Vicio en el invernadero
Un agricultor maduro recluta trabajadores para sus invernaderos, aunque algunos no van sólo a recoger hortalizas...
Además de los invernaderos, lo más reseñable del pueblo es la cantidad de inmigrantes de diferentes nacionalidades que pululan por las calles. Los gitanos han vivido siempre allí, auto marginándose a un barrio de las afueras donde los coches de lujo se mezclan con las furgonetas de los mercadillos. Sí, son gitanos que trabajan, en teoría en la venta ambulante yendo de pueblo en pueblo para sacarse el jornal. La convivencia con los payos fue siempre buena salvo cuando algún adolescente descerebrado le tiraba los trastos a una gitana o viceversa. Convivir sí; vivir no. A mediados de los noventa comenzaron a llegar negros que se dedicaban a poner puestecillos en los mercadillos, aunque con mercancía que no llegaba a ser competencia para los ya asentados. Los sudamericanos y marroquíes desembarcaron casi a la vez junto con las rusas y los rumanos. Y entonces comenzó a haber problemas.
Se hizo famoso el dicho de “hasta que las rusas os separen” porque más de un matrimonio se rompió por la infidelidad del marido. Antes había ocurrido con alguna cubana o puertorriqueña, pero los casos fueron anecdóticos. En cuanto a los rumanos, apenas duraron mucho por sus desavenencias con los gitanos. Un par de robos y se lio gorda, apareciendo incluso en las noticias, por lo que decidieron buscar un sitio más hospitalario. Con los latinos tampoco hubo buen feeling, pues los gitanos les pusieron motes que no les agradaban como “panchitos”, “guachupinos” o “payoponis”. Y si no, se referían a ellos como ecuatorianos pese a que no todos venían de ese país. Pero bueno, la cosa no fue mal mientras que los latinoamericanos no se emborracharan los domingos y la liaran. Pero el resto de la semana no había problemas. Y en cuanto a los moros, pues algunos vinieron de buen rollo a trabajar en la obra o en la huerta y otros a violar, traficar con droga o robar. Gracias a Alá estos últimos tampoco se quedaron mucho tiempo. Según las habladurías hay que agradecérselo de nuevo a los gitanos.
Y bueno, los murcianos ahí siguen. Me atrevería a decir que son minoría. Y es una pena que la lengua murciana esté en peligro de extinción por su riqueza lingüística de vocablos que en ningún otro sitio se escuchan. Menos mal que aún quedan los machos de la Murcia profunda que no se han refinado ni tienen intención de hacerlo como las mujeres o los jóvenes que salieron escopeteados huyendo del campo sin un objetivo claro. Y ante tanta vacante fueron llegando los extranjeros. Podría decirse que el pueblo es como un pastel ya troceado en el que cada porción pertenece a una etnia. Y allí viven sin mezclarse salvo para ir al Mercadona, al mercadillo o a la oficina del INEM. Verlos en la puerta haciendo fila para recibir alguna prestación es un espectáculo. Unos por su color, otros por su estatura, otros por el reflejo del brillo de sus collares de oro y los otros por su olor. Claro que siempre hay excepciones, como el morito que se ducha, el gitano que quiere trabajar en algo que no sea la venta, el “ecuatoriano” que mide más de un metro setenta o el negrito que se viste como una persona normal. Y por supuesto está el murciano que reniega de serlo y pretender hacerse el finolis al estilo cordobés engominándose el pelo y ataviándose con su camisa de marca para ir a sellar su tarjeta.
