Viaje sorpresa a Cuba II

Mi familia o mi amo... una aparente dura decisión. Cuba nos espera y yo espero mucho de ella.

(Es la continuación de Viaje sorpresa a Cuba; para contextualizarlo, reproduzco el último párrafo)

Salí llorando de la cocina sin terminar la cena. Estaba entre la espada y la pared, pero tenía claro que no podía acabar así. Tenía que ir fuera como fuera. Cuando llegué a mi cuarto, estaba totalmente bloqueada. Mi relación con Marcos no me permitía poder no hacerle caso y mi relación con mi padre tampoco. De repente, se me ocurrió un plan.

El plan consistía en fugarme. Lo tenía clarísimo. Como mi padre estaba muy poco tiempo en casa y tendría la complicidad de mi madre para hacerlo, me fugaría de casa con las maletas por la mañana, después de que se fuera a trabajar. Una vez que se enterara, ya no podría hacer nada desde España. Sobre su posible enfado posterior tenía claro que las fechas de Navidad me ayudarían mucho. Cuando volviera, entendería que soy su hija y que me debe «perdonar» porque «no lo voy a volver a hacer» (ya veremos jeje). Era un plan magnífico.

Al día siguiente, amaneció muy pronto y me despertó la ventana abierta por la que entraba la luz entre las cortinas, que no estaban echadas. Eran las 7 de la mañana, todavía mi padre seguía durmiendo y no podía llevar a cabo mi plan, pero le quedaba poco tiempo para levantarse. Durante este tiempo, medité si tenía claro llevar mi plan hasta una situación definitiva.

—Sí, lo tenía claro —pensaba y repensaba—. No me queda otra, el enfado de mi padre será pasajero, pero si enfado a Marcos, mi amo, puede que se canse de mí y acabe aquí nuestra relación. No, no puedo dejar que pase esto, lo necesito —me decía mentalmente para convencerme—.

Mientras le daba vueltas y vueltas, aunque tenía claro lo que iba a hacer, mi mente estaba fantaseando con todo lo del viaje (el lugar, qué haríamos, las sorpresas que me tenía guardadas…), se despertó mi padre, ya era la hora de prepararse para ir al trabajo. Hizo su rutina como cualquier día normal y, antes de irse, como acostumbraba, entró en mi cuarto (me tuve que hacer la dormida, que se me daba muy bien —como se podrá ver en relatos posteriores por una vivencia que tuve—) y se despidió de mí dándome un beso en la frente, antes de ir hacia el trabajo.

Después de esto, cogió el maletín, abrió la cancela de la calle y dejó caer la puerta para que se cerrara tras su paso. Esta situación, tan normal y a la que estaba tan acostumbrada significó un cambio en mi pensamiento. Me trastocó todo lo que había pensado, la sutileza con la que me había dado un beso en la frente me conmovía a pensar que no se merecía que su única hija le diera este disgusto.

Tenía que elegir entre mi familia y Marcos y no lo tenía para nada claro. Marcos había cambiado tanto mi vida y me aportaba tanto que se estaba convirtiendo en una obsesión, una necesidad fisiológica y mental que tenía. Mi familia, por su parte, siempre había estado ahí, de una manera cercana y, solo a veces, autoritaria para guiar mi vida.

Se me acababa el tiempo, tenía que decidir y ser consecuente con mi determinación. Decidí irme a Cuba y aguantar a la vuelta todo lo que pudiera pasar. Siempre iban a estar ahí, no como Marcos, con el que tenía miedo a perderlo si hacía algo contrario a nuestra relación de dominación-sumisión.

Después de esto, cogí mi maleta que había preparado la noche anterior (por lo que pudiera pasar…) y me marché decidida a la puerta de mi casa y salir hacia la de Marcos. Mi madre, que era la única que estaba en casa, me vio, agachó la cabeza y me dijo, con una desilusión patente en su rostro:

—Espero que te merezca la pena lo que estás haciendo.

Yo le contesté:

—Si tu supieras todo, te vendrías conmigo y dejarías a papá aquí.

Esto último pareció afectarle especialmente a mi madre, que rompió a llorar al darse cuenta de que me había perdido. Yo, impasible, proseguí con mi decisión y abrí la puerta de casa. Dejé a mi madre rota, como nunca le había visto.

Este dramatismo con el que comenzaba el viaje me duró hasta que vi a Marcos, que me atrajo toda la atención de mis pensamientos. Cuando llegué a su casa, me esperaba en la puerta con el coche cargado y con intención de salir en cualquier momento. Le di un beso y me monté en el coche. Él se encargó de cargar las maletas.

Cuando terminó, abrió la puerta del piloto y se sentó frente al volante. Antes de arrancar me dijo unas palabras que marcarían el destino de todo el viaje:

—Lo que va a pasar en el viaje determinará toda nuestra relación —sabía pronunciar las frases de manera segura, dulce y decidida—. Tienes una gran responsabilidad, espero que no falles.

—Sabes que no te fallaré —contesté de manera casi automática—.

Cuando llegamos al aeropuerto, no pensaba que íbamos con más gente que conocíamos al viaje. Sin embargo, cuando llegamos allí, estaban dos negros con los que comenzó a hablar Marcos. Me los presentó brevemente:

—Este es mi amigo Ernesto y mi amigo Jorge Luis —dijo de manera atropellada—. Van a ser nuestros guías en Cuba, porque vamos a Cuba, Sara, espero que te guste la sorpresa. Tenemos una gran suerte porque son nativos y nos enseñarán toda la isla, sus secretos y… todo lo que surja —terminó la frase con un guiño, muy característico de su idiosincrasia—.

—Encantado, mi amol.

—Estás para mojal pan, como decís por aquí en España —espetó Jorge Luis de manera más atrevida—.

—Igualmente y muchas gracias. El placer es mío —dije con un ligero enrojecimiento de mejillas—.

Al subir al avión, algo me hacía sospechar que no iba a ser un vuelo normal. Notaba cómo Marcos no paraba de comunicarse con miradas con sus amigos. Estaban tramando algo dentro del avión de lo que me enteraría después, cuando ya estaba dentro de su plan…