Viaje marítimo, Cap. 2
A la desnuda Catalina le espera un tratamiento más severo bajo el obsceno dominio de Lord Haverstoke.
Viaje marítimo
Título original: Sea Voyage
Autora: Jane Verlaine, (c) 2003
Traducido por GGG, febrero/junio de 2004
Capítulo II (La humillación de Catalina)
A la desnuda Catalina le espera un tratamiento más severo bajo el obsceno dominio de Lord Haverstoke.
Catalina pasó la mañana siguiente fregando suelos y limpiando meticulosamente fruslerías de oro y plata, que estaban almacenadas en una de las torres del castillo; reconoció que muchas, si no todas, eran de artesanía española.
Pronto se hizo cargo de que la comida del mediodía era el escenario de su humillación diaria. Tenía que servir de nuevo la comida a los criados y de nuevo se les permitía empujarla y atizarle por su lentitud y torpeza. En un punto, cuando se agachó para recoger algún cubierto que un criado tiró al suelo, éste le pellizcó los dos pezones con los dedos para forzarla a levantarse. Le retiró golpeándole en las manos y por esa indiscreción la señora Bascomb le ató los pechos con una cuerda por encima y por debajo, de manera que sobresalieran de forma obscena. Esto hacía más cómodo para los criados (y más doloroso para Catalina) darle manotazos en los pechos y torturarle los pezones pellizcándolos o mordiéndolos. Después de haberle atado los pechos, la señora Bascomb le ordenó colocarse delante del hombre al que había rechazado para que pudiera mordisquearla con los dientes, cosa que hizo con gran entusiasmo.
Sin embargo la señora Bascomb reservaba su humillación real para después de la comida principal. Cuando los criados terminaron de comer la señora Bascomb hizo que Catalina se subiera a la mesa y se tumbara sobre la espalda. Esta vez tuvo que doblar las rodillas y aplastar las piernas todo lo que pudiera contra la mesa, de manera que estuviera muy abierta. Luego la señora Bascomb le colocó un saco de harina en la zona lumbar de forma que todo el área de su trasero estuviera ligeramente levantada y claramente expuesta.
A continuación la señora Bascomb anunció que era la hora del postre, y sacó uvas, fresas, rodajas de melón y todo tipo de fruta en trozos. Ordenó a las criadas 'preparar' el postre, y empezaron a colocar la fruta alrededor de los pechos atados de Catalina formando una línea descendente por el estómago hasta la zona púbica. Luego empezaron a meter la fruta en su agujero del amor y luego también a llenarle el agujero del trasero. Los dedos y la fruta colocada por todo su cuerpo hicieron que un estremecimiento recorriera a Catalina, algo que había estado intentando evitar durante los últimos dos días. No pudo refrenarse el levantar el trasero del saco de harina para ir al encuentro de los dedos exploradores. Los hombres, al notar su respuesta, intercambiaron miradas de complicidad y sonrieron salazmente. La esclava española estaba empezando a disfrutar de su humillación.
Cuando la señora Bascomb dio permiso a los hombres para empezar con el postre, en primer lugar se lanzaron con avidez sobre el cuerpo de Catalina, retirando la fruta de su cuerpo a chupetones y lamiendo los jugos. Sus bocas y labios persistían mucho después de que no quedara ni rastro de jugo sobre su piel. Después de chupetearle los pechos las cabezas se trasladaron abajo, entre las piernas para darse allí el banquete. Las lenguas exploraron y lamieron su coño hasta que empezó a retorcerse de placer; no podía evitar que su cuerpo la traicionara.
La señora Bascomb detuvo el tentempié de los hombres y les dijo que prepararan el postre para las mujeres. Catalina cerró los ojos avergonzada; seguramente esto sería mucho peor. Los hombres tenían tendencia a meter la fruta más adentro en sus agujeros de lo que habían hecho las mujeres, arrastrando los dedos por su cuerpo en el proceso.
Luego se invitó a las mujeres a empezar con su postre. Al principio se mostraron vacilantes, pero se hicieron más audaces ante el apremio de los hombres. Pronto las mujeres saborearon su regalo tanto como lo habían hecho los hombres. Para vergüenza de Catalina no podía retener más la respuesta de su cuerpo a las mujeres, como había hecho con los hombres. Esto era mucho peor. Los hombres se reían apreciándolo, mientras las caderas de Catalina daban vueltas bajo los suaves labios y tiernas lenguas de las mujeres. Había una mujer en particular, su cabeza rubia plantada con firmeza entre las piernas de Catalina, su lengua entrando y saliendo de su ano para recuperar una uva perdida. Al mismo tiempo había una pelirroja coqueta doblada sobre ella lamiendo los jugos que empapaban su brote, y no eran solo los jugos de las frutas, porque el propio cuerpo de Catalina estaba soltando su crema almizclada. Ahora todo el mundo se había echado hacia atrás para observar el trabajo de las dos mujeres sobre el cuerpo desnudo y abierto en X de Catalina. La señora Bascomb ordenó a Catalina expulsar la uva de su ano. Estaba avergonzada más allá de lo imaginable mientras apretaba, con la boca y la lengua de la rubia esperando ansiosa su recompensa. La uva salió de su trasero y entró en la boca de la rubia al tiempo que la pelirroja decidía chupar su brote en busca de los últimos residuos de jugo. Catalina no pudo aguantar más cuando su clímax explotó. Se agitó y retorció sobre la mesa, mientras las criadas se echaban atrás contemplando los resultados de sus esfuerzos, la rubia masticando la uva con una enorme sonrisa en la cara.