La diferencia de éste y el resto es que el autóctono no aguarda la esperanza de que ese día llegue la furgoneta porque se la suda. Los demás sí que la esperan con ansia pues significa que ese día cobran, aunque sea una miseria. Porque hay algunos que van de empresarios que se acercan a la oficina del paro a recoger voluntarios que quieran ir a echar la jornada a sus fincas. Lo hacen cuando toca recolectar alguna fruta o embalarlas en cajas. Son varios y no tienen días fijos, pero van a primera hora para tratar de captar a los más currantes y competentes. Jacinto es el que mejor paga y el que mejor les cuida porque les ofrece agua e incluso algo de comer. Sin embargo, algunos le ven llegar y no muestran ningún interés ya sea por experiencia propia o por lo que han escuchado sobre él. Para su desgracia ese día es Jacinto quien viene primero. Apenas ha parado la furgoneta cuando ya tiene alrededor de ella a casi una centena de hombres peleándose por ser elegidos. Jacinto se baja y trata de hacerse un hueco mientras se dirige hacia la puerta de la parte de atrás.
-A ver esmallaos , necesito a ocho para recoger melones y sandías. Ocho. Y nada de mindangos, que ya os conozco a algunos.
-Señor Jacinto elegir a mí -escucha decir.
-Cucha el esmirriao . Si tú no levantas ni dos melones.
Se pasea entre ellos buscando alguna cara conocida. Entre tanto va eligiendo casi al azar ignorando a los latinoamericanos.
-¡Ahmed! ¿Dónde está Ahmed?
Un chaval de apenas veinte años se desliza entre la multitud y Jacinto sonríe satisfecho. Ya de vuelta hacia la furgoneta escoge a los que le quedan, pero le llama la atención un chico que no parece ni negro, ni marroquí ni de por ahí.
-¿De dónde eres muchacho?
-De aquí del pueblo.
-¿Qué edad tienes?
-Diecinueve.
-¿Y quieres trabajar?
-Sí.
-Pues sube.
Jacinto piensa en deshacerse de Ahmed porque ha encontrado una nueva presa, pero el chaval está ya sentado en la última fila de la furgo y decide dejarle. Llegan a la finca recibidos por el capataz, si bien parece que todos saben lo que tienen que hacer. Jacinto pone en aviso a su empleado sobre el nuevo. Ahmed se queda un poco rezagado girando la cabeza como esperando alguna señal de Jacinto, pero éste le hace un ademán de que siga con los demás. El propietario se marcha de nuevo a hacer unas gestiones dejándolo todo en manos del Cañizo, el encargado del invernadero desde hace años y en que tiene plena confianza en todos los aspectos. Aparece a la hora de comer con unas garrafas de agua y bocadillos para los ocho trabajadores. El Cañizo y él se meten en una pequeña casa a beber vino y tomar algo de embutido. Al acabar el capataz se levanta para seguir con sus tareas.
-¿Quieres que te mande al moro ese?
-Hoy no. ¿Dónde has puesto al nuevo?
Se lo explica y Jacinto da tiempo a que el chaval esté ya en su puesto. Le ve en la esquina de uno de los invernaderos.
-¿Cómo vas, chico?
-Bien.
-Vaya, no eres muy hablador.
-No señor.
-¿Es tu primera vez?
-No.
-¿Y por qué no te he visto antes?
-Porque he ido a la finca del Fulgencio.
-Ay ese cabrón me quita siempre a los buenos.
-Hago lo mejor que puedo, señor -el chaval sigue trabajando
-Para un momento.
-Lo que usted diga.
-Eso está bien, un chico obediente. Me gustan los chicos obedientes.
-Eso me han dicho.
-¿Ah sí?
El chaval asiente con la cabeza.
-¿Qué más te han dicho?
-Que me puedo sacar un dinero extra.
-Entiendo. ¿Y sabes cómo?
-Eso creo.
-¿El Fulgencio da también paguillas extras?
-No lo sé.
-O sea que tú y él nunca…
-No señor.
-Pues si quieres acompañarme te muestro cómo es el trabajo extra.
El chico no responde, pero deja lo que está haciendo y comienza a andar. Llegan a la casa y le ofrece algo de vino, pero lo rechaza.
-¿Cómo te llamas?
-Alonso.
-¿Estás listo, Alonso?
