Viaje nocturno en tren

Dejo tu culo y me pongo de pie a su lado. Sus labios y su lengua saben besar ¡y mucho! provocándome un deseo salvaje, y me abandono a él. Nos morreamos ansiosamente mientras tu mamas su polla, saboreando su glande grande y oscuro. Su mano busca mi polla y me la agarra; empieza a magréarmela, a tirar de ella. Me aprieta los cojones hasta hacerme daño, pero vuelve a mi polla e inicia lentamente una paja que me mata de gusto.

El último tren suburbano del día apura los últimos kilómetros en la oscuridad de la noche. Es ya muy tarde. El vagón está casi vacío. Ocho o nueve personas que regresan cansados, en silencio y sin verse siquiera, a sus hogares en las vecinas poblaciones.

Entro en el vagón y miro a derecha e izquierda, buscando el asiento en el que pasar, cabeceando de sueño, los próximos treinta minutos.

Te veo sentado, al fondo del vagón, abstraído, serio, con la mirada perdida y todo el cansancio y el sueño se desvanecen. Sé inmediatamente cual va a ser mi asiento.

Me dirijo decidido hacia donde te encuentras y me siento enfrente de ti, al otro lado del pasillo.

Mientras me acerco, sin apartar mi mirada de ti, mi mano se posa en mi bragueta. Tú te das cuenta y tus ojos, que se vuelven de golpe desafiantes, me devuelven la mirada. Yo mantengo la mía fija en los tuyos.

Evidentemente, estás entrando en el juego.

Una vez sentado, abro mis piernas y dejo que mi mano manosee distraídamente mi paquete. Tú fijas la mirada en él y esbozas una ligera sonrisa.

Es una invitación que acepto encantado. Me cambio de asiento y me coloco frente a ti, de espaldas al resto del vagón.

Abres lentamente tus piernas y me muestras, orgulloso, tu enorme paquete. Imagino el tesoro que guarda: Tu polla, que se adivina enorme y tus cojones llenos de lefa.

Sin vacilar, me inclino hacia ti, acerco mis manos a tu bragueta y empiezo a bajarte la cremallera.

No te esperabas una acción tan directa y, nervioso, miras por encima de mí para comprobar si alguien nos observa.

Nadie mira. Sonríes más tranquilo y dejas que mis manos actúen.

Te saco la polla, gorda, dura y tiesa. Está pidiendo a gritos una boca que le haga una mamada…

…Y eso es lo que me dispongo a hacer, arrodillándome ante ti y sacándome a la vez la mía, también dura y excitada.

Acerco mi cara a tu polla y la recojo con mi boca, ansioso. Inicio el movimiento de vaivén sobre ese mástil que me llega hasta la laringe y me ahoga. Tomas mi cabeza entre tus manos y acompasas las idas y venidas de ese embolo bien lubricado con mi saliva, que empieza a chorrear por las comisuras de mis labios.

Mientras, mi mano derecha tiene sujeta mi polla caliente y dura y le está haciendo una magnifica paja.

Acerco mi mano izquierda a tu pecho y, por debajo de la camisa, busco tus pezones excitados para sobarlos y estrujarlos.

Con los ojos cerrados y una sonrisa viciosa de placer, te abandonas a mí y ya ni te preocupas del resto de pasajeros. Solo estás disfrutando de la mamada que mi boca te está procurando.

Con un frenazo bastante brusco, que nos devuelve a la realidad, el tren se detiene en la estación. Recomponemos un poco la figura y vemos que todos los pasajeros, descienden allí y dejan el vagón vacío.

Suena la señal de partida y, justo en el último momento, antes de que las puertas se cierren, entra corriendo un empleado de los Ferrocarriles. Se sienta en el asiento más cercano a la puerta, de espaldas a nosotros.

Vuelvo a la carga y sigo con la maravillosa mamada que te estaba haciendo.

Te obligo a que te bajes los pantalones para estar más cómodo. Con gran placer mío, veo que no llevas calzoncillos.

Empiezo a hurgar con mi mano entre tus nalgas, buscando tu ojete con mis dedos ensalivados.

Gimes de gusto. ¡Estás ya excitado al máximo! Y yo sigo mamandote la polla, que empieza ya a soltar por su hermoso capullo,  el delicioso precum que saboreo con placer.

.- ¿Qué están haciendo ustedes?

La voz del empleado del Ferrocarril, resuena a nuestra espalda como un trallazo.

¡Joder! ¡Menudo plan! Nos han pillado “in fraganti”.

Abres los ojos sorprendido y retiras tu polla de mi boca. Yo me giro para ver quien ha cortado nuestro juego, apenas iniciado.  De pie en mitad del pasillo, el empleado de ferrocarril que subió con prisa en la última estación, nos observa con cara seria.

Es un tío alto, delgado y moreno, con su uniforme azul oscuro y su gorra de plato. No añade nada más y nosotros lo observamos en silencio, esperando su reacción.

