Viajes de empresa
Aquí narro mis experiencias en diversos viajes de empresa con uno de mis jefes y una compañera de trabajo. Esta vivencia ya la he contado en un foro, en diversos posts, que aquí se corresponderán con capítulos para que adopte forma de relato.
Esto que escribo ya lo he contado en un foro previamente. Son hechos que transcurrieron entre septiembre y diciembre de 2012. Lo fui contando en diversos posts que aquí se corresponderán con capítulos para que adopte forma de relato. Son 17 capítulos, en esta primera parte os dejo los 9 primeros.
Capítulo 1
Lo que voy a contar aquí es algo que sigue sucediendo, no sé si a todo esto le queda una semana, 3 meses o 3 años. Empezó en septiembre de 2012, concretamente el 3 de septiembre, lunes. Para contar esta historia daré datos exactos, fechas exactas, he incluso citaré frases prácticamente literales pues digamos que, no es que tenga un diario pero sí me gusta mucho escribir lo que me va pasando en la vida y muchas de las cosas que han sucedido estos meses pasados las tengo ya escritas en varias pequeñas libretas. Es una costumbre que tengo desde adolescente, teniendo ahora mismo 30 años.
Trabajo en una empresa auditora por lo que viajo mucho, cada dos o tres semanas paso una semana fuera, en la ciudad a la que haya que hacerle la auditoria: Valencia, Bilbao, Sevilla, etc. teniendo mi sede central en Madrid. Para hacer esas auditorías vamos siempre dos o tres auditores, viajamos juntos y vamos juntos al hotel que nos asigna la empresa.
Una vez planteado esto decir que ese 3 de septiembre, lunes, llegué a mi oficina y me presentaron a Irene, una chica de 28 años que le habían hecho un contrato de 6 meses. Ella estaba sentada y se levantó hacia mí con gesto tímido y tras darle dos besos ya sabía que estaba entre las 2 o 3 chicas más guapas que conocía. Rondará el 1.70, o casi, pelo largo, castaño oscuro y sobretodo muy guapa de cara, muy dulce, sé que tiene 28 años pero fácilmente aparenta 25 o 26. Traje gris y camisa azul marino, zapatos negros con un poco de tacón, pero sobretodo una manera impecable de llevar la ropa. Cuando volvió a su mesa ni siquiera disimulé contemplar un culo ni grande ni pequeño pero perfectamente en su sitio, creo que no recordaba un culo aparentemente tan duro desde mis lejanas clases de gimnasia cuando mis compañeras de clase de por entonces 18 años iban en aquellas mallas que estaban tan de moda.
Durante el mes de septiembre la veía por la oficina y tomamos algún café. Es una de estas chicas con las que hablas 3 minutos y sabes que es de esas "de las que te puedes quedar pillado". Cada día de trabajo estaba deseando verla y saludarla, y descubrir la ropa de ese día, casi siempre de traje, gris o negro, casi siempre de camisa, rosa, varios azules, blanca, negra, etc. Los viernes nos dejan ir más informales, entonces solía ir en vaqueros y americana, aprovechaba para ponerse algunas pulseras y algo más desenfadada pero todo siempre perfectamente medido.
En la primera semana de octubre me comunican que tengo que ir a auditar a Valencia y casi se me sale el corazón del cuerpo cuando me dicen que vamos a ir tres personas: uno de mis jefes, Irene y yo. Era la primera vez que a ella la dejaban ir a auditar fuera. Yo estaba encantado por la noticia, seguramente mi jefe, Román, también lo estaba, pero yo de aquella no lo sabía. Román tiene 49 años y aunque suene a tópico en los jefes es bastante arisco, es algo descuidado, lo único que cuida es el poco pelo que le queda, a los lados de la cabeza, que lo lleva siempre engominado, no creo que llegue al 1.70, no es que esté muy gordo pero sí tiene cierto sobrepeso. Yo no me llevo mal con él, si haces bien tu trabajo no tienes problema pero sí era sabido que había tenido bastantes broncas en varios viajes con otros compañeros, de hecho solía viajar conmigo o con otros 2 o 3 pues con el resto tenía bastante conflicto.
Y la parte interesante de la historia comienza con ese primer viaje que hacemos los tres las semana del 1 al 7 de octubre.
Capítulo 2
Durante el viaje lo más relevante era que veía que Irene intentaba estar permanentemente conmigo, yo encantado, lógicamente. Por momentos pensaba que quizás yo le gustase, en otros deducía que lo que hacía era escapar del jefe. Todos lo hacemos, sobretodo al principio. Pero era así continuamente.
Una mañana desayunando en el hotel nos quedamos solos ella y yo y me dijo que no aguantaba a Román. Que era insoportable, que le daba mucha caña. Me quedé algo sorprendido por la dureza de sus palabras. Le llamó déspota, mala persona, asqueroso y dios sabe qué más. Yo no sabía nada pues una vez llegábamos a la empresa que auditábamos ellos dos se iban a una oficina y yo a otra. Parece ser que le echaba unas buenas broncas. Y, según ella, cuanta más gente hubiera cerca más exagerada era la bronca. “Lo hace todo para humillarme”, “¿ese viejo no tiene nada mejor que hacer?” dijo varias veces mientras yo apuraba el café tranquilizándola con frases del estilo “no pasa nada”, “es así con todos” etc etc.
