Viaje marítimo, Cap. 1

Naufragada en tierra extraña, el pueblo que la rescata toma a la joven española por una traidora y se proponen tratarla como a tal, enseñándole algunas desagradables lecciones de obediencia.

Viaje marítimo


Título original: Sea Voyage

Autora: Jane Verlaine, (c) 2003

Traducido por GGG, febrero/junio de 2004

Capítulo I (La nueva esclava de la casa)


Naufragada en tierra extraña, el pueblo que la rescata toma a la joven española por una traidora y se proponen tratarla como a tal, enseñándole algunas desagradables lecciones de obediencia.

El mar estaba encrespado y por centésima vez en este viaje la polizón deseó poder subir a cubierta a respirar algo de aire fresco. Catalina había descubierto hacía tiempo los efectos rejuvenecedores del aire marino en un estómago revuelto; después de todo era la hija de un capitán. En general siempre había sido una buena marinera, pero este torbellino de vientos agitados y olas atronadoras iba más allá de todo lo que nunca había experimentado, o siquiera imaginado. Por primera vez estaba agradecida por haber comido tan poco en esta travesía.

Podía escuchar los pasos acelerados de los marineros y sus gritos frenéticos, y sabía que esto no era una tormenta ordinaria. El barco debía estar en dificultades; este glorioso galeón español estaba siendo zarandeado como un juguete en un estanque. Bien, de poco serviría si hubiera dejado que todas sus tribulaciones quedaran en nada en el fondo del Canal de la Mancha. Cuidadosamente Catalina desdobló su larga estructura de sus miembros encogidos en la bodega, y estabilizándose contra el violento empuje del barco, se dirigió hacia la cubierta superior.

Allí le esperaba una visión insólita. La cubierta principal del barco estaba casi vertical, mientras ola tras ola lo inclinaban sobre un costado. El mástil principal estaba roto como si fuera una ramita, y multitudes de marineros luchaban cuerpo a cuerpo con las velas restantes para enderezar el barco.

Era inútil. En plena excitación nadie notó ni siquiera que había entre ellos una mujer ligeramente desaliñada y con los ojos muy abiertos. Los gemidos del que había sido poderoso galeón y el sonido de la madera al astillarse llenaban el aire mientras Catalina lo observaba como si estuviera a mucha distancia, viendo el gracioso navío hacerse pedazos en el agua fría y oscura. Pronto estuvo sumergida en esa agua que inmediatamente la hizo recuperar los sentidos. Luchó para salirse del vestido que la estaba arrastrando hacia el frío abrazo del océano, y se despojó de las enaguas. Se lanzó desesperadamente hacia delante para agarrar una sólida plancha de madera del Santa Dominica que se hundía rápidamente.

Sabía que si no escapaba de estas gélidas aguas, moriría, pero no se permitía pensar ahora en eso. En lugar de ello se concentró en mantener la posesión de aquella plancha de madera y en izarse sobre ella todo lo que pudiera para liberar a su cuerpo de las garras del mar. La tormenta, satisfecha momentáneamente con su destrucción, parecía amainar, y Catalina descansó la cabeza en su improvisado salvavidas y se dejó llevar por las corrientes. Lo único que podía hacer era esperar que la depositaran en las orillas de la patria de su padre.

En su mente se estaba riendo con su padre, que parecía un gigante comparado con la estatura de los hombres españoles que conocía. Era alto y fuerte con pelo dorado brillante y ojos que se habían hecho más azules, Catalina se convenció a sí misma, de tantos años en el mar. Le amaba con devoción, incluso aunque hubiera sabido más tarde, por parte de la criada de su madre, que ella era el producto de una brutal violación.

Después de que la reina Isabel I ascendiera al trono, la relación de Inglaterra con España se había deteriorado. Sin dar nunca su aprobación tácita pero sin imponer castigos tampoco, la reina Isabel ignoraba los saqueos de las ciudades costeras españolas por parte de sus marineros ingleses; en realidad eran piratas y el padre de Catalina, Donal Penlerick, era uno de sus jefes. La madre de Catalina vivía en un pequeño pueblo a las afueras de Cádiz; era la hija, excesivamente protegida, de un rico mercader español, dueño de una flota de barcos. Donal, con su banda de piratas ingleses, asaltó el pueblo, saqueó sus tesoros y violó a sus mujeres. Donal se reservó a la bella hija de la casa para sí mismo, dejándola preñada esa misma noche. Por supuesto, nunca se casó con ella, pero a menudo volvía a España para verlas, a ella y a su alegre hija. La madre de Catalina era una marginada, la amante de un diablo inglés, y en consecuencia nunca se casó. Murió cuando Catalina tenía justamente siete años, pero Donal siguió con sus viajes a España a ver a su hija. Aunque tenía familia en Inglaterra, esposa y tres hijos, siempre valoró a su hija medio-española y le dijo que era igual a cualquiera de sus hijos.

