Viaje marítimo, Cap. 3

Cuando Lord Haverstoke lleva a casa a su nueva novia, la sensual cautiva española es entregada a la curiosa mujer para su gratificación sexual.

Viaje marítimo


Título original: Sea Voyage

Autora: Jane Verlaine, (c) 2003

Traducido por GGG, febrero/junio de 2004

Capítulo III (Catalina y la esposa)


Cuando Lord Haverstoke lleva a casa a su nueva novia, la sensual cautiva española es entregada a la curiosa mujer para su gratificación sexual.

Catalina no podía conseguir muchas noticias del mundo exterior, pero puesto que era española, los criados se mofaban de ella y le lanzaban amenazas que implicaban que España se estaba preparando realmente para atacar a Inglaterra con su Armada. ¿Cambiaría esto su situación en el castillo de Haverstoke? Si los españoles vencían a los ingleses e invadían sus costas, ¿sería rescatada y devuelta a España? La idea de esa esperanza pesaba mucho en su ánimo, porque todavía anhelaba entregarse a Haverstoke.

Aunque la Armada española no había llegado todavía, Catalina sabía que algo había cambiado en el castillo; la señora Bascomb le permitía ahora bañarse, y trabajaba sobre todo en la casa. Sus humillaciones diarias habían cesado, aunque todavía tenía que servir a los criados la comida del mediodía y todavía se les permitía darle palmadas y pellizcarla a su antojo. No hubo más castigos públicos en el patio del castillo y a Jake Botrall, Lord Haverstoke, no se le veía por las tierras del castillo. Sin embargo, en vez de sentirse agradecida por este respiro, Catalina se sentía frustrada. Siempre supo que era una mujer apasionada, deseosa de los placeres sexuales de la carne. Los últimos meses en el castillo, desde que había naufragado en las costas de Devon se los habían proporcionado sin ninguna duda.

Se había acostumbrado rápidamente a que le retorcieran los pezones, le palmearan los pechos y le invadieran los agujeros con todo tipo de instrumentos. La señora Bascomb había dejado que los otros criados la llevaran al clímax varias veces al día, y Catalina ansiaba que le proporcionaran la 'muerte dulce'. Ahora los criados tenían prohibido tocarle el cuerpo con intenciones sexuales; incluso se le había prohibido que se tocara su propio cuerpo. Para asegurar que no se diera placer a sí misma ahora le ataban las manos tras la espalda por la noche, mientras dormía.

Pronto averiguó que Haverstoke había ido a Londres y volvería al castillo con su esposa, que había estado fuera desde que Catalina naufragó en la costa de Inglaterra. Le decepcionó escuchar que Haverstoke volvía con su esposa, porque tenía esperanzas de estar pronto en su cama y poner fin a este juego de excitación al que estaban jugando. Quizás con el retorno de Lady Haverstoke Catalina se convirtiera en una muchacha de servicio normal. Esperaba fervientemente que no fuera el caso; si así fuera realmente intentaría escapar.

Varios días antes del retorno de Haverstoke, la señora Bascomb llamó a Catalina a la cocina. Sujetaba delante de ella dos artículos fabricados en cota de malla fluida y alambre e indicó a Catalina que se acercara.

"Por orden de mi señor ahora tienes que llevar puesto algo para cubrir tu desnudez; imagino que es para proteger la sensibilidad de Lady Haverstoke cuando regrese."

Cuando Catalina revisó su nuevo atuendo dudó si protegería la sensibilidad de alguien, y menos la suya propia, porque enganchados a una de las piezas había dos falos, y podía imaginar cuál era su propósito.

La señora Bascomb la ayudó a meterse en la pieza que cubriría su parte superior, aunque 'cubrir' no sería precisamente la palabra que Catalina habría usado. La cota de malla se ajustaba a las curvas inferiores de sus pechos y estaba soportada por alambres duros que la señora Bascomb le pasó por debajo de los pechos, rodeándole la espalda y luego el cuello. El efecto era empujar hacia adelante y juntar los pechos de Catalina con la cota de malla cubriéndole apenas los pezones. La señora Bascomb completó el conjunto enganchándole dos abrazaderas, en las que se sujetaba la cota de malla, a los pezones. Catalina se quedó sin respiración ante la sensación que la producía observar sus pezones enrojecido y estirados. Había otra cadena entre las abrazaderas que tenía un anillo, y la señora Bascomb le informó que era para una correa si decidía llevarla de esa forma.