Mueve la cabeza con cierto nerviosismo y se quita la camiseta.
-Si no te importa las instrucciones me gustaría darlas yo.
-Lo siento, usted manda.
-Buen chico. Date la vuelta y quítate los pantalones.
Alonso obedece.
-¡Sólo los pantalones!
El zagal había comenzado a desvestirse bajándose también los calzoncillos junto al chándal. Vuelve a subírselos y se da la vuelta.
-¡No he dicho que te giraras! -le increpa Jacinto.
-Lo siento, señor.
-Quería ver tu culito. Échalo para atrás. Vale, ahora date la vuelta.
Se queda dubitativo en frente de Jacinto esperando más instrucciones. Se fija en él mientras tanto. Le gusta su pelo negro y que aún lo conserve en buena cantidad pese a su edad. Elucubra sobre ella llegando a la conclusión de que debe de rondar los cuarenta y cinco. Puede que más. Aprecia el moreno tono de su piel, pero se está desabrochando la camisa y su pecho parece menos bronceado. Tiene vello en todo el torso, pero no mucho. Cree que no le agrada. A Alonso apenas le ha salido por debajo del ombligo. El vientre del agricultor es voluminoso, pero no diría que está gordo. Parece duro como los músculos de sus brazos. Se ve así mismo más enclenque.
-Tócate un poco.
Jacinto también lo hace. Se soba el paquete con una mano y con la otra se acaricia el pecho deteniéndose en los pezones. Alonso tímidamente pasa la palma de su mano por encima del calzoncillo sin saber si debe ya empalmarse o no. Piensa que no tardará porque el otro se está deshaciendo de los pantalones. Él sí que se quita los calzoncillos al mismo tiempo, mostrando ya su polla medio flácida. Intuye un buen tamaño, pero a simple vista tampoco sabría decir si es más o menos grande que la media. Respecto a la suya sí que es desde luego más ancha. Ya ha cobrado forma por debajo de la tela y utiliza sus dedos para marcarla notando cómo se endurece.
-Parece que te gusta lo que ves -aprecia Jacinto sin esperar una respuesta-. Venga, ahora quiero ver yo la tuya.
Se quita el slip y sale disparada quedándose quieta y tiesa apuntándole.
-Date la vuelta otra vez -le ordena-. Mmm vaya culito tienes.
Jacinto se acerca y le manda recostarse sobre una mesa camilla. Alonso acata la orden exponiéndole su culo. El mayor se agacha y mete su nariz entre las nalgas olisqueándolo con ganas. Se escucha el sonido de su aspiración denotando que el olor le gusta. Se incorpora y tira del cuerpo del joven dejándole de pie justo delante de él. Le roza con su polla morcillona mientras le lame el cuello. Le gira la cabeza y acerca su rostro al del chico. Le pasa la nariz y los labios por delante de su boca.
-Así huele tu culo, ¿lo notas?
Alonso no dice nada.
-¿Lo notas? -le grita.
-Sí.
-¿Y no te gusta?
-Sí, señor.
-Verás que haré otras cosas con tu culo que te gustarán más. Pero todo a su tiempo. Ahora arrodíllate.
Alonso se pone de rodillas, se sienta en el suelo sobre sus propias piernas y levanta la cabeza quedando a la altura del rabo de Jacinto. Éste se lo agarra y lo dirige hacia su cara. Lo desliza por ella dejando pequeños rastros del líquido preseminal que ya ha ido soltando. Roza con su capullo los labios del chico, la arrastra por la mejilla, por los ojos incluso. Sus movimientos son lentos y suaves, fijándose en la cara casi de desesperación de Alonso, que no sabe si debe abrir la boca y probar por fin una verga. El cipote de Jacinto serpentea por los labios de Alonso, quien nota cómo palpitan ante el roce de ese trozo de carne ardiente que se endurece por momentos.
-Abre la boca.