Eso fue un miércoles, y desde entonces cada vez que nos quedábamos solos yo le preguntaba qué tal estaba y ella me decía que deseando que acabase la semana para no tener que ver al “viejo asqueroso” permanentemente. Creo que todo eso hacía que despertase un instinto de protección en mí que hacía que Irene me gustase más. Si le estaba cogiendo cariño pronto sentí algo diferente, y complementario, y es que el sábado por la tarde, sobre las 6, ya estábamos en el hotel cuando me escribió por whats app si quería ir a dar un paseo con ella, pues quería ir a sacar unas fotos por la “ciudad vieja”. Yo le dije que sí y llamé a su puerta que era contigua a la mía, y allí salió ella con una camisa blanca abotonada hasta arriba, tacones, y unos leggins de cuero impresionantes. La dejé pasar delante hacia el ascensor y descubrí que era la cosa más morbosa que había visto en años. Era una batido de chica inocente y mujer fatal dentro de un recipiente perfectamente proporcionado.
Pasamos dos horas geniales, le saqué fotos, me sacó fotos, y no digo que tonteásemos pero yo veía un cierto feeling. Quizás ella solo buscase apoyo, por lo que yo me sentía algo mal mientras esa parte de mi mente que es perversa, vislumbraba morbosamente el sujetador que se le transparentaba bajo la camisa. Esa noche cuando estábamos cada uno en su habitación me mandó otro whats app agradeciéndome haberla ayudado a desconectar del trabajo y sobretodo de “el viejo cabrón”, yo le respondí “jaja, no te preocupes” y ella un “jaja, es que no lo aguanto, buenas noches”. Y me acosté pensando que era la primera vez que no quería que acabase la semana y volver a Madrid.
Sólo quedaba trabajar el domingo, (lo cierto es que la auditoría estaba siendo dura, casi siempre el sábado tenemos ya todo hecho), y volvernos a Madrid el lunes temprano. A las 5 de la tarde íbamos en el taxi de vuelta hacia el hotel, ella sentada a mi izquierda y Román delante. En aquel traje gris y camisa rosa no parecía la bomba sexual de los leggins pero yo ya la veía morbosa de todas las formas y maneras. Aprovechando que Román no sé que le decía al taxista le pregunté si quería dar un paseo o tomar algo antes del Barça-Madrid que era a las 8 menos diez, y me dijo que había quedado con un antiguo amigo de la Universidad al que le llevaba dando largas toda la semana y ya no le quedaban más excusas.
Irene me mandó un whats app cuando el partido estaba en el descanso para venirse al bar donde estaba viendo el partido. Cuando ella llegó me dí cuenta por su cara que debería haberle dicho no solo donde estaba el bar si no el hecho de que no había sido capaz de deshacerme de Román.
Capítulo 3
Iba con ese look medio de hippie pero que a mi me parecía más pijo que otra cosa. Con sandalias, unos shorts vaqueros oscuros, tan cortos que apenas tapaban su culo, y una camisa azul cielo de manga larga, remangada. Mucha pulserita y collar, pulserita hasta en el tobillo, pero al fin y al cabo la camisa con su caballito azul marino correspondiente. Una especie de “voy de tirada pero en realidad soy la más pija del planeta”.
Aun hacía mucho calor a pesar de ser octubre y ser ya de noche. Ella aun se mantenía morena. Estaba radiante. Llamaba la atención.
El bar estaba bastante vacío en comparación con el resto que habíamos visto y no le fue difícil encontrar una silla para sentarse con nosotros. Se pidió una caña y comenzó la segunda parte.
La mesa de madera, las sillas de madera, no demasiado cómodas. Yo sentado entre los dos, con ella a la izquierda. Pronto ella me susurró un: “¿cómo no me dijiste que estaba Román? Y yo enseñando las piernas al viejo este”. Lo cierto era que el problema no eran las piernas aunque ella no lo supiese. Y es que no parecía darse cuenta de que llevaba claramente un botón desabrochado más de los que pretendía. Mi jefe lo sabía, vaya si lo sabía, por primera vez en todo el partido dejaba de mirar a la pantalla de vez en cuando. Aquello no era ir escotada, era algo más, su sujetador negro se podía ver perfectamente, y si ya su culo me volvía loco, el hecho de descubrir que sus tetas no eran medianas si no algo más, me hacía palpitar el corazón más de lo recomendable. Le dije que no me lo había podido sacar de encima y que estaba concentrado en el partido, aunque no era cierto. Lo único cierto era que yo me debatía entre la nobleza de advertirla de lo que nos estaba mostrando y el lujo de contemplar aquellas perfectísimas tetas, de las que desde mi posición veía prácticamente todo salvo los pezones.
