearse probar el suyo, descubriendo así un sabor indescriptible que le dejaría con ganas de más. ¡El capataz quería probar una verga! Por ello persuadió al jefe en ser él quien fuera a buscar cuadrillas en la furgoneta para poder llevarle al zagal y encontrar alguien para sí mismo. Tardó en hacerlo, pero finalmente convenció a un negro que se la dejó mamar y se ocupó de elegirle cada mañana mientras pudiera para chupársela a la hora de la siesta cuando el jefe estaba entretenido. Pero un día debió calcular mal el tiempo o algo y Jacinto les pilló:- “¡Cucha el maricón! ¡Aquí no vuelvas más!”, acabando así su dilatada relación laboral.

El Cañizo no opuso resistencia por temor a que Jacinto lo fuera contando por ahí y porque creyó tener un as en la manga, que no era otro que Juan Ramón, del que se rumoreaba que era gay y además no tenía capataz. Dejó pasar unos días para tantear su propuesta tratando de coincidir con el joven empresario en la tasca de la plaza para que su ofrecimiento fuera más natural. Y un día se armó de valor y acudió finalmente a la finca de Juan Ramón:

-¿Te interesa tenerme de capataz? -le preguntó sin dar rodeos.

-¿Y eso? ¿Qué ha pasado con Jacinto?

-Me pilló chupándosela a un negro -creyó que su sinceridad y tal revelación le harían sumar puntos para ser contratado-. Y dice que eso es de maricas y que no me quiere volver a ver por su finca. Y como tú… Bueno, ya sabes lo que se dice…

-Pero Cañizo, yo acabo de contratar a alguien…

El primer contacto entre Chuso y Juan Ramón fue la paja que el agricultor le regaló al murciano agradeciéndole la que él mismo se había hecho esa mañana tras verle dormido tirado en una tumbona en calzoncillos y empalmado. Una imagen demasiado estimulante como para ignorarla mientras uno se ducha. De todas formas, aquello no impidió que se excitara de nuevo al estar besando al supuesto heterosexual mientras le estrujaba la polla. Simplemente se dejó llevar e hizo lo que el momento le sugería, sin querer forzar las cosas hasta estar seguro de que el otro estaba receptivo. Pero no fue ni la soledad ni la gayola por lo que Chuso se sintió atraído atreviéndose a confesarle que Juan Ramón le gustaba. Esa misma noche quiso tener sexo con él decidido a catar una polla por primera vez.

¿Qué lleva a un tío de veintiséis años plantearse a su edad una relación con otro hombre? Como decía, no fue la soledad por perder al único colega que le quedaba en el pueblo, ni haber permitido que el hermano de aquél se la mamara o le dejara follarle. Tampoco el atractivo del empresario que se había convertido casi en una obsesión durante esos días. La respuesta es mucho más sencilla: aceptación. Porque aunque Chuso se lo negara con frecuencia y tratara de bloquear sus sentimientos acostándose con mujeres, en el fondo sabía que lo que le iban eran los hombres. Y a una edad bien temprana, pues cuando empezó a trabajar con catorce años en la constructora de su padre ya se fijaba en algunos de sus compañeros cuando se cambiaban en la caseta o les sujetaba la escalera y su culo o el paquete quedaban a la altura de sus ojos. Más de una paja se hizo con aquellas imágenes, pero creía que sería algo pasajero. Vivir en un pueblo de la Murcia profunda con una mentalidad cerrada y retrógrada no ayudaba. Tampoco ese ambiente laboral machista en una época en la que los piropos a mujeres no se consideraban acoso, y más en una región de tan rico vocabulario.

Cuando sus amigos se fueron marchando a la universidad y se quedó prácticamente solo con Chema, lo que sentía por éste siempre lo consideró una sana amistad, incluso cuando se fijaba en cómo el cuerpo de su colega iba cobrando atractivo tras machacarse en el gimnasio durante años. Si dormían juntos en calzoncillos o se bañaban en la alberca esa imagen permanecía en sus retinas durante días por mucho que las tratara de bloquear, y cuando se masturbaba las censuraba de sus fantasías, pero en el clímax siempre volvían, aunque de manera súbita las volvía a esconder en algún rincón de su cerebro. Y menos mal que nunca se enteró de que su amigo del alma se dejaba petar el culo por dinero, ya que eso hubiera complicado las cosas seguro. Pero, ¿quién se lo iba a imaginar si Chema había estado tonteando con la Yoli prácticamente desde la adolescencia? Por suerte para ambos nunca se consideró una relación seria, así que Chuso y Chema pasaban la mayor parte de su tiempo libre juntos. De hecho, alguna vez la zagala le recriminó al medio novio que parecían maricas, y cuando éste se lo contaba al colega se lo tomaban con guasa, ignorante de lo que el otro hacía y/o pensaba.