Alonso acata la orden y la abre con timidez, si bien quiere ya saborear ese miembro cuyo olor le había provocado mucha curiosidad por lo novedoso y diferente. Jacinto deja caer el glande casi ya morado hasta rozarlo con la lengua al tiempo que recibe un cosquilleo que le recorre todo el cuerpo. Hace círculos con su polla en la comisura de los labios sin que la punta se despegue del húmedo músculo. Alonso se mantiene pasivo a la espera de que le manden hacer algo. Le parece casi una tortura porque quiere tragársela y sentirla dentro de su garganta. Jacinto le agarra por las mejillas para apretarlas por lo que todo el contorno de los labios del muchacho rozan con su capullo. Lo aparta y le acerca un dedo de sus recias manos por haber trabajado tantos años en el campo y cuya aspereza contrasta con la delicadeza de los labios de Alonso. Se humedece y se lo lleva al pezón ocupando su lugar la polla que vibra con más intensidad.
-¿Te la quieres jalar?
Alonso mueve la cabeza hacia delante como símbolo de aceptación.
-Dímelo.
-Me la quiero comer.
-Pídemelo -Jacinto alza la voz.
-Deme su polla -titubea.
-Desde que te vi esta mañana supe que estabas hecho un mariconazo. Así que quieres mi polla, ¿eh?
-Sí -suena más convencido.
-Abre la boca.
Casi sin darle tiempo, Jacinto la embiste introduciendo su gordo cipote hasta rozar sus huevos en la barbilla. Alonso hace un amago de toser por haberse atragantado, pero Jacinto no se apiada. Él mismo le cierra la mandíbula dejándole su trozo de carne dentro. Los ojos del chico irradian una mezcla de sorpresa y angustia que le impiden disfrutar como debería teniendo una verga en sus tragaderas. Jacinto la saca y el chaval toma aliento con fuerza.
-¿Te ha gustado?
-Casi me ahoga.
-No me seas nenaza. Si esto no ha hecho nada más que empezar. ¿Probamos otra vez?
No le deja contestar esta vez y la vuelve a introducir, ahora de manera menos brusca. Igualmente la mantiene dentro dejando al chaval que él mismo cierre o abra la boca según considere. Su nariz roza el vello púbico del agricultor y aspira el olor que le parece tan intenso. Está comenzando a disfrutar, pero otra vez se ve despojado de ella. Jacinto la tiene ya dura como una roca por lo que aprovecha para golpearle las mejillas o posarla de nuevo en los labios. La paciencia de Alonso se está acabando y decide lengüetear el tronco que descansa sobre su hocico. Teme que Jacinto le regañe, pero lejos de hacerlo, el hombre maduro lo desliza en esa misma posición aprovechándose de la lengua que va acariciándolo casi en su totalidad. En un momento llega incluso a lamer los huevos enturbiándose por un olor penetrante que le excita sobremanera. Querría hacer algo más con ellos, pero él no tiene opción de elegir. Pero Jacinto parece haberle leído el pensamiento y en uno de sus movimientos decide dejarlos a la entrada de sus tragaderas. Alonso nota cómo un huevo entra en ella, percibiendo el duro vello y el embriagador aroma. Se ayuda de la mano para introducirse los dos. Jacinto gime gracias a un nuevo cosquilleo.
Los dos están ya muy excitados, y aunque al final el jueguecito les agrada a ambos, todo indica que lo mejor es que se la trague ya. Alonso porque si no lo hace va a sufrir un ataque, y Jacinto porque tanta fogosidad le está llegando incluso a doler. Permite entonces que el chaval lleve algo de iniciativa y se la deja mamar a su antojo. Reconoce que no lo hace nada mal dudando de que sea su primera vez. Juega con la lengua y los labios ayudándose además de las manos para agarrarle el rabo por la base para un mejor control. La succiona haciendo círculos con él o la saca y recorre todo el cipote con la lengua volviendo a los huevos que tanto le han gustado. Su olor se ha mezclado ya con el de su propia saliva que a veces arrastra con los dientes para tragársela y apreciar todos los matices. Lengüetea el capullo y tontea con el pellejo que queda justo debajo de él para cubrirlo y mordisquearlo o colar su lengua entre éste y el glande. En definitiva, estaba disfrutando de la polla de Jacinto a su antojo, y éste se dejaba hacer recibiendo un placer que no acababa de creerse. Sin embargo, estimando que igual así podría llegar a correrse, prefiere parar porque lo suyo es follarse un buen culo. Y la promesa de uno virgen es de lo más tentadora.