La situación no mejoró cuando pillé in fraganti a mi jefe mirándola y este no solo no se hizo el loco si no que me dijo: “Vaya tetas eh, no se quién la contrató pero le debo una cena” y se rió como si hubiera contado el chiste del siglo. Me quedé callado y tras una vista fugaz al partido prosiguió: “Se que sois amiguitos pero no me jodas, no la digas nada” (Román tiene un laísmo irritante) “o igual es que le gusta enseñarlas ¿no?” y volvió a reír de forma más que desagradable. “No, no” respondí yo dándome asco a mi mismo.
Me vibró el móvil, era mi madre que me llamaba, salí fuera a hablar con ella. Malas noticias familiares para variar, que mi tía estaba mal y que al día siguiente tenía que ir con ella a no se cuantas cosas. Entre la noticia, el calor, la cerveza, las tapas que no me habían sentado muy bien y la conversación con Román, me estaba sintiendo bastante mal. Con el estómago completamente revuelto. Cuando volví a la mesa el partido acababa e Irene volvía de los baños con el dichoso botón ya abrochado y yo suspiré aliviado. Eso sí, no podría engañarme más, aquellas tetas no eran tan acordes como yo pensaba a aquel cuerpo estilizado.
Después del partido eran las 10 de la noche y fuimos a otro sitio a tomar unas cervezas. Era costumbre digamos que medio celebrar acabar la semana y salir un rato con los compañeros de auditoría, y , esta vez, para ser domingo, no se si por el partido o por el buen tiempo, había muchísimo ambiente. Aguanté lo que pude. Por ella. Pues cada vez me encontraba peor, incluso con ganas de vomitar. Pero sobre las 12 dije basta y les dije que me iba. Ellos llevaban ya unas cuantas cervezas encima e Irene me dijo que ella también se iba, sin embargo Román la convenció para tomar una cerveza más. No diré que me sorprendió que la convenciera y es que Román le estaba… no digamos que pidiendo disculpas pero si diciéndole que él se tomaba el trabajo muy en serio, que no era nada personal, que igual si que se había pasado con las broncas pero que así aprendería antes, etc. Yo ya le conocía y era práctica habitual: ser un cabrón en el trabajo y después tomarse cuatro cervezas e irse de “enrollao”. Me fui al hotel y los dejé con esa conversación en la que Irene respondía, también algo borracha, cosas como: “si“, “ya..” “no pasa nada“, “es normal“, etc.
Capítulo 4
[Lo que voy a contar ahora es algo que plasmo prácticamente literal a como lo escribí en una de mis libretas al día siguiente de suceder]
Me desperté y miré el móvil: Las 2:12 de la madrugada. No tenía ningún whats app de Irene, supuse que ya habrían vuelto. Por mucho ambiente que hubiera al fin y al cabo era domingo. Di un par de vueltas en la cama, completamente desnudo, acalorado y con el estómago pesado, había intentado vomitar al llegar pero no había sido capaz.
Segundos más tarde descubrí el posible motivo de mi despertar y es que escuché el inconfundible gemido de una mujer en alguna habitación cercana. No me extrañó demasiado, paso entre 10-15 días al mes en hoteles y no era ni la primera ni la tercera ni la quinta vez que escuchaba gemidos. Unos 10 segundos más tarde escuché un “aaahhh” muy muy sentido, placentero, totalmente puro. Pensé que provenía de la habitación que tenía encima. Aun estaba medio dormido y temí porque la cosa fuera a más cuando un “aah” “ahhhh” dicho rápidamente y un pequeño golpe en la cabecera de la cama me demostró sin duda alguna que los gemidos provenían de la habitación contigua a la mía. La de Irene.
Los ojos se me abrieron por completo y el corazón bombeó en un instante más sangre de la que mi cuerpo podía hacer circular. Las manos se me congelaron y tragué saliva. ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Es ella? ¡Imposible! ¿Hace dos horas estaba tomando unas cervezas y ahora se la estaban follando? Yo boca arriba intentando escuchar, sin respirar, sin tragar saliva y tiritando de los nervios cuando escuché más y más gemidos durante unos 20 segundos más. No oía ni rastro de muelles ni ruido de cama. Mi mente se puso a imaginar a toda velocidad, “No parece que esté follando, ¿Le estarán comiendo el coño? ¿Pero quién?” Pensé en el chico ese con el que había quedado por la tarde porque… ¿Román? Imposible.. Le da asco el viejo como es normal, pensé. No podía creer que yo nunca la hubiera tocado, que besar a esa belleza seria como para volverse loco y que alguien, sin más ni más, le estuviera comiendo el coño.