Así que entre el trabajo y su amistad, a Chuso no le quedaba demasiado tiempo para las relaciones con las féminas. O al menos esa era una de las excusas. La otra tenía que ver con su aspecto: un tío corpulento de metro noventa imponía mucho, y aunque no es feo en absoluto, nunca llegó a calar entre las chicas de su edad. Sí que se lió durante meses con una más mayor, pero en el fondo más por presumir que porque realmente le gustara. “No veas como la chupa”, contaba en el curro y a su amigo. Y la empresa cerró indemnizándole con una ingente cantidad de tiempo libre que no sabía con qué llenar. Y para colmo, ahora su mejor y único amigo se iba a la capital dejándole un gran vacío. Pero por suerte para él, durante las semanas anteriores a su partida conocieron a Juan Ramón. Y de repente todo empezó a ser muy propicio: Sito acababa de salir del armario y del empresario se decía que era gay, lo cual se confirmó la primera noche que se conocieron.

Así nació su interés en él resucitando esas escenas de los albañiles de su adolescencia o del cuerpo musculado de su amigo. Pero sobre todo, se dio cuenta de que a su alrededor todo el mundo seguía con su vida haciendo lo que le daba la gana apartándole a él de sus planes, como cuando su padre cerró la empresa despreciando la proposición del chico de quedarse con ella, o como cuando Chema pidió el traslado a la capital sin contar con él, por mucho que le ofreciera irse a vivir con ellos con alentadoras promesas de pasárselo en grande y follar con tías todos los fines de semana. Se hartó. Se cansó de quedarse rezagado y desplazado, de que su padre le cortara las alas y pretendiera que echara a volar, de que Chema se sacara unas oposiciones dejándole a él como el amigo bruto que no sabe hacer nada y que dejó el instituto porque no lo gustaba estudiar. Si hasta Alonso con diecinueve años estaba a punto de tener una vida más fascinante que la suya…

Ya sólo faltaba que la paja que Juan Ramón le había hecho no fuera debida a un calentón puntual, y que aquello de “me pones más de lo que me gustaría” fuese cierto. Porque las horas que transcurrieron desde ese momento hasta que se decidió a volver a su casa para confesarle que le gustaba fueron abrumadoras y angustiosas por todo lo que le rondaba la cabeza, pasando del rechazo a la aceptación, volviendo a la negación segundos más tarde, pensando en su padre, en Chema, en la gente del pueblo… ¡El beso! Piensa en el beso que le ha dado al agricultor, sonríe y un nudo le sube a la garganta. Le oprime, pero no lo ve como algo malo, es sólo el último paso antes de desatarlo y liberarse para siempre.

Esa es la sensación que tuvo al llegar a la finca. No sin ciertos nervios e inquietud, ya desde el pequeño cosquilleo cuando caminaron hacia la casa cogidos de la mano o el escalofrío al rozar sus labios de nuevo. Después la agitación mientras se acariciaban o se desnudaban llevando a una inevitable excitación al verse completamente desnudos en el dormitorio. Los nervios se templaron por fin cediendo al deseo que ya sentía en su polla palpitante y a la fogosidad con la que sobó la de Juan Ramón, acariciándola en su totalidad mientras se besaban y la mano del otro rozaba su culo. Ha sido un gran paso, pero decide esperar al siguiente, o a que su amante se encargue de darlo. No obstante, quiere probar una verga y ya ha esperado demasiado. Abandona los labios de Juan Ramón para lamerle ahora el cuello, desliza su lengua por su velludo pecho y se detiene en los pezones. De ahí salta a la zona más impúdica, recibiendo un olor que le cautiva. La polla del otro ya está dura delante de su boca, pero la masajea primero como si se estuviese haciendo una paja a sí mismo, aunque sin quitarle ojo mientras decide dar el paso o cómo hacerlo.

