Viaje en taxi
Samara me pertenece, ha sido mía desde el primer momento en que nos vimos, y esta es una historia de una pequeña travesía urbana.
Viaje en Taxi
De él tan sólo quedó una nota sobre el frutero en la mesa del que fue encontrada hasta cerca del medió día, cuando ella no tuvo forma alguna de evadir la luz diurna que se colaba por los ventanales de su recamara. Se maldijo por no haber cerrado las cortinas la noche anterior pero era demasiado tarde para volver a conciliar el sueño aunque su cuerpo le pedía más descanso. Estiró los brazos y se halló sola en la cama, eso terminó por volverla completamente en sí. Cruzó el departamento desnuda buscándolo pero tuvo que conformarse con el trozo de papel escrito a mano. La primer reacción fue de enojo evidente. Abrió los ojos y ahogó un grito de reclamo, hizo un aspaviento con la mano que sostenía la nota y luego tomó una manzana, la mordió aún con enojo y luego suspiró, finalmente regresó a su dormitorio y se tiró de nueva cuenta en su cama hundiendo su cara en el rostro luego de releer el pedazo de papel.
“Llámame a las 14.17.”
Las primeras horas siempre eran las más ajetreadas en la oficina. revisar y resolver los pendientes de la jornada anterior, las primeras juntas del día, responder los correos que llegaban en la tarde o noche y que, dicho sea de paso, siempre eran más que los que llegaban en horas de oficina, más todo lo previamente agendado. Tanto movimiento hacía que la mañana pasará en un suspiro. Para cuando todos tuvieron un momento de paz y se dieron cuenta de la hora, ya pasaban de las dos pm.
Una computadora aún se estaba apagando cuando la oficina ya estaba vacía, la hora de la comida era tan sagrada como las fechas de entrega de los proyectos, por eso Augusto no se sorprendió cuando el teléfono de la oficina timbró y timbró sin que nadie respondiera, él tampoco lo hizo y finalmente la llamada sonó la contestadora recibiendo el mensaje.
Casi al mismo tiempo otro sonido hizo segunda al tono del teléfono, era el celular de Augusto.
El reloj en el celular marcaba la hora exacta, justo a tiempo, y aunque Augusto tenía una evidente sonrisa en el rostro que no disimulaba en absoluto, no hizo el mínimo esfuerzo en contestar la llamada. El teléfono sonó en repetidas ocasiones hasta que la llamada se cortó, pero a los pocos segundos volvió a timbrar insistentemente, el resultado fue el mismo, Augusto no tenía la mínima intensión de contestar, un tercer intento lo hizo reconsiderar. Tomó el teléfono y presionó una tecla, pegó el aparato a su oído izquierdo y se quedó callado, unos segundos después, una voz femenina sonó del otro lado de la línea. Las primeras fases de la mujer al teléfono le arrancaron una risa moderada, al fin la saludo. Luego jugó con el bolígrafo pasándolo entre sus dedos al tiempo que meditaba su siguiente frase.
Del otro lado de la línea, Samara Fuentes jugaba con los rizos de su larga cabellera rojiza, que le llegaba a media espalda, estaba sentada en la esquina de la cama viéndose al espejo mientras hablaba por el celular. Sus ojos café oscuros contrastaban con el tono claro de su piel, un rostro fino, y una figura esbelta, le resaltaban las pecas de los hombros y la espalda, en una mano el celular y en otra la nota de papel sujeta con una vehemencia admirable.
Mantenía las piernas un tanto separadas, cubiertas parcialmente por la falda color hueso que llegaba hasta los tobillos, la prenda tenía una abertura lateral que descubría su pierna izquierda hasta sus muslos, bastaba un ligero movimiento y su sexo quedaría expuesto sin reparo alguno pues además no usaba ropa interior.
La blusa de tirantes le marcaba los senos y los pezones, no llevaba nada de bajo. Samara seguía descalza aunque al lado de sus pies ya se encontraban unas zapatillas de tirantes de tacón bajo.