Escuché una voz de hombre y voz de mujer, ni idea que decían, eran frases cortas pero ininteligibles. Lo que salía de mi mente era un “¿Te vas a dejar follar Irene?” . Sentí nervios, morbo, decepción, incredulidad. ¿Pero como era posible? De pronto comencé a escuchar durante un minuto unos constantes “aaah….” “aaah” “ahhhh”, unos más cortos, otros más largos. Mi cuerpo actuó por voluntad propia y mi mano derecha, congelada, nerviosa, agarró mi miembro que palpitaba ardiendo y alcanzando un tamaño importante. Me sentí un perdedor, tanto paseo y ahora un cualquiera enterraba su lengua en aquel coño que parecía fundirse en su boca…
Después de escuchar un “mmmmm” contenido, como si ella no quisiese hacer ruido pero no lo pudiese evitar, imaginé que era yo quien ocupaba el sitio de aquel cabrón. Me imaginé apartando los labios de su coño y mirándola fijamente, me imaginé sus enormes tetas siendo amasadas por mí mientras mi boca se impregnaba de su coño, sujetar las tetas de Irene y lamerle aquello, mirarla y olerla… ¿cómo sería descubrir que tu lengua enterrada ahí podría hacerla emitir esos gemidos tan sentidos? Comerle el coño a Irene, me repetía mientras de nuevo era “ahh” “aaahhh” lo que escuchaba. Mis manos aun mas frías. Sus gemidos rebotando por las paredes de mi habitación hasta golpear con dureza mi cabeza. Espasmos involuntarios por mi espalda por los nervios y mi polla lagrimeando un semen que otro estaba acumulando para aquella pija.
Escuché ruido de cama y ahora sí, una frase, de hombre, bastante masculina, ¿Román? No podía estar seguro, mi candidato seguía siendo su amigo de aquella tarde. Escuché: “ponte encima”. Me sobresalté. Me puse en pie. Mi cuerpo hacía cosas que mi mente no ordenaba. Mi mente solo quería escuchar. Me puse en pie y pegué mi oreja a la pared mientras mi mano derecha no soltaba mi polla que apuntaba al frente. El chico se la iba a meter. Le iba meter la polla a aquella niña pija. A aquella que parecía no haber roto un plato en su vida. La fina, la intocable. Al final una puta más dejándose follar por cualquiera. Escuché un “aahhhh” larguísimo, ¿Entera de una sola metida? “¿Tan abierta estás Irene?” pensé. Tuve que dejar de tocarme para no correrme. Me imaginé que era yo. Que Irene subía y bajaba sobre mi polla con los ojos cerrados, que yo me incorporaba un poco para llevar mi boca a esas tetas. “Ahhh” “aaahhh” resonaba ya no por mi habitación si no ya por todo el piso del hotel. ¿Estaría completamente desnuda? O igual la muy digna mantenía su camisa pija abierta. Quizás sus tetas saliendo por encima de ese sujetador negro que había visto en el bar. Saliendo sus tetas por encima, rebosantes, con la camisa abierta y cabalgando mi polla… todo eso imaginaba mientras sus grititos de putita se acentuaban. “Vas a despertar a todo el hotel con esos gemidos de puta” me decía para mí mientras ella combinaba gemidos con casi quejidos, como si sintiera más placer del que podía soportar.
Me había mareado solo por verle parte de las tetas y ahora alguien a buen seguro se las estaba comiendo mientras su polla se habría paso partiendo el cuerpo de Irene en dos. No sabia si tumbarme en cama o seguir de pie. Me tocaba lentamente imaginándome a Irene moviéndose con elegancia sobre mi polla. ¿Será de las que se acarician el coño mientras sube y baja su cuerpo? ¿será de las que te mira fijamente agradeciéndote la polla que le estás metiendo?
¿Pero quién? ¿Por quien te estás dejando follar, Irene? Volví a escuchar muelles, ruido de cama y no escuché gemidos durante casi un minuto. Me tumbé en cama y escuché dos gemidos leves. Ella dijo algo. No alcancé a entenderlo. Más silencio. No entendía nada. Diez segundos más tarde le escuché a él. De nuevo algo corto, insuficiente como para localizar la voz. Escuché “codos” o “baja los codos” algo así. Y sí, me la imaginé a cuatro patas con los brazos extendidos y sus tetas colgando, esperando que se la metieran. Su amante parecía preferir que doblase sus codos para embestirla mejor. En lo que tardé en deducir que se la iban a follar a cuatro patas escuché su primer gemido. ¿Pero serás puta Irene? De todas las cosas que estaba sintiendo de golpe el sentimiento de desprecio se hizo predominante.
“Aaaaahhh” “ahhhhhhh” los gemidos eran gritos, a Irene ya le daba todo igual “¿es lo que querías Irene? ¿Qué alguien, quien fuera te pusiera a 4 patas? ¿Cómo una puta más? ¿Debajo de esa cara de digna solo hay una puta mas? Me repetía yo como poseído completamente empalmado y masturbándome al ritmo de sus gemidos y gritos. Cuando estos sonidos se combinaban con el inconfundible sonido de los cuerpos al chocar, de esa pelvis del chico con el culo de Irene mi imaginación voló, voló a sentir tener a Irene así, a 4 patas, pidiendo más polla, mi polla, tirarle del pelo, azotarla en el culo. “Seas quien seas fóllatela bien” “fóllate a esa puta” me decía a mi mismo mientras echaba la piel de mi polla adelante y atrás.