-¡Levántate! -Alonso sabe lo que le espera.
Le empuja otra vez contra la mesa dejando su culo en pompa. Le aparta las nalgas y clava la lengua en el ano provocando el primer gran gemido del imberbe. Pero éste no para de gimotear durante todo el tiempo que su jefe le sondea su agujero, sintiendo la lengua muy dentro de él: -“Oh sí, oh sí, Dios” -se le escucha balbucear. Pero la intención de Jacinto no es darle placer al otro, sino prepararle para poder follarle. Si de verdad es su primera vez -que parece que sí porque no ve el ojete demasiado abierto- sabe que le va a doler, por lo que cuando decide penetrarle lo hace con cuidado al principio.
-Voy a follarte -le advierte.
-Tenga cuidado.
-¿Otra vez te comportas como una nenaza? Voy a romperte este culito, ¿quieres?
-Sí.
-Pídemelo.
-Sí, fólleme.
-Así me gusta.
A pesar de la dureza de sus palabras, Jacinto se la mete con cierto cuidado. Escucha el sollozo del chaval que interpreta como algo normal. Se detiene, la saca un poco e intenta profundizar un poco más.
-¿Te gusta?
-Duele.
-Eso es ahora. Luego me pedirás que te dé más. ¿Acaso quieres que pare?
-No, no pare.
Un par de veces más y las embestidas cobran un ritmo estable, si bien no se la llega a meter entera por mucho que Jacinto quiera, al igual que el ritmo, que preferiría más rápido y violento. Pero se convence de que es sólo cuestión de tiempo. Porque los sonidos que Alonso exhala han cambiado. Ya no son de dolor sino todo lo contrario.
-¿Has visto cómo te gusta?
-Sí.
-Dímelo.
-Me gusta que me folle -Jacinto se calienta y aviva el ritmo.
-¿Así, duro?
-Sí.
-Pídeme que te dé duro.
-Fólleme duro. No pare.
-Voy a reventarte este culito.
-Oh, sí. Deme fuerte.
Los sollozos de uno se mezclan con los más sonoros gemidos del otro, así como con el típico sonido cuando la polla entra y sale o los huevos golpean las nalgas. Se escucha otro que no les agrada tanto: alguien ha llamado a la puerta.
-¡La puta que me parió! -exclama Jacinto-. ¿Quién mierdas es?
El inoportuno abre la puerta vacilante y asoma la cabeza.
-Acho, Ahmed, ¿qué quieres?
El marroquí se sorprende ante lo que ve, si bien no puede decir que no lo esperaba.
-Entra de una puta vez -Jacinto apenas se ha movido, manteniendo su polla todavía dentro de Alonso, quien no parece habérselo tomado tan bien, y avergonzado trata de apartarse.
El dueño de la finca se compadece y le libera. Alonso se incorpora quedándose detrás de su jefe.
-Usted no llamar a mí hoy -habla Ahmed.
-Ya has visto que no.
-Yo no dinero -continúa-. Tú marica -se dirige ahora a Alonso con cierta agresividad.
-Deja al zagal.
Jacinto va en busca de su cartera, saca un billete de cincuenta euros y se lo da a Ahmed.
-Toma anda, que sólo te interesan los cuartos.
-Tú fuera -Ahmed se vuelve a dirigir a Alonso y hace amago de quitarse la camiseta.
-¡No, no, no! Coge el dinero y vete.