Conforme la plática avanzaba, la respiración de Samara se agitaba más y más, el aíre se introducía a ritmos acompasados pues la rapidez de sus inhalaciones iba revolucionando cual motor empieza a carburar y los pistones del motor bien podrían ser los senos que se agitaban al ritmo de las exhalaciones. Aunque no llegó al jadeo, la nariz dejó de ser suficiente para respirar y la boca se entreabrió permitiéndole ingresar una bocanada extra de aíre. Las pupilas comenzaron a dilatarse contrariamente a los párpados que se iban contrayendo poco a poco hasta nublarle un poco la vista, pero poco importaba, la visión es un sentido que entorpece el goce erótico.
Samara, tan bien estimulada por las frases de Augusto, mojaba sus labios en señal inequívoca de excitación. Unos pocos minutos después su cuello se encontró en un vaivén cadencioso de izquierda a derecha y en círculos cortos. Con el hombro se acariciaba el oído que tenía libre, la nota ya se había perdido entre las sabanas de la cama.
Bajó la mirada y observó sus pezones puntiagudos y sintió el roce de la tela, puso la yema de su dedo medio y acarició sobre la tela en movimientos circulares que le arrancaron un par de pequeños gemidos. Samara quería articular palabra alguna pero le era imposible, estaba hipnotizada por el tono y las palabras de quien le hablaba a través del celular.
Augusto, modulaba su voz, era cuidadoso en su léxico, su tono era elocuente y sabía exactamente la inflexión que debía usar para transmitir el mensaje correcto aunque usara palabras que aparentemente no tuvieran que ver en lo absoluto con la conversación. Cada frase resultaba en una caricia sutil, no tenía prisa, en absoluto. Hablaba de trivialidades como el clima para pretextar que Samara debía andar ligera de ropa, mencionaba detalles de su oficina, de su privado, como la madera de su escritorio para rematar hablando de lo bien que se vería Samara puesta sobre la misma, a gatas y con las piernas bien separadas.
La conversación era tan bien llevada por él, que la mano de ella temblaba sujetando sus muslos y acariciándolos constantemente sobre la tela hasta que terminó por hacerla a un lado, su sexo quedó al descubierto. Depilado, rosado, sus labios vaginales eran delgados y se coronaban en la parte superior con un abultamiento, un prodigio a la estética. Cual manantial, de la vagina de Samara escurría ya una delgada linea de un líquido transparente y un tanto viscoso, cuando se percató su falda, la que estaba debajo de ella, ya tenía un charco más que evidente y el olor a sexo empezaba a ser predominante, sin embargo era un aroma exquisito. Con dos dedos tomó un poco de esa miel y la llevó a su boca. El sabor era exquisito, agridulce, la textura entre sus dedos, el conjunto de sensaciones que le provocaba, estaba embriagada de placer.
Samara se tiró en la cama y estiró las piernas cuan largas eran abriendo el compás hasta que pudo ver su sexo perfectamente expuesto en el espejo, entonces echó la cabeza hacia atrás dejándose caer en vilo.
Cuando la llamada terminó, varios, muchos minutos después, casi cuarenta y cinco minutos, Samara quedó tendida en la cama con los brazos extendidos, estaba exhausta aunque ni siquiera se había tocado, al contrario, temblaba por el deseo y las ansias, casi la necesidad de sentir el cuerpo de Augusto penetrándola violentamente, contenerse había resultado en un esfuerzo físico más extenuaste que el mismo orgasmo.
Augusto estaba aún más agitado, se comía las ansias por masturbarse pero sabía que no era prudente, no por una ramplona cuestión moralina sino porque no le gustaba condicionar su placer a frivolidades como horarios, y es que una cosa era para Augusto hacerlo en la cocina de la casa de los padres de su pareja con los viejos en la sala y la adrenalina de ser sorprendidos y otra muy distinta verse en la ridícula necesidad de interrumpir su autoestimación porque la secretaría o alguien más de la oficina entrara o lo llamara por una ridiculez, como finalmente pasó.
Pasaban por quince minutos las tres de la tarde cuando escuchó los primeros cuchicheos, tomó un jugo del frigobar y lo bebió de un golpe, minutos después entró Teresa llevando entre brazos un par de carpetas color marrón con un montón de hojas dentro. Aunque pequeña pues no pasaba del metro con sesenta centímetros, tenía un cuerpo adulto. El contraste del rostro de niña con las caderas y senos generosos eran motivo suficiente para más de una mirada morbosa dentro y fuera del trabajo, sin embargo Augusto ni siquiera reparo en ella, apenas y en los documentos.