El hombre la estuvo embistiendo sin descanso: El sonido de sus cuerpos chocando junto con los “aaaahhh aaahhh” de sus gemidos se combinaban y resonaban por todo el edificio. Me imaginé sus tetas yendo y viniendo ante las acometidas de su amante, esas tetazas colgando, ella mirando hacia atrás, complaciente, agradecida. Seguía gimiendo, gritaba, su amante no cesaba, él también sabía que no se folla a una hembra así todos los días. “Dale, dale más fuerte aprovecha que la pija hoy se está regalando“. Me imaginaba mi polla vista desde arriba, sus pelitos del coño húmedos, su pulserita en el tobillo, sus bragas empapadas tiradas en algún rincón de la habitación. “Ahhh, ahhh” gemía entregada y yo no se por qué me la volvía a imaginar con la camisa aun puesta, remangada, toda divina pero con sus tetazas revelando que de pija estilosa nada, una puta de tetas grandes como tantas otras. “Grita Irene, siéntela, es lo que querías“, me repetía mientras imaginaba que alargaba mi mano y acariciaba una de sus tetas. Ese tacto, suave, sutil, en contraste con la follada brutal que le ofrecería yo. Un gemido diferente, un grito enorme, me sobresaltó de mi fantasía. Se corría, Irene se corría irremediablemente. No le hacía falta tener mucha confianza con el chico para correrse desvergonzadamente. Se corría, se corría sin remedio, el gemido más puro y agradecido que hubiera escuchado jamás, yo no pude más y mi polla soltó un chorro de semen que voló sobre mi abdomen hasta el pecho, 3 o 4, o 5 chorros inundaban mi torso imaginándose que llenaban el coñito de aquella niña pija, de fondo los gemidos de ella, me quedé muerto, mareado. Los sonidos de sus cuerpos chocando rítmicamente continuaron unos instantes, después dejaron de escucharse, después dijeron algo que no entendí y después se escuchó el gruñido varonil de su amante durante unos diez segundos. “Córrete dentro, inunda a esa puta” pensaba yo embadurnado de semen y con un incontenible y sorprendente desprecio hacia ella”.
Me quedé petrificado, escuchando, sin limpiarme. Les oí a ellos, no hablaban, ruido de baño de grifos, más silencio, ¿vais a seguir? ¿la puta se quedó con ganas? Al rato alguien salió de la habitación y llamaba al ascensor. ¿Ya está? ¿Te lo subes al hotel te folla y se pira? No entendía nada. De nuevo las dudas ¿Sería su amigo? Tenia que ser pues Román estaba hospedado en la otra habitación pegada a la mía. Me fui al baño, me limpié, todo me daba vueltas, me incliné hacia el water y vomité. Los nervios, los escalofríos, la tensión habían acabado de derrotar a mi estómago. Volví al dormitorio y escuché que el ascensor paraba en mi planta, alguien entraba en la habitación de Román. ¿Mi jefe? ¿Volviendo a estas horas? ¿A las 3 de la madrugada cuando Irene había vuelto a las 2? No entendía nada. Tampoco entendía mi actitud, ¿por qué ese desprecio? La había llamado “puta” en mi mente más de diez veces en aquella media hora que se la habían estado follando.¿Despecho? ¿Enfado conmigo por no haber intentado algo con ella?
Capítulo 5
El viaje de vuelta transcurrió con sorprende normalidad. No noté nada raro en ellos y yo por supuesto que no le iba a preguntar a Irene absolutamente nada. Al menos por ahora.
El lunes por la tarde cumplí con todos mis compromisos familiares y escribí por la noche todo lo sucedido esos días y me dejé llevar recordando con pelos y señales lo sucedido la noche anterior.
El martes libramos, y el jueves fue la primera vez que estuve a solas con ella. Tomamos un café a media mañana en una terraza cerca de la oficina. Traje gris, camisa blanca, blanquísima. De nuevo impecable. Pero yo ya no podía evitar verla de otra manera. Ella actuaba normal y yo a punto estuve de preguntarle por aquella noche. Lo post puse, deduje que no me diría nada en ese contexto. Tracé un plan que consistía en intentar coincidir el sábado por la noche saliendo por Madrid. Allí la intentaría coger con la guardia más baja. Le pregunté por donde salía de forma disimulada, para que no pensase que le estaba tirando la caña. Me dijo que tenía una cena por “La latina” y que saldría por allí.
La recuerdo guapísima aquella mañana. No me hace falta tenerlo escrito para recordarlo. Y como dije anteriormente; aquella cara inocente y aquellos modosos trajes de chaqueta no me engañaban más. Y aquellas camisas, no demasiado entalladas tampoco.
No fue difícil convencer a algunos amigos para tomar algo en “La latina” ni hacerme el encontradizo con ella en un bar de al lado de donde ella cenaba. La saludé de lejos y me acerqué, estaba con amigas y amigos. Ya de primeras no me dio la sensación de que se alegrase locamente de verme pero no desistí. Unimos los grupos un rato y en la segunda copa le pregunté por aquella noche. Solo un “¿qué tal la noche del partido? ¿a qué hora volvisteis?” Ni siquiera eso había preguntado en aquel viaje de vuelta.