Era por esto por lo que Catalina estaba ahora medio muerta en la costa de Devon, soñando con su padre, pirata inglés. Había dejado de ir a verla hacía cinco años. Aunque Sir Francis Drake todavía hacía incursiones ocasionales en aguas españolas, se había ido haciendo progresivamente peligroso hacerlo para las naves inglesas. La reina supo que España estaba formando una escuadra de barcos de guerra, una Armada, para un ataque inminente a Inglaterra. La Santa Dominica, un trozo de la cual estaba todavía bajo el cuerpo de Catalina, actuaba como uno de los muchos exploradores de la Armada. Cuando Catalina supo que el Santa Dominica iba a zarpar de Cádiz hacia el Canal de la Mancha se escondió como polizón en el barco con el propósito de reunirse con su padre.

Ahora, mientras abría lentamente los ojos despertando de su sueño, simplemente estaba feliz de estar viva. El grito fue lo que la había despertado; era en inglés, pero ella era capaz de hablar en esa lengua igual que en español. Recorrió la escena con los párpados semicerrados; la playa estaba sucia con la madera del barco naufragado y un puñado de hombres vagaban por la arena gritando de alegría cuando reconocieron los tristes restos de un galeón español.

Una voz muy cerca de ella gritó, "Vive Dios, ¿qué es lo que hay allí tumbado? Es una mujer."

"¿Está muerta?"

Sintió que la punta de una bota le empujaba en las costillas mientras rodaba. Sus ojos parpadearon y el dolor la dejó sin respiración.

"No, está viva, una sucia española, una asquerosa puta española."

Uno de los hombres la recogió por debajo de los brazos y se la echó sobre el hombro sin miramientos. El movimiento y la presión en su estómago la hicieron expulsar agua, y se sintió un poco mejor. Tendría que explicarles quien era; seguramente no la maltratarían una vez que supieran que su padre era Donal Penlerick.

Dejaron la playa y se acercaron, cuesta arriba desde el acantilado, a una vivienda. Catalina recuperaba a toda prisa el sentido y empezó a levantar la cabeza y a mirar a su alrededor. Era más que una mera vivienda; era un castillo de inmensas proporciones con torres almenadas siguiendo la línea de la costa.

Una voz alta y autoritaria gritó, "¿Teníamos razón? ¿Era un barco español?"

"Sí, lo era, Señor, y encontramos este 'equipaje' entre los restos del naufragio."

El hombre tiró a Catalina a los pies del otro. Podía sentir sus ojos en ella y levantó los suyos para encontrar su mirada. Estaba sorprendido ante lo que veía, una belleza española, sin duda. No llevaba más que unos pantalones y una camisola, pegados a su hermoso cuerpo con la humedad del mar. Tenía pechos llenos y cintura delgada, pero no era una mujer menuda; más bien tenía miembros largos y era alta. Su piel era bronceada pero no demasiado oscura, y su espeso pelo negro le colgaba por la espalda apelmazado con arena y basura.

Dijo en inglés, "Por favor, señor, iba de polizón en el barco naufragado. Mi padre es inglés, y he venido a buscarle. Se llama Donal Penlerick."

El hombre soltó una sonora carcajada. "Conozco bien a Donal Penlerick, pero no tiene ninguna hija española; tiene tres preciosos hijos, hijos ingleses, que le seguirán en la lucha contra los españoles hasta que os destruyamos. Mandad vuestra Armada, mandad todos los barcos que tenéis, mandad vuestros espías; nunca derrotaréis a la flota inglesa."

Su corazón pegó un brinco. "¿Conocéis a mi padre? Entonces, por favor, habladle de mí. No tengo duda de que me reconocerá, señor, y será sumamente generoso con vos."

"Eso me convence de tu engaño. Penlerick murió hace dos años, lo mató uno de vuestros perros españoles."

Los ojos de Catalina se llenaron de lágrimas. ¿Cómo podía haber llegado tan lejos solo para ver frustradas sus ilusiones?

"Entonces a mis hermanos, señor. Estoy segura de que ellos sabrán de mi existencia. Por favor, habladle de mí a mis hermanos. Me llamo Catalina..."