En cuanto Teresa cruzó la puerta, Augusto se puso en píe y salió de la oficina pretextando que le había surgido un asunto importante y que sino alcanzaba a volver, revisaría los archivos al día siguiente. La cara de Teresa fue de completa frustración, le urgió diciendo que eran las fotos del casting para un comercial que debían entregar la tarde siguiente en la presentación con unos clientes importantes, pero sus argumentos poco o nada importaron ya que Augusto se fue sin mediar palabra.
Caminó por el pasillo del edificio con un paso apresurado y no esperó que el ascensor subiera los 5 pisos desde el lobby hasta donde se hallaba Salamandra Estudio, la agencia de publicidad de la que Augusto Estrada era socio.
Bajó las escaleras tan a prisa como pudo, tropezó en el camino con un par de ejecutivas de la aseguradora que se encontraba en el tercer piso, ahí se topó con el ascensor que subía solo. Ya para qué, se dijo para sus adentros, siguió su camino hasta la calle, ahí paró el primer taxi que encontró y se subió. A la pregunta del taxista de a dónde lo llevaba, Augusto respondió apresuradamente que iba a la calle Margarita Maza de Juárez en la Colonia Reforma. No volvió a pronunciar palabra alguna en todo el trayecto y el taxista tampoco lo inquirió buscando la tan habitual plática que se acostumbra en ese tipo de viajes, y es que aunque Augusto miraba con aguda atención el paisaje urbano y clavaba sin mayor recato, su mirada en las mujeres que se le cruzaban en la calle, nunca esbozó gesto alguno que diera píe a entablar una conversación. No fue sino hasta poco antes que llegaron a la dirección, un semáforo en rojo antes para ser precisos, que Augusto prestó atención finalmente y por vez primera al extraño que le servía de conductor.
Sus ojos café oscuros se enmarcaban por una mirada picara pero amena, a diferencia de la penetrante e inquisidora mirada de Augusto. El taxista era más joven que Augusto pues apenas y estaría por los veinte años cuando mucho, tenía la cara de chamaco aún. Eso sí, pulcro, usaba una barba delgada y el cabello corto con mechones rubios, una perforación sobre el ojo derecho y por debajo de la manga de la playera blanca se asomaba la punta de un tatuaje tribal, por lo demás, pantalones de mezclilla, tenis blancos, y un reloj deportivo completaban el atuendo. En un segundo vistazo, esta vez al coche, mientras cruzaban la avenida Benemérito de las Américas y se acercaban al cruce con Margarita Maza de Juárez, Estrada notó que a diferencia de muchos taxis a los que se había subido con anterioridad, este no llevaba adornos pintorescos y folklóricos, ni estampitas de santos, ni un rosario en el parabrisas, o un escapulario, o cualquier otro artilugio que denotara un dogma de fe y una tendencia religiosa, tampoco había dados de peluches o figuritas de plástico sostenidas a la base por un resorte. De hecho ni siquiera había música en el taxi. Finalmente dieron vuelta a la derecha y avanzaron un par de calles más. El taxi dio vuelta otra vez a la izquierda al cruzar la tercer calle a petición de Augusto y entonces se detuvo.
Augusto preguntó el nombre al taxista. Extrañado por el repentino interés del pasajero, el conductor se limitó a verlo por el retrovisor y responderle respetuoso, más por protocolo que por convicción propia. René, dijo llamarse. Luego Augusto le preguntó si creía en dios. El cuestionamiento tan directo e inesperado hizo volver la cara a René para ver al hombre del asiento trasero, llevaba una camisa negra y lentes oscuros, en definitiva no coincidía con el aspecto de un predicador, Testigo de Jehovah, elder o algún ministro de culto y como suele pasar en sociedades como la nuestra, cuando se toca un tema tabú como la religión, René se puso a la defensiva cuestionando el porqué de la pregunta. Ante la evidente incomodidad del taxista por el repentino cuestionamiento Augusto tuvo que replantear la pregunta.