Aunque ahora le ardían los pezones a causa de las abrazaderas, se metió en la otra pieza de cota de malla que la señora Bascomb sujetaba para ella. Esta pieza tenía forma como de triángulo, con una cadena más ligera en su parte superior que descansaba en sus caderas; la cota de malla caía pesadamente contra su zona púbica, mientras los falos bailaban debajo. La señora Bascomb le ordenó colocarse en la mesa de la cocina y Catalina se inclinó sobre ella en la postura acostumbrada con las piernas abiertas. La señora Bascomb insertó el mayor de los dos falos en la vagina de Catalina y ella empujó deseosa contra él. Agradecía que la llenaran después de una ausencia tan larga, pero su ansia le hizo ganarse una fuerte palmada en el trasero.

"Ni se te ocurra aliviarte de ninguna manera, española."

La señora Bascomb le dio unos cuantos azotes melancólicos, porque no se había permitido administrar a Catalina las azotainas de los sábados durante semanas. Miró ansiosa el trasero redondeado de Catalina con el falo sobresaliendo del agujero del amor. Suspiró y tomó de la cocina un poco de manteca y la aplicó al falo más pequeño. Lo clavó sin miramientos en el ano de Catalina y luego la hizo incorporarse bruscamente. Mientras Catalina intentaba ponerse en pie con gracia y soltura, la señora Bascomb pasó otra cadena por los dos anillos de los extremos de los falos, que todavía sobresalían visiblemente de los agujeros de Catalina, pasó la cadena por la parte delantera de la prenda y la enganchó con un candado.

"Esto asegurará que no te toques o manipules los falos. En cualquier momento en que tengas necesidad de aliviarte orinando o defecando debes pedirme permiso antes, y yo abriré el candado y te quitaré el falo del trasero."

Luego mandó a Catalina al patio para terminar de fregar las losas, asegurándose de que lo hiciera arrodillada de manera que los falos fueran visibles. Cuando Catalina entró al patio cesaron todas las conversaciones y restantes actividades. Esta 'cobertura' servía solo para resaltar su cuerpo mucho más que si hubiera seguido desnuda. Sus pechos sobresalían hacia delante, las abrazaderas de los pezones los extendían y enrojecían. Su culo seguía descubierto y se podían ver los falos clavados con la cadena que pasaba por ellos y el candado en la parte delantera.

Tras unos momentos de asombrado silencio tanto los hombres como las mujeres se agruparon alrededor de Catalina para echar un vistazo más cercano a su atuendo. Chasquearon las pinzas de los pezones y tiraron de la cadena que colgaba entre ellos, lo que le produjo un renovado sufrimiento. También levantaron la cadena que pasaba a través de los dos falos tirando de ella hasta que la señora Bascomb les echó de allí.

"Podéis mirar a la esclava pero no debéis tocarla. Tendréis que responder ante Lord Haverstoke si lo hacéis."

Catalina encontraba su nuevo atuendo casi insoportable. Las áreas sensuales de su cuerpo estaban expuestas y torturadas lo bastante para llevarla a una situación de deseo aturdido. La señora Bascomb siguió atándole las manos tras la espalda por la noche, de manera que no podía restregarse la cadena contra su perla, ni manipular los falos de sus agujeros. Seguía sirviendo a los lujuriosos hombres de la casa en el patio, sin embargo, pero nunca se les permitía tocarla durante este acto. Encontró un escape para su frustración chupándosela con más fuerza y velocidad, pero todo esto hacía que tuviera que tragar chorros más abundantes.

Unos días más tarde, mientras trabajaba en la cocina, oyó que llegaba un coche por el camino de acceso al castillo. Pronto el patio se pobló de lacayos y sirvientes que se ocupaban de las bolsas de Lord y Lady Haverstoke. Catalina escudriñó el patio a través de la ventana de la cocina y sintió un cálido placer al ver a Haverstoke recorrerlo con su capa negra de viaje volando tras él. Su presencia la consumió de tal forma que casi no vio a la mujer que seguía su estela. Luego Catalina volvió su atención a Lady Haverstoke y se sorprendió de lo que veía. Lady Haverstoke era una mujer modesta, de estatura media con cabello rubio pálido y complexión delgada. No cubría lo que Catalina esperaba de la mujer de Lord Haverstoke. Supuso correctamente que había sido un matrimonio de conveniencia, porque esta mujer nunca hubiera atraído la atención de él ni le hubiera satisfecho en modo alguno.

