Viaje en autocar

Nos separamos un poco, sin dejar de mirarnos, y nos sacamos las pollas. En ese momento una bocanada de olor a rabo nos subió hasta la cara.

Os sigo contando experiencias reales que me han sucedido con tíos. Aquí podéis leer algunas otras: https://todorelatos.com/perfil/1468078/

Estaba en segundo de carrera y después de exámenes, a principios de verano, me puse a trabajar en un almacén para poder pagarme unas vacaciones con mi novia de entonces. Sus padres tenían un apartamento en la playa, en el sur. Y mi chica y su hermana iban a ir con sus dos mejores amigas, que también eran hermanas. Las cuatro a cual más pibonazo… Todavía me hago buenos pajotes pensando en ellas.

Pero a lo que vamos. Después de una semana de fiesta, playa y polvos con mi chavala (haciendo bien de ruido para que me oyeran su hermanita y sus amiguitas) llegó la hora de volver a casa. Sus padres no sabían que yo había estado allí con ellas, así que me tocó volver solo en autobús desde Cádiz a Salamanca. ¡Menudo coñazo de viaje! No sé cuánto tiempo se tardaba, pero fácilmente a la ida habían sido ocho o diez horas. A la vuelta el autocar salía por la tarde. Me despedí de mi novia con un buen morreo y sobándola bien el culo delante de su hermana y amigas (¡menudo culazo tenía! ¡flipante!) y me subí al bus.

Yo iba con sandalias, pantalón de deporte y una camiseta bien sudada por el calorazo que hacía. Llevaba una mochila con unos auriculares, un jersey y un par de revistas de motos. Me puse en la parte de atrás del autobús, pero no pude meterme hasta la última fila porque estaba ocupada. Escuché música, me eché un par de siestas, y ya a eso de la una de la madrugada paramos en un pueblo con area de servicio. Después de tomar un café y echar un meote, volví al bus. Los que iban atrás se habían bajado en esa parada, así que aproveché para ponerme en esos asientos, y estar más a gusto.

Me quité las sandalias, me despatarré y me puse a leer MOTOCICLISMO, una de las revistas que llevaba. Ese día, con las prisas del viaje no había podido ducharme: quería empotrar bien a mi novia mientras ella gemía como una cerda y su hermana y amigas llamaban a la puerta del cuarto diciendo que se hacía tarde. No sé si estaba roto el aire acondicionado del bus o qué, pero hacía un calor de la ostia y yo ya iba bastante sudado. El olor que desprendía mi rabo me llegaba a la nariz nítidamente: restos de lefa, de tarraña y de saliva, todo junto.

Ya eran como las dos y media de la noche y estaba un poco somnoliento, con la revista de la mano, pensando en los churretones que había echado esa tarde por la cara de mi niña y… ¡¡PUM!! De un brinco se sentó a mi lado un chaval moreno de pelo largo y se puso a hablar conmigo.

  • Hola, buenas. ¿Qué tal está esa revista? A mí me molan las motos, tengo una en Santiago.

Yo abrí los ojos como platos.

  • ¡Joder, qué susto me has dado!- dije en voz alta.

  • Shhhh… Calla, calla, que va toda la peña dormida, no les despiertes.- La verdad es que la mayoría era gente mayor y parecían que estaban durmiendo. - Perdona, pero es que estoy buscando pillarme una de trial y venía a ver si me dejabas echar un vistazo cuando acabes…

Tenía acento gallego y se le veía echao p’alante. Le había visto antes en la cafetería del área de servicio, nos habíamos cruzado al entrar yo al WC. Iba también en pantalón corto, pero él llevaba camiseta de tirantes, un poco cani, pero dejaba salir un olor a sudor y a marihuana que me mareó.

  • Sí, claro, ahora te la paso- le dije sonriendo.

  • O, si quieres, la miramos juntos. Como si fuera una revista porno- y nos reímos los dos por lo bajo. Yo nervioso, porque no sabía muy bien a qué venía eso. Y él, parecía que colocado por la maría.

Total que empezamos a hablar. Me preguntó que de dónde venía, él me lo dijo a mí y, cuando le conté que había estado con mi novia, dijo que él también tenía y que estaba deseando llegar Santiago para darle lo suyo… mientras se agarraba el paquete con las dos manos. Miré y era un buen bulto, pero lo que me empezó a poner todo cerdo era ver que se le marcaban la polla y los cojones a saco: no tenía calzoncillos. Además, aunque no la tenía dura, había una mancha de pis (¡o de precum!) en la punta del capullo.

  • ¡Mírale qué cerdo!- dije señalándole el charco. Él se miró la entrepierna y se tapó un poco, avergonzado de repente.

  • Jajaja… Será que he ido antes a mear y no me la he meneado bien.- Yo no me corté y le contesté.

  • Ya... o que te la has meneado demasiado y está babeando.