Qué es lo más extraño que ha hecho un pasajero en tu taxi. La tercer pregunta terminó por desconcertar por completó a René, nada tenía que ver, al menos en apariencia, con la primer o segunda pregunta. Volvió a ver el taxímetro, Augusto lo calmó diciéndole que no se preocupara, que llevaba suficiente dinero para pagar y sin empacho le mostró la cartera, en ella llevaba tres billetes de cien pesos y dos de doscientos. Es sólo morbo, dijo Augusto. La palabra morbo le causó risa a René, en su contexto, el morbo también era una palabra tabú, mal entendida como muchas otras, recordó de pronto como su mamá le dijo desde muy chico que no era bueno andar de morboso, e inconscientemente ligó a la palabra con el sexo. Sonrió pícaramente, se relajó y le contó a Augusto una experiencia de cuando apenas llevaba dos meses de taxista, para cuando el publicista había abordado el taxi, René ya tenía casi un año ruleteando.
Andaba para el norte de la ciudad, apenas acababa de entrar al turno, serían como las seis de la mañana cuando dos chavas salieron de un departamento, era fines de noviembre, porque ya estaba el horario de invierno y la ciudad estaba bien a oscuras toda vía, total que me pidieron que las llevara como a quince minutos de donde estaban y se me hizo fácil, además de que estaban bien buenas, y se veía que venían de una fiesta por la ropa, así unas minifaldas y unas blusitas toda escotadas, una de ellas venía medio peda, total que las subí y cuando llegamos al lugar que no me querían pagar, yo pensé que me habían de chamaquear pero dije, ni modo, que le hacemos, y que una, la que no estaba tan peda me pone la mano en la pierna y me dice que si nos podemos arreglar, no pues que se me para de a luego, que me empieza a chaquetear bien rico y que me saca la verga, no pues yo estaba acá disfrutando harto pero acá cuidándome de la otra, no fuera ser que de buenas a primeras me sacará una punta o algo y entonces sí me fueran a torcer ¡Pero todo lo contrario! que se le antoja a la otra, y es que no es por nada pero la verdad mi verga esta bien, gruesa y cabezona, usted sabe, total que la otra de buenas a primeras que se empieza a dedear y que me sonríe, no pues más me calenté, estaban re buenas, tenían un par de tetas y un culito así parasito, las dos, no mi amigo, estaban rebuenas, y que empiezo a ponerme bien caliente, pero no me animé a tocarla, no pues dije acá, me dije a mí mismo, y que tal si tiene algo y me lo pega, total porque me la mame no creo que haya pedo, eso sí, le puse un faje a la otra, porque se dejó venir al frente y la empecé a manosear bien sabroso las tetas y a besarla y a la que me la estaba mamando le acariciaba las nalgas y bueno que me vengo en su cara. Pues ya que se bajan y quedamos a mano, y yo con ganas de más no, pero pues he pasado pero no las he visto. Luego otra pareja.
Pero augusto no lo dejó terminar, había escuchado lo suficiente, mejor dicho, lo necesario. Sonrió, tomó el celular y marcó, una orden directa, con un tono firme sin ser grosero, de hecho era muy extraño, al menos así le pareció a René pues no sonó enojado pero definitivamente era una orden, porque no había dicho por favor pero estaba sonriendo. Baja inmediatamente. Y eso fue todo lo que dijo Augusto por el celular y colgó.
Samara llevaba el cabello suelto sujetado por una cinta blanca, la falda y la blusa con la que había hablado por teléfono y las zapatillas que estaban a los pies de su cama. Bajó sonriendo, casi saltando cual niña se encamina rumbo a una juguetería, pero cuando estuvo frente a Augusto, aunque no dejó de sonreír, bajó la mirada. Sube, y a la orden Samara dio la vuelta al vehículo por la parte de atrás y se sentó al lado de Augusto. René veía incrédulo la escena, sobre todo a la mujer que resultaba muy atractiva y fina, en su mente de pronto se formaron ideas, creyó comprenderlo todo, seguro el hombre le pediría que los llevara a un hotel y por eso la pregunta del morbo. René estaba completamente perdido.
Al Jardín Etnobotánico. René se volvió a sorprender, aunque llevaba poco, relativamente de taxista, sabía que el lugar que había mencionado Augusto estaba del otro lado de la ciudad y que además por esa zona no había hoteles y lo sabía porque era de esos pocos lugares a los que sus padres lo llevaban desde pequeño, los domingos cada tres o cuatro semanas, después de todo los domingos era gratis. No dijo nada, pero su rostro denotaba incertidumbre, empero esta se desvaneció cuando Augusto sacó un billete de doscientos pesos, cubriendo el primer traslado, el tiempo detenidos y aún un poco más. Segundos después el auto arrancó.
