Viceroy man

La Policía lo buscaba para encerrarlo, el hampa para eliminarlo. Conociö a Jenny, quien podria ser su salvacion o su perdición.

VICEROY MAN

Acababa de levantarse después de una noche inolvidable. Su alegría era indescriptible, nunca pensó que recibiría esa felicidad en su situación de fugitivo de la policía y de todos los criminales a sueldo de la gran urbe. Se había acostado con la única mujer que en toda su vida le había tocado el corazón. Colocó sus binoculares al pie de la ventana después de zapatear a una rata perteneciente a la cuadrilla de sus habituales acompañantes. Mientras se tomaba el café caliente con tanta satisfacción que saboreaba cada trago como si fuera la miel de los dioses; por un momento dudó, pensando en aquella frase de su abuelo: -¨la mujer es la perdición del hombre¨, pero el bienestar que le embargaba logró desechar esos pensamientos negativos, y al terminar el café colocó la jarra encima del aparador y caminó casi bailando hacia la silla debajo de la única ventana que lo conectaba con el mundo exterior. Se sentó, alargó las piernas recostándose en el espaldar, balanceando su torso hacia ambos lados para acomodarse mejor. Fijó sus ojos marrones en los rascacielos cercanos y sacó de su camisa de cuadros azules su cajetilla de Viceroy.

Ni un artista podía manejar con tanta exquisitez la caja de cigarrillos como lo hacía Ayron Castle, y esta vez no fue la excepción. Tomó la cajetilla con los dedos de su mano derecha y auxiliándose con los dedos de la otra mano la acarició como quien mima el plumaje de un pajarillo tropical, luego la besó por los cuatro lados quedándose con ella en la mano derecha para con la zurda sacar el Viceroy con el que aplicó el mismo sistema de mimos terminando por pasarlo varias veces por la parte anterior de la nariz como para palpar su aroma antes de encenderlo o para que la textura de su papel acariciara su piel. Finalmente, con el cigarrillo agarrado por la punta de abajo con sus dedos pulgar, índice y mayor hizo un triángulo con el brazo, el que lanzó como hacen algunos camareros experimentados con las bandejas, para llevarlo a la boca lentamente no sin antes acariciar el filtro con la lengua. Entonces buscó la caja de fósforos, sacó un cerillo con la misma sobriedad y delicadeza, y lo encendió.

Abrió ambos brazos e inhaló profundamente un par de veces para dibujar figuras femeninas con el humo que expelía por la nariz; luego inhaló una tercera bocanada, con más energía, agarrando el cigarrillo entre los dedos índices y mayor, aún con los ojos semi cerrados del éxtasis que le producía la exhalación de ese humo –para él- sacrosanto; luego extendió la mano con el cigarrillo a través de la ventana, como si quisiera que el viento le acompañara en su nicotínica borrachera, moviendo su cuerpo ligeramente para acomodarse en la silla y poder manejar con mas acierto los binoculares.

Escuchó un ruido seco que lo sacudió pero no le dio mayor importancia -son las ratas, -pensó rápidamente- pero al aguzar los sentidos vio el cigarrillo girando sobre si mismo para caer al vacío y observó aterrado que su mano había desaparecido. Sólo quedó un muñón que destilaba tanta sangre que el brazo se blanqueaba rápidamente. El susto fue considerable; no pudo transmitir una sola palabra, un gemido; pensó que eso no podía estar ocurriendo pero tampoco oyó las demás detonaciones. Parecía un arma de gran calibre con silenciador. Un disparo entró limpiamente por la frente y tres mas destrozaron su pecho. La silla se corrió junto a su figura garbosa hasta rebotar con la pared del fondo de donde se dobló hacia la izquierda permitiendo a su cabeza descansar en el borde izquierdo del respaldar desde donde se observaban sus ojos ya carentes de luz, y sus largos cabellos lanzando sangre para el piso como si se tratara de una cañería de agua a medio abrir.

Ayron Castle, norteamericano de ascendencia dominicana, a pesar de su gran estatura, era un chico común y tan sano que se decía que cuando visitaba a su padre en la República Dominicana, éste le obligaba a lanzarle piedras a los perros o a las lagartijas para mostrarle que el mal también es necesario en el corazón del hombre, sin embargo era el mejor bailarín del Bajo Manhattan, en cuyas discotecas y cabarets se tornaba en la delicia de sus compatriotas dominicanos que asistían masivamente con el único propósito de verlo bailar merengue, salsa o tango. Las chicas se peleaban por danzar con su figura alta de tez blanca, pelos crespos color de madera de pino, y su eterno cigarrillo Viceroy que era, por cierto, uno de los aspectos más atrayente de su personalidad, por la elegancia que desplegaba en el manejo del cigarrillo y la exhibición del gran placer que le producía fumar.

