¿Viaje del infierno al paraíso? – Jaime

Jaime, el amo novato 5. Las verdaderas razones de Marta/Rocío para haber llegado dónde llegó

Algunas cuestiones me han impedido publicar antes. Supongo que tambien seguiran afectando a los demas relatos, quiero decir a las otras dos sagas.

En todo caso os dejo con la historia del hipocondriaco de Jaime y como llega a controlar a sus nuevas esclavas.


Marta estaba sentada en el despacho del director. El día antes había celebrado su cumpleaños y además de la comida habitual le habían puesto un trozo enorme de tarta que ella consiguió a duras penas acabar. Aún sentía indigestión solo de pensarlo.

—Bien Marta —empezó el director una vez se sentó en el asiento a invitación de él—, supongo que te preguntaras porque los enfermeros te han hecho venir.

—Sí señor. No tendríamos terapia hasta el viernes.

—Así es… en teoría. Pero lo cierto es que ya no necesitas terapia. Pesas cincuenta y tres kilos —«Estoy hecha una vaca —pensó Marta—. Me costará meses estar guapa de nuevo. Y eso fue antes de la dichosa tarta»—. Seria ideal que subieras un poco más, pero ya estas en un índice saludable.

»Hemos tratado de hablar con tus padres, aunque ellos se negaron hace unas semanas a que te diera el alta… consideramos que lo más adecuado es que acabe de curarte en casa.

»Como ahora eres mayor de edad, si quieres puedes firmar el alta, a condición de que te comprometas a seguir viniendo semanalmente a las sesiones y pasar el correspondiente control de peso.

—Sí claro, por supuesto. —Firmo dónde le indicaba.

—Bien. Aquí tienes tus documentos. Ahora eras una mujer mayor de edad. ¡Uh!, creo que está a punto de caducar. Tendrás que pasar por alguna comisaria para renovarlo, aunque no sé si ahora en plena época turística y de viajes podrás obtener cita.

—Gracias. Lo miraré.

—He encargado a los enfermeros que recojan tus ropas. En breve traerán tu maleta.

Media hora después la puerta del hospital psiquiátrico en la que sus padres la habían recluido año y medio atrás se cerraba a sus espaldas. Ella empezó a caminar arrastrando la maleta.

—Documentación —exigió un policía nacional que formaba parte del control de salida de la ciudad, sacándola de sus pensamientos.

Jaime sacó su carnet. Ella tomó una de las mascarillas usadas de la guantera y se la puso a toda prisa.

—Le ruego que me disculpe pero mi ex mujer me ha entretenido y hasta que no han llegado sus compañeros y el perito judicial no me ha entregado a mi hija.

Marta saludó con un gesto de la mano al policía mostrando timidez. El policía le dejó seguir y ella volvió a sus pensamientos mientras tomaban la autovía.

Le costó unas dos horas y media llegar a casa de sus padres. Tenia que enlazar tres autobuses para ir del hospital a la urbanización. Aún le quedó kilometro y medio más de andar desde la parada hasta la casa. Estaba anocheciendo, lo que era conveniente para sus planes. Retrasó la llegada hasta la noche y comprobó que no había nadie en casa. Saltó la valla. Buscó en el cobertizo y puso la escalera hasta la segunda planta donde sus padres tenían la habitación. La ventana corredera no cerraba bien. Esperaba que no la hubieran acabado en el año y medio que había estado encerrada.

No estaba arreglada. Vivió tres semanas en la casa, solo en la parte alta, porque en la baja, dónde estaba el comedor y la cocina estaban los sensores de la alarma. Aquí solo disponía del agua del baño, pero para ella era suficiente. Eso y su móvil y portátil. El primer viernes acudió a su cita. Se pesó antes. Había perdido ya tres kilos y no quería que lo detectasen. Empezó a buscar en los armarios de sus padres. Lo único que encontró unos pequeños lingotes dorados, bastante pesados. Tomó tres kilos y medio, varias piezas pues cada una era de medio kilo, y los untó con jabón. Tenía que esconderlos de forma que no lo detectasen, aunque eran finos, menos de un centímetro de grosor, en cualquier lugar de la ropa estaba descartado.

Pasó a la prueba del peso después de haberse quedado en bragas. No llevaba sujetador, ¿para qué? Aunque sus pechos habían crecido en el último año y medio apenas destacaban del resto del torso. Si no fuese por lo grueso de sus pezones y por su car cualquiera que la viese desnuda de cintura para arriba podía dudar si era u chico o una chica. Trató de quedar para dentro de un mes, pero como tres semanas después tenia ya cita con sus padres dedujo que para esa fecha habrían vuelto de vacaciones.

Volvió a subir a la casa por la arriesgada escalera. Pasó una semana más. Empezó a notar malestar de estómago, por lo que buscó en lo foros alguna forma de comer, sin comer, además se saquear las pastillas de la acidez de sus padres que guardaban en la mesilla de noche. Encontró un método que podía conseguir… si superaba el asco que le causaba. Tras tres días de intentos en los que vomitó la mayoría fue capaz de tragar aquello. Con lo que era capaz de producir podía «alimentarse» y matar el hambre hasta que decidiese que hacer y donde ir.

Tres días antes de la cita de su padre con el psiquiatra decidió que era el día, así no les había fastidiado las vacaciones. Revolvió todos los cajones. Cogió todos los lingotes, si estaban con las joyas de su madre deberían valer para algo, además de pesar, el dinero que había en los cajones y en la caja fuerte y, por supuesto, las joyas de su madre. Lo metió con varias mudas e ropa en su maleta y abajó a la planta principal, cogió un juego de llaves del llavero, abrió la puerta y salió a la calle. No se molesto en cerrar. En poco tiempo los de seguridad llegarían. Entró en el mini de su madre, aparcado en el jardín, incluso ahora, que el coche grande se lo habían llevado en vacaciones. Tomó el mando de la puerta, la abrió y se fue. Tuvo un par de roces… eso no era como el simulador del hospital, por suerte el coche era automatico y eso sí se parecía al simulador.

Llegó a la ciudad. Usó el gel hidroalcohólico y una de las mascarillas usadas para limpiar el volante, el cambio y el botón de encendido. Cerró el coche y camino unos cientos de metros hasta una parada de bus. Allí cogió uno a la estación. No sabía si las llaves llevaban algún localizador o no, el coche sí lo llevaba, por lo que en un momento dado aprovechó que bajaron un par de ancianitos para tirar la llave a la calle. Desde la parada del bus hasta la estación aun le quedaba andar un kilómetro. Podía haber cogido otras líneas, pero esa le interesaba precisamente por quedar lejos. Tomó el AVE para ir al otro extremo del país.

Jaime apretó un botón en la pantalla del coche conectado al móvil y la verja de la parcela se abrió. Rocío cortó el hilo de sus pensamientos. Entraron. Jaime salió mientras ellas esperaban en el coche. Tomó algo del banco que había al final del garaje.

—Ahora os daréis un baño. Está encarando a la puerta del garaje —explicó Jaime— y Luego os indicaré dónde pasareis la noche.

»Roció quítate la ropa y el calzado y déjalo en esta bolsa.

Ella se apresuró a desnudarse mientras María salía del maletero. Con la luz del garaje ambas vieron que estaba forrado de plástico. Jaime llevaba guantes de látex.