La cortó con brusquedad. "Basta de tonterías. Te utilizaremos aquí, muchacha. Incluso te protegeremos, pero te abriremos en canal si te atreves a aventurarte más allá de las tierras del castillo." Se volvió a uno de sus hombres. "Llevádsela a la señora Bascomb; me atrevo a decir que sabrá qué hacer con ella."

"Pero mis hermanastros, seguramente les haréis saber que estoy aquí."

Se volvió a uno de sus hombres. "¿A qué estás esperando, tío? Llévatela de aquí, fuera de mi vista. No quiero tener ni un instante más a esta espía española delante de mí."

"No soy espía; soy medio inglesa. Decídselo a mis hermanos."

El hombre la agarró del brazo y tiró de ella, arrastrándola, mientras luchaba y daba vueltas, cruzando el patio. El hombre rubio la miró divertido, y ella le gritó, "¡Cabrón!"

El hombre que tiraba de ella la obligó a andar y cruzar una puerta lateral del castillo. Jake Botrall, Lord Haverstoke, el dueño del castillo observó pensativo como se iba. No era marino pero se beneficiaba grandemente de los naufragios en su costa. Desafortunadamente el Santa Dominica llevaba pocas mercancías y tesoros, pero haría buen uso de lo que llevaba.. esa belleza española de aire altanero e historias de loca.

Catalina fue obligada a presentarse ante la señora Bascomb en la cocina y levantó la cabeza imperiosamente mientras miraba hacia abajo para mirar al ama de llaves.

"Ag, ¿qué espera su señoría que haga con una asquerosa fulana española en mi casa?"

Catalina abrió la boca para protestar cuando la señora Bascomb la abofeteó con dureza en la cara. Ahogó un grito y alargó instintivamente las manos para devolver el asalto a la señora Bascomb, pero el hombre que le había visto la intención le agarró el brazo desde atrás y le hizo darse la vuelta.

"No toleraremos nada de esto aquí, española. ¿Crees que a alguien le importará mucho el cuerpo muerto de una asquerosa española arrojado a la orilla procedente del naufragio de un galeón español? No conoces Devonshire; habrá fiesta en la calle. ¿Por qué? El propio Sir Francis Drake es un hombre de Devon. Ahora sé una buena chica y haz lo que la señora Bascomb te diga. Tu propia vida nos pertenece."

Meditando en lo que decía Catalina se dio cuenta de que tenía razón. ¿Qué posibilidad tenía ella en esta isla hostil, especialmente con su padre muerto? Aunque su padre era inglés y ella hablaba muy bien el idioma, no había duda de que era española. Allí se quedó, delante de la señora Bascomb, esperando sus órdenes; sin embargo no pudo creérselas cuando las oyó.

"Ahora quítate esos andrajos que llevas."

Catalina abrió la boca para protestar, pero la cerró enseguida cuando vio que la señora Bascomb levantaba la mano. Miró nerviosa al hombre que estaba detrás de ella.

Dadas las circunstancias de su nacimiento no había sido criada tan recatadamente como lo había sido su madre, con 'dueñas' vigilando cada uno de sus movimientos, pero nunca antes había estado completamente desnuda delante de un hombre. No era virgen, pero sus anteriores intentos de hacer el amor habían sido aventuras apresuradas, con la mayor parte de la ropa todavía puesta.

La señora Bascomb soltó una risa corta e hiriente. "No te des aires, española; no tendrás intimidad ni ningún derecho en esta casa. Quítate la ropa."

Catalina empezó a desabotonarse despacio los minúsculos botones de su camisola cuando la señora Bascomb, impaciente, agarró la parte delantera y se la arrancó del cuerpo. El hombre soltó una carcajada y se quedó boquiabierto cuando vio sus pesados pechos color café con sus pezones de tono rosado, liberados del material que los confinaba.

Catalina se apresuró a quitarse los pantalones antes de que la señora Bascomb se los arrancara también. Para entonces se habían extendido por toda la mansión noticias de la náufraga española y la mayoría de los criados se habían reunido en la entrada de la cocina para mirar a la chica desnuda con su piel bronceada, su pelo negro y los suaves y negros zarcillos entre las piernas. La señora Bascomb estaba irritada ante la belleza de la española.

"Necesitas ser castigada por tu insolencia."