Después de cenar Catalina empezó con sus tareas domésticas, pero la señora Bascomb la empujó hacia su pequeño cuarto y cerró la puerta. Allí había un bidón de agua caliente, un trapo y una toalla. La señora Bascomb soltó el candado del, un tanto poco ortodoxo, cinturón de castidad de Catalina, le quitó los falos y luego le quitó el trozo del torso de Catalina después de soltarle las pinzas de los pezones. Los agujeros de Catalina quedaron un instante boquiabiertos y los pezones la abrasaban, pero la señora Bascomb no le dio tiempo a recobrarse. La empujó hacia el agua para que se lavara, cosa que Catalina hizo, pasándose la esponja con cuidado por las zonas doloridas. La señora Bascomb la ayudó a secarse y luego volvió a colocarle sus prendas de cota de malla, le reinsertó los falos y le pinzó los pezones. Sin embargo no le puso el candado. En su lugar enganchó una correa al anillo que le colgaba entre los pechos y la sacó al patio cruzando la cocina.

Catalina sabía que era mejor no preguntarle a la señora Bascomb, pero podía ver que se encaminaban hacia la zona de vivienda. La señora Bascomb abrió la puerta y empujó a Catalina hacia el vestíbulo. Lord Haverstoke salió por la puerta de doble hoja de la derecha del vestíbulo. Estudió a su sujeto de la cabeza a los pies y pidió a la señora Bascomb que le diera la vuelta para que pudiera inspeccionar su parte de atrás.

Se rió escandalosamente cuando la vio ataviada con los falos y preguntó a la señora Bascomb si había impedido que la esclava se proporcionara placer.

"A buen seguro que lo he hecho, mi señor, pero no fue tarea fácil. La española era como una zorra en celo, siempre restregándose contra cualquier cosa. Me aseguré de atarle las manos por la noche para que no pudiera tocarse, y como podéis ver, el herrero hizo un buen trabajo con los avíos."

"Ya lo creo que lo hizo. Dime esclava, ¿te has sentido más cómoda estando cubierta? ¿Satisfizo eso tu pudor?"

Se estaba mofando de ella, puesto que sabía perfectamente que sus avíos no hacían nada para ocultar sus encantos, más bien los realzaban.

Rehusó contestar; en vez de ello sacudió la cabeza y le lanzó una mirada altanera. Oh sí, él había disfrutado subyugándola; el único problema era que ella parecía tan altanera ahora como cuando había llegado a sus costas hacía unos dos meses. Tendría que hacer algo al respecto.

"Bien, esta noche tengo un trato especial que ofrecerte. Sabías que te estaba reservando para algo especial, ¿verdad? Es todo por su parte, señora Bascomb."

La señora Bascomb cerró la puerta tras ella cuando salió, y, por primera vez desde su llegada, Catalina quedó a solas con Jake. Confiada en que la tomaría como ella deseaba ser tomada se volvió hacia él como ofreciéndosele.

Él la sonrió y tiró de su correa.

"A cuatro patas, esclava."

¡Oh! Si tenía que jugar a su juegos antes de irse a la cama con él, entonces lo haría. Imaginaba que no le concedería el triunfo tan fácilmente. Se puso a cuatro patas y él empezó a llevarla escaleras arriba por la escalera de caracol. Abrió una puerta al final del vestíbulo y la hizo salir por ella.

Llamó a la habitación, "Tengo la sorpresa que os prometí, querida mía."

Catalina estaba confundida. ¿Estaba hablando con ella? Antes de que tuviera tiempo para hacerse preguntas la agarró de la correa y la empujó al interior de la habitación. Soltó la correa y ella levantó la cabeza y se quedó boquiabierta. Sentada en un taburete bajo, de cara al espejo de una mesa de tocador, estaba Lady Haverstoke, y ella quedó boquiabierta al mismo tiempo que Catalina. Haverstoke parecía divertido del encuentro.

"Jake, q-qué, ¡quién es esa criatura!"