Tras esos instantes de indecisión Chuso está preparado y la chupa por fin. Se la mete hasta la mitad más o menos y la vuelve a sacar degustando el trozo de carne que ya sale y entra de la boca a un ritmo regular. Siente el contacto con los labios y algún roce en la lengua, pero ésta no entra en juego todavía. Juan Ramón se retuerce y Chuso le dedica una mirada de aprobación. “Lo estás haciendo muy bien”. No era verdad, porque su mamada resultaba un tanto mecánica y monótona, aunque placentera para ser la primera. Obviamente Juan Ramón tenía más práctica, y casi a modo de lección ahora fue él quien chupó la verga de su amante de una manera lenta y casi tortuosa, jugueteando con la lengua tanto en el glande como en el tronco, acariciando con ella sus huevos para tragárselos después, rozando con su punta todo el rabo arrastrando su propia saliva hasta el capullo antes de engullirlo o tragarse la polla entera dejándola dentro de su garganta tal como hiciera Alonso.

Chuso creyó que tenía aún mucho que aprender para satisfacer a su amante, pero al menos follarle el culo no requería tanta destreza. Y así, dejó caer su voluminoso cuerpo sobre Juan Ramón, que yacía en la cama boca arriba abriéndose de piernas para recibir su polla. Entró con facilidad y al acoplarla en el agujero ambos gimieron al unísono. Pronto las embestidas cobraron un ritmo estable y vivaz que les estimulaba a partes iguales llevándoles a besarse con pasión sin que sus cuerpos se separaran. Chuso se incorporó quedando ahora de rodillas sobre el colchón para poder pajear a Juan Ramón mientras le taladraba el ojete. Su excitación casi frenética le llevó a masturbarle a una velocidad que sus acometidas no eran capaces de seguir, rompiendo la armonía entre la paja y la follada. Así, Juan Ramón se corrió antes sobre su vientre ante la mirada lasciva de Chuso, que lo haría poco después descargando con furia varios trallazos que se diluirían con los del otro mezclándose entre el denso vello del torso del agricultor.

Ese fue el primer polvo de muchos, adoptando cada uno un rol que asumieron sintiéndose cómodos. En el dormitorio Juan Ramón se volvía sumiso sintiéndose totalmente protegido por un tiarrón como Chuso, el cual le aportaba aunque fuera sólo por su envergadura una sensación de seguridad que siempre había buscado en los tíos y que Alonso, cuando se le insinuó, no le proporcionaba. Pero fuera de la cama el empresario se convirtió en su jefe, pues Chuso aceptó trabajar con él dispuesto a dejarse enseñar sabedor de que allí tendría trabajo al menos durante el tiempo que su relación durara. Sin embargo, casi al principio hubo un momento de incertidumbre cuando Juan Ramón le contó la propuesta del Cañizo, viendo peligrar su puesto ante la mayor experiencia y destreza del otro, que llevaba toda la vida trabajando en el campo. Juan Ramón notó su inquietud en los días sucesivos preguntándole qué le ocurría hasta que Chuso se sinceró.

-No te preocupes por eso. Además, me consta que el Cañizo ha vuelto a la finca de Jacinto y según cuentan se pasan el día metidos en la casa y ya no van siquiera al INEM para contratar moros.

Desde que Ahmed y Hakim se follaron el culo del murciano vieron en él algo más que el objetivo de un robo, pues además de irse con la cartera llena descargaban sus huevos dentro del muchacho. Hakim había dado un paso más, y se la dejó chupar e incluso le besó, aunque fuera sin lengua y sin pasión. Tras ser atacados por el hermano y su colega lo perdieron todo, porque además Ahmed, que había sido también el juguete sexual de Jacinto, se quedó sin paga extra por ser follado. Ninguno de los dos fue contratado para trabajar en la huerta, así que tenían mucho tiempo libre. Sin embargo, no perdían la esperanza y todos los días acudían a la oficina del INEM para ver si alguna furgoneta se apiadaba de ellos y les escogían ajenos al complot que se había montado. Por tanto, ni dinero, ni sexo ni víctima a la vista. Un día paseaban por el barrio de los sudamericanos y se fijaron en uno con andares afeminados. Se miraron, y sin decirse nada los dos supieron que habían encontrado otra víctima con la que rellenar tanto tiempo libre. Sólo faltaba decidir cómo lo harían para poder follárselo.