-Pero yo querer.
-Tú querer nada. Ya tienes el dinero así que lárgate o te doy una jetá -Jacinto amenaza con la mano.
El morito obedece marchándose medio satisfecho porque al menos se ha llevado la “paga extra” sin tener que hacer nada.
-¿Dónde estábamos? -el mayor vuelve a sobar al chico-. Cagoentó que se me ha bajao el tema.
-¿No le da reparo follarse a un moro? -pregunta el chaval.
-Un culo es un culo.
-Pero ese olor…
-Yo ya estoy acostumbrao . Los zagales de ahora sois muy finolis.
-¿No dirá nada, no?
-Ese que va a decir, si es un sinsorgo. Venga, al lío que se nos va a hacer tarde.
-¿Se la chupo?
-Cucha el maricón, que le ha gustao . Sí, un poco que se ponga dura.
Alonso se agacha para tragársela. Percibe ahora el olor de su propio culo, lo que no le seduce tanto. Jacinto aprecia cierta repulsión en su rostro pero lo fuerza de nuevo metiéndosela entera mientras le agarra por el cuello. Piensa en Ahmed, quien no se la chupa nunca, pero sí en un negrito que ya no está que, aunque no le agradaba eso de que se la metiera en la boca, y mucho menos mamar, al menos intentaba complacerle. Por ello decide relajarse un poco y dejar hacer al murcianico . Éste se la trabaja como antes aunque ahora se centra más en los cojones encandilado por su aroma.
-No sé si follarte o dejarte seguir hasta correrme.
-Lo que usted quiera.
-Es que la chupas muy bien, mariconazo. ¿Estás seguro que no le has hecho esto al Fulgencio?
Alonso niega con la cabeza para no tener que sacarse la polla de nuevo al tiempo que mira a Jacinto y éste le sonríe.
-Vaya mamador estás hecho. El morito no me la jala. Se creerá muy macho, pero bien que se deja romper el culo. Pero tú… la chupas bien, jodío. Creo que me correré en tu cara, ¿quieres?
La mirada inocente de Alonso se enturbia de lascivia. Sus ojos golosos aprueban la propuesta. De este modo acelera sus movimientos y se centra de nuevo en el cipote. Lo chupa con ganas a un ritmo decidido dispuesto a hacer que su jefe se corra. Jacinto avisa que está a punto; la saca y dispara entre gemidos y furia los chorros que van a parar a la cara del joven, desde la frente hasta la barbilla. Mantiene la boca cerrada pero unas gotas se han posado en sus labios insinuantes y apetecibles. Llegado a ese punto quiere probarlo todo, por lo que saca la lengua con cierto temor atrapando los restos del espeso líquido que le resulta amargo, pero no desagradable. Al verlo Jacinto se excita, y con la propia punta de su rabo va rebañando el semen de la cara para acercárselo a los labios. Se estremece cuando Alonso le roza el capullo tratando de extraer más gotas de lo que le ha parecido un delicioso manjar, y entra en éxtasis cuando el cabrón se la traga de nuevo estrujándosela y absorbiéndola con la boca hasta dejarle seco.
-¡Ostia puta! ¿Dónde has aprendido eso, muchacho?
Alonso sonríe satisfecho.
-Voy a tener que contratarte a jornada completa.
-Eso me gustaría.
-Bueno, bueno, ya lo hablaremos. Ahora deberías volver al invernadero.
-¿Quiere que vaya a recoger melones?
-¿Quieres que los demás sospechen?
Alonso se encoge de hombros, pero acepta finalmente con resignación. Se lava un poco la cara en el fregadero, se viste y se marcha. Camina ufano hacia su rincón pensando en todo lo que acaba de ocurrir notando cómo su polla reacciona ante tales imágenes. Se ha olvidado de ella todo ese rato y se le ocurre que en aquella solitaria esquina igual puede hacerse una paja sin que nadie le vea. Sigue estando muy excitado y necesita desfogar. Otea el lugar y le parece seguro, pues no atisba a nadie cerca. Se mete la mano por debajo del calzoncillo y comienza a tocarse sin necesitar mucho tiempo para tenerla ya dura. Cierra los ojos para rememorar la verga de Jacinto, evoca su olor y su forma, el gustito que le daba al follarle y ese nuevo sabor que ha probado por primera vez. Un ruido le sobresalta.
