Viaje sin retorno (6 : Se desata la tormenta)

Dos cuerpos dándose calor, compartiendo su amor. Dos cuerpos rozándose, excitándose. Todo parece perfecto... pero sin que ellos lo sepan una amenaza se cierne sobre ellos de manera silenciosa. Con el primer mensaje comienza lo que podría suponer el final del viaje para alguien...

Ya que Mario os dejó en el anterior a medias creo que me toca continuar a mí.

Me llamo Javier, Javi para los amigos y así sigue nuestra historia:

Fíjate que ya me habían avisado de que los cuentos de hadas no existen y todo eso, a ver, no es que crea en ellos, solo pensaba que la felicidad se había instalado por fin en mi vida. Todo iba tan bien... Todo parecía tan perfecto... Tal era mi sobredosis de felicidad que no supe ver las señales a mi alrededor, esos detalles que te avisan de que algo muy malo está a punto de suceder. Estaba ciego, se podría decir que flotaba en una nube de éxtasis... Aunque claro, todo esto solo era mi adormecida percepción jugándome una mala pasada. Cuando esas estúpidas nubes desaparecieron y me vi flotando en el aire, en el vacío sin nada a lo que agarrarme... Solo había una cosa que podía hacer, dolorosamente e inevitablemente me vi cayendo al vacío. Mis soportes desaparecieron ese día en el monte, y lentamente fui en picado hasta sufrir una de los más dolorosos aterrizajes de toda mi vida en esa estúpida fiesta. Aún hoy se me encoje el corazón al recordar ese día, caos y dolor... mucho dolor. Pero no adelantemos acontecimientos y volvamos a dónde lo habíamos dejado.

Por fin era feliz, siempre he pensado que la felicidad es muy relativa y que por ello alcanzarla es del todo imposible, pero esos días estaba siendo mágicos. Tener a Jaime a mi lado era la chispa que siempre le había faltado a mi vida, era como si hasta entonces hubiese tenido un pequeño y profundo hueco en mi corazón, vacío. Entonces había llegado él y lo había llenado con su amor y afecto que me faltaban. Y es que no solo había encontrado a mi primer novio, sino que también había conseguido un amigo que me apoyaba en todo. Jaime entendía que yo no estaba preparado para afrontar mi sexualidad frente al mundo, por lo que nuestra relación era secreta. A ojos de cualquiera sólo éramos dos buenos amigos, en cambio nosotros dos sabíamos que éramos mucho más que eso. Todos los momentos y sentimientos que compartíamos lo demostraban, no nos hacía falta hacerlo público, ya que con solo una mirada yo podía entrever todo lo que Jaime sentía por mí. Un brillo especial inundaba sus ojos cada vez que me miraba y eso me hacía sentir especial, era un tesoro que albergaban sus ojos al que solo yo tenía acceso. Todo esto hacía que todos los días fuesen especiales y merecedores de ser recordados eternamente. Yo no necesitaba más, era más que suficiente... Pero... ¿Era suficiente para él?

Solo había un tema que enturbiaba ligeramente esa fantasía en la que vivía. Desde el incidente de nuestra primera vez en su casa... Las cosas se habían vuelto difíciles en ese tema. Yo lo había pasado mal esa vez, Jaime lo sabía y me comprendía. Yo, sinceramente, estaba deseando entregarme totalmente a él, pero el recuerdo de esa vez me paralizaba cada vez que lo intentábamos. Jaime hacía como que eso no era importante, ya que obviamente el sexo no se basa únicamente en la penetración, pero yo me sentía mal conmigo mismo. ¿Por qué no era capaz de hacerlo?

El curso pasaba, pronto llegarían las primeras vacaciones: Navidad. Mis notas como siempre eran buenas y pasaba la mayor parte del tiempo con Jaime. Ahora me doy cuenta de lo tonto que fui al descuidar tanto la atención a mis amigos. Estaba tan metido en mi mundo que no me di cuenta de que cada vez le hacía menos caso a Mario, mi mejor amigo... No me daba cuenta de que Iván pasaba por un momento muy delicado y de que nos necesitaba más que nunca... Y Alberto... Bueno, nunca me voy a poder perdonar el no haber estado con él, apoyándolo y ayudándolo.

Mi mundo se empezó a desmoronar un día antes de la salida escolar al monte.

Ese día empecé a despertarme de mi letargo, poco a poco y lentamente me fui haciendo consciente de lo que me rodeaba. Esto no lo digo literalmente, de hecho dormir, dormía poco esos días, me refiero a que ese día después de mucho tiempo empecé a poner atención a lo que me rodeaba. A las personas que me rodeaban. Las semanas se me habían pasado rápidamente y si me hubieseis preguntado qué había hecho durante ellas, no creo que os hubiese podido dar demasiados detalles.

Por muy raro que parezca el primer cambio que noté fue que mi profesora de matemáticas estaba más triste de lo normal. Entró a clase un poco encorvada y con ojeras, tenía un aspecto horrible. Empecé a pensar qué le podía pasar, en eso estaba cuando escuché cómo detrás mio dos compañeros de clase comentaban algo en voz baja.

-¿Se le ve bastante mejor no?- comentaba una chica que se sentaba justo detrás de mi.

-Si, pobre... Le costará superarlo...- dijo un chico que se sentaba al lado de la chica.

Cómo no estaba seguro de qué hablaban, se lo pregunté. Me miraron los dos con expresión extraña, como si fuese obvio de lo que estaban hablando.

-¿De qué va a ser?... De ella.- me dijo la chica señalando a nuestra profesora que ahora se estaba sentando en su mesa con aspecto de estar muy cansada.

-Se la ve rara... ¿Sabéis qué le pasa?- les comenté.

Entonces sí que me miraron como si yo fuese rematadamente tonto.

-Al final va a ser cierto eso que dicen de ti...- me dijo el chico.

-¿De mi?- me puse nervioso, ¿la gente hablaba de mi? ¿De verdad alguien se había fijado en mí?

-Si, dicen que eres un empanado, que no te enteras de nada...- me dijo la chica mirándome con curiosidad- bueno, de hecho es verdad porque ya te he copiado en varios exámenes y no te has ni enterado...

-Aaaaa...-tampoco se me ocurrió una respuesta mejor.

-A ver, por ejemplo...- me dijo el chico mirándome de manera burlona- ¿Cómo me llamo?

Al principio me quedé bastante sorprendido, ¿pero qué se piensan, que soy tonto? En teoría era una pregunta muy fácil... En teoría... en ese momento no sabía si por la sorpresa de la pregunta o por qué, pero me quedé en blanco y por mucho que me esforzaba no conseguía acordarme de su nombre. Genial, ya se pensaban todos que yo era un despistado... creerían que además soy un retrasado...