Tuvieron un primer contacto visual con él, pues se le quedaron mirando mientras le sonreían. El chico se percató de su presencia sin darle ninguna importancia y continuó andando. Se fijaron en que entró a un supermercado deduciendo que al salir volvería por esa misma calle. Le esperaron y al pasar delante de ellos volvieron a acecharle con los ojos, e incluso Ahmed se tocó el paquete cuando el latino les miró. Pero otra vez no se dio por aludido. No obstante, los moros no desistirían, acudiendo allí en los días sucesivos hasta que el chico empezó a notar algo raro. Se creyó que era algún tema de drogas, y con esa excusa se les acercó:

-Quiero pillar.

-¿Cuánto? -preguntó Ahmed.

-Veinte.

-No tener aquí. Ver tú en camino cementerio una hora.

Se ve que le entendió, y al comienzo del sendero que llevaba al cementerio se encontraron una hora más tarde. Sacó el billete de veinte nada más llegar, pero Ahmed le interrumpió:

-No aquí.

Le hizo un gesto para que les siguiera llevándole hasta una zona apartada del camino no sin que el otro sintiera cierto temor. De hecho, trató de convencerles de que se lo dieran mientras andaban y a punto estuvo de darse la vuelta, así que Ahmed se detuvo allí mismo para darle el hachís.

-¿Tú querer más? -sin ningún pudor se agarró la polla.

El chico le miró extrañado buscando a Hakim para ver si realmente estaba sucediendo lo que él creía. Éste le sonrió moviendo su cabeza hacia abajo a modo de confirmación. Volvió a dirigir la mirada a Ahmed, que ya se había sacado la polla de la bragueta, colgando laxa y apetecible. El latino se relamió y se acercó a besarle, pero Ahmed le anunció que nada de besos. Se arrodilló entonces pero le volvió a hablar:

-Yo solo follar.

Hakim sí que le hizo una señal consintiendo que se la mamara, colocándose delante de él y ofreciéndole ese gran rabo con el que Alá le había dotado. En el fondo se quedó con las ganas de poder tragarse dos pollas de semejante tamaño a la vez, o al menos intentarlo, pero tuvo que conformarse sólo con una y con que el otro le taladrara el ojete. Para hacerlo, su postura no ayudaba, así que se colocó a cuatro patas ofreciéndole a Ahmed el culo mientras Hakim se inclinó delante de él dejando caer su verga a la altura de sus labios. La lamió un poco, pero al notar que Ahmed la iba metiendo causándole cierto malestar, se la sacó de la boca para poder gruñir un poco, como si así le doliese menos. Tras un sonoro gemido, y una vez acoplada, retomó la mamada.

El latino tenía pues dos pollones llenándole sus agujeros, un trance con el que había fantaseado desde que llegara al pueblo y en el que jamás se imaginó que se encontraría debido a lo aburrido que resultaba vivir allí y a la falta de experiencias sexuales con otros tíos en un lugar tan machista y homófobo donde se reían de él constantemente. Claro que dos moros no era lo ideal, quizá sí algún negro, pero en sus fantasías prefería a algún murciano rudo y masculino que le tratase como su putita. Lástima que ignorara las andanzas de Jacinto y que ni se planteara trabajar en el campo. Pero allí estaba dejándose hacer por dos marroquíes toscos que le follaban a su antojo con embestidas bruscas que precipitaban sus pollas a lo más profundo de su garganta y de su recto. Ahmed y Hakim ni se miraban, aunque éste sí dirigía sus ojos al del chico para ver la lujuriosa expresión de su cara y el ansia con la que se tragaba su verga o sus huevos haciéndole estremecer.