Si los criados estaban contentos, la señora Bascomb decididamente no lo estaba. Mientras Catalina se revolcaba con los últimos vestigios de su clímax, la señora Bascomb se inclinó sobre ella y dijo con una mueca, "Tendrás que pagar por esta indiscreción con un castigo en el patio."
Así, una vez que la cocina estuvo limpia, Catalina fue sacada al patio, con los pechos atados proclamando de forma prominente su tamaño. Jake estaba allí, desde luego, y levantó las cejas al ver el estado de Catalina. Mientras ella se colocaba junto a la señora Bascomb y, de forma que todos los hombres que ayudaban a Jake pudieran oírlo, la señora Bascomb relataba la insolencia que dio como resultado el atarle los pechos, y describía en detalle el postre de los criados, terminando con la proclamación de que la española se había atrevido a llegar al clímax bajo las atenciones de dos criadas.
"¡Oh, oh! Así que nuestra pequeña esclava disfrutó con su humillación del día. Si disfruta tanto con la 'pequeña muerte' no nos quedará más remedio que hacerle un sitio."
Catalina le miró llena de sospecha. ¿Por qué no se limitaba a llevársela a la cama? Sabía que era eso lo que quería hacer, y de alguna forma disfrutaba con el poder que tenía sobre él. Lanzó una penetrante mirada a su abultada entrepierna y luego levantó los ojos lentamente hacia él con una sonrisa despectiva en los labios. La mirada de él, con sus brillantes ojos azules, se encontró con la suya, y algo parecido al humor apareció allí. Todavía no estaba hecho a jugar con ella.
Por primera vez desde que había entrado al patio Catalina se percató de una plataforma con un objeto de piel con forma de falo adosado a su parte media. Cuando cayó en la cuenta de lo que significaba, giró la cabeza para volver a mirar a Lord Haverstoke. Sus ojos ardían dentro de ella mientras asentía de forma casi imperceptible. Ella miró rápidamente a su alrededor buscando una vía de escape pero, por supuesto, no la había. Él notó su desconcierto y se sintió satisfecho de que, por primera vez, mostrara auténtico pánico ante su situación.
"Estarás más complacida al saber, mi esclava española, que hoy dispondremos de tu trasero, o si no dispondremos de él para la flagelación." Y soltó su gran carcajada. Señaló hacia la plataforma. "Por favor, procede; toma asiento en la plataforma. Desde luego hay una colocación en especial que es en la que quiero que te sitúes, una en la que el falo está perfectamente centrado para entrar en tu ojete."
Las entendederas más lentas de la asamblea reunida no habían captado, hasta ahora, el significado de la plataforma con el falo adosado, y se produjo un gran estruendo de carcajadas y asombro en respuesta a las palabras de su señor.
Catalina dijo, entre dientes, en perfecto inglés carente de acento, "Podéis iros al diablo, mi señor." Él echó hacia atrás su gran cabeza dorada, complacido y divertido.
"Oh, harás lo que digo o te encontrarás de vuelta en el mar de donde viniste."
El humor abandonó sus ojos que se volvieron fríos y terminantes haciéndole dudar bajo su mirada. Dudaba si se atrevería a hacerlo, y entonces... Se volvió hacia la plataforma y caminó decidida con la barbilla alta, subiendo y aproximándose al falo de piel. La multitud rodeaba ahora la plataforma y observaba con gran interés. Catalina se colocó encima del falo y levantando los ojos por encima de la multitud empezó a bajar el cuerpo.
Jake gritó, "Espera, espera. No queremos que se diga que los ingleses somos crueles con nuestros prisioneros españoles, Fergus, toma el aceite de linaza y prepara el falo."
Catalina se enderezó mientras Fergus se hacía con el aceite y cubría generosamente con él la cabeza y el dardo del falo.
Jake esbozó una sonrisa. "Ahora puedes continuar."