-Pues... Esto...- Por mucho que me esforzaba no me salía su nombre... de pronto me acordé de algo- ¿tu eres el que tienes una villa e ibas a montar una fiesta no?

El chico me miró fijamente y al final se empezó a reír.

-Si, el mismo.- me dijo riéndose- Y me llamo Carlos.

-¡Eso!- suspiré, definitivamente había hecho el ridículo.

-Y yo soy Alejandra por si tampoco te acordabas- me dijo la chica.

-Vale...- noté cómo me ponía rojo. ¿Por qué me pasaba esto a mí?

-Me has caído bien, y ya que te has acordado de lo de la fiesta, si todo va bien en vacaciones la montaré. Estás más que invitado- me dijo Carlos sonriéndome.

Como no sabía si se estaba riendo de mí o iba en serio me limité a asentir y a darme la vuelta.

En ese momento no me podía imaginar lo mucho que me iba a arrepentir de aceptar esa invitación.

Cuando terminaron las clases de ese día empecé a pensar que realmente estaba muy perdido... Al repasar a los de mi clase me di cuenta de que no me sabía ni la mitad de sus nombres.

En cuanto sonó el timbre anunciando el final de las clases todos nos apresuramos a salir de clase, justo en la salida me encontré con Alberto. Él ya me había visto, y cuando vio que yo le sonreía, le hacía un gesto con la cabeza y me acercaba a él puso cara de sorprendido.

-¡Vaya! ¡Te acuerdas de que existo!- me dijo sonriente, aunque su voz tenía un toque de amargura.

-Pues claro- le dije- ¿Cómo lo voy a olvidar?

-Es lo que parecía últimamente, estas semanas no me has ni mirado.- me dijo con un ligero tono de reproche.

-Yo... Lo siento...- me estaba empezando a dar cuenta de que llevaba varias semanas en mi mundo- han sido unas semanas difíciles.

-Da igual, no te preocupes- me intentó sonreír, pero no lo consiguió.

Ahora que me fijaba, Alberto tenía un aspecto bastante malo. De hecho, me recordaba bastante a la profe de mate. Parecía que no había dormido en varios días, tenía unas ojeras bastante marcadas y su pelo normalmente (aunque despeinado) brillante ahora lo tenía apagado, como si se le hubiese vuelto más oscuro. Su mirada era triste y cansada. Algo le pasaba.

De pronto un recuerdo me vino a la cabeza, no hacía mucho yo estaba en una parada del autobús y le vi a Alberto con un señor… Parecía que había pasado una eternidad desde aquello, aquel día había sido mi primera vez con Jaime… Todo un desastre. Ya había intentado hablar sobre ello con Alberto, pero él se negaba, me había dicho que no tenía importancia. Que no me preocupase… En cambio… Aun así tenía que hablar con él.

-Bueno, ¿cogemos juntos el bus?- me preguntó Alberto.

-Yo es que ahora no voy a casa- cuando se lo dije parecía que lo había desanimado un poco.- Mañana tenemos la excursión esta de las narices, hablamos mañana.

-Bueno, vale- dicho esto se dio la vuelta y se fue.

Realmente me sentía mal por él, no le había hecho nada de caso en unas cuantas semanas y me hubiese gustado irme con él, pero había quedado con Jaime. Tenía su casa libre e iba pasar la tarde con él.

Según iba hacia la parada del bus fui pensando en mis amigos, ya casi no hablaba con ellos. No tenía demasiados amigos y encima estaba pasando de ellos… Me sentí como una mierda.

Cuando llegué a la parada no pude evitar acordarme de Alberto entrando precipitadamente en ese coche… Por mucho que él lo negase, yo estaba preocupado. Sin poder evitarlo sentí como si ese día fuese a terminar igual: mal, muy mal. Por desgracia no me equivocaba.

No pasaron ni dos segundos desde que toqué el timbre hasta que la puerta se abrió. Como cada vez que le veía sentí una ligera presión en el pecho.

Jaime me miraba sonriente desde el marco de la puerta abierta, debo aclarar que si Jaime ya estaba en su casa es porque esos días los de su clase salían una hora antes que los demás. Como ya era costumbre se había puesto unos pantalones cortos y una camisa interior de tirantes para estar más cómodo en su casa. Sus ojos de un color oscuro grisáceo me miraban con mucha intensidad y no pude evitar sentir un ligero cosquilleo trepando por mi espalda. Su pelo negro lo llevaba cuidadosamente despeinado, es decir, aunque lo llevara un poco alborotado se notaba que lo hacía a propósito, no como Alberto… Este sí que lo llevaba despeinado y no queriendo. Bueno, la cosa es que esto le daba un aspecto increíble que lo remataba con una amplia y seductora sonrisa. Había veces que me preguntaba cómo era posible que yo estuviese con semejante chico, todas las chicas y seguramente más de un chico se morían por sus huesos… y él me había elegido a mí. Era de locos.

Entré en su casa y no había dado dos pasos cuando noté cómo me rodeaba la cintura con sus fuertes brazos, le miré a los ojos, él se acercó aún más a mí sonriéndome y me besó suavemente. Con este tipo de cosas Jaime conseguía que literalmente me derritiera en sus brazos, menos mal que me tenía bien sujeto porque si no tenía la sensación de que me caería al suelo. Sus labios acariciaban lentamente los míos mientras sus manos me masajeaban la parte baje de la espalda, cuando nos separamos suspiré.

-¿Qué tal te ha ido el día?- me preguntó sonriendo.

-Aburrido… ¿Y tu?- le pregunté sintiendo que algo iba mal dentro de mí.

-Bueno, pues…- y así me empezó a contar algunas cosas que le habían pasado durante el día.

Algunas de ellas eran bastante divertidas y en otro momento me hubiese reído con ganas, pero en ese momento no… Algo me estaba apretando el alma… La preocupación. Estaba preocupado por mis amigos, ¿acaso yo era una mala persona? ¿Seguirían queriendo ser mis amigos después de esta temporada sin hablar conmigo?... Tenía la necesidad de llamarle a Mario y decirle que lo sentía, en teoría era fácil. Pero estaba seguro de que Mario insistiría en ver si me pasaba algo y yo no podía darle una respuesta en esos momentos… ¿Qué le iba a decir? “Oye que ahora tengo novio y por eso llevo unas cuantas semanas sin haceros caso…” No, no tenía excusa y además eso implicaba contarles a sus amigos lo de Jaime y no estaba preparado.