Dos hombres la agarraron de los brazos y la sacaron al patio. Los hombres de la playa todavía andaban por allí, transportando restos del Santa Dominica en dirección a la casa de Lord Haverstoke. Todos se pararon y miraron como sacaban a la desnuda Catalina al patio. Jake entrecerró los ojos y observó la escena mientras recostaba los hombros contra una pared. Catalina se dio cuenta de su presencia. Le recordaba a su padre de alguna manera; era alto y musculoso, un deportista, un hombre de la calle; su pelo era rubio rizado y greñudo, cayéndole por los hombros, llevaba barba dorada y mostachos, que enmarcaban dientes todavía blancos.

Los dos hombres tiraron de sus brazos y se los ataron a una viga que sobresalía de una de las murallas del castillo. Catalina era alta, pero la viga estaba más alta y la estiraron hasta que los dedos de sus pies apenas tocaban el suelo. No sabía que le esperaba a continuación; todo el mundo estaba mirándola. La mayoría de los hombres tenían en sus ojos pura lujuria; algunas mujeres apartaban discretamente la vista, con simpatía en sus ojos, y unas pocas de las mujeres estaban disfrutando del espectáculo tanto como los hombres.

La señora Bascomb se aproximó con un látigo en las manos. Antes de que Catalina pudiera siquiera gritar el látigo le lamió las nalgas, y su cuerpo se lanzó hacia delante en un intento de escapar al cruel latigazo. Unos cuantos hombres se trasladaron delante de ella para tener una mejor vista de sus pechos bailando, mientras otros prefirieron la vista de su delicioso culo intentando esquivar las caricias salvajes del látigo. Catalina intentó no darles la satisfacción de gritar pero luego la señora Bascomb le ordenó que separara las piernas. Los hombres de la multitud murmuraron aprobatoriamente cuando separó las piernas con gran dificultad. Pronto se dio cuenta de la razón para esta petición, cuando la punta del látigo encontró el camino entre sus piernas y aguijoneó su zona íntima. No satisfecha con su culo enrojecido y lleno de cardenales, la señora Bascomb se trasladó hacia su parte delantera y le azotó los pechos. Consiguió unos cuantos rápidos chasquidos en el oscuro triángulo de vello que protegía su labios inferiores, antes de que Jake ordenara el fin de la diversión.

"Dejadla ahí colgando, para que todos puedan tener una buena visión del enemigo."

Catalina levantó sus ojos oscuros hacia Jake y le lanzó una mirada fulminante; hubo un destello de humor en respuesta en sus propios ojos azules. Ella sabía muy bien que él no consideraría a una simple mujer el 'enemigo de Inglaterra', incluso si fuera medio española. Era simplemente que su humillación le producía placer, placer sexual, si tenía que juzgar adecuadamente el bulto de sus calzones. La idea de que le agradara satisfacerle de esta manera se le pasó por la cabeza pero rápidamente la desechó. Qué absurdo. Le traía sin cuidado agradar o no a este hombre, y especialmente no con su propia humillación.

"Señora Bascomb, esta esclava española tiene que estar desnuda en todo momento. Usadla en la cocina y en las labores domésticas, como haríais con una criada, pero recordad ser severa con ella y no escatiméis el castigo físico. Tiene un carácter desafiante que procuraremos doblegar. Las humillaciones diarias aprovecharán a su entrenamiento como una verdadera esclava. Tiene que ser la más baja entre las bajas en las labores domésticas, estar a disposición de todo el mundo para cumplir sus órdenes, incluso en las tareas más bajas. También tengo intención de utilizarla para aplacar la fiereza de los jóvenes de la casa, para canalizar su lujuria natural, apartándola de las muchachas más respetables a mi servicio. ¿Me entendéis?"

"Sí, mi señor, por supuesto."

Catalina también le entendió y le dirigió una torva mirada mientras agitaba la cabeza y levantaba la barbilla. Jake le dedicó una sonrisa sucia y se volvió sobre los talones.

Para el final de la tarde a Catalina le dolían los brazos. El patio era un sitio muy concurrido esa tarde, la mayoría de los hombres empleados en el castillo encontraban múltiples razones para pasearse por el patio. Tampoco escapaba a la curiosidad de las mujeres. A los hombres no se les permitía tocarla... todavía. Pero la señora Bascomb quería recordarle regularmente su sitio en la jerarquía del castillo, de modo que cada cierto tiempo pasaba por el patio y le daba a Catalina un palmetazo en las nalgas con cualquier cosa que tuviera a mano. Una vez fue con un cucharón de madera, otra con un trapo de la cocina, y varias veces utilizó su mano desnuda. Catalina pronto aprendería que la señora Bascomb obtenía un gran placer en azotarla.