Catalina separó las piernas y se agachó encima del falo; gruñó mientras la empalaba. No quería que se le metiera muy a fondo pero no podría estar agachada sobre sus piernas mucho rato. Relajarlas y descansar sobre la plataforma significaría que tendría que recibir dentro de su trasero toda la longitud del falo. Era como si la multitud estuviera conteniendo el aliento, esperando lo inevitable. Las piernas de Catalina empezaron a temblar en su posición agachada y cedieron y casi cayó sobre la longitud restante del falo, dejando escapar un grito mientras lo hacía. La multitud liberó el aliento colectivo, y empezó a jalear y a silbar a carcajadas ante la visión de Catalina sentada sobre la plataforma con todo el falo clavado en su ano.
"Todavía no has terminado. Aunque te dejaremos ahí lo que queda de tarde, antes hay un pequeño asunto que atender. Para demostrarte que no somos bárbaros te prometí una continuación de lo que disfrutaste tanto con las criadas en la comida del mediodía."
Era como si Catalina pudiera leer en su mente retorcida; así que entrenó su semblante para no mostrar sorpresa o disgusto cuando le ordenó abrir las piernas y tocarse los labios inferiores y el brotecillo hasta alcanzar el punto culminante de la pasión. Empezó a hacerlo de una forma poco entusiasta, pero él sabía también lo que ella tenía pensado.
"Y si intentas hacer un trabajo pobre para no ofrecernos la diversión de tu 'muerte dulce', le pediré a una de las criadas, cuyas lenguas pareces encontrar tan cariñosas, que te ayude a conseguir tu objetivo."
La idea de tener una mujer entre las piernas otra vez y de avergonzarse con un clímax, trajo renovado vigor a los esfuerzos de Catalina. Intentó olvidar los rostros lascivos que la rodeaban, aunque, si había de ser honesta consigo mismo, el hecho de ser exhibida aumentaba su excitación. Antes de verse obligada a cerrar los ojos en éxtasis, tuvo la satisfacción de mirar a la cara de Lord Haverstoke y ver su arrebato de deseo y sus labios ligeramente entreabiertos mientras la miraba. Supo que fuera quien fuera a quien llevara a la cama esa noche sería el feliz recipiente de profundos espasmos, mientras él pensaba en ella. Y mientras pensaba en él, la alcanzó el clímax y se movió arriba y abajo sobre el falo en su necesidad de sentirse llena. Se dejó caer hacia delante y muchos entre la audiencia se trasladaron hasta su parte de atrás para ver el falo ahora apretadamente enganchado en su ojete. Lord Haverstoke se alejó. Fiel a su palabra la dejó allí el resto del día.
Así pasaban los días de Catalina, muy parecidos unos a otros. Trabajaba duramente por las mañanas entre los otros criados, siendo lo único que la diferenciaba su desnudez y su disponibilidad para que ellos ejercieran en ella sus mezquinas humillaciones. La señora Bascomb era la única que le infligía dolor real, y le tenía especial cariño al látigo. Tal como Catalina había supuesto al principio, la comida del mediodía era la ocasión de su humillación diaria a manos de los criados. A menudo, incluía alimentos y útiles de cocina, mientras los criados se animaban a tocarla con más familiaridad. Ninguno de los criados varones la había penetrado todavía con su miembro, aunque insertaban todo tipo de artilugios en ambos agujeros y se les permitía eyacular muy especialmente sobre su rostro y sus pechos.
Las mujeres eran ahora tan entusiastas como los hombres en usar su cuerpo, y unas cuantas obtenían un placer especial en humillarla con sus propias manos, solicitando a la señora Bascomb el privilegio de llevarla de paseo por los campos que rodeaban el castillo. Porque uno de los mozos había fabricado para ella un collar de cuero y una correa, y los sábados la señora Bascomb acostumbraba a abrocharle firmemente el collar alrededor del cuello, enganchar la correa, mandarle ponerse a cuatro patas y sacarla a dar su 'paseo de placer', como lo llamaba ella, aunque realmente no era para Catalina ningún placer. Lo hacía principalmente para mostrar el trasero enrojecido de Catalina, porque le propinaba una concienzuda azotaina en su generoso regazo antes de cada incursión por los campos del castillo.