Risas por lo bajo, momento raro. Y volvimos a la revista. La puse para verla los dos. Él se descalzó también y se quitó los calcetines. Según pasaban las páginas el vello de nuestras piernas me empezó a hacer cosquillas. Así que acerqué la pantorrilla un poco más aprovechando un bache. Roce, calor, cosquillas, sudor… Entre comentar tal y cual moto, ahí nos estaba pasando algo. Estábamos escurriéndonos del asiento cada vez más, acercando nuestras caras al papel, con nuestros muslos empezando también a tocarse.

Eso era un tira y afloja: un empujoncito aquí, un roce de cadera allá… Todo muy despacio, intentando intuir la reacción del otro, viendo hasta dónde podíamos llegar. Entonces el chaval hizo algo que me puso a tope, no sé por qué: rozó su pie con el mío. Fue un roce más largo de lo normal; despacio, suave, pero firme. Le miré medio de reojo. Haceos una idea: en los asientos de atrás de un autocar, con un calor de la ostia, el resto de pasajeros durmiendo un trecho más para allá, el ruido del motor arropándonos… Y nuestras piernas (¡y ahora también brazos!) húmedos, sudando juntos, el olor a hormonas de machos, mezcladas con el aroma del chochito de mi piba… Uffff…

De repente, como en un acto reflejo para romper la tensión, tiré de la revista hacia arriba descubriendo nuestra entrepierna. Esto pilló al colega por sorpresa y pude ver como se sacó la mano de dentro de su pantalón como un rayo. Nos miramos rápidamente los paquetes. Su charquito había crecido y su rabo todavía más. Y, para mi sorpresa, el mío también: hasta ese momento me lo había ido colocando como había podido, pero resulta que tenía mi capullazo asomando por encima del elástico del pantalón. No me había acordado de que me había desabrochado el cordón de la cintura y estaba prácticamente suelto. Para rematar, mi charco de presemen era todavía más grande que el suyo: tenía el glande rojo, todo mojado, y escurriendo hasta casi llenar mi ombligo, que también estaba al aire.

En una décima de segundo, el melenas abrió mucho los ojos, yo también, nos miramos las entrepiernas, nos miramos a la cara, apartamos la mirada y volví a bajar la revista. Entonces unas risitas contenidas de vergüenza y nerviosismo nos empezaron a salir.

  • ¡Anda, tío, y decías de mí!- empezó a decirme susurrando, mientras nos acurrucábamos más abajo y nos empujábamos de broma con los codos.

Los dos estábamos rojos como un tomate, de la vergüenza y del calentón. Nos echábamos miradas tapándonos la boca, aún aguantando las risas. Y, entonces, mi instinto hizo algo que me encantó: le devolví la caricia con el pie. Despacio, suave y confiado. Y de una manera tan sensual, sintiendo cada centímetro de nuestra piel sudada, que sentí como una corriente eléctrica atravesaba nuestros cuerpos.

Él también lo sintió, porque de repente las risitas nerviosas cesaron y nos quedamos mirándonos a los ojos. Joder, qué guapo era. No me había dado cuenta hasta ese momento de la mirada tan morbosa que tenía. Con su labio superior lleno de gotitas de sudor y su lengua asomando entre sus dientes. Me miró a la boca y, acercándose lentamente, me dijo:

  • Tío, cuando te vi salir del wáter en el área de servicio, pensé que había sido una pena no haber coincidido meando a tu lado. Y cuando vi que compartíamos autobús, quise probar suerte…

  • Pues te ha tocado la especial- contesté sonriendo mientras cerraba la revista y la tiraba al suelo.

Estábamos más cerca y, antes de besarnos, las manos empezaron a recorrer nuestros muslos de manera casi simétrica, hasta llegar a los paquetes. Casi al mismo tiempo en que notamos la humedad en la polla del otro, estábamos los dos sacando la puntita de la lengua para engancharnos en uno de los morreos más morbosos de mi vida. Nuestras lenguas fueron lo primero en entrar en contacto. Y después -con los ojos bien abiertos- los labios, la boca y todo el cuerpo… ¡Buah, me pongo malo de acordarme… menudo pajote me estoy cascando mientras escribo esto!

Nos separamos un poco, sin dejar de mirarnos, y nos sacamos las pollas. En ese momento una bocanada de olor a nabos nos subió hasta la cara, haciendo que pusiéramos una mueca de putos cerdos salidos mientras aspirábamos. Él se quitó el pantalón entero, despacio, y yo me dejé una pernera en un tobillo. De lado como estábamos, algunos goterones nos escurrieron del cipote al asiento, pero nos la sudó por completo. Bien agachados, tirados un poco por el suelo del asiento de adelante, no se nos veían las cabezas por delante y podríamos pasar como dormidos para el conductor.