-Tú ser marica -Ahmed aparece a su lado-. Tú quitar mi dinero.
Alonso se saca la mano avergonzado y temeroso porque no sabe qué rayos quiere el moro.
-Si te ha dado el dinero -balbucea.
-Pero él no quererme aquí mañana si estar tú. Mejor tú no vuelves nunca -suena amenazador, pero tampoco muy convincente.
-Si quiere que venga vendré, que yo también necesito el dinero.
-Tú marica, tú no hacerlo por dinero.
-¿Y qué sabrás tú?
-Tú paja solo porque gustar follar con Don Jacinto.
-¿O sea que tú lo haces solo por dinero, no? Eso tiene un nombre.
-¿Qué dise ?
-Eso es ser un puto.
-Tú puto. Yo follarte a ti.
Alonso se cansa del marroquí y se gira para seguir con su faena. Le escucha hablar pero no entiende ya lo que dice así que trata de ignorarle. Se agacha para coger una de las cajas y de repente nota unos brazos rodeándole la cintura.
-¿Qué haces?
-Yo follarte.
-¡Y una mierda! Suéltame.
-Tú gusta, yo buena polla.
- Jiedes . No me dejaría ni aunque te ducharas ahora mismo.
-Yo limpiarme antes para Don Jacinto.
Forcejean, y aunque Ahmed parece más esmirriao , consigue inmovilizarle los brazos por detrás de la espalda y colocarle frente a unas cajas de melones que ya había apiladas. Pretende bajarle el pantalón con una de las manos, pero Alonso consigue soltarse, por lo que Ahmed vuelve a bloquearle. Roza el culo del murciano con su paquete, restregándose para excitarlo. Alonso nota el bulto, intuyendo un tamaño considerable. Demasiado sugerente como para rechazarlo, más con la excitación que tenía hacía sólo unos segundos. La follada de Jacinto al final se le hizo corta por la interrupción del moro, así que ¿por qué no dejarse petar el culo otra vez? Pero opta por seguir resistiéndose un poco más para no descubrirse y que Ahmed se piense que lo tiene todo controlado. Pero éste ignora que Alonso está disfrutando y excitándose al sentir su verga frotarse con su culo. Hace como que desfallece un poco deseando que Ahmed vuelva a intentar bajarle el pantalón. Por suerte intenta de nuevo sujetarle con un solo brazo y consigue quitarle la ropa. Sus nalgas quedan expuestas y nota que Ahmed también trata de deshacerse de su ropa, pero solo se la aparta lo suficiente para liberar su verga. Tal como había dicho, como Alonso intuía, y como dicen las malas lenguas sobre los moritos, el miembro de Ahmed es de generosas proporciones.
Da un par de pollazos en un cachete como si aquello fuera activarlo o quizá como señal de lo que iba a ocurrir. Ninguna de las dos cosas era necesaria, pues la segunda era evidente, y la primera sobraba pues por el roce contra el culo de Alonso la polla de Ahmed estaba casi dura. Se escupió un par de veces en la mano llevando después la saliva a su polla y se la introdujo sin dilaciones provocando un sonoro gemido en el zagal, quien la recibió con cierto miedo porque su tamaño era mayor que la del jefe. Volvió a doler al principio notando que entraba y salía con mayor brusquedad, de forma casi salvaje. Ahmed ya tenía claro que el murcianico se iba a dejar hacer, por lo que liberó sus brazos y usó sus manos para agarrarle por la cintura. Así sus embestidas resultaban más decididas, apretando el culo contra su polla a su antojo con un ritmo brusco y vivaz. Alonso no se olvidó esta vez de su verga y comenzó a pajearse mientras el moro le follaba. Dolía un poco, pero el placer era igualmente innegable cuando el rabo llegaba a lo más profundo de sus entrañas friccionando a su paso cada rincón de su recto.