Catalina soportaba estas degradaciones con una aceptación tranquila. Sabía que no tenía escapatoria. Porque ¿cómo podría intentarlo sin ropa ni dinero? No esperaba ninguna ayuda de los criados; no solo estaban en deuda con Lord Haverstoke y le eran completamente leales, sino que disfrutaban demasiado usando su cuerpo como para dejar que se fuera. Ella misma no estaba completamente en contra de las humillaciones y castigos que sufría a diario, habiendo descubierto hacía tiempo que era de naturaleza apasionada; debía parecerse a su padre tal como lo recordaba. No le era extraño su propio cuerpo y sabía lo que le producía placer. Aunque la señora Bascomb siempre la castigaba por llegar al clímax, iba a ser castigada en cualquier caso, de modo que Catalina se permitía esa liberación. En honor a la verdad, prefería ser expuesta en el patio por las tardes que trabajar con dureza en la cocina. Sin embargo la circunstancia que más le pesaba era cuando Jake Botrall la miraba con ojos penetrantes, ni siquiera la había tocado todavía. Ansiaba el momento en que sería invitada a su cama, porque sabía que era inevitable. Sin olvidar la sugerencia de su señoría de usar a la esclava para aplacar a los machos jóvenes de la hacienda, la señora Bascomb le suplicó que no olvidara su compromiso con los jóvenes a su cargo. Así, después de su humillación diaria en la comida del mediodía y una azotaina con paleta en su trasero, se le ordenó ponerse de rodillas y esperar a su primer jovencito. Se trataba de un jardinero de unos 19 años. Había estado ligando con una de las criadas y había intentado meterle mano; ella rechazó sus intentos e informó a la señora Bascomb. Ahora avanzaba con una enorme sonrisa en el rostro; sus compañeros jardineros informaron más tarde que había estado intentando atraer la atención de la señora Bascomb hacia su incontrolable vigor precisamente por esta razón.
Se colocó frente a Catalina y se bajó los calzones, mientras sus compañeros criados le miraban con envidia. Su joven polla, ya tiesa, saltó hacia delante con gran impaciencia. Ni siquiera esto se le permitía a Catalina que lo hiciera sin que se le dieran instrucciones. La señora Bascomb se puso junto a la pareja y le ordenó que tomara entre sus labios la cabeza de la polla del jovencito.
"Chúpala lentamente; este muchacho necesita aprender a controlarse. Ahora pasa la lengua a todo lo largo de su dardo y lame la parte delantera y la trasera... ahora los lados."
Catalina cerró los ojos mientras el muchacho miraba hacia abajo para observar su boca trabajando en él. Pronto se dio cuenta de que esto aumentaba su excitación, haciendo que se fuera más deprisa, de modo que apartó la mirada deseando aguantar todo lo que pudiera.
"Toma en la boca sus huevos y chúpalos suavemente." Tras varios minutos de hacerlo, pareció satisfecha, y el jardinero estaba más que satisfecho. "Creo que se ha retenido ya bastante. Toma todo lo que puedas de él en la boca; abre la garganta para que pueda hundirse lo más posible."
No le llevó mucho tiempo al muchacho eyacular en su boca, bombeando contra la parte de atrás de su garganta mientras lo hacía. La señora Bascomb le ordenó mantener su corrida en la boca sin tragarla, y le dijo al joven que se quedara donde estaba con los calzones bajados. Luego le dijo a Catalina que abriera la boca para poder inspeccionar la cantidad de la efusión del hombre. Pareció satisfecha y le ordenó que se la tragara y luego lamiera la polla del muchacho hasta dejarla limpia, antes de que se volviera a subir los calzones.
Unos cuantos de los hombres del patio estaban avergonzados de que les pillaran acariciándose; otros cuantos salieron a toda prisa del patio, con destino desconocido, pero íntimo. Catalina miró hacia el sendero del edificio principal donde la imponente figura de Lord Haverstoke se desvanecía. Le miró intensamente mientras se relamía los labios.
Esta escena se repitió durante toda la semana. Si a la señora Bascomb le parecía que la corrida del hombre que había en la boca de Catalina era demasiado escasa le daba un descanso y luego Catalina tenía que chupársela de nuevo. Sabiéndolo, a veces los hombres que sentían que habían sido elegidos para esta exhibición, se provocaban el clímax antes de la escena del patio para que su corrida fuera menor cuando Catalina les rodeara la polla con sus labios, de modo que pudiera volver a hacerlo. A veces la señora Bascomb elegía un hombre de entre el público para que se la chupara y otras veces tenía hasta cuatro hombres en fila esperando los servicios de Catalina.
Lord Haverstoke siempre observaba esta exhibición, pero normalmente a distancia. Un día Catalina tuvo que servir a cuatro hombres, uno tras otro, y cuando terminó de limpiar la última polla miró directamente a Lord Haverstoke y preguntó con claridad, "¿Y a mi Señor?"
Los criados contuvieron la respiración, esperando que su cólera se abatiera sobre ella. La señora Bascomb sonrió maligna ante la impertinencia de la muchacha y empezó a imaginar un nuevo castigo. Pero Jack echó atrás la cabeza con una estruendosa carcajada, que liberó la tensión que había en el patio.
Cuando la multitud desapareció se colocó detrás de ella y le agarró un puñado de pelo. Tirando de su cabeza hacia atrás de modo que la mirara directamente a la cara, le susurró al oído, "Todavía no, gata mía, mi gata salvaje."