Jaime enseguida me notó raro por lo que se calló, estábamos los dos sentados en el sofá de la sala, muy cerca el uno del otro y él me rodeó la cintura con su brazo. Con un ligero movimiento me acercó hacia él y me hizo recostarme en su hombro. Me besó la frente y me miró fijamente.

-¿Qué te pasa?- me susurró. Suspiré, le miré a los ojos, estos me inspiraban confianza. Daban ganas de zambullirse en ellos y bucear en ellos eternamente, ahí me sentía seguro.

-Dime… ¿Soy un mal amigo?- le pregunté. A Jaime le sorprendió la pregunta.

-Claro que no- me dijo.

Suspiré de nuevo y bajé la mirada. Vaya pregunta… ¿Qué me iba a decir? Al fin y al cabo era mi novio. Jaime debió de notar que no me había convencido así que con una mano me alzó la barbilla haciendo que lo mirara otra vez a los ojos.

-Mira, no sé qué te pasa, pero eres de las mejores personas que he conocido en mi vida. Independientemente de si eres mi novio, antes de eso te recuerdo que te convertiste en mi mejor amigo… Es más, lo sigues siendo. Los que te tenemos cerca somos muy afortunados, nunca lo olvides.

Sus ojos brillaban más de lo habitual y me dejé llevar por el torrente de emociones que inundaban mi pecho… ¿Cómo era posible que le quisiese tanto a Jaime? Me acerqué a él y le besé, esta vez de forma más tierna. Él enseguida le puso ganas, nos vimos bebiendo de ese beso y el uno del otro como si fuese el último de nuestras vidas. Me hubiese gustado haberle dicho un sencillo “gracias”, pero en ese momento estaba desbocado. El calor me inundaba el cuerpo y pronto la ropa nos fue sobrando de manera natural.

Le quité la camiseta a Jaime dejando al aire así ese cuerpo que tanto me gustaba. Su pecho era fuerte y tenía unos pectorales firmes de los que sobresalían unos pequeños pezones morenos. Si bajabas la mirada te encontrabas con unos abdominales de infarto que además con el moreno de su piel hacían una mezcla explosiva. Sonreí, ese cuerpazo era mío… Solo mío. Con una mano recorrí y palpé toda la extensión de ese cuerpo, acariciaba los pezones y bajaba mi mano hasta sus abdominales para masajearlos y sentir su dureza.

Sin dejar de besarnos le pasé una pierna por encima como quien monta un caballo y me quedé sentado encima de sus piernas. Mis brazos le rodearon el cuello mientras él hacía lo mismo con mi cintura y así nos abrazamos fuertemente, nuestras lenguas seguían manteniendo su particular batalla en nuestras bocas. Jaime me estrechó fuertemente, como si temiese que me fuese a escapar… y créeme, escaparme era lo último en lo que pensaba.

Sus manos se metieron por debajo de mi camiseta y de un solo tirón me la quitó. Jaime dejó de besarme un momento para recorrerme el pecho con su boca, me propinaba besos y pequeños lametones por mis pezones. Así estábamos cuando fui consciente del más que evidente bulto que se apretaba a mi culo por debajo de nuestros pantalones. Estaba decidido, ese día no me echaría atrás. Quería llegar hasta el final. Decidido como estaba empecé a mover hacia adelante y hacia atrás mi culo para rozar así el paquete de Jaime. Podía sentir cada centímetro de ese duro trozo de carne que amenazaba con romper el pantalón. Este enseguida empezó a gemir, le estaba masajeando el pene por encima del pantalón con mi culo, casi se podía decir que le estaba haciendo una gran paja.

Siempre le solía dejar a Jaime que él llevase las riendas en esos casos, pero ese día yo estaba inspirado. Así que lo tumbé sobre el sofá y después de besarlo durante otro rato más fui bajando lentamente por su torso. Me encantaba sentir esos duros pezones en mi boca, me entusiasmaba poder besar esos fuertes abdominales. A cada nuevo lugar al que me movía para besarlo por el cuerpo de Jaime sufría pequeñas descargas eléctricas acompañadas por sonoros jadeos. Finalmente llegué a su entrepierna, no sin antes propinarle unos cuantos lametazos a su ombligo. Casi le arranqué los pantalones cortos y los calzoncillos dejando al aire ese miembro que se erguía firmemente invitándome a que lo devorase.

No perdí más tiempo, con una mano se la agarré firmemente y me agaché sobre ella para metérmela entera en la boca. La notaba caliente y jugosa en mi boca, empecé a recorrer cada milímetro de su polla con mi lengua. Saboreaba toda su envergadura, desde la punta rodeando el glande hasta la base y sus huevos. Me la metía y sacaba, a la vez que la masajeaba con mi lengua. Pocas veces había puesto yo tantas ganas en chupársela, lo estábamos disfrutando mucho los dos. Cuando levanté la vista le vi a Jaime con los ojos cerrados y vi como se mordía el labio inferior por el placer. Me puse a ello otra vez, esta vez le pajeaba la base con mi mano y en la punta jugaba con mi lengua. Repasaba las líneas del glande, subía hasta el agujerito de la punta y volvía a bajar. Jaime me puso las manos en la cabeza y me masajeaba el pelo a la vez que me empujaba suavemente la cabeza para que me comiese todo su rabo entero. No iba a decirle que no así que eso hice. Me lo metía y sacaba cada vez a una velocidad mayor, la espalda de Jaime se arqueaba y ya no intentaba disimular, jadeaba sonoramente.

Me susurraba entre jadeos cosas como “Javi… para que me corro” o “joder, como la chupas cabrón”. Teníamos toda la tarde para nosotros así que no me preocupaba que se corriese en ese momento. Su respiración se hizo mucho más rápida y sufría pequeños espasmos dándome a entender que se correría en breve. Aumenté aún más el ritmo y Jaime no pudo evitar correrse. De repente mi boca se llenó de un líquido espeso y caliente, ya había probado el semen de Jaime antes, pero esta vez me supo a gloria. Como no pude tragarme tal cantidad de semen abrí la boca y dejé que Jaime se corriera un poco por mis mejillas. Jaime no paraba de arquearse y gemir de placer, cuando terminó se dejó caer en el sofá totalmente exhausto. Cerró los ojos y se quedó así un momento disfrutando del momento.