“Pues nada, pronto, poco después”. Respondió seca. No puede aguantar más, suelo ser paciente, meticuloso, pero lo solté sin poder evitarlo: “Pues te oí eh, date cuenta que las habitaciones estaban pared con pared, oí la… fiesta en tu habitación cuando volviste” A ella le cambió la cara, estaba incómoda, yo también. “¿cómo?” me dijo supongo que para ganar tiempo, para acabar diciendo. “Bueno no sé, justo se iba a ir Román y me vino un tío a hablar que no estaba nada mal y ya está”. Yo me quedé callado. Violento. No era quién para andar interrogándola. Pero desde luego aquella historia no tenía ni pies ni cabeza. “Bueno, nos vemos en la oficina, ¿vale?” y me dio los dos besos más gélidos que se puedan dar. Además con cara, quizás lógica, de muy pocos amigos.
Me quedé planchado, con mal cuerpo. Irene mentía, Román había llegado a las 3, no había vuelto antes que ella. ¿Un desconocido? ¿Así sin más? A parte que se le notaba en la cara que estaba mintiendo. Por un lado mentía y por otro… su forma de tratarme como… “Sergio el pesado del curro a ver si me lo saco de encima” me había matado.
Capítulo 6
El domingo 14 de octubre estuve hecho un lío. Por primera vez valoraba con fuerza la posibilidad de que hubiera sido mi jefe el que se la había follado. Pues de haber sido el amigo con el que había ido a tomar algo, ¿por qué iba a negármelo? Pero aun con todo me parecía imposible. Solo de pensar que hubiera sido Román sentía una mezcla de incredulidad y profundo asco por Irene. ¿Después de todo lo repugnante que me había dicho que le parecía? ¿Ese viejo calvo? No podía ser. Irene, con esos aires de niña elitista, como si su cuerpo solo pudiera ser tocado por alguien de su nivel.
Ese domingo me mandaron un email, el martes me iba con Román a auditar a Bilbao. Por un lado era un coñazo ir solo dos y más con él, pero por otro quizás pudiera sonsacarle algo. Yo llevaba 4 años en la empresa, había viajado con él más de veinte veces, pero no me lo imaginaba contándome intimidades sexuales precisamente. Decidí ser muy agradable con él. Comer, cenar juntos, trabajar codo con codo, acercarme, así quizás el viernes o sábado por la noche pudiera sacarle algo. Lo cierto era que en las cenas de empresa él se cogía unas borracheras importantes… quizás, quizás pudiera irse de la lengua.
Llegó el viernes por la noche y pensé que necesitaría esperar a que se emborrachase un poco. Para nada, fue con la primera cerveza, tras la cena, en un bar oscuro y casi vacío, cuando no aguanté más y le saqué el tema. La conversación duró unos diez minutos, en los cuales él habló totalmente sereno, serio, como si la cosa no fuera con él. Recuerdo que una de sus primeras frases fue: “Sí, me tuve que follar a esa niña, ella andaba muy caliente y casi te digo que no me quedó otro remedio”.
De vuelta en el hotel intenté ordenar toda aquella charlatanería, ¿Todo verdad? ¿Todo mentira? ¿En parte? ¿Cuánto? Lo cierto es que le creí, quizás exageraba algunas cosas pero el grueso de la historia no sé por qué pero a pesar de lo difícil que era de creer lo hice.
Absolutamente todo lo que contó lo hizo de forma machista y despectiva. Me dijo que estaban en la barra y que cuando se había dado cuenta se estaban besando, y que había sido ella y sólo ella la que había propuesto ir al hotel. “Las niñas de ahora saben lo que quieren y van a por ello, chico, ella quería follar y lo dejó claro desde el primer momento”. Lo decía todo como si fuera normal, como si ese viejo asqueroso se follase una belleza 20 años más joven cada semana. No me pudo dar más asco, y ella no podía decepcionarme más.
Me dijo que nada más llegar al hotel ella se quitó los shorts, bueno, él dijo: “pantalones cortos de buscona”, y las bragas. Y que ella quería que sin más miramientos se la follara. Prosiguió contándome que él tampoco tenía interés en andar “dándose besos” y le dijo que perfecto pero que se quitase también la parte de arriba, la camisa y el sujetador, que quería verle las tetas. Todo esto Román me lo contaba como si me estuviera hablando del tiempo o de cualquier cosa cotidiana.
Yo atónito y nervioso escuchaba su confesión en la que la llegó a llamar “guarra”, “putita”, “buscona” y directamente “zorra”. De su boca salieron cosas tales como: “La muy guarra se la metí sin más desde atrás y entró tan fácil que dio pena” o “antes, para poner a una mujer a cuatro patas tenías que llevar un mes saliendo con ella y esta fue entrar por la puerta y ponerse ya en esa postura”.
¿Pero sería cierto? ¿Sería tan puta? Me repetía yo en los pocos silencios que se intercalaban en su confesión. Prosiguió contándome que al principio ella no gemía, “como si estuviera muerta” y que cuando se cansó de tenerla así le dijo que se tumbara boca arriba que le iba a comer el coño, y que ahí “ella empezó la fiesta y empezó a gemir como una putita”. Él seguía pronunciando más insultos como si nada. Yo no daba crédito, vale que Román es un gilipollas pero estaba hablando de una chica, compañera de trabajo, con la que comíamos, cenábamos juntos, viajábamos. Él hablaba de ella como si fuera cualquier fulana que se hubiera encontrado en la calle aquella noche.