Finalmente la desataron y la llevaron de vuelta a la cocina. Se le permitió dejarse caer en un catre que colocaron para ella en una pequeña habitación cercana a la cocina. Para comer le dieron un cuenco de estofado y pan, aunque no se le permitió usar cubertería y tuvo que comer con las manos. No le importó en esta situación; estaba muerta de hambre. Pero todavía no se le había permitido lavarse, así que se dejó caer en un sueño sin esperanza. Toda idea de escapar se había esfumado de su mente.

A la mañana siguiente una criada la despertó temprano para trabajar en el corral. Seguía desnuda mientras caminaba en la fría mañana, cruzando las cuadras para alimentar a los pollos. Los otros criados se dedicaban a sus propios asuntos, lanzando miradas subrepticias a la bella mujer desnuda que trabajaba entre ellos.

La señora Bascomb la llamó a la cocina bastante pronto para pelar patatas y zanahorias. La miró por encima unas cuantas veces y pareció tomar una decisión.

"Eres una descarada, ¿verdad, española? No parece darte mucha vergüenza andar por ahí desnuda; probablemente estás acostumbrada a hacerlo en ese país salvaje y papista del que vienes. Bien, el amo me autorizó a proporcionarte humillaciones diarias, ¿verdad?"

Catalina intentó ignorarla y se puso a pelar los vegetales, mientras la señora Bascomb llamaba a los otros criados para la comida del mediodía en la gran mesa de la cocina.

"Hoy vamos a comer con estilo. La española nos va a servir."

Catalina se burló para sí misma, que podría hacerlo y no le importaba lo más mínimo.

"Pero antes debe sufrir su humillación diaria."

Esto captó la atención de Catalina. ¿No era su humillación servir a los criados?

"Ven, muchacha, e inclínate sobre la mesa."

Catalina se inclinó, inquieta, sobre la pesada y sólida mesa de madera donde los criados comerían. La señora Bascomb eligió luego a la criada y al mozo de cuadras que trabajaban más y los llamó a su lado. Discutió con ellos algo que Catalina no pudo oír, pero asintieron obviamente excitados.

El joven y la mujer fueron hasta el mostrador de los vegetales y seleccionaron una zanahoria y un pepino del montón. Se colocaron detrás de Catalina, la criada sonrojada y riéndose tontamente y el hombre con los ojos ligeramente vidriosos y la mandíbula floja. La criada se acercó en primer lugar mientras le decía a Catalina con voz mansa que separara las piernas. Como Catalina dudara, la señora Bascomb disparó su ubicuo cucharón de madera y soltó un palmetazo sobre los tiernos carrillos de su trasero. Se apresuró a separar las piernas. La criada colocó entonces la punta de la zanahoria en la vagina de Catalina y se puso a trabajar con ella mientras Catalina se quedaba sin respiración y los otros criados rompían a reír a carcajadas. Todos metían prisa a la criada para que se la metiera más adentro, cosa que hizo obedientemente, para vergüenza de Catalina. Le metió la zanahoria tanto que solo quedaban colgando por fuera las hojitas verdes. Los criados aplaudieron y la jalearon cuando terminó, y se inclinó para saludar, contenta de su actuación.

A continuación era el turno del mozo de cuadras. El blanco del pepino era el otro agujero de Catalina, y apretó el culo anticipándose. Con eso se ganó otro palmetazo de la señora Bascomb, así que intentó relajar los músculos. El hombre humedeció el pepino con su saliva, mientras los otros hombres de la cocina sonreían por anticipado y las mujeres parecían un poco asombradas. Aunque algunas de ellas hubieran experimentado una invasión de sus propios agujeros de esa manera, ninguna lo admitiría.

Catalina sintió la fría cabeza del pepino contra su ano. El hombre del pepino quería sacar el mayor partido a su oportunidad, de modo que lo metió lentamente en su culo, apreciando la forma en que el agujero se abría para acomodar el borde redondeado del vegetal. Ella se mordió los dientes y se agarró al borde de la mesa. Él trabajó meticulosamente con el pepino en el agujero hasta que solo resultó visible el otro extremo redondeado.

La dejaron abierta en cruz sobre la mesa durante unos momentos, mientras la señora Bascomb permitía que todos los criados vieran sus aberturas.