Le dejé descansar muy poco tiempo porque yo también estaba que no podía más con mi erección y necesitaba que alguien me ayudara a bajármela. Me tumbé encima de él y le besé con mucha lengua, de forma que sus propios fluidos pasasen de mi boca a la suya. Nos besamos un buen rato mientras él se metía por debajo de mis pantalones para acariciar por encima de mi bóxer mi polla. Yo no podía más así que de una patada me deshice de mi pantalón y me bajé los calzoncillos hasta las rodillas.

Jaime me pajeaba lentamente mientras bajaba por mi pecho, cuando llegó a mi polla le propinó un par de lametazos. Aunque sus manos se movieron rápidamente a mi culo, al principio me lo tocaba por encima para después internarse más adentro con sus dedos. Desde abajo me miró interrogante, yo comprendí que me estaba pidiendo permiso para seguir más allá, yo asentí, esa tarde por fin iba a hacerlo.

Jaime me giró suavemente y acercó su boca a mi culo. Me dio un par de besos en mis nalgas y con sus manos me abrió para dejar a la vista mi entrada. Cuando sentí su lengua jugando en mi entrada gemí, estaba en el séptimo cielo. A la vez que notaba como su lengua recorría mi agujero y entraba tímidamente en él Jaime me pajeaba a un buen ritmo. Yo no podía casi ni hablar, sabía que me correría enseguida de seguir a ese ritmo.

Jaime me estaba metiendo el primer dedo cuando sin que me lo pudiese creer desde el bolsillo de mi pantalón salió un molesto pitido: Un mensaje en mi móvil. Sacudí la cabeza, no, no me iba a pasar otra vez. Nada me iba a distraer esa vez. Le hice un gesto a Jaime para que siguiera, él me entendió y lentamente me empezó otra vez a meter un dedo. Segundo intento y segundo mensaje que me llegó al móvil. Podía sentir cómo Jaime se estaba tensando ligeramente, pensé en apagar el móvil cuando el cacharro se volvió loco.

No paraban de sonar pitidos en la habitación, uno tras otro me llegaban mensajes. Cinco, diez… llegó un momento en el que perdí la cuenta. Jaime suspiró profundamente como intentando calmarse y se retiró de mi espalda. Se sentó a mi lado en el sofá y puso una cara no saber si reírse o echarse a llorar.

-No me lo puedo creer…- dijo Jaime

-Ya, lo siento.- le dije sin saber a dónde mirar. ¿Cómo era posible que siempre se le ocurriese llamarme o mandarme mensajes en ese momento a alguien?- No sé quién coño puede ser…

-Ya, mira tu móvil- me dijo con cara cansada.-Será importante si tanto insiste…

-Lo miro y seguimos…- le dije levantándome, aunque la mirada de Jaime me decía que por ese día habíamos terminado.

-Parece que se está convirtiendo en costumbre que cada vez que lo intentamos ese trasto de mierda tuyo se ponga a sonar. Es como si alguien no quisiera que lo hiciéramos…- me miraba ya más calmado y sonriente. No se había enfadado conmigo, respiré más tranquilo.

-Ya, bueno… Puede que solo sea publicidad.

Aunque en ese momento miré los mensajes y me extrañé mucho. Todos los mensajes eran del mismo número, no sabía quién podía ser. Me pregunté quien demonios me podía haber mandado quince mensajes seguidos… Me vinieron a la mente muchas ideas, todas malas. Sacudí la cabeza, no, seguro que era alguna tontería. Entonces me enfadé con quien quiera que fuese el que me mandaba los mensajes… ¿Quién se había creído para interrumpirnos a mi novio y a mi?

Pensé en borrarlos todos sin ni siquiera leerlos, estaba realmente enfadado. Pero me picó la curiosidad y abrí el primero de los mensajes. Mientras se abría Jaime me dijo que iba un momento al baño, salió de la habitación y me dejó solo, por alguna razón me sentí muy solo… Era la segunda vez que se lo hacía al pobre, y aun así él no se quejaba ni me decía nada. ¿Se estaría guardando su resentimiento para él? Sacudí la cabeza, no podía rallarme ahora por eso, decidí distraerme mirando los mensajes. Cuando fijé mi mirada en la pantalla de mi móvil y vi el contenido del mensaje al principio no comprendí nada, luego me pareció que era una broma macabra… Finalmente cuando comprendí lo que estaba viendo me fallaron las piernas y me tuve que sentar en el sofá para no caerme al suelo.

El mensaje contenía una foto, mostraba un cubículo de un baño muy blanco. En ella se veían a un par de chicos, uno de ellos estaba de pie y el otro estaba arrodillado en frente del primero. Se podía ver claramente que se la estaba chupando, al principio reconozco que pensé que sería una equivocación o que me estaban mandando fotos eróticas de alguna página web a la que yo no me había apuntado… Tan listo para algunas cosas, en cambio para otras… Tardé un momento en reconocerme a mí mismo, yo era el que estaba de pie con los ojos cerrados disfrutando de una mamada, entonces tampoco me costó reconocer al chico arrodillado a mis pies: Jaime.

Me quedé paralizado, ¿qué demonios estaba pasando? Luego las piernas me fallaron y me tuve que recordar a mí mismo que tenía que respirar. Me costaba mucho hacerlo y la vista se me estaba nublando, el mareo que sentía empezaba a ser muy preocupante. La foto estaba sacada desde lo alto, entendí entonces que quien fuese que nos la había sacado se había subido al retrete del cubículo de al lado y desde allí se había asomado al nuestro. No me lo podía creer, alguien nos había descubierto… no, había algo más. ¿A qué clase de depravado mental se le ocurría mandarme esa foto? Me pellizqué fuertemente deseando que todo fuese una horrible pesadilla. Pero no, aunque debo reconocer que ni sentí dolor al hacerlo. Mi mente se había quedado pasmada, solo un pensamiento me rondaba la cabeza… “alguien lo sabe…”

Cuando conseguí reaccionar miré otra vez la foto y me fijé en que a pie de esta se podía leer un pequeño mensaje de texto:

“Ni se te ocurra abrir la boca o esta foto va a acabar empapelada por todo el colegio. Lo sé todo y más te vale hacer lo que te pida”

No podía creérmelo… ¿Me estaban amenazando? ¿Qué coño me iban a pedir? Mis dedos se movieron solos y borraron el mensaje. Automáticamente se abrió el siguiente y vi que era exactamente el mismo. Me habían enviado la misma foto con el mismo mensaje unas quince veces. Mientras iba borrando los mensajes mis ojos se empaparon y empecé a llorar. Todo me estaba superando. ¿Qué tenía que hacer? ¿Hablar con Jaime… con la policía? No, no quería meter a nadie más en eso… Si yo había echo algo mal yo lo iba a solucionar. Estaba aterrorizado, lloraba y me hundía lentamente.