Habían pasado dos semáforos y el taxi había vuelto a ser el pequeño sepulcro silente para los tres de abordo. Samara iba con las piernas un tanto separadas y las manos sobre las piernas con las palmas hacía el techo del auto, seguía con la mirada agachada, Augusto había tomado la misma posición que en el primer trayecto, con el brazo derecho recargado en la ventanilla y su mano en el rostro. De nueva cuenta observaba la ciudad hurgando cada detalle. El tercer semáforo estaba en rojo y una vez que se detuvo el auto, Augusto metió la mano.
Si tienes aíre acondicionado enciéndelo, no importa que me cobres más. René asintió con la cabeza y cumplió la orden, luego subieron los vidrios y el interior del auto quedó aislado.
La moral es difusa, es como el rostro de una persona en el agua sucia o turbulenta, aún no sé sí la moral es el rostro que se distorsiona por el efecto del agua, o el agua que revuelca y distorsiona el rostro de las personas, no importa, el hecho es ese y es así. René entendió casi nada de lo que acababa de decir Augusto, pero no pensó que importara pues asumió que estaba dirigiéndose a su acompañante, así que sólo se limitó a esperar que el semáforo cambiara de color mientras que recorría de reojo el rostro de Samara por el retrovisor.
Augusto continuó diciendo que la moral en el mejor de los casos, es un aparato burocrático que tan sólo entorpece el accionar de las personas, en teoría debiera darnos valores para formar individuos funcionales a la sociedad, pero luego del paso del tiempo y de ser trastornadas por hombres más viles que los que atacan los códigos morales se han vuelto meras herramientas de opresión. Ya lo dijo el Marques de Sade, la moral no es más que un árbol que da moras.
Samara sonrió, René también, Augusto lo miró de reojo y a su acompañante, volteo el rostro hacía samara y la cuestionó.
Y tu moral.
Yo no tengo jardín señor.
La respuesta provocó que una sensación de excitación transformada en un escalofrío recorriera la espalda de Augusto, echó el cuerpo hacía adelante, Samara sonrió, entendió inmediatamente a que se debía ese gesto, al igual que Augusto hacía con ella desde el primer encuentro, ella también estaba aprendiendo a leer las reacciones del señor.
Por eso hoy pequeña, aprenderás una de las lecciones más importantes de tu vida. Eres lo que eres y debes enorgullecerte y vanagloriarte de ello. Estoy en lo correcto René ó me equivoco. La respuesta del joven taxista fue precisa, no dijo palabra alguna, sólo asintió con la cabeza.
Entonces, Qué eres. Preguntó Augusto.
Yo señor soy una puta, Su Puta mi señor.
La respuesta dejó atónito a René, seguía manejando, iban por el bulevar Independencia, una de las calles principales de la ciudad, adornada con palmeras y que a esa hora de la tarde estaba congestionada en ambos sentidos. Por un momento dejó de prestar atención al camino, daba igual ya que de cualquier forma no avanzaban hacía cuando menos 10 minutos, desde que Augusto había empezado a hablar.
Y te gusta serlo. Volvió a preguntar Augusto.
Samara no levantaba la cabeza pero el tono de su voz distaba mucho de ser una mujer forzada a responder, por el contrario, la claridad de su voz y la tranquilidad y hasta cariño de su entonación de verdad denotaban que lo decía con toda la sinceridad y beneplácito del mundo.
Sí señor, soy su puta por convicción, porque me encanta, porque lo disfruto como no he disfrutado ni disfrutaré nada en la vida. inesperadamente las frases se iban entrecortando, la respiración se agitaba y cuando menos lo esperó, un gemido se le escapó a Samara al final de su oración. Augusto la miró, la chica se sonrojó pícaramente, sonreía. Él estiró el brazo hasta la aventura de la falda y de un jalón la abrió dejando las piernas expuestas hasta los muslos, de nuevo poco faltó para que el sexo quedará al descubierto. el tráfico se movió, un camión de pasajeros pasó al lado del taxi, se escuchó, aunque mitigada por los vidrios altos, un coro de chiflidos de los que alcanzaron a ver a la chica con las piernas abiertas y exhibiendo.