Ahmed se corrió antes, y como acostumbraba lo hizo sin avisar, pillando al chaval totalmente desprevenido y causándole cierta aversión que lo hiciera dentro de su ano. Por ello le pidió al otro que le advirtiera cuándo estuviera a punto, porque por muy excitado que se encontrara no le iba a permitir correrse en su boca. Hakim hizo como que no le entendía dispuesto a expeler su leche dentro del chico, pero éste notó que su respiración se aceleraba y que sus sollozos se volvían más intensos, así que trató de apartarse. El moro se lo impidió, y aunque forcejearon, finalmente el sudamericano se encontró con la boca llena de espeso semen que no se llegó a tragar, escupiéndolo con desprecio cuando Hakim decretó sacarle el rabo recriminándole después en vano, porque el árabe ni se molestó en escucharle. Una pena, porque podrían haber repetido en días sucesivos. En verdad Ahmed y Hakim le buscaron varias veces, pero el chaval se hizo el digno y no sucumbió. No insistieron por temor a que tuviera algún hermano o un colega como Chuso y acabaran escarmentados como con Alonso.

Sito no tardó en acostumbrarse a la vida de la ciudad pese a que al principio echó de menos los últimos días en el pueblo, los cuales fueron intensos y productivos, pues ganó un dinero extra, salió del armario, le follaron, chupó dos pollas y probó el semen. Por eso cuando Chuso fue a visitarles y se vio solo con él porque Chema prefería descansar no dudó en insinuarse, y así tuvo de nuevo una verga en su boca y en el culo. Pero además le acompañó a la zona de ambiente por primera vez, agradeciéndole esa toma de contacto para al menos saber a qué se enfrentaría si decidía acudir solo. Y lo hizo animado por su hermano con la idea de que debía salir y conocer gente. Le obedeció porque el propio Chema se estaba convirtiendo en una especie de obsesión para él. A pesar de haber estado diecinueve años sin sexo, de repente sentía una necesidad imperiosa de practicarlo, haciéndose pajas de forma compulsiva rememorando a su colega, al ex jefe o a los moros. Pero en esas escenas entraba en juego su hermano, fantaseando con montárselo con él, excitándose al verle en calzoncillos en el sofá, tentado a entrar a su baño con alguna excusa mientras se duchaba, cavilando en cómo seducirle sin que éste acabara soltándole dos hostias. Porque además Chema debía de estar bien necesitado, porque en esas primeras semanas casi no salía del piso salvo a trabajar o cuando venía Chuso, volviendo a casa solos. Así que según sus cálculos llevaba ya tiempo sin follar, y pajas no creía que se hiciera muchas porque Alonso estaba allí todo el día.

Y aunque cuando se corría determinaba que aquello no estaba bien, la coyuntura de estar solos en ese piso daba mucho juego para su libidinosa imaginación. Llegó incluso a tontear con él metiéndose con su cuerpo por haber dejado el gimnasio insinuando que estaba engordando mientras le hacía cosquillas. Chema le seguía la broma, pero nada más. Una vez que estaban viendo una peli en la que salía un atractivo tío desnudo le dijo para provocarle que se iba al baño a hacerse una paja y la única contestación que recibió fue que no le contara esas cosas. Convencido de que no llegaría a nada, le hizo caso y comenzó a salir. Visitó un cuarto oscuro y se dejó follar; también se la chuparon a él por primera vez, pero se llevó una hostia porque sin avisar se fue a correr dentro de la boca del otro como si aquello fuera lo normal. Se lo contó a su hermano para ver si reaccionaba, pero tampoco sirvió. Se relajó un poco cuando empezó el instituto, pero tuvo la suerte o la desdicha de conocer a un chaval con el que comenzó una relación. Un rubio de ojos verdes que le molaba mucho, aunque era un poco parado para su gusto porque no siempre que se lo llevaba a casa y se encerraba con él en la habitación quería follar.

Estos “problemas” de pareja también se los narraba a su hermano, pese a que éste no paraba de decirle que no quería saberlo.

-¿Acaso te cuento yo los míos?

-¡Pero si tú no sales ni haces nada!

Se arrepentía de ese tipo de comentarios casi crueles, porque en el fondo era consciente de que probablemente la vida de Chema en la capital no era como se la había imaginado. Le notaba alicaído, decepcionado cuando Chuso ya no iba todos los fines de semana, sin ilusión cuando sí que aparecía, y cabreado cuando Juan Ramón le acompañaba.