Me dijo que después se la había follado en varias posturas, que la había intentado besar pero que ella había girado la cara, “con mi polla dentro y la niña girándome la cara” me dijo como si aquel hecho le hubiera dado exactamente igual. Román siguió contando: “La niña estaba muy mal eh, estaba muy mal, yo de conquistador nada, le daba lo mismo yo que un barrendero que hubiera por allí, a ti te coge y te hace lo mismo”. Yo ya no sabía si quería seguir escuchando, estaba casi seguro de lo contrario cuando siguió hablando, diciéndome que él había intentado hablar con ella, que le había dicho alguna cosa durante el polvo pero que nada, que ella “mudita”. Y para rematar la faena contó algo que fue lo que más difícil me resultó de creer pero lo contaba casi con una desgana que me hacía creerle: “Mira yo no se si la niña toma la píldora o qué hace pero cuando yo iba a acabar me pidió que no me corriera dentro, le dije que donde quería entonces y me dijo: donde quieras tú, en la cara si quieres”.
Al escuchar aquello, tembloroso cogí la cerveza de la barra y la llevé a mi boca. “¡Pero cómo puede ser tan puta!” Exclamé para mí, “¿cómo es posible?”. Le pregunté por lo de que él hubiera entrado en su habitación sobre las 3 de la madrugada y me dijo que después de estar con ella había bajado a recepción a por una toalla y a pedir que le despertaran a la mañana siguiente. Mi otra pregunta no fue como eran sus tetas, su culo, su coño o demás cosas con las que había fantaseado, me parecían preguntas de perdedor. Simplemente solté un “¿Y como es que te fuiste? Yo habría repetido hasta matarla a polvos”. Su respuesta fue indignante: “¿Para qué? A las putas se las folla una vez. Son para desahogarse y nada más”.
Y allí estaba yo en la habitación repasando mentalmente la conversación. No me imaginaba a Román inventándose todo aquello. Pero… Irene, la “digna y recatada” , la pija elitista pidiendo polla de un señor de 49 años… era prácticamente inaudito. Casi inverosímil, pero a la vez denigrante, triste y… morboso. Para mi sorpresa comencé a masturbarme lentamente, imaginándome a ella a cuatro patas dándole la espalda y cumpliendo su orden de quitarse la camisa y el sujetador, toda digna, como si fuera digno esperar como una perrita a que se la follase aquel viejo. ¿Y el final? Me la imaginé ofreciendo su bella cara para que se la manchase el asqueroso de su jefe. Allí, Irene, de rodillas, o sentada, contemplando como ese viejo se masturbaba frente a su cara… “Qué puta…” me dije. No estaba muy lejos de correrme imaginándome aquello cuando me detuve y no sé por qué tuve la idea absurda de mandarle un whas app a Irene.
“Ya veo que el chico guapo con el que te fuiste al hotel es un viejo asqueroso, palabras textuales tuyas, no? Hala buenas noches”. Lo envié convencidísimo. Me respondió en seguida.
“Dais pena, y tú eres un poco pesado, ¿no?¿Qué coño te importa a ti?”
Yo respondí: “No me importa, lo único que me mientas”.
“Pues mira, ya que él ya te ha contado todo ya me dejas tranquilita, ok? Chao“
Después de aquello si quedaba un rayo de esperanza de que la historia de Román fuera mentira había desaparecido.
“Joder… qué puta…“ dije en voz baja y continué mi paja imaginándome a Román follándose a Irene, imaginándome lo necesitada y caliente que tenía que estar para dejarse follar por aquel viejo.
Capítulo 7
Al día siguiente me desperté con un mal cuerpo terrible. Estaba haciendo el ridículo con Irene, los whats apps de crío llorón total. Qué me hubiera hecho una paja con aquello… qué me excitase aquello es que ya era lo peor de todo… Solo quería llegar a casa y olvidarlo todo.
Esa semana evité tener trato alguno con Irene. No es que me diera tanto como vergüenza encontrármela pero ni me iba a resultar cómodo ni me apetecía. No vi tampoco ningún aumento de trato con su jefe… más que posible amante… Román. Lo curioso era que con el pasar de los días ella me parecía más guapa y Román más horrible. Cuánto más delicada y femenina la veía un día, más tosco y viril hasta el desagrado me parecía él ese mismo día. Una especie de “La Bella y la Bestia” elevado a la máxima potencia. ¿Habría sido por interés? ¿Para que la renovasen? No la conocía como para saberlo pero desde luego había equivocado el tiro pues Román no tenía ni competencia ni contactos como para influir en eso.
Si así pasaron los días mentiría si no dijese que en las noches las imágenes de Román follándose a Irene golpeaban mi cerebro hasta que este daba la orden a mi mano de relajar la incomodidad de mi erección. Unas veces imaginaba que yo veía como se la follaba, otras era yo quien lo hacia, pero siempre acababa igual, con mi semen embadurnándome el ombligo y con la misma sensación de derrota y despecho.