Lady Haverstoke miró consternada a la mujer casi desnuda que estaba en su dormitorio. Jake siempre había tenido sus mujeres, y ella estaba contenta de ello. Odiaba los toqueteos y la suciedad de lo que se entendía por hacer el amor, y una vez que había demostrado ser estéril, incapaz de dar herederos a Haverstoke, Jake la había dejado en paz. ¿Qué hacía ahora arrastrando a esta mujer a su habitación? Parecía una especie de animal exótico. Su piel oscura era tersa y sus curvas femeninas resultaban acentuadas por las absurdas cadenas que llevaba en el cuerpo. Miró con firmeza a la mujer antes de desviar la mirada para encontrar los ojos burlones de su marido.

"Bien, mi querida Elizabeth, siempre habéis parecido tan poco interesada en mi cuerpo, pensé que podríais divertiros con una mujer."

Catalina estaba asustada. ¿Cómo podía ninguna mujer no estar a gusto con Haverstoke? Volvió a mirar a Lady Haverstoke y notó que parecía un poco menos lánguida y sin vida. Tal vez era solo una mujer sin pasión y pocos deseos. Los ojos de las dos mujeres se encontraron, aunque los de Lady Haverstoke cayeron curiosos hacia los sobresalientes pechos de Catalina y las curvas de sus caderas. Se pasó inconscientemente la lengua por los labios, y Catalina percibió una nueva luz en sus ojos.

Jake disfrutó de la escena. La bella española no se esperaba esto; sabía que había esperado tenerle para ella y se había estado dando aires. Bien, antes la sometería a los servicios a su esposa.

"Ven esclava, muéstrate a mi esposa."

La hizo levantarse tirando de la correa, y Lady Haverstoke respiró profundamente cuando vio la magnificencia de la mujer. Jake le quitó las pinzas de los pezones y empujó el resto del artilugio por encima de su cabeza, liberando sus pechos. Luego desenganchó la cadena que rodeaba su cintura, para que cayera el triángulo de su zona púbica, aunque los falos siguieron en su sitio. Era la primera vez que Lady Haverstoke notaba que la criatura estaba taponada de esta manera.

Jake ordenó a Catalina que se doblara hacia delante con las nalgas de cara a su esposa. Lentamente le quitó primero el falo de la vagina, luego el del ano, mientras su esposa miraba asombrada.

"Súbete a la cama, esclava, con las rodillas colgando del borde y las piernas bien abiertas."

Mientras lo hacía, Jake hacía señas a su esposa para que se pusiera delante de ella y mirara entre sus piernas. Elizabeth se levantó como si estuviera en trance y se colocó delante del cuerpo tumbado de Catalina.

"Esclava, ponte los dedos en los labios y sepáralos para que mi esposa te vea adecuadamente."

Catalina pensó maliciosamente, "Maldito. Puedo excitarle por mis propios medios; no necesita jugar a esto."

Pero Jake quería jugar a esto. Estaba casi poseído por la necesidad de la esclava española, aunque lo ocultaba muy bien. También deseaba humillar a su fría esposa por rechazarle. De modo que dejó que la escena siguiera adelante.

Pese a sus propios sentimientos, Catalina se separó los labios inferiores para la esposa de Jake. Podían sentir que su brote se endurecía y que la humedad empezaba a formarse en su chocho, mientras Jake estaba sobre ella mirándola.

"¿Os va mejor ese tamaño, Elizabeth? Adelante, tomad entre vuestros labios su brotecito y chupadlo."

Elizabeth miró dubitativa a su marido y luego volvió anhelante hacia los muslos abiertos de Catalina. Su rosada carne brillaba ahora, y Elizabeth se preguntaba que tal sabor tendría. No le gustó nada el sabor de la virilidad de Jake las pocas veces que la había obligado a tomarla en su boca. Lo encontraba repugnante pero esto parecía diferente, tan encantador.

Catalina cerró los ojos y se preparó para soportar el embarazo que siempre le producía que otra mujer la tocara. Sabía que prefería a los hombres, pero no podía evitar la respuesta de su propio cuerpo, especialmente ahora que le había sido negado el alivio durante casi una semana.

"Levanta la cabeza, esclava, y mírala a ella."