Parece ser que la suma de estas condiciones excepcionales, anexándole su afición a las motocicletas de alto cilindraje y su capacidad inigualable de seducir y lograrse las chicas más bellas e inteligentes, le encajonaron el sobrenombre de Viceroy Man, mote que a él le gustaba y del cual se sentía orgulloso, pero precisamente su popularidad lo llevó a la intimidad con uno de sus más devotos seguidores, el reconocido criminal Felton Gómez, el colombiano, quien era el jefe de una de las mayores gangas de distribución de drogas del Bajo Manhattan.

Por su amistad con Felton pudo conducir los Harley Davidson ZXL y fumar el Viceroy Gold Classic que nunca estuvieron al alcance de sus bolsillos; por igual Felton logró hacer pareja con las chicas de Ayron, quienes eran las más bonitas y de las pocas mujeres en las que un hombre de su condición tramposa podía confiar. Y fue precisamente en una de las salidas de ambos en busca de chicas que Felton fue acribillado a balazos de metralletas por esbirros de una banda contraria.

Debido a que Castle no recibió ni un rasguño, tanto la Policía, como los espalderos del colombiano no tuvieron duda alguna respecto de su complicidad en el alevoso crimen. Así las cosas, unos lo buscaban para encerrarle y otros para liquidarlo, con la agravante para su tranquilidad que conocía muy bien la crueldad que los hombres de Felton utilizaban para eliminar a los traidores.

Su hermana Sherylinn le prestó un apartamento en uno de los edificios tipo L, arruinado, que se encontraba en uno de los arrabales de Harlem donde Viceroy man se resguardó mientras ella encontraba la manera de conseguirle una identidad adulterada para que pudiera viajar a su país de origen. Inquieto, hiperactivo como era, no se encontraba en aquella soledad con tan sólo un pequeño CD walkman y sus inseparables Viceroy, siempre observando con sus binoculares -para evitar alguna sorpresa desagradable- las avenidas y edificios cercanos, y vigilando por el ojo de la cerradura, el movimiento de las personas que hacían vidas en el edificio.

Los días pasaban y nada subvertía aquella cotidianidad miserable, pero sabía que un movimiento en falso acabaría con su vida. No podía salir de esa habitación ni hacer contacto social de ninguna naturaleza que no fuera examinar a través del hueco del llavín de la puerta las particularidades de todos los residentes, quienes no sólo desconocían que eran observados sino que tampoco sabían que alguien habitara ese apartamento.

Cuando ya el aburrimiento que le producía la soledad hacia estrago en su equilibrio emocional, mas la angustia que le producía la convicción de quedar desprovisto de cigarrillos, observó una muchacha bajita, delgada de ojos achinados, cabellos largos color negro, rostro de universitaria provinciana y unos bustos que pareciera como si se les quisieran escapar de su blusa azul cielo y salir volando hasta perderse dentro de su boca ávida de saborear los recovecos de una mujer hermosa. La siguió con la mirada hasta que se perdió en el último pasillo que doblaba hacia la izquierda de manera que adujo que se había mudado a uno de los apartamentos vacíos que se encontraban al final de la L, lo que también le indicaba que podría estar en su misma situación: huía de algo o de alguien, aunque lo importante se reducía a que la chica le gustó desde que la vio.

La muchacha salía muy poco y en el par de ocasiones que lo hizo fue observada por él, tanto desde la ventana, como por el ojo de la cerradura, pero ese contacto visual le trastornaba aún más. El arsenal de cigarrillos se agotaba –necesitaba de alguien para renovarlo- y la chica le gustaba tanto que su imagen lejana le producía pensamientos incendiarios que llevaban su mano derecha a manosear su larga divisa sexual hasta el orgasmo, por lo que llegó un momento en que olvidó que habían carteles con su nombre y fotografía en las calles que anunciaban la necesidad de su captura vivo o muerto, y esa tarde la siguió por los corredores hasta alcanzarla justamente cuando penetraba la llave de la puerta de su apartamento. La chica se asustó tanto con su presencia que le confirmó su percepción de que también era perseguida, pero recordó que no fue allí a investigar el pasado de ella.

-Señorita -le dijo con su habitual dulzura- Es extraño observar en estos arrabales una mujer tan hermosa como usted.

-También me resulta extraño advertir por estos lares un hombre tan distinguido como usted, contestó ella –extrañada aún- como si tuviera la necesidad urgente de alguien con quien compartir su aislamiento.

-Mi nombre es Ayron Castle, -aunque me llaman Viceroy Man- y soy como la mayoría de aquí, un ilegal sin trabajo esperando los papeles de salida para volver a mi país, le dijo en su acostumbrado lenguaje fascinador cuando estaba frente a una mujer de su deleite, ofreciéndole con su distintiva elegancia un cigarrillo el que le chica tomó, se lo llevó a los labios, ofreciéndole la oportunidad de galantear con el esmero de su encendido.