"Ahora nos servirás con tus agujeros rellenos, y si dejas que se caiga alguno de los vegetales te serán reinsertados sin miramientos. Y quiero recordaros al resto de vosotros, criados, que si derrama algo o no es lo bastante rápida no dudéis en darle un azote en el culo o en los pechos. Si veis que alguno de los vegetales se está escurriendo tenéis mi permiso para asegurarlo en su sitio."

Catalina pasó casi media hora sirviendo a los criados del castillo, intentando hacer un buen trabajo. Por supuesto que no importaba. Podría haber sido perfecto y ellos hubieran encontrado defectos porque deseaban fastidiarla, y eso fue lo que hicieron. Empezó uno de los hombres azotando su pecho derecho porque golpeó su plato con una cuchara cuando le estaba sirviendo la comida. Esto dio la señal a los otros. La azotaron, pellizcaron, retorcieron, le sacaron ligera y repetidamente la zanahoria y el pepino para que los criados disfrutaran totalmente volviendo a clavárselos en su agujeros. Al final de la comida estaba dolorida y exhausta, pero su humillación todavía no estaba completa.

"Ahora que todos hemos comido esperaremos a que lo haga la española. Súbete a la mesa y ponte a cuatro patas."

Catalina se subió a la mesa, con su mente barajando posibilidades. La señora Bascomb ordenó a los criados que la habían invadido originalmente con los vegetales que se los retiraran. Lo hicieron y se colocaron delante de Catalina. Luego la criada le ofreció la zanahoria a Catalina para que se la comiera. Se quedó consternada e intentó saltar de la mesa, pero la señora Bascomb se lo imaginó y la agarró del pelo y la volvió a su sitio, comentando que acababa de ganarse un castigo en el patio.

Sabiendo que no tenía elección, Catalina abrió la boca mientras la criada la alimentaba con la zanahoria bañada en sus propios jugos. Los otros criados asintieron apreciándolo, incluso las criadas más vergonzosas disfrutaban del espectáculo. Temía aún más al pepino, pero no se iba a librar de él. El hombre lo sujetó delante de su cara y le dijo que lo lamiera totalmente antes. Lo hizo con profundo asco. Luego abrió la boca mientras le avanzaba el pepino entre los labios para que pudiera darle mordiscos, terminándolo por completo para regocijo de los criados.

Después de comer la volvieron a llevar al patio donde la doblaron sobre una valla y le dijeron que separara las piernas. Esta vez la señora Bascomb encargó la tarea de su castigo a uno de los jardineros, y él, alegremente, manejó la paleta, la herramienta de castigo del día según la señora Bascomb, alternando entre sus carrillos, dejando una marca cuadriculada sobre los cardenales del día anterior. Mientras estaba soportando su azotaina Jake salió de nuevo a mirar. Al oírle la señora Bascomb le explicó cuál había sido la humillación diaria de la cocina. Él se rió valorándola y la felicitó por su imaginación. La señora Bascomb también le reveló un hecho que Catalina esperaba que fuera su secreto, que la zanahoria, cuando se la quitaron del coño, estaba extremadamente empapada con sus jugos. Jake asintió aprobando y sintió como respuesta una tensión en su entrepierna. Se acostaría con la muchacha antes de que pasara mucho tiempo pero quería disfrutar completamente de sus humillaciones y castigos antes de hacerlo.

Como antes, Catalina permaneció en el patio doblada sobre la valla, con las piernas bien abiertas a la vista de todos. Esta vez la mayoría de los hombres e incluso algunas mujeres fueron lo suficientemente atrevidos para adelantarse y palpar las señales en su trasero rojo, pellizcando y estrujando mientras lo hacían, aumentando su incomodidad. La señora Bascomb lo veía con benigna aprobación.

Cuando la volvieron a llevar a la cocina, de nuevo le dieron un cuenco con comida, pero esta vez no le dejaron ni usar las manos. Intentó con toda la delicadeza que pudo tomar la comida con los labios y los dientes mientras tenía los brazos atados tras la espalda.

Esa noche Jake miraba pensativo al turbulento océano que batía constantemente contra la costa rocosa. ¿Por qué habría usado el nombre de Donal Penlerick? ¿Cómo conocía ella ese nombre? Por supuesto que fue un bravo capitán de mar en sus días, pero no era tan conocido como Drake, con el que todos los españoles estaban familiarizados y a quien detestaban. Penlerick había hecho varios viajes a España; ¿podía haber sido el padre de esta chica hace unos 20 años? Apartó la idea de su cabeza, y en su lugar dejó que su mente vagara por los deleites que compartiría con la mujer una vez la hiciera suya.