Catalina lo hizo, y eso era todo lo que Elizabeth necesitaba. Metió la cabeza entre las piernas de la muchacha y sacó la lengua para tocar su pequeña perla. Catalina gimió al instante y se adelantó hacia la boca de la otra mujer. Animada por la respuesta, Elizabeth tomó el brote entre sus labios y empezó a chuparlo. Catalina se agitó y Elizabeth le pasó las manos por debajo de las nalgas. Su boca se acompasó a las embestidas de Catalina, liberando su brote solo para lamerle ansiosamente la raja en dirección al trasero.

"¿Os gustaría darle placer, Elizabeth?"

Ella asintió, sin ni siquiera mirar a su marido.

"Entonces rellenadle el agujero del culo. Está bastante acostumbrada a eso y durante toda la semana se lo han rellenado bien. Utilizad uno de los falos de su cinturón de castidad. De hecho debéis usar el más grande."

Elizabeth se levantó de mala gana de su posición mientras desenganchaba el falo más grande del cinturón de castidad de Catalina. Jake le dio instrucciones para lubrificarla con una de sus cremas del tocador. Enterró la cabeza del falo en una de las cremas y la extendió por el dardo. Luego volvió junto a Catalina, que tuvo que volver a inclinar el cuerpo sobre la cama de modo que Elizabeth tuviera acceso a su ojete. Catalina cerró los ojos imaginando que era la polla dura de Jake. Elizabeth introdujo con cuidado el gran falo en el ano de Catalina pero lo mantuvo sujeto por su parte posterior. Luego volvió a chupar su delicada perla mientras empezaba a mover el falo adentro y afuera del trasero de la muchacha.

La visión de su dócil esposa entre los muslos de la atractiva esclava bombeando su culo con un falo, hizo que la polla de Jake se pusiera dura como una barra. Se la sacó de los calzones y se arrodilló en la cama encima de Catalina.

"Aquí la tienes, toma lo que has deseado durante tanto tiempo."

Catalina echó rápidamente la cabeza hacia atrás y abrió la boca para recibirle. Entró en su boca acompasando su ritmo al del falo que entraba y salía de su ojete.

Elizabeth levantó los ojos y vio a la hermosa esclava chupar el miembro de su marido. Realmente parecía estar disfrutando y sus embestidas contra la boca de Elizabeth y el falo con el que le estaba trabajando el ano se hacían más pronunciadas. De repente Catalina gritó y se retorció en la cama, empapando con sus jugos la boca de Elizabeth. Sin embargo no soltó en ningún momento la polla de Jake y poco después de su clímax, él se la retiró de la boca y dejó escapar sus efusiones sobre sus pechos y su chocho. Algo de ello fue a parar a la cara de Elizabeth mientras se retiraba de los dulces labios de la esclava.

Catalina pasó los brazos por encima de la cabeza para volver a empujar a Jake hacia ella. Guió su virilidad de nuevo hacia su boca, sacó la lengua y se la lamió hasta dejarla limpia, como le habían enseñado a hacerlo en el patio. Elizabeth, observándola desde los pies de la cama se sentía desacostumbradamente celosa; esta hermosa criatura deseaba a su marido, prefería a su marido en lugar de a ella.

Habló con aspereza, "Deja eso."

Catalina la ignoró, aunque Jake la miró sorprendido. Nunca había oído a su esposa levantar la voz airada. Elizabeth empujó a Catalina para apartarla de la polla de su marido y de la cama. Catalina aterrizó en el suelo.

"Es mía, ¿verdad Jake? Vos me la habéis dado."

Él sonrió lentamente, reflejando en la cara que empezaba a comprender.

"¿Por qué? Sí, os la he dado. Os la he regalado a vos."

"¿Y puedo mandarle lo que me dé la gana?"

"Sí, efectivamente."

Catalina seguía este intercambio a la vez frustrada y consternada. ¿Iba Jake ahora a permitir que esta mujer insípida se interpusiera entre ellos? Estaba ya embutiéndose en sus calzones mientras sonreía a Catalina bajo él.

Dijo, "En todo caso he terminado con ella esta noche. Haced con ella lo que gustéis; puedo mandarla de vuelta a la cocina con la señora Bascomb si lo deseáis."

"Oh no, quiero que se quede aquí. Quiero atarla a los pies de mi cama para poder verla durante la noche y tocarla si me apetece."

Jake sonrió ampliamente. "Una excelente idea."