-Me llaman Jenny, sorprendió ella, -usted me gusta, pero me siento un poco cansada por lo que si es de su gusto puede volver más tarde y charlaremos con más tranquilidad, contestó, dándole las gracias por el Viceroy, -me fascinan- le dijo, entrando a su apartamento con una gran sonrisa.

Se quedó boquiabierto y partió hacia su cueva taconeando sus zapatos blanco y negro de tacones altos con herraduras. A partir de allí se vieron a diario, no obstante sus dudas respecto de alguna traición: –con las mujeres nunca se sabe- pero se sentía tan atraído por aquella pequeña chica extranjera de ojos pequeños y voz aniñada que se despreocupó por un par de semanas respecto a la posibilidad de ser localizado por la Policía o el hampa latina que le rastreaban a muerte.

Un día antes de la tragedia, para su sorpresa, ella lo esperó en un bata transparente de hilo blanco a través de la cual pudo ver el negro de sus pezones y el montón de vellos en su pubis. Se quedó sin habla, conoció en seguida que había llegado el momento de la fornicación, e inmediatamente empezó su adiestrada labia.

-Sabes Jenny, no te había dicho que hace ya mucho tiempo que llevo escondido aquí, y lo único que me ha hecho falta de allá afuera ha sido estar con una mujer que me guste como tú. Y para confirmarte que mi amor por ti es sincero te confesaré que no soy ningún ilegal desempleado. Soy un hombre buscado por todos los sabuesos de la ciudad por un crimen que no vale la pena decirte que no cometí.

Jenny no respondió, le mandó a sentar, trotó hasta la cocina por una copa de vino y fue al regresar cuando le dijo: -Ayron, he notado que eres un hombre sincero, no me equivoco cuando te afirmo que me he dejado embriagar por tus palabras y tus maneras, especialmente como enciendes tus Viceroy. Soy una mujer casada… pero

Viceroy man no la dejó terminar la frase: -Its time for us, expresó en su inglés colegial. -Al fin, -dijo obsequioso- están en la misma dirección nuestros deseos, -y siguió -desde el día en que te vi subiendo los escalones con tus pantalones azules y tu blusa blanca supe inmediatamente que había conocido a la mujer que había estado buscando toda mi vida, y en seguida la agarró por la cintura, se inclinó por su gran estatura y le dio un beso prolongado y húmedo con el sabor de las lenguas hambrientas de un amor que había ido creciendo en la soledad de dos seres que aparentemente buscaban lo mismo y no lo habían encontrado.

La tomó en sus brazos y la acostó en el sofá donde prosiguió el gran beso que había empezado, esta vez, moviendo su mano derecha para acariciar sus largos cabellos y la otra acariciando suavemente sus pezones. De vez en cuando utilizaba las dos manos para acariciar sus cabellos y lamía con su frugal actitud el cuello de Jenny, quien devolvía sus exquisiteces con suspiros de una gran complacencia. Prosiguió imperturbable focalizando los puntos eróticos de la bella extranjera para arrastrar su lengua, que no descansaba, mientras sus dedos perseguían la parte hirsuta céntrica de su cuerpo. Introdujo su lengua junto a su boca por aquellos orificios y allí estuvo lamiendo como un becerrito hasta que ella le rogó por una oportunidad para devolver con su boca las caricias recibidas.

Después de un soberbio trabajo oral de Jenny, se sumieron en un abandono total donde la carne y el cuerpo se hicieron uno solo. Estuvieron unas tres horas amordazados en movimientos rítmicos de entrada y salida y cambios de posiciones que les hacían gemir del goce especial que significa el choque de los cuerpos cuando el amor y el respeto mutuo están presentes, sólo descansaban por ratos para fumar un cigarrillo, y continuaban con más ansias hasta que finalmente sus cuerpos se estremecieron, entornaron los ojos, se dilataron sus pupilas y temblorosos quedaron uno encima del otro totalmente lánguidos, casi sin fuerza para juntar sus labios con embeleso y jurarse amor para toda la vida, porque al parecer tanto Jenny como Ayron se habían enamorado de manera genuina.

Un último disparo con un arma de mayor calibre le proyectó violentamente al piso donde el cadáver quedó bañado en sangre en una posición grotesca. Fue cuando recordó ese beso tierno y apasionado a la vez, ese beso de despedida que hizo saltar su corazón de niño bueno, por lo que dejó caer el binocular junto a dos lágrimas, se acarició la cabeza con los dedos y con su acostumbrada parsimonia encendió un nuevo Viceroy… y esperó.

Joan Castillo

Flycobra90@yahoo.com

24 de Noviembre del 2005.