Así es René, mira que es tan puta que ya se mojó, y ni la he tocado siquiera. Sólo necesita recordar que lo que es y le escurre cada poro del cuerpo, Qué piensas de esto. René estaba atónito, no podía voltear porque el auto estaba en movimiento, pero como nunca en la vida, deseo toparse un semáforo en rojo para poder darse vuelta y contemplar ya que por desgracia no podía ver mucho a través del espejo retrovisor.
Augusto se acercó a Samara, le acarició la cara, luego pasó su mano por sus labios y por el cuello, la respiración de la chica iba de nuevo tornándose arrítmica, fueron caricias al principio, firmes pero tiernas, le tocaba el cuerpo sin desesperación, con toda la paciencia del mundo, se tardó en los senos acariciándolos en círculos, la base, por encima de los pezones, los apretaba y cuando sintió las ganas, pellizco los pezones fuertemente para que se pusieran erectos, como lo estaba para entonces el falo de Augusto.
La excitación hizo abrir las piernas a Samara y llevar su mano al pantalón de Augusto, volvió la mirada al Señor, pidiendo permiso, él asintió con la cabeza y ella bajó la bragueta y metió la mano iniciando el proceso de masturbación.
Cuéntale a René. Fue la orden. Samara asintió sin vacilar. Su voz clara y su tono natural contrastaron inmediatamente con el contenido de su charla y esto le ganó la total atención del chofer.
No hubo necesidad de florituras, ni alegorías, para capturar la atención del taxista, de hecho, entre más quedaba desprovista la historia de minucias retóricas más resultaba apasionada y excitante. Una anécdota concreta contada de un modo preciso y nada más.
Fue una mañana a mediados de febrero, de eso ya más de un año, un año con dos meses para ser exactos, cuando Augusto se le apersonó mientras ella desayunaba en un centro comercial. Samara tardó un par de minutos en percatarse que había un extraño mirando fijamente el libro que estaba sobre la mesa, al lado derecho de la mujer. Una primer edición de "Una Lasciva Sedición". El libro sirvió de pretexto, la plática se dio, fluyó con tal espontaneidad que cuando ambos se percataron de la hora, pasaba ya del medio día, ambos tenían pendientes y la conversación terminó con la promesa de una segunda parte.
Mientras Samara hablaba de ese primer encuentro "fortuito" se mostraba hábil con la mano derecha acariciando el pene erecto de Augusto por debajo del pantalón. René ajustó el ángulo del retrovisor hasta que pudo ver la acción de forma clara, pero eso no le llamaba la atención, sí lo hacían, por otro lado, el hermoso par de piernas de la mujer que se mantenían abiertas, exhibiendo también su sexo depilado. La mano libre de Samara arañaba con profusa delicadeza sus muslos y su vientre evitando en todo momento llegar a su monte de Venus o rozar sus labios vaginales, la narración se iba entrecortando pues pequeños gemidos le impedían continuidad, se retorcía poco a poco mientras le temblaba la mano deseosa de su propio sexo.
No hay parte del cuerpo de una mujer que sea tan excitante como su rostro, siempre lo he creído, en el puedes encontrar una gama infinita de combinaciones que reflejan su estado de animo, sus pensamientos, sentimientos, sensaciones, anhelos, tristezas, su placer, su orgasmo. Augusto pasaba sus dedos indice y medio por los labios de Samara, delineaba el contorno de su rostro explorando sus oídos, su mentor, las mejillas, los pómulos, sus frente, samara cerró los ojos y se dejó llevar, sus labios volvieron a entreabrirse y descansó su cabeza en el respaldo, el sol de la tarde le dio de lleno, Dario levantó el retrovisor hasta tener a su alcance el rostro de Samara. Ella disfrutaba las caricias plenamente y apenas se movía, estaba embelesada, entregada al contacto de Augusto hasta que al final una lágrima se desbordó cayendo por su mejilla.