El domingo 28 de octubre de nuevo email, yo sabía que pasaría una semana más en Madrid, pero el email se lo envían a todos los de la empresa. Román e Irene a Barcelona. Los dos solos. Alucinante. Me quedé petrificado mirando la pantalla. De nuevo nervioso y mi mano temblorosa movía el ratón. Estaba ya harto de mis propios nervios.
Me conozco, y sabía que me esperaba una semana pensando a cada hora: “¿qué harán? ¿querrá ella repetir? ¿y por las noches? ¿Y el viernes y sábado por la noche?” Y todo esto con una tensión inevitable y absurda, pues poco podría hacer yo, y lo que es peor: ¿pero qué coño me importaba a mí? Pero vaya si me importaba…
Capítulo 8
No estaba llevando del todo mal el hecho de su viaje cuando el miércoles por la noche, estando yo en mi casa, un sonido me sobresaltó: mi móvil. Irene llamándome. Sorprendido cogí el teléfono. Al otro lado de la línea una Irene majísima, dócil, como si nada hubiera pasado, preguntándome cosas del trabajo. Según ella “preguntas absurdas y básicas que prefería no preguntárselas a Román por temor a su respuesta”. Tentado estuve varias veces de decirle “todo apunta a que follaste con él y no te atreves a preguntarle esta chorrada” pero me contuve. Se las respondí con enorme buen rollo en la conversación. Varias risas incluidas.
Colgué el teléfono y me quedé extrañamente contento, pero a la vez insatisfecho. A los cinco minutos le envié un whats app:
-Y bueno… ¿del resto qué tal? Que no te he preguntado nada.
-¿Qué tal? Jaja, ¿tú que quieres saber? A ver, dime.
-Nada mujer…. Jaja
-A saber qué te habrá contado éste, pero ya te digo que no te creas ni la mitad. A ver, dime, ¿qué te ha contado?
-Pues que lo hicisteis… que follasteis.
-Ya… bueno… no me lo recuerdes - respondió.
Yo me quedé helado… “¿No me lo recuerdes? Venga ya…” pensé. Seguí escribiendo:
-Y la manera de referirse a ti… madre mía.
-¿Cómo? No entiendo-. (Para escribir esta frase escribió y borró varias veces)
-Pues… no le digas nada obviamente pero vamos… de fulana para arriba-. (Después de escribir yo esto ella tardó dos o tres minutos en responder)
-Bueno… viniendo de quién viene ni siquiera me extraña, que quieres que te diga.
-En fin, es tu vida. -Le respondí
La cosa quedó ahí, pero media hora más tarde, ya en cama, volví a escribir.
¿-Pero tú quieres que vuelva a pasar? ¿Repetirías?
Su respuesta no fue otra que escribir tres puntos suspensivos. Cada uno de ellos fue para mi como una extraña puñalada en el pecho. ¿Quería repetir? ¿Pero que le daba ese viejo? No me lo podía creer, y más sabiendo ella que Román no solo me había contado todo, si no que para colmo lo había hecho llamándola puta y demás lindezas.
Pues sí, tres puntos suspensivos y un “Buenas noches” e Irene zanjó nuestra conversación.
Capítulo 9
Tentado estuve de escribirle algo el jueves pero me contuve. Fue ella quien la noche del viernes me escribió lo siguiente:
-¿Por qué me preguntas tanto sobre este tema? ¿Es marujeo o te da morbo?
¿Qué responderle? Pensé. Decirle la verdad seguramente habría sido: “me gustas, estoy medio colgado de ti y odio y aborrezco toda la historia de Román, pero a la vez, me da un morbo enfermizo incontrolable“. Mi respuesta sin embargo fue:
-No sé… es sorprendente… tú con ese viejo… ¿morbo? Algo hay, algo hay, jaja
-En fin… jaja. Buenas noches -. Respondió.
-¿Vais a tomar algo mañana por la noche? -Insistí
-Si quieres saber si va a pasar algo ya te digo yo que no aunque a la vista está que te gustaría.
-A mi me da igual- Respondí seco, haciéndome el duro, o intentándolo. Lo cierto es que sus palabras me habían tranquilizado: “Se le fue la olla aquel día y punto” pensé.
No supe nada de ella ni el viernes, ni el sábado. Cómo había vaticinado me subía por las paredes pero tenía que contenerme. El domingo no pude más y le escribí a media tarde. Mi pregunta fue directa y su respuesta más.
-¿Y bien? ¿Al final pasó algo?
-No lo quieras saber.
-¿Por?- Tecleé infartado.
-¿Qué quieres que te diga? ¿Qué me volvió a pegar un buen repaso? Pues sí, totalmente. Y a gusto me quedé. ¿Contento?
Me quedé helado, no tecleé en un buen rato. Otra vez cabreado, decepcionado y a la vez excitado. Tampoco entendía el tono de sus respuestas. Como si le jodiera que sacase el tema.
-Contenta te has quedado tú según parece… -Dije sin obtener más respuesta.