Su cara de macho serio y duro, no ha cambiado su expresión, pero algo parecido a una  sonrisa empieza a dibujarse en sus labios.

Sin moverse, acerca su mano a su bragueta y empieza a manosear su paquete. Nuestras sonrisas de alivio y de satisfacción, parece que le dan la señal.  Baja con sus dedos la cremallera y, mientras se acerca a nosotros, saca de su bragueta un pollón recio y duro de venas marcadas y un capullo grande y oscuro que ya gotea y que hace que nos miremos con lujuria ante el festín que se nos presenta.

Veo en tu mirada viciosa, el deseo de poseer ¡ya! aquel milagro que se nos ha aparecido, y lo acepto, encantado y excitado por el morbo.

Me levanto y hago que te arrodilles sobre el asiento para que puedas amorrarte a la hermosa verga del Ferroviario y des rienda suelta a tu placer, mientras yo me apodero de tus nalgas y las abro con mis manos para contemplar tu ojete delicioso que ardo en deseos de comerme.

Sin perder un segundo, hundo mi boca en tu culo y mi lengua empieza a hurgar tu oscuro y húmedo agujerito.

Oigo como le mamas la polla con gula, frenéticamente, y los gemidos de placer que salen de su boca, pero yo sigo con mis lamidas, mis chupeteos.

Levanto la mirada y, por encima de tu culo veo como el ferroviario me mira con ojos incitantes de deseo, ofreciéndome su boca por la que pasea su lengua húmeda y viciosa.

Dejo tu culo y me pongo de pie a su lado. Sus labios y su lengua saben besar ¡y mucho! provocándome un deseo salvaje, y me abandono a él. Nos morreamos ansiosamente mientras tu mamas su polla, saboreando su glande grande y oscuro. Su mano busca mi polla y me la agarra; empieza a magréarmela, a tirar de ella. Me aprieta los cojones hasta hacerme daño, pero vuelve a mi polla e inicia lentamente una paja  que me mata de gusto.

Ya no nos preocupamos por nuestros gemidos. Estamos disfrutando como tres machos en celo.

Al rato, cambiamos de posición. Te tumbas de espalda sobre el asiento y el empleado, a cuatro patas, inicia contigo un complicado, pero frenético 69. Yo, arrodillándome a tu lado, recupero tu ojete para seguir dedicándome a él. Es todo un poco complicado y en cualquier momento podemos rodar todos por el suelo, pero eso no nos preocupa. ¡Seguiríamos igualmente!

Empiezo a meterte en tu ojete el dedo índice y jugueteo con él metiéndolo y sacándolo. Noto que mueves las caderas de gusto. ¡Que puta viciosa eres! Sigo hurgándote y añado otro dedo.

El empleado reclama ahora mi lugar, aunque parece que tiene otras ideas para satisfacer el hambre de tu culito.

Mientras vuelvo a dedicarme a tu polla, veo con el rabillo del ojo que el mozo se dispone, polla en mano a asaltar tu ojete, que yo he dejado preparado, palpitante, dilatado con mis dedos y lubricado con mi saliva.

Su polla entra a la primera embestida y tú gimes y te quejas un poco, pero el tio sabe como hacerlo y pronto tus gemidos son de placer, al que yo colaboro con mi boca que sube y baja por tu verga que chorrea saliva.

El mozo, supongo que por oficio, te esta enculando al mismo ritmo que marca el traqueteo del vagón, ayudándome con ello a que mi mano, que agarra mi polla y la sacude frenética, se acople a ese ritmo.

La que sigue su propio ritmo es mi boca en su frenético mamar de tu polla.

La excitación sube cada vez más de temperatura. ¡En el vagón solo se oye el traqueteo y los gemidos de tres machos desembridados!

Los gemidos y el traqueteo se hacen más fuertes,… ¡más!... ¡más!

De pronto, el tren entra en un túnel, las luces parpadean y se apagan…

…con un aullido casi, el mozo se corre en tu culo. Su polla suelta chorros de lefa que se escurren por tus muslos. La respuesta de tu polla es casi inmediata y empiezas a soltar lefazos en mi boca que apenas puede retenerlos y los deja escapar por entre los labios.

El mozo, abandonado sin fuerzas sobre tu espalda, respira como un caballo agotado. Tu cara es un poema de placer y felicidad. ¡Y ahora es mi turno! Los gemidos suben hasta mi boca y mi polla empieza a escupir lefa sobre la tapicería del asiento. El mozo se abalanza sobre mí y apaga mis gemidos morreándome y lamiendo los restos de tu leche en mis labios. Y a ese beso, te unes ansioso pidiendo también tu parte en el juego de nuestras lenguas.

Por los altavoces anuncian la llegada a la estación final.

Exhaustos y sonrientes recogemos nuestra ropa y, entre morreos y sobeos, sin cesar aun de desearnos,  empezamos a vestirnos.

Fin de trayecto.