Aunque la cadencia era un tanto frenética, el ritmo resultaba estable y monótono, pero los acompasados sollozos del muchacho se intensificaron anunciando que se corría. Apretó su polla con fuerza y dejó caer sobre el suelo varios chorros de leche que expulsó con furia al tiempo que su cuerpo se estremecía de un placer nunca antes experimentado. Esos instantes en los que contrajo el esfínter al eyacular suscitaron en Ahmed un goce extra confirmado por un bufido más intenso. Sin embargo, su momento aún no había llegado, así que continuó follándose aquel culo casi virgen sin importarle en absoluto el otro. Alonso sentía cierto dolor consciente de que las molestias en su ojete durarían unos días. Deseaba que el moro se corriera ya cavilando sobre dónde lo haría. La idea de permitirle hacerlo en su cara como a Jacinto le causaba cierto asco, al igual que sentir su leche dentro de su culo o incluso en la espalda. Dudaba además de que ésta fuera igual a la de los españoles en cuanto a color o sabor, pero no estaba dispuesto a comprobarlo. Sin opción a que pudiera decidir, Ahmed se corrió dentro de él sin avisar ni siquiera por sus gemidos. De golpe y porrazo Alonso notó cómo su ano se llenaba de abundante líquido y apenas unos segundos más tarde, el moro extrajo su polla, se la guardó y se marchó por donde vino.
Alonso tuvo la imperiosa necesidad de limpiarse pero aparte de su ropa no tenía con qué. Decidió usar las hojas de las plantas que para su suerte eran bastante grandes. Se las llevó al culo y se quitó toda la lefa que pudo. Se vistió y siguió con la recogida de melones aunque distraído pensando en todo lo que le había ocurrido esa última hora así como en su resentido trasero. Al rato el capataz vino a buscarle para avisarle de que la jornada había terminado. Se dirigió hacia la furgoneta donde pudo ver de nuevo a Jacinto, que repartía un billete de cincuenta euros a cada trabajador, Ahmed incluido. Se plantó delante de él y extendió la mano. Jacinto le sonrió mientras le daba cuatro billetes.
-Lo del morito va incluido, pero que no vuelva a ocurrir.
Alonso se mete en la furgoneta desconcertado por el comentario y curioso de por qué su jefe sabía lo sucedido con Ahmed. Durante el trayecto hasta la plaza del pueblo reina el silencio salvo por algún comentario racista que Jacinto masculla. El zagal llega a casa con la esperanza de que haya agua caliente para poder ducharse. Nada más entrar su padre le pide los cincuenta euros sin siquiera preguntarle qué tal le ha ido. Está ansioso por cogerlos e irse al bar a emborracharse. Alonso se los da sin más y se dirige al baño. Una vez allí escucha unos nudillos en la puerta. Su hermano mayor la abre y entra.
-¿Qué tal te ha ido?
-Bien.
-¿Lo has conseguido?
-Sí, me ha dado cien euros -miente.
-Muy bien chaval -el hermano le felicita mientras le revuelve el pelo con la mano-. Pues guárdalos bien para que padre no los encuentre. Y no te los gastes, que ya sabes cuáles son nuestros planes.
-Ya, ya.
-Y recuerda, poner el culo y ya está, ¿vale? Que el maricón ese del Jacinto no se piense que eres como él y quiera que se la chupes o algo. ¿Entendido?
-Sí.
-Venga, pues me voy que he quedado con la Yoli, a ver si hoy me deja que la folle.
Alonso se queda por fin solo. Saca los tres billetes, los mira, y se ve en el espejo sonriente y satisfecho.