Augusto le pasó el brazo por la espalda acogiéndola, acercó el rostro de Samara al pecho de Augusto, le beso la frente, ella lo abrazo con ternura, y le beso el pecho, Augusto siguió acariciando el rostro de Samara guiándola hacía su entrepierna. fue acomodando su cuerpo hasta que al su boca quedo al alcance del sexo de Augusto, no medió palabra, lo sacó del pantalón y lo besó con ternura para luego introducirlo en su boca y empezar a jugarlo con su lengua, primero bordeó el glande con la punta de la lengua, luego lo dio lengüetadas largas, no lo sacaba de la boca, tenía medio falo dentro, así pasaron varios minutos. Era claro que para entonces ya habían sido vistos por cuanto automovilista se topaba con ellos en los altos o cuando, por el tráfico, iban a muy baja velocidad. Los pasajeros del transporte publico tuvieron el mejor de los ángulos, por la diferencia de altura entre los autos, Augusto no dejaba de verlos sin importar cual fuese su reacción, no faltaron los que incluso le gritaron vítores o insultos, pero en ningún caso respondió. René ya estaba tan excitado que no podía disimular la erección bajo su ropa, aún así agradeció no tener que ponerse de píe pues se encontraba más apenado que excitado. Samara apretaba las piernas de Augusto con las manos y succionaba como un bebé, el ritmo fue creciendo en intensidad hasta volverse en un sube y baja de la cabeza de Samara con una velocidad frenética, bufaba, dejaba escapar sonidos guturales y una mano suya llego a la de Augusto que reposaba en su cintura, la llevó a sus nalgas y la azotó dos veces. Augusto entendió la petición y continuó nalgueando a su acompañante, no midió sus fuerzas, no necesitaba hacerlo, fueron azotes certeros en la piel clara, bastaron tres para dejar bien dibujada la palma abierta de la mano de Augusto Estrada en el gluten, pero no paro, los azotes se volvieron tan constantes como el vaivén de la mamada hasta que Augusto lanzó un gemido de placer y respiró hondo, Samara entonces hundió todo el pene en su boca hasta cubrir toda el área con los labios, estuvo así unos minutos hasta que se separó lentamente teniendo el cuidado de lamer el pené de Augusto para limpiarlo con la boca, luego lo guardó de nuevo bajo la ropa interior y complacida volvió a su posición en el taxi.
El taxi se detuvo unos minutos después, en la entrada del Jardín Etnobotánico. Augusto extendió la mano hacía René y le entregó un billete de doscientos pesos, el taxímetro marcaba ciento ochenta pesos, luego bajó del auto y le estiró la mano a Samara para que bajara también, no aceptó el cambió del taxista y se despidió amablemente.
Cómo me dijo que se llamaba el libro, preguntó René. Una lasciva sedición, de Enzo Fontanet, dijo Augusto, si puedes conseguirlo te lo recomiendo, yo lo leí cuando tenía quince y fue inspirador.
El taxista se alejó hasta perderse entre el tráfico. La pareja cruzó la calle al edificio frente al jardín, era un Hotel lujoso, entraron sonriendo, tomados de la mano, la actitud de Samara había cambiado diametralmente, aunque nunca dejó la postura recta, ahora iba con la cabeza en alto y una mirada tan altiva como encantadora era su sonrisa que presumía a todo el mundo. sujetaba a Augusto del brazo saludando a cuanta gente se le paraba en frente.
Cruzaron el lobby hasta los ascensores, un hombre mayor con el uniforme del Hotel les preguntó a que pisó iban. A la Terraza, dijo Augusto. Al llegar los esperaba Teresa, sentada en un sofá en lo que era una pequeña sala de espera, llevaba la misma carpeta en las manos que horas antes, Samara la tomó y empezó a hojearla junto con Augusto, Teresa les iba explicando el contenido de cada lamina, que la junta de accionistas del hotel aún no llegaba pero que estaban en camino, que tenían todo en orden y que la principal preocupación de la gente del hotel era poner una campaña publicitaria tan importante en manos de una agencia pequeña. Samara sonrió. Samara puso su mano en el hombro de la secretaria para calmarla, y le pidió que se calmara, Teresa respiró hondo y los tres se encaminaron por el jardín y la alberca hasta el Salón donde estaba una mesa al centro con varias sillas, una pantalla y agua para al menos doce personas.
La junta inició puntual y Samara tomó las riendas, expuso la campaña publicitaria que habían diseñado y respondió a todas las dudas que les surgían a los clientes. Al final todo salió a pedir de boca pues Samara como siempre, tenía todo bajo su control.
Sade069x