Desde su sitio en el suelo Catalina estuvo a punto de gritar en señal de protesta. Pensaba que pasaría esa noche en la cama de Haverstoke. En vez de eso él salió de la habitación de su esposa y regresó con cuatro trozos de cuerda.

"Levántate, esclava, y ponte a los pies de la cama de mi esposa mirando hacia delante."

Catalina hizo lo que le pedía, restregándose contra él cuando pasó por delante; él no aceptó la invitación. Luego le tomó la muñeca derecha, se la levantó por encima de la cabeza y la aseguró al poste del dosel de la cama. Hizo lo mismo con la otra muñeca. Agarrándole un tobillo tiró de él hacia fuera y lo ató a la parte de abajo del poste. Tomó el otro y lo ató al otro lado, de forma que quedó bien abierta de cara a la cabecera de la cama, con el cuerpo ligeramente encorvado hacia delante, sus abundantes pechos balanceándose ante ella.

En esta posición se exhibía perfectamente, para Elizabeth, mientras ella estaba tumbada en la cama. Elizabeth pronto echó a su marido, y cuando dejó la habitación se volvió para guiñarle un ojo a Catalina. "Los hombres son insoportables," pensó. Apenas la había tocado esta noche, pero cada vez que sus dedos le rozaban la piel o cuando la había agarrado con rudeza para atarla, sintió un amago de respuesta. Había disfrutado al tener su polla en la boca y había deseado sentirla en cualquier otra parte. La única satisfacción que obtuvo de la situación era que mientras él se lo negaba a ella también se lo estaba negando a sí mismo.

Sin embargo Catalina iba a descubrir pronto que no se lo estaba negando a sí mismo totalmente, porque mientras estaba todavía colgando entre los postes del dosel de la cama de su esposa, pudo oírle en la habitación de al lado haciendo el amor ruidosamente con una mujer. A Elizabeth aparentemente no le importaba en absoluto lo que su marido estuviera haciendo en la habitación de al lado. Estaba tumbada en la cama sobre la espalda, mirando el espléndido cuerpo de su esclava y haciendo planes. Con los ruidos animales de Jake como fondo, Elizabeth se levantó de la cama para inspeccionar el cuerpo de Catalina. Le juntó los pechos con sus manos, sintiendo su peso, y luego los dejó caer pesadamente para ver cómo se balanceaban. Recorrió con la lengua levemente la rosada aureola de los pezones de Catalina y notó con satisfacción como sus caderas empujaban hacia delante con un movimiento giratorio.

Luego se arrodilló sobre la cama delante de Catalina y utilizó los dedos para fisgonear y separar sus labios inferiores y observar como el pequeño brote de Catalina empezaba a tensarse y ponerse rojo con la sangre que lo llenaba. Al tocarlo con la punta de sus dedos hizo que la esclava arremetiera contra sus ataduras. Luego metió dos dedos dentro de su agujero recogiendo la capa de crema que se formaba allí.

Saltó de la cama y se acercó a Catalina desde atrás; separándole los carrillos del culo, metió sus dedos húmedos en el ano de la esclava. Dejó que los globos del trasero de Catalina se cerraran alrededor de sus dedos y copó su culo con la palma de la mano mientras movía los dedos dentro del prieto agujero de la esclava.

Habló por primera vez. "Aprieta contra mis dedos."

Catalina cerró con fuerza las nalgas y absorbió los dedos hacia dentro hasta que dos de ellos estuvieron firmemente insertados en su culo hasta donde empezaba la mano de Elizabeth.

Entonces Elizabeth extendió los otros dos dedos hasta que se perdieron entre los pliegues de los húmedos labios de Catalina. Le acarició el chocho hasta que la esclava empezó a embestir de nuevo con el trasero contra sus dedos.

De repente escucharon el grito de una mujer y luego gemidos guturales procedentes de la cercana puerta del dormitorio de Haverstoke. Catalina se llenó de celos y rabia y empezó a empujar salvajemente contra la mano de Elizabeth. Alcanzó el clímax mientras Elizabeth le pellizcaba con fuerza el brote, apretando la mano de Elizabeth entre los carrillos de su culo. Se aseguró de gritar muy alto cuando se sintió recorrida por las oleadas de la pasión.

Elizabeth se limpió las manos manchadas en el trasero de Catalina, dejándola estremecerse contra las cuerdas que la ataban. En la habitación de al lado todo estaba en silencio.