Cuando llegó Jaime me encontró tirado en el sofá con los ojos llenos de lágrimas y con la mirada perdida. Corrió a donde mí para ver qué me pasaba, como yo no le respondía me abrazó con fuerza y me empezó a susurrar frases al oído, francamente no me acuerdo de nada de lo que me dijo. Veía su mirada muy preocupada y pensé en decírselo, pero por más que lo intentaba no me salía ningún sonido por la boca. Yo abría y cerraba la boca pero tenía un nudo enorme en la garganta y no podía hablar.

Cuando por fin conseguí hablar le miré una vez más a Jaime y juro que quería contárselo, pero no me preguntéis por qué… no fui capaz de decírselo. No me acuerdo qué le dije que me pasaba, a lo mejor no le dije nada con sentido. Tampoco me acuerdo muy bien de cómo volví a casa, lo siguiente que recuerdo es estar en mi cama boca abajo tumbado llorando silenciosamente con la mirada perdida en la oscuridad que parecía rodearme.

Así me desperté la mañana siguiente, tumbado boca abajo con la ropa de calle puesta. Me desperté con el sonido de mi despertador. Abrí los ojos, miré a mí alrededor. En la mesilla de noche estaba mi móvil, una garra helada me apretaba el corazón, ¿Cómo me estaba pasando eso? Sacudí la cabeza y me dispuse a despejarme un poco, me encaminé hacia el baño. Allí me miré en el espejo y me di cuenta de que mi aspecto era terrible. Tenía los ojos hinchados de llorar y las ojeras se me marcaban bastante. “Y estoy así por alguien que se le ha ocurrido jugar un rato conmigo…” pensé, me pareció muy injusto. Algo me fue invadiendo por dentro, la pena y el dolor anterior se extinguía rápidamente dejando espacio para que otro sentimiento se apoderara de mí: La ira. Me enfadé mucho conmigo mismo, con la persona que me había mandado esos estúpidos mensajes y con el mundo entero.

El enfado se extendía por mi cuerpo como un líquido caliente que me llenaba las venas, me vi con más fuerzas que antes y una determinación antes desconocida en mí se apoderó de mi mente. “Voy a arreglar esto yo solo… y quien sea el que intenta hacerme daño, se va a enterar” sí, estaba decidido. Me metí en la ducha y por primera vez me duché con agua fría. El agua me revitalizaba los músculos y me sentí más vivo que nunca. Salí de casa decidido, ese día en el monte iba a ser memorable.

Me encantaría decir que esa furia y determinación me duraron todo el día, pero no fue así… Según me acercaba al colegio se me calló el alma a los pies… ¿Y si lo único que conseguía era empeorar aún mas las cosas? ¿Seguro que no necesitaba ayuda…? En esas estaba cuando le vi a Jaime esperando enfrente de uno de los buses que nos llevarían hasta nuestro destino. Me encaminé hacia donde él estaba y antes de que ninguno de los dos hablara vi cómo se acercaba Mario. Él me vio. Me sonrió y me hizo un gesto amistoso con la cabeza, yo corrí hacia él. Me tuve que controlar a mí mismo para no lanzarme encima de él y abrazarlo, es lo que más me apetecía, pero tampoco quería montar una escenita delante de todo el colegio. ¿Cómo era posible que no me hubiese dado cuenta antes lo mucho que le echaba de menos a mi mejor amigo? Yo tenía la intención de disculparme por todas esas semanas, pero Mario se me adelantó y me pegó tal abrazo que casi me quedé sin respiración. Mario se reía feliz, se separó de mí.

-¡Si todavía vives!- me dijo sonriéndome- y yo que creía que no te volvería a ver…

-Lo siento por estas semanas, he estado muy concentrado en mis cosas y… bueno, espero que me perdones.

-¡Anda ya! No hay nada que perdonar, no se si te acordarás, pero eres mi mejor amigo.

Vaya, eso no me lo esperaba. Mario no era de los que se abría muy a menudo, no era lo suyo. Supongo que él estaría feliz y no tenía ganas de preocuparse en dar esa imagen de chico rebelde. Así seguimos hablando animadamente, yo sonreía. Parecía que tanto la tristeza, el miedo o el enfado se habían esfumado. Tenía la sensación de que todo iba bien y que podría pasar un día tranquilo con mis amigos. Al rato Jaime se acercó, me fijé que me miraba preocupado. Vale, reconozco que le acababa de dejar plantado para irme corriendo con Mario, pero es que con él estaba todos los días y con Mario últimamente no. Aunque sabía que Jaime no se enfadaría por eso, sabía que estaba preocupado por mi y una vez más traté de recordar qué le había dicho el día anterior cuando me fui de su casa, pero no me acordaba. Él intentó aparentar normalidad delante de Mario, pero era evidente que quería hablar conmigo a solas. Hasta Mario le preguntó un par de veces a ver si estaba bien, Jaime se mantenía al margen de nuestra conversación y tenía un gesto sombrío en la cara. ¿Tan preocupado estaba por mí?

Francamente no me apetecía nada quedarme a solas con Jaime, sabía que me preguntaría por el mensaje y yo no tenía ni fuerzas ni ganas de hablar de ello. Tan solo quería pasar un día tranquilo con mis amigos… ¿Era tanto pedir? Parece que sí…

Mario y yo seguíamos hablando animadamente cuando un pitido me sacó de la conversación. Provenía del bolsillo de mi pantalón, de mi móvil… Sentí como si me hubiesen dado una ostia en el estómago, no podía ser. Otro mensaje… No tuve fuerzas para sacar el móvil y mirarlo, es más me daban ganas de coger el móvil y tirarlo lejos de mí. Esa supuesta tranquilidad a la que había conseguido llegar gracias a Mario se fue desmoronando poco a poco. Toda la preocupación me di cuenta de que no había desaparecido, solo la había camuflado debajo de unas cuantas capas de ilusión. No, el dolor seguía ahí. Mi humor fue empeorando rápidamente, me empecé a agobiar. Me costaba coger aire y Mario me estaba hablando sobre no se el qué del alcohol. Quería salir corriendo de allí y gritar, pero en ese momento llegaron Iván y Pablo, junto con ellos la noticia de que Alberto estaba por ahí. A Mario no se le ocurrió otra cosa mejor que meterse con Alberto, en otro momento no me habría molestado tanto, pero mi humor era una montaña rusa en esos momentos.