Volvimos a ponernos las caras muy cerquita uno del otro, pero esta vez lo que juntamos fue nuestros rabos. ¡Menudo calambrazo de placer nos pegó, joder! Casi gemimos en alto un poco y por el pelo largo de mi amigo escurrió un poco de sudor que fue a parar a mi capullazo. Estábamos pajeandonos a cuatro manos, soltando bien de babas por las pollas y respirando uno en la boca del otro. Ahí, el muy vicioso cerró la boca y empezó a mover su lengua hasta que, al poco rato, miró hacia abajo y… ¡CHOFFFF…! Nos echó un buen lapo calentorro justo encima de los capullos, que extendimos con nuestras manos y acabó por los dos pares de huevos al poco rato. ¡CHOFFFF…! Otro más, que aterrizó en mi vello púbico y que extendió a conciencia con sus manos, agarrándome bien los cojones y bajando hacia mi ojete. Susurró:

  • Esto huele que alimenta, rapaz…- mientras se olía la mano húmeda y la lamía bien entre los dedos.

  • Es que antes me he tirado a mi chavala y no me he duchado.

  • Ya, se nota que huele a coñete- y se metió dos dedos bien dentro de la garganta un rato, hasta que los sacó escurriendo babas.- ¿Quieres que nos metamos los dedos por el culo…?- me soltó en el oído, mientras lamía mi oreja.

Yo asentí y saqué la lengua para echarme saliva en la mano. La pasé por detrás de su cuerpo y se la unté en toda la raja del culo, centrándome en su agujero. Estaba súper caliente. Volví a acercar la mano a mi cara y la olí con gusto… Mmmm…

Nos empezamos a comer el morro a saco de nuevo. Pero ahora con una mano nos pajeábamos mutuamente y con la otra empezábamos a meternos los dedos por el ojal uno al otro. Menuda delicia. Íbamos al unísono, poco a poco, primero un dedo, luego otro, luego más profundo, luego moverlos dentro para hacernos cosquillas que nos mandaban calambrazos a los huevazos.

Estuvimos así un buen rato, gimiéndonos en la boca, saboreando nuestra saliva, echando precum que untábamos por la polla del otro y dedeándonos como cerdos. Llegando varias veces al límite de la corrida, pero parando justo antes. Provocándonos. Morreándonos. Entonces nuestros ojetes empezaron a palpitar y separamos nuestras bocas. Nos miramos a las pollas, a los labios, a los ojos… y asentimos mientras se nos escapaba saliva por la comisura de la boca. Empezamos a corrernos como a cámara lenta, suspirando. Al principio lo flipamos porque ninguno echaba leche, aunque nuestros culazos empezaban a contraerse y relajarse a saco, cada vez más deprisa.

Hasta que mi amigo puso los ojos en blanco y soltó un chorrazo que le cayó en toda la melena. Luego otro que dio en el respaldo del asiento. Y ahí me empecé a deslechar yo. Parecía que estaba meando lefa. El primer churretón fue a dar en su mejilla. Parece que eso le despertó un poco de su propio placer y, mirando hacia mi rabo, abrió la boca y logró cazar al vuelo el segundo manguerazo de semen espeso y caliente. No sé los chorros que lanzamos ni el tiempo que estuvimos en éxtasis, pero fue una de las mejores corridas de mi vida.

Cuando sacamos todo lo que teníamos en los huevos, nos volvimos a mirar a los ojos. Estábamos mareados y nos sonreímos. Nos dimos unos besos lamiéndonos la lefada que estaba por nuestras caras y su pelo. Mientras, empujábamos los dedos para “cagarlos” y que salieran de nuestros agujeros. Menudo placer. Con esos dedos, el chaval recogió el chorro que aún escurría por el respaldo del asiento y se lo llevó a la boca. Le volví a besar. Me metió lengua, saliva y lefada. Estaba de la ostia. Nos abrazamos, nos acariciamos, nos besamos un poco más y nos fuimos vistiendo como pudimos. Usamos la revista para limpiarnos las manos porque ninguno teníamos pañuelos. Y nos quedamos dormidos apoyados el uno el otro.

Al llegar a Salamanca nos despertamos. Allí me bajaba yo.

  • Buenos días- dije.

  • Buenos días- y se metió la mano en el paquete.

Nos reímos, pero no había tiempo para más. El autocar ya estaba parando. Nos dimos la mano, metí las cosas a la mochila, me puse las chanclas y me bajé del bus. Fui directo al baño de la estación, meé, me metí en un retrete y me hice un buen pajote a la salud del melenas. Aún tenía su semen pegado por el pecho y por los pelos de mi polla. Y con esa revista de MOTOCICLISMO me hice buenas gayolas durante una temporada, aprovechando tooooda la lefa que tenía por sus páginas.

El viaje se me había hecho mucho más corto de lo esperado…

Si te ha gustado mi experiencia, siempre se agradece que escribas para animarme a publicar más.

Gracias y ¡un lametón donde más te guste!