Alberto me preocupaba, algo le pasaba y Mario se estaba metiendo con él. Un nuevo pitido me llegó desde mi móvil, otro mensaje. Jaime me miraba intensamente como pidiéndome explicaciones, no podía más. Me estaba ahogando, con la excusa de Alberto me separé del grupo y me fui en su busca.

Por fin le encontré a Alberto, me saludó de manera amistosa y normal, pero cuando me vio la cara enseguida me preguntó a ver si me pasaba algo. ¿Tanto se me notaba? Yo le dije que no se preocupase, que solo era cansancio…

-Yo estoy bien- le dije intentando aparentar una tranquilidad que no sentía- pero, ¿tu estás bien?

-¿Yo?- me dijo un poco sorprendido.

-Si, bueno… Es que ayer te vi un poco de bajón.

-Una mala racha supongo…- los ojos se le oscurecieron repentinamente, cuando me miró creí ver un gran sufrimiento en su mirada.

-¿Alberto seguro que…? - no llegué a terminar la pregunta, los profesores ya nos llamaban para entrar en los buses.

-¿No te preocupes vale?- me dijo Alberto intentando sonreír- venga, que si no nos quedamos sin excursión.

Los dos nos encaminamos hacia el bus más próximo y nos subimos. Nos sentamos hacia la mitad del bus. Según iba subiendo la gente pude distinguir a Jaime y a Mario que se sentaron unos asientos más adelante que nosotros.

-Oye Javi, yo quería decirte algo- me dijo Alberto mientras la gente se sentaba en sus asientos a nuestro alrededor.

-Si claro, dime- Alberto tenía una mirada rara, como si me estuviese a punto de confesar algo importante.

El bus se puso en marcha y la gente empezó a hablar a nuestro alrededor dándonos un poco de intimidad a Alberto y a mí. Según avanzábamos por distintas carreteras la gente se fue quedando dormida. Alberto no conseguía contarme lo que él quería, empezaba… pero cuando llevaba unos segundos hablando se paraba y no podía continuar. Hizo unos cuantos intentos pero nada… Estaba preocupado, Alberto quería decirme algo importante… pero por alguna razón no lo conseguía. Tampoco ayudaba que yo también estuviese pendiente de Jaime… A ver, es que le había sentado detrás una chica a la que reconocí enseguida. Era Alejandra, mi compañera de clase. Y no hacía más que intentar ligar con mi novio. Ya sé que no me tendría que preocupar, ya que como bien he dicho es mi novio. Alejandra no era su tipo. Pero no soportaba ver como la otra le ponía ojitos a Jaime, me daban ganas de levantarme y gritarle “¡Con el que estás intentando ligar es mi novio, apártate de él buitre!” bueno, o algo así… mientras tanto Alberto seguía intentando decirme algo, pero al ver que yo tampoco le estaba prestando toda mi atención se calló y lo dejó por imposible. Yo iba a disculparme cuando otro estúpido pitido me indicó que me habían mandado otro mensaje. Casi sin pensarlo mi mano se movió sola hasta mi bolsillo y saqué mi móvil. Miré la pantalla, cinco mensajes nuevos. Cogí aire y abrí el primero de ellos. Mientras este se abría no pude evitar pensar que quien quiera que me mandara esos mensajes se estaba dejando un dineral en tocarme las narices. El mensaje era corto, solo decía:

“Cuando estemos en el monte tenemos que hablar”

Lo borré. El siguiente:

“No hables de esto con nadie”

Y así los otros tres más… Francamente este acosador mío me estaba empezando a defraudar, se suponía que tenía que meterme miedo, no darme el coñazo de esa manera. La cosa era que yo estaba bastante nervioso e iba a guardar otra vez el móvil cuando me llegó otro mensaje. En seguida lo abrí, solo decía:

“Ten cuidado, Alberto te está mirando el móvil. Que no lea estos mensajes”

Me incorporé como si me hubiesen pinchado. El que me mandaba los mensajes estaba en ese autobús… ¿Cómo si no iba a saber que estaba sentado con Alberto? Todos parecían dormidos, en eso estaba cuando un frenazo casi me catapultó hasta la primera fila de asientos. Me choqué con el asiento de delante y me golpeé la cabeza. “Estúpido chófer…” pensé. Todos se empezaron a levantar a la vez, ya habíamos llegado. Mis esperanzas de averiguar la identidad de esa persona se esfumaron y me resigné a salir del bus con todos los demás.

La subida al monte fue lenta y aburrida. Por el camino Mario me pidió perdón aunque en ese momento de poco me sirvió para calmarme. Tenía las tripas fatal, parecía que alguien me las apretaba fuertemente. Cuando llegamos arriba no probé la comida, no tenía hambre y finalmente escuché el ya tan conocido sonido. Miré la pantalla del móvil:

“Ven ahora al bosque de atrás, solo”

Bueno, pues parecía que había llegado el momento. Con la excusa de tener que ir al baño me interné en el bosquecillo que rodeaba el claro donde nos habíamos instalado. Claro que… ¿Bosque de atrás? ¿A qué parte se refería exactamente? Como si me leyese la mente el móvil sonó y un mensaje apareció:

“En el otro lado, entrando por detrás de donde están los profes”

No pude evitar pensar “Vaya gracias”. Así que me giré y me metí por el otro lado. Aunque al hacerlo tenía que cruzar por el claro y me encontré con Alberto. Solo le dije que me tenía que ir momento y aunque me miró con expresión preocupada me dejó ir sin preguntarme más.

Según me acercaba al sitio acordado las piernas me flojeaban más, creía que me iba a derrumbar de un momento a otro. Cuando pasé cerca de los profesores tuve la idea de decírselo y que me ayudasen… pero no. Esto lo tenía que hacer yo solo, nadie se podía enterar de la existencia de esas fotos. Cogí aire y me interné en el bosque, no tuve que andar mucho cuando una voz me sorprendió a mi espalda.

-Vaya, así que has venido.

Me giré con el corazón latiéndome a mí por hora y le vi. Él se limitó a clavar sus ojos azules en mí, al principio creí que eso no tenía sentido. Pero al ver la mirada que me echaba ese chico supe que sí que era él el de los mensajes. Me apoyé en un árbol que tenía detrás para no caerme y en una mezcla de suspiro y gruñido le dije:

-¡¿TU?!


¿Oye Javi por qué no descansas un poco?

Ya sigo yo, que fui yo quien les dejó a la mitad la última vez.

Por si no os acordabais me llamo Mario y creo que os merecéis que os termine de contar lo que pasó ese día.

Corría por el bosque esquivando árboles, me tropezaba pero me levantaba rápidamente para seguir corriendo. No podía tardar mucho, Javi podía estar en esos momentos teniendo problemas. Solo pensarlo me mataba, era mi mejor amigo y no iba a permitir que nadie le hiciese nada. Pero… ¿Cómo era posible que Hugo hubiese llegado a ese extremo? Sin duda era un chico que estaba loco, y después de sacar a Javi de ahí tenía que avisar al colegio, a la policía… a quien fuese para que se lo llevaran lejos.

No paraba de gritar su nombre, pero no veía a Javi por ningún sitio. “¡Mierda!” Seguí corriendo y al poco rato vislumbré un par de figuras entre la vegetación. El corazón me dio un vuelco, por fin los había encontrado. Estaba preparado para encontrarme a Hugo haciéndole daño a Javi, pero cuando los vi me frené un poco.

Javi estaba de rodillas enfrente de Hugo. Mi amigo lloraba, tenía los ojos rojos parecía que algo lo estaba haciendo mucho daño. Por otro lado Hugo lo miraba con una media sonrisa en la cara, eso me volvió loco. ¡¿Cómo se atrevía a reírse mientras Javi lo pasaba tan mal?! Sin pensarlo dos veces y con la única intención de ayudarle a Javi me lancé encima de Hugo.

Este que no me había visto mi embestida le pilló por sorpresa. Hugo perdió el equilibrio y los dos nos caímos al suelo y rodamos unos cuantos metros. Sentía como muchas ramas me arañaban la cara, pero en ese momento lo único que me importaba era separar a Hugo de Javi.

Hugo me dio un empujón y consiguió zafarse de mí y levantarse.

-Hombre Mario, ¿Qué tal?- me dijo con una sonrisa misteriosa en la cara.

-¿Qué coño le has hecho a Javi?- le grité.

-Ah Mario, eres un imbécil. No te enteras de nada…- se rio.

Me estaba enfadando aún más, ¿Quién coño se había creído este tipo para comportarse así?

-¡Y tu un malnacido! ¿Cómo pudiste hacerle eso a Lucas?- le dije con todos mis músculos tensados, preparado para actuar en cualquier momento.

Hugo puso cara de sorpresa, pero enseguida se recompuso y volvió a sonreírme.

-Lo que yo haga no es asunto tuyo- me dijo con un tono peligroso.

-Lo que hagas con Javi ¡si! que es asunto mío- le grité.

Hugo se rio y me miró.

-Javi sabe perfectamente lo que hace con su vida… Por mucho que tú cada vez tengas menos que ver en ella.

Me quedé callado. ¿Por qué me afectaba tanto lo que me decía ese chico? Seguramente porque era verdad lo que me estaba diciendo. Javi llevaba una temporada sin necesitarme para nada. ¿Sobraba yo en su vida? Desde pequeño le había cuidado y ahora a lo mejor ya no me necesitaba…

-Mario, asúmelo. Déjale a Javi en paz, ¿no ves que ya no te necesita? ¿No ves que lo único que haces es fastidiarle la vida?- me dijo Hugo muy serio.-él ya no quiere tenerte a su lado. Estorbas.

Di un paso atrás… ¿Era verdad lo que me decía? Me acordé de la discusión que había tenido con Javi, pero él me había dicho que no era conmigo con quien estaba enfadado… En cambio… Sacudí la cabeza, no. Esta misma mañana Javi había venido a mí feliz de verme, todavía le importaba y aunque a lo mejor ya no fuese tan importante para él, le seguía siendo necesario. Tenía claro que iba a luchar por eso.

-No sé de qué manicomio te habrás escapado, pero déjanos en paz a mis amigos y a mí.- le dije muy serio.

-¿Tus amigos?- La sonrisa de Hugo se hizo más amplia- Si, creo que con Iván tengo un asunto pendiente y ahora con Javi… Si, lo siento pero tengo planes para vosotros.

Me estaba provocando y lo sabía, no por ello fui capaz de controlarme. Salté otra vez encima de él y le propiné un puñetazo en el estómago. Hugo cayó hacia atrás, pero le dio tiempo a agarrarme de un brazo por lo que volvimos a caer los dos al suelo. Pronto no supe decir ni dónde estaba, los dos rodábamos por el suelo dándonos puñetazo, hasta que una voz nos interrumpió.

-¡No, por favor, parad!- era Javi que venía corriendo aún con los ojos hinchados de llorar.

Yo me paré un momento y pensé que Hugo no atendería a razones, pero para mi sorpresa se quedó quieto. Los dos nos levantamos y nos miramos con mucho odio. Javi me agarró por un brazo y me dijo:

-Por favor, ya vale… Mario… Es suficiente- parecía triste y cansado, pero su voz sonó decidida.

Le miré y lo vi tan demacrado al pobre que me olvidé un momento de Hugo que aprovechó para largarse. Me volví y le grité:

-¡Rata rastrera! Vuelve aquí…- pero Javi me agarró para que no saliese corriendo detrás de Hugo.-Pero Javi, ¡que se larga!

Le miré otra vez a Javi y vi como de sus ojos caían lágrimas que resbalaban por su rostro. Me mataba por dentro verle así, como no se me ocurría qué decirle le abracé con fuerza. Parece que acerté porque Javi se aferró a mí como si fuese un salvavidas en medio de una tormenta.

Javi lloraba en silencio contra mi hombro, lo notaba frágil y perdido. Como un niño pequeño que ha perdido a sus padres. Maldecí en silencio mil veces a ese Hugo que le había hecho estar así a mi amigo. Así estuvimos un bueno rato hasta que los sollozos de Javi se fueron reduciendo hasta desaparecer. Javi se separó ligeramente de mí y me miró a los ojos. Se le veía roto por dentro, estaba sufriendo mucho… No sé que le había hecho Hugo, pero lo había destrozado.

-Javi, ¿Qué… qué te ha hecho?- le pregunté.

Javi me miró con miedo, como si la respuesta a esa pregunta fuese una maldición. Se me quedó mirando, pero no me contestó.

-Mario…- me llamó Javi.

-Dime- le dije mirándole a los ojos.

-Prométeme que no le vas a contar a nadie, nunca, lo que ha pasado hoy…- me miraba fijamente y parecía que se iba a echar a llorar otra vez de un momento a otro.

Yo aparté la mirada, ¿cómo me podía estar pidiendo eso? Teníamos que contarles a todos que Hugo…

-Mario… por favor…- me susurró Javi con voz cansada.

-Javi, yo… no te puedo prometer eso…

-Mario, mírame- me dijo Javi muy serio.

-Javi no… - intenté protestar yo todavía sin mirarle.

-¡Mario!- me dijo firmemente, su tono de voz me sorprendió y le miré a los ojos.

Pude ver que detrás de todo ese dolor que inundaba sus ojos había algo más, una fuerte determinación.

-Dime, - me dijo mirándome a los ojos- ¿Confías en mí?

-Pues claro… ¿Cómo no voy a confi…

-Entonces deja que yo me ocupe.- me cortó Javi con seguridad.

-Esto ya no es algo de lo que podamos ocuparnos nosotros, ese tío no es normal…

-Mario, sé que puedo hacerlo…- me dijo Javi

-Javi…

-Confía en mí, prométemelo.

Le miré a los ojos y asentí lentamente.

-No te puedo prometer nada, pero de momento no voy a contárselo a nadie. Eso sí, voy a estar atento, a la menor llamo a la policía como poco…

-No es lo que quería… Pero me sirve.- me dijo Javi suavizando un poco el gesto de su rostro.

-Javi si vas a hacer algo quiero que me lo digas y te voy a ayudar.

-¿No decías que confiabas en mí?-me preguntó, yo asentí cansado.- Bien, pues si necesito ayuda no dudes en que te la voy a pedir. Y ahora, vámonos de aquí. Nuestros amigos nos estarán buscando…- me dio un pequeño puñetazo amistoso en el hombro y empezó a andar hacia el claro.

Lo miré caminar delante de mí… parecía más… mayor, sonreí amargamente, el enano de mi amigo parecía que había madurado. Comprendí que ya había pasado mucho tiempo desde que yo le protegía de los otros niños en los recreos. Ahora se enfrentaba a ellos él solo. Pero este problema nos venía muy grande a todos, yo lo sabía pero decidí esperar un poco para pensar mejor en ello. Me encaminé detrás de Javi pensando en que las cosas se iban a complicar, y mucho.


No sé si os acordaréis de mí hace tiempo que no estoy con vosotros.

Pues si, ¡soy yo!

¿Cómo que quién soy?

¡Soldmixx! ¡Ya estoy de vuelta!

En fin… Sigamos con la historia.

Por fin llegó a casa. Alberto estaba muy cansado, el viaje en bus y la subida al monte lo habían cansado más de lo que él se esperaba. En su casa no había nadie, “mejor” pensó. Estaría más tranquilo si no estaban sus padres. Además tenía muchas cosas en las que pensar.

Mientras se encaminaba hacia su cuarto pensó en lo cerca que había estado ese día de decírselo a Javi, pero no había podido. ¿Por qué era tan complicado decirle a su amigo que era gay? A lo mejor se estaba precipitando, pero sentía que Javi le aceptaría. Todavía no se veía con fuerzas de confesarle lo que sentía por él, no quería asustarlo ni abrumarlo. “Todo a su tiempo”, pensó Alberto. Pero él pensaba que ya era hora de ser feliz. Deseaba poder sentirse a gusto con su vida de una vez, todo iba de mal en peor últimamente y él ya no podía más…

Sacó ropa limpia del armario y se fue al baño dispuesto a darse una buena ducha. Le vino a la cabeza lo último que había hablado con Javi ese día. Por fin había vuelto con Mario, aunque a los dos se los veía fatal. Javi había llegado con los ojos rojos e hinchados, Mario por su parte tenía una infinidad de cortes y pequeñas heridas. Javi enseguida les explicó a sus amigos y a los profesores que Mario se había caído por un pequeño desnivel en el monte, pero que no tenía nada grave. Alberto quería creérselo, pero no podía. Mario daba el pego totalmente, pero Javi… Se le veía muy cansado y débil. Algo había pasado y no quería contar el qué.

Alberto se empezó a desvestir para meterse en la ducha. Primero los pantalones, los cuales los tenía sucios de barro. Se quitó los calzoncillos dejando al aire su polla en ese momento en reposo. Alberto se miró al espejo, no quería quitarse la camiseta… no quería volver a verlos. Cogió aire profundamente y como si hiciese un esfuerzo sobrehumano se la quitó dejando al aire su torso desnudo.

Un par de lágrimas se deslizaron por las mejillas de Alberto.

Alberto sabía que Javi ya lo suponía, lo había visto una de las primeras veces que había pasado.

La primera vez que pasó se dijo a sí mismo que solo había sido un accidente…

La segunda vez, se prometió a sí mismo que no volvería a pasar…

A la tercera empezó a aceptar la situación… Pero le perdonó.

Y así fue perdonando una tras otra… Pero ya no podía más.

Al principio se dijo que a lo mejor era culpa suya, pero ya sabía que no era así…

Alzó la vista y un chico cansado le devolvió la mirada desde el espejo. Ese chico tenía la mirada un poco perdida y el pelo revuelto. Por sus mejillas todavía se divisaban los dos surcos mojados que antes habían sido un par de lágrimas. Si ese chico bajaba la vista se encontraba con su cuerpo, no muy fuerte, pero con los músculos bastante marcados.

Pero lo que más llamaba la atención de ese reflejo eran la cantidad de marcas y moratones que se extendían por todo su cuerpo.

Alberto estaba muy asustado, la situación se había vuelto insostenible y no soportaba vivir con miedo.

Miedo a que ese señor entrase por la puerta y se le pusiera a dar golpes como un loco.

Pero él perdonaba… ¿Qué iba a hacer si no?

En el fondo Alberto lo quería y eso le dolía más que todo lo demás.

“¿Por qué no soy capaz de odiarle? ¿Por qué le sigo queriendo?” pensaba una y otra vez Alberto.

Después de todo seguía siendo su padre.

Alberto se metió en la ducha y dejó que el agua acariciase su cuerpo. Se imaginó que esas caricias se las hacía alguien que le quería, que alguien lo cuidaba. Que ese manto de agua que ahora lo cubría lo protegía del mundo y le susurraba al oído palabras de apoyo y consuelo. Que alguien le aseguraba que todo iba a ir bien…

Pero no, no era más que agua.

Alberto ahogó un sollozo debajo del chorro del agua tal vez deseando que alguien lo oyera y que lo salvara de ese océano profundo en el que se hundía lentamente.

Pero no había nadie para ayudarlo, solo estaban él y su dolor.


Muchas gracias por leer este relato, no sabéis cuanto lo siento el haber tardado tanto. Con tantas cosas que hacer se me hace difícil encontrar tiempo para escribir, espero que ahora que llegan las vacaciones por fin pueda escribir tranquilamente.

¡Gracias otra vez